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Antigua. Historia y Arqueología de las civilizaciones

Grecia clásica

Introducción histórica a Grecia clásica

Jaime Molina Vidal
(Universidad de Alicante)

Partenón en la Acrópolis de Atenas.

La evolución política de Atenas y del resto de ciudades-estado griegas se vio interrumpida a principios del siglo V a. C. ante el empuje expansionista del Imperio Persa. Los ejércitos helénicos hicieron frente a los persas en la 1.ª Guerra Médica (victoria ateniense en Maratón 490 a. C.) y la definitiva 2.ª Guerra Médica (480-479 a. C., derrota griega en las Termópilas y victorias en Salamina y Micala), que ralentizó el conflicto hasta la definitiva paz de Calías (449/8 a. C.). Sin embargo, este conflicto produjo enormes transformaciones en el conjunto de las poblaciones y Estados griegos: generó una nueva conciencia nacional panhelénica; favoreció un inusitado renacimiento cultural y económico del mundo jonio; revitalizó el helenismo en Occidente; potenció los cultos griegos frente a los orientales, especialmente aquéllos relacionados con Atenas, principal potencia vencedora de la guerra; aceleró el crecimiento económico-comercial de Atenas ligado a su expansión marítima y, por encima de todo, puso las bases de la formación de bloques griegos opuestos en torno a Atenas (Liga Ático-Délica, vinculada a sistemas democráticos) y Esparta (Liga del Peloponeso, defensora de sistemas aristocráticos). Durante la Pentecontecia (periodo comprendido entre el final de la 2.ª Guerra Médica, 479 a. C., y el inicio de las Guerras del Peloponeso, 431 a. C.) asistimos al desarrollo de estas ligas y su creciente antagonismo, que culminará en el enfrentamiento panhelénico del último tercio del siglo V a.C.

Durante la Pentecontecia Atenas culminó el proceso de construcción de la democracia. Efialtes encarnó la radicalización de la democracia (462-461 a. C.) que potenció las funciones de la Boule; fortaleció los órganos colectivos; aumentó el poder de los demos; agudizó las tendencias imperialistas, y permitió el acceso de los zeugitai (las clases medias) al arcontado (las magistraturas). Finalmente, con Pericles (459-429 a. C.) podemos afirmar que se alcanzó la democracia: potenció el papel de la asamblea; remuneró los cargos públicos, permitiendo el acceso de las clases medias al poder ejecutivo; creó un Estado protector basado en políticas de beneficencia, sólo para los ciudadanos atenienses, e importantes inversiones públicas, especialmente en reformas urbanísticas, que permitió mantener elevados niveles de ocupación y de crecimiento económico; la financiación la obtenía de la intensa política imperialista llevada a cabo a través de la Liga Ático-Délica y el aumento de los impuestos comerciales, y todo ello apoyado en una agresiva política de exaltación patriótica basada en la ciudadanía restringida. No hemos de olvidar, en cualquier caso, que esta democracia quedaba circunscrita al ámbito masculino (las mujeres no votaban) y estrictamente ciudadano (tampoco votaba la multitud de extranjeros y esclavos que vivían en Atenas). A pesar de sus aspiraciones, Atenas no pudo culminar su política imperialista ya que no planteó formas de integración económica, social o política de los Estados vinculados a la Liga Ático-Délica, que de ninguna manera podían acceder a los beneficios que proporcionaba la ciudadanía ateniense.

Esparta encarnaba la ideología y el sistema aristocráticos opuestos a la democracia ateniense. El Estado espartano estaba integrado por Esparta y Laconia, junto a los territorios conquistados de Mesenia. Los espartanos monopolizaban el poder político, ignorando a los periecos, que forman comunidades no agrícolas autónomas, y sometiendo a los ilotas, la principal parte de la población de origen mayoritariamente mesenio, a una relación de servidumbre y control. La minoritaria comunidad espartana desarrolló una sociedad cerrada, comunitaria y organizada para mantener el control absoluto de los resortes del Estado, obsesionada por controlar el principal factor de inestabilidad estatal: la desigualdad de las poblaciones mesenias (los ilotas). El Estado espartano presentaba una peculiar organización política de carácter aristocrático, fundada por el legendario legislador Licurgo y basada en una ley fundamental (La Retra), dirigida por una diarquía (dos reyes) y apoyada en el consejo legislativo (Gerousia) y la asamblea (Apela). Después de las Guerras Médicas, Esparta acaparó la influencia estratégica de la Liga del Peloponeso, potencia antagonista del bloque ático-délico, aunque diversos conflictos sociopolíticos internos (Guerras Mesenias, irrupción de los éforos) dificultaron su crecimiento militar. Finalmente, como indica Tucídides, el crecimiento de los bloque antagónicos (Liga Ático-Délica y Liga del Peloponeso) derivó en las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.), el enfrentamiento panhelénico que transformó las bases sociales y políticas de los Estados griegos.

El final de las Guerras del Peloponeso trajo un predominio de sistemas políticos y filosofías aristocráticas (Platón, Aristóteles), y supuso el declive de la principal estructura estatal griega: la polis. Durante el siglo IV a. C. asistimos a una profunda recesión económica (tierras arruinadas, redes comerciales en crisis, aumento de la piratería, descenso de los excedentes, y los niveles de autoconsumo); se radicalizan las diferencias sociales; se generalizan formas de trabajo dependientes como la esclavitud; aumentan los movimientos migratorios de poblaciones empobrecidas, y ante la crisis de la polis se desarrollan los ejércitos de mercenarios, rompiendo la célula básica de las sociedades políticas: campesino (oikos) -ciudadano-soldado. En este contexto se desarrollan nuevos sistemas sociopolíticos aristocráticos, como las tiranías menores, y en Grecia se sucederán diversas fases de hegemonía político militar (espartana, beocia, tebana) que abonarán el terreno para la irrupción de una nueva potencia hegemónica: Macedonia.

El reino de Macedonia, bárbaro para los griegos, se había mantenido al margen del desarrollo histórico helénico hasta la llegada del monarca Filipo II, que emprenderá un proceso de unificación interna y expansión (Tracia, Iliria, Grecia) que culminó con la firma del Tratado de Corinto (338 a. C.), por el que Macedonia pasaba a controlar la Federación Panhelénica, gobernada por el consejo del Sinedrión, supuestamente formada para luchar contra los persas. Tras su muerte, su hijo, el joven Alejandro de Macedonia (Magno), cuyo pedagogo fue Aristóteles, se hace con el poder (336 a. C.), se proclama protector del Oráculo de Delfos, controla la Federación Panhelénica y forma un gran ejército con el propósito de derrotar al Imperio Persa de Darío III y crear un «Imperio Universal». Las victorias militares, la desunión de los persas y la deserción de las satrapías (provincias de Persia) y la política sincretista e integradora de Alejandro le permitieron formar un inmenso imperio oriental que llegó hasta la India. Cuando se disponía a continuar sus conquistas hacia Occidente, muere (223 a. C.) y el imperio se divide entre sus generales y sus descendientes, abriendo el período helenístico.

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