Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

Santo Domingo, 27 de agosto de 188315.

Señor Ministro de
Justicia e Instrucción Pública.

Señor Ministro:

La imprudente publicidad dada, por medio de una insólita hoja suelta, a la denuncia que, al parecer, hizo ante la Junta Superior de Estudios el señor Manuel de J. García, no ha tenido el privilegio de sacarme de la risueña indiferencia con que miro pasar esas malas intenciones. Ni el propósito manifiesto de desconceptuar al Director de la Escuela Normal; ni la capciosa versión de un acto que servirá, como ya sirvió otro de su especie, para confirmar la equidad y la justificación del hostilizado Director; ni la algazara de que no he querido apercibirme y que parece se ha tratado de mover en los ánimos ya de antiguo predispuestos contra la Normal, nada hubiera logrado que me pusiera en actitud de defensa, ni aun para reponer en su lugar a la verdad. El día en que mis actos no me defiendan, me habré puesto al nivel de esos ataques. Entre tanto, ni los contesto, ni siquiera los conozco.

Pero al leer ahora en el número 479 de la Gaceta Oficial el acta de la sesión ordinaria celebrada el 18 del mes por la Junta Superior de Estudios, he visto que debo reparar el olvido en que ha incurrido la Junta que usted preside dignamente.

El acta dice en la parte a que me toca referirme:

«La Junta, tomando en consideración el asunto, acordó prever el caso, cuando llegase la hora de discutir un proyecto de reglamento complementario sobre instrucción pública, que presentó y leyó el ciudadano Ministro, Presidente de ella».



Si el asunto que la Junta tomó en consideración fue el de reglamentar los castigos escolares (entre ellos, el de expulsión), de ninguna manera mejor ha podido la Junta asimilarse el trabajo de reglamentación que acababa de presentarle su digno y afanoso Presidente; pero si lo tomado en consideración fue la denuncia del señor M. J. García, involuntariamente se olvidó que lo primero era pedir al atacado el esclarecimiento de los hechos.

Bien se ve que la interpretación exacta es la primera; pero se tuercen las palabras como se tuercen los hechos, e importa que el no bien relatado en la denuncia, sea puntualmente indagado, esclarecido y presentado en un Consejo escolar o de Disciplina, y ése será el primer cuidado del Director de la Escuela Normal en la próxima reapertura del curso.

Para que el señor Ministro pueda ver por sí mismo hasta qué punto fue magnánima la conducta que se presenta como arbitraria, el infrascrito lo insta a que se sirva presidir ese Consejo de Disciplina ya que invite para concurrir al acto a los señores de la Junta y del Ayuntamiento. El Consejo funcionará en la mañana del lunes 3 de septiembre, desde las 8 a. m. Por ahora, el señor Ministro esté seguro de que, a las afirmaciones del Sr. García, puedo oponer denegaciones terminantes. Con la merecida consideración,

Eugenio M. Hostos.



Santo Domingo [...] 1884 (?).

Señor D. Juan Tomás Mejía.

¡Vaya por la legalidad, señor y amigo! Pensando, (?) como usted me dice, por ser excepcional el caso que ahora se presenta, haga usted lo que le parezca más legal, aunque para mí tengo que lo más legal es dejar que las instituciones funcionen tan libremente que no tengan para que intervenir las unas en las otras. Ese fue mi propósito al redactar la Ley de Normales y la de Instituto Profesional, convencido de que el orden no está en dar a las funciones del Estado más operaciones de las que tienen o deban tener, sino en auxiliar el desarrollo libre de la sociedad por cuantos medios se crean jurídicos.

Cierto que la Normal no es cuarto ni quinto poder del Estado, aunque bien merecería serlo, si atribuyéramos a la alteza de propósitos y a la dignidad de los varones la capacidad que no es posible que tengan en estas pobres sociedades. Tan pobres, que bien valdría la pena suprimir la Normal para que no contrastara; pero no lo haga usted, que eso no convendría. Lo que sí se puede hacer es reformar la ley de modo que la Escuela, sin ser un órgano absolutamente independiente, dependa lo menos posible de esas Juntas que, bien lo sabe usted, no pueden hacer nada bueno, al no quererlo expresamente el Presidente de ellas.

Y ahora, ya que por la fuerza del alegato he hablado de supresión, déjeme que en confianza y amistad le diga que estoy tan abrumado por esto, que si no hubiera de quedarme con los brazos cruzados, ya hace tiempo que yo la hubiera suprimido para mí.

Allá le voy a mandar a Henríquez, para que se entienda respecto al modo de empezar en el día fijado.

Su afectísimo,

E. M. Hostos.



Santo Domingo, 15 de septiembre de 188416.

Señor Inspector:

Seguro de que no es posible, sin lastimar la concienzuda convicción de usted, esforzarse en demostrarle la importancia del acto a que todos vamos a concurrir, al investir de Maestros Normalistas17 a los alumnos de la Escuela Normal que en sus pruebas finales obtengan ese derecho, me limito a anunciar a usted que el 18, a las 8.30 a. m., empezarán las pruebas.

Lo que sí debo encarecer al señor Inspector es la importancia de su presencia y el vivo deseo que de ella y el de su asiduidad, tiene el infrascrito.

Con deferente consideración:

El Director,
E. M. Hostos.

Al señor Inspector de Escuelas.



Santo Domingo, abril 16 de 1885.

Señor general Gregorio Luperón,
Puerto Plata.

Mi querido amigo:

Recibí su carta, y es verdad cuanto en ella me dice. Y precisamente por serlo, me dolía su silencio.

He visto con la profunda satisfacción del patriotismo y con la alegría de la lógica, el resuelto continente y la noble actitud que ha tomado usted en el asunto relacionado con la llegada del general Máximo Gómez. El contraste entre esa y otras conductas hace todavía más digna de aplausos la de usted. ¡Parece increíble que hermanos sean tan indiferentes, que sean tan fríos calculadores los hombres públicos de pueblos recién nacidos y que sea tan solitaria la vía crucis del derecho y la justicia en Cuba y Puerto Rico!

Comprendo íntimamente la situación moral de ese nobilísimo antillano, hijo de Santo Domingo por la tierra, hijo de todas las Antillas por la idea, y algo daría por poner en sus manos cuanto él necesita para salir del paso difícil en que lo ha metido su venida a la República; pero lo que en ella no haga Luperón por Máximo Gómez, nadie puede hacerlo. Yo estoy seguro de usted y sé que el esfuerzo suyo que no pueda realizarse, inútil sería intentarlo. Eso no obstante, deje que, en nombre del antillanismo que nos ha hecho amigos, le niegue que despliegue en favor del digno representante de la revolución de Cuba, todo el poder que usted tiene.

Siempre afectísimo amigo de usted

Eugenio M. Hostos.

P. D.- Tenga la bondad de permitirme que ponga a su cuidado la adjunta carta para los generales Sánchez y Carrillo.



Hoy 2-3, 8618.

Querido amigo de siempre19:

Su elocuente esquela llegó ayer tan a tiempo, que, si yo fuera aficionado a efectos, la hubiera hecho leer. Hasta siento no haberlo hecho; pero entonces me pareció indebido. Ahora pienso que puede no serlo el publicarla entre los actos y palabras que «los muchachos» quieren hacer conocer urbi et orbe, y probablemente daré al orbe y la ciudad su esquela.

Pero, ¡qué pena me causó la falta de usted! Ya por dos veces ha faltado al puesto de afecto y de confianza que aquí tiene el siempre amigo y siempre Inspector cariñoso de nuestros esfuerzos.

Pancho20 estuvo muy bien y yo muy mal. La discreción del Ministro, en su contestación, fue muy notable, y todo habría salido a pedir de progreso y de esperanza... si hoy no hubiera llegado el bofetón que el Gobierno de Venezuela da a la República Dominicana, y que yo he sentido en el rostro como si lo hubiera recibido de mano airada.

¡Por Dios!, ¡que para un día como el de ayer venga un decreto como el venezolano de hoy!

Póngasenos bueno, que nadie tiene el derecho de estar enfermo cuando hay tanto que hacer por, para y con la patria.

Vamos, ¡levántese!

E. M. Hostos.



Al señor don Federico Henríquez y Carvajal, Eugenio María Hostos agradecido, no tanto por la Normal, cuanto por la razón humana, el sentido común, el porvenir de esas niñas y la buena fama de la República.

Eso se llama ser periodista, y no aquello de la autonomía por amor de Dios.

Espero ahora la argumentación acerca de la moral cristiana. Trátelos con benevolencia, que nadie la necesita más que los hipócritas.

Diga a las niñas que no vuelvo a recibirlas en la Normal (las convido para la conferencia de mañana, como a usted) si no le dirigen una carta de congratulación pública21.



Abril de 188722.

Sr. don Federico Henríquez y Carvajal.

Pues, señor, no me gusta su excelente artículo. ¡Y cuidado que está bien escrito y hábilmente ingeniado! Pero habla mucho del libro y del autor, y no ha querido utilizar las doctrinas.

Como eso es lo que yo quiero que usted utilice en bien del país, y como permitida complacencia de malos trances para los principios y sus abogados, le recomiendo que examine lo que el libro piensa y dice de la función electoral y de su organización actual y su forma23.

De todos modos le debo las gracias, y se las envío cordialmente.

Mil afectos.

1887.

E. M. Hostos.



ESCUELA NORMAL
DE
SANTO DOMINGO

26 de noviembre de 1888.

Sr. don Román de Peña,
Mao.

Estimado señor:

Próximo a retirarme del país, a pesar de lo mucho que lo quiero, siento deseos, y aún necesidad, de hacer todo esfuerzo para que mis discípulos y amigos queden como yo pienso que deben quedar.

Entre ellos, uno de los que más me interesan, es su hijo de usted Jesús María, que ha trabajado y trabaja demasiado y que necesita un descanso largo y completo.

Yo pienso que, en cuanto reciba su investidura de abogado, debe ir al lado de ustedes, y de allí a Jarabacoa o algún lugar de la Cordillera en donde pueda recuperarse, respirando aires sanos y puros, del malestar que le ha producido el respirar los insanos e impuros de aquí, y en medio de afanes y quehaceres excesivos. Para que mi propósito no falle, ruego a usted que escriba a Jesús María en el sentido de esta carta.

A Alcibiades le daré la investidura de Maestro a mediados de diciembre.

Quiero tanto a esos dos jóvenes, que no me cuesta ningún esfuerzo estimar al padre. Lo estima, pues,

Su afectísimo servidor,

Eugenio M. Hostos.



Chillán, República de Chile,
20 de septiembre de 188924.

Sr. D. Federico Henríquez y Carvajal,
Santo Domingo.

Querido amigo:

Sin tiempo para mucho, escribo a la vez para el amigo y para el Director de El Mensajero. Así satisfago el deseo que su última carta de junio me manifiesta. Lo que diga a usted, dicho será también para su útil y patriótico decenario.

En él he visto una equivocación en que incurrí, al decir a usted que el presupuesto de instrucción pública es de 4,000,000,000 de pesos en Chile.

No son 4,000,000,000. Eso sería demasiado, o, por lo menos, sería mucho para los que creen que ese interés social se llena con limosnas regaladas.

Instrucción Pública

El Estado, que en Chile cumple superabundantemente con el deber que la Constitución, la minoridad social y hasta el Código civil le imponen, contribuye hoy con más de 10,000,000 de pesos, es decir, con más del quinto del presupuesto general, a la tarea de educar e instruir al pueblo. Ganoso de hacerla cada día más eficaz, emplea ahora mismo cuantos medios adecuados se le presentan para reformarla.

Entre ellos, unos de los más efectivos para sacerdotal el magisterio y el profesorado, haciendo de esos medios de vivir un fin de vida individual. A ese propósito, se prepara una ley de aumentos de sueldos. Según ella, cada hora de enseñanza secundaria en los Liceos del Estado, equivaldrá para el profesor, a $900 anuales, y cómo el mínimum de trabajo impuesto por la misma ley a un profesor, es de tres horas, cada uno de ellos, cuando menos, tendrá $2700 al año. Tendrá más, si pues le es lícito dar hasta cuatro diarias, o veinticuatro semanales, y entonces elevaría a $3600 su sueldo. El resto de su tiempo es suyo. Si quiere consagrarlo por completo al Liceo, tendrá preferencia sobre cualquier otro para el ejercicio de la inspectoría, función que en este instante no tengo tiempo para ver en el proyecto de ley cómo se remunera; pero me pareció bien remunerada, cuando lo leí.

Esa acumulación de funciones, que tiene por objeto favorecer la acumulación de sueldos, está concebida también con el objeto de decidir al profesor a que se consagre por completo a la tarea educacional que hoy, para mal de la enseñanza pública, combina con otros de más alicientes por la recompensa.

Sin dejar ese tema llenaría muchas cartas, y declaro que con nada mejor podría llenarlas, aunque la declaración le pareciere ociosa, sabiendo cuán íntima convicción mía es que el asunto capital, en nuestros pueblos, sobre todo, es la educación pública.

Día de la Patria

Pero, por más que quiero, no puedo desentenderme de la fecha en que escribo. Escribo en los días de la patria chilena, y a mi alrededor rumorean la animación y el entusiasmo.

Hasta la República Dominicana ha tomado, parte en ellas. Y no así como se quiera, sino parte muy principal, muy activa y efectiva. Pero, pues estoy convirtiendo esta carta en narración, y la narración llegará hasta parecer novela, diré como novelista novel: no anticipemos los sucesos.

Dos Congresos

Como acontece en todos los países centralistas (y Chile está enferma de ese mal de centralización), lo primero y lo mejor es siempre para la capital. Así, las fiestas patrias de este año serán para siempre memorables, en lo que a Santiago se refiere, porque allí se celebrarán con dos hechos memorables: con la reunión del primer Congreso Médico en Chile, y con la del primer Congreso Pedagógico chileno. La asamblea de médicos, cirujanos y farmacéuticos se inauguró con verdadera solemnidad la víspera del que usted conoce como día clásico de Chile: se reunió en el magnífico paraninfo o salón de actos de la Universidad. La asamblea de profesores, preceptoras y preceptores, visitadores de escuelas y funcionarios de la enseñanza pública funcionará en la soberbia sala de honor de la Escuela Superior de Santiago, uno de los magníficos edificios nuevos de esa ciudad de magníficos edificios, y se inaugurará hoy mismo.

Como usted verá por esos diarios, el Rector del Liceo de Chillán25 es miembro de ese Congreso y fue designado para informar acerca de dos memorias presentadas para desarrollar uno de los temas; pero no irá al Congreso.

En él tomarán parte unas doscientas personas de ambos sexos. Y verá usted cómo procede en Chile el Estado docente: para llevar a cabo su idea de proceder a la reforma de la enseñanza, previa discusión y consejo general de todos los peritos en materias pedagógicas, paga el viaje de todos los convocados que no residan en Santiago, y les da una dieta de tres pesos diarios, mientras duren las tareas del Congreso.

