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La crítica especializada atribuye a Edgar Allan Poe el mérito de haber dado forma a corrientes literarias nuevas. Se le considera el verdadero impulsor que, insatisfecho y agotado de antiguos tópicos literarios, se alejó de su formación inminentemente gótica y, aún sin ser capaz de despegarse de algunas de aquellas, creó algo nuevo: la literatura policíaca, apoyándose en el cientificismo positivista del siglo XIX, y el relato fantástico, gracias al trabajo con lo sobrenatural (Narcejac 1970: 54).

 

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La novela gótica quedó relegada a un segundo plano en favor de estos dos movimientos literarios que nacieron de él, por su extrema dependencia de la fórmula y su escasa capacidad de innovación.

 

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Otros tantos aspectos que hemos defendido como propios de la novela gótica y que no aparecen en lo fantástico serán heredados por otras géneros, en este caso, el relato policiaco, como podría ser, en este caso, el peso del suspense en la trama o el juego de los silencios.

 

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La novela gótica y la literatura fantástica, como la policiaca, siguieron y compartieron la misma línea evolutiva, «como si el paso del tiempo no hubiera significado para esta literatura más que un cambio de escenario, de nombres, de contextos» (Giardinelli 1996: 36). Se trataba realmente de un producto evolutivo a partir de algo ya existente (Noumbissi 2001: 101).

Confirman nuestra tesis Salvador Vázquez de Parga (1981: 17) y Juan Madrid, quienes afirman que la captura y engullimiento de fórmulas ajenas es consustancial con el mismo hecho literario e inherente a todo arte y, por lo tanto, sería absurdo e idealista pensar en un concepto de literatura en el que cada autor inventa de forma única y genial su propio estilo literario, sin contaminación exterior. En la misma línea se posiciona Irène Bessière al afirmar que la novela gótica ignora la duda moral e intelectual del relato fantástico, eliminando así cualquier posible vacilación entre «lo sobrenatural» y «lo intelectual» (Bessière, 1974: 105-123).