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Carlos de Gante

Los viajes del emperador


Estancias y viajes del emperador Carlos V

Manuel de Foronda y Aguilera

Imagen portada

Índice Cronológico

A S. M. el Rey Don Alfonso XIII
El autor y el espíritu de este libro
Al curioso lector: Manuel de Foronda
Signaturas empleadas en el texto de las Estancias y viajes del emperador Carlos V
1500 1506 1512 1518 1525 1531 1537 1543 1549 1555
1501 1507 1513 1519 1526 1532 1538 1544 1550 1556
1502 1508 1514 1520 1527 1533 1539 1545 1551 1557
1503 1509 1515 1522 1528 1534 1540 1546 1552 1558
1504 1510 1516 1523 1529 1535 1541 1547 1553
1505 1511 1517 1524 1530 1536 1542 1548 1554

Estancias y viajes del emperador Carlos V, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, comprobados y corroborados con documentos originales, relaciones auténticas, manuscritos de su época y otras obras existentes en los archivos y bibliotecas públicos y particulares de España y del extranjero, por don Manuel de Foronda y Aguilera.



Año 1914



A S. M. el Rey Don Alfonso XIII

     Señor:

     Ya que a tantas mercedes como le soy deudor he de agregar, en la ocasión presente, las benévolas e inmerecidas frases con que me autoriza a estampar su augusto nombre al frente de este libro, en el que, como fin y término de una labor constante de más de un cuarto de siglo, he logrado puntualizar, día por día, todos los de la vida del rey D. Carlos I de España y V Emperador de Alemania, séale permitido a este anciano Cronista y criado vuestro el depositar, una vez más, a los pies del trono de V. M., el testimonio del acendrado amor y lealtad inquebrantables con que sirvió a vuestra abuela Dª. Isabel II, la Generosa, y a vuestros padres, el inolvidable D. Alfonso XII, el Pacificador, y Dª. María Cristina, admiración de propios y extraños; amor y lealtad con que espero seguir sirviendo a V. M., a la incomparable reina Dª Victoria y a toda su augusta Real Familia, sobre la cual pido al Altísimo que derrame tantas prosperidades y venturas como mi corazón les desea.

     Señor:

     A L. R. P. de V. M.,

     Manuel de Foronda y Aguilera.



El autor y el espíritu de este libro

por el Excmo. Sr. D. Juan Pérez de Guzmán y Gallo,

de la Real Academia de la Historia

     El autor y el espíritu de este libro.

     Anhelaba yo con viva instancia que apareciese en el estadio de la luz pública la obra magna y definitiva del Sr. Foronda sobre las Estancias y viajes del Emperador Carlos V. Era una promesa solemne del autor, estimulada por estadistas e historiadores nacionales tan insignes como el Sr. Cánovas del Castillo, desde que la Sociedad Geográfica de Madrid, en su Boletín del mes de julio de 1895, insertó el primer ensayo de labor tan concienzuda. Porque, aunque nombres históricos tan culminantes como el del gran Emperador de Alemania, Rey de España, siempre perduran vivos en toda conciencia culta y en todos los monumentos de la Historia, otras figuras posteriores, de otro gran relieve, aunque no con el que a Carlos V caracterizó, habiéndose constituido en ídolos permanentes y hasta cierto punto justificados de otras naciones rivales también seculares, tradicionales y permanentes de Alemania y de España, a pesar de la proximidad de fronteras y de la comunión de raza con la última, parecía tender tácitamente a alejar de las almas cultas y de los altares de la Historia la sublime representación de la que en el Emperador Rey Carlos V se encarnó solemnemente en el giro de los sucesos universales al empezar su laborioso curso la Edad Moderna. Con tan vehementes deseos no me era lícito excusar, antes recibir como una distinción de honor imponderable, el aceptar con íntima vanagloria al brindárseme con abrir con mi obscuro nombre, bajo algunas líneas preliminares, la obra tan magistralmente completada, estudiada y pulida, desde que aquel ensayo se dio a la estampa, hasta su aparición actual con las supremas proporciones, que la han de constituir ya para siempre en fundamentalmente definitiva. Plumas más diestras que la mía ha tenido España en nuestro tiempo, que habrían llenado este papel a maravilla, y, sobre todas, la insuperable del ya mencionado Cánovas del Castillo, que al editarse la Historia General de España en sendas monografías documentales y críticas escritas por numerarios de la Real Academia de la Historia, y que no llegó a terminar la empresa titulada España editorial, reservose para sí la del reinado de la Casa de Austria, ya por él sometido a serio estudio crítico en su Bosquejo histórico de la misma, de que recientemente se ha hecho por sus deudos nueva y esmerada edición, tanto para dictar un supremo juicio sobre la influencia que aquella dinastía, primera extranjera que vino a gobernar el mundo desde nuestra solitaria península, tuvo en los destinos de nuestra nación y de todo el continente, cuanto para modelar en último tórculo la figura eternamente interesante de aquel Emperador Carlos V, la mayor personalidad histórica de su tiempo, de la progenie inmortal del corto número de Príncipes que han condensado en sí el espíritu total de un siglo señalado, de una época fecunda, de un paso altamente progresivo en el camino sin término de la humana civilización. Mas Cánovas del Castillo, principal instigador de esta obra, terminó trágicamente su vida antes de lograr el placer de verla terminada, y después de Cánovas nuestra Minerva histórica, por desgracia, no ha abundado en dignos herederos de su gran numen, de su gran erudición y de su gran genética, y así este pretendido prólogo, proemio, introducción, nota inicial o como quiera llamársele, ha venido a parar al último de sus admiradores, ya que no pueda apellidarme el último de sus discípulos.

     Para que este hecho haya venido a inexcusable efectividad, no han existido otras razones justificativas que el origen, ya bastante antiguo, de las relaciones y el lazo continuo de la amistad entre el autor ilustre de este libro y la personalidad humilde del que dicta estos renglones. En efecto; hace muy cerca de medio siglo que me une al Excmo. Sr. D. Manuel de Foronda y Aguilera una amistad tanto más grata en toda ocasión, cuanto que por su génesis despierta de continuo en mí las soñadoras remembranzas del período que considero en mi fuero interior más venturoso de mi vida. En plena juventud nos conocimos en Barcelona, en donde él tenía deudos de acrisolada reputación; yo Mecenas de generosidad casi paternal; en aquella Barcelona, ciudad augusta, no tanto por sus reminiscencias condales y soberanas, cuanto por su tradición remota, nunca interrumpida, y tantas veces secular de emprendedora, laboriosa, arriesgada en todos los palenques del saber y del arte, de la industria, del trabajo, del comercio que amplifica la vida e importa las dádivas de la fortuna, todo lo cual perpetuamente se constituye donde se asienta en emporio de todo poder fecundo y de toda civilización social; en aquella Barcelona, en fin, que por estos ministerios hallábase por todo extremo floreciente en aquellos últimos años inolvidables del reinado de Dª Isabel II, a pesar de tenerlo a la sazón minado las redes disolventes de nuestra última política revolución.

     A causa de los temores que en Madrid las amenazas de ésta causaban, se había dado al General, Conde de Cheste, D. Juan de la Pezuela, el mando militar superior del Principado, conservando en él el empleo de Comandante general de Alabarderos, de que se hallaba investido; y si yo en la casa y familia del General Pezuela conté desde su llegada a Barcelona con un hogar y una familia como propias, un corto número de personas de cuna y condición selecta, entre las que se contaba el Sr. Foronda, tuvieron en los jóvenes hijos del Conde de Cheste, el Vizconde de Ayala y el Marqués de la Pezuela, un centro de estrechas relaciones, que sonrosaban las expansiones propias de la edad en que todos nos encontrábamos y la distinguida comunidad social en cuyo franco ambiente aleteábamos, los más de procedencia de otras provincias, como aves de paso en floridos pensiles de primavera. Solamente yo, probado ya en trabajos de la prensa periódica y en prematuros círculos de las letras, mantenía con el Conde de Cheste las delectaciones de mis aficiones literarias, en que éste me honraba haciéndome conocer sus obras, en aquel tiempo inéditas, sobre todo la traducción de la Comedia de Dante, y mucho más, permitiéndome leerle mis mal pergeñados versos, que él se tomaba el delicado trabajo de corregirme, como tan gran maestro. De los otros amigos y de sus hijos, ninguna noción teníamos de que cultivasen las musas ni a Minerva, aunque alguno, como Rafael Pezuela, por donosura de ingenio algunas veces me escribiese en versos alegres sus esquelas de la intimidad. De modo que, cuando la revolución, vencedora en Cádiz y en Alcolea, a todos nos dispersó, y algún tiempo después de la restauración del Rey D. Alfonso XII en Madrid me encontré de nuevo con Foronda, el Foronda de 1875 en Madrid, no era ciertamente el Foronda de 1868 en Barcelona. El tiempo y los sucesos habían caminado, y nosotros a par de ellos. La rozagante juventud huía de los términos de nuestra vida. Las inclinaciones juveniles se habían trocado en los necesarios equilibrios prácticos de la existencia, y Foronda, poseedor de más lucida carrera profesional en las disciplinas del Derecho, completada la vida con los vínculos del matrimonio, solicitado en la aplicación de su actividad, de su suficiencia y de sus talentos, mientras el giro de los intereses y de los sucesos públicos generales a mí me habían conducido a la dirección política y literaria de La Época, a él le habían cautivado los oficios facultativos de su profesión del Derecho a los de consulta de algunas de las Legaciones extranjeras establecidas en Madrid, sobre todo la de Alemania, bajo el caballeresco Conde de Hatzfeldt, y sucesivamente, a la representación honrosa de abogado de las de Austria-Hungría, Bélgica, el Brasil, todavía gloriosamente gobernado por el Emperador D. Pedro de Alcántara de Braganza, los Países Bajos, Portugal, Suecia y Noruega. No me sería difícil aducir hechos y pruebas de que la intervención, aunque indirecta y velada, de Foronda, aun sin salir de su papel de carácter privado y sólo consultivo en algunos asuntos de alto interés en aquel tiempo, como el del conflicto de las Carolinas y los de varios Tratados que entonces se estipularon entre España y algunas de las naciones mencionadas, se hizo sentir en soluciones que fueron favorables para nuestra patria. También por aquel, tiempo, y aun posteriormente, pudieron considerarse como demostraciones públicas y honrosas del aprecio conquistado por la lealtad de aquellos servicios, y a todas luces merecido, cuando Madrid y su corte le vieron formar constantemente en la comitiva del Príncipe imperial de Alemania, Federico Guillermo, después Emperador, durante su visita al Rey D. Alfonso XII, y aun después, siendo el perpetuo acompañante del Emperador D. Pedro Alcántara cada vez que llegaba a esta capital, ya en sus visitas particulares a Academias, Bibliotecas, Museos y doctas Sociedades, ya democráticamente a las residencias domésticas de Hartzenbusch, Bretón de los Herreros, Trueba, Campoamor, los Madrazo y otros populares escritores y artistas nacionales. Este mismo Emperador D. Pedro del Brasil se hizo representar además por Foronda en el IV Congreso de los Americanistas, en el acto solemne de la coronación de Zorrilla en Granada y en otras funciones públicas semejantes. Tampoco fue extraño que de estos servicios sacase, más como testimonios afectivos y merecidas recompensas, que como prendas honoríficas de su ambición, el nutrido arsenal de las distinciones con que los Monarcas y los Estados premian: en España, las Grandes cruces del Mérito Militar y de la Orden civil de Beneficencia; la de San Carlos, de Mónaco; las encomiendas de la Estrella Polar, de Suecia; de Cristo, de Portugal; de Leopoldo, de Bélgica, y las insignias de Oficial de la Orden Imperial de la Rosa, del Brail, y de la Corona, de Prusia, con otras muchas de largo catálogo.