Al de médicos se han presentado de toda la República unos trescientos profesionales, y, sometiéndose al programa de trabajos, procedieron inmediatamente a la discusión de los temas predispuestos, que se caracterizan por su importancia práctica.

Esa será también la predominante en el Congreso Pedagógico. Pero como no hay problema de Pedagogía que no esté íntimamente ligado con problemas de Antropología y de Sociología, la razón teórica derramará más luz en el Congreso de los maestros que en el de los fisiólogos, patólogos, higienistas y farmaceutas.

Así lo hacen esperar los temas propuestos a premio, y los simplemente sujetos a disertación y discusión. Las memorias presentadas son ochenta. Y, si he de juzgar por las dos que se sometió a mi examen, todas demostrarán, junto con aptitudes intelectuales muy laudables, una devoción sincera a la enseñanza pública, y un patriotismo muy chileno, que es una de las mejores formas de patriotismo que conozco.

Si han impreso ya el informe que redacté yo mismo y que mis dos compañeros de comisión aceptaron y firmaron, lo mandaré para que juzgue concretamente del plan general del Congreso y de la manera de pensar de los chilenos. En Pedagogía, como en todo, van con pie tan firme, que parece temerario el que, como el autor del informe mencionado, se sale un poco de lo que la generalidad conceptúa practicable.

Al par de esos nobles alicientes, las fiestas patrias tienen, en Santiago, cuanto puede atraer al pueblo culto y al inculto.

En Chillán

Mas no de esos atractivos, sino del carácter que van tomando este año en Chillán las fiestas patrias, voy a ocuparme ahora.

El primer elemento de festividad en Chile es el personal de las escuelas, los colegios, los liceos, etc.

En toda Chile, el primer «viva la patria» lo lanzan labios infantiles. La costumbre de celebrar la repartición de premios en estos días, y la de cantar en la plaza municipal el himno nacional con las dulces vocecitas de los niños y niñas de las escuelas, indica claramente cuán hondo propósito patriótico tiene aquí la enseñanza.

Desgraciadamente, desde la triste guerra de hermanos que anonadó al Perú, y que probablemente ha lastimado algunas de las más sólidas virtudes del carácter chileno, el patriotismo que se alimenta de gloria militar ha empezado a prevalecer sobre el patriotismo completamente cívico que se deleita en el venero de la primera hora de la patria chilena y muchos rectores de liceos, preceptores no pocas y no pocos preceptores habían dado en la manía de escoger aniversarios de grandes momentos de la última guerra, fratricida, para conmemorarlos con la recompensa de los afanes escolares y académicos.

Chillán era uno de esos rectorados. Pero como era imposible que el Rector actual pospusiera el patriotismo de los días sin nubes del nacimiento de la patria al patriotismo de los días de gloria sombría, ha vuelto a la antigua tradición, y la repartición de premios del Liceo fue uno de los atractivos del programa de estas fiestas educacionales, como deben ser todas las fiestas nacionales de nuestros pueblos.

Como él mismo había propuesto, en el banquete del aniversario de los bomberos, que las fiestas de la patria revistieran ese carácter ejemplar; y como todo lo que es sano y generoso está seguro de su eco en Chile, pudo proponer un programa de fiestas ejemplares, en que la generación en formación tomará parte activa y estimulante.

Festival escolar

El Liceo, la Escuela Normal, la Superior y las elementales de niñas y de niños han de figurar en primer término, y en primero han figurado.

El día 17 fue día de premios para los alumnos del Liceo; fue un acto brillante. El día 18 fue día de homenaje a los padres de la patria. Primero, a las doce, se reunieron todos los cuerpos docentes en la hermosa plaza-parque de armas; y allí, colocadas las escuelas de niñas en una plataforma separada por una pirámide truncada, en cada uno de cuyos lados presidía el retrato de uno de los cuatro grandes soldados de la Independencia, se cantó el himno nacional. Las voces de las pequeñuelas, coreadas por la de todos los niños de las escuelas y por la más varonil de los adolescentes y jóvenes de la Normal y del Liceo, producían una emoción tan viva, que fueron pocos los indiferentes, si hubo alguno, que no sintiera alborozado el corazón.

A las dos del mismo día 18 debía celebrarse el paseo cívico. Todas las escuelas acudieron; acudió una parte del Cuerpo de Bomberos; estaba presente la municipalidad; el jefe de la provincia, el intendente, funcionó allí con entusiasta actividad, y el Liceo brilló por los centenares de banderas chilenas y latinoamericanas que hacía flamear. Allí, además de las banderas de todas las repúblicas del Continente, aparecieron estandartes simbólicos, como el del Liceo, nuevo, lujoso y flamante, que parecía imitación por el lema y el corte, de uno que simboliza, en cierta querida tierra, los esfuerzos de razón por hacer luz. Allí, hermanadas con asombro de muchos, sin protesta de nadie, con aplauso de los previsores, aparecieron Chile, Perú y Bolivia en un solo estandarte.

Allí, Chile y la República Argentina, que han dado en mirarse con recelo, se presentaron unidas en sus banderas.

Allí apareció por primera vez, desde que Chile es Chile, una bandera completamente desconocida, la bandera de una tierra obscura y remota, que ojos chilenos no habían visto.

Allí, para acabar de insinuar en el amor de Chile por la República Dominicana, la bandera cruzada apareció enlazada con la de la estrella chilena. Y -¡cosa inverosímil a tanta distancia!- la llevaba un dominicanito orgulloso de enlazar la patria nativa y adoptiva26.

El paseo cívico, que despobló a Chillán y a sus alrededores y que dominó los hábitos tradicionales hasta el punto de que casi todos los que cabalgaban a la usanza chilena abandonaran sus diversiones para ir detrás del Liceo, a manera de escolta de honor, el paseo cívico terminó al pie de los próceres representados en sus cuatro magníficos retratos.

Dos jóvenes del Liceo peroraron y depusieron coronas a los pies de los grandes padres. Entre las aclamaciones, los vivas y los hurras, se oyó éste: «¡Viva la República de Santo Domingo!».

¿Quién habrá traído de tan lejos el eco de la patria de Núñez de Cáceres, Duarte, Sánchez, Objío y Espaillat?

Aunque a la verdad, no fue un eco; fue una oblación, pues el que lanzó aquel viva, contestado por todos, no fue parte interesada, sino uno de los jóvenes del Liceo.

¿De modo que ese malvado que chilenizaba en Santo Domingo santodominguea en Chile a los que están bajo su influencia? Malvado tiene que ser.

En esa misma noche del 18, velada literario-musical en el teatrito del Liceo. Concurso inmenso y anhelante curiosidad. Cuando el Rector volvía del banquete oficial y entraba a ocupar su puesto, de un rincón de la sala que lo saludaba cariñosamente, oyó salir una voz que decía: «Es medio chileno y medio de Santo Domingo».

Al romper la banda del batallón cívico con el himno nacional, empezaron los alumnos del Liceo a desfilar penosamente por en medio de la sala en dirección al proscenio, a donde llegaron, y en donde se sentaron de modo que las señoritas que habían de acompañarlos a entonar el himno de la patria, ocuparon el lugar de distinción.

Cuando lo hubieron ocupado, y la orquesta sustituyó a la música militar, todo el mundo se puso en pie y oyó en pie la canción que en el primer alborozo de su independencia cantó Chile.

La unión de los dos sexos, la de todas las repúblicas del Continente, simbolizadas en sus banderas, el recogimiento patriótico de la concurrencia entera, todo hizo solemne aquel momento.

Lo siguió un discurso, después un trozo de música, luego uno de canto, y se bajó el telón, para levantarse a poco, y presentar en escena a un niño y una niña: él llamado Duarte, y ella Borinquen, vestida de bandera cubana ella, de bandera dominico-chilena él, y en conversación con su madre Anacaona.

Departieron entre sí, y luego con Lautaro, y después con Bayoán, y al fin con un coronel español, de donde resultó una especie de loa a la Independencia, con un himno fogoso y muchos vivas. La loa se titulaba El ensayo del himno. Para mí tengo que debían ponerle por título el mismo que unos cubanos agradecidos daban en Nueva York a los ardientes discursos de cierto puertorriqueño de nacimiento, cubano entonces de oficio, antillano por cuna y devoción y latinoamericano por doctrina, cuyas vehemencias calificaban de «delirios de patriota»27.

En el delirio de patriota que se acaba de representar en Chillán, los dos artistas que más llamaron la atención, y que se han querido comer a besos, son dominicanos28.

Por donde le hago ver, para terminar, porque estoy cansado, que Santo Domingo se ha venido a Chile, y que Chile ha recibido con alborozo a su desconocida hermana del mar de las Antillas.



Chillán, 14 de noviembre de 188929.

Sr. don Federico Henríquez y Carvajal,
Santo Domingo.

Querido amigo:

Estoy tan dolorido de cerebro, que no me atrevo a escribir. Por eso contestaré brevemente su última de septiembre.

Mucho me ha sorprendido y mortificado la noticia que, tanto usted como Pancho, en su carta de París, me dan de los ataques dirigidos a este último por la nonada, bobería e insignificancia del Champ de Mars.

Ni eso valía la pena de pensar en ello, ni su hermano de usted debió ocuparse de lo que hayan dicho, porque, aunque sea asombroso, El Eco es el único periódico que no me llega de ahí.

Por eso no puedo juzgar del ataque; pero de lo que puedo juzgar es de la dirección que di a mis discípulos, y me parece imposible que ninguno de ellos sea capaz de emplear la imprenta para mal; e independientemente del carácter personal del ataque, es un mal todo lo que en la República Dominicana favorezca la división, principalmente entre individuos de un mismo grupo de ideas y obreros de una misma obra.

La de mal es ahí tan perseverante y va saliendo tan victoriosa, que no comprendo cómo no se ha intentado ya la liga activa de todos los buenos contra ella. Menos, por tanto, comprendo que puedan celos, vanidades, puerilidades y fruslerías separar, divorciar y alejar a los que no debieran pensar más que en unirse para obstar a la oleada ya harto poderosa de maldades e indignidades que ahí crece día tras día.

Como el clima se ha empeorado en Chile tanto como se ha mejorado la situación económica del Estado, le confieso que cambiaría de zona física, si el cambio de zona moral pudiera, ya que no indemnizarme, justificarme a mis propios ojos. Es verdad que cuando pienso en eso, más me acuerdo de mis hijos y mi esposa que de mí, porque ellos y ella son los que más sienten el cambio de clima. Pero ni aun por no ser egoísta mi deseo me parece que podré realizarlo mientras esa tierra esté como está. ¡Qué mal está y qué pena me da que esté tan mal! ¡Si parece que está sonando ahí la hora de la descomposición universal! ¡Pobre tierra, pobre patria, pobre gente dominicana! Si yo, al menos, tuviera recursos para ayudarla.

Mil afectos de los míos para los suyos y a usted. Mil míos para todos, incluyendo a la Directora y profesoras del Instituto de Señoritas. Dígales que vean cómo me ventilan eso para que yo pueda llevarles a Luisa Amelia.

Mil afectos.

P. S.- ¡Cante en todos los tonos y celebremos con todas las exultaciones el advenimiento del Brasil a la República!



Chillán, 8 de diciembre de 188930.

Sr. don Federico Henríquez y Carvajal,
Santo Domingo.

Querido amigo:

No gozo ni de la salud ni de las prosperidades que me desea usted en su carta última, fechada en octubre. De salud, mal; y de prosperidad peor. Yo, que no sabía lo que eran días de postración, los he tenido, aunque en pie y trabajando; cerebro y corazón me duelen con frecuencia. De prosperidad no puedo ir bien en un país tan extraordinariamente caro como se ha hecho Chile. Y como ya va siendo tiempo de que yo vea la prosperidad por ese lado, que tanto he desdeñado, le aseguro que no lo contemplo sin estremecerme. Por lo demás, querido y estimado por la sociedad en general, y considerado por los clericales hasta el punto de igualarme en su mala voluntad a los chilenos más odiados, que son los más avanzados en ideas, no tengo de qué quejarme. Pero sí tengo mucho que echar de menos; clima, campos, brisas, fulgores y bellezas naturales de las Antillas me hacen mucha falta y con frecuencia suspiro. ¡Qué mucho! ¿No suspiran también mis pequeñuelos? Y eso, que ellos no dejaron ahí una obra de porvenir adelantada, obreros a quienes alentar, prevenir, disuadir y desnacionalizar, desarraigando de ellos la tendencia y pasiones nacionales.

Mucho he sentido que ustedes, Pancho, Salomé31 y usted y las niñas-maestras tengan esos disgustos. Yo creo que serán los últimos de esa especie. Es indispensable que ustedes se persuadan de que, para ser tan útiles como por sus varias aptitudes y por su patriotismo pueden ser a la pobre patria, tienen que perdonarse mucho unos a otros, reunirse mucho, conversar mucho, identificarse mucho, salirse mucho de la pequeña heredad que han de cultivar con sus esfuerzos y para ponerse a la mayor altura posible del deber que los llama al bien. Usted, que puede guiar, hágase guía, haciéndose amar de aquellos a quienes ha de encaminar. Ninguno de mis discípulos es capaz de acción mala; de error, sí, y por eso pueden cometer yerros fundados en móviles vigorosos.

Mucho he agradecido a usted, a la Normal, a las maestras, a los Amigos del País, los honores modestos, pero expresivos que han tributado a R. B. de Castro, y mucho me ha complacido la lectura de la noble carta que acerca de él me ha escrito usted. Honrar en muerte o vida a un bueno, es honrarse a sí mismo. He sentido mucho la muerte del patriota; pero no se debe sentir la liberación de un hombre tan atado al dolor como vivió aquel bueno32.

Mucho tendría que decirle de Cuba: pero no tengo tiempo ni salud.

De todos los míos, afectos para todos los suyos. Mis afectos a todos. Un apretón de manos.

E. M. Hostos.



Chillán, 25 de enero de 189033.

Sr. Fed. Henríquez y C.,
Sto. Dgo.

Querido amigo:

Ni una sola vez he dejado de contestar casi inmediatamente, como ahora, cartas de usted u otro que de ahí me hayan venido.

Muchas gracias muy vivas al Instituto y a usted por sus cariñosos recuerdos el día de mi santo.

¡El octavo!... ¿Y de dónde va usted a sacar millones para tantos herederos? Yo estoy próximo al quinto y ya estoy temblando. Verdad es que aquí no hay empréstitos a la holandesa. De todos modos, mi señora y yo damos parabienes a ustedes y cordial bienvenida al nuevo disputador del fortunón de usted.

Le escribiré tan largo como usted desea, en cuanto tenga tiempo para decir a El Mensajero lo que ahora se ve aquí.

