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La sinagoga de Córdoba, hoy ermita dedicada al culto bajo la advocación de San Crispín


Grato es en extremo y consolador en alto grado para todos que se interesen por la conservación de las obras monumentales que de mayor ó menor importancia y aun maltratadas por la insciente mano del hombre ó por la acción desoladora del tiempo, siquiera puedan prestarse á fácil y provechoso estudio, ofreciendo al menos enseñanza saludable que acrezca el esplendor del arte y de la industria, ó iluminen con revelaciones fortuitas los oscuros linderos de la historia patria, ver aparecer, despojados del empolvado sudario en que yacieran envueltas durante luengos años, esas venerables reliquias de nuestras pasadas glorias, que han persistido á través de las sacudidas que en todos tiempos conmovieran el embravecido y proceloso mar de nuestras sociedades, logrando á dicha arribar al puerto apetecido, no en un todo perdidas sus más ricas preseas, asidas felizmente á salvadora tabla.

Los amantes de la ilustración general y del verdadero progreso, los que en constante lucha con la destrucción y el indiferentismo, y á costa de no escasos sacrificios y aun de la mofa estúpida del ignorante, buscan con avidez, ordenan y clasifican todos los dispersos   —235→   despojos de la pasada cultura que, ora pertenezcan á las edades legendarias, ora á los prehistóricos tiempos, abren desconocidos horizontes al estudio de la historia, bien se inspiren en el estético examen de monumentos arquitectónicos, pictóricos ó estatuarios; en la tradición escrita; ya en las dilatadas regiones de las artes del diseño y en las de sus infinitas derivadas, ó faciliten por medio del escrupuloso análisis de monumentos mitológicos y documentos paleográficos, la severa verdad de la leyenda, reuniendo los sueltos hilos de su cronológico enlace, no pueden menos de acoger con entusiasmo todo descubrimiento que conducir pueda á estos fines; neutralizando en algún tanto la amargura de verlos desaparecer, deshechos al impulso del vértigo asolador que nos trastorna y nos devora, ó libres de la inercia y la ignorancia que, encubiertas á veces con el vergonzante manto del desdén ó de la indiferencia, y más temibles que la tea incendiaria y la demoledora piqueta, á las que al menos en pos de un falso ideal impulsan ó las pasiones ó un irrealizable anhelo de adelanto, han sido y serán siempre el valladar más formidable que se ha opuesto al desarrollo de la social cultura, al contemplar en medio de un estupor inexplicable cómo se rompen uno á uno los fuertes eslabones de la cadena inmensa que constituye la historia de la gran familia humana, sin tratar de repararlos, y diseminarse en el espacio, sin dar un paso á recogerlas, esas páginas brillantes, donde las pasadas edades, en caracteres de bronce y piedra, dejaron consignado con razonable orgullo y para futuro ejemplo el grado que alcanzaron en civilización y opulencia.

Satisfacción cumplida y verdadera, pues, han recibido á no dudarlo los fervientes cultivadores de los estudios arqueológicos, al conocer el interesante hallazgo de la calle de los Judíos, que debido al recomendable celo y diligente actividad del ilustrado sacerdote D. Mariano Párraga, ha tenido lugar en la pequeña ermita, con cuyo nombre encabezamos este escrito; y no escasa fortuna han alcanzado al hallar en este monumento, que antiguos escritores lo señalan como sinagoga erigida en el último período de la Edad Media, bajo rudas construcciones sobrepuestas, curiosas inscripciones, y conservada no pequeña parte de su decorado, que ofrecen rasgos bien característicos, que aún pueden dar noción   —236→   más cierta de su origen ó de su más marcada reedificación, con las épocas á que se refieran las reformas más notables que sucesivamente en él se hicieron.

La curiosidad, pues, que despierta con las ideas no bien esclarecidas que emitieran los historiadores cordobeses sobre el período histórico á que debio su origen; la importancia que entre las obras de este género, dado su especial carácter representa, nos inspira un interés extremo que nos mueve a describirlo, haciendo de él un detenido examen analítico, no sólo para dar á conocer su actual estado y las bellezas que aún conserva, sino para poder formar mediante el lenguaje explícito del arte, según los gusto y estilos que observemos en su fábrica, más atinado y racional concepto de su significación histórica, y de la edad y del arte á que se deba su filiación genética, como de las épocas á que pertenezcan sus posteriores reformas.

Pero, antes de proceder á dar comienzo á la descripción de este pequeño templo, y á deducir, de los elementos artísticos que ostenta, los datos necesarios para formular con más acierto nuestro juicio crítico, necesitamos, como base á estos, rebuscar otros no menos importantes en el campo de la historia; para lo cual, nos será dado remontarnos á pasados tiempos, y pasar por ellos siquiera sea una rápida ojeada.

- II -

Cuando había salvado el siglo XIII su promedio, y los estandartes de la Cruz ya habían plantado su gloriosa enseña en los enhiestos alminares de Córdoba y Sevilla; el oprimido pueblo hebreo, que perseguido por los árabes de Oriente había hallado refugio en la opulenta corte de los Abd-er-Rhamanes, asilo donde custodiar su ley, lugar preferente para instalar sus academias, y visto á sus sabios designados como primeros maestros de los rabinos de sus sinagogas, y por lo tanto, venía gozando desde la décima centuria, durable hospitalidad y protección tolerante, parecía que á la sazón, mejorando aun más su suerte bajo la protección del rey sabio, tocaban ilimitada tregua sus miserias y   —237→   persecuciones, y era próximo á él un porvenir venturoso de tranquilidad y bienandanza; D. Alfonso, dando á un lado las preocupaciones y creencias que abrigaron sus antepasados, dotado de un corazón excelente y llevado de su acendrado amor á las ciencias y á las letras, en las cuales muchos hebreos ilustres florecían, le tendió su protectora diestra, y trató de mejorar su suerte, concediéndole privilegios y derechos más extensos quizá que la animadversión con que sus hijos eran vistos por el pueblo, su inconcebible ingratitud, y el estado de los tiempos permitían.

Los judíos eran habilitados para los cargos públicos, y se les conferían honores177; sus academias eran trasladadas á la antigua corte de Castilla, extendiendo á una dilatada esfera los elementos de ilustración que poseían; y los sabidores rabinos que argüído habían con los ulemas árabes, ejercitaban su elocuencia en las aljamas de Toledo. En esta corte, en Granada, en Córdoba y Sevilla se les ampliaban barrios y viviendas con recinto amurallado, y aunque con ciertas condiciones, se les autorizaba para reedificar sus sinagogas178, que con sus ritos religiosos habían de ser, so pena de castigo grave, por todos los cristianos respetadas. Su comercio y su industria adquirían extraordinario desarrollo, acrecentando sus riquezas; finalmente, parecía que apiadado el Sér Supremo de aquella raza proscrita, se dignaba levantar el castigo impuesto á su nefando crimen de deicidio, y que á no lejano andar, con patria, hogar y templo, ya no vagarían errantes por el mundo.

Así la raza hebrea, aunque sujeta á la dominación cristiana, enriquecida con los tesoros de cultura recibidos en sucesiva herencia de los ulemas y rabinos, favorecida por la autoridad real, respetada en su religión y propiedades, gozando el libre ejercicio de sus leyes, y presidida por el augusto nieto de la ilustre Berenguela, cultivaba ventajosamente algunos importantes ramos del saber, realizando en la región ilimitada de la ciencia, provechosa   —238→   evolución de gran efecto y trascendencia en la historia nacional.

Esto, no obstante, los judíos de Córdoba y los vasallos mudejares179 no gozaban en verdad de tan amplios beneficios como el Fuero de Valencia y el Código de las Partidas otorgaba á los hebreos y muslimes de Toledo y de Sevilla; puesto que desde la reconquista, hacían merecimientos para ser tratados con dureza: mas sin embargo de que su pérfida conducta había excitado no una vez el rigor de los Pontífices180, por las continuas quejas que á estos elevaran los cristianos, envanecidos con la prosperidad y creciente favor que cada vez van alcanzando sus hermanos con sus riquezas, y con la influencia que sus sabios ejercían en el ánimo de aquel ilustre soberano, á su habitual humildad reemplazaba el orgullo y la soberbia, y con abuso del derecho que aquel bondadoso rey les concediera181, levantaban suntuosa sinagoga para decorarla con ricos muebles y fastuoso ornato y desplegar en honor al culto hebráico, sumo esplendor é inusitada pompa.