     Obtemperando estos oficios, que pudiéranse llamar profesionales, con los que en otros conceptos le brindaban los de la vida propiamente nacional, y llevando sus naturales inclinaciones a otros centros de actividad en que consideró poder ser igualmente útil o hallar otros palenques de meritoria acción al perpetuo estímulo de sus sentimientos patricios y culturales, ya se inscribía entre los miembros de la Sociedad Económica Matritense y admitía los títulos de individuo de las de Barcelona, Sevilla, Badajoz y Almería; ya en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, en la que obtenía el diploma de académico profesor, así como en la de la capital de Cataluña; ya con sus escritos conquistaba los de Correspondiente de las Reales Academias de la Historia y de la de Bellas Artes de San Fernando; ya sentaba plaza entre los fundadores de la Sociedad Geográfica de Madrid, en la que ha llegado a Vicepresidente y alcanzado el dictado de decano de sus socios fundadores; ya, por último, incluía su nombre en las listas de socios de la de Escritores y Artistas y en la Española de Excursionistas y en otras de carácter benéfico, y hasta aceptaba como único cargo público, su elección para la Diputación provincial de Madrid. Pero para estas investiduras y para estas posiciones sirviole de favorable preparación, primero, la extensión de su cultura; en segundo término, una energía de voluntad sin apariencias de relumbrón, suficiente para hacer la fotografía moral del hombre; y ambas cualidades, robustecidas con los ejemplos de la fuerza intelectual que supo llevar a cada uno de los oficios que desempeñó, como acredita el sin número de trabajos literarios de diversa índole que hizo conformar con cada uno de ellos. La Sociedad Geográfica de Madrid le ha debido dos de sus obras más interesantes, y de alcance tan eficaz, que en otros Institutos técnicos ha hecho poner en estudio los problemas que en ellos se desenvuelven: tales son la División territorial de España y la Nomenclatura geográfica de los pueblos de este mismo territorio nacional, con la que aspiró a corregir la confusión que resulta de la existencia de mil y cien Ayuntamientos, que llevan nombres repetidos. Además, enorgullécese Foronda con haber sido el impulsor que a la cátedra de la misma Sociedad ha traído para dar inolvidables conferencias, entre otros, a los doctores e ilustres viajeros Lenz y Nordenskiold y al ínclito Príncipe de Mónaco, propulsor de la nueva ciencia oceánica, debida a sus espléndidas iniciativas y a sus arriesgadas investigaciones personales. La Sociedad de Excursiones, que en cierto modo viene a ser una rama desgajada del tronco de la Geográfica y complernentaria de la misma, le es deudora del aplaudido trabajo literario que lleva por título De Llanes a Covadonga, y de multitud de artículos sueltos sobre excursiones locales al Pardo, a Esquivias y a Batres. En cuanto a la Económica Matritense, de tan brillantes fastos en todo el último tercio del siglo XVIII, en medio de la prolongada inactividad en que de algún tiempo a esta parte se sobrevive, habiéndose dejado arrebatar los fines esenciales de su Instituto por otras Sociedades particulares, como el Círculo de la Unión Mercantil y sus semejantes, en Foronda delegó el honor de la ponencia para el Congreso general de todas las de España, que se celebró en Madrid, a fin de reanimarlas, además de haber ya aplaudido varios informes pedidos por el Gobierno sobre la carestía del pan, sobre las jornaleras del Estado (telegrafistas), y otros asuntos de carácter análogo.

     Pero como una de las líneas personales de Foronda es aquella infatigable actividad que aplica sin descanso a cuanto ve, a cuanto forma el ambiente que le circunda, hallando hasta en las cosas más nimias asunto en que empeñar juntamente la pluma, el ingenio y la erudición, a veces hasta con insistencia machacona, habiendo adquirido en Ávila una residencia de recreo y descanso para su numerosa familia, y de deporte y estudio para él, Ávila se le abrió como su segunda patria. Su Municipio, otorgándole el título honorario de su Regidor perpetuo, le erigió a la vez en su Cronista, y la comisión mixta de las Reales Academias de la Historia y de San Fernando, en Vocal de su Comisión de Monumentos históricos y artísticos. Foronda retribuyó estas distinciones con la serie de trabajos literarios que, en estos dos conceptos, llevan los epígrafes siguientes: 1º, Crónicas de Ávila; 2º, Un códice sobre cosas de Ávila; 3º, Las rnurallas de Ávila; 4º, Antigüedades de Ávila; 5º, La Parroquia de San Pedro, de Ávila; 6º, Traslacion del cuerpo de San Segundo de Ávila; 7º, Controversias: Isabel la Católica ¿es de Ávila? 8º, Festejos antiguos en Ávila; 9º, El veraneo en Ávila. Tantos estudios abulenses se completaron con los consagrados con especialidad a la Virgen de Ávila, a Santa Teresa de Jesús. Yo, cuando menos, conozco once de estos estudios teresianos de Foronda. 1º, Elogio de Santa Teresa; 2º, La santa de Ávila: convento, comunidad e imagen; 3º, El retrato de Santa Teresa; 4º, Convento de la Encarnación, de Ávila, y su fundación; 5º, El convento de Santa Ana, de Ávila; 6°, La escalera del convento de la Encarnación, de Ávila; 7º, Inscripciones teresianas; 8º, Una carta inedita de Santa Teresa; 9º, La alcoba donde nació Santa Teresa; 10, Primera edición, publicada en Ávila, de la vida de Santa Teresa; 11, Biblioteca y Museo teresiano. Después de esto, ¿no puede con razón decirse: bien hizo Ávila en otorgar a Foronda los títulos honorarios con que le condecoró de Regidor perpetuo, Cronista y Vocal de su Comisión de Monumentos?

     Si los estudios de Foronda sobre varias particularidades de Ávila y sobre su insigne Santa Teresa de Jesús admiten la calificación de apasionamientos literarios de su autor, que por otro lado siempre estarán muy justificados, los apasionamientos literarios de Foronda, dadas las impresiones generales de las cosas del tiempo en que hemos vivido, siguiendo la corriente común, no ha podido sustraerse de otras expansiones. Tales son las que revelan sus trabajos sobre Cervantes. Encendiendo Foronda su pira en estos altares, ha escrito también: 1º, Cervantes viajero; 2º, Cervantes y el P. Haedo; 3º, Cervantes en la Exposición Histórica Europea; 4º, Cervantes en Alcalá; 5º, Refundición de la Comedia de Cervantes, La entretenida, y del entremés del mismo, Los habladores. Y aquí es justo decir que siempre en estos estudios se encuentra algo nuevo; pero que, de cualquier modo, ni en estos, ni en ningunos otros de los de Foronda, aunque se miren con microscopio, el espíritu más malicioso encontrará jamás lo que en otros muchos exaltados cervantistas o cervantistas de industria, que del nombre y las cosas de Cervantes han hecho su industria para la vida y para sus honores, y... aún la siguen haciendo y explotando: sepultureros a lo del del Hamlet, de Shakespeare, que viven de los muertos.

     También aquí podría decirse que por estos umbrales fácilmente se penetra en los trabajos verdaderamente históricos de Foronda, si todo lo anteriormente reseñado acerca de Ávila. y de Santa Teresa no coincidiera con este mismo carácter. Sin embargo, aun quedan, otros ensayos que deben considerarse del mismo modo como de preparación, ya sean de temas surgidos de los estudios de investigación, ya de los críticos que se resuelven pasta en las apologías biográficas, en las cuales los sentimientos distinguidos del escritor ha llegado hasta a algunos de nuestros más esclarecidos contemporáneos. Son resultado de los estudios de investigación de Foronda los en que da cuenta de algunos Documentos del Infante D. Alfonso, hermano de Enrique IV, y a quien se proclamó Rey; el que se titula D. Álvaro de Luna y el tumbo del Monasterio de San Martín de Valdeiglesias; las noticias biográficas de Mosén Rubí, El Maestro Lobato, El Maestro Tomás Luis de Vitoria, El Obispo D. Sancho Dávila, El pintor abulense Francisco Martín, y aun el Covadonga en 1808; mereciendo el respeto que acredita todo lo noblemente sentido y justo sus apologías necrológicas de D. Vicente Lafuente, D. Luis Raseti, D. Cristobal Pérez Pastor, D. Eduardo Saavedra, D. Manuel María del Valle y S. A. R. la Infanta Dª María Teresa. Todos estos trabajos y el Elogio del Marqués del Socorro son datos señaladísimos que siempre quedan para cuando surja el espíritu patriótico y estudioso que se atreva a emprender el Diccionario biográfico de Españoles ilustres, que tanta falta hace al honor de España y a la consulta de los que intentan toda clase de obras históricas en nuestro país.

     Complemento de toda esta importante labor que queda enumerada, y no descrita y juzgada, porque para este trabajo no se necesita, serían los artículos parciales que Foronda en todo género de publicaciones frecuentemente nos ha dado a conocer acerca de la personalidad histórica de Carlos V, si este nombre y la obra monumental con que Foronda enriquece la literatura, la historia y el honor de España, no nos demandara ya los conceptos que han de ser la justificación de estas largas y mal pergeñadas líneas. La enumeración de los trabajos, llamémosles preparatorios, de Foronda sobre Carlos V, antes de entrar en el fondo de la gran obra que lleva por título Estancias y Viajes del Emperador desde el día de su nacimiento hasta el día de su muerte, pueden ser apreciados meramente por los epígrafes que llevan. He aquí sus títulos: Carlos V en Llanes; Carlos V en Mallorca, Carlos V en Asturias; Carlos V en Alcalá de Henares; Carlos V en Ávila; Carlos V en Illescas; La Emperatriz y Carlos V en Ávila; Efemérides de Carlos V; Viruelas de Carlos V; El día de San Matías y Carlos V; Fiestas del Toisón en Utrecht en 1546; Corridas de toros en tiempos de Carlos V; Bodas imperiales en Sevilla en 1526. Como se ve, en esta enumeración no se ha tenido en cuenta más que la prioridad con que estos trabajos han sido publicados, y de ella se disgrega el opúsculo que en 1895 publicó, primero en su Boletín, y luego en folleto, La Sociedad Geográfica de Madrid, Estancias y viajes de Carlos V; porque éste fue el verdadero esbozo de la obra fundamental presente.

     Después de lo que sencillamente va relatado en los párrafos anteriores, ¿habrá necesidad de hacer al lector y a la posteridad otra presentación formal del autor de este libro, el Excmo. Sr. D. Manuel de Foronda y Aguilera, el amigo de mi juventud en Barcelona antes de la revolucion de 1868, con quien hasta después de la restauración del Rey D. Alfonso XII en 1874 no volví a reanudar los vínculos interrumpidos por aquel hecho, y encontrandonos ya unos y otros en la forzosa vía que conduce, a pesar de todas las vicisitudes, a los fines imperiosos de la existencia? No se retrata el hombre solamente por la imagen que el tiempo transforma y el sepulcro borra, sino por las obras que le hacen sobrevivirse y aun conquistar los timbres de la inmortalidad. La intensa labor que queda ya documentada exime de la necesidad de todo encomio lisonjero: su testimonio se hace más elocuente que el de las palabras retóricamente rebuscadas. Atemos los frutos de todo este estudio y este trabajo en un solo haz, en cuyos ligamentos sólo se inscriban estas palabras: éste es Foronda; y arrójense, por innecesarias, plumas y pinceles. Esta es su labor y esta su imagen. Ahora pasemos a las Estancias y Viajes del Emperador Carlos V.

     Dos veces el mismo ilustre escritor ha dado explicación de su obra: en el proemio del artículo del Boletín y folleto de la Sociedad Geográfica de Madrid, y en la Nota preliminar de este libro, que lleva por encabezamiento estas palabras: Al curioso lector: Manuel de Foronda. No son un mismo trabajo, aunque en la segunda se trasladen algunos párrafos del proemio primitivo. De este se deduce que cuando Foronda conoció los Itinerarios y Diarios de los viajes de Carlos V en la Collection des voyages des souveraines des Pays-Bas que el diligente Gachard publicó en Bruselas entre los años 1876 y 1882, sirviéndose para aquéllos de documentos y textos, principalmente de los Archivos nacionales de España, de la Sección de Manuscritos de nuestra Biblioteca Nacional y de los del rico arsenal de nuestra Real Academia de la Historia, despertaron su curiosidad extraordinariamente y le entró la comezón irresistible de todos los buenos investigadores de documentos históricos por compulsar por sí en aquellas mismas fuentes originales nombre por nombre y fecha por fecha, acudiendo a toda la suma de paciente labor y de suprema perseverancia que exige un trabajo cuyo empeño centuplica no sólo la difícil interpretación de los nombres geográficos de lenguas exóticas que los escritores del siglo XVI solían escribir, cuando arbitrariamente no las traducían, por la simple apreciación fonética que al pronunciarlos resultaban en sus oídos sin atenerse a más principios esenciales etimológicos y ortográficos de las lenguas originales que los producían, sino la necesidad de confirmar si los datos que dichas fuentes de ilustración suministran aparecen conformes con las fechas puntualizadas en la relacion de sucesos con los que apuntaron en sus escritos cronistas, historiadores, narradores de hechos particulares, expedición de documentos de cancillería y cartas reales y hasta de cartas particulares conservadas como testimonios de la Historia por los que, agentes o testigos de todos los acontecimientos, las comunicaban a sus deudos o amigos, mecenas o favorecedores, senores o jefes. Además, Gachard en sus itinerarios y estancias de Carlos V, se había limitado a los años comprendidos entre Septiembre de 1506 hasta Febrero de 1551, formando otro empeño no menos insistente Foronda en completar la investigación desde el 25 de Febrero de 1500, en que el Rey-Emperador nació, hasta el 21 de Septiembre de 1558, en que dejó de existir; razón por la cual Foronda, en la segunda de las Advertencias con que adicionó el proemio de su primer trabajo sólo se allanó, con excesiva modestia, a conceptuar su obra como complemento del Itinerario de Gachard.

