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Muy alto y muy poderoso y bienaventurado Príncipe.
Para que lo que en este itinerario se ha de decir llevase la orden que conviene, fuera necesario
comenzar más del principio y referir las causas y justos motivos que la majestad del Emperador,
nuestro señor, tuvo para encomendar esta jornada tan honorífica y tan importante a estos reinos al
obispo de Cartagena, maestro y confesor de vuestra Alteza, y he determinado de no embarcarme en
ello, lo uno por serle manifiestas y notorias y también porque habían de caer en otras manos más
desenvueltas que las mías porque sin duda son dignas de historia y de quien se haga muy particular
memoria y demás de esto, como mi intento sea cumplir como pudiere con el mandato de vuestra
Alteza que solamente se extendió a lo que en este camino pasase, pareciome que excedía los límites
del este tiempo, pues que corrió después que el despacho de su majestad llegó a Madrid hasta que
el obispo salió de aquí; todo se gastó en aderezar lo que para este negocio convenía, el cual estuvo
bien cerca de dilatarse por el gran disgusto que en estos reinos causo la venida de los turcos en
Francia y las grandes muestras de guerra que en esta
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sazón de su parte había, concluyose finalmente
así porque estas cosas iban más a la larga de lo que esta negociación sufría, como por la mucha
priesa que de Portugal daban de terminado pues que esto se efectuase y avisado el duque de Medina
Sidonia que fue el segundo a quien el trabajo de esta jornada se encargó.
Miércoles que se contaron XXVI de Septiembre de mill y quinientos y quarenta y tres años, salió
el obispo de Valladolid a las dos horas después de mediodía con la orden y aparato siguiente: fueron
delante de él a buen trecho ochenta acémillas con otros tantos reposteros de sus armas y las ocho en
que iban tres camas y capilla llevaban reposteros de grano fino y los escudos y letreros y capelos y
cordones y todo lo demás tocante a las armas y debisa y orlas de sedas muy finas de colores y
recamadas de oro. Salieron demás de éstas, otras muchas acémilas así de las que llevaban botillería
y cocina y otras cosas necesarias, como de los que acompañaron al obispo en este camino todas con
reposteros que no fue pequeño número y llevaban estas ocho acémilas que digo ocho escuderos de
pie con una librea de terciopelo morado con sus chapeos y plumas del mismo color cada uno con su
partesana, tras de estos iba un trompeta
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con la misma librea para juntar y encaminar la gente y
despertarla a las mañanas y de esto sirvió a ida y venida todo el camino. Siguieron luego tras de éste
toda la familia del obispo diferentes ropas y atavíos según la diversidad de sus profesiones y oficios
porque a todos hizo muy largas y cumplidas ayudas de costa, tras de estos salieron todos los más
principales que en la corte a la sazón se hallaron, así de los servidores y amigos del obispo como de
todos los demás que sabían que en ello servían al príncipe, nuestro señor, y así fue muy grande la
multitud de gente de todos estados que le acompañaron en esta salida, último de todos salió el obispo
en medio de Badajoz; y luego con una ropa rozagante de chamelote de seda negra aforrada de pelfa
del mismo color, con un chapeo de seda negro muy grande a la forma italiana; llevaba delante de si
doce lacayos muy dispuestos con cueras de terciopelo negro y calzas de refino acuchilladas con sus
tafetanes y chapeos de velludo, con sus capas de contray negras con su guarnición de terciopelo
negro; tras de él iba su caballerizo vestido de terciopelo morado golpeado tomado con sus cavos de
oro con calzas y jubón amarillo con un manteo de grana y un chapeo de seda
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del mismo color con
un cordón grueso de oro, éste guiaba veinticuatro pajes en sus caballos muy buenos vestidos de
terciopelo negro con mantas de grana fina guarnecidos de carmesí con chapeos de la misma seda y
color fueron todos estos que tengo dicho en esta misma orden hasta palacio porque así lo había
enviado a mandar su Alteza donde el obispo se apeo a le besar las manos y se despedir de él y
tornando a cabalgar dio la vuelta por San Quirce y siguiendo la calle sobre mano izquierda pasado
el lago Quezo guió a la puerta del campo. Fue esta partida bien solemnizada y acompañada de toda
la nobleza cortesana y muy mirada y regocijada de toda la otra multitud promiscua. Esa noche llegó
a Baldastillas bien tarde donde esperó algunos caballeros de los que le habían de seguir en esta
jornada hasta el fin; los nombres de los cuales son los siguientes:
Don Alonso Enríquez, abad de Valladolid traía cuatro acémilas de repuesto con sus reposteros,
un capellán, un mayordomo, un enano, con veinte criados, la librea era negra, la guarnición de seda
del mismo color.
Don Diego de Córdoba, hijo del obispo de Plasencia, con tres acémilas de repuesto, dos
capellanes y hasta diez criados con librea
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de contray y guarnición de terciopelo negro.