La noticia de la casi defunción de la Preparatoria me inquieta mucho, porque me hace ver que aun siguen tan pasivos como eran los que mejor conocen la necesidad de la enseñanza metodizada y los frutos que en la organización de ella da la iniciativa individual. Además, la pérdida de actividades como Pantaleón y Luis Castillo es una verdadera contrariedad34.



Santiago de Chile, 17 de abril de 189035.

Señores Federico Henríquez y Carvajal, J. R. Fiallo,
J. M. Pichardo B., P. Valverde, Alejandro Bonilla, Lucas Gibbs, etc.

Señoras Salomé Ureña de Henríquez, C. García de Henríquez,
M. Delgado viuda de Aybar, Simona P. Gibbs, etcétera.

Señoritas Luisa Ozema Pellerano, Leonor M. Feltz, Mercedes Laura Aguiar,
A. J. Puello, C. Pou, Eva Pellerano, M. Echenique, E. A. Suazo,
Altagracia Pegüero, A. Henríquez Bello, Altagracia y C. Julia Henríquez, y T. Pineda.

Amigas y amigos:

La felicitación de año nuevo con que ustedes y sus benévolos cofirmantes han hecho propicio para mí el nuevo año, me ha conmovido.

Sólo quisiera, para pagar conmoción con conmoción, poder expresarles mi afecto. Como cuando desde la cumbre del Santo Cerro se contempla el atractivo y lejano escenario que él domina, nieblas, nubes y vapores se desvanecen en la distancia, y sólo asciende hasta el admirador la deleitosa visión del paisaje, iluminado por la luz que todavía no ha contaminado el suelo, así, desvanecidos en el tiempo y la distancia los que pudieran ser recuerdos desapacibles, cada vez que me pongo desde lejos a mirar hacia ustedes, veo que los quiero más, que es más vivo mi amor al suelo patrio y que es más íntima de lo que yo había pensado la relación entre la República y el afanoso de su bien que hoy echa de menos sus climas, sus campos y las luchas que le impuso. A los que no crean en la patria antillana les daría yo mi corazón para que sintieran, confundido con el cariño filial a la terruca que le sirvió de cuna, el casi filial al terruño de Quisqueya, y para que, suspirando por una, suspiraran por todas las Antillas a la vez, y para que, al gemir por uno de los pedazos de la patria, gimieran por la patria entera, sollozando:


   -«Airinhos, ¡airinhos, aires!,
airinhos de minha terra,
airinhos, ¡airinhos, aires!,
airinhos, ¡levanme a ella!»-.



Muy agradecido y muy amigo de ustedes,

Eugenio M.ª Hostos.



Santiago, 3 de enero de 189136.

Fed. Henríquez y C.
Sto. Dgo.

Querido amigo:

En los últimos días del endiablado año 90 recibí su última carta, la primera de las que me han llegado desde que recobró usted su libertad37.

Con esto bastaba para serme grata. Ya no es mi antiguo odio virtuoso, mezclado de desprecio, a la autocracia personalista; ahora es animosidad personal la que tengo contra esta enfermedad de nuestro tiempo, que en todas partes me persigue. Así es que el acto de violencia ejercido contra usted por esa gente, me indignó tanto como me ha alegrado el verlo ya libre de coacción.

¡Así me viera yo!... Pero mientras sea testigo de lo que estoy presenciando desde que llegué a Chile, ya sólo sentiré con más violencia las sacudidas recibidas por la libertad y la moral, que todas juntas las que gritan cuando no imperan, y lamen manos cuando imperan.

Usted me escribió su carta bajo la impresión de que todo estaba aquí arreglado, y yo le escribo la mía bajo la presión de las impresiones más desconsoladoras.

Después de multitud de imprudencias, ilegalidades e inconstitucionalidades de opositores y Gobierno, nos encontramos, desde el 1.º de este año que trae mala cara, con una república constitucional fuera de la Constitución, con un presidente que es dictador de hecho, con una dictadura inconfesa que está a la defensiva, con una oposición que no cesa de amenazar con la revolución, y con un estado de cosas que nadie sabe si es de paz o de guerra, de omnipotencia del Gobierno o de impotencia de la oposición.

Viendo reducido a esto el país cuya sólida organización admiré tanto, y viendo reducidos a hombres comunes, a los hombres comunes de este siglo de hombrecitos, los que tuve por los únicos hombres de la América latina; y al recordar que he salido de ahí, en donde también hubo una hora en que llegué a creer que íbamos a salvar para el derecho y la civilización al país, y que salí sin fe ni esperanza y dolorido y abrumado, se me sube la hiel a la cabeza y tengo ganas de maldecir la hora en que consagré tantas nobles esperanzas, y tantas generosas facultades, al presente y al porvenir de pueblos tan mezquinos, de hombres tan egoístas y de sociedades tan incivilizables.

¡Por vida de Dios...! En cuanto se enriquecen un poco, se corrompen mucho. Eso es todo. Ni unos ni otros han pensado un momento en otra cosa que en el poder por el poder, por el hambre de poder y nada más. Y los unos por conseguirlo y los otros por retenerlo, han dado tal cuenta de la libertad, que hoy no la tienen más que para escupir improperios por medio de la prensa. Del jerarca, que no es ni presidente ni tirano, pero que puede ser lo que le dejen ser, depende la continuación del orden de derecho que ejercita o la vuelta a los días de agonía del derecho. Lo evidente, lo que unas veces me entristece hasta la muerte y otras veces me indigna hasta la vehemencia, es que ya se ha transpuesto una barrera que ahora cualquiera franqueará.

Mi desánimo es tan grande, que ahora mismo me iría, aunque fuera para esa tierra querida, pero vejada.

No pudiendo irme, estoy pensando, a veces con tranquila reflexión, en mandar por delante a Inda con los niños, para así obligarme a seguirlos yo. Y lo pienso reflexivamente, porque si llega a haber una revuelta hay que temer a estas turbas, contra las cuales nada pudo en Valparaíso ni en Iquique la actitud de los que defendieron a balazos su hogar y su propiedad. ¡Oh! ¡Por qué no se podrá vivir con dignidad tranquila y segura en esas nuestras tierras tan bellas, tan dulces, tan apacibles, en donde yo puedo prescindir de todo bañándome en el baño de la brisa y sumergiendo los ojos y el corazón en aquella naturaleza armoniosa!

¡Qué cansado, qué cansado estoy ya de estos traspiés por la corrompida realidad!

Me dice usted que Rodolfo Coiscou se casó con Altagracia. Esos Coiscou han sido de los que más pronto han desertado de mi afecto. Ni me escriben ni me contestaban cuando yo les escribía. Pero me alegro por él y me alegro por Altagracia.

De lo de Félix Mejía, me conduelo. Yo lo creí curado, por más que, al ver que se fijaran en él para deshacerse de Jansen, me pareció que se fijaban para deshacerse de la Normal. Pero veo que se van equivocando y que el muchacho se sostiene. Lo celebro mucho.

Hasta mañana, hasta la vista, hasta lueguito. Aquí dicen lueguito cuando creen que no van a poder hacer lo que prometen o desean.

Addio.

E. M. Hostos.



Santiago, enero 22 de 189138.

A Fed. Henríquez y Carvajal.
Santo Dgo.

Querido amigo:

A su tiempo me llegaron, en la semana pasada, sus cartas de noviembre y diciembre pasados. Una me impresionó por el país; la otra me afectó por el bogar. La que me impresionó por el país aleja la esperanza que los milenarios de la libertad tenemos siempre en ella; pero me da no sé qué oscura idea de algo que pueda estar hecho para cuando yo vaya a pedirles mi aguinaldo de este año. La que me impresionó por el hogar, tocó en lo hondo.

Desde que salí de ahí, se puede decir que no tenemos hogar; pues aunque es cierto que el hogar es principalmente la familia, también es cierto que entra por mucho en él, la casa propia, el suelo propio, el clima propio, los propios usos, las costumbres propias. Y todo eso, voló.

¡Que mala hora tendrían los chupa-erarios y pisa-pueblos, si en una sola hora de conciencia completa, vieran desfilar ante su vista los dolores que han causado!

No obstante lo mucho que yo amo a Chile y el deseo de traer aquí a la familia y la fuerza que me hacían los llamamientos de mis amigos, es bien seguro que yo no hubiera dejado por palacios mi casita de San Carlos. Era mi hogar completo, porque hasta el cielo y el suelo eran propios, pese a los imbéciles que andan disputándole patria al que por fuerza de conciencia se ha incorporado todas las de América. ¡Era un hogar completo, y no este hogar, o prestado o alquilado, en que mis hijos no respiran el aire de sus tierras y sus aguas, y en donde yo no puedo ya bañarme en el baño de brisa de aquellas nuestras mañanas y aquellas nuestras noches qué parecen la repetición, mañana y tarde, de las mañanas y las noches de la infancia del mundo: tan puras, tan deleitosas, tan felices son! En aquel mi hogar, mi propio hogar, mi hogar, mi hogar completo, en donde los cimientos tenían parte de mi sudor y parte de las lágrimas y de la sangre con que ha sido destino mío amasar el pan de los míos, en aquel mi hogar, yo también, como usted, celebraba los días de mis hijos, de mi buena compañera y hasta los míos. Hoy, ya no. Entonces las fiestas de familia eran tan risueñas, que muchos en el contorno anhelaban que vinieran para sentir ellos también la alegría de aquellas fiestas. Aun, los que de allá escriben, las recuerdan. Aun las echan de menos mis pequeñuelos. Aun, en silencio, y ahogando suspiros o exhalando gruñidos de cólera, las recuerdo yo.

Mientras tanto, unos cuantos pícaros asociados para el mal de los otros, que es el bien de ellos, usufructúan impúdicamente los bienes mal habidos y la mal habida felicidad que yo he tenido que vituperar ahí, hasta aquí, en todas partes, a los hombres entre quienes no he podido soportar la falta de dignidad, de libertad, de justicia y de razón.

Imagínese qué efecto me habrá hecho el relato bien verificado por usted y bien escrito por Ozema39. Imagínelo sobre todo, pensando que Chile tan bueno, también Chile está en revolución; y en revolución sin objetivo doctrinal, sin elevación de propósitos, por pura pasión de familia, por pura tenacidad oligárquica, por puros personalismos.

En tal situación, hasta Santo Domingo es preferible, y sin vacilar, ahora mismo me iría. Para ver en una lucha insensata el único pueblo sensato de nuestra raza, no valía la pena de haber salido de ahí. Para ver revoluciones, bien estaba yo en Santo Domingo. Mejor que aquí. Al menos, allí veía lo previsto, y aquí tengo que ver lo imprevisto, lo negado, lo opuesto a todo antecedente, a todo juicio razonado, a toda consecuencia y toda lógica.

Al fin, y cuanto menos se esperaba, la oposición realizó sus amenazas revolucionarias. No pudiendo intentar la revolución en tierra, la ha realizado en el mar. El vicepresidente del Senado, el presidente de la Cámara de Diputados y dos o tres diputados delegados del Comité parlamentario que dirigía la oposición y la ha llevado a este extremo, se asilaron en la Escuadra, que, privada de sus jefes superiores, se declaró por el Congreso, y que, al declararse por él, se ha puesto en rebeldía.

Siéndome imposible creer que esta Armada chilena, que tantas maravillas de patriotismo ha hecho desde la Independencia acá, pudiera ser brazo armado de revuelta o lanzarse a una rebelión que no fuera completamente popular, pensé que a la noticia de la actitud de la Escuadra contestaría en el acto un alzamiento del pueblo en todas las ciudades, empezando por Santiago. Pero hoy, 16 días después de aquel acto inesperado, los pueblos siguen trabajando tranquilamente, la capital no experimenta más agitación que la de sus pasiones, todas favorables a la oposición, y la Escuadra no ha hecho otro acto favorable a la revolución que la toma de Coquimbo.

Por su parte, el Ejecutivo, que bien hubiera podido impedir con transacciones oportunas aunque hubieran sido excesivas, impedir el exceso éste en que Chile pierde su reputación y el derecho no ganará más que apariencias y la democracia no habrá adelantado un solo paso en medio de estos oligarcas impertérritos, el Ejecutivo se ha salido de la Constitución, ha asumido todos los poderes, ha dejado de ser el Administrador de Chile, nación de hombres sensatos, para ser el dictador de una situación semejante a las en que concluyeron por endiosarse los pequeñísimos que en América latina han parodiado a Napoleón III. Es improbable que las circunstancias me pongan en la necesidad de salir de esta neutralidad, a veces rencorosa, cuando pienso en lo que pierde América con el traspiés de Chile, a veces despreciativa, cuando veo por qué causas y por qué hombres ha caído de tan alto a tan bajo la nación única de la América latina. Es improbable que tenga que salir de mi neutralidad; pero si saliera de ella por las fuerzas de las circunstancias, iría a aquel de los dos bandos en donde un poco de audacia generosa, la audacia del precursor y el doctrinario, pudiera de un empujón lanzar a Chile en el camino de la democracia. Sólo para eso y por contribuir a dar al derecho un tan fuerte auxiliar como el pueblo de Chile, sólo por eso y para eso saldría yo de mi reserva, de mi aislamiento, de mi encerramiento y de mi solitario encono contra los que han engañado a América y a cuantos creíamos imposible una revolución personalista en Chile.

Algunas veces, cuando uno ve en la oposición y de buena fe con la revolución a todos o casi todos los hombres notables de la política, de la prensa, de las letras, del comercio, de la industria y del crédito, vacila en creer que tal gente no tenga móviles más elevados que sus pasiones; pero cuando les ve aliados con los conservadores, obedientes a los conservadores, cuyas interesadas reformas son la única bandera de esta oposición, se ve obligado a declararse que la guerra, la victoria, el enriquecimiento repentino y las vanidades nacionales han corrompido aquel noble carácter de la oligarquía chilena, que mientras no se disputó más que el poder, fue tan noble y tan digna, como hoy es menguada, al disputarse el poder por el dinero.

Cuando hablo de oligarquía, no distingo, como artificialmente hace la prensa oficial, al grupo de la oposición, del grupo del Ejecutivo; pues, para mí, todos son oligarcas, todos quieren la continuación de la oligarquía, todos están contaminados de personalismo, y nadie se levanta un solo palmo por encima del estado de cosas tradicional que ha hecho a la oligarquía chilena y que la oligarquía chilena ha hecho.

El partido conservador, núcleo aristocrático de esa oligarquía, lleva ahora la bandera de esta oposición y de esta revolución y pide la reforma electoral y la reforma municipal; pero pregunte usted por qué las pide, y de seguro, no lo enterarán, ni de fe buena, que la quieren por amor a la libertad, sino el poder, que así creen reconquistar. Las banderías liberales que operan con los conservadores dicen que combatirán hasta morir o dejar establecida la libertad electoral y el gobierno parlamentario; pero averigüe cómo quieren al par dos cosas tan contrarias en ciencia y en esencia, y descubrirá que la libertad electoral que quieren es la que les deja libre el acceso al poder, que colectivamente retraen mientras parodien el parlamentarismo europeo. Pregunte si esos reformadores son pobres, y le dirán que son los hombres más ricos o más en camino de enriquecerse que hay en Chile. Pregunte cómo hubieron casi todos la riqueza y le dirán que a complacencias del Ejecutivo oligárquico que ha estado siendo en Chile el más poderoso productor de capitales, no porque permitiera robar de los fondos de la nación; sino porque ponía honradamente en manos de sus parciales una porción de fuentes de riqueza que, de un solo golpe, afortunaban a un cualquiera.