     No lo consideró del mismo modo al conocer la obra de Foronda el ilustre Cánovas del Castillo: admiró el trabajo y aplaudió al autor; pero al mismo tiempo, considerando su importancia y conociendo ya anteriormente las deficiencias en que habían incurrido, así Gachard en la obra mencionada, como C. F. Stälin en su Aufenthaltsorte Kaiser Karl V Forschungen zur deustchen Geschichte, escrita y publicada en Gotinga en 1865, indujo a Foronda a dar nueva vida y nueva proporción a su trabajo, documentando día por día cada fecha de la vida del Emperador, a fin de poderlo constituir para lo sucesivo en el libro maestro de consulta imprescindible de la Vida y de la Historia de Carlos V, de quien a la hora presente y a pesar de la numerosa bibliografía histórica que con su nombre se ha relacionado en todos los círculos científicos y en todas las lenguas cultas de Europa, no existe en realidad una historia fundamental de conjunto que extensamente abarque la intensidad de todas sus acciones, tanto militares como políticas y de influencia religiosa, social y hasta científica y literaria, deduciendo de ellas el nuevo carácter universal que imprimió con su influjo directo en toda la gran evolución que sufrió, así el régimen político general de la que desde entonces se ha llamado el equilibrio de Europa y del mundo, como el espíritu humano bajo todas sus disciplinas, habiendo sido, como Carlos V fue, el eje y la palanca de la transformacion que se operó en su siglo en cuantos ámbitos se mueve la actividad de los pueblos y de los hombres.

     Y Cánovas, tan gran maestro, así discurría, como era propio de su suprema competencia: ¿abarcan toda la Historia y toda la villa de Carlos V, en su amplísima trascendencia, los cronistas e historiadores de su tiempo, llámense Francisco Guicciardini, Paulo Jovio, Juan Ginés de Sepulveda, Pedro de Gante, Pedro Mexía, Martín García Cereceda, López de Gomara, Ludovico Dolce, Jerónimo Cock, Guillermo Zenocaro, y un siglo después, Vera y Zúñiga y Gregorio Leti? Dejo deliberadamente a un lado, para tratarlos después, al comenzar el siglo XVII, Fray Prudencio de Sandoval, al mediar el XVIII el escoces Guillermo Robertson, y en el XIX el alemán Baumgarten, en ese mismo siglo antecedente en que tantos vuelos tomó bajo la fe del documento y la elevación de la crítica la técnica de la Historia. ¿Mas llenaron el papel que Cánovas del Castillo echaba de menos en la elaboración fundamental de la Historia y de la Vida de Carlos V, J. J. Hannusch, que en Viena publicaba en 1869 su Kaiser Karl V; M. Nameche, que en Lobaina hacía aparecer en 1889 su obra L'Empereur Charles Quint et son reyne; E. van Arenberg, que en Lila imprimía, también en 1890, su Charles Quint; Ed. Armstrong, que en Londres, ya en 1902, entrado el siglo actual, estampaba su obra general titulada The Empereur Charles V? Ninguno de los nombres apuntados ha conquistado en su labor la aureola de poderse hacer conocer en el mundo de la ciencia histórica como el gran historiador de Carlos V. El número de los escritores que acerca del nuevo César de la Edad Moderna, a quien no se le reconoció en su tiempo, ni la posteridad después, semejantes sino en Cyro, Alejandro, Augusto y Constantino, han producido importantísimas obras parciales o verdaderas monografías auxiliares de una obra general, y que por ello han adquirido gran fama, es bastante considerable. Prescindo de los nombres españoles, desde el Conde de Fabraquer y Ferrer del Río, hasta Lafuente; desde el investigador Gayangos y el esclarecido Cánovas del Castillo, a Rodríguez Villa, Danvila, La lglesia, Bofarull y Sanz, y aun Leguina, con sus Espadas, y Menéndez Pidal (D. Juan), son sus ilus traciones sobre D. Francesillo de Zúñiga y su Cronica burlesca. Los eruditos españoles han puesto a la cabeza de todos los extranjeros, que han hecho rebuscas documentarias sobre episodios de la vida del Emperador al belga M. Gachard; pero Gachard, como la mayor parte de los escritores de su nación, no juzgan históricamente a Carlos V en sus respectivas monografías, sino como un simple personaje belga, aunque personaje soberano e imperial. Para juzgarle como Emperador y Rey, se valió del testimonio, que por algún tiempo logró poner en boga, de las Relaciones de los Embajadores vénetos (Bruselas, 1856). Sus demás estudios parciales ya sobre La captivaté de François I et le traité de Madrid (1860), ya Sur le point de savoir si Charles Quint fit celebrer ses obsèques de son vivant et s'il assista (1851), ora sobre la Retraite et mort de Charles Quiet au Monestere de Iuste (1854), ora sobre la Correspondance de Charles Quint et d'Adrien VI, puesto que descansan en documentos de los Archivos de Simancas y de Bruselas, son verdaderas ilustraciones parciales para una obra general; pero excluyen toda idea de lo que en este sentido exige actualmente la teoría de la Historia en su concepcion y en su desempeño.

     Como Gachard son los demás escritores belgas, sus conterráneos. L. Gallard en su obra la Abdication de Charles Quint, publicada en Gante en 1841; Th. Juste en la que tituló Les Pays-Bas sous Charles Quint, y dio a la estampa en Bruselas en 1861; M. Henne en su Histoire de la Belgique sous le regne de Charles Quint, del mismo modo aparecida en la capital de aquella Monarquía en 1866, no levantaron la vista para bosquejar la gran figura de su héroe más allá de lo que correspondía al interés o la vanagloria de su patria. En este sentido y en esta norma se hallan modeladas las últimas obras sobre el Emperador bosquejadas en Italia. Y si de La Lumia, en Palermo, dio al estadio público en 1862 su obra La Sicilia sotto Carlo V Imperatore; y en Venecia, de 1863 a 1867, publicó Gius. Leva su Storia documentale di Carl V in correlazzione all'Italia, y en Florencia posteriormente, en 1893, apareció la de Alessandro Bardi, Carlo V a assedio di Ferenze: estudios fragmentarios son todas estas tres obras, como las belgas, de un trabajo superior, en el cual probablemente muchas de estas monografías no darán materia de sí, sino para una mera mención de los asuntos de que tratan y un corto número de líneas eruditas. No hay que hablar, tratándose de un Emperador de Alemania y Rey de España. de quien los Soberanos de Francia fueron sus cautivos y siempre sus rivales, de lo que sobre él ha escrito modernamente la literatura francesa. De las obras de Magnet (1854) nadie se ocupa; Champollion, en París, publicó en 1848 La captivité du roi François I, escrita a la francesa; y en 1890, en el mismo estilo comentó René Basset los Documents mutsulmans sur le siège a'Alger en 1541: y L'invasion de la France et le siège de Saint Dizier par Charles Quint en 1541, también de Bozet, Albin et Lembry, que se ha impreso en París en 1910, no puede sustraerse al carácter general de la literatura histórica de Francia, cuando se relaciona con sus rivales tradicionales y perpetuos. En la misma Alemania no se ha publicado en todo el siglo antecedente ninguna Historia fundamental de conjunto acerca de Carlos V fuera de Baumgarten, de quien se hablará despues; pero católicos o luteranos los muchos escritores que le han representado en multitud de interesantes monografías, ni han dado siempre ni dan a su figura, a sus ideas, a su influencia aquel relieve que indudablemente le aproxime al último concepto substancial, sin ser apologético, que la ciencia histórica espera con ansia que sobre él se pronuncie. Viena y Munich llevan la enseña de la crítica en el sentido católico: Joh. Friedrich rompió la marcha (München, 1871) con su obra Der Reichstag zu Worms in Jahre, 1521, y allí, en 1877, von Drüffel dio a luz otro estudio titulado Kaiser Karl V und die römische Curie, 1544-46. Ya en Viena (1873) había publicado también C. V. Höffer su notable obra Karl I König von Aragon and Castilien Wahl zum römischen Könige. Nada tiene de extraño que en estas obras resulten siempre en acción los problemas político-religiosos, cuya difícil terapéutica fue el gran enigma del reinado de Carlos V, y forma siempre parte de los que después de tres siglos subsisten siempre vivos, no sólo en aquella parte del continente que él dominó con su imperio, sino en el fondo de las rivalidades seculares que sin cesar agitan las cuestiones de que dimana una parte de las que desde la época del Emperador han conmovido más, y aun conmueven, la geografía política del continente, tan influída entonces tanto por la hostilidad perenne de Francia, cuanto por las disgregaciones que originó la rebeldía religiosa de Lutero. En el reinado de Carlos V todos estos problemas, cualquiera que sea el aspecto que tomen según la variación de los tiempos y el giro de las ideas, tuvieron su raíz, y a su origen vuelven sin cesar la vista, todas las exploraciones de la investigación y todas las bases de la genética histórica, renovando con sus estudios nuevos el dédalo fatal en que se inmergen y aprisionan todos los esfuerzos del pensamiento y todas las energías de la voluntad para las tentativas de reconstrucción, por las que cada pueblo, cada raza, cada generación incesantemente se desvelan. El contrapeso de las opiniones de unos escritores se pronuncia con las de otros: en Leipzig, en 1862, imprimió el Barón Kerwyn von Littenhove su Aufzuchmugen der Kaiser Karl's der Fünften; y en Dusseldorf, en 1865, Maurenbrecher Wilheim su Karl V und die deustchen Protestanten, 1545-55; S. Ysseib, en Dresde, en 1885, la obra titulada Moritz von Sanchsen gegen Karl V bis zum Kriesgszüge, 1552, y en Berlín, en 1897, Ad. Hausrath su Aleander und Luther auf dem Reischtage zu Worms. Por último, y para no prolongar estos ejemplos. en Halle, en 1889, vuelve D. H. Baumgarten al tema de la reforma religiosa con el libro titulado Karl V und die deutsche Reformation, y en 1891, en el mismo lugar Joh. Griessdorf a los hechos políticos-militares del Emperador con Der zug Kaiser Karl V gegen Metz in Jahre, 1552.