Don Rodrigo Manrique, hijo del cardenal don Alonso Manrique, llevó el repuesto y la librea tan
encubierta y divisa de todos los otros que no hay hombre que pueda dar testimonio de ello. Fue harta
ocasión para tratar en particular de su recámara, un sayo de terciopelo negro algo traído con que
salió, el cual tenía en los pechos una señal del hábito de Santiago de donde días había que le habían
dado, ya que hubo algunos que dijeron que se lo habían prestado para este camino y que le quitó la
cruz porque él no es de la orden. Otros sospecharon que el tenía este sayo con esta cruz para ir de
camino y que se había aprovechado de él en Sevilla pero lo que por más cierto se tiene es que el
estaba esperando que viniese la merced que su majestad le había hecho de un hábito y porque no le
tomase desapercebido tenía puesta la cruz y esto parece lo más verosimil porque él pidió licencia al
conde de Osorno para que le dejase traer el hábito en este camino pues era cosa de creer que su
majestad hubiese ya firmado la merced sobre dicha allá en Flandes, todo lo demás que toca a este
caballero otros cronistas han hecho
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más larga memoria, a ellos me remito, pues mi propósito no fue
decir más de lo que en mi presencia pasó o lo que por relación fidedigna se pudo saber.
Don Francisco de Aguayo, paje de su Alteza, salió en cuerpo con un sayo de carmesí bordado de
torsales de la misma seda con muchos lazos, sembrado todo de flores de oro, con la guarnición del
caballo de lo mismo: llevaba un collar de oro con un chapeo de seda colorada, con un cordón grueso
de oro, traía cuatro lacayos con casacas de terciopelo negro con fajas anchas de terciopelo azul y
unas caperuzas de la misma seda y color con torsales y borlas de oro y tres pajes de la misma librea
en sus caballos y tres acémilas de repuesto.
Rodrigo Zapata, caballero de la orden de Santiago, vecino de Madrid, traía dos acémilas de
repuesto con hasta seis criados de librea de contray con guarnición de terciopelo negro.
Don Lope Zapata, su hijo, paje de su Alteza, sirvióse de todo el aparato de su padre, llevó una
capa de grana con unas franjas de oro y azul alrededor sirvióse de ella; ahí doy vuelta [?]
Gaspar Osorio, caballero de la orden de Santiago, vecino de Valladolid, cuñado de don Alonso
Enríquez, abad de la dicha villa, tres acémilas de repuesto; traía muchas martas
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y collares de oro, no dio librea, llevaba tres criados.
Sotomayor, alguacil mayor de la Chancillería de Valladolid, cuatro acémilas de repuesto y hasta
seis criados con una librea de contray con la guarnición de terciopelo negro y las mangas izquierdas
a bandas de paño y seda.
El capitán Gonzalo de Olmos, dos acémilas de repuesto, dos pajes en sendos caballos con una
librea negra y su persona muy galán con muchas piedras y mucho oro que trajo de las Indias.
El doctor Sepúlveda, cronista de su majestad, dos acémilas de repuesto y cuatro lacayos con librea
azul y dos pajes de librea negra en dos mulas y otro capellán en otra.
El doctor Pesquera, hermano del embajador de Portugal, iba ahorrado con dos mozos vestidos
de negro sin guarnición ninguna.
Comendador Ortiz de la cámara de su Alteza llevaba una acémila de repuesto, dos mozos con su
librea negra y un paje en un caballo con la misma.
El licenciado San Martín, canónigo de Segovia, una acémila de repuesto con cuatro lacayos de
librea negra y un paje y un escudero de lo mismo.
Cepeda el viejo, canónigo de Plasencia,
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dos acémilas de repuesto y cuatro lacayos y un paje con
una librea negra y la guarnición de terciopelo negro.
Cepeda el mozo, canónigo de Coria, atúvose a su tío en el repuesto y llevaba dos mozos pulidos,
con librea negra sin guarnicion.
Juan de Reza, músico y capellán de su Alteza, fue muy honesto clérigo sin aparato ni librea más
de la que usa en corte.
Antonio Cabezón, organista, le siguió en esto y en el cantar y no en la gana de hacello porque ésta
pocas veces la tuvo buena en todo el camino.
El alcalde Castillo, a quien se encomendó la justicia de esta jornada fue con dos acémilas de
repuesto y con dos pajes y un escudero la librea negra sin guarnición llevó ropas ricas y honestas y
cuatro alguaciles bien aderezados con buenos caballos y atavíos y libreas.
El maestro Baigas, con el repuesto y librea que el príncipe, nuestro señor, mandó refirióse al
mayordomo Aguilar de la Cueba y a sus recamados.
Alonso Maldonado, corregidor de Carrión, dos acémilas de repuesto y dos caballos muy hermosos
con una librea amarilla con hasta cinco criados, sirvió al obispo en este camino de mayordomo.
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Toda la otra familia del obispo que fue harto copiosa con muchos oficiales y todos muy bien
ataviados especialmente Aguilar de la Cueva, capellán y mayordomo suyo, fue muy diferenciado de
todos los otros, llevaba una ropa de terciopelo extranjera aforrada de raso para el camino y otra de
tornasol con un recamo de oro, de ésta quiso usar el día de la boda de sus Altezas y por cierto
impedimento lo dejó. Dio tres libreas de las cuales porque otros han hecho muy larga mención no
digo más.
A todos estos que arriba he referido y otros muchos que por el camino se juntaron con el obispo,
desde que salieron de Valladolid hasta que volvieron, el obispo dio ración muy cumplida y subió la
cosa a tanto que pasaban de setecientas raciones las que cada día se daban a mozos y pajes y
cabalgaduras porque los señores siempre comieron en la mesa del obispo la cual fue tan magnífica
y espéndida que no hubo que desear así de las cosas necesarias como de las extraordinarias que ni
hizo falta la mar ni se hechó menos Valladolid ni Valencia ni Toro ni San Martín ni todos los demás
lugares a quien el vino hace ilustres y señalados.