Hoy, cuando la posesión de Tarapacá y el rápido enriquecimiento del Estado han hecho sobornables a los hombres y codiciable el manejo de la fortuna pública, no era posible que pudiera imponerse una candidatura presidencial fraguada del consejo de la oligarquía, aunque con las miras y acaso peores miras que las de los oligarcas del viejo cuño. De ahí la lucha sañuda, impudente, vergonzosa, inmunda, que acaba de coronarse por la rebelión de unos, y por la dictadura de otros. «Dictadura de otros», lo escribo a sabiendas de no decir un disparate, por más disparatada que la licencia resulte. Es verdad que la dictadura es gobierno esencialmente de uno, de uno solo, personal, autocrático; pero aun es más verdad que aquí, aunque ostensiblemente opera por sí solo el señor Balmaceda, íntimamente opera con él un grupo que aspira también a la oligarquía y que, a falta de ella, quiere imponerse por la dictadura.

Como yo soy extranjero (yo soy extranjero en todas partes, porque en nuestros países de América es extranjero el sentido común), he cuidado mucho de mantenerme tan lejos de unos como de otros, y no he visto al Presidente; pero estoy seguro de que con los hombres de calidad en que prevalezca el juicio sobre la vanidad, se sentirá encogido, ridículo y avergonzado con su dictadura. Cierto que la ha asumido sin nombrarla, y después que la rebelión lo ha compelido; pero también es cierto que hubiera podido prescindir de ella y disminuir el doloroso escándalo de los que estamos viendo lo que estamos viendo y aun no creemos lo que vemos.

He releído en familia la escena de hogar, que tiene que encantar a la vez que entristecer a los que fuimos actores en escenas semejantes. Luisa Amelia ha calificado de muy lindos «los versos que su amiguita quería que leyera» y me encarga le dé las gracias por haberle proporcionado el placer de leerlos. Ella, su madre y todos saludamos cariñosamente «a quien los besa con ternura maternal»; a su «Flor del alma»; al «enjambre del hogar» y «a quien vela por su dicha». Mis saludos, en particular, como el de quien vuelve la vista a escenas y escenarios en que consumió una parte útil de su vida, son muy vivos.

Afectos.

E. M. Hostos.

P. S.- Si usted trata al general I. González, Ministro de Relaciones Exteriores, tenga la bondad de decirle que acabo de recibir su carta del 15 de noviembre, que no contesto por lo anormal de la situación en Chile.

Expresivas palabras de Luisa Amelia a su maestra, cuya bella y expresiva carta a todos con razón ha conmovido. Inda y yo, con gracias a la que siempre lamentaré que no siga siendo maestra y directora de mi hija40 mil afectos vivos y sinceros. A las señoritas Pellerano y Feltz, cuyas traducciones he leído y celebrado, mil estímulos para que continúen. ¡Buena sustancia intelectual a los periódicos de ahí! Eso, en vez de artículos ocasionales, sería mejor.



Santiago, Chile, enero 26 de 1891.

Señor doctor D. Carlos Arvelo,
Santo Domingo.

Querido amigo: Con sorpresa, dolor y complacencia acabo de ver en uno de los últimos números de El Eco de la Opinión que ha llegado a mis manos, la triple noticia que de tan diversos modos me ha afectado: la noticia de su regreso a nuestra buena República Dominicana, que me ha sorprendido; la de la grave enfermedad de usted, que me ha dolido; la de su creciente mejoría, que me ha complacido.

Como ésta es buena ocasión para expresarle efusivamente mi cariño, la acojo con apresuramiento, deseando que así, al verme tan espontáneamente conmovido por situaciones que lo afectan, tenga una prueba de mi amistad.

Ahora que ya he satisfecho ese deseo, cuénteme de su vida. ¿No había usted regresado a su patria? ¿Cómo, y por qué ha tenido que volver a nuestra dominicanía? Aunque, a la verdad, es ociosa la pregunta. Dado el estado en que están nuestras sociedades, es natural que tanto menos podamos soportarlo cuanto más amemos la sociedad que así sufre.

Es cierto que usted, con quien debían contar en Venezuela para la obra de reorganización en que, a primera vista, parece que está empeñado el Ejecutivo Nacional; es cierto que usted debió encontrar auxiliares y recursos de opinión y de poder con qué contribuir a recomponer a su país; pero quién sabe si habrá usted tenido que experimentar que no son el talento y la bondad lo que más aprecian las sociedades enfermas.

Si la experiencia de esa dolorosa realidad lo ha vuelto a llevar a nuestras playas antillanas, no salga ya de ellas. Tal vez en parte alguna lo quieran tanto como ahí; y al fin y al cabo, en parte alguna se puede más por el bien que allí donde se tiene un auxiliar de corazón en cada amigo.

Dígame de Carranza, del Instituto, de la plaza Arvelo, de lo que dejara y encontrara en la capital más vieja del Nuevo Mundo; y en cambio yo le diré que hasta a Chile ha llegado la obra de descomposición social que dejó adelantada el coloniaje. Chile misma, ¡querido amigo! Pero, ¡ya se ve!: la oligarquía remante, a que se debió la fuerza, el orden y la moralidad de los primeros días de Chile, se venía corrompiendo con el uso y abuso de poder, y acabó de corromperse con la victoria y el enriquecimiento repentino del Estado. Así es que, desde la guerra triunfante41, Chile ha venido decayendo hasta que hoy ha caído en la revolución.

Pero, no tengo tiempo ni espacio más que para saludarlo en nombre de los míos, y abrazarlo.

Afectísimo,

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, enero 27 de 1891.

Sr. don G. Carranza,
Santo Domingo.

Mi viejo amigo:

Aunque en la adjunta carta pido noticias de usted, al doctor Arvelo, he reflexionado que nadie puede mejor que usted entregar o remitir a nuestro viejo colega esa carta.

Con lo cual, dirá usted, queda probado que no se me escribe sino por acaso. No queda probado que he reflexionado que era bueno acoger la ocasión de escribir a Arvelo para echar con usted uno de aquellos párrafos sustanciosos en que, en un dos por tres, me ponía usted al corriente de las cosas políticas, administrativas, económicas, meditables y burlescas de esa tierra querida y de esa ciudad recordada.

¿Cómo sigue usted de salud en su hogar? ¿Ya Luisa se ha restablecido por completo? Inda, a quien digo que pregunte por Luisa, me encarga la salude con afecto.

Y de empresas, ¿cómo va el mayor empresario de estos tiempos? ¿Ya puso el gas o la luz eléctrica?, ¿el tranvía a San Cristóbal? ¿Cómo va la explotación de minas de Haina? ¿Y los ensayos de agronomía de Abad? ¿Y el proyecto de centrales a la hispano-cubana de Del Monte? ¿Y el ferrocarril de Samaná a La Vega? ¿Y el de Santiago a Puerto Plata?

Y de empréstitos, ¿cómo va? ¿Siguen los beneficiados construyendo casas de arquitectura moderna, y usted siendo el arquitecto?

Y mis suegros, ¿qué tal están? Les hemos escrito, desde que sabemos su regreso a ésa, y aun no hemos tenido noticia, por ellos mismos, de ese regreso. La última carta de ellos que nos llegó, era de Curazao. Diga todo esto al doctor, y a él y a mi suegra, afectos de todos nosotros.

Como usted me rogaba ahí que lo instruyera de las ventajas económicas de la vida en Chile, me parece obligatorio el aprovechar la ocasión para decirle que, desde la guerra peru-boliviana, ha encarecido de un modo que no puede soportar el que no sea rico o el que no tenga, ya de antiguo, mil recursos acumulados.

En cuanto al clima, Chile ha empeorado también. Los antillanos no nos aclimatamos fácilmente y las epidemias, con otras malas cosas de Europa, se han aclimatado de raíz. Se puede decir que hay una epidemia por estación y que nosotros somos los primeros y los últimos en sufrirlas: la escarlatina empezó con Eugenio Carlos, y está ahora mismo acabando con Adolfo.

Con eso, y con el hondo disgusto que me ha producido la insensata revolución que me parecía imposible, y que es un hecho, triste y doloroso, mi disgusto es profundo, y de buena gana imitaría a mis suegros y al doctor Arvelo.

Para usted y los suyos, afectos.

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, febrero 23 de 1892.

Señor doctor Emeterio Betances,
París.

Mi querido Betances:

¿Es posible que se contente usted con su tarjeta y el envío, de cuando en cuando, de alguno de sus disertos artículos sobre salubridad pública? ¿No tiene usted más nada que decirme, que noticiarme, de sí, de su compañera, de la patria, de la política española en sus relaciones con las Antillas; de todo lo que nos une en un común propósito de vida?

Lo que antecede en forma de interrogatorio me lo decía yo mismo en forma de lamentación, al recibir antier el diario español que contiene su último artículo de higiene pública y la tarjeta de usted.

Los artículos que antes me mandó usted se han reproducido, como ahora se reproducirá éste. Mucho me alegro del nuevo curso que está usted dando a sus estudios y a sus preocupaciones humanitarias, y algo espero de su bien intencionada propaganda. Aunque la civilización, en nuestros pueblos, incluso éste, que es indudablemente el que con más fuerza orgánica se asimila los adelantos de ella, no pasa de las exterioridades y materialidades, postizos con que se adornan exteriormente, mientras que las interioridades siguen correspondiendo a vidas infantiles y a tradiciones semibárbaras; pero entre todas las delicadezas de la civilización, la que mejor puede entrarles en el cerebro es la que les entre por el instinto de conservación, y no dudo que la repetición tenaz, sobre todo si es tan amena como usted la hace, de los placeres de que se priva y de los dolores innecesarios que se procuran con su falta de higiene pública, concluye por encaminar su actividad administrativa a la conservación de la salud general.

De Chile, se puede esperar que el exceso del mal exija pronto remedio, y yo celebraría que usted propusiera y trajera un plan de saneamiento de la ciudad de Santiago. A ese fin le remitiré datos, y en nombre de usted propondría al Gobierno el plan que usted trajera. Dígame en qué ha quedado el proyecto de reunir en un centro común de enseñanza y educación a los jóvenes latinoamericanos que van con ese fin a París.

Los míos, que ya son seis, entre ellos dos niñas, la que usted conoció y una recién nacida, buenos; su madre, convaleciendo; yo, suspirando por las Antillas.

Mil afectos de Inda para Simplicia y usted. Mil míos para ambos.

E. M. Hostos.



Santiago, junio 26 de 189242.

A Fed. Henríquez y C.,
Santo Domingo.

Querido amigo:

Ya usted sabrá por telegramas la noticia del fallecimiento de M. A. Matta, y tendrá por los diarios los pormenores de esa desgracia. Como sucede con las grandes pérdidas sociales, cada minuto que pasa, desde que ellas acontecen, aumenta la razón del dolor que causan. Yo mismo que amaba como hermano, estimaba como superior y veneraba como ejemplo a aquel de quien nunca me desligué desde que lo conocí, y a quien nunca ni el tiempo ni la distancia ni la diversidad de vida desligaron de mí, yo mismo estoy pensando ahora y paso en insomnio la noche pensando que ahora es cuando vengo a empezar a conocer a aquella noble hechura de lo mejor que tiene nuestra especie.

Esa desgracia y el aumento del bandolerismo, que toma proporciones alarmantes, vuelven a hacerme pesarosa la estancia aquí; y como pueda volver a dictarme una carta que tenga, por triste, que retener y romper, la corto aquí.

No antes, sin embargo, de decirle que al cabo llegaron en la última semana los libros, folletos y periódicos que usted me anunciaba, menos el más necesario para empezar, las poesías de Salomé, a quien debo un tributo, no por sólo ser quien ella es, sino para obedecer a mi hijita, que quiere a toda costa que yo la enseñe a estimar como poetisa a la noble, mujer a quien ella recuerda y ama tanto como maestra.

Me había olvidado de Pichardo, de quien no conozco nada y a quien razones mil, y entre ellas la más reciente, el elogio accidental de Penson al hablar de Peña, me hacen desear conocer. De Tejera el historiador, de Del Monte, de esa señora Delmonte que debe un tan hermoso soneto a su sencilla fe religiosa como el con que me exorciza sin saber que no hay incrédulo más respetuoso que yo de toda fe; de Apolinar Tejera, de Goyito Billini, del Padre Merino, de mis muchachos queridos, de cuantos hayan pensado y escrito, querré ocuparme cuando llegue la hora: téngalo por sabido, para que siga mandándome trabajos.

Ahí va algo para Letras y Ciencias, aunque me duele el cerebro.

Afectos a todos y abrazos para usted.

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, octubre 7 de 1892.

Señor doctor Ramón Emeterio Betances,
París.

Mi querido Betances:

Su última carta, que no he contestado antes por exceso de ocupaciones y de disgustos, me da la esperanza de que usted no tardará en salir de sus apuros, cosa que deseo vivamente.

La explicación que me da de lo que intentan nuestros compatriotas en Nueva York no ha dejado de serme agradable, como indicio de que cubanos y puertorriqueños no están completamente muertos, por más que la dura experiencia de los años perdidos o por lo menos, pasados en inútiles tentativas y en directa y dolorosa apreciación del carácter de los hombres formados en y por la colonia, no dé mucha fuerza a la esperanza.

Mi experiencia particular de la relajación del carácter de los nuestros se aumenta con el conocimiento de la conducta que se observa en Mayagüez con mi padre que, por su ancianidad y por ser padre de quien tantos esfuerzos ha hecho por su patria, debería estar rodeado de la consideración de los puertorriqueños, o al menos, de los mayagüezanos. Sin embargo, la conducta que con él se observa es tal, que, si por el advenimiento de una nueva situación, yo fuera llamado a Puerto Rico, tendría que pensar mucho si habría de ir a vivir allí.

Le incluyo un artículo, del cual opinará usted.

Téngame al corriente de sus esperanzas personales y patrióticas, y reciba un abrazo de su amigo,

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, octubre 20 de 1892.

Sr. don Francisco J. Peynado,
Santo Domingo.

Mi querido discípulo:

Habiendo notado, sin extrañeza, pero con dolor, que, uno tras otro, usted y todos aquellos en quienes tenía el deber de confiar, porque con todos cumplí y cumplo el deber de amar, han ido desertando de la correspondencia con que traté de ligarlos, no a mí, sino al sano propósito que con ustedes y por medio de ustedes me consagré ahí a realizar, he pensado muchas veces en que es obligación mía el llamarlos a una explicación de su conducta.