Contrastaba, á la verdad, la lujosa apariencia de esta edificación, con el aspecto pobre y casi miserable que, por lo general, en todos los países en que estaban acogidos por el constante anhelo de ocultar con sigilo sus riquezas, daban á sus templos y viviendas aquella raza siempre errante y perseguida; y con no menos razón, con las modestas capillas que los caballeros cristianos, desde 1236, venían edificando en la gran basílica; lo cual no había podido menos de excitar la cólera de los nuevos pobladores, que elevaron sentidas quejas al Pontífice Inocencio IV, el cual, con tan fundado motivo, expidió en León de Francia en   —239→   Abril del año 1250 una bula, cuya copia se conserva en el archivo de la catedral, mandándola destruir por quebrantar la ley establecida con deshonor de la iglesia y gran escándalo de la cristiandad.

Y no eran en verdad artífices hebreos los que llevaban á cabo dichas obras, porque dedicados exclusivamente sus hombres doctos al estudio de las ciencias, y los demás puede decirse al tráfico, al comercio y á la usura; faltos de nacionalidad y de la necesaria independencia, ni podían sentir ni practicar las artes, y en las edificaciones de esta especie y aun en los reparos ó reformas, utilizaban los conocimientos de los alarifes mudejares.

Ahora bien; dados estos precedentes, ¿será este antiguo y gastado monumento, cuya historia nos ocupa, el cercenado despojo de aquella célebre y soberbia sinagoga, que subsistiendo á despecho de aquel mandato inexorable y á través de los grandes acontecimientos por que atravesaron más tarde los afortunados israelitas, hasta los últimos días del siglo XV, en que los Reyes Católicos decretaron su expulsión de los dominios españoles, ha llegado bajo ruda cubierta de ladrillo y cal hasta nosotros? Esto es lo que nos proponemos aclarar, antes de proceder con escrupulosidad, como hemos dicho, á examinar con los ojos del arte sus bellezas, para recabar de los especiales caracteres que reviste, certeros testimonios que han de fijar indubitadamente la verdadera progenie de este curioso y respetable monumento.

Autores cordobeses suponen que esta es aquella sinagoga: Gómez Bravo, en el Catálogo de los Obispos, tomo I, pág. 269, dice: «Que Inocencio IV la mandó destruir por una bula expedida en León de Francia el 13 de Abril de 1250, á D. Gutierre Ruiz Dolea, obispo á la sazón de Córdoba; pero ignora (añade) si esta orden llegó á tiempo á D. Gutierre, toda vez que en 15 de Junio de aquel año estaba ya vacante el obispado de Córdoba.» Feria, en su Palestra sagrada, tomo IV, pág. 411, afirma que fué derribada, quedando reducida á la fábrica humilde que hoy presenta182.

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La opinión del primero, como puede verse, aunque indecisa, se inclina á suponer que no fué derribada por coincidir la bula con la muerte del obispo; y la del segundo no entraña en verdad la autoridad de un hecho incontrovertible; pero siendo la de nosotros diametralmente contraria, vamos á exponer nuestras razones, procurando revestirlas de más autorizados datos para acreditarlas.

No hemos encontrado ciertamente documento alguno en el cual conste, de un modo preciso é indudable, que los judíos de Córdoba, no tan considerados como los de Toledo y Sevilla, tuvieran para su liturgia más de una sinagoga; ni en realidad tampoco lo exigía el área comprendida dentro del recinto amurallado que limitaba el barrio de la judería: pero no por esto con Feria puede asegurarse que la ermita que contemplamos hoy, sea el mutilado resto de aquella soberbia sinagoga destruida por orden de Inocencio IV. Los hebreos de Córdoba es sabido tenían para la celebración de sus ritos religiosos, desde la dominación agarena, á la cual como á la cristiana estuvieron sometidos, su aljama ó sinagoga, y sólo después de la reconquista, envanecidos con la protección tolerante del rey Sabio, dieron comienzo á levantar un rico templo, con ánimo de humillar con su avasalladora grandeza, la modesta sencillez de las basílicas cristianas, exasperando, como era natural, atendido el recíproco y tirante estado en que se hallaban los hebreos y cristianos, el orgullo y el mal reprimido encono de los dominadores.

Ahora bien; decretada su completa destrucción por el Pontífice Inocencio IV en desagravio de la cristiandad, sería absurdo creer que no tuvo efecto esta sentencia, que además de castigar este rasgo de soberbia, más vituperable por las circunstancias especiales de aquel tiempo, condenaba asimismo una grave infracción a la ley IV ya citada del Código de las Partidas, por la sola causa de la muerte del obispo D. Gutierre; siendo así que á falta de éste, la dignidad que ocupara preventivamente la silla episcopal, cuidaría de hacer cumplir este mandato, con gran contentamiento de todos los cristianos, en él vivamente interesados; los cuales, con la destrucción de aquellas obras con tanta pompa comenzadas, juzgarían con regocijo á la religión desagraviada, y felizmente   —241→   llegado el justo é inspirado cumplimiento de su impaciente venganza.

Consta de un modo indubitable la existencia de la antigua sinagoga, por la misma bula de Inocencio IV, de que ya hicimos meción, de la cual se conserva una copia en el archivo de la catedral, Libro de las tablas, cajón P, núm. 83, folio 1.º vuelto, la cual, copiada exactamente, dice así: «Innocentius episcopus, servus servorum Dei, Venerabili fratri episcopo Cordubensi salutem et apostolicam benedietionem. Contra inhibitionem dilectorum filiorum Archidiaconi et capituli Cordubensium, sicut accepimus, judei Cordubensis civitatis quamdam synagogam superflue altitudinis temere ibidem construere de novo presumunt, in grave Christi fidelium scandalum et Cordubensis ecclesie detrimentum. Quare humiliter petebatur a nobis ut provide super hoc misericorditer curaremus. Qua cura fraternitati tue per apostolica scripta mandamus quatinus contra judeos eosdem super hoc officii tui debitum, cessante appellacionis obstaculo, exequaris. Dat. Lugduni idus aprilis, pontificatus nostri anno septimo.» De cuya bula se prende, que á más del templo que desde antiguos tiempos disfrutaban, erigían sin autorización alguna y con infracción del Código de las Partidas, otra nueva y soberbia sinagoga. Confirma la destrucción de esta lujosa aljama, una carta de D. Alfonso X, dada en Sevilla, era 1301 (1269), cuyo original también existe en el Libro de las tablas mencionado, cajón 9, núm. 37, en la cual se manda: «Que los señores obispos, cavildo de la Iglesia, el consejo, la aljama de los judíos y los moros de la ciudad, den cierta cantidad para la labor de los caños por donde venía el agua en tiempo de los moros183.» Dados estos precedentes, claro es que al imponer un impuesto á la aljama de los judíos, no existía más que una, y no pudiendo ser esta la nueva que estaban construyendo, por las circunstancias   —242→   ya determinadas, esta carta se refería á la antigua que subsistió hasta la expulsión de los judíos de España. Además, y como incontrastable prueba, ni en el aspecto que presenta la actual ermita, que aunque en gran parte desmembrada, aún conserva intacto el ámbito de su parte principal ó santuario, encontramos el más leve vestigio que nos mueva á imponerla aquel origen, ni sus proporciones limitadas, en perfecta identidad con las usuales construcciones de esta especie de los israelitas, ofrecen en verdad aquella majestuosa altura y dimensión inusitada á que alude en su bula el Papa Inocencio IV, ni aun la grandiosidad relativa que cual otros de igual índole levantados en tiempos posteriores en Toledo y en Sevilla, donde eran más pacientemente tolerados, pudieran razonadamente haber causado enojo y religioso temor á los cristianos.