Otro día siguiente, llegó a Medina del Campo a mediodía salióle a recibir el corregidor y
regimiento, comieron con él muchos
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caballeros. Visitó aquella tarde al dotor Beltrán en cuya casa
posó porque estaba retraído en un monasterio y a Hernando Pizarro, salió de aquí con él para esta
jornada el licenciado Pereira, médico, y siguiole hasta Badajoz. Viernes siguiente, después de comer,
partió de allí para Cantalapiedra y yendo ya cerca del lugar, en un arroyo pequeño que se llama el
arroyo del Fiexvo[sic] bien lleno de cieno, queriendo beber un macho de los de la litera en que a la
sazón iba el obispo, entró tanto por el arroyo y cieno que se sumió del todo sin que de él cosa se
pudiese ver y el agua y lodo entró a rienda suelta por la litera y hinchola toda y el obispo salió de ella
en hombros de dos lacayos con gran trabajo y alteración y la litera salió de aquel lugar con no
pequeña dificultad porque cuanto más los machos procuraban de salir tanto más andaban en el cieno
con las fuerzas que ponían saliendo de allí le dieron algunas gracias por algunos caballeros y algunas
frialdades por otros no las escribo por igualarles la sangre. Esa noche se pasó en Cantalapiedra con
la contemplación de este caso y con los remedios de Rodrigo Zapata y glosas de don Rodrigo
Manrique.
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Sábado siguiente, llegó a las Villorias donde se pasó la noche con la música de Antonio y Resa.
Otro día Domingo, llegó a las tres después de mediodía a Salamanca; saliole a recibir el
regimiento y toda la Universidad. Digo los individuos de ella sin insignias ni solemnidad de
universidad, hubo gran concurso de gentes en especial de estudiantes y colegiales de todos los
colegios, cenaron con él esa noche muy gran copia de caballeros y letrados hízoles un solemne
banquete.
Otro día de mañana, aconteció que un portugués, el cual había venido a traer cierto recado a
Salamanca como vido el gran ruido de la gente preguntó que quién iba por la Señora princesa, su
señora, y acaso se acercó presente un cursado papiso, el cual se respondió: señor, el obispo de
Cartagena maestro del príncipe hombre de gran autoridad y que también iba el duque de Medina
Sidonia con muchos caballeros de sus parientes y amigos. Al portugués le pareció todo poco y dijo:
«e vos zumbais voto a Deus enimigalla aynda que vaya o arzobispo de Toledo ni el Papa vota Deus»,
y comenzose de enojar como si le hicieran una grande injuria. El estudiante le dijo: «por cierto no
sé yo quién pueda ir pues esto no le agrada sino es que la traíga el recuero de Salamanca».
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El portugués ya no pudiendo sufrir tan gran blasfemia puso mano a la espada y por presto que se
desenvolvió ya el estudiante le tenía asentada una cuchillada en la cabeza.
Este mismo día, el obispo partió de Salamanca a las siete de la mañana, salió con él y acompañó
todo el camino el canónigo Pereira con dos acémilas de repuesto y seis lacayos con una librea de
paño leonado y las mangas izquierdas de terciopelo del mismo color y toda la librea guarnecida de
fajas del mismo terciopelo con tres pajes en tres caballos de la misma librea.
Esa noche fue a dormir al Endrinal donde parecieron muchas señales y argumentos de la bondad
y caridad que desde su primer principio el obispo tuvo, porque viniéndole a ver algunos labradores
pobres del lugar muy regocijados, hablándole en cosas pasadas de aquellos tiempos y presentándole
sus pobres dones, él hablaba y se regocijaba con ellos con tanta llaneza y familiaridad como si todos
los tiempos fueran iguales. Solía pasar el obispo, siendo canónigo en Coria, por este lugar viniendo
de Salamanca y acaso un día diciendo misa en este mismo lugar el cura pidióle limosna para una
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mujer vieja y pobre que estaba allí entonces y el obispo la quiso ver y conocida su necesidad le hizo
larga limosna y le compró una casa en que viviese y la sustentó hasta que murió y porque la vieja
tenía muchas enfermedades y no podía salir a oir misa a la iglesia el obispo le dio un ornamento para
que con él le dijesen misa en casa.
Otro día siguiente, partió de aquí y fue a dormir a la Calzada, tierra del duque de Béjar donde le
fue hecho un presente de muchos venados y otras cazas.
Otro día, partió de aquí y fue a dormir a Aldeanueva del Camino y acaso esa noche a hora de las
doce llegó un hidalgo portugués por la puerta, el cual traía el retrato de la princesa mejor sacado que
dos otros que habían enviado al príncipe, nuestro señor, porque se había de enviar a su majestad
porque lo había enviado él a pedir desde Flandes y entre otras cosas que a solas con el huésped
comenzó a tratar, fue la principal de la hermosura de la princesa, nuestra señora, y puesto en una gran
contemplación y muy entonado dijo:
«Ahora vos hosped non vedes amereced que un rey meo señor a feiro a Castela
en dar sua filla a o príncipe».