Mientras me pareció que eso era cohibirlos en su libertad de cumplir o dejar de cumplir con sus deberes, me abstuve; pero ahora, cuando veo a mejor luz nuestra respectiva situación, y reconozco como un deber imperioso la necesidad de no malograr esfuerzos tan concienzudamente hechos como los que han pasado en mi memoria a ser el mejor recuerdo de mi vida, creo llegado el momento de hablarles desde lejos como les hablaría de cerca. (Hablo en plural porque me dirijo a todos mis compañeros de la Normal, por órgano de uno de los más antiguos, a quien inteligencia propia y afecto del guía dan mayor responsabilidad).

¿Qué hacen ustedes? La situación del país es cada día más bochornosa, y todavía no sé de ustedes que hayan hecho otra cosa que la muy buena, pero pasivamente hecha, de asociarse para tratar de encaminar la enseñanza que parece de nuevo desencaminada. Pero digo que lo han hecho pasivamente, porque del contexto del acta de fundación se desprende que los iniciadores no tenían un propósito bien definido, y que los adherentes no demostraron con sus objeciones sino un vago deseo de precisión, que, por indiferencia, no quisieron contribuir a establecer.

Esa falta de precisión en unos y de calorosa adhesión en otros, en asunto de tanta monta y con tantos esfuerzos recomendado por mí como vital, no sólo para el definitivo encaminamiento de la enseñanza en la República, sino para hacer de ustedes la fuerza viva y activa que yo pensé dar en ustedes a la República, me ha producido desconsuelo y aumentado la tristeza que me abate.

En todas partes la juventud es el alma, era el alma de las sociedades. En ésa, si alguna esperanza hay de que se salga de la ignominia en que vive, la daban los jóvenes que habían empezado a formarse. Con sólo completar la obra de propaganda activa y efectiva, no reduciéndola a satisfacciones de amor propio en la Capital, sino llevándola en nombre del presente y del porvenir a toda la extensión del país, habría bastado. Tarde o temprano, la difusión de buenas doctrinas y la formación de hombres nuevos habrían dado en tierra con el edificio de oprobios levantado a merced de la ignorancia general. Es seguro que si, desde mi salida, hubieran ustedes estado trabajando, asociados en espíritu, aunque no se hubieran reunido nunca en asamblea, de modo que hubieran trasmitido a cuantos hubieran llamado a su rededor, los conocimientos efectivos que tienen, ya habrían hecho por organizar la sociedad lo que no conviene a los que premeditadamente siguen desorganizándola. El cerebro es ahí tan fértil como el suelo.

Cuatro años bastaron para formar a ustedes: cuatro habrían bastado para que cada uno de ustedes hubiera formado a otros cuatro. ¿Cuántas veces cuatro podrían ser ya los capaces de ver que por el camino que lleva la República no se va sino al abismo, y los inducidos por la razón a esforzarse por trabajar en beneficio de su patria?

Cierto es que todos ustedes, aun antes que patriotas, son seres vivientes y que si es verdad que no sólo de pan vive el hombre, no menos verdad es que no sólo de ideas vive. Pero, ¿no hubieran podido, no pueden todavía, conciliar sus deberes de vivientes con sus deberes de patriotas? Yo creo que sí, y por eso he estado esperando noticias de ustedes. Mas en vano. Mientras me dicen las que llegan que ahí no tiene diques el personalismo corruptor, ninguna me dice que se fundan nuevas escuelas nocturnas, que mis discípulos se afanan por educar al pobre pueblo, que ellos son los que dirigen el movimiento de reorganización social, que hay tal movimiento y que en él se fundan esperanzas concienzudas.

Las que yo fundaba en ustedes, tanto más dignas de fructificar cuanto que no tenían el más leve dejo de egoísmo, ya habrían dado fruto si hubieran sido egoístas. Siéndolo, yo habría podido imponerme, y organizados bajo mi conducta e interés, ya habrían hecho lo que pueden.

Y lo que pueden los jóvenes en una sociedad que no tiene guías, es todo, pues que pueden hacerse guías. Eso era lo que yo buscaba, cuando trabajé tanto por poner a Santiago de los Caballeros bajo la influencia de las ideas normalistas, cuando celebré la ida de usted a Puerto Plata, cuando mantuve en La Vega a Robiou, y siempre que ha sido necesario fortalecer a Prudomme en su buena obra de Azua. Bien veo desde mi llegada aquí que hice mal en retirarme de ahí, pues más vale hacer por sí mismo una obra de bien en un desierto que ponerse a echarla de menos en Babel. Es seguro que si yo hubiera cambiado por algún innoble designio, no me lo perdonaría nunca. Pero como los dos motivos que tuve, el mejoramiento de mi familia y la indignación que me producía el vergonzoso Gobierno de la República, eran motivos dignos, hice el sacrificio: que un sacrificio fue y sigue siendo el cambio de un bien hecho por un bien incierto.

Aunque usted, sin saber hasta qué punto coincidían sus observaciones con mis temores, me dijo que yo iba a dejar un lugar en que, era solo para una buena obra por otro en que había muchos que la hicieran, no pudo decírmelo para indicarme que el único lazo de unión entre los discípulos era el maestro, ni acaso, diciéndolo con esa intención, hubiera obtenido que él desistiera, pues uno de sus propósitos era poner a prueba la eficacia de su predicación, encomendando su obra a los discípulos. Pero es muy cierto que, usted al decirlo y yo al pensarlo, manifestábamos el temor de un daño que se ha consumado, no porque yo me ausentara por la violencia de las circunstancias, sino porque ustedes se han desentendido de mis instrucciones, del plan que les había trazado, de las súplicas orales y escritas que les he dirigido, y de las doctrinas en que los formé. Mas así como nada hay hecho mientras algo queda por hacer, así nada hay perdido mientras algo queda por esperar.

Con mucho afecto,

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, 21 de enero de 189343.

Fed. Henríquez y C.,
Santo Domingo.

Querido amigo:

Como salida del abismo, y cuando ya no la esperaba, llegó del fondo de los periódicos a mis manos la última carta de usted que es una de las noticieras que usted me ha escrito. ¡Y qué noticias tan malas y tan mal recibidas las que se refieren al estado político del país! Imagínese que yo estaba pensando en llevarme a la familia, aunque sólo fuera temporalmente, así para confiar a nuestro clima el completo desarrollo de mi friolenta Luisa Amelia, cuanto por oír de aquí y de ahí solicitudes de padres desalentados con la ausencia y suspiros de hija por sus padres.

Pero, aunque yo no me detuviera ahí más que temporalmente, ¿cómo había de soportar la situación que se me pinta? Y si resolviera volver a sumergirme en la vida que interrumpí al venir, ¿encontraría lo que dejé?

En cambio de esas noticias usted mismo, en el número de Letras y Ciencias recibido quince días después, antier, me da noticias muy placenteras al reseñar las fiestas colombinas y al anunciar las del descubrimiento de Quisqueya, que ya estoy ansioso por saber cómo han salido.

Verdaderamente increíble parece que un pueblo que es capaz de esos alardes de cultura sea también capaz de sufrir una dirección política tan ignominiosa como lo que consiente.

He leído con mucho gusto todas las composiciones y discursos del Centenario. Me enorgullece el contemplar el florecimiento intelectual, tanto como me conduele el desfallecimiento moral de nuestra Quisqueya.

Alabanzas a Pellerano por la fuerza de estro; a Guerra44 por la solemnidad de entonación. Gracias mil a ambos por su recuerdo de Cuba. ¿Qué es del drama de Pellerano? ¿Cuál otro es el a que usted alude en su noticia de Fuerzas contrarias? Mándeme todo eso, si es que no alcanzo a ir yo mismo a buscarlo.

Mil felicitaciones a todos por todo y especialmente por la celebración del Centenario de Quisqueya, que fue idea que tuve ha meses, como vería usted.

Afectos a todos y abrazos a usted.

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, abril 22 de 1893.

Señor doctor Ramón Emeterio Betances,
París.

Querido Betances:

Su última carta me alegró y me entristeció profundamente. Lo que tuvo de alegre su recibo, tuvo de triste la noticia de la enfermedad que lo ha postrado. Y como, para hablar de ella, emplea usted expresiones extraordinariamente penosas, me produjeron un profundo efecto.

Dice usted que con el desarrollo del mal, se le fue encima la vejez; y no puede imaginarse qué triste me puso la imaginación al presentármelo tan lejos de la patria, solo, abandonado a sí mismo, en la más aguda hora de egoísmo que ha tenido el siglo.

Anhelo, querido Betances, que su fuerza de alma y cuerpo prevalezcan sobre su enfermedad y la vejez.

Un abrazo muy vivo de su amigo

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, 6 de agosto de 189345.

A Federico Henríquez y Carvajal,
Santo Domingo.

Querido amigo:

Ya hace tiempo que no recibo carta de usted. Es verdad que no he contestado a la última que recibí; pero ésa no tiene de llegada sino mes y medio, tiempo en el cual no lo hubiera usted tenido para apercibirse de que le debía una contestación.

Y como de nadie he recibido carta, no sé de usted más que lo que me contó en un agradable artículo la cronista de la representación infantil con que su señora y usted pusieron envidia a la mía, a mis hijos y a mí, que algo daríamos por los tiempos en que también nosotros divertíamos de ese modo a nuestros hijos46.

Los únicos de quienes hemos tenido carta han sido mis suegros. Y digo mal, diciendo mis, porque precisamente por no ser más que de mi suegra la carta y no venir letra de mi suegro, está mi señora que se iría por el aire, y estoy yo como está un esposo y un padre de familia cuando el jefe efectivo del hogar, que siempre es la mujer, vive inquieta, apesarada e intranquila.

¡Vaya si purgo yo el error de mi regreso a Chile! No he pasado en él ni un día tranquilo. Cuando no son las enfermedades de acá, son las de allá; cuando no las inquietudes, los temores; cuando no el clima natural, el clima moral; cuando no mis hijos, son mis suegros. Y por esto, por aquello, por todo, siempre enfermo de ánimo.

Es verdad que, para tener tan buenos deseos en la vida y tal aversión a ver sufrir, debí nacer riquísimo. Así no estaría ahora viendo a mi compañera arrepentirse de haber dejado a sus padres, y descontentos a mis hijos dominicanos, que, sobre todo Luisa Amelia, no se conformará nunca con el cambio.

Mis amigos de aquí, que los tengo buenos, llaman al verano «la estación de las nostalgias de Hostos»; cuando sepan que este año, como todos, la nostalgia ha empezado en invierno, no dejarán de asustarse por mi salud moral.

Con decirle a usted que he estado a punto de pedir un consulado ahí, no tengo palabras con qué ponderarle mi desasosiego. Siempre, desde que me educaba en Europa, allí, en Norte América, en Sur América, ha sido una verdadera enfermedad para mí el mal de patria: patria como la mía, que se tiende de uno a otro cabo del Continente, he podido resistir con la razón, no con el cuerpo ni con el corazón a las ausencias del suelo, el cielo y el sol de las Antillas. Pero nunca me ha costado tanto resistir ni he sufrido tanto como ahora. Aunque estoy seguro de que volver a Santo Domingo sería volver a luchas ingratas, estoy tan convencido del bien que me haría el calor del sol y del aire, que daría cualquier cosa por ir, aunque fuera por poco tiempo o para no vivir entre amigos, sino en lugar retirado.

Pero ya basta de gritos y lamentos de nostalgia. Adiós. Afectos a todos, y que sigan las representaciones infantiles, que desde aquí seguimos los amigos de los niños y de ustedes.

Eugenio M. Hostos.



Santiago, Chile, 18 de septiembre de 189447.

A Federico Henríquez y Carvajal,
Santo Domingo.

Querido amigo:

En mi última48 lloré con usted por su irreparable pérdida doméstica; hoy, por medio de usted voy a llorar con el Dr. Henríquez49 por los irreparables males de la patria quisqueyana.

¡Qué efecto me han hecho las palabras que su hermano, en el discurso que pronunció en la sesión conmemorativa y aniversaria de Los Amigos, dijo de los que flaquean y de los que perseveran en obras como la de los Amigos del País y como la que todos emprendimos sin previo acuerdo y aun con secreta hostilidad a la más fundamental de todas!

Aunque yo podría reivindicar para mí la excusa del mayor esfuerzo junto con la menor obligación, como nunca he tenido por buena sino por forzada mi resolución de alejarme de la obra que allí emprendí con tanta fe y tan completo desinterés de gloria y de fortuna, no he podido menos de sentirme dolorido al pensar que si yo hubiera seguido sacrificándome ahí, tal vez estarían más en camino los que no sé ni en dónde están, porque ni siquiera noticias tengo de ellos.

En cambio, los Amigos del País están ahí, sirviendo como pueden a su patria, a sus propósitos y a sus ideas.

Pero ya que incidentalmente le he dicho cuán olvidado me tienen aquellos a quienes formé, para que sirvieran a la reconstrucción social de la República, déjeme usted, que le pida noticias de mis discípulos todos, pero especialmente de Peynado, de Peña, de Mejía, de Bazil, de Weber, de Velázquez.

Sólo de Mejía sé algo, cuando en los periódicos veo menciones de la Normal: de los demás, nada. De quien especialmente me extraña este silencio es de Peynado, que solía escribirme con regularidad. ¿Qué es de él? ¿Salió del país? ¿Tuvo la desgracia de inspirar recelos? ¿Qué es de él?50.

Con las noticias malas que el señor Pichardo me da de mi suegro, tengo aquí a mi compañera desolada y proyectando viaje51.

Afectos para todos de su amigo

E. M. H.



Santiago de Chile, abril 23, 95.

Sr. Sotero Figueroa.
Nueva York.

Estimado compatriota:

Si es tarde para contestar a la petición que Ud. se sirvió hacerme por conducto de nuestro Dr. Betances, aun es tiempo para aprovechar la ocasión que, para ponerme en comunicación con Ud. y con todos los emigrados de Cuba y Puerto Rico, me ofrece la nueva revolución.

Por lo demás, que Uds. tengan o carezcan de datos noticias referentes a mí, no es pérdida para la patria, para la revolución y para Uds., al paso que el carecer aquí de noticias fidedignas, de indicaciones exactas, de opiniones-guías, puede ser un mal para todos.

Así lo creen los pocos, pero probados en el Decenio, todos, que me ruegan represente ante los amigos y compatriotas de ésa la necesidad de que se pongan en comunicación con nosotros. Con quién hemos de entendernos es la primera pregunta a que Ud. ha de servirse testar. Qué ha de hacerse, cómo ha de tratarse de servir a la Antilla, bien lo sabemos, y bien conocemos el grado efectivo de influencia de que disponemos, y el de americanismo con que hemos de contar.