     Hay que anotar todo este lujo de la Bibliografía Histórico-Carlina para que resulte la demostración palmaria de lo que Cánovas del Castillo echaba de menos respecto a la Historia fundamental definitiva del Emperador-Rey Carlos V, en quien se personifica todo el aparato histórico de la gran transformación política, religiosa, social, científica, artística, mundial que en su tiempo el mundo entero experimentó. ¿Se han estudiado técnicamente sus campañas? ¿Se ha cerrado la contienda entre el criterio de la autoridad y el criterio de la libertad desde el punto de vista de su verdadera representación? ¿Qué punto de las controversias que la contraposición de las ideas que se ingirieron en su tiempo en la conciencia de todas las colectividades y en la conciencia de todas las personalidades de papel dirigente se ha resuelto, se ha dado al olvido o ha dejado de estar en perpetuo vigor? Han pasado sobre el viejo continente la degradación de España al término del reinado de la casa de Austria, la despótica supremacía política de Luis XIV y de la monarquía de Francia, las iras de la revolución francesa, la presión trastornadora del régimen napoleónico, la emancipación de las colonias americanas, constituyendo nuevos Estados, es decir, nuevas existencias para la lucha; ha despertado de su largo letargo el Japón, y hasta la China se apresura a tomar puesto en los destinos futuros de la civilización, y, en el fondo, el edificio de proporción y equilibrio que el mundo debió al imperio de Carlos V, al comienzo de la edad moderna, subsiste tan entero, a pesar de sus modificaciones accidentales, como cuando al retirarse a morir a Yuste él lo dejó. ¿Cómo la Historia hasta el día no ha emprendido aún la obra colosal de esclarecer para siempre de una manera incontrovertible los fundamentos esenciales de tamaña transformación, que en Carlos V se condensa? Nuestro cronista de los Reyes Felipe II y Felipe III, Fray Prudencio de Sandoval, ciñendo a su cabeza la mitra de Pamplona, con intención tan sana como fructuosa laboriosidad, intentó y llevó a cabo, recogiendo de cronistas del tiempo del Emperador y de la documentación cesárea accesible entonces a su infatigable diligencia, la obra magna de su Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, máximo, fortísimo, Rey católico de España y de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano, etc. Sandoval, siguiendo las tradiciones de los cronistas antiguos de España, no fundó para escribir esta Historia ninguna nueva teoría metafísica, ni se empeñó en las siluetas de ninguna crítica psicológica: fiel expositor de lo que halló escrito en narraciones sucesivas de testigos presenciales o en el fondo de los documentos públicos que se le pudo hacer conocer o que él con su aplicación y su carácter logró adquirir, hizo el trasunto correlativo de los sucesos en que desde antes de nacer el Duque de Luxemburgo intervinieron sus padres Felipe I, el Hermoso, y la Infanta-archiduquesa Doña Juana de Aragón, sin aguzar la trascendencia de sus acciones con el giro universal de los sucesos de su tiempo, lanzados en su camino como problemas a resolver en el curso de sus varias sucesivas soberanías. El engranaje de estos acontecimientos, recogidos y expuestos hasta en anécdotas familiares: esta es la urdimbre sencilla de su Historia. Ni aun siquiera en la dicción procuró ser clásico, como Zurita o Mariana. Su propia sinceridad le hacía descender a veces hasta lo vulgar y plebeyo. Sólo tuvo suma atención en el fiel traslado de los documentos. Y con todo esto, dígase lo que se quiera, hasta ahora su Historia es la única verdadera Historia del Emperador-Rey Carlos V. No ya Robertson y sus continuadores de la nueva escuela histórica, sino hasta los últimos investigadores de nuevos datos documentarios transformadores de los conceptos generales hasta aquí profesados sobre Carlos V, a Sandoval acuden como la única guía en el océano de los hechos a que el Rey-Emperador dio forma, determinación y remate(1).

     Respecto a Robertson, como historiador de Carlos V, la apreciación critica que merece puede formularse en las siguientes líneas en que le juzga Gabriele Rosa en su Storia generale delle Storie (pág. 383), al hacer el cotejo entre él, David Hume y Eduardo Gibbon, sus contemporáneos británicos: «Robertson introdusse alla storia di Carlo V mediante un rapido sguardo alla storia generale dell'Europa, caduto l'impero romano, pella quale pare aver imitato Tucidide e Machiavelli ne prodromi delle storie loro. Con tale riassunto si atteggiò a grande storico che pone in degna cornice il quadro suo che cerca la radici degli avvenimenti. Per Carlo V egli traciò la storia generale d'Europa della prima metà del secolo XVI.». Aun así, su Historia de Carlos V, publicada en el año 1769, y siendo, en opinión de Diefenbach «un modelo para todos los pueblos, juntamente con las obras de Hume y de Gibbon», dista mucho de lo que la Historia fundamental y definitiva del nuevo César debiera ser, según el juicio de nuestro ilustre Cánovas del Castillo. Para alcanzar la ejecución de la que él concebía, mucho se adelantó en el siglo pasado con la perseverante rebusca de documentos que arguyen todas las obras que antes se han citado, labor en que no se cesa, aunque sin la fe y los entusiasmos que inspiraban los trabajos de Gachard; pero por esto mismo, cuando Cánovas del Castillo conoció el primer intento de Foronda sobre las Estancias y viajes de Carlos V, que apareció en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid en julio de 1895 se apresuró a instar al autor a que la ampliase documentando adecuadamente cada día de estas estancias y de estos viajes, equivalentes a cada día de la existencia total de Carlos V; porque esas estancias documentadas formarían, como desde ahora forman ya, para los estudios definitivos que hay que hacer, la guía indispensable de toda atinada consulta, y constituirían el todo de la difícil labor en el libro maestro, sólido y permanente de la vida, de la Historia, del carácter, del influjo del nuevo César en la política, en las ideas religiosas, en las empresas militares, en el orden social, en el giro de las ciencias, en las manifestaciones de las artes, y, sobre todo, en las leyes constitutivas y fundamentales de la sociedad internacional europea y en el equilibrio de los pueblos, de las razas y de los Estados que las gobiernan y las civilizan y que de su reinado emanan.

     Por último, D. H. Baumgarten, que publicó en Stuttgart de 1885 a 1892 los cuatro volúmenes de que consta su Geschichte Karls V(2), sólo ha modernizado la obra, que consideró anticuada, de Fray Prudencio de Sandoval, aprovechando con fino criterio científico las conquistas hechas hasta su tiempo por la investigación documentaria, así de Gachard (1843 a 82), Rudolf, Beer, Leop. Ramke (1878), G. A. Bergenroth, L. Heine (1848), M. Bobín (1844), Hugo Laemner (1861), Aug. von Druffel (1877), Th. Brieger y (1884) y nuestros editores de Documentos inéditos para la Historia de España. Pero esta obra, aunque amoldada a los preceptos de la alta técnica histórica de Alemania, que tan poderosamente han impuesto al mundo sabio las cátedras de la Historia de todas sus Universidades, no imprime al carácter de Carlos V toda la gran influencia que la escuela de los reformistas de Lutero y Calvino sólo cuidan de monopolizar para sí(3).

     De todo lo expuesto resulta que el libro de las Estancias y viajes del Emperador Carlos V desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, comprobados y corroborados con documentos originales, relaciones auténticas, manuscritos de su época y otras obras existentes en los Archivos y Bibliotecas públicos y particulares de España y del extranjero, que da a luz en espléndida edición et Excmo. Sr. D. Manuel de Foronda y Aguilera en este año de 1914, es, en su espíritu, en su forma, en su eficacia, la obra a que el talento de Cánovas del Castillo aspiraba: el libro maestro, no me canso de repetirlo, adonde han de parar todas las consultas, todos los gérmenes de inspiración sobre cuantas obras generales o parciales en lo sucesivo se conciban y ejecuten, porque de sus datos se obtiene la fijeza incontrovertible de los lugares y fechas en que se han realizado al día todas las acciones de aquel hombre superior, en cuya personalidad se condensa, no el espíritu de un siglo, sino la transformación completa de la vida política y social, intelectual y artística de todo el continente durante todo el período que en la distribución de la historia humana se comprende bajo el dictado de la época moderna, o sea desde el Renacimiento hasta la Revolución francesa.

     Apenas se concibe que pueda ser tan interesante un libro en que no existen narraciones pintorescas, determinaciones eruditas de sucesos ni anecdóticas de hechos; en que no se establecen los puntos de relación entre unos y otros; en que no se eslabona la sucesión de los acontecimientos; en que al personaje augusto que es su alma y como protagonista los preside, a modo de judío errante, no se le presenta más que en movimiento casi continuo, a veces vertiginoso, viajando siempre, pasando con inaudita rapidez de un punto extremo a otro del continente, a pesar de les caracteres diferenciales de cada país que visita, de la singularidad de los intereses que en cada uno va a resolver, y resultando, al fin, a pesar de la diversidad de razas, de lenguas, de historia y de destino, el conjunto armónico de la unidad de la mente y de la mano que los encauza y concilia con todos los medios, blandos o duros, que pone en el cetro la ficción jurídica de los poderes soberanos bajo el signo supremo de aquel Emperador. No hay noticia de Monarca alguno, antes ni después de Carlos V, cuya perpetua movilidad haya sido tan pronunciada. En España mismo se ha hecho el Itinerario de Alfonso V de Aragón, no hace mucho publicado en edición limitada por D. Andrés Jiménez Soler, Catedrático de la Universidad de Zaragoza, y de mucho tiempo atrás es conocido el Diario de los Reyes Católicos: Dª. Isabel de Castilla y D. Fernando V de Aragón, que escribió D. Lorenzo Galíndez de Carvajal; pero este Diario y aquel Itinerario, aun con contener empresas tan trascendentales como las del Rey D. Alonso en Nápoles y las de los Reyes Católicos en la conquista del reino árabe de Granada, no tienen el menor parecido con las Estancias y viajes del Emperador Carlos V. Los Reyes Católicos no salieron de la Península; el Rey D. Alonso apenas se apartó del corto crucero mediterráneo de las costas catalanas y baleáricas a las de Italia; pero Carlos V inundó con su persona a Europa: se le vió en Viena, en Londres, en Paris y en Madrid, y no sólo llevó su magnificencia imperial por todas las cortes, lo mismo de dominio propio que de poderes extraños y a veces rivales, sino que en cada Estado de los de su vasta Monarquía apenas quedó lugar de histórico renombre que no le prestase alguna vez asilo en la incesante actuación personal con que poníase al frente de todos los negocios diversos que le tocó tratar o resolver, haciendo de cada estancia a que llegaba su hogar de un día, de una noche, de una hora, y en todas partes Su tienda de campana o su politico gabinete(4).

     Los documentos más preciosos que tanto a Gachard como a Foronda han servido de base fundamental para sus respectivos itinerarios y expediciones, es decir, el Sommaire des voyages faits par Charles le Cinquième de ce nom, depuis l'an 1514 jusques le 25 may 1551, de Juan de Vandenesse, manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura antigua G. 43, y moderna número 1.758, y la Description des voyages faicts et victoires de Charles Quint (1514-1542), del ayuda de cámara del Emperador, Mr. D'Herbais, del que existen copias, una en la Real Academia de la Historia (11-1-6, leg. 4), y otra en la Sección de Mss. de la Biblioteca Nacional de Madrid (sign. aut. I 215), no se reducen, como la obra magistral de Foronda, a la simple expresión por años y por días, fielmente compulsados de uno o dos nombres geográficos, según permaneció o no en cada pueblo un día entero o mas con sus noches, o bien si descansó de día en él y pernoctó en otro lugar, sino que, así Vandenesse como D'Herbais, relatan en cada uno de estos parajes, a su modo, las cosas que vieron o de que tuvieron noticia, resultando, por lo tanto sus itinerarios más amenos aún que una relación histórica propiamente dicha, puesto, que, en vez de sucesos de gran importancia, de sus relatos sólo resultan episodios novelescos, anécdotas y curiosidades de las que distraen agradablemente el ánimo aún mas que la historia misma. En Foronda no hay más que la aridez del nombre a secas y de la fecha compulsada, y al pie de cada una la testificación precisa documental; y como Vandenesse y D'Herbais no le bastasen para esta testificación, si en el primer ensayo de las Estancias publicado en 1895, ya completó estos testimonios con los de las cuentas presentadas al Emperador, de 1506 a 1531, por sus dos «grandes maistres de chambre aux deniers», Pierre Boissot, que lo fue pasta 1521, y Henry Stercke hasta Diciembre de 1531, y con la consulta de varias obras históricas, comenzando por la de Sandoval, y aun acudiendo, fuera de España, a otros arsenales documentarios, sobre todo en París, al integrar su gran obra estas consultas tuvieron que tomar un vuelo excesivamente extraordinario, sin dejar reposar en su ansiedad investigadora todas las Colecciones de nuestra Real Academia de la Historia, todos los Ordenamientos de Cortes, así de Castilla como del reino de Aragón, las Bibliotecas Nacionales de Madrid y de Francia, todos nuestros Archivos históricos, muchos de las Catedrales, de los Ayuntamientos y de las Diputaciones provinciales, el de la Cancilleria de Estado de Alemania, el Imperial de Viena, el General del reino de Bélgica, las Bibliotecas de S. M. el Rey, las de Borgoña y Besançon, en Francia, las de la antigua Flandes, algunas de las de nuestros Grandes y Títulos de Castilla y una inmensa bibliografía de Colecciones documentarias, de libros publicados en todas las lenguas de Europa, de opúsculos y folletos y hasta artículos de Revistas. ¡Veinticinco años de continuada depuración y compulsa de datos! ¡Toda una vida en todo su vigor intelectual! Después de esto no cabe aquí hacer más que una postrera pregunta: ¿Corresponde la obra de Foronda al fin propuesto y conseguido? No hay más que una contestación demostrativa: la obra misma constituida de hoy más para siempre en el Libro maestro para toda labor que tenga por objeto ilustrar en parte o en todo la Historia y la Vida de Carlos V. El triunfo del autor, previsto en 1895 por Cánovas del Castillo, está gloriosamente alcanzado.