Pero aun dadas estas pruebas, todavía puede asaltarnos esta natural y razonable duda. Dadas las vicisitudes, los temibles sucesos y sangrientas persecuciones que, salvo reducidos intervalos, amargaron de continuo la agitada vida de la grey israelita en el decurso del lapso histórico anteriormente citado; ¿cómo sinagoga pudo haber salvado el más pequeño resto de tan temible naufragio?

Continuaremos recorriendo, aunque sea rápidamente, los desgraciados sucesos que más directamente afectan en tan extenso período á esta perseguida raza: y encontraremos á no dudarlo, sólidas razones que cumplidamente han de desvanecerla.

La situación del pueblo hebreo, no desmejora en mucho cuando pasa á mejor vida el bondadoso Alfonso X. Don Sancho el Bravo, y á su muerte Doña María de Molina, con algunas restricciones, siguen rigiéndolo por la ley humanitaria dictada por Rey sabio. El nieto de este ilustre monarca muestra alguna es estimación á los judíos, y hace cargo del real tesoro á un hombre de esta raza, de gran capacidad y superior talento184, que no presta á sus hermanos el favor que desearan, y con su privanza despierta sin embargo contra estos el odio general de los cristianos; pero al subir al trono el célebre monarca, denominado por unos el   —243→   cruel y por otros el recto y justiciero, vuelve á recobrar inusitado brillo la estrella de los israelitas; el famoso Samuel Leví alcanza de él favor ilimitado, y así es depositario de los tesoros del reino, como de los íntimos secretos del temido soberano; utiliza con sagacidad y especial tacto su influencia en ventaja de todos sus hermanos, y quebrantando la ley IV mencionada del Código de las Partidas, hace levantar de cimientos en la antigua corte de los visigodos una sorprendente sinagoga, donde el arte mahometano, ya obediente al cristianismo, derrama con rara profusión sus más hermosas galas. Pero aun antes de la muerte desastrosa de D. Pedro, ven desvanecerse entre densas nubes de luto y sangre sus doradas y fugaces ilusiones, ya mermadas de algún tiempo por las luchas parciales que precedieron á aquel abominable fratricidio: antes de este, ya pagaban con sus vidas y riquezas el poyo que cual buenos y leales prestaran á la causa del legítimo monarca, y los parciales del bastardo, incitados más que por el odio á los secuaces de D. Pedro, por el deseo del robo y del pillage, sembraban de cadáveres de hebreos las calles de Toledo, asolaban las tiendas del Alcana, y entregaban al saqueo sus aljamias185. Ocupa el solio el fratricida, que con la púrpura trata en vano de ocultar no sin horror la negra sangre que mancha sus regias vestiduras; y no decrecen las persecuciones y venganzas; por el contrario, á no lejano andar, ya muerto D. Enrique nuevas y mayores desgracias afligen sin tregua al mísero pueblo hebreo. El tristemente célebre arcediano de la metrópoli sevillana186, inspirándose en un falso y reprochable celo religioso, que el humanitario y digno cabildo de aquella, indignado escarnece y vitupera, exalta los ánimos y excita el odio más intenso cada vez de los cristianos, y lanza al pueblo sevillano con fanáticas predicaciones al barrio de la Judería, el que con furor vertiginoso esparce por do quiera el exterminio y la muerte; saquea sus tiendas y hogares, y se apodera de sus dos principales sinagogas, que quedan consagradas al cristiano culto. Este crimen detestable, débilmente reprimido, se reproduce más tarde en la judería de   —244→   Córdoba, Valencia, Barcelona, Burgos, Toledo y otras poblaciones en Castilla, sin que se registre á la verdad en todo un siglo, período alguno en que alcance alguna calma este pueblo infortunado. Solo en el reinado de D. Juan II y la privanza del famoso condestable D. Álvaro de Luna, aparece una pragmática á favor de aquellos desgraciados, en que el monarca los pone bajo su guarda y custodia, como cosa suya é de su cámara; pero no mucho después, vuelven á ser el blanco de las iras de la turbulenta nobleza castellana, que para deponer las armas que esgrimían contra su rey, imponen por condición á Enrique IV que lance de su servicio y del estado, á los moros y judíos que manchaban la religión y corrompían las costumbres.

Este pacto, por entonces con no escasa fortuna, no llega á realizarse; pero no bien ha salvado el siglo XV el fin de su segundo tercio, estalla sobre su cabeza imponente y formidable tempestad, precursora de su no lejana y última ruina.

Unos judíos en la villa de Sepúlveda, al celebrar la iglesia la pasión del Salvador, por odio ó por particular venganza dan martirio cruel á un tierno niño, y lo enclavan en la cruz. El furor los cristianos ante aquel nefando y espantoso crimen, llega á su colmo; circula velozmente la noticia que da lugar á una horrorosa y feroz carnicería, dando principio en Córdoba, y propagándose con gran velocidad á las demás importantes poblaciones, sembrando el terror y la desolación entre los consternados israelitas, que para colmo á tantos y tan aciagos males, aún les espera al espirar el mismo siglo el célebre decreto de expulsión, que fundado en la unidad católica expide doña Isabel I.

Ahora bien: aun cuando entresaquemos de la historia las épocas en que más se signifiquen las zozobras y desgracias de este pueblo, sólo hallamos persecuciones sangrientas, víctimas sin cuento, desenfrenadas turbas, como en todas épocas ha habido, que incitadas más que por el odio por el afán de apropiarse sus riquezas, sordas á la razón se entregan ciegamente al asesinato, al robo y á las mayores violencias; pero no encontramos, en verdad, templo alguno destruido: la sinagoga de Toledo, erigida en tiempo de D. Alfonso X con menoscabo de la ley de las Partida con la advocación de Santa María la Blanca, hoy conocida; la que   —245→   levantara Samuel Leví en la misma corte, consagrada después y actualmente conocida con la denominación del Tránsito. Las de San Bartolomé y Santa María la Blanca de Sevilla: la de Santa Cruz en la misma ciudad, en nuestros tiempos destruida, y otras aljamas y mezquitas de la raza mahometana, que en varios puntos con sucesivas reformas y más ó menos maltratadas se conservan, vienen á ofrecer irrecusable testimonio en prueba de este aserto.

Y así era de esperar; la gentileza y donosura de la arquitectura oriental, bajo cuya halagadora influencia levantaban los israelitas estos templos, había vencido y subyugado con sus tesoros peregrinos la austera severidad de los conquistadores; la civilización mahometana, que ahuyentada de Córdoba y Sevilla había reconcentrado su grandeza y acrecido su esplendor en la opulenta corte de los Alahmares, dejara en aquellas ricas y fértiles regiones, en deliciosas quintas, alcázares y templos, insigne y ostentosa muestra de su cultura y grandeza, y los victoriosos reyes castellanos, aunque enemigos del Islam, no insensibles á los encantos téticos del arte, respetaron é hicieron respetar á sus vasallos aquellas deslumbradoras bellezas. Lauro inmarcesible, ceñía á su noble frente el príncipe legislador y sabio, cuando al ser instituido por su heróico padre árbitro de las capitulaciones de Sevilla, amenazaba al soberbio Axataf con pasar á cuchillo a sus moradores, si en su despecho tocaban á una sola piedra de la gran mezquita: el que al ceñirse más tarde la real diadema, desvaneciendo preocupaciones y rencores y uniendo en nexo fraternal, la civilización de Oriente y Occidente, realizaba, así en la esfera de las ciencias y las letras, como en el estudio del arte arquitectónico, trascendental evolución, que en su ulterior desarrollo llegó á marcar en no lejano porvenir alto grado de florecimiento en el cuadrante inmenso de la cultura española.