Jueves siguiente, salió de aquí y pasó las ventas de Cáparra y fue a dormir
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a Carcavoso jurisdición
de Galisteo, que es del conde de Osorio; y media legua antes de llegar al lugar, hallé una columna
bien grande algo apartada del camino en que estaban estas letras siguientes.
IMP CAESAR DIVI TR[I]ANI PARTHICI. F. DIVI NERVAE NEPOS TRA
IANUS ADIANUS AUT PONTIF. MAX. TRIB. POTU COSNI RESTUITUIT CII.
Diome gran motivo esta piedra para creer por cierto lo que yo había pensado de esta vía militar
que ahora llaman de la Plata en cuanto a la medida de las leguas que ahora usamos que son cuatro
mil pasos por legua por tierra y por mar es otra cuenta y parece esto claro, midiendo la distancia que
desde esta columna hay hasta los lugares por donde pasa esta calzada sale la medida cabal sin sobrar
ni faltar XX pasos y esto mismo pone por la distancia que hay de piedra a piedra la cual yo medí con
un cordel. Esa noche, en este lugar, le hicieron por mandado del conde un suntuoso y solemne
presente de todo género de volatería, con muchos carneros y cabritos y conejos y liebres y gamos y
mucha copia
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de frutas y pan y vino y cebada en excesiva cantidad; estando aquí pasó un correo, que
venía de Portugal, y dio nueva como el príncipe estaba muy peligroso de unas viruelas, lo cual causó
muy grande sospecha de larga dilación en la venida de la princesa por lo que adelante se dirá.
Otro día de mañana, partimos de aquí y llegamos a hora de misa a la Fuensanta de Galisteo, donde
el obispo dijo misa y en este monasterio hallé una piedra quebrada que habían traído de Mérida, en
el fin de la cual estaban estas letras.
REQUIEVIT IN DOMINO VIII KALEN. SEPTEMB. AERA DXLVIII.
Aquí le hicieron otro presente de muchas maneras de pescados frescos y empanados y muchas
frutas de sartén y verdes. Salieron de Plasencia muchos canónigos a ver al obispo y eso mismo de
Coria, de donde también vinieron mucha copia de mujeres pobres a quien el obispo da de comer y
casa por amor de Dios desde que allí era canónigo hasta ahora. Esa noche durmió en el Cañaveral
y pasadas las varcas de al coneta [?].
Otro día, llegó Alcázar de Cáceres, donde estuvo ese día que fue sábado.
El domingo siguiente, llegó a Cáceres temprano y a media legua del lugar salió
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el bando de los Caravajales a caballo. Con sus caperuzas asestadas y sus barbazas largas, los caballos luengos y
flacos con guarniciones de libreas por que las sillas eran de la gineta y las guarniciones de la brida
muchas de ellas de cuero de javalí las espuelas del arcanalete que picaban debajo de la coraza, gente
de la frontera del tiempo de Fernán González; tras de estos salió el corregidor bien un cuarto de legua
atrás y con él la cuadrilla de los Ovandos algo de mejor parecer que los primeros aunque todavía
hubo muchas caperuzas y estriberas del tiempo del Cid, hubo entre ellos algunos bien en orden, en
buenos caballos que pudieran parecer en Ocaña, los unos y los otros acompañaron al obispo. Todo
cuanto allí estuvo y así como llegaba alguna parte dividíanse los unos de los otros y aguardábanse
así hasta que salía. Este día visitó el obispo a doña María de Vargas, hermana del obispo de
Plasencia, que estaba presa y con mucha guarda en las casas de consistorio porque le acusaron la
muerte de aquel caballero que después degollaron. En la plaza de esta villa estaba una estatua de
piedra de altura de doce palmos y bien labrada, tiene una ropa talar bien hecha y el brazo derecho
puesto en la cintura y en el izquierdo un cuerno grande
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lleno de diversas frutas, dice el vulgo que es de la diosa Ceres; falso su como sea Pomona. Hay otras muchas estatuas arruinadas y gastadas, no
tienen letras ni insignias por las cuales se pueda conocer cuyas sean. Así mismo, en este lugar, está
en una casa de una mujer pobre al pie de una escalera una piedra bermeja y muy pulida de altura de
dos palmos y medio y un palmo en ancho cuadrada y en los dos lados dos penachos labrados y en
el frontispicio estas letras muy bien tajadas y claras:
IMP. CESARI SEPTIMIO SEVERO PERFIACI IMP. CAESARI LUCIO
SEVERO SEPTIMIO PERTINACI AUT PONT MAX TRI B. P.O T. II. IN P. III.
COS. II PRO COS. P P OMPTIMO FORTISSIMO PROVIDENTISSIMO Q.
PRINCIPI EXAR G. P X CD IULIO CELSO ET L. PETRONIO. III. G. P.II.V.D.D.
Saliendo de aquí en el mismo Cáceres, junto a San Francisco, a la mano derecha en un pilar están
estas letras:
IMP. CAES.DIVI
VESP.D. DOMICIANUS
AUG. GERM PONT
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MAX. TR.POT VIII
IMP. XVIII COS. XIII
CENS PERP.P.P.PON.
Estaba ésta quebrada. Aquí hizo el obispo un muy solemne banquete a aquellos caballeros aquella
noche y otro el día siguiente a comer, acabada la comida partió de allí acompañado de todos estos
hasta una legua de la villa y fueron con él hasta Badajoz Juan de la Pena con otros seis caballeros
de los más principales de Cáceres hízose con ellos lo que con los demás en cuanto a las raciones.