     Después de esto, ¿qué puede añadirse acerca del espíritu que informa el libro de las Estancias y viajes de Carlos V? El espíritu de este libro sobrepuja en su resultado al principal propósito que Foronda confesó en el Proemio de su primer ensayo haber perseguido cuando le acometió: es decir, «el de que fuera en España, y no en el extranjero, donde por vez primera salga a luz el primer diario completo de la vida del Rey-Emperador, ya que sus itinerarios y diarios de viajes, publicados por Gachard, lo fueron en Bruselas, a pesar de hallarse la mayor parte de los originales en las Bibliotecas de España y a dispo sición de los españoles». Era noble este impulso y justa esta reconvención: no obstante, hasta ahora, la Historia única existente de la totalidad de la vida de Carlos V espanola es, y su autor, Fray Prudencio de Sandoval. Más hay que hacer, es indudable; pero el libro maestro de Foronda, que se sobrepuja a sí mismo, no es la guia permanente de aquel reinado y de aquella sublime figura histórica para sólo los españoles, sino para los historiadores y los sabios de toda Europa, en cuyos términos todos Carlos V siempre está vivo en la influencia de su nombre y de sus hechos. Las Estancias y viajes de Carlos V no es una joya histórica literaria para sola España; las Estancias y viajes de Carlos V es un libro maestro de importancia universal.

Juan Pérez de Guzmán y Gallo.

De la Real Academia de la Historia.



Al curioso lector: Manuel de Foronda

     «No vayas a figurarte, desocupado lector -que bien habrás de estarlo si tienes la paciencia de echarte al coleto la cáfila de números y de nombres que este mi trabajo contiene-; no vayas a figurarte, repito, que al coordinar y completar los itinerarios, notas y diarios de viajes, del ínclito rey D. Carlos I de España y V Emperador de Alemania, he creído haber descubierto la piedra filosofal, o, tan siquiera, haber puesto una pica en Flandes, por más que a Flandes, y aun a territorios de muchos y diversos países de Europa y África, pertenezcan los pueblos y lugares cuyos nombres van relatados.

     No es esto decirte que mi labor haya sido fácil y de poco espacio. Nada de eso: que paciencia harta y labor no escasa han sido menester para la compulsa, interpretación y arreglo de tantos y tantos nombres, la casi totalidad de ellos escritos en términos tan ininteligibles por los improvisados cronistas del Emperador-Rey, que ni la notoria competencia del sabio Mr. Gachard, ni la de los peritísimos geógrafos que me han ilustrado con sus noticias, han sido bastante para descifrarlos.»

     Con estas palabras daba yo comienzo al proemio que encabeza mi opúsculo Estancias y viajes de Carlos V, que, después de cinco años de labor constante, tuve la honra de que, en 1895, fuera publicado por la Real Sociedad Geográfica.

     Bien ajeno estaba yo, cuando tan docta Corporación me confirió aquella honra, de que mi folleto no representaba el término de un trabajo realizado, sino que se reducía a punto de partida de una nueva y prolongada serie de disquisiciones, y que los cinco años invertidos en lo que hoy no puede ser considerado más que como primera etapa de tan larga peregrinación, habían de convertirse en más de veinticuatro de constantes y cuasi diarias investigaciones, compulsa y rectificación de nombres y datos; porque, aun cuando te parezca exagerado, tan larga fecha abarca, desde sus comienzos, mi persistente empeño.

     Bien sabes que en el año de 1890, aquel Director insigne de la Real Academia de la Historia, cuya importancia política fue europea, y tan grande como ésta su reputación de hombre de ciencia, encomendó a varios individuos de aquella ilustre colectividad la reconstitución de la Historia de España, que, tal y como él la entendía, al expirar el siglo XIX, estaba por hacer.

     Distribuyó el trabajo por reinados..., y cierto día en que me hallaba yo departiendo con mi buen amigo D. Manuel Danvila, acertó a pasar a nuestro lado el Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo -en quien de seguro, discreto lector, habrás reconocido al eximio Director de la Real Academia a quien antes aludí-, y encarándose conmigo hubo de decirme:

     -Ya he visto su libro De Llanes a Covadonga, y los itinerarios de Carlos V que usted en él detalla. La Historia de Carlos V esta hecha..., y puesto que esboza usted sus itinerarios, ¿por qué no completa usted los de Gachard? ¿Por qué no completa usted y corrige los de Stälin?

     Confuso me dejó la tal indicación, y a las naturales excusas de falta de suficiencia y de tiempo que alegué, y que no fueron tenidas en cuenta, repuso con su natural imperativo al separarse de nosotros:

     -¡Complete usted a Gachard!...Corrija usted a Stälin!...

     Y cuando volví la vista hacia mi buen amigo Danvila, en espera de alguna frase que cohonestara el efecto que las de D. Antonio me habían producido, sólo escuché un socarrón:

     -Ya to ha oído usted..:, a completar a Gachard..., a corregir a Stälin... Manos a la obra.

     Y con la ingenuidad propia del que ignora el berenjenal en que va a meterse, me dije: «Bueno...; lo intentaré…, y quiere decirse que si no consigo hacer algo de provecho..., con dejarlo... está todo acabado.»

     Pero no contaba yo con la huéspeda; y la huéspeda, lector amigo, no era otra que la esperanza y anhelo de conseguir alguna noticia utilizable, o de puntualizar alguna nueva fecha; y con los alientos que me prestaron aquellos inolvidables amigos que se Ilamaron D. José Sancho Rayón -bibliógrafo, quizá, el más insigne de su tiempo-, y Excmo. Sr. D. Manuel Danvila -notable historiador y laboriosísimo académico de la Historia-; con las noticias que de ellos recogí, y con los datos, documentos y escritos que en el mismo detallé, formé una lista de fechas y de nombres de localidades, aderecé un proemio relatando mis trabajos realizados en aquellos cinco años y las fuentes en que aquéllas me habían sido suministradas, y dí cuenta de ello a la Real Sociedad Geográfica, que, como ya dije, acordó la publicación de mi opúsculo, en el cual invitaba a los hombres de buena voluntad a que me facilitasen nuevos datos, corrigieran los errores en que necesariamente habría yo incurrido, y, sobre todo, me indicaran el concepto que de mi atrevimiento, al tratar de coronar tamaña empresa, pudieran haber formado.

     Y en honor de la verdad, discreto lector, debo confesarte que no sólo no esperaba que mi folleto pudiera alcanzar resonancia alguna, sino que ni aun siquiera pude sospechar que hubiese quien parara mientes en aquello que yo califiqué de «cáfila de nombres y de fechas», en la creencia de que con su publicación había puesto fin y término a mi trabajo.

     Pero no fue así. Ilustres personalidades científicas, atribuyendo toda la importancia que en sí tiene todo cuanto con el Emperador-Rey se relaciona, se ocuparon de sus «estancias y viajes», y unos comprobando datos y fechas, y otros aclarando nombres de localidades de difícil interpretación, y todos animándome a rematar mi obra -que según cierto académico de la Historia, cuyo nombre no hace al caso, «podría considerarse, tan sólo, como un apéndice a la vida de Carlos V», siendo así que es su vida misma-, ello es que comencé a vislumbrar la posibilidad de dar cima a lo que el inolvidable Cánovas del Castillo me había obligado a comenzar.

     Pero lo que acabó de decidirme a ello fueron las palabras de un frailecito Agustino, del Monasterio del Escorial, en cuya Biblioteca, y en el verano de 1896, me ocupé de dar forma a la publicación de un extenso trabajo que con el título de «Carlos V en Asturias» dediqué al periódico de Llanes, en que vió la luz pública en el mismo año. Y como un dicho del docto Agustino fue la causa ocasional del presente libro, no puedo menos de referirte el caso:

     Concurría yo a aquella Biblioteca, y con el Diccionario de más antigua fecha que en el establecimiento existía, me ocupaba en descifrar lo que los cronistas belgas del Emperador habían consignado respecto de su primer viaje a España en 1517.

     Trabajaba a mi lado un enjuto Agustino, de baja estatura, mediana edad, cara angulosa y mirada viva y penetrante, que revelaba lo perspicaz de su inteligencia, y cuya conversación descubría, a primera vista, lo extenso de sus estudios, lo profundo de su saber y lo atinado de sus juicios.

     A los pocos días ya éramos conocidos, y hasta nos llamábamos amigos. Al terminar la hora de trabajo salíamos juntos al claustro, y desde la puerta de la Sala de Lectura, hasta la escalera, en que nos separábamos, veníamos departiendo, ya de nuestras aficiones, ya de otros asuntos al parecer indiferentes, pero en los que me encantaba el escucharle, tales eran el gracejo y la sencillez y amenidad con que exponía los más atinados conceptos y discretas observaciones.

     En una de esas salidas matutinas recayó la conversación sobre mis Estancias y Viajes de Carlos V.. hablé de mi prolongada labor y le ofrecí un ejemplar de mi folleto, que su Reverencia aceptó con señaladas muestras de reconocimiento.

     Pasó vivamente la mirada por sus páginas, y fijándose en la concordancia de las fechas con los nombres de las localidades, se escapó involuntariamente de sus labios, y entre dientes, un «El mentir de las estrellas…», que me dejó helado.

     Apenas repuesto, y aparentando que nada había oído, le dije:

     -Vea usted el proemio... y dígame después el juicio que mi atrevimiento le merece.

     -No vendrá usted a la tarde -me contestó- sin que yo lo haya leído...

     Y nos separamos afectuosamente.

     Volví a las tres, y ya mi frailecito me esperaba en lo alto de la escalera; y sin dar tiempo a recibir mi saludo, exclamó:

     -Este trabajo no es de mi Orden... Es de Benedictinos...

     Y proseguimos nuestra marcha hasta la Sala de Lectura.

     La frasecita del docto Agustino había hecho su efecto.

     Lo que ex abundantia cordis y sin ánimo de agraviarme había llegado a mis oídos, revestía importancia grande, pues me revelaba la posibilidad de que, «alguien» pudiera dudar de la exactitud de lo por mí consignado, y si ese «alguien» era, por ventura, algún amigo que caritativamente glosara la involuntaria equivocación por mi padecida, un solo error deslizado, anulaba, o por to menos deslucia, lo que tras cinco años de asidua labor había logrado reunir. Esta idea comenzó a tomar cuerpo en mi ánimo hasta el extremo de producirme el convencimiento de la absoluta necesidad de prevenir malévolas suposiciones.

     «Hay que documentarlo todo», me dije; y desde aquel momento resolví reanudar mis investigaciones, las que desde el otoño inmediato, ya de regreso en Madrid, tuvieron comienzo, para terminar en 1913, esto es: a los diez y ocho años de haber sorprendido aquella frase en labios del docto Agustino, y a los veinticuatro de haber recibido la enérgica intimación de D. Antonio Cánovas del Castillo, a quien rindo, en este momento, el público testimonio de mi más profundo respeto, sintiendo en el alma no poder dar al público el nombre del reverendo Agustino, a pesar de mis esfuerzos para recordarle y mis gestiones para averiguarlo, consignando este grato recuerdo a su memoria, ya que él fue la causa inconsciente de que, este mi pobre trabajo, haya adquirido unas proporciones a que nunca creí, hubiera llegado.