Y así llegó á ser, en efecto: aquel ciclo venturoso de ilustración y grandeza que tantos prodigios concediera al arte, y al cual dieron generador impulso Abde-rra-haman II y Alha-kem I, y gozaron en completa granazón Abde-rra-haman III, Alha-kem II y Almanzor, sucumbió no sin viril y heróica resistencia en los umbrales del renacimiento, bajo la vencedora espada de Fernando el   —246→   Santo; pero el arte mahometano ya vencido, al abdicar forzosamente su libertad, su religión y creencias, aún pudo encontrar en la hidalguía de sus señores, medio eficaz con su irresistible halago de comunicar su influencia al arte de los vencedores, y, apegándose tenazmente á su vida y á sus costumbres, logró hacerse puesto honroso en las edificaciones castellanas, y al fundirse aquellos risueños elementos, con los místicos y graves de la arquitectura cristiana, vino á formularse ese arte de nueva faz, de carácter híbrido, heterogéneo, de manifestación suntuosa y peregrina, que fué erigiendo por España hermosos templos y lujosas construcciones palatinas, extendiendo cada vez su dominio y su influencia en el dilatado período de tres siglos, al cual un ilustre arqueólogo moderno187 ha clasificado con el nombre (aceptado por los doctos) de estilo mudejar.

A esta interesante y bella faz del arte arquitectónico, cuya brillante manifestación estrecha en armónico consorcio el espíritu de dos opuestas razas, de caracteres distintos y de antagónicas creencias, que empezara vagamente á dibujarse entre la tarde sombría de la Edad Media, y la esplendente aurora del renacimiento, pertenece, pues, á no dudarlo, el pequeño y venerable monumento cuya historia nos ocupa; y á la vez que sus formas generales, su decoración y los elementos que alternan en su ornato nos muestran visiblemente los privativos caracteres de esta manifestación artística, si lo consideramos desnudo de los modernos apóstizos que lo afean y desfiguran, y apreciamos su situación, su especial estructura, sus reducidas proporciones, la disposición de su planta y de su alzado, su orientación dirigida en orden á su longitud de Norte á Mediodía en línea opuesta á las basílicas cristianas, nos hacen llegar á la posesión de un concepto determinado, íntegro y claro de la idea que lo dió el ser, de su génesis y de la monoteísta religión que la inspirara.

Principio es, generalmente aceptado, y que constituye la firme base de los estudios críticos-arqueológicos, que todas las edades imprimen a sus monumentos de arte el sello especial de su carácter, de su vida íntima y social y de sus tendencias y aspiraciones:   —247→   por lo cual, dada la peculiar fisonomía que estos, en todas épocas, y en sus sucesivos desarrollos mediante el arte respectivamente ofrecen, no es difícil, ni aun tampoco sería de dudoso resultado para el historiador y para el crítico, aquilatar su mérito absoluto, su apreciación estética, ni menos fijar con la evidencia del acierto el momento histórico en que cada manifestación artística ha sido concebida y realizada.

A favor de esta ley fundamental, esclarecida no há largos años por la intervención luminosa y la creciente actividad de la investigación arqueológica, que destruyera graves y trascendentales errores, al poder puntualizar con corteza el genio respectivo, la especial ilustración de épocas diversas en usos y costumbres, y determinadas civilizaciones, de creencias y religiones opuestas, circunstancias aún no determinadas ó tal vez desconocidas por los ultra-clásicos del pasado siglo; vamos, pues, á proceder á un examen minucioso de este templo, confiados en la luz que nos ministran los rasgos expresivos que en su maltratada fábrica encontramos, con ánimo de deducir no sólo irrecusables datos, para autorizar nuestra opinión sobre su origen, sino para determinar medio de una exacta descripción todas sus bellezas, y hacer costar la necesidad de que todos procuremos salvar de la ruina y del olvido este apreciable ejemplo del arte mudejar, nacido en nuestro suelo, en momentos supremos de honda crisis para el cristianismo, que vino á ofrecer en su florecimiento una de las más interesantes fases de la arquitectura española.

- IV -

La situación de la expresada ermita, está, según dejamos ya apuntado, dentro del barrio que, hasta pocos años antes de la terminación del siglo XV, por la real munificencia, habitaron los hebreos, en la mediación de una estrecha y tortuosa calle, que al cabo de seis siglos ha venido conservando en alas de la tradición, como perenne recuerdo el nombre de los judíos, á la cual limita por el Norte la irregular vía que termina en la puerta de Almodovar, y por el Mediodía la plazuela de las Bulas.

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El lado oriental de esta calle lo forman grupos de antiguas casas en cuyos viejos muros no es difícil hallar algún disperso vestigio de la dominación muslime, que se extienden en su longitud hasta la denominada huerta del rey Almanzor; sobre cuales descuella, más por su extensa área y gran tamaño, que el buen gusto de su construcción, el hospital fundado al principio del siglo XVIII por el cardenal D. Pedro Salazar, de cuyo prelado tomó el nombre, y por el Occidente de otras casas, de igual antigüedad y de no mejor aspecto, entre las que está enclavada, que con ella terminan, en la dilatada huerta denominada del Rey, donde en lugar no distante del en que se levanta esta ermita vieron los hebreos su enterramiento.

Un vano cuadrangular protegido por una robusta puerta embadurnada de almagra, practicando en un sencillo y enjalbegado muro de exigua elevación, sobre el que se eleva un rudo campanario, en forma de espadaña, abre el ingreso á la ermita. Cubre esta entrada interiormente un ruinoso y tosco colgadizo, a cuyo frente aparece el ámbito cuadrado de un patio reducido, cuyo triste aspecto y desnudez encubren algún tanto varias macetas de plantas aromáticas y algunas macilentas flores, escalonadas en artificial y carcomida escalinata: á la izquierda, por un pequeño vano ó puerta, se descubre al fondo, vetusta y pobre vivienda destinada á portería, y á la derecha, un arco de plena cimbra, exento de ornato inscrito, en otro carpanel ornamental paso al interior del santuario.

Constituye este una «cella» ó cámara de escasas dimensiones, de figura cuadrangular, cuya planta mide 6 metros en su ancho y 8 al largo, á la cual divide en su longitud un robusto muro paralelo al de la entrada, distante de este unos 3 metros, y traforado por dos arcos de igual elevación y forma al ya citado; cuyos arcos dan paso franco á la pequeña iglesia, y en su línea determinan con la de la pared foral una estrecha galería á manera de vestíbulo, coronada por un modesto y vulgar artesonado.

Nada notable á la vista se revela en este primer departamento; solo sus blancos y desnudos muros recargados de cal, que no es extraño oculten preciosísimas labores, y un enorme cuadro en cuyo centro en abultados caracteres se ve escrito piadosísimo soneto,   —249→   tan vacío de corrección y buen sentido, como lleno de fe y católico entusiasmo. No así en la parte principal y destinada al culto. Esta, en primer lugar ofrece, según antes expusimos, la excepcional circunstancia de estar contrariamente orientada á los templos del catolicismo, y cúbrela desfigurando su forma primitiva pesada bóveda greco-romana. Sobre una ligera grada que escasamente se eleva sobre su irregular pavimento, formado con toscos y carcomidos ladrillos, ostenta su presbiterio, en dirección al Norte, con dorado retablo de mal gusto, y en él algunas rudas esculturas: á la derecha, inmediato al ángulo de entrada, un púlpito modesto, de sencillo maderamen, se apoya sobre el muro; más adelante una puerta cuadrilonga y de vulgar aspecto rompe la pared de Oriente y da entrada á un espacio irregular y estrecho con destino al parecer de guardar los sagrados ornamentos, y á la izquierda, ó sea en el muro de Occidente, otro altar con retablo de igual gusto con la santa imagen que ha dado nombre á la ermita, pequeña escultura tallada en madera, cuya rígida actitud, rudimentaria manera, é insciente sencillez, hace recordar los inexpertos rasgos del cincel español, cuando el arte del memorado Fidias se acercaba lentamente en nuestro suelo, salvado un periodo dilatado de inacción y abatimiento, á conquistar la gloria que alcanzaron Becerra y Berruguete, Monegro, Montañés y Cano.

