Nace Alfredo Bryce Echenique en Lima (Perú) el 19 de febrero de 1939. Asiste como alumno al
colegio Inmaculado Corazón y realiza sus estudios secundarios en el internado inglés San Pablo. Desde
Un mundo para Julius hasta No me esperen en abril esos colegios, sus alumnos y profesores serán
recreados por el escritor, que los muestra como el microcosmos perfecto de la sociedad peruana y en
especial de la oligarquía del país a la que él pertenece. Efectivamente, Bryce Echenique pertenece a
una familia de la oligarquía entre la que se encuentran ascendientes tan ilustres como un presidente de
la República y un virrey, lo cual revelará también desde el inicio de su obra narrativa. Sin embargo, ya
en el San Pablo y después con los resultados universitarios, muestra una inclinación hacia las letras y
un rechazo de todo aquello que suponen las responsabilidades ajenas a la literatura, vocación que había
venido siendo fortalecida en el colegio y consentida por su madre. En cambio, por imposición familiar
estudia Derecho, aunque a la vez aprovecha para realizar sus estudios en Letras. A su término, funda
un despacho de abogados que durará hasta que decida marchar a Europa y, así, en 1964, sale de Perú
con destino a París, para disfrutar de la concesión de una beca que le permitirá preparar una tesis sobre
Henry de Montherland.
En los diferentes viajes por Europa se comienzan a fraguar los cuentos que concluya en París y a
los que dará el título de Huerto cerrado (1968), que obtendrá una mención honrosa en el concurso
Casa de las Américas. Apenas dos años más tarde publicará su primera novela, Un mundo para
Julius (1970), que lo consagra como una de las figuras destacadas de la generación que seguirá al
llamado boom. La obra recibirá el Premio Nacional de Literatura de Perú en 1972 y el reconocimiento
general del público y la crítica. A pesar del éxito de la novela, en 1974 regresa al cuento con La
felicidad ja ja. Sin embargo, en 1977 da a la luz su novela La pasión según San Pedro Balbuena que
fue tantas veces Pedro, y que nunca pudo negar a nadie, cuyo título habrá de ser reducido al de
Tantas veces Pedro. Además publica el volumen A vuelo de buen cubero y otras crónicas, que
revela su vinculación al nuevo periodismo norteamericano y su visión del sur estadounidense que visitó
gracias a una bolsa de la Fundación Guggenheim. Después se editarán conjuntamente Huerto cerrado
y La felicidad ja ja; en Lima se publicarán como Todos los cuentos y, en Madrid, como Cuentos
completos (1964-1974).
En 1981, con la novela La vida exagerada de Martín Romaña abre el díptico Cuadernos de
navegación en un sillón Voltaire, que cerrará con El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz
en 1984 y con el relato «Una carta a Martín Romaña», incluida en la colección Magdalena peruana
y otros cuentos (1986). Su visión de la Europa que conoció en sus diferentes países cobra una
dimensión nueva y desmitificadora, lo cual extiende del viejo continente a América, de los lugares y
acontecimientos como el mayo del 68 a las luchas de la izquierda hispanoamericana. El mismo año se
publica Crónicas personales, que supone la ampliación de las editadas años atrás. Regresará a la
novela con La última mudanza de Felipe Carrillo, de 1988, a la que no volverá hasta No me
esperen en abril (1995). Entretanto, había editado las tres novelas breves de Dos señoras conversan
en 1990 y un curioso volumen de memorias que en la actualidad está ampliando y que en 1993 llevaba
por título Permiso para vivir (Antimemorias). En 1997 edita A trancas y barrancas, constituido por
las crónicas periodísticas de diferente cariz y que ampliará en ediciones peruanas posteriores.
Reo de nocturnidad (1997) supondrá un exitoso retorno a la novela con la concesión en España
del Premio Nacional de Narrativa de 1998. Poco después llegará la publicación de los, hasta el
momento, últimos cuentos, en Guía triste de París (1999), y de la novela La amigdalitis de Tarzán
(1999), tras cuya edición abandona España y regresa definitivamente a Perú.
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