     Y al emplear la palabra trabajo, no creas, lector amable, que lo hago sólo en las acepciones de «escrito o discurso sobre una materia», o de la «ocupación o ejercicio» que mi labor haya producido, sino también en las de «dificultad, penalidad o molestia» que el Diccionario de la Academia señala, porque, aparte del trabajo material que por espacio de tantos años haya podido yo emplear, ha habido una grave contrariedad que desde el año de 1900 he venido experimentando al ver que, en una comprobación de la vida de un personaje «día por día» en los cincuenta y ocho años de su existencia, y en cuya documentada comprobación tan feliz éxito he conseguido, haya un espacio de trece días que no he logrado puntualizar, y eso que he puesto en juego cuantos recursos he tenido a mi alcance, y en movimiento a buen número de personas que, conocedoras de mi contrariedad y comprendiendo lo triste que es para mí el que, por unas cuantas fechas, haya quedado relativamente incompleta mi labor, se han apresurado a prestarme su valioso concurso, que desgraciadamente ha resultado infructuoso.

     -Nada más fácil para otro que no fuera usted -me dijo el sabio general Arteche-, que haber rellenado ad libitum ese puñado de días, cuya inexactitud, seguramente, nadie se habría metido a comprobar; pero si quiere usted creerme y no dar lugar a que tantos años de labor y tanto esfuerzo se pierdan, publique usted su obra con esa tan pequeña laguna, y adviértalo usted en el proemio; que esa misma probidad literaria, lejos de aminorar el valor de su trabajo, lo aumentará en alto grado, hasta el punto de convertir en indubitadas las fechas y estancias del Emperador señaladas por usted en los cincuenta y ocho años que el César vivió, salvo esos trece días que la perseverancia de usted y cooperación de sus buenos amigos no han podido comprobar.

     Esto mismo, sobre poco más o menos, me han indicado otras respetables personalidades, y entre ellas, y muy recientemente, el académico Sr. Laiglesia, que con su entusiasmo por todo cuanto con Carlos V se relaciona, ha llegado hasta el punto de dejarme vislumbrar cierta responsabilidad moral si, por el empeño de depurar esas trece estancias, quedaba el trabajo inédito y hasta perdido, diciéndome:

     -Lo que conviene es publicarle desde luego, y no exponerse a que cualquier suceso imprevisto deje olvidado o disperso el trabajo de usted.

     Del mismo modo que la frase del docto Agustino me impulsó a documentar las fechas de mi primer avance, las frases del general Arteche y del señor Laiglesia me hicieron pensar en la posibilidad de que mi obra quedara sin ver la luz pública y estériles mis investigaciones de mas de veinticuatro anos, y el recuerdo de

«Cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando...»,

acabó de decidirme a poner fin a mis pesquisas, porque, como en cierta ocasión me dijo mi sabio amigo D. Aureliano Fernández Guerra, «las investigaciones documentales no tienen término. Hay que resolverse a imitar a los cirujanos, cortando por lo sano».

     El tiempo dirá si mi resolución ha sido o no extemporánea, y si, después de publicado el libro, aparecen los datos que completan esos trece días de que antes te he hablado, no culpes a mi impaciencia, antes al contrario, per dónala en gracia de la buena voluntad con que los Académicos Sres. Arteche, Fernández Guerra y Laiglesia me deslizaron sus cortéses indirectas.

     Y como del incidente que me ha obsesionado por más de trece años he sacado alguna enseñanza, no quiero dejar de referirte, benévolo lector, las vicisitudes y circunstancias por que he atravesado en la investigación de esos trece días, que han sido la verdadera causa ocasional de que mi labor no haya sido terminada hace ocho o diez anos.

     Carlos V, procedente de Valladolid, llegó a Barcelona en la tarde del 31 de diciembre de 1537, permaneciendo en la Ciudad Condal hasta el 24 de abril de 1538, salva una pequeña excursión que, para visitar las plazas de Gerona, Figueras, Perpiñán, Salsas, Elna, Colliure y Hostalrich, realizó en los días del 12 al 27 de febrero..

     En 25 de abril comenzó el viaje que determinó las famosas entrevistas de Villafranca, Génova, Aguas Muertas, etc., etc., del que regresó a Barcelona el 20 de julio, permaneciendo allí hasta el 25, en que los Concelleres fueron a despedirse de S. M.; partiendo el 26 para Castilla, según puede verse en el lugar correspondiente, y lo comprueban cuatro documentos procedentes de los Archivos de Simancas y de la Corona de Aragón, del Municipal de Barcelona, y de la Real Academia de la Historia, siendo este último el que consigna que «partió S. M. por la mañana, dirigiéndose a Valladolid por Montserrat».

     Una carta Real fechada en Valladolid a 9 de agosto, nos hace suponer que para este día se hallaba ya D. Carlos en dicha ciudad.

     Pero... ¿qué itinerario siguió? ¿Qué jornadas realizó? ¿Cuántas fechas invirtió en el camino? ¿En qué día llegó a Valladolid? He aquí las cuestiones.

     -¿Es que se detuvo, o consta que, al menos, pasara por Montserrat, según indica la Carta del licenciado Gamiz al rey D. Fernando, de que antes se hizo mérito? El ilustrado monje benedictino encargado del Archivo de aquel monasterio, me asegura que, entre las varias ocasiones en que D. Carlos se alojó en aquella santa Casa, no aparece ninguna estancia, ni siquiera que pasara por allí S. M. en julio, ni en todo el año de 1538.

     -¿Pasó por Lérida?

     -No; ni en el Archivo municipal hay más referencias al paso del Emperador por dicha Ciudad, que la de su entrada, estancia, alojamiento etc., etc., en 1519; ni en el Archivo catedral, que en su Libre de Memories consigna todas las visitas de Soberanos y personas Reales hechas a la misma, desde tiempo inmemorial hasta nuestros días, aparece dato, noticia, ni aun referencia a visita ni estancia alguna en Lérida, de Carlos V, en 1538.

     -¿Hizo estancia, o pasó por Zaragoza?

     -Tampoco. El docto archivero municipal me manifiesta que, ni en la dependencia de su cargo, ni en el Archivo de la Diputación aragonesa, aparece dato alguno que haga sospechar que D. Carlos estuviera, ni aun pasara por aquella ciudad, en todo el año de 1538.

     -Pues, y entonces, ¿se sabe cuándo llegó a Valladolid?

     -En este punto la falta de datos es más absoluta. En el Archivo municipal de Valladolid -y así me lo afirmó el archivero- no existen actas de aquel Ayuntamiento desde 1530 a 1540; por consiguiente, nada puede saberse, por aquel conducto, acerca de la fecha en que el Monarca regresara a la capital castellana en agosto de 1538.

     Desesperanzado de hallar datos en los Archivos municipales, provinciales o catedrales de las poblaciones por donde el César pudiera haber pasado en aquel viaje de Barcelona a Valladolid, pensé que, tal vez, en Simancas y en las cuentas de la Casa Real -del mismo modo que las existentes en los Archivos del Norte de Francia tan gran servicio me habían prestado- podría encontrar eficaz ayuda en mis pesquisas.

     A Simancas acudí, sosteniendo frecuente correspondencia desde 1902 hasta el año actual con su bondadoso y entendido archivero, a quien, aprovechando esta favorable ocasión, rindo el más ferviente testimonio de mi profunda gratitud, pues ni puede darse más acabado ejemplo de paciente benevolencia que el que, el Sr. D. Julián de Paz, en estos doce años ha usado para con mi pertinaz e insistente gestión, ni cabe mayor número de facilidades ni mayor deseo de complacer, que el que en aquel docto personal he encontrado.

     A pesar de todo esto; a pesar del vivo interés con que se ha tratado de favorecer mis pesquisas, todo ha sido inútil. No se encuentran en Simancas las cuentas del tesorero Stercke, correspondientes al año de 1538.

     Y lo que digo con relación al Sr. Paz y al excelente personal a sus órdenes, ténganlo por dicho tantos y tantos otros señores como, condolidos, perdóname la frase, de mi contrariedad, han puesto cuanto ha estado de su parte para desecar esa laguna que ha surgido en el ancho y fecundo campo de mis investigaciones: así como también te aseguro que pecaría de ingrato -y eso bien sabe Dios que nunca lo he sido- si antes de dar punto a estas manifestaciones no hiciera una especial remembranza de los señalados favores que debo a un gran número de personalidades (algunas de ellas perdidas ya, desgraciadamente, para la ciencia) que me han ayudado con sus consejos, con sus trabajos, con sus investigaciones; porque puedo asegurarte que no he acudido dentro y fuera de España a ningún Archivo o Biblioteca, pública o particular, ni a ninguna personalidad, ya de las encargadas de estos Establecimientos, o ya simplemente de las dedicadas o aficionadas a los estudios históricos, que no haya procurado auxiliarme y hasta favorecerme en una empresa que a todo el mundo interesaba.

     A todos, pues, envío el testimonio de mi mayor gratitud y reconocimiento.

     En el proemio de mi opúsculo de 1895, que al comienzo del presente mencioné, decía yo al curioso lector:

     «Es seguro que a pesar de mi diligencia y cuidado, y de la atención prestada por mí, habré padecido algunos errores de pluma o de concepto. Si los adviertes, o si con alguna de las fechas o datos no estás conforme, sírvete comunicármelo, que yo te ofrezco estudiarlo y depurarlo, hasta el punto de que, si la razón está de tu parte, haré pública la corrección del pasaje compulsado, porque, como dije al principio, ni creo haber dicho la última palabra en esta materia, ni me guía otro móvil que el de la investigación de la verdad, dígala quien la diga, hállese donde se halle.»

     Y como a este llamamiento correspondieron bastantes personalidades, unas, las menos, motu proprio, y otras, instadas por mí, ya por razón de sus cargos, o ya por su competencia en estos estudios, y como nobleza obliga, permíteme que, en lugar adecuado, estampe sus nombres como testimonio imperecedero de mi justo agradecimiento por las bondades que para conmigo han usado.

     Respecto del plan que, para la impresión de la obra, me ha parecido más apropiado, por su sencillez y claridad, creo haber conseguido el fin propuesto, que, como te dije al principio, no es otro que el de convertir en indubitados las fechas y lugares de las «Estancias y Viajes de Carlos V, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte», fechas y lugares consignadas y detallados en las ocho mil novecientas sesenta y cinco papeletas bibliográficas -ni una menos- sacadas de los innumerables textos y documentos cuyo detenido examen y compulsa me ha sido indispensable realizar; papeletas que, convenientemente clasificadas, dedicó a la primera de las Bibliotecas de España; a la Biblioteca Nacional.

     Para realizar mi plan de impresión, comienzo consignando, a guisa de epígrafe en cada capítulo, el año respectivo, y, como texto, en renglón marginal, el día o días del mes correspondiente, seguido del nombre de la población, localidad o paraje en que el ilustre viajero se hallaba en aquella fecha o fechas, y, a su lado, el día o días de la semana que correspondió a cada estancia, seguido del documento, en extracto, que determina el lugar y la fecha; y el detalle, a continuación, no sólo del Archivo o Biblioteca donde radica el documento o la obra que contiene el dato, sino su correspondiente signatura; a fin de que, si algún discreto aficionado o incrédulo disquisidor lo desea, pueda con toda facilidad, y con el original a la vista, comprobar la exactitud de lo por mí consignado.

     Cuando hay más de un documento que corrobora el día o días que comprende cada estancia, los extracto por fechas, y como en muchas ocasiones dos o más de los documentos -correlativamente anotados- proceden del mismo Archivo y hasta de la misma obra, y por consiguiente se hallan comprendidos en la misma signatura, suprimo ésta en los que anteceden y la anoto solamente en el último; debiendo entenderse que se hallan comprendidos en la misma signatura todos los documentos que preceden a la últimamente estampada.

     Respecto a los nombres de pueblos o localidades, habrás de notar, seguramente, la diversa manera como ya en una parte de mi libro, ya en otra, se hallan escritos.

     Los de unos u otras puestos por mí, o, cómo si dijéramos, «de mi cosecha», van escritos siguiendo, en un todo, las reglas prescritas por la Real Sociedad Geográfica, reglas que, a continuación de este proemio y de las signaturas empleadas en el texto, copiaré para tu conocimiento y, como dicen los burócratas, efectos consiguientes.