Los elementos que alternan en esta construcción, aunque imperfectamente bosquejados, dan no obstante suficiente luz para asegurar con no dudoso fundamento, que pertenecen á esa lamentable moda que se iniciara en el siglo XVIII, de greco-romanizar todas las basílicas cristianas, y que extendiendo por España su pernicioso influjo pero significándose más en las comarcas andaluzas, llegó casi por completo á borrar en Córdoba y en otras grandes ciudades, con la fisonomía especial de antiguas construcciones, la interesante faz que desde el siglo XII al XVI ostentó como selecto ejemplo la arquitectura religiosa. Sólo en Córdoba podemos contemplar, completamente estropeados por esta innovadora manía, todas las iglesias parroquiales y la antigua mezquita (hoy catedral) que como genuinos tipos del arte monumental, ya fuese mística ó profana su destinación primitiva, y como fieles memoradores   —250→   de venerandas tradiciones, debieran haber sido respetadas; y sin embargo, ricas cúpulas y artesonados, bellas ojivas, tallados capiteles y cimáceos y lujosos muros decorados con profuso y bello ornato, quedaron sepultados bajo pesadas masas de cal y canto, usurpando á la vista y al estudio estas bellezas con su blanco y fúnebre sudario.

Esta misma furia innovadora, hallando fútil pretexto en el mal estado que por partes se encontraba el grandioso y singular alfarges de la gran mezquita, inspiró en mal hora en los primeros albores del siglo XVIII al obrero de la catedral cristiana, á la sazón D. Jerónimo del Valle, la idea de embovedarle, para darle (según, su insciente y verídica expresión) mayor hermosura y claridad. Por lo tanto no es de extrañar, aceptados estos precedentes, que estando en aquel tiempo consagrado al culto este edificio, fuese como aquellos invadido del destructor contagio.

Haciendo, pues, caso omiso de la pesada bóveda que la cobija, y considerándola á favor del fortuito hallazgo en ella habido, despojada de las capas de cal, que como importuno antifaz la desfiguran, intentaremos bosquejarla con el carácter y ornamento que ostentaba (y aún hoy conserva cubiertos en gran parte) época anterior á esta sensible reforma.

La planta de la ermita, cuya dimensión dejamos ya indicada, es según nuestro entender la de la parte principal y preferente de la antigua sinagoga; cuya área total en sus orígenes, debió ser más extensa á juzgar por los vestigios que á su alrededor se observan, y aunque vagamente manifiestan debió estar ampliada con otros departamentos subalternos de los cuatro muros que determinan esta planta; el que mira al Mediodía ya dijimos se halla perforado por dos arcos semicirculares, divididos entre sí además por una columna de capitel sencillo y perteneciente á la restauración greco-romana, y que dan paso al santuario formando con la pared foral un reducido vestíbulo: sobre este descansa otro segundo cuerpo cuyo piso sustenta vulgar artesonado de exacta dimensión, y en la parte superior del muro, en dirección vertical á los dos arcos ya citados y al macizo que encubre otro igual que en otro tiempo estuvo practicado, ábrense tres de inferior diámetro á manera de pequeños ajimeces ó balcones: los dos arcos extremos   —251→   son semicirculares, y el del centro de mayor elevación es de ojiva reversa florenzada y oculta el vértice de su conopio tras la clave de la anacrónica é inoportuna bóveda. El arrabea respectivo en que cada cual estuvo inscripto, como las enjutas exornadas ricamente de inscripciones y labores relevadas en fina yesería, desaparecieron á mediados de este siglo, no al impuso lento y destructor del tiempo, sino á la inconsciente acción de una mano bárbara é impía; pero aún conservan en su intrados cada uno, como fiel memorador de estas bellezas, orla afiligranada de menudos angrolados.

En el promedio del muro de Occidente donde estaba colocado el retablo de Santa Quiteria y afortunadamente se encontraron los primeros vestigios de esta antigua construcción, se eleva desde el modesto pavimento hasta apuntar su vértice en una de las pechinas de la moderna y sobrepuesta bóveda, un gallardo arco ojival, orlado en su interior de siete grandes lóbulos, á cada uno de los cuales exorna anteriormente á manera de archivolta, una sencilla gola ó estrecha moldura cóncavo-convexa. El vano que su intrados permite de 0,50 metro de profundidad, está limitado al lado posterior, por un tabique ó acitara, tal vez producto de alguna nueva reforma, que en totalidad le encubre y repite la misma ojiva aunque sin el mismo ornato. Sus arranques se apoyan en una doble repisa ornamental de arquitos enlazados, de delgados nervios, y columnillas empotradas, apuntando la forma estalactítica que se observa en las construcciones árabes y mudejares, y que en graciosa combinación alternan con delicadas labores, inscripciones cúficas y follajes relevados en estuco.

Corren á derecha é izquierda desde la terminación superior de estas repisas, revistiendo lujosamente el muro, hasta ocultarse tras el estribo que sustenta la posada bóveda, tres amplias zonas decoradas con varia y profusa labor relevada en yesería. La primera, limitada inferiormente por una estrecha orla filetada de picadas hojas, ofrece una graciosa lacería formada de cintas y filetes, relevados sobre delicado fondo, que partiendo pareados de una estrella central de ocho ángulos ó puntas, en gradual y opuesta dirección, se enlazan y combinan en un término dado, formando amplios recuadros, y engendran en su desarrollo confundiendo   —252→   y recreando al par la vista, ángulos, triángulos, nexos delicados, artificiosas grecas y otras figuras geométricas de complicada y elegante traza, que dan lugar á irregulares intermedios, cuya forma difiere según el más ó menos avanzado movimiento de las líneas generales, y que en su área ostentan, en contraste delicioso, rica ornamentación de menudas flores y follajes.

Más varia y fastuosa y de mayor latitud es la que sobre esta ocupa el medio, y se divide en sentido vertical por vistosas fajas en cinco compartimientos. Un espacioso recuadro de mayor amplitud que los demás, ocupa el centro, y oculta tras la bóveda un artificioso y bello decorado. Sobre él se inscribe el gran arco ojival, de que ya nos hemos ocupado, y á sus enjutas, como al espacio que media entre estas y su vértice, hasta la holgada franja de caracteres hebráicos de relieve que á manera de arrabá ciñe el recuadro, borda espeso y picado ataurique, cuya menuda labor de hojas y follajes, simulan en fantástica ilusión, un bellísimo enrejado de sutiles vástagos y menudas y rizadas flores.

Flanquean este recuadro otros dos de menos latitud, pero de igual altura y de diverso ornato; el de la izquierda es rectangular; el de la derecha, aunque de igual magnitud, afecta distintamente la forma de un arco peraltado con crestería angrelada, igual exactamente á los ajimeces ya citados; sólo, que al contrario estos, no está practicable como con el otro lo estuvo á no dudarlo en época anterior, y ambos aparecen cerrados con tabiques y en sus planos respectivamente hay pintados al óleo con enérgica franqueza, y no escasa actitud é inteligencia, un San Cristóbal y una virgen del Rosario.

Siguen á los lados, separadas de estos por una lujosa moldura relevada en los extremos, dos lindas tablas de ancho igual á las pinturas, primorosamente talladas, cuyo elegante fondo, de labor exacta á la del recuadro ó rectángulo del centro, es de menudo y finísimo ataurique: mas sobre este fondo, tanto en uno como en otras, son varios y distintos los exornos de doble superficie que caprichosa y agradablemente se relevan en multiplicados giros y dibujos. Estrechas molduras alternadas con delicados filetes, partiendo á proporcional distancia y en dirección opuesta y diagonal, de los lados del gran arco lobulado en el del centro, recorren paralelamente   —253→   los miniados dibujos que matizan el delicado ataurique, y en su desenvolvimiento gradual y concertado, van describiendo arcos de segmento que quiebran sus arranques en pequeño ángulo recto de lados iguales, y se cruzan bajo de estas, en acompasada alternativa, describiendo ojivas, ángulos, cuadrados, bellos lazos y losanges, que dan forma al interior á graduales espacios que ostentan en su centro relevado y pequeño roseton de flores multifolias.

