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21

«Los caballeros anteriores, como Yvain, Cligés o Amadís, 'defendían' o 'sostenían' el orden de la caballería, adoptaban una actitud defensiva contra el mal y los efectos del tiempo. En cambio, don Quijote se encuentra en la situación de tener que restaurar el orden de la caballería en un mundo en el que los estragos del tiempo y del mal son tan graves que las apariencias concretas apenas tienen relación con su auténtico carácter. El caballero demente ve la realidad de forma parecida al resto de la gente, pero cree que las cosas son potencialmente superiores a sus apariencias concretas: su cometido [...] es identificar el potencial caballeresco oculto en la monótona realidad en la que está condenado a vivir para luego mostrarlo a la vista de los demás» (Williamson 141).

 

22

Juan de Aranda, Lugares comunes de conceptos, citado por F. Rodríguez de la Flor (1988: 35): para la memoria artificial como una forma de escritura, véanse pág. 35 ss., y A. Egido (1986: 43, o 1996: 152): para los usos escriturarios del libro-mundo en el aragonés (1996: 168 ss.) y el artículo «La letra en El Criticón» (1996: 101-32), con un amplio estudio y bibliografía sobre el tema. La referencia clásica está en Cicerón, De oratore, II, LXXXVI, 351-4, donde se alude al método de composición de loci e imagines de la mnemónica clásica comparándola con «una tablilla de escribir de cera y las letras escritas en ella» (cfr. F. Yates [1974: 14]). Véase también E. Lledó (1991: 22 ss.). Una de las transparentes vinculaciones con la memoria artificial la sostuvo la solidaria relación pictográfica en los emblemas entre la imagen y la palabra: vid. F. Rodríguez de la Flor (1995: 163 ss.). Para las prolíficas aplicaciones literarias de la emblemática, véase A. Egido (1990: 144-58); para los valores emblemáticos en Cervantes, véase Lokos (1989: 63-74).

 

23

Para el estudio de la metáfora de la escritura en esta novela bizantina, véase nuestro trabajo (1997: 145-64).

 

24

«... por cuanto es la historia narrada la que se hace cuadro, y cuadro que es síntesis de ella» (Egido, «La memoria y el arte narrativo del Persiles» 1994: 298; para el valor de la pintura en el Persiles, 297 ss., y la bibliografía citada en 300, 25n.).

 

25

Ningún héroe caballeresco escribe su autobiografía porque la fama es argumento para el oficio de otra mano. La memoria escrita de la gloria se revela por el poder eternizador de la letra, íntima aspiración del caballero y del escritor desde la Antigüedad (según la actitud grecorromana ante el libro), escritura imperecedera que convoca a la madera, a la piedra, al bronce, al mármol o al oro como páginas del Libro de la Historia: no encontramos en don Quijote la desazón por la fragilidad del papel, «lino breve» (como el lienzo gongorino) del hombre escrito en su fugacidad («quien más ve, quien más oye, menos dura»).

 

