Se ubica en la confluencia de la calle
Claudio Marcelo con la de Capitulares siendo su límite posterior
la calle María Cristina. La titularidad de los terrenos donde se
asienta el yacimiento corresponde al Excmo. Ayuntamiento de Córdoba
y sobre él se levantaban las antiguas casas consistoriales.
Conocido tradicionalmente como Templo Romano, esta zona
de Córdoba pudo constituirse entre los siglos I y II d. C. como
el foro provincial de la Colonia Patricia, título que recibió
la ciudad durante la dominación romana. Así parece indicarlo
tanto la fisonomía y los paralelos del edificio mejor conocido,
el gran templo hexástilo, como la ubicación al Este del
mismo y en su eje, del circo oriental. Ambas construcciones se dispusieron
a distinta altura, aprovechando el declive natural del terreno en este
punto situado parcialmente fuera de la muralla. Para ello se edificó
una gran terraza sobre la que se elevó el templo, conteniéndose
el impresionante volumen de tierra mediante un sistema de contrafuertes
en cremallera o abanico conocidos como las antérides. La diferencia
de altura entre templo y circo propició el planteamiento de la
hipótesis actualmente en vigor que postula la existencia de una
terraza intermedia que habría servido de conexión urbanística
entre ambas construcciones.
Con anterioridad al templo se conoce la existencia en
este lugar de una fase de ocupación de la zona desde la fundación
de la ciudad (mediados del siglo II a. C.) hasta la primera mitad del
siglo I d. C., siendo en este momento arrasados para permitir la edificación
del conjunto monumental. La construcción del templo se inicia con
el arrasamiento de todas las estructuras de las fases anteriores. Era
un proyecto que contemplaba la edificación de la plaza y el templo
que la preside, así como la modificación de la trama urbana
de su entorno y las lógicas obras de infraestructura, entre ellas
la construcción de un acueducto el Aqua Nova Domitiana Augusta
que surtiría de agua a este gran complejo edilicio.
El conjunto comenzó a construirse en época
del emperador Claudio (41-54 d. C.) aunque no se culminaría hasta
el reinado de Domiciano (81-96 d. C.), momento en el que se le dota de
agua. Sufrió algunas modificaciones en el siglo II d. C., reformas
que parecen coincidir con el cambio de ubicación del foro colonial
que se traslada al entorno del actual convento de Santa Ana. Los materiales
empleados en su construcción fueron variados. Sobre una base de
opus caemencium se dispusieron innumerables sillares de calcarenita local,
los elementos más sobresalientes como columnas y capiteles se labraron
en mármol blanco, mientras que la plaza superior se pavimentó
con caliza nodulosa de color violeta, también de procedencia local.
Es precisamente la terraza superior la mejor conocida y la que podemos
visitar, mientras que disponemos de una menor información sobre
la configuración de las otras dos plataformas o terrazas debido
en buena mediada a que en la actualidad se encuentran bajo edificaciones
modernas y contemporáneas. La escasa epigrafía recuperada
hasta el momento en sus inmediaciones contrasta con las variadas piezas
escultóricas documentadas por el momento, muy incompletas pero
que aportan datos importantes sobre la ornamentación que debió
decorar el conjunto. El soberbio templo, del que hoy pueden verse, reconstruidas,
las columnas del pórtico contó con seis de estas piezas
en su frente y diez en los laterales, siendo por sus dimensiones uno de
los más grandes de la ciudad. Sabemos que existieron otros de mayores
proporciones por hallazgos de capiteles que nos informan del gigantismo
de algunos templos de Córdoba, que fueron numerosos a tenor de
los hallazgos epigráficos, pero cuya ubicación resulta hoy
por hoy prácticamente desconocida.
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