Esa noche fue a dormir a la Aldea (del) el Cano que es tierra de Cáceres de donde dista por cuatro
leguas, es de la diócesis de Coria, en este lugar en mi posada estaba un negro cautivo de edad de
ocho años, hijo de un esclavo negro, de Juan de Sande, el viejo, hermano de Don Bernaldino
Caravajal, cardenal de Santa Cruz, y de una esclava negra que servía a las monjas de Jesu; el cual
nació con dientes los mesmos que ahora se tiene y cabello en todas las partes que suele nacer a los
hombres puestos y con grandeza proporcionada a hombres en todos los miembros viriles, siendo de
seis años conoció carnalmente ciertas mujeres, es bajo de cuerpo y muy recio y ligero, nació dentro
del dicho monesterio
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y estaba en él y siendo de cuatro años, visitando el obispo de Coria, se lo
mando quitar y se lo hizo dar al coronel Enriques. En este mismo lugar, estaba un puerco de once
cuartas en largo desde el cocete hasta el nacimiento de la cola, había otro de solas cuatro de altura,
es como un puerco de buena estatura de manera que tiene la cola en el lomo y la cabeza tiene metida
entre las dos espaldas, es muy gordo y bravo; todavía ganó la vieja cuyo era para comer un mes de
lo que le daban los que lo iban a ver y aún para sustentar una lámpara que por su devoción tiene en
la tavern. Aquí vino un freile cura del arogo de Mérida el cual es de la orden de Santiago con el
vicario de Villagarcía para acompañar el Obispo.
Martes siguiente, que se contaron nueve de octubre, partió de aquí y fue a dormir a Mérida y
llegando a media legua de ella, salió don Luis Manrique a recibir al obispo y acompañalle en esta
jornada, traía un caballo rucio rodado estremadamente bueno, vestido de una marlota colorada con
una lanza de dos hierros muy larga con una veleta colorada con todo el otro atavío de turco, con
muchas medias lunas; traía tras sí dos pajes vestidos de carmesí pelo con fajas de terciopelo morado
encima
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de dos caballos muy buenos, el uno traía un morrión dorado y una lanza de dos hierros y una
veleta colorada y copia de lunas, el otro traía una espada morisca con una rodela dorada y una
diadema turca; venían otros cinco pajes de la misma librea encima de otros cinco caballos muy
buenos todos enjaezados muy ricamente y el uno con una silla de marfil y estribos a la truquesca,
traía seis lacayos de la misma librea de paño con dos acémilas de repuesto con dos reposteros de sus
armas; escaramuzó un rato muy bien y con él y con otros caballeros que le salieron a recibir. Entró
el obispo en Mérida y posó en la casa de don Hernando de Bera, estuvo aquí esa noche y todo el día
siguiente. Estuvo aquí el comendador Fuentes de Sevilla, pariente suyo y otras personas muchas de
Villagarcía y y Llerena, vino con don Rodrigo de Aguayo, hijo de don Francisco de Aguayo. El
Jueves siguiente, partió de Mérida y acompañole el corregidor y don Hernando de Vera hasta
Badajoz con otros muchos caballeros que salieron de esta comarca. Este día llegaron don Luis Zapata
y don Hernando, su hermano, con otros caballeros servidores y amigos viejos del obispo, los cuales
todos
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le acompañaron hasta Badajoz. Comenzó aquí a crecer el número de los que se habían juntado
con él en gran cantidad porque de solos los que comían a su mesa de quien se debe hacer cuenta
pasaban de setenta sin otros sobresalientes que iban y venían cada día; estando aquí se enviaron un
presente desde Cáceres de buenos javalíes y venados.
Otro día siguiente, que fue viernes, partió de aquí con esta compaña tan honrada y quedó esa
noche en Talavera que es una villeta que dista de Badajoz por tres leguas, a donde esperó nuevas del
duque y sabido que aun no era llegado de termino. Otro día sábado, que se contaron trece de octubre,
de entrar en Badajoz donde le salió a recibir el cabildo de la iglesia y provisor hasta más de dos
leguas y volvieron para recibirle con procesión y pompa como acostumbran a su mismo perlado
porque así les estaba mandado del que lo es, pero el obispo no se lo consintió, acercándose pues a
las huertas de la ciudad salieron juntos el regimiento y clerecía y fueron con él hasta las casas
episcopales donde ya le tenían hecho el aposento en esta forma. Pasado el primer San Juan [zaguán?]