     Respecto de los nombres transcritos, ya de documentos originales, ya de crónicas, ya de códices, o ya de otros papeles de que me he servido, observarás que los he copiado literalmente con todos sus errores, cambios de letras y aun de concepto. Así, pues, no te extrañe el encontrarte con palabras tales como Caboringa, la Moenghe, Lanfagerin, Layon, Paresses, St. Tolaille, Reynsweys, etc., etc., porque así es como las escribieron Vital, Vandenesse, Stercke, Longin, etc., etc., o los amanuenses imperiales.

     Me permito creer que ha debido llamar algún tanto tu perspicaz atención, minucioso lector, eso de haberme detenido a fijar, precisándolos, el día o días de la semana correspondientes a cada etapa o estancia, y yo debo confesarte que, cuando me propuse o dí comienzo a esa tarea, no pude sospechar que hubiera de servirme para determinar -fijándola de una manera incontrovertible- la fecha mas importante de la vida del Emperador: la de su nacimiento.

     Sabida es la disconformidad que ha existido siempre entre los diversos autores que han pretendido puntualizar aquella fecha, pues mientras los unos le consideran nacido el 25 de febrero, otros le suponen nacido el 24, por ignorar, tal vez, que el año de 1500 fue bisiesto; otros le han hecho nacer en lunes, y otros, por último, le tienen como nacido en martes, y entre esa pléyade de discrepantes descuellan nada menos que Fr. Prudencio de Sandoval, el eximio historiador de Carlos V, y los doctísimos PP. Benedictinos en su obra L'art de vérifier les dates des faits histhoriques, que convienen en que el año de 1500 fué bisiesto y que Carlos nació el día bisiesto de Santo Mathia, esto es, el 25 de febrero, pero que ese día fue lunes, afirmación que más tarde rectifican y de cuya rectificación, y sobre todo de la correlativa sucesión de los días de la semana durante la vida toda del Monarca, me sirvo yo para afirmar, sin temor de verme refutado, que Carlos V nació el martes 25 de febrero de 1500.

     Y que Carlos V nació en la madrugada del martes 25 de febrero del año de 1500, esto es, cuando ya iban andadas tres horas y media del martes 25, se corrobora con los irrecusables datos siguientes:

     1º. Por consignarse en L'art de vérifier les dates des faits histhoriques que el año de 1500 fue bisiesto; que el día de San Matías correspondió aquel año al 25 de febrero, y que Carlos V nació en Gante el 25 de febrero del año de 1500. -L.

     2º. Por consignar Fr. Prudencio de Sandoval, en su Historia de Carlos V, que «Carlos V nació en Gante a 25 de febrero, día bisiesto de Santo Mathia, apóstol, a las tres y media de la mañana». -S. Tomo I, fol. 4.

     3º. Porque al recibir Isabel la Católica la noticia del nacimiento de su nieto, exclamó: «Cecidit sors super Mathiam.» -S. Tomo I, fol. 4.

     4º. Por haberse despachado desde Gante, el martes 25 y en cuanto se conoció el sexo del recién nacido, al postillón Guilliart Michiel con cartas del Archiduque (D. Felipe) a la Princesa de Castilla (Dª. Margarita, la viuda del príncipe D. Juan), que se hallaba en Compiengne, llamándola para que viniese a ser madrina de D. Carlos, en el bautizo de éste. -Ar. N. -B. 2.169.

     5º. Por la carta del Obispo de Astorga a los Reyes Católicos (fecha en Gante a 13 de marzo), que dice: «Sabado siguiente VII deste mes fue baptizado el niño nacido. Fue llamado Charles como su abuelo.» -A. H. -A. 11, folio 249.

     En efecto: si el 7 de marzo fue sábado, no pudo menos de ser martes el día de San Matías, 25 de febrero; miércoles el 26, jueves el 27, viernes el 28, sábado el 29, domingo el lº de marzo, lunes el 2, martes el 3, miércoles el 4, jueves el 5, viernes el 6, y sábado el 7. en que fue bautizado.

     6º. Por corroborar Fr. Prudencio de Sandoval que «en 7 de Marzo se hizo el Bautizo». -S. Tomo I, fol. 5.

     7º. Por otra carta del Obispo de Astorga a los Reyes Católicos (fecha en Gante a 28 de Marzo de 1500), en que dice: «La Archiduquesa (Dª Juana de Castilla) salió a misa martes 24 deste mes.» -A. H.-A. 11, fol. 250.

     En efecto: por las mismas razones y detalles consignados en el dato 5º, tenemos:

Martes 25 febrero Viernes 6 marzo Lunes 16 marzo
Miércoles 26     " Sábado 7     " Martes 17    "
Jueves 27     " Domingo 8     " Miércoles 18    "
Viernes 28     " Lunes 9     " Jueves 19    "
Sábado 29     " Martes 10    " Viernes 20    "
Domingo 1.º marzo Miércoles 11    " Sábado 21    "
Lunes 2      " Jueves 12    " Domingo 22    "
Martes 3      " Viernes 13    " Lunes 23    "
Miércoles 4      " Sábado 14    " Y martes 24 marzo, en que la Archiduquesa salió a misa
Jueves 5      " Domingo 15    "

     Y 8º. Por la carta que en nombre del Rey (Felipe II) suscribió la Infanta en Valladolid a 29 de septiembre de 1558, participando que «a N. S. ha placido el llevar desta vida el miércoles 21 deste mes de septiembre al Emperador Rey, & & &». -Ar. Pr. G.

     En efecto: como desde el martes 25 de febrero de 1500 he seguido en esta obra -y tú, lector incrédulo, puedes comprobarlo- día por día los de la semana y su correlación en las fechas de los meses y años, teniendo en cuenta los bisiestos, y desde el martes 25 de febrero del año de 1500 he llegado al miércoles 21 de septiembre de 1558, en que ocurrió el fallecimiento, creo haber probado, y plenamente corroborado, que Carlos V nació en martes y a 25 de febrero de dicho año, porque de haber nacido en lunes o en día 24 -siendo, como fue, bisiesto el año de 1500- no habría podido, el César, venir al mundo en el «día bisiesto de Santo Mathia, apóstol», ni ser bautizado en sábado 7 de marzo, ni haber, su augusta madre, salido a misa en martes 24 del propio mes, y, sobre todo, no habría podido ser «llevado desta vida» en miércoles 21 de septiembre de 1558, sino en, martes 20, siendo así que el Monarca vivió veintiún mil trescientos noventa y tres días.

     No puedo ocultarte, pacientísimo lector, los recelos que me asaltaban cuando, en el curso de mi tarea, iba fijando el día de la semana correspondiente a cada fecha, y el temor que me embargaba al aproximarme a la del miércoles 21 de septiembre de 1558, por si mi correlación resultaba fallida. Tampoco puedo menos de significarte la emoción profunda y la indescriptible satisfacción que experimenté al llegar a la fecha fatal, sin haber discrepado ni un ápice en tan cuidadosa disquisición, que me permite, hoy, dar como indubitados no sólo el día del nacimiento del César, sino aquellos otros en que tuvieron lugar los principales acontecimientos de su vida.

     Como la simple anotación de fechas y de datos no daría al libro cierto carácter de amenidad, tan conveniente y, si me permites que te confiese mis pesimismos, tan necesario para que no se caiga de las manos de aquellos que no se limiten a hacer de él, tan sólo, una obra de consulta, me ha parecido que, dado su carácter de Cronología histórico-geográfica, podría llevar algunas ilustraciones que corroboraran su triple aspecto, y si éstas eran de documentos coetáneos del César, tales como cartas, planos, vistas de ciudades, retratos, medallas, autógrafos, sellos, etc., se habría logrado el fin propuesto y contribuido, tal vez, al mayor relieve de la vida del hombre, ya que, como dijo Cánovas del Castillo, la Historia del Emperador estaba ya hecha.

     Para lograr estos intentos he creído útil presentar a tu vista el conjunto de los territorios recorridos por el Monarca en Europa y África, tomándolos del famoso mapamundi que Gerardo Mercator trazó, tal vez, en vida de D. Carlos, puesto que fue publicado en 1569.

     Del mapa de Ortelius (también coetáneo del César) se ha tomado la parte NW. de Italia y trazado en él la ruta que siguieron las huestes imperiales en 1536, en el famoso «Paso de los Alpes», hecho que, como sabes muy bien, desde los tiempos de Aníbal no había tenido, hasta entonces, reproducción en la Historia.

     Una vista de Túnez, en 1535, debida al pintor imperial Joanne Maio (el famoso Barbalunga); otra vista de Argel, grabada en 1541; -fechas ambas en que tuvieron lugar las dos famosas jornadas- la de la batalla de Mülberg, que en 1550, esto es, a los tres años del «hecho de armas», vio la luz pública en Amberes, ilustrando el «Comentario del Ilustre Señor D. Luis de Avila y Zúñiga», y, por último, varios planos y vistas de ciudades, tornados de la obra Civitatis orbis terrarum, por Georgius Bravn y Franciscus Hogenbergius (1548), y otras tres vistas más, de localidades interesantes, que, como la de Madrid y la del Monasterio de Yuste, no se hallan en esta obra, si bien los grabados originales son de relativa antigüedad, completan esta parte de las ilustraciones.

     En punto a iconografía no he sido menos afortunado, pues además del verdadero retrato de Isabel la Católica, reproducción del que, propiedad de S. M. el Rey, se conserva en el Real Palacio; de los de Dª Juana y D. Felipe I, tomados del famoso tríptico existente en Bruselas y del de Felipe II (tal vez el que, en estos últimos tiempos, ha ido a parar a los Estados Unidos), publico el de Carlos V en sus años juveniles, que, merced a la amistad con que me distingue el Excmo. Sr. Duque de Bailén, presidente de la Asociación general de Ganaderos del Reino, puedo hoy ofrecerte, envaneciéndome de haber dado a luz por vez primera, en 1914, esto es, a los cuatrocientos años de pintado, un retrato del héroe de mis disquisiciones, cuya firma en su testamento, otorgado en Bruselas el 6 de junio de 1554, y como, asimismo, uno de los sellos, en cera, usado en sus últimas pragmáticas, también van reproducidos.

     He dejado especialmente para lo último el mencionarte el buen número de medallas, ya referentes al César en alguno de los momentos culminantes de su vida, ya a personajes coetáneos suyos, con que el Excmo. Sr. D. Pablo Bosch y Barráu, insigne y peritísimo coleccionador de estos y otros tesoros de arte, ha favorecido mi obra; siendo tanto más de agradecer su generoso auxilio, cuanto que, proponiéndose publicar, en obra monumental, todas las medallas por él adquiridas, no ha vacilado, antes bien ha puesto formal y decidido empeño de que, doce de éstas, ilustren mi modesto trabajo, desflorando, por decirlo así, en parte, el frondoso y rico vergel que, a costa de gran estudio, científica dirección, persistente laboriosidad y cuantiosos dispendios, ha sabido cultivar.

     Aunque de autores desconocidos, pero de rica labor, son las medallas de D. Pedro de Toledo y de Fernando el Católico, ofreciendo esta última la particularidad de ser el único retrato que de Fernando V de Aragón, se conoce. La Junta de Iconografía nacional no ha logrado encontrar retrato alguno del Rey Católico.

     De Peter Flötner es la medalla que ostenta los bultos de D. Carlos y de su hermano D. Fernando; de Bonzagna, llamado Federico Parmense, es la de Octavio Farnesio; de Leone Leoni son la del Obispo de Arrás, la de la reina María y las de D. Carlos y Dª. Isabel, cuando tuvo lugar su casamiento; de Hans Reinart la de Carlos V cuando tenía treinta y siete años, la del landgrave Juan Federico cuando dejó de ser prisionero del Emperador, y el escudo de armas que decora la portada de este libro, y, por último, de Giovanni Bernardi da Castelbolognese, la que conmemora la coronación del insigne Emperador-Rey.

     Y para terminar la parte iconográfica, va reproducido el dibujo del notable artista Martín Rico, representando la momia del Emperador, tal y como se hallaba en 1872, en que tuvo lugar una de las exhibiciones de que la curiosidad hizo pasto a los regios vestigios.