En las dos tablas extremas y en dos anchas franjas que separan el recuadro central y su inscripción de las pinturas precitadas, emprenden sobre igual fondo desde el exterior de los rectángulos que las contornan, diversos giros, determinando en su intersección con calculado movimiento, arcos de herradura ó semi-circulares, trevolados, ojivos y florenzados con delicada y suma sutileza, produciendo á la vista avasallada, maravilloso efecto y plácida armonía. Amplia orla de caracteres hebráicos de relieve separa esta laboreada zona, de la que concluye con el muro en la parte superior; la cual, con no menos rico fondo, y ostentando complicada y ondeante tracería entreverada, donde resaltan en armoniosa confusión estrellas, ángulos, cuadrados y paneles, recorre esta pared y termina en una franja con elegante inscripción de los mismos caracteres que á manera de arrocabe la ciñe y la corona. Esta zona é inscripción, sin cambiar la primera sus ornatos, salvado ya el muro accidental, dobla el ángulo y recorre en toda su extensión y á igual altura el lado Norte, sirviendo de tangente á la clave de la bóveda moderna que describe sobre este la extensa línea de su arco; la circunstancia de interponerse esta pesada bóveda, con la no menos sensible de ocultar bajo la cal su decorado, nos impide por desgracia examinar con la facilidad y holgura necesarias, las dos restantes zonas: mas no obstante, el espacio que dejan descubierto sus arranques y los vestigios que conserva en la parte inferior, aunque bastante maltratados, nos dan luz suficiente para con no dudoso éxito asegurar que en este lado se repite igual distribución con cierta variedad en los ornatos. Nada puede asegurarse del recuadro central, oculto por el alto retablo que constituye el presbiterio; pero á sus lados aparecen los dos arcos peraltados, cuya angrelada crestería sirve de marco á un   —254→   San Pedro y á un San Pablo grosera y completamente repintados, y á los ángulos, se ofrecen á su vez otras tablas de distinto y no menos agradable decorado.

Un boltel filetado, de exigua latitud, va desarrollando sobre delicado fondo de picado ataurique, sus precisas líneas, semejando blancas cintas que determinan proporcionalmente esbeltos y prolongados arcos, las cuales ya se enlazan sobre las claves respectivas describiendo pequeños círculos, ya se bajan y se elevan en dirección paralela, no sin producir en sus bases alternados circulitos y bellos entrelazos ó indistintamente van llenando los espacios, con ondulantes líneas en zigs-zags, sencillas grecas y arquitos trebolados. Más variada en verdad se nos presenta la ornamentación del muro opuesto, ó sea el situado al Mediodía.

En este, la zona superior, limitada por la misma faja de hebráicos caracteres que encierran las de los lados Norte y Occidente ya descritas, ofrece peregrina labor de profusa y relevada lacería, desarrollada sobre estrellas centrales de diez y seis puntas: estrechas cintas en hiladas paralelas, circunscribiendo á la figura generatriz del centro, parten de esta, en rumbo diverso y circular y en su repartimiento preciso y graduado ora se cruzan y separan inmediatas á su origen, ora se ocultan y aparecen á mas distancia y en opuesta dirección, determinando en laborioso laberinto maravillosos juegos de geométricas figuras y agudos entrelazos, que relevándose oportunamente sobre un miniado fondo de picadas hojas, la hacen aparecer á la vista perturbada como una preciada tela por completo guarnecida de un primoroso y finísimo bordado. Constituyen la zona intermedia y principal los tres ajimeces, de los cuales aunque ligeramente ya nos hemos ocupado y cuyas enjutas no conservan el menor vestigio de su antiguo decorado; respecto á la inferior, ó ha desaparecido, ó tal vez se oculta bajo la cal que encubre el espacio que queda libre sobre las cimbras de los arcos del vestíbulo.

Designados ya los principales elementos que alternan en los tres lados de esta cámara no sin la zozobra que engendra el natural temor de no llegar á ser bastante explícitos, pasemos á ocuparnos de los no menos importantes que muestra la pared oriental, en la que, según nuestra creencia, apoyada en los vestigios de   —255→   un gran arco, que en el centro de la misma, levemente inscrito se percibe, estuvo en sus primeros tiempos a principal entrada á la sinagoga.

Elegante al par que diversa faz ostenta, tanto en su distribución como en el especial carácter que reviste la galanura y bizarría de sus ornatos. De la parte inferior, dada la blanca envoltura que la encubre, nada puede juzgarse; pero el ancho espacio, que en los otros tres lados ya descritos ocupan las dos zonas superiores, se ve en este dividido en tres compartimientos de amplia dimensión, trazados de alto á bajo, y contornados por estrechas fajas verticales relevadas de menuda tracería, que describen en graciosa alternativa, sobre fondo miniado, folias conopiales ó falcadas, y filetes ó funículos trenzados. Difiere esto no obstante, con no escasa variedad, de los otros dos compartimientos; el del centro, con tener más latitud, aparece dividido á su vez en dos partes desiguales, en sentido horizontal, por dos franjas de hebráicos caracteres, exentos en un todo con los designados en el muro occidental, de los cuales, la que ocupa la parte superior, baja por ambos lados al medir dos metros, en sentido vertical, no sin decorar sus dos ángulos dos sencillas flores cuadrifolias, describiendo un gran rectángulo de más ancho que altura, y contornando sus tres lados á manera de arrabá. Una pintura al óleo, cuya gran mutilacion y deterioro nos impide en absoluto aquilatar su mérito, cubrió por largos años la superficie de este gran recuadro; pero desprendido el aparejo á grandes trozos, ha dejado en descubierto su decoración primitiva llena de peregrinas bellezas, brutalmente sepultadas bajo grosera argamasa de tierra, cal y arena. Borda el fondo de este cuadro, profusa y rica exornación de finísimo ataurique, altamente relevado, entre el cual serpean en armónico des orden sutiles vástagos, que describen ingeniosas curvas entre tupida alfombra de tréboles, tulipanes, botones, tallos y rizadas hojas, sobre cuyo ornato se destacan repartidas á proporcional distancia laboreadas tenas de relieve. Alterna en este filigranado fondo una estrecha moldura filetada que en dirección horizontal va describiendo en simétrica disposición bellas fajas de arcos trebo lados que quiebran en ángulo recto sus arranques, y circunscriben á otros más pequeños en su centro, y dos filetes alternados en   —256→   ondeante movimiento recorren finalmente los cuatro lados del rectángulo, produciendo una linda serie de arquitos, enlazados, semicirculares que dispuestos en diversa posición á aquellos, y cruzados por sus claves respectivas, determinan una graciosa orla de aguda y sencilla crestería, que viene á envolver airosamente la fastuosa labor de este soberbio cuadro.

La otra división se extiende sobre este, ocupando la misma latitud, pero su altura sólo mide 0,83 metros, decorada sobre un menudo y relevado fondo, elegante franja de arquitos trebolados puramente ornamentales, apoyados en ligeras columnillas figuradas de lindos capiteles, cuyos arcos á más de presentar cuadrados sus arranques como los de la zona inferior, ofrecen los más elevados una curva altamente remontada, y en sus espacios, desde esta hasta la base de los ligeros fustes, campea alternada con picado ataurique, repetida inscripción cúfica cuyo significado es bendición188.

Réstanos para dar ya por terminada esta extensa descripción, hacer, aunque ligeramente, la de los otros dos compartimientos, que flanqueando el recuadro cuyo examen hemos terminado, decoran ó mejor diremos decoraban este muro. De estos, solo por desgracia se conserva el que ocupa la derecha; el izquierdo por completo ha desaparecido, aunque bien puede asegurarse que en ambos eran iguales los ornatos. Aseméjase su labra á la de la zona superior que describimos en la pared del Mediodía, si bien aquella era obra de lacería, sino más bella que esta, mucho más menuda y delicada.