26

Concepto tomado de Julián Ríos y de su novela Larva. Según anota I. Castells (I: 191): «Se trata en todo caso de escrivivir, por parte de Alonso Quijano, la historia de don Quijote, desde dos perspectivas fundamentales: una primera que convierte al caballero-lector en poeta de las palabras y una segunda que hace de él actor de su propia novela: poeta de las acciones». Lectura de una escritura que se convierte, a la postre, en escritura de una lectura (sobre el ejercicio de la voz en el escrito, véase P. Zumpthor [1989: 120 ss.]; lectura y escritura son una tarea común pues el «'autor' es la transformación laica del locutor divino, Dictatior de la Escritura» [124]; el escrito garantiza la memoria de los sonidos y, sin embargo, la «voz es el Otro de la escritura; para fundar su legitimidad, asegurar a largo plazo su hegemonía, la escritura no debe echar de golpe a ese otro, sino primeramente dar testimonio para con él de curiosidad, solicitar su deseo a la vez que manifestar una incertidumbre a este respecto: saber más de él, acercarse a él hasta los límites que marca un censor invisible» [146]). J. Aguilar Mora (1971: 193) escribe que «la escritura [...] se define como generación intertextual de sentidos, una infinitud de redes que ligan los textos entre sí, que hacen perder su ilusoria unidad (el libro) y que ponen en primer plano la contraparte de la escritura: la lectura. Todo texto no puede construirse sino en relación a otros que confirma o destruye, que prolonga o cuestiona y en tal sentido la escritura no es sino la textualización de la lectura. Todo texto que tenga por referente explícito 'el mundo' [...] tiene por referente implícito la codificación textual de ese mundo» [el subrayado es nuestro]; así pues, no sólo don Quijote y los múltiples auctores [como lectores] de la novela son responsables de [p. 44] la composición del Quijote, también el lector la «escribe»): en las planas de la memoria don Quijote tiene escritos (o va pintando sus trazas) los pliegos de su texto ideal, resultante del ejercicio de escritura mimética de los títulos de la biblioteca caballeresca; en el dominio mental del hidalgo la Historia de don Quijote que desea don Quijote está formulada in nuce en el interior de la novela misma, que ésta repite bajo la identidad de una versión adulterada y modificada por los obstáculos que se derivan de acomodar la letra impresa virtual al papel factual de la realidad; escritura «deformada» que resulta ser la dominante, pero no la única: bajo la novela el Quijote se «leen» el paratexto de la Historia de don Quijote compuesta enteramente por el hidalgo en el libro de su imaginativa (que «había grabado en la memoria y que imponía constantemente a la realidad, por encima de toda percepción sensorial inmediata» [ Egido, «La memoria y El Quijote» 133 y 70n.]), el hipertexto de la narración que Cide, el segundo autor, el traductor, el autor empírico o quien sea escriben, y, bajo éste, el hipotexto caballeresco.

 

27

Nos referimos ahora a la Parte y al capítulo, respectivamente.

 

28

El parentesco entre el Quijote y el Persiles se argumenta por el quiasmo estructural, obrado por la écfrasis, entre las dos Partes de cada narración peregrina (caballeresca y cristiana): en el Quijote, la Primera Parte desarrolla la escritura de la lectura (la vida se textualiza y se verbaliza el «vasto volumen de la memoria» del hidalgo: don Quijote lee para luego escrivivir su biblioteca imaginaria en la existencia propia); la Segunda Parte, en cambio, despliega la lectura de la escritura (con la recepción del tomo de la Primera Parte y del libelo espurio: don Quijote lee a Don Quijote y al plagio de Avellaneda); en el Persiles, la Primera Parte es el resultado de la pintura de la escritura (conversión de la novela en cuadro: écfrasis invertida), mientras que la Segunda Parte permuta el proceso y da lugar a una escritura de la pintura (el cuadro se oraliza en narración bajo el dominio de la écfrasis normal). Para la inversión de planos narrativos en el Persiles, véanse los trabajos citados en las notas 7 y 8.

 

29

Véase la nota 26.

 

30

Episodio simétrico al del escrutinio: el mundo habitado por libros le revela los dos extremos de una experiencia, el placer del consumo del producto [p. 46] acabado y el conocimiento de su manufactura. «Se trata, así [Castells, I: 88], de una suerte de retorno al origen, pero también de acercamiento progresivo al mundo empírico. Don Quijote, visitando la fábrica de libros, franquea también una frontera que le permite empezar a distinguir el libro-ilusión del libro-objeto». Carlos Fuentes (1994: 85) concluye: «En Barcelona, don Quijote rompe definitivamente los amarres de la ilusión realista y hace lo que jamás hicieron Aquiles, Eneas o Roldán: visita una imprenta, entra al lugar mismo donde sus hechos se convierten en objeto, en producto legible. Don Quijote es remitido a su única realidad: la de la literatura. De la lectura salió; a las lecturas llegó. Ni la realidad de lo que leyó ni la realidad de lo que vivió fueron tales, sino espectros de papel».