y el patio grande que la casa tiene, está una gran sala, ésta tenían ya entoldada de buena
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tapicería con
un dosel muy grande de brocado enfrente de esta estaba puesto un aparador grandísimo con muchas
maneras de plata dorada y blanca y mucha diversidad de piezas de extrañas y hermosas hechuras,
con dos blandones muy grandes y de muy exquisitas labores para su valor de 200 mill [sic]
ducados, comprada de sus propios dineros sin que se mezclase con ellos una onza de plata prestada;
pasada la gran sala que ya dije, estaba una cuadra entoldada de paños de seda morada a piernas y
damasco del mismo color, al cabo de ella estaba armada una cama de campo dorada con unas
cortinas y cielo de brocado morado muy rico con las goteras de terciopelo del mismo color y sus
franjas de oro, estaba otra cuadra junto a ésta entoldada con ocho reposteros de grana bordados de
seda con una cama de grana bordada muy ricamente con unos largos de terciopelo morado; estaba
junto a esta cuadra una sala entapizada de figuras que contenían la historia de so [sic]amas y un dosel
al cabo de brocado morado donde se ponía otra mesa para los que no cabían en la primera aunque
era bien larga, había en lo alto otras dos piezas grandes entapizadas con otras dos camas la una verde
y la otra de grana en que dormía el obispo y algunos caballeros que acertaron
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a pasar con él; esa
noche llegó Juan de Vargas, hermano del obispo de Plasencia, a acompañar al obispo, venía muy rico
de ropas de seda y mantas con buen repuesto y muy galana librea. Pasado el domingo, túvose nueva
como el duque vendría el día siguiente y así el obispo se aparejó para el recibimiento con algunos
caballeros de la ciudad que se juntaron con él para este efecto. Lunes pues a los 15 de octubre, a la
una después de mediodía, llegó el duque de Medina Sidonia a Badajoz y ya que estaba cerca de un
tiro de ballesta de la ciudad salió el obispo a recibirle con todos los de su cuadrilla y con otros
caballeros de la tierra que con él se juntaron.
La orden de su entrada fue ésta: el día pasado había enviado hasta doscientas acémilas con
reposteros sin otras muchas que los días antes de éste habían traído cosa de botillería y cocina;
entraron delante de él, algo apartados, hasta XXX caballos de diestro sayos y de los que con él
venían sin jaeces ningunos, desde a un rato siguieron a éstas 44 pajes encima de otros tantos caballos
uno en pos de otro hechos una hilera muy larga con unos sayetes de terciopelo amarillo con dos tiras
angostas, la una de seda azul y la otra rosada todos en cuerpo con sus espadas
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ceñidas sin otra cosa
encima; tras de estos venían dieciséis pajes del conde de Niebla con una librea de terciopelo morado,
con dos tiras blancas por guarnición; en la misma postura y orden que los otros venían luego tras
ellos doce cazadores del mismo conde con sus halcones y aparejos de caza vestidos de la misma
librea salvo que era paño; tras de estos venían dos maneras de trompetas unas italianas y otras
españolas hasta en número de dieciséis, seguían a estos hasta ocho atabaleros vestidos de la librea
del duque tocando todos a bulto; después vinieron seis italianos con sus biguelas de arco y su librea,
tras de estos venían ocho indios de la misma librea con unos escudos redondos y grandes de plata
y en medio de cada uno un águila que tenía las armas del duque y de la duquesa que son las mismas
del Rey católico, estos traían cherimias y sacabuches y al dicho de todos muy singular y dulcemente
tañían; venían tras de estos doce lacayos del conde de Olivares de tres en tres vestidos de la misma
librea que sus pajes porque traía doce pajes en otros tantos caballos vestidos de terciopelo negro con
las mangas bandadas de terciopelo blanco, venía luego el conde de Olivares con cinco o seis
caballeros, tras el conde venía dieciséis lacayos de don Juan
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Claros vestidos de la misma librea que
sus pajes, que tras de ellos el mismo don Juan Claros, conde de Niebla, con siete o ocho caballeros
tras de estos venían XXX lacayos del duque vestidos con cueras de terciopelo amarillo y fajas como
los pajes y gorras de grana con plumas blancas y calzas de terciopelo amarillo y tafetanes morados.
Tras ellos venía el duque con un sayo de terciopelo negro y un jubón de raso negro acuchillado y un
capote de paño negro con dos tiras de terciopelo acuchilladas y un chapeo de terciopelo negro con
una pula negra y una medalla de un rubí bien grande a la mano derecha, venía Hernán Darias de
Sahavedra y a la izquierda el conde de Bailén vestido de luto con un sombrero de fieltro tan antiguo
como el conde Claros; tras los tres venían dos pajes del duque con la dicha librea en dos caballos
muy buenos y bien aderezados, el uno con una balija de terciopelo amarillo y fajas de terciopelo azul
y encarnado y el otro con una lanza gineta; tras los dos pajes venía una litera de raso carmesí llana
y la cubierta y sillones de los machos de lo mismo, venían así mismo dos hijos del duque de Béjar
en medio de otros caballeros del Andalucía los cuales dieron muchas y muy buenas libreas de seda
porque traían
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gran repuesto el cual dejó de decir por ser cosa larga; traía así mismo el duque tres
locos, el uno se llamaba Calabaza y el otro Cordovilla y el otro Hernando, tan diferentes en lo loco
cuanto lo fueran en el seso si lo alcanzaran, el uno natural bobo, con ciertas puntas y collar de interés
al y los otros dos fingidos o artificiales locos y naturales trovadores; el Cordobilla excedía en
habilidad de trovar, el otro en decir malicias y ser entremetido; venía entre ellos un enano del duque