Prodúcense en aquella zona, como generador elemento, estrellas de diez y seis ángulos; en esta, sobre estrellas de doce se forman hermosos lazos pareados con más anchas cintas ó filetes, que al cruzarse en su ascendente desarrollo en línea recta, recorren circularmente el espacio repitiendo en más amplia dimensión esta figura, y de aquí se atan y separan en opuesto rumbo, engendrando delicados nexos cuadrados y polígonos de forma regular   —257→   y otras combinaciones geométricas que dan lugar á variados casetones que dejan ver en sus centros peregrino tejido de menudas flores y follajes.

- V -

Nada más que sea notable á nuestra vista ofrece esta preciosa y venerable fábrica, en un tiempo tan delicada, gallarda y elegante, y hoy tan decrépita y gastada, más que por la acción del tiempo, por las ridículas reformas con que de una manera tan arbitraria é inconsciente ha sido despiadadamente destrozada: sólo agregaremos que á esta estancia á que dan forma los cuatro muros ya descritos, la corona, produciendo un desagradable efecto, una tosca techumbre de groseras vigas y maderos, cuya edad no registra larga fecha que habrá sustituido, á no dudarlo, al laboreado y primoroso alfarges que la cobijara en sus mejores tiempos.

Así pues, terminado el minucioso examen que hemos hecho de este monumento, puntualizando quizá con extrema nimiedad sus accidentes subalternos y detalles, aunque á nuestro entender necesarios para dar (según nuestro propósito) una aproximada idea de sus formas generales y de los adornos, no en totalidad visibles, por la interposición de la ancha bóveda producto detestable de la última reforma, no vacilamos ya en afiliarlo, no sin la seguridad del acierto, al ya mencionado estilo arquitectónico, que bajo el dominio sucesivo de D. Pedro I y de Enrique el bastardo, alcanzara en Toledo, en Córdoba y Sevilla con desusado aplauso predominio, alto grado de florecimiento.

Hermananse, según de las anteriores descripciones se desprende, en sus formas y en los rasgos decorativos de esta fábrica, como natural conquista de aquella singular cultura, elementos derivados del arte mahometano, con los que crea y elabora la arquitectura cristiana en las mismas comarcas andaluzas bajo el no mermado patrocinio de los soberanos de Castilla.

En la apuntada y gallarda ojiva del gran arco lobulado que rompe por su centro el muro de Occidente se nota la avasalladora influencia del arte cristiano, que no obstante el odio y recíproco rencor existente entre el pueblo cristícola y hebreo, llega á inocular   —258→   sus formas místicas y austeras en un templo levantado para el culto de la religión mosáica, y en el profuso decorado de sus muros, al arte sarraceno, ostentando sus ornatos bellos, delicados, fastuosos; pero obediente á una ley nueva que trasforma su existencia; ya gastadas, por lo tanto, su prístina firmeza y energía. Confírmase, pues, certeramente por la concertada fusión de estos opuestos caracteres, detenidamente quilatados, que la construcción especial que nos ocupa pertenece á esa delicada manifestación del arte mudejar, que nacido con la reconquista, desaparece con el siglo XVI, no sin rendir á la cultura castellana durante su larga y laboriosa vida, así en las esferas de las artes nobles como en la dilatada serie de sus derivadas, colmados y peregrinos tributos.

Nótase asimismo con no escasa evidencia á favor de este prolijo examen de sus diversos elementos, los rasgos genuinos y especiales que distinguen con suma claridad á ese arte monumental en aquel siglo, en que tras una elaboración lenta y progresiva y ya no distante de su más cumplido desarrollo, osa emular en templos y alcázares, las opulentas fábricas del arte granadino, engrandecido este con todos los despojos de la cultura árabe; refugiada á la sazón bajo el poderoso cetro de los reyes Nazaritas.

En la ojiva lobulada del gran arco, en la figura peraltada, los balconcitos ó ajimeces, que antes describimos, con sus afiligranadas archivoltas y sus menudos engralados, en el exorno y forma de sus laboreadas zonas y recuadros, en sus franjas y orlas alternadas de trenzas, nexos y tallados caracteres, en sus arquitos de disposición ornamental, ya de herradura ó semicirculares; ya apuntados, trebolados ó ligeramente estalactíticos; ya finalmente en sus menudas lacerías, estrellas, tenas y florones que en complicado laberinto recorren y decoran sus lindas tablas de almocárabe, encontramos no dudosa identidad con los elementos que alternan en el fantástico ornamento de la capilla de Villaviciosa, con los de la casa de estilo mudejar de la calle del Sol, propiedad del distinguido arquitecto D. Amadeo Rodríguez, con los que ofrecen los fragmentos de yesería labrada, que procedentes de la antigua y derruida casa de las campanas y el convento de las Dueñas se conservan en nuestro Museo provincial,   —259→   con algunos de los que decoran el suntuoso alcázar de Sevilla, con los de la derruida iglesia de la Trinidad en Ceuta, y en no pocos detalles y accidentes se observa acentuada semejanza con los de la antigua sinagoga, hoy iglesia consagrada al culto católico con el nombre del Tránsito en Toledo, y por último con otras muchas y no poco importantes construcciones mudejares erigidas y reedificadas como esta en la décima cuarta centuria hacia su postrer período, cuando alcanzaba cercana madurez este peregrino estilo arquitectónico.

Pero no obstante, al juzgar esclarecida suficientemente la destinación primitiva de este monumento, si no por las razones que expusimos al comienzo de este escrito, por las inscripciones judáicas que hemos encontrado recorriendo sus labrados muros, quizá significando repetidos salmos, que con inequívoca evidencia lo justifican y comprueban: es forzoso consignar, que si bien de un modo positivo é indubitable, prejuzgamos á esta antigua fábrica como ingenua manifestación del arte mudejar, de gran estima ya en el memorado siglo, no por esto afirmaremos, que á este histórico período se limite su primaria fundación; esta la consideramos, dados los precedentes históricos y tradicionales que en otra parte ya indicamos, originada en la dominación arábiga y reparada tal vez sobre gastados cimientos, en la época feliz para la raza hebrea de D. Fernando III ó del Rey Sabio, cuya construcción, dadas las vicisitudes que agitaron la azarosa vida de la grey israelita, desde la reconquista hasta dar principio el siglo XV; la agitación febril que al mundo dominaba; las tendencias del arte por esencia innovadoras, y la fragilidad de las materias que en general se empleaban en las construcciones derivadas del arte mahometano, una vez extinguida la floreciente cultura de los almohades, debió sufrir sin duda por sus deterioros no escasas reformas y reparaciones, y como consecuencia de estas, y á favor del venturoso iris que, merced al poderoso influjo de Levi, luciera en el oscuro cielo de la familia hebrea durante el fugaz reinado de D. Pedro I el Justiciero, fué, si no en totalidad reedificada, al menos en la parte que hoy conserva, y decorada con arreglo al gusto dominante de la época.

Réstanos decir ya, finalmente, como término á nuestras investigaciones,   —260→   que á más de la visible falta de otros cuerpos que le estuvieron agregados, de los cuales se conservan perceptibles rastros, obsérvase asimismo en la parte subsistente ya descrita, la huella lamentable de la profanación que ligeramente al puntualizar su descripción analizamos, la cual tuvo lugar, según de nuestro examen deducimos, en el segundo tercio del siglo XVII, y la que, si obediente á una idea en extremo mística y altamente religiosa, no por esto dejó menos de significarse con sensible detrimento de su fábrica al cerrar con un rudo tabique de ladrillo los esbeltos ajimeces de los muros Norte y Occidente; tribunas en un tiempo donde las mujeres israelitas escuchaban con recogimiento la inspirada voz de sus rabinos; y al cerrar con groseras argamasas los primorosos entalles del recuadro central de la pared de Oriente, bajo el cual se abría la principal entrada, para expresar al óleo religiosos simulacros, de cuyo mérito en otro lugar no ocupamos, profanando de este modo y con censurable impiedad aquellos delicados muros de primoroso encaje y filigrana.