     He creído que no estaría de más, para aquellos que no quieran o no puedan dedicarse a la total lectura de la obra, y que, sin embargo, les agrade conocer detalles o incidentes de la vida del hombre, hacer una especie de extracto o resumen compendiado, de la misma. A este fin, y a continuación de las Estancias y viajes, y bajo el epígrafe de Efemérides, he anotado por años y fechas, los acontecimientos más salientes con el Monarca relacionados, y como la costumbre de facilitar la consulta de los trabajos históricos y geográficos con una relación de nombres de personas y otra de localidades, mencionados unos y otras en el cuerpo del escrito, me parece en extremo acertada, yo la sigo también; y así, al final del libro van los correspondientes índices alfabéticos de personas y localidades, revelando estas lo mucho que de geográfico ha tenido mi estudio, ya que lo de histórico y cronológico con la relación de documentos y sucesión de fechas, queda claramente determinado.

     Este es, lector querido -que bien creo poder ya otorgarte este título, puesto que te has dignado favorecerme con tu grata compañía hasta este punto-, el fruto de mi labor perseverante que te ofrezco, deseando que con ella puedas lograr los resultados que mi inolvidable amigo el Excmo. Sr. D. Juan Facundo Riaño, Director de la Real Academia de San Fernando y académico de la de la Historia (q. e. p. d.), obtuvo con mi folleto de 1895, del cual siempre me decía: «No he acudido una sola vez a sus Estancias para comprobar fechas de documentos, firmados por Carlos V, que éstas no hayan resultado conformes; y cuando así no ha sucedido, he comprobado que el documento adolecía de error de fecha y a veces de falta de autenticidad.»

     Explicado cuanto creí oportuno hacerte saber acerca del génesis, gestación, índole y desarrollo del trabajo que por espacio de tantos años me ha ocupado y preocupado, pongo fin y término a estas manifestaciones, expresándote mis votos de que el cielo te colme de tantas felicidades como yo para mí deseo, y mi ruego de que si en el transcurso de la obra -como humana que es- adviertes algún error de pluma o de concepto, no vaciles en significármelo, pues, como dije en mi opúsculo de 1895, te ofrezco estudiarlo y depurarlo hasta el punto de que, si la razón está de tu parte, haré pública, con tu nombre, la corrección verificada; pues no me ha guiado en este trabajo otro móvil que el de consignar la verdad, dígala quien la diga, hállese donde se halle; que siempre la verdad fue hermosa y lo es hoy tanto más, para mí, cuanto que cede en honor y gloria de mi Patria, una de cuyas figuras, quizá la más saliente de su historia, es la del rey D. Carlos I de España y V Emperador de Alemania. -Vale.

Signaturas empleadas en el texto de las Estancias y viajes del emperador Carlos V

A. H. Real Academia de la Historia.
A. H. C. Real Academia de la Historia. -Índice general de papeles del Consejo de Indias.
A. H. L. Real Academia de la Historia. -Colección Linares.
A. H. M. Real Academia de la Historia. -Colección Muñoz.
A. H. O. Real Academia de la Historia. -Ordenamientos y Cortes de Carlos V.
A. H. S. Real Academia de la Historia. -Colección Salazar.
A. H. V. Real Academia de la Historia. -Colección Vargas Ponce.
An. Anónimo. «Voyages de 1'Empereur Charles Quint.» -Biblioteca Nacional de Madrid,manuscripto 1.758. G. 45.
An. B. Anónimo. «Brief recueil de pluysieurs et belles chosses et autres faicts par la Majesté Imperiale en poursuyvent son voyage d'Argeil, environ l´an 1540, etc., etc., etc.,» -Bibliotheque de Tournay, num. 138.
An. S. Anónimo. «Second voyage (de Philippe le Beau) de Flandre en Espagne en 1505 et 1506.»Bibliotheque National de France. P. Dupuy, 1513.
Ar. Archivo Histórico Nacional de Madrid.
Ar. A. Archivo del Castillo de Arlay.
Ar. C. A. Archivo de la Corona de Aragón.
Ar. C. E. Archivo de la Cancillería de Estado alemán.
Ar. C. H. Archivo comunal de Haguenau.
Ar. Cl. A. Archivo catedral de Ávila.
Ar. Cl. L. Archivo catedral de Lérida.
Ar. D. Archivo de Doubs.
Ar. D. B. Archivo de la Diputación provincial de Burgos.
Ar. G. Archivo general central de Alcalá de Henares.
Ar. G. I. Archivo general de Indias.
Ar. G. R. Archivos generales del Reino, Bruselas.
Ar. H. A. Archivo de Hacienda de Avila.
Ar. I. Archivo Imperial de Viena.
Ar. M. A. Archivo municipal de Ávila.
Ar. M. B. Archivo municipal de Burgos
Ar. M. L. Archivo municipal de Lérida, Libro ceremonial antiguo.
Ar. M. M. Archivo municipal de Madrid.
Ar. M. P. Archivo municipal de París.
Ar. M. T. Archivo municipal de Toledo.
Ar. M. Tr. Archivo municipal de Trujillo.
Ar. M. Z. Archivo municipal de Zamora.
Ar. M. Zr. Archivo municipal de Zaragoza.
Ar. Mo. Archivo del Monasterio de Montserrat.
Ar. N. Archivos del Norte de Francia. -«Chambre des Comptes de Lille.»
Ar. P. A. Archivo de protocolos de Ávila.
Ar. P. M. Archivo del Palacio de Mónaco.
Ar. Pr. A. Archivo particular del Excmo. Sr. Marqués de Aguilafuente.
Ar. Pr. E. Archivo particular del Excmo. Sr. General D. Luis de Ezpeleta.
Ar. Pr. G. Archivo particular de D. Antonio Gisbert
Ar. Pr. I. Archivo particular de D. Juan García Inés.
Ar. Pr. M. Archivo particular del Excmo. Sr. Duque de Maqueda.
Ar. Pr. S. Archivo particular que fue de D. José Sancho Rayón.
Ar. Pr. Se. Archivo particular del Excmo. Sr. Marqués de Santa Cruz.
Ar. S. Archivo de Simancas.
Ar. S. A. Archivo de la Secretaría de Estado alemán.
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B. A. Biblioteca de la Real Academia de la Historia.
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Z. Zurita (Jerónimo): «Anales de Aragón.» -Zaragoza, 1610.

     Nota bene. Nomenclatura geográfica. -En el número 1º del Boletín de la Real Sociedad Geográfica de Madrid, correspondiente a julio de 1876, y en su página 88, se inserta el informe en que la Sección de Publicaciones de la Real Sociedad -tomando como base lo preestablecido por la Real Academia Española en lo referente a la escritura y pronunciación, en nuestra lengua, de nombres procedentes de otros idiomas- determina las reglas que han de observarse respecto de los nombres geográficos.

     Como la Real Sociedad Geográfica hizo suyo lo acordado por su Sección de Publicaciones, es natural que los que a ella pertenecemos, sigamos lo tan sabiamente preceptuado por la misma, y en su consecuencia, los nombres geográficos contenidos en la presente obra van consignados, en la parte del texto redactada por el infrascripto, siguiendo las reglas señaladas por la Real Sociedad, que, en síntesis, son las siguientes.

     1ª. Todos los nombres geográficos que tienen traducción admitida en nuestro idioma, van escritos en la Lengua española.

     2ª. Todos los nombres geográficos que no tienen traducción admitida en la Lengua española, van escritos con la ortografía y en el idioma correspondiente al país en que radican.

     Conviene recordar lo dicho en el Proemio respecto de los nombres contenidos en la parte en que se copia literalmente lo que los respectivos autores consignaron en el texto transcripto. En esta parte, los nombres de localidades y personas van escritos con todas las irregularidades de ortografía y de dicción con que los respectivos autores los consignaron. -Manuel de Foronda.

1.       La última obra que acerca de Carlos v se ha publicado de que yo tengo conocimiento, es la titulada Annals of the Emperor Charles V by Francisco López de Gómara: Spanish text and english translation, edited with an introduction and notes by Roger Bigelow Merriman, Assistant Professor of History in Harvard University (Oxford, 1912). En el Informe dado a la Real Academia de la Historia por su numerario el Sr. Laiglesia (B. A. H.- Abril, 1913, pág. 323) dice, que el Mss. de Gómara, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid -Mss. G. 53- aunque inédito, «se halla publicado esencialmente en la Historia de Sandoval»; y que aunque, Mr. Merriman señala los errores de fechas y de hechos en que Gómara incurrió en diversos casos, con daño de los sucesos narrados; «en cambio Mr. Merriman hace juicios y consideraciones sobre la Historia de España en la primera mitad del siglo XVI que reproducen cargos y censuras añejos (de origen francés), que no responden al sentido verdaderamente moderno de los estudios hechos»... «Respecto al valor real de los Anales de Gómara, el Sr. Laiglesia añade, nada menos se puede decir, porque la utilidad de estos estudios se aminora cada día por el progreso notorio de los trabajos históricos». Como se ve estos son nuevos argumentos sobre el sentir de Cánovas del Castillo, con quien me encuentro en perfecta identidad de juicio, de que la Historia de Carlos V no esta hecha de una manera definitiva, y que hay que hacerla con alta mente, sólida imparcialidad, vasta erudición y arrollando todos los prejuicios hostiles del interés político y antirreligioso de las escuelas sectarias, y de las rivalidades históricas de razas y de fronteras, a que no ha podido sustraerse ninguno de los extranjeros que han escrito en los últimos tiempos sobre el Emperador.

2.       Esta obra debió constar de cinco tomos; pero el último no se publicó a causa de la muerte del autor.

3.       Con grande aparato se ha anunciado al mundo recientemente, traducida y en parte añadida y reformada en España, la Historia universal de la edad moderna, elaborada por una multitud de hombres científicos de todo el mundo, bajo los auspicios de la Universidad de Cambrigde. La lista de los nombres de los colaboradores (de España: Altamira, Ibarra Rodríguez, Ballesteros Beretta, y no sabemos por qué no Unamuno y Salcedo Ruiz) contiene más de cien historiógrafos, unos justificados para toda labor histórico-científica y otros no; y como la empresa industrial que ha tomado sobre sí este trabajo, para recomendarla más, se ha apresurado a publicar los Índices por capítulos de los veinticinco volúmenes de que ha de constar la obra, fácil es advertir en ellos que, ni en los dos del Renacimiento, ni en los dos de la Reforma, ni en los dos de las Guerras de religión, el nombre de Carlos V encabeza ningún epígrafe, incluyéndole sólo en segundo término entre las rivalidades de Habsburgos y Valois. No se hace lo mismo con Enrique VIII a Isabel de Inglaterra, con Enrique IV y Luis XIV de Francia, y más adelante, en los tomos XV y XVI, con Napoleón.

     Esto justifica mas y mas la necesidad que Cánovas del Castillo sentía de que una gran pluma erudita y crítica escriba al cabo la Historia definitiva del Rey-Emperador. Pero ¿cuándo España, que es la llamada a esta obra, poseerá a ese suspirado escritor?

4.       Add.- Todavía, en el momento en que corrijo esta nota, llega a mis manos un nuevo libro sobre Carlos V; su autor es el P. L. Serrano, monje de Silos, pensionado en la Escuela Española de Roma por la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas. La obra se titula Primeras negociaciones de Carlos V, rey de España, con la Santa Sede, 1516-1518. Además de varios documentos del Archivo Vaticano citados en el texto, lleva un Apéndice de otros treinta íntegros de la misma procedencia, fechados: el primero en Roma en 29 de Julio de 1515 y el último en Brujas el 14 de Agosto de 1521. El autor narra las gestiones que el Papa León X y el Rey de Francia, Francisco I, hicieron de común acuerdo, al heredar Carlos V la Corona de España, por expulsar a los españoles de Nápoles, Sicilia y Cerdeña y de todo otro dominio de Italia, y en su primera nota el P. Serrano dice: «Este interesante tema de nuestra historia nacional no se ha estudiado aún con la debida detención por ninguno de los muchos historiadores extranjeros o españoles que se han ocupado de Carlos V y su tiempo... Al dedicarle estas paginas no se pretende otra cosa sino esclarecer y puntualizar diferentes episodios del mismo con ayuda de documentos inéditos». Mas, como se ve, esta obra y estas frases corroboran la tesis de Cánovas del Castillo, con quien me identifico en este asunto. ¡Cómo se ha de escribir ni por propios ni por extraños esa Historia definitiva que falta, si todavía la investigación documentaria no está sino incipiente! La Historia se hará, y esto acrece la importancia de este libro consultivo de las Estancias y viajes del gran Emperador.



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