No mucho en nada, por cierto; pero nadie tiene el derecho de desesperar de los demás mientras tenga el deber de concurrir consigo mismo a obra tan alta como la que a tantos nos desvela de tantos, tan largos y tan dolorosos años.

El Comité de la Junta, la Delegación o el cuerpo que cualquier nombre represente ahí o en cualquiera otra parte de la Unión la voluntad de los revolucionarios puede y debe contar con nosotros para cuanto podamos. Pero como vivimos en país amigo de España y cuya política internacional es hoy difícil, prevenga Ud., y por su parte, sépalo, que nuestra obra es y será secreta, como de pura influencia personal.

Contando con noticias, datos, instrucciones y ocasiones de servir a Cuba y Puerto Rico, tengo mucha satisfacción en ponerme, por medio de Ud., en comunicación con los encargados de encaminar este nuevo movimiento.

Por lo que a Ud. personalmente hace, de tiempo atrás cuente con la simpatía y el afecto de su paisano y amigo

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, 21 de mayo de 1895.

Sr. Presidente de la Sociedad «La Ilustración».
Presente.

Señor Presidente:

He tenido el honor de recibir la nota en que usted se sirve comunicarme que esa Sociedad me ha distinguido con el nombramiento de Socio Honorario.

Como considero que ese nombramiento importa e impone servicios, la Sociedad ha hecho bien en contar con los míos. Ningunos presto con más seguridad de fruto que aquellos que siempre estoy dispuesto a hacer a la juventud.

Agradeciendo de veras la ocasión que esa Sociedad me proporciona de servir a la juventud por medio de ella, y al país por medio de la juventud, me pongo a sus órdenes y a las de usted.

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, junio 10 de 1895.

Sr. Don Casimiro N. de Moya.
Saint Thomas.

Mi antiguo amigo:

Como con usted no tengo debe, sino haber, porque a mi carta-contestación desde Santo Domingo (¡qué siglo tan pesado el transcurrido!), no ha contestado usted, no tendré necesidad de explicarle mi silencio.

Por lo demás, lo que ahora importa es que lo rompamos, y que nos pongamos en comunicación todos los que podemos coadyuvar de algún modo a la obra de hacer independientes a dos de las hermanas, y libre a la tercera.

No obstante las dificultades con que habría que luchar aquí, si se intentara propiciarse a este Gobierno para intentar algo en las Antillas, estoy casi seguro de que algo se podría obtener, disponiendo de la representación de junta o comité que mostrara aptitud para llevar a cabo una empresa tan alta como la liberación de la tiranía personal y nacional.

Yo no sé lo que ustedes han hecho o hacen, ya en la empresa aislada de libertar a Santo Domingo, ya en la mayor de ligar la obra de la libertad en una, a la de la independencia en las otras dos Antillas; pero no puedo creer que no hagan algo, ni puedo pensar que no haya ocurrido a mentes tan vivas la idea del partido que la revolución de Cuba ofrece a los revolucionarios de las demás Antillas hermanas.

¿No le parecería a usted útil, conveniente y hacedero la constitución de un centro de acción que asumiera la responsabilidad de una tan vasta empresa, declarando la necesidad actual de la independencia en Cuba y Puerto Rico, de la libertad de Santo Domingo, y la aspiración común de todas ellas a la reunión de sus fuerzas y sus medios de existencia en una confederación política y comercial?

Yo quisiera que, puestos ustedes de acuerdo con los cubanos y puertorriqueños que ahí existen, y después con el Comité directivo de la revolución cubana en Nueva York, tomara tal actitud, que estos pueblos vieran algo más que un movimiento aislado en el de Cuba, y se vieran compelidos a hacer algo más de lo que hacen.

Sobre esto escribiré al general Luperón, ampliando.

Tome usted ésta como la primera de cuantas sean necesario escribirle para demostrarle mi confianza en su talento político y en la sinceridad de las convicciones que tan bien sostiene.

Afectísimo amigo de usted,

E. M. Hostos.

P. D.- Ruego a usted que entregue al señor Mariano Cestero, o encamine hacia él, una carta que, con primera dirección a usted va para él.



Santiago de Chile, 10 de junio de 1895.

Señor don Mariano A. Cestero,
Saint Thomas.

Mi antiguo y querido amigo:

Probablemente por culpa de los dos, los años pasados han visto alejarse en el tiempo, en el espacio y en la comunicación amistosa a dos hombres que mutuamente se estimaban con razón.

¿No sería ya tiempo de que cesara la interdicción? Así me lo hace pensar la solemne hora que parece está sonando ya para todas nuestras Antillas. Que nada escribiera por no tener nada que decir sino de mí, cosa bien poco importante para todos, bien está, me he dicho; pero ahora, cuando una sola palabra de allá podría decirme más que cien telegramas, y cuando es tan útil lo que de aquí puedo yo decir, la interdicción debe cesar. Deje usted, por su parte, como estoy yo dejando por la mía, que su pluma me comunique tantas nuevas importantes como puede usted trasmitirme de Quisqueya, de Cuba, de Puerto Rico, de los Estados Unidos y yo veré pasar con afán menos penoso del con que he visto los meses transcurridos desde que Cuba volvió a tomar las armas.

Como si todos los más o menos obligados a comunicarme los hechos de la revolución se hubieran puesto de acuerdo para callármelos, ni de Nueva York, ni de París, de donde me ponían antes al corriente de los propósitos contemplados (?), he recibido una sola comunicación.

De Santo Domingo sí me han dicho algo con relación a Cuba; pero ni Federico Henríquez y Carvajal ni Eugenio de Marchena han tenido en cuenta que las noticias trascendentales apacientan e ilustran tanto por sí mismas cuanto por sus pormenores, y han sido demasiado concisos.

Aquí, la simpatía de corazón; pero nada más. Tal vez, si viniera algún delegado o emisario, algo se conseguiría; pero lo más de desear, que sería la cooperación social [destruido el original].

De todo habrá tiempo de hablar, en cuanto yo tenga que agradecer a usted las noticias antillanas que desde ahora voy a ponerme a esperar con alma, vida y corazón.

De mi antigua estimación por usted, no tiene que repetirle seguridades su afectísimo amigo

E. M. Hostos.

P. D.- No sabiendo a punto fijo la residencia de usted, confío esta carta al general Moya.



Santiago, Chile, 29 de junio de 1895.

Señor Gonzalo de Quesada,
Secretario de la Delegación del Partido Revolucionario Cubano,
Nueva York.

Meritísimo compatriota:

Don Paulino Ahumada me pide la carta que le entrego para recomendarlo a usted y a cuantos cubanos y puertorriqueños sean capaces, que todos lo serán, de apreciar la generosa devoción del h. joven chileno por la sacrosanta causa de nuestra independencia.

Aunque joven en extremo, aunque hijo de familia bien situada, aunque afortunado, aunque bien quisto en la buena sociedad, se ha empeñado generosamente en ir a compartir con nuestros hermanos del campo de batalla los azares y las glorias, las pesadumbres y las esperanzas de la guerra de independencia.

Para recomendar a un hombre, tanto basta; para hacerlo a los patriotas, creolo suficiente.

Tratamos de disuadirlo, en cumplimiento del deber de no usufructuar entusiasmos juveniles que pueden ser costosos para un hogar, porque la misma nobleza de la revolución la pone por encima de todos los egoísmos. Pero como el joven ha llevado su generosa obstinación hasta el punto de seguir el consejo que le di de pedir la venia maternal, y ha vuelto a presentárseme ya obtenida la venia, mi deber es ahora ayudarle a que salga con el mayor bien posible de su intento.

En esta misma fecha, con el mismo objeto y en el mismo sentido escribo a B. Guerra, N. Ponce de León, Sotero Figueroa, el doctor Henna y Antonio Molina.

De usted afectísimo compatriota

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, 2, 7, 95.

Sres. G. Quesada y Benjamín Guerra,
Secretario y Tesorero del
Partido Revolucionario Cubano.
Nueva York.

Meritísimos compatriotas:

Refuto la copia del acta de la sesión en que se constituyó el Comité Auxiliar de la Revolución de Cuba.

Aunque desde entonces no se ha hecho gran cosa, sobre todo, a mis ojos, que no ven conveniencia sino en el envío de armas y jefes, puedo decirles que la propaganda en favor de nuestra independencia es bastante viva y espontánea.

Como es seguro que los otros miembros del Comité habrán tenido empeño en transmitir a Uds. las noticias que tengan por buenas, a ellas me remito.

Ateniéndome a lo que de ahí me escribe el Dr. Henna, veré si puedo enviar algún buen jefe de ejército.

Dos oficiales me piden recomendaciones, y un joven entusiasta, consiguió ya que le diera una para Uds.

Con frecuencia se me presentan postulantes, y algunos de ellos saldrán no tarde.

Un jefe del Ejército prestigioso, a quien había encargado que sondeara al Director del Parque, a fin de ver cómo podríamos hacernos de armas, acaba de venir a darme cuenta de su encargo. Mañana mismo hablaré con el Ministro de Guerra, y a ser posible, pronto veré realizado mi empeño.

Deseando no perder el correo, y abrumado de trabajo personal y del que me impone mi deber de tratar de ser útil a Cuba, no puedo extenderme más.

Tan pronto como haya resolución favorable o adversa, la comunicaré.

Expresándoles mi profunda estimación de sus servicios a la patria, tengo suma complacencia en suscribirme.

Afmo. compatriota.



Santiago, Chile, 9 de julio de 1895.

Señores don Gonzalo de Quesada, Secretario,
y don Benjamín Guerra, Tesorero,
del Partido Revolucionario Cubano.
Nueva York.

Dignos compatriotas:

En la reunión del día siete, el Comité Auxiliador de la revolución de Cuba, que presido, acordó:

  • Primero, contestar a la Sociedad Republicana «Giuseppe Mazzini», de Iquique, que ponía a disposición del Comité unos setecientos ochenta pesos ($780), que los remitiera al Tesorero de la revolución en Nueva York;
  • Segundo, que se aceptara de la «Confederación Obrera», de esta Capital, el ofrecimiento por ella hecho de la suma de doscientos diez y ocho ($218), recolectados en los dos meetings en favor de Cuba a que la predicha Confederación había convocado;
  • Tercero, que esa cantidad se consagrara a facilitar la salida del cubano Betancourt, que se había entendido con los Vocales Bruil, Camacho y secretario Tanco, para salir en dirección a Cuba con diez o treinta compañeros, según los auxilios que se le dieran;
  • Cuarto y último, que los miembros del Comité erogaran hasta la suma de trescientos cincuenta pesos ($350), para completar los gastos de viaje de Betancourt y compañeros hasta Iquique, en donde el cubano Rosado habrá de ayudarlos hasta llegar a Lima, de donde los expedirá a Panamá el cubano Payan.

Como supongo que Tanco dará a ustedes los pormenores de esa expedición; y como, por otra parte, la considero ni conveniente para lo que me propongo ni concordante con el único fin posible del Comité, el envío de armas, no he inquirido esos pormenores.

La situación internacional de Chile, que es delicada y puede ser gravísima, pide una circunspección que forzosamente obsta al desarrollo de una propaganda muy eficaz. Lo único que podría hacerse, si fructifica el propósito que hemos formado uno de los más notables hombres públicos de Chile y yo, es utilizar la situación de Cuba para un avenimiento de Chile con la Argentina, y por el común acuerdo de ellas, determinar una acción diplomática.

Pero eso reclama, entre otras cosas, un Gabinete (Ministerio) liberal y resuelto, cosa que es ya incierta o vaga en Chile.

El proyecto de intentar la aquiescencia del Gobierno para la entrega y envío de un armamento, el de que hablé a ustedes en mi anterior, ha fracasado por ahora.

Saludo a ustedes en

Patria y libertad.

E. M. Hostos.



Santiago, Chile, 22 de julio 1895.

Sres. G. Quesada, Secretario, y, B. Guerra, Tesorero
del Partido Revolucionario Cubano.
Nueva York.

Dignos compatriotas:

En mi anterior comunicación les hablé de mi propósito y esperanzas de conseguir del Ministro de la Guerra, así por lo viva que es en Chile la simpatía hacia nuestra revolución, cuanto por el carácter secreto de las gestiones que me proponía hacer, un contingente considerable de armas.

En esta comunicación debo empezar por declarar fallidas mis esperanzas y propósitos.

Casi en los momentos en que me disponía a utilizar las diligencias preliminares que había hecho, cayó el Ministerio, que ahora mismo no ha sido todavía sustituido. Diles cuenta también de la expedición que el Secretario y un vocal del Comité que presido habían, sin mi anuencia ni conocimiento, y contra mi declarada oposición a acciones de esa naturaleza, favorecido y facilitado, y digo a Uds. que esto, que tenía muy satisfechos a mis compañeros dé Comité, no me halagaba en modo alguno.

Hoy, por declaración de ellos mismos en la reunión de ayer, puedo decirles con disgusto que esa llamada expedición ha sido un fracaso; y de los vergonzosos, porque expone el nombre de la revolución a chismes y calumnias.

Cuando yo asentí al acuerdo del Comité que trasmití a Uds., con el fin de que conocieran lo poquísimo que aquí puede hacerse y lo mal que se estaba haciendo, no creía yo ni que tan pronto se harían efectivos mis pronósticos ni que los resultados superaran en mal a los por mí temidos.

Por lo mismo que yo no he intervenido en este asunto sino a última hora, por expreso ruego de los demás del Comité, y para sólo evitar el descrédito en que iban a incurrir patriotas cubanos, si faltaban a compromisos contraídos, aunque fuera por falsas ligerezas; por lo mismo que no debo juzgar mal de los que han pecado por exceso de celo patriótico, dejo a ellos que expliquen lo que a mí me han explicado ellos mismos, y sólo por ellos sé.

A lo que pensaba contraer esta comunicación es a cosa más importante.

Como Vds. ven por lo poco que aquí se puede hacer; por el corto número de cubanos que aquí hay; por la insuficiencia de los recursos de que pueden disponer; por el delicado estado internacional del país, comisiones voluntarias como la que yo me impuse al constituir el Comité auxiliador de la revolución de Cuba, son inútiles, y hasta, dada la indisciplina de nuestro carácter y hábitos, contraproducente.

En vista de esto, y cumpliendo con un deber de verdadero patriotismo, he resuelto disolver el Comité.

Aquí, como en Buenos Aires y Montevideo, se ha estado esperando un emisario de la revolución.

Si pudiera venir, sería lo mejor. Pero, a falta de recursos (sin los cuales no venga nadie) elíjase entre los hombres públicos de estos países uno, en cada uno de ellos, que sea capaz de pensar, sentir y querer con tanta devoción y tanta fuerza, que arrastre a sus gobiernos.

Por lo que hace a Chile, yo buscaré ese hombre, y lo propondré.

Patria, Independencia y Libertad.

E. M. Hostos.



Señores B. Guerra y G. Quesada, Tesorero y Secretario
del Partido Revolucionario Cubano52.