Emitida, pues, nuestra humilde opinión sobre los extremos precedentes, y omitiendo por ser ya conocida la que severamente formulamos sobre las fatales consecuencias que surgieron de la restauración abominable realizada en los primeros años del siglo XVIII, aun no juzgarnos ocioso el agregar á lo ya expuesto algunas aunque breves consideraciones.

Justificado está, según creemos, por las razones que hemos alegado, que este antiguo monumento, que á despecho de los años aún hoy Córdoba conserva como imprevisto legado de sus dorados tiempos, no es, como suponen algunos escritores cordobeses, la fastuosa sinagoga que, con gran menoscabo de la iglesia, llegó á excitar con el justo temor de los cristianos las iras del Pontífice Inocencio IV; pero ya fuese distinta á la que suponemos la progenie que pueda registrar la verdadera historia de este monumento, ya fuese el esqueleto de uno ú otro templo carcomido por la edad, y posteriormente encarnado y revestido con brillante y nuevo traje, que más tarde el peso extremado de otros años y la insciente y frívola exigencia de la moda desgarra á su vez y transfigura, en tiempo no distante de nosotros, es lo cierto que en nada desmerece para poder juzgarlo como objeto acreedor en sumó   —261→   grado de alta consideración y de respeto; porque á más de entrañar un interés general é histórico para la localidad donde subsiste, ayudándola á justificar el renombre, gastado por desgracia, de ciudad monumental de que blasona, bríndannos sus generales formas con su representación decorativa, no exenta de originalidad dentro del período artístico que ostenta apreciable estudio, para poder avalorar con ulterior aplicación y útil aprovechamiento, una de las más curiosas fases que ofrece en su desarrollo la arquitectura cristiana, en tan profana como peregrina exornación desde la segunda mitad de la Edad Media hasta la luminosa aurora del renacimiento.

No es menos recomendable y digno, si se le considera por el luciente prisma de su significación histórica, en orden á su relación con aquel tracto interesante y laborioso, en el que la civilización moderna sale del estado de gestación en que yaciera, al calor de las cruentas pugnas y encarnizadas contiendas en que se empeñan las modernas sociedades por alcanzar su libertad é independencia, y donde á la vez que en las esferas políticas se verifica lentamente la singular evolución que da comienzo á transformar las respectivas nacionalidades, el arte con las ideas, las costumbres, la legislación y la literatura, tiende á formularse á compás de este agitado movimiento, adoptando con desdén á su pasado, un carácter más local, único, exclusivo y ostentoso, más exento de unidad y menos religioso, pero engendrando con viril iniciativa el esplendente porvenir que no distante contemplaba de universal cultura y de progreso. Conservada milagrosamente, repetimos, esta estimable herencia, que realzada con las galas que aún le presta el arte y la poesía de los recuerdos, la cultura pasada nos ofrece, si no en la integridad que apeteciéramos, libres por lo menos del furor del tiempo y de inepcias execrables, sus partes más interesantes, mengua sería dada la actual ilustración y la importancia cada vez creciente que el estudio de la antigüedad viene alcanzando, permanecer indiferentes, sin apresurarse siquiera á costa de un pequeño esfuerzo, á preservarla de su no lejana destrucción y del olvido.

Esto, que sería en otro cualquier punto muy mal visto, en este antiguo pueblo vendría á ser doblemente censurable; porque alcanzando   —262→   un nombre esclarecido en los anales de la historia, que la fama, con desdoro de nuestro frívolo presente ha divulgado por los extensos límites del mundo conocido, acuden á sus ecos multitud de sabios arqueólogos, ilustres artistas y extranjeros, que exaltada su mente por el misterioso encanto de la tradición y creyéndonos fieles conservadores de aquella sagrada herencia, vienen deseosos de inspirarse en su inflamado cielo y á leer los días de su esplendor y gloria en las gastadas piedras de sus monumentos, y á excepción de nuestra grandiosa é incomparable joya189, por nuestra incuria bastante quebrantada, y algún otro desfigurado resto que la casualidad ha conservado, sólo llegan á encontrar con la prueba de nuestra inercia y abandono, la hierba ó la maleza que ha crecido, donde fueron templos suntuosos, erigidos por la fe de otras generaciones; mezquinas aunque nuevas viviendas, pobremente engalanadas con modernas fruslerías sustituyendo con visible pretensión á fábricas soberbias en las que el arte proclamaba el poder y la grandeza de los Césares ó la extrema cultura y la opulencia de los reyes islamitas; ó desoladoras ruinas, que guardan bajo sus escombros el secreto de su historia y sólo evocan del pasado ante la mente exaltada leve y melancólico recuerdo que impresiona vivamente el corazón, haciéndole experimentar un sentimiento indefinible de pesar y entusiasmo no exento de misterioso encanto y de poesía. Excitados, pues, por nuestro amor á las artes, ó interesados por el buen nombre de esta ciudad, por sus pasados timbres tan privilegiada; y afiliados á una corporación respetable, á la que los altos poderes tienen confiada la conservación y custodia de todos nuestros importantes monumentos, nos creemos obedientes á la ley imperiosa del deber al elevar nuestra voz con las de todos los amantes de las glorias nacionales, secundando las gestiones practicadas por la corporación expresada190, solicitando para la restauración   —263→   de este pequeño templo, á nuestro sentir ni difícil ni en mucho dispendiosa, el eficaz y poderoso apoyo, así de nuestro dignísimo prelado, que ya solícito ha acudido á reparar sus más visibles deterioros, como el de los incansables cuerpos provincial y municipal, que tan manifiestas pruebas vienen dando de su inteligencia y patriotismo.

No se nos oculta, sin embargo, la mermada situación de los públicos recursos, por las atenciones y cargos infinitos que gravitan sobre estos respetables cuerpos, limitando sus altas aspiraciones y deseos; pero tampoco dudamos que de su amor á la localidad justificado y á sus pasadas glorias, será dado esperar un alentado esfuerzo para vencer estos obstáculos: sólo añadiremos, que en esto, como en todo lo que directamente se refiere á la sagrada obligación de reunir y conservar todos los preciosos restos de nuestro honroso pasado, que entrañen un determinado mérito, y encierren un interés real y utilitario, por el incalculable bien que nos reportan para el mayor mejoramiento de las artes y de la moderna industria, está vivamente interesado nuestro nombre ante los ojos de la culta Europa; y por último, terminaremos repitiendo casi las mismas frases que en 1873 escribíamos en un dilatado artículo191, lamentándonos del estado deplorable de nuestra célebre mezquita y de la preciosísima capilla del hospital de Agudos. Lamentemos que el asolador empuje de los siglos nos haya casi en totalidad derrumbado tantos y tan gallardos monumentos, y dediquémonos á conservar, con religioso esmero, aquellos que han llegado á salvo hasta nosotros, que aunque escasos, aun hoy día constituyen el más bello ornamento de nuestro suelo: así rehabilitaremos ante el mundo ilustrado nuestra fama decaída, y evitaremos que en absoluto con nuestro crédito se extinga el último destello de aquel arte, fiel trasunto de una nacionalidad robusta y poderosa, á la que no poco debemos y aun hoy   —264→   mismo nos admira, cuya manifestación en todas las esferas de carácter bullicioso, fascinador, risueño y de originalidad fantástica simboliza el genio creador, gentil, arrogante, innovador, el espíritu y tendencias de un pueblo tan guerrero como activo e inteligente, que diera tan vigoroso impulso á las ciencias y á las letra en Europa, y el que después de la caída de este, trasmite á las edades venideras su influencia, y levanta y reviste con su mágico atavío distintas y ostentosas construcciones, con cuyos magníficos despojos á los que la huella del tiempo aún no ha podido del todo marchitar la pompa y galanura de sus años juveniles, con religioso esmero conservados, se enorgullecen y engalanan nuestras más famosas ciudades de Occidente.

RAFAEL ROMERO Y BARROS.

Córdoba, 15 de Enero de 1878.