tan de buena conversación cuanto era grande de cuerpo. Salido pues el obispo como hemos dicho
con su acompañamiento a recibir al duque, iba delante de todos los del obispo don Rodrigo
Manrique, hijo del arzobispo de Sevilla, sirviolo de maestro de ceremonias en este paso porque el
decía al duque quienes eran todos los demás caballeros, como llegó el obispo donde el duque venía,
él se paró y todos uno a uno le llegaron a besar las manos y llegado el obispo que traía a su mano
derecha al abad de Valladolid y a la izquierda el alcalde Castillo hizo su acatamiento al duque y el
duque a él, y el obispo tomó al duque a su mano derecha y todos los otros adelante; comenzaron a
caminar a la ciudad y así entraron hasta posada del duque y dejándole allí fuese el obispo con su
compañía a la suya la cual sin proporción era mayor que la
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del duque, la posada del cual tenía siete
piezas pequeñas y una sala grande y un corredor mediano y otro medio en que estaba el aparador bien
proveído de plata aunque no muy lucida digo la blanca porque la dorada era muy buena y muy
galana, estaba diviso en tres que muy grandes los dos de plata blanca y el otro de dorada solamente,
tenía así mismo muchas vacías y muy grandes de plata y ocho grandes cántaros conque traían agua,
tenía muy buenos blandones y muy bien labrados la casa toda estaba de esta manera entoldada. La
primera sala de brocado y debajo del brocado tenía otro entoldamiento de muy rica tapicería en la
cual estaba colgado un dosel de brocado de tres altos con las armas del duque ricamente bordadas,
más dentro había otras seis piezas colgadas, así mismo de brocado con otro entoldamiento debajo
a la forma del primero tenía armadas tres o cuatro camas muy ricas de brocado y de la una de ellas
era toda de plata el armadura, estaban los corredores de fuera muy ricamente entoldados de
riquísimos paños en los cuales estaban los trabajos de Hércules y cierto en esto y copia de brocado
y plata fue tan excesivo el repuesto del duque que no le llegó ni con gran parte ninguno de los que
de Portugal venían ni aun de los que de acá iban y no creo
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había quien diga lo contario sino fuere
algún hidalgo portugués qui [...?]; tenía el duque frontero de su casa otra donde posaba el conde de
Niebla, su hijo mayor, estaban en ella dos salas entoldadas, la mayor de unas cortinas de brocado a
piernas y otras de terciopelo morado, la otra toda de brocado a piernas las unas de tres altos y las
otras de tela, en la postrera estaba una cama de campo de plata con un cielo de brocado de tres altos
y debajo de ella unas cortinas de tela de oro con unos lazos de plata muy espesos como [redropies?]
y tres mesas con sus sobremesas de tela de oro con sus cofres cubiertos de unas redes de plata con
mucha preseas y atavíos de este jaez. El conde de Olivares no hizo tan grande fausto porque se atuvo
al del duque, su hermano, mas de que el día de la entrega fue muy gentil hombre y en un caballo muy
lindo a la gineta muy bien enjaezado, con una borla de cerdas de caballo blanca colgada del cuello
del caballo con una gruesa cadena de oro. El conde Baylén siguió este mismo norte en todo con el
conde de Olivares, todos los demás vinieron medianamente y poco más costosos que solían y en el
número ya dicho porque nunca jamás faltaron cuarenta a la mesa del duque y de ahí no subían puesto
que supe de personas fidedignas que tenía de costa cada día cuatrocientos ducados.
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El viernes siguiente, como el duque y los demás con el obispo y pasaron todo el día con mucha alegría y
regocijo de música de Resa y Antonio y de los locos que el duque traía los cuales lo hacían bien. El
domingo siguiente, el obispo fue a misa a la iglesia mayor, donde hubo sermón del licenciado San
Martín, y ese día hizo un gran banquete a muchos caballeros del duque y de la ciudad y de cada día
crecía y se aumentaba gente en su casa y mesa a tanto que no cabían en la posada ni mesas por
muchas que se ponían. Pasaron pues en estos intervalos lunes y martes y miércoles en la tarde que
se supo como la princesa sería el jueves en Elvas y así comenzaron a venir portugueses embozados
a ver lo que pasaba; túvose con ellos mucho comedimiento y jamás quisieron descubrirse ni comer
ni hacer colación hasta que se tuvo un ardid que se les puso en una cámara apartada la comida y
cerrada la puerta, comían sin que nadie les viese ni subiese allá, era grande el disfraz que hacían de
todo cuanto se les mostraba puesto caso que algunos traían tinta y papel para ver lo que pasaba y
escrivillo; dijeron muchas portuguesadas semejantes a las que suelen las cuales dejó por evitar
prodigidad y contar lo que toca a nuestra
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jornada pues en otra parte podrá venir más a propósito.
Detúvose pues este jueves la princesa en este [moz ?] a cuya causa no vino esa noche a Elvas hasta
el viernes ya tarde, venían con ella gran número de gente de acaballo sin los señores y hombres de
cuenta porque toda la tierra comarcana y aun de 15 leguas alrededor concurrieron y la acompañaron
hasta la raya; pasaban, según creían algunos, de seis mill [sic] caballos, y a mi juicio no bajaban de
cuatro mill, con dos mill y setecientas acémilas, que traían otros tantos reposteros y más de tres mill
sin ellos; venían todos los portugueses en sus caballos con sus capuces fijados y mucho del pelote
de chamelote, todavía venían muchos hidalgos con mucho galantes berretes ricos de puntas de oro,
traían muchas cadenas y sus mozos sus xaquinas rodeadas al cuerpo y sus capas en los hombros con
sus mandiles en las manos mandilando los caballos de sus amos como es costumbre en Portugal.