Dignos compatriotas:

Según dije a Uds. en mi última comunicación, el cambio de Ministerio malograba una combinación para arbitrar el recurso por excelencia, las armas, que fue mi único propósito al constituir un comité auxiliador, que, ipso facto, quedaba disuelto por inútil.

Después, lejos de mejorar, empeoraron de día en día las circunstancias, porque cada día es más inminente la guerra entre Chile y Argentina; al menos, pasa por tan inminente en los centros oficiales, que los hombres de valer que se habían comprometido conmigo a aprovechar esa misma tirantez de ambos pueblos citados, a fin de reconciliarlos en una común cooperación en favor de Cuba, ni siquiera me hablan ya de lo que todos pensamos que es inútil hablar.

En mi anterior había también quedado en designarles una persona de valimiento que pudiera encargarse de representar los intereses revolucionarios de Cuba; pero no quería hacerlo sin indicar mi propósito a los otros miembros del Comité; pero como éstos están, según parece, tan ocupados como yo, no se han presentado tiempo ha en el lugar y días prefijados para nuestras conferencias, y ni siquiera han oído de mis labios la notificación de que el Comité, que de hecho está disuelto por la no comparecencia de sus miembros, lo está de necesidad, por haberse malogrado el propósito único de la asociación, que era la reunión y envío de armas.

Sírvanse Uds. comunicar la presente al nuevo Delegado, a cuya disposición no tardaré en ponerme.

Patria, Independencia, Libertad.



Santiago de Chile, agosto 20 de 1895.

Sr. D. Tomás Estrada Palma,
Nueva York.

Benemérito compatriota:

Congratulémonos, ante todo, usted de estar, y yo de verlo en puesto tan concienzudamente designado y tan noblemente conquistado.

Una de las razones porque me enamora esta revolución, y me desespera la lejanía en que estoy de ella, es porque la veo sabiendo utilizar a los hombres. Gran arte. ¡Ojalá lo hubiera tenido la otra, y ojalá lo tenga una vez constituida la nueva nación que ya mis presentimientos ven surgir!

Ahora, cuando por iniciar usted el ejercicio de la autoridad y el empeño de la responsabilidad que se le ha impuesto, puede usted tener necesidad de todos, disponga de mí como quien no ha pensado en su vida en otra cosa que en vivir y morir con la independencia y contra la dominación.

Siendo posible la guerra de Chile con la Argentina, poco será lo que aquí pueda hacerse; y como de todos modos, por mi deseo de aproximarme a las Antillas y por mis males físicos, estoy decidido a salir de este país, no me prometo mucho de mí mismo para Cuba en él; pero, de todos modos, aquí o en cualquier parte, por mucho que la revolución se haya olvidado de mí, yo no me he olvidado de ella, y estoy a su servicio.

Los señores Guerra y Quesada comunicarán a usted lo que a ellos digo.

Haciendo patrióticos votos por la eficacia de su acción, elevémoslos ambos a la

Patria, independencia, libertad.

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, agosto 20 de 1895.

Señor general Gregorio Luperón,
Saint Thomas.

Querido amigo:

Anteanoche fue júbilo para mí: llegó su carta.

La leí con muchísima alegría, porque venía de un amigo siempre querido y siempre estimado como una de las esperanzas de las Antillas; pero, al mismo tiempo, la leí con tristeza, pensando en que usted es también un desterrado, como yo, y en que, también como yo, apurará las amargas heces de ese cáliz.

Cuando escribí a usted, uno de mis propósitos fue inquirir de usted cómo y con qué ojos contempla usted la actual revolución de Cuba. Con vivo placer veo que tiene usted las mismas esperanzas de independencia que a mí me inspira; pero no me dice usted si algo se hace ahí por Cuba y Puerto Rico.

Yo estoy tan inquieto con esta forzada lejanía en que estoy de mis Antillas, que, si no fuera por la familia, ya me habría acercado al centro de los sucesos. A ese fin he pensado en un consulado en cualquiera de las tierras próximas, hasta en Santo Domingo, a donde no pensé volver sino cuando pudiera hacerlo sin tener que precaverme.

Devuelvo a usted los vales por quinientos pesos que me expidió el Gobierno dominicano en reconocimiento de sueldos insolutos, y que remití a usted a mi salida de aquel país, en pago de la suma que en tiempo de calamitosa expatriación usted me había remitido en 1876, a Venezuela. Guárdelos hasta que usted pueda reembolsarse.

De todos modos, mil agradecimientos por esta nueva prueba de delicadeza y cuente siempre con el afecto de su invariable amigo

Eugenio M. Hostos.



Santiago de Chile, septiembre 23, 1895.

Sr. T. Estrada Palma.
Nueva York.

Muy estimado señor y compatriota benemérito:

Al contestar su comunicación del 20 de agosto, p. pdo. empezaré por rectificar dos errores en que inconsabidamente incurrí: el 1.º, referente a la erogación de trescientos cincuenta pesos por los miembros del Comité que presidí, a fin de completar los gastos de viaje de ese señor Betancourt; el segundo, relativo a la colecta de Iquique.

Lo primero no llegó a ser un hecho, porque, según me informaron después el Secretario y los vocales, no hubo que hacer el gasto para el cual se propuso la erogación. El segundo error, que dimanó también de incompletos informes, se refiere a la mención de una cantidad menor de la que en realidad se había recaudado en Iquique. Sólo en estos días me ha comunicado la Secretaría la nota de la Sociedad o Comité Internacional Republicano «Independencia de Cuba», nota en que veo son cinco mil, y no setecientos ochenta, los pesos remitidos de Iquique, o que, de haberse cumplido mi orden general respecto a fondos, han debido mandarse a la Tesorería de la Revolución. Posteriormente, en el último domingo Tanco me ha dicho que había allí unos dos o más miles de pesos.

Salvados esos involuntarios; errores, expresaré mi complacencia por nuestra comunidad de miras en lo relativo al uso que ha de hacerse de los recursos que se reúnan. Sin duda por ser esas nuestras miras tan diferentes de las que tenían los buenos de los irreflexivos patriotas con quienes me vi forzado a componer el extinguido Comité, se dieron ellos a resolver por sí mismos y a comunicarse sin mi ausencia ni conocimiento con sociedades y clubs y hasta Delegación.

Es indudable que el patriotismo que yo he practicado siempre, me impedirá de esto otras palabras que las que he de dirigir a esos señores, ahora que sé lo que han hecho; pero también es cierto que yo no volveré a imponerme ni aceptar comisiones con patriotas así reñidos con tantos deberes como son los que acendran ése. En vista de esto, y aunque aun no se ha disuelto el Comité, por inasistencia de Secretario y vocales ya no puedo usar de ningún carácter oficial para escribir a Ud. Pero puedo seguir ayudando por mí solo a la Revolución, y así lo haré, aunque repito que no se debe esperar de estos pueblos otra cosa que mucho entusiasmo, muchísimos nervios y poco dinero: y de estos Gobiernos, dulcedumbres, promesas y palabras.

Ahora «aplazada» la guerra y aplacada la gritería belicosa en la Argentina, algún partido puede el Comisionado sacar; y por mi parte, le facilitaré los medios de que yo mismo pensaba y podía valerme.

Más ocupado que nunca y más enfermo hoy que ayer, estoy más resuelto a marcharme de lo que lo estoy desde que la tristísima revolución que sufrió Chile me hizo palpar la diferencia que hay entre el país de hoy y el que yo conocí en 1872, cuando vine por mi cuenta y riesgo a propagar ideas en favor de Cuba y Puerto Rico.

Pero en prueba de que ni falta de tiempo ni de salud ni sobra de disgusto por el tiempo o por los hombres me disuaden de mi deber para con Cuba, puedo decir lo que acaba de resultar de una entrevista que acabo de tener con don Guillermo Matta, uno de los jefes del partido hoy en el poder y de la que ayer, mientras escribía, vino a celebrar conmigo uno de los hombres en quien aquí se puede confiar, y que hoy tiene toda la fuerza del candidato presidencial a quien probablemente representaba al hablarme.

Y me anticipo a decir a Ud. que si este caballero y su candidato han pensado en hacer avances (que naturalmente no se les aceptan: la independencia de nuestras Islas es demasiado alta empresa para ponerla a nivel de un candidato a Presidencia) se debe a que el Secretario del extinguido Comité se ha procurado una imprentilla en la que imprime un periodiquito que podrá no servir de nada a Cuba, pero que siempre convendría a un aspirante a Presidente.

De mi entrevista con el señor Matta resulta que es inútil intentar nada, mientras no se arregle definitivamente la cuestión con la República Argentina. Estimo improcedentes los pormenores del razonamiento y conclusión del senador chileno, y por eso se los evito.

En cuanto a mi entrevista de ayer, fue con un caballero a quien días antes había yo encargado que hablara en mi nombre con hombres varios, a fin de constituir un centro de eficaz acción, así para facilitar las gestiones que puedan llegar a hacerse ante el Gobierno en lo referente a la petición de armas, como para dar al Comisionado un apoyo firme y fijo.

Parecerá increíble; pero es cierto, que no se ha encontrado un solo hombre dispuesto a arrostrar las dificultades que dicen sumas, porque la situación internacional sigue siendo motivo de alejamientos, para los políticos y politicastros, de cuanto es Cuba. Eso no obstante, convinimos en que él iría a hablar con el Perito chileno y yo con el argentino, porque mi idea y mi vivo y patriótico deseo serían emplear a Cuba como mediadora moral entre Chile y Argentina, y que el deber de acudir a la hermana menesterosa uniera a las hermanas desavenidas. Probablemente, sueño de iluso, ilusión de recto, rectitud de lógico, que no están llamados a modificar la repugnante indiferencia de estos gobiernos.

Como mi conferencia con el señor Matta, que ha sido Plenipotenciario en la Argentina y es amigo muy querido de los, estadistas y diplomáticos del Plata, estaba relacionada con mi proyectada conferencia con el Perito y Plenipotenciario argentinos, ya sabe Ud. cuán inútil era intentarla.

Ya el Comisionado está en camino para acá. Ha llegado a Iquique, en donde podrá tal vez reunir algo más de los dos o tres mil pesos que se dice reunidos allí, porque aquel, como se sabe, es el emporio económico de Chile, en mal hora para la moral del país y para la unión de América conquistado; pero, en fin, es un emporio, y de allí podrá Cuba obtener algunos recursos. Como conozco demasiado a nuestras gentes para ignorar la influencia de la vanidad en todas ellas, he cuidado de manifestar mi asombro y bochorno de que mineros, y generalmente italianos, y obreros (circunstancias estimulantes de amor propio) hayan sido los más generosos para con Cuba. Es muy de esperar que esto dé algún fruto, aunque es deber mío declarar a Ud. que el peor fruto que puede venir sobre el Comisionado es el dinero.

Hasta cierto punto, y para acabar de decirlo todo, es lamentable que se haya oído otra voz, y no la mía, porque no puede haber conveniencia en gastar o inutilizar a hombres que pueden servir en otra cosa. Dije que, en caso de que viniera un emisario, debía, entre otras condiciones, llenar la de no necesitar de nadie, y mucho menos de la revolución misma; pero que, en todo caso, lo más conveniente era designar entre los hombres públicos de Chile, y elegir, uno que ofreciera los requisitos para representación, tan alta en sí misma, y tan ardua en este país, como es la de Cuba desamparada.

No he escrito tanto por decir lo que he dicho, cuanto por probar a Ud. la honda y viva estimación que tiene por Ud.

Su afmo. compatriota y respetuoso amigo,

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, septiembre 23 de 1895.

Señor doctor Julio J. Henna,
Nueva York.

Querido amigo y paisano: Vuelvo a darle las gracias por sus buenos informes e imparciales noticias.

Cualesquiera que sean los motivos que los puertorriqueños podamos tener para dudar de la reciprocidad de los cubanos, lo menos a que con ellos nos obliga el deber es a interesarnos por su triunfo, que será el triunfo de la justicia.

Lo que yo siento (y hágame el favor de decirlo así al señor Estrada Palma) es no poder hacer más, y que sea tan poco lo que en la actualidad puedo yo aquí por Cuba. Todos los hombres de alto pensar y sentir, verdaderos amigos míos todos ellos, que antes tenía Chile, han muerto o viven retirados de la corriente de impurezas y pasiones que está arrasando con el antiguo Chile, el Chile bueno, que yo quise tanto y tan ciegamente, que volví a él, sacrificando muchas cosas.

Como es natural que proteste de este cambio y del paso de hombres como eran Victorino Lastarria, Manuel Antonio Matta, Pedro León Gallo, el general Blanco Encalada, Benjamín Vicuña MacKenna, Ambrosio Montt, Isidoro Errázuriz, y cien más, a hombres como los que hoy se preparan a una guerra contra la República Argentina; como esa es natural protesta, y no la callo, la sinceridad me enajena voluntades. Sin éstas, claro está que no puedo hacer lo único que yo creo puede hacerse: conseguir que el Gobierno dé un buen armamento sobrante que tiene.

Tengo que suspender por hoy.

Suyo afectísimo amigo y paisano

E. M. Hostos.



Santiago, Ch., octubre 9, 1895.

Señor Tomás Estrada Palma.
Nueva York.

Estimadísimo señor y benemérito compatriota:

El Dr. Agüero, Agente de esa Delegación en esta República, me entregó ayer la grata de Ud., fecha 9 de agosto p. pdo.

Sin tiempo para contestarla por extensa, pero no queriendo aplazar la contestación a sus dos puntos capitales, los contesto.

Hace Ud. hincapié en la urgencia de colectar fondos para el envío de recursos militares desde ahí.

Cuente Ud. conmigo para que ayude en sus gestiones al Agente.

Yo también, vuelto de mi confianza en el americanismo de los encargados del Poder Ejecutivo, creo más conveniente, por lo menos dilatorio, el cuestar y remesar auxilios pecuniarios, que el descansar exclusivamente en la indudable, pero recóndita y pasiva disposición de los hombres de gobierno, ya sean del ejecutivo, ya del cuerpo legislativo. A eso, en consecuencia, me habría consagrado con ardor, aún antes de esta patriótica compulsión de Ud., y a pesar de mi oposición y repugnancia a esa clase de gestiones, si las hubiera creído fructuosas. Ahora, y merced a propicias circunstancias mil tal vez pueda conseguirse que lo sean.

En cuanto a mis servicios, los prestaré de buen grado «con alma, vida y corazón»; pero las circunstancias mil a que aludí, van a hacerlos innecesarios. Por otra parte en cuanto al influjo, lo han puesto a mala prueba en estos días. En el que precedió a la llegada del Agente el Jefe de la Sección de Diplomacia, en el Ministerio de' Relaciones Exteriores, se me presentó a nombre del Ministro a decirme que el Plenipotenciario de España había ido a quejar de que se permitieran manifestaciones como todas las a que yo había concurrido y como la que se preparaba para recibir «al Delegado», como han dado aquí en llamar al Agente, entablando queja formal contra mí, que «como empleado público» (rector de un liceo) creía que podía ser compelido a no tonar parte en manifestaciones. Aunque yo no las tengo por muy eficaces y soy enemigo personal de ellas, declaré categóricamente que asistiría a la que se preparaba y que hablaría, poniendo desde luego el «empleo» a la disposición del Gobierno pero no como acto de voluntaria dejación, pues yo quería defender con mi actitud el derecho de Chile, consagrado en la Constitución de Chile contra la insolente, vejatoria intromisión de un poder extraño en la vida íntima del país.

Como esta declaración, corroborada al día siguiente por mi actitud en la manifestación, no es de las que agradan a gobernantes latinos, y como no es ésta la primera vez en que mi actitud ha protestado contra modos comunes de pensar y proceder, dudo que ahora pueda yo servir de ayuda en el Gobierno.

Mas como las circunstancias todas son favorables al señor Agüero, inclusa la de mi misma situación, creo que nuestro Agente va a ser feliz en sus gestiones. Ha llegado en la hora oportuna, después de Körner, a quien la oligarquía triunfante presenta como espantajo a la Argentina, y el Agente cubano podría ser una represalia del pueblo; es joven, simpático, inteligente, locuaz, y llena los requisitos que yo presentí, con más viso; tiene además la suerte de tener familia visible en la Capital y ya no se puede pedir mayor fortuna en éste que es el país más profundamente refractario al extranjero que hay en nuestra refractaria América latina.

Al día siguiente de su llegada lo reuní en mi mesa con la familia del General Holley, que es una de las potencias de la actualidad; con otra familia ligada a vastas influencias, y con una solterona, ni joven ni bonita ni rica, pero que tiene un conocimiento completo de lo que es esta sociedad (dificilísima de conocer y de tratar por su singularidad, su catolicismo, su aristocratismo y su exclusivismo). Si nuestro Agente oye los consejos que ya empezó a oír del mentor femenino que le he dado, y aprovecha las relaciones de Holley y las de sus deudos, tiene ganado: con Holley, al Gobierno; con sus deudos al partido balmacedista; con su consejera, a las mujeres que se llaman aristócratas. El Club y yo lo ayudaremos, y él se ayudará en su savoir-vivent, con su tacto y su deseo de salir airoso de su empresa.

Hasta ahora no tengo motivos más que para felicitar a Ud. por su elección, y para esperar que Cuba obtenga del entusiasmo por ella en el país cuanto el Agente pueda sacar.

De la recepción, que fue magnífica, él mismo le hablará.

Con mil expresiones de consideración cariñosa,

Saludos respetuosos de su a. i. l.

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, noviembre 5 de 1895

Señor Tomás Estrada Palma,
Nueva York.

Benemérito compatriota:

No tengo ninguna de usted a que referirme. Desde que el señor Arístides Agüero me entregó, a su llegada aquí como agente del Partido Revolucionario Cubano, la naturalmente muy atrasada que traía, ninguna otra ha llegado a mis manos. Si ha sido por exceso de ocupaciones fructuosas para Cuba, lo celebro: en todo otro caso, lo lamento.

Ya usted sabrá por lo que le hayan dicho y digan el Agente y otros, que aquí fluctuamos entre esperanzas y decepciones; aquéllas acompañadas de vítores y gritos; las otras escoltadas de efugios y subterfugios.

Dos cosas son evidentes aquí en lo referente a Cuba: que el pueblo es fervorosamente favorable; que el Gobierno lo sería también, si no creyera que se lo veda su prudencia. Como en el pueblo hay que distinguir aquí las varias castas políticas y sociales y religiosas, no hay que contar como pueblo sino la casta inferior, con el aditamento ocasional de la juventud de las escuelas y con una fracción del partido liberal. Lo demás nos es contrario, no por malquerencia a Cuba, sino por amor a Chile. Los de gobierno creen que no se debe ni aún malhumorar a España; los clericales, que no les conviene mezclarse con masones y con «rotos», que son nuestros partidarios incondicionales. En cuanto a los llamados hombres de Estado, ya se sabe que aquí y en todas partes el estadista es un miope.

En consecuencia, la esperanza de hoy es la de ayer: que den armas, cuando haya un hombre voluntarioso en el Ministerio de la Guerra, que las dé porque las da, y se acabó. Lo demás, ahí está el agente Agüero que lo diga: promesas, palabras y protestas tendrá muchas: contribución, $570 que dieron juntos cuatro o cinco entusiastas; otros $500, que, según me escriben, produjo en Talca una velada a favor de Cuba; $80 que produjo un meeting de estudiantes; unos $50 que, según me dijo el Agente la última vez que lo vi, le habían mandado de las estaciones de los Ferrocariles, sin duda por consideración a Tanco, que es ingeniero de ferrocarriles; por último, $102 y centavos que se obtuvieron por mi presencia y mi palabra en la reunión de que dan cuenta los recortes adjuntos.

Uno de ellos anuncia la llegada de Agüero a Talca: tal vez consiga algo más con su presencia. Según Camacho y Tanco, que días pasados vinieron a notificarme la resolución de capitarnos que ellos tomaron con el Agente y a que yo suscribí con mi cuota, hay un contratista que ha ofrecido por sí unos $5000 y la renta de $700 que dan sus inmuebles, y además tres hijos. Tanto dar me ha parecido tan extraño, que deseo saber si la oferta se ha cumplido. Era para fines de la pasada semana.

Todo esto cambiará, si Estados Unidos de América reconocen la beligerancia, y Brasil la imita.

Falto de cartas, en todo octubre no he podido siquiera comentar para el público las que me traen noticias halagüeñas.

Vuelvo a asegurarle la afectuosa consideración de su compatriota y amigo

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, 11, 6, 95.

Señor general Gregorio Luperón53,
Saint Thomas.

Querido general y amigo:

¿Por qué no toma usted en la dirección del movimiento de las Antillas que Cuba ha vuelto a iniciar, la parte que legítimamente le corresponde como uno de los libertadores americanos?

De usted, probablemente, dependería la constitución de un centro directivo que, de acuerdo con el Comité Revolucionario de Cuba y Puerto Rico en Nueva York o Cayo Hueso, reuniera, organizara y de ahí encaminara las fuerzas y recursos revolucionarios de Santo Domingo y Puerto Rico, y de la emigración cubana en Puerto Plata y en las islas y tierras circunvecinas.

Si no me engaño, ha sonado la hora de un movimiento general, y es necesario, o secundarlo, o producirlo, a fin: primero, de libertar a Santo Domingo54 e independizar a Cuba y Puerto Rico; segundo, de combatir la influencia anexionista; tercero, de propagar la idea de la Confederación de las Antillas.

Es indudable que el paso previo es la liberación de la República Dominicana, que, una vez libertada de su actual ignominia, y sujeta al régimen político, económico y administrativo que ya hubiera podido asegurar su desarrollo, prosperidad e influencia, si hubiera oído a quienes sabían lo que pensaban, sentían y decían, sería el centro natural y fecundo de reunión, concepción, acción y ejecución de los planes que los antillanos ganosos de asegurar el porvenir de las Antillas pudieran formar.

Para mí, que amo tanto a Santo Domingo como a mi propia Borinquen, y que probablemente la elegiré, como patria nativa de la mayor parte de mis hijos, para residencia final y sepultura55, empezar por la libertad de Quisqueya es tan natural, que no hago, con pensarlo y desearlo, más que un acto de egoísmo paternal; pero, en el fondo de las cosas, es tan esencial la libertad de Quisqueya para la Independencia en Cuba y Puerto Rico, que si acaso la de Cuba sobreviene sin ella, lo que es la de Puerto Rico y la Confederación, no.

Pues bien: si se organiza sobre estas sólidas ideas un centro de acción que pueda decir a estos pueblos, por medio de delegados ad hoc, lo que ha de ser el resultado de la revolución de las Antillas, tal vez conseguiríamos de ellos, no sólo para Cuba, sino para ustedes y nosotros, los quisqueyanos y borincanos, la ayuda material y moral que, de otro modo, no prestarán.

Piense en esto, mi querido amigo, y cuente con los esfuerzos de su siempre amigo

E. M. Hostos.



Noviembre 15, 95.

Señor Estrada Palma.

Benemérito compatriota:

Uno de los modos de estimular a los sudamericanos al servicio de las grandes cosas es mostrarles prácticamente que se les conoce. He aquí por qué me he dejado vencer de los ruegos y demostraciones que se me han hecho para conseguir de mí que envíe los adjuntos retratos y líneas biográficas.

Son de una señorita que de muy antiguo se muestra amiga de Cuba, y que ahora ha hecho, y aun hará, cuanto de ella y de sus poderosas amistades femeninas dependa para servir a Cuba. Es la misma señorita de quien me valí para que hiciera acepto a la «aristocracia femenina» al Agente de Cuba.

Si Ud. hace que Patria publique retrato y líneas, habrá trabajado por el aumento de cooperadores.

Con mil expresiones de estimación,

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, 19 de noviembre de 1895.

Sr. D. Francisco Arredondo Miranda,
Caracas.

Querido amigo:

A reserva de contestar oficialmente las comunicaciones que se han servido dirigirme el Centro Propagandista y el Sr. General Barrios, le diré por ahora que va más de un mes sin Ministerio, y no es posible intentar nada.

Aunque poco, según a Ud. dije en mi anterior, algo se hace.

El Agente Cubano Sr. Arístides Agüero, que ha días emprendió gira por el país en solicitud de recursos para Cuba, me dice de Chillán: «La excursión promete ser fructífera, aunque no tanto como debiera: de todos modos, se hace popular nuestra causa». En cuanto a popularidad bien puede asegurarse que ningún hecho o asunto la tiene igual. Verdad es que en todas partes es igualmente popular la noble empresa, pues ahí como en Santo Domingo y en Paraguay, Uruguay, Brasil y Perú como en Centro América, México, Estados Unidos y Canadá, no hay rincón del Continente ni hijo de América, por menguado que él sea, capaz de renegar de la historia, de las aspiraciones y de los deberes americanos.

Por enfermo no puedo escribir más: lo haré en próximo correo. Al señor general Barrios, mientras pueda contestarle, y a todos los dignos compañeros de Uds. en su noble empresa, mil expresiones de estimación y simpatía.

Mil afectos de mi familia y míos para la de usted y usted.

Cordialmente suyo

E. M. Hostos.

P. S.- Tenga la bondad de entregar la adjunta a mi suegra, y dígale que en cuanto sepa que ha cambiado el actual orden de cosas en Santo Domingo, se vaya allí a esperarnos, pues yo tengo muchos deseos de complacerla a ella, a su hija y a sus nietos, que suspiran por ella y por su tierra.



Santiago de Chile, hoy 12 de diciembre de 1895.

Sr. J. Abelardo Núñez,
Su casa.

Apreciado señor Núñez:

He sabido que, hablándose de la tentativa de coacción ejercida sobre mí para que no tomara parte en manifestaciones favorables a Cuba, usted y Carlos T. Robinet atribuyeron a oficiosidad del empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores, la tentativa que salió frustrada.

Tal vez sea así, aunque mucho dudo que pueda suceder tal burla de atribuciones en un país que yo estoy acostumbrado a considerar como bien administrado. Pero, aun siendo así, el hecho es que el señor V. M. Prieto a quien no conocía, y que se me presentó como Jefe de la Sección Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores, me habló a nombre del Ministerio.

Como veo que no cuesta aquí ningún trabajo el desmentir ni el mentir, quiero que usted esté autorizado por mí para decir en mi nombre que el hecho es tal cual acabo de sostener que fue.

Y como ya, sabedor de lo afirmado por mí, no podrá usted tampoco vacilar en dar fe a lo que digo, espero que en lo sucesivo, si llega el caso, podrá usted afirmar vivamente que al rechazar una tentativa de coacción sobre mis convicciones, cumplió como debía

Su afectísimo amigo

E. M. Hostos.



Santiago de Chile, diciembre 26 de 1895.

Al Delegado de Cuba, señor Tomás Estrada Palma,
Nueva York.

Benemérito compatriota:

No mucho que decirle. Aunque un poco apagada la voz del país en favor de Cuba, algo parece que el Agente hace por Concepción, ciudad del sur.

En cambio, aquí, de mal en peor. En la semana pasada cerraron un teatro en el momento de abrirse para un concierto «a beneficio de la Cruz Roja de Cuba»: ayer, contestando a la comisión de un meeting de protesta contra aquella violación, el Presidente de la República declaró que no se consentiría en ceder el Teatro Municipal; lo cual equivale a decir que no se permitirá manifestación alguna a favor, de Cuba, que el Gobierno pueda evitar. La razón es la de siempre; la que yo tuve al fundar secreto el Comité y al disolverlo o declararlo fenecido, en cuanto cesó el Ministerio que cayó en junio: la razón es temible, por más que no parezca, una guerra con la República Argentina, y el Gobierno chileno teme complicaciones cualesquiera con España.

Podrá haber insensatos que crean posible y bueno enredar la política internacional de Chile en beneficio de Cuba; pero aquí, en Chile, eso no es posible, y en ninguna parte sería bueno.

Chile es indisputablemente afecto a la independencia de Cuba; pero es un pueblo apegado a su suelo como una lapa a una roca, y por nada, absolutamente por nada, y menos por ideas, y aun menos por sentimientos, dará ni un solo paso corto en favor de nada o nadie, si lo cree contrario a su nación o su interés.

Tal vez, si hubiera prevalecido mi opinión, un político chileno, revestido del carácter representativo, hubiera podido hacer algo más, porque habría sabido cuándo, cómo y con quién, cosa que no saben en Chile ni aún los de larga residencia, como lo prueba el mal consejo de mandar Agente.

El señor Marcial Martínez de Ferrari, Senador de la República y uno de los hombres más importantes del país, que acaso lo haga ahora su candidato a la presidencia de la República, me ha dicho de viva voz y por escrito, en contestación a gestiones mías, lo que a la letra copio:

«Usted me dice que meta el brazo en la cuestión de Cuba. Primeramente, no veo qué podría hacer, se entiende, con provecho.

[...] Se piensa (no sé si seriamente) en provocar una entente con el Brasil, para representar a España que estos países podrían ejercitar sus buenos oficios (no mediación), a efecto de producir la segregación tranquila de la isla...».



La última vez que me vio el Agente me dijo que no esperaba sacar de Chile más que, a lo sumo, veinte mil pesos: tanto menos cosa, cuanto que el cambio está por ley estacionado en dieciocho peniques por peso.

Le doy, y a Cuba doy, parabienes por la elección de usted para Delegado Exterior.

Debo decirle que desde la que me trajo el señor Agüero, no he recibido una sola carta de usted.

Con mil consideraciones

E. M. Hostos.