Llegada la princesa a Elvas los que traían despacharon esa noche un correo al duque y al obispo en
que se les significaban que si querían recibir el sábado siguiente la princesa que estaban ellos
aparejados a entregársela. Consultando la cosa hubo diversos pareceres unos temiendo la mudanza
que suele haber en semejantes casos y el peligro que se suele seguir de la
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tardanza en negocios de esta calidad deban priesa que luego el sábado la recibiesen al cabo resolviéronse en que no se hiciese
hasta el lunes por contemplación de la ciudad que se quejaba que no tenían aparejado su
recibimiento. Venido el sábado el duque envió a su hermano, el conde de Olivares, a Elvas para que
de su parte visitase a la princesa y el obispo hizo lo mismo con el abad de Valladolid, don Alonso
Enriques, pasado esto comenzose de tratar entre los de allá y de acá sobre las preeminencias y
mejorías de lugares y barajose la cosa de tal arte que estuvo apunto de correr riesgo la entrega porque
los que habían de entrar en Castilla con ella querían muchas ventajas y precedencias que en la verdad
o no les pertenecían o eran nuevas entre el duque y el obispo; no hubo discensión porque los había
ya concertado una instrucción que trajo Ruy Gomez trinchante del príncipe, nuestro señor, firmada
de su nombre y refrendada de Gonzalo Pérez, secretario del Rey, en que daba orden en este negocio.
Estaba pues la dificultad entre el duque y el arzobispo de Lisboa y Luis Sarmiento, embajador que
era del Emperador y caballerizo que ahora es de la princesa y Gaspar Caravallo, embajador que
llaman los
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portugueses de palacio y embajador del Rey de Portugal en Castilla. Cada cual de estos
alegaban sus razones para el primer lugar uno por vía de parentesco real y la dignidad arzobispal y
para ser criado la princesa parecía que no pedía injusto otro porque el oficio que había tenido y
pretendía no habérsele acabado hasta haber llegado a la corte del príncipe porfiaba en ello, el
Caravallo allegando que desde luego había de usar de su oficio y así quedaba en su derecho claro.
Estando la cosa en estos términos, andaban de un cabo a otro medianeros dando y tomando, de parte
del duque, su hermano, el conde y del obispo, el abad de Valladolid, don Alonso, y ya que la cosa
se traía a concordía, el duque de Medina tornó a enviar de nuevo otro correo para que hiciese saber
aquellos señores que en ninguna manera recibiría la princesa sino se daban a él la mano derecha y
el supremo lugar en ya [ella?] domingo en la tarde y la cosa como tengo dicho había de ser el lunes
siguiente bien de mañana y fue tan grande la alteración que hubo entre aquellos caballeros
portugueses que no pudo ser mayor.
El lunes de mañana, todos se aparejaron para la entrega pretendiendo los unos salir con su
intención contra los otros y así
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andaban de un cabo a otro copia de correos y mensajeros con
ofrecimientos de partidas y con este crédito comenzar a venir portugueses y entrar en Badajoz con
muchos repuestos así de la princesa como de todos los otros que con ella venían y así mismo el
duque y el obispo comenzaron a moverse aunque siempre temieron lo que después sucedió pero con
todo esto salieron con toda su compañía y aparato hasta cerca de la raya y esperaron hasta puesto el
sol y no solamente no vinieron pero dentro de una hora no quedó repuesto ni portugués en todo
Badajoz y especialmente cuando vieron volver al duque y al obispo y al regimiento sin la princesa
lo cual les acrecentó la turbación y fue causa de escándalo de toda la gente así de una parte como de
otra y comenzáronse a decir muchas novedades y invenciones y mentiras los unos decían que era
muerto el príncipe de Portugal y que por esto no la entregaban y otros que la princesa se había de
volver a Lisboa para casar con el Infante don Luis y así pasaron aquella noche en Elvas con gran
sobresalto y congoja de lo pasado y algunos había que juraban a Dios que no la había de dar que si
fuera para algun fillo bastardo de Deus que pasara pero que tanto por tanto que hay estaba Infante
con quien todo el reino quería que se casase y que ninguno de él había sido llamado para dar parecer
de que viniese a Castilla como se acostumbra siempre en estos casos, de esta manera andaba la cosa
diciendo cada uno lo que le parecía y sin duda ninguna se dio mucha ocasión al bulgo de decir estas
vanidades porque en toda aquella noche no se hablaba otra cosa en palacio sino que otro día se
habían de tornar a Lisboa y hay a personas fidedignas que habían oído lo mismo a la princesa,
nuestra señor, que no durmió ni dama ninguna con la alteración que todas tenían. Esta misma noche
el obispo tornó a enviar al abad para que tuviesen entendido aquellos caballeros que por el bien de
la república y por lo que toca al servicio del Emperador y príncipe, nuestros señores, él estaba
aparejado para recibir la princesa y que él cedía todo su derecho y que no quería preeminencia
ninguna sino cumplir con lo que era obligado de su jornada y también para que diese algún medio
en estas cosas y así él de una parte y el conde y otros caballeros que el duque envió concluyeron la
cosa con dar por medio que Luis Sarmiento usase de su oficio de caballerizo mayor y que depusiese
el que primero tenía de embajador pues ya había espirado y que Gaspar Caravallo no se llamase
embajador hasta que delante del príncipe presentase sus poderes y de esta
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