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El yacimiento musteriense de «La Cueva del Cochino» (Villena-Alicante)

José María Soler García



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ArribaAbajo- I -

Antecedentes


Debemos la localización de esta covacha a nuestro buen amigo y excelente colaborador don Alfonso Arenas García, culto abogado y presidente de la Comisión de Hacienda del M. I. Ayuntamiento de esta Ciudad, gracias a cuya gestión inestimable hemos podido intensificar las exploraciones de modo insospechado y hemos logrado fijar algunos otros yacimientos que, a su debido tiempo, iremos dando a conocer.

Mediado el mes de enero de 1955, nos hizo entrega el señor Arenas de unos cuantos objetos recogidos en la explanada exterior de la cueva: varios tiestos no prehistóricos; un fragmento de vasija medieval en pasta amarilla porosa con gruesos trazos paralelos de pintura negruzca, y varios sílex, entre los que destacaban un trozo de hoja apuntada con los bordes retocados (fig. 6.ª, número 8), y una lasca folioide ancha, con bulbo intacto y plano de percusión afacetado (fig. 6.ª, núm. 6), hallada esta última, según sus informes, aguas abajo de la confluencia de dos ramblas que rodean la loma en donde la cueva se halla emplazada.

Días después, el 23 de enero exactamente, nuestro ayudante Pedro Sánchez Sansano efectuó un nuevo reconocimiento de la estación, acompañado también por el señor Arenas. En esta ocasión, la visita fue más fructífera, pues, aparte de algunos trozos de cerámica hallados en la referida explanada, recogió Pedro Sánchez un par de flechas bifaciales, lanceolada la una (fig. 6.ª, núm. 1), y romboidal con tendencia a foliácea la otra (fig. 6.ª, núm. 3), halladas ambas fuera del muro semicircular de que luego hablaremos, frente a la boca de la cueva y a poca distancia del fondo de la rambla.

En relación con estos hallazgos, debemos mencionar el de otra punta de flecha encontrada por nosotros en la llamada «Senda del Tembleque», que, desde la «Casa del Cura», conduce a la cumbre del Morrón faldeando la loma frontera a la de la cueva (fig. 7.ª, núm. 1), y un raspador sobre lasca (fig. 7.ª, núm. 2)   —6→   hallado por el obrero Francisco Palmer, uno de los que nos acompañaron en nuestros trabajos de campo, en la cabecera de un barranco afluente de los que bordean el yacimiento.

Sin dudas ya acerca de la importancia de la nueva estación, nos propusimos explorarla detenidamente, cosa que no pudimos realizar hasta finales de septiembre de 1955.





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ArribaAbajo- II -

Situación y emplazamiento


La «Cueva del Cochino» (sinónimo de «jabalí» probablemente), se halla situado en la vertiente meridional de la sierra del Morrón (fig. 1.ª), arranque de la gran cadena montañosa que, arrumbada en dirección O.SO. a E.NE., recorre, bajo diferentes nombres, todo el Norte de la provincia de Alicante y el Sur de la de Valencia. Según Hernández Sampelayo, corresponde esta sierra a los tramos más altos del cretáceo (pisos «cenomaniense» y «maestrictiense»), y está formada por una caliza bastante sana, clara, algo amarillenta, que, aunque no muy señalados, lleva impresos los movimientos que la han milonizado. En ella han podido identificarse el «inoceramus balticus» y algunos «equinocorys» y «stegaster».

Tres kilómetros y medio al NO. de Villena y pocos metros antes de alcanzar el kilómetro 350, cruza la carretera general de Alicante-Madrid el llamado «Camino de los Molinos» que, por la izquierda, nos lleva al espléndido yacimiento neolítico de la «Casa de Lara1», y, por la derecha, a la finca denominada «El Puntal», situada al pie de un castro inédito del Bronce I. Frente al «Puntal», la estrecha carretera se desvía en ángulo recto hacia el «Camino Viejo de Benejama», antiguo carril que hay que recorrer poco más de un kilómetro en dirección Este para llegar a la «Casa del Cura», finca vinculada al patrimonio familiar del señor Arenas. Remontando una rambla que desemboca -en el valle de Benejama a Poniente de dicha casa y a Levante de la del «Molinero», se accede a la cueva en menos de quince minutos de subida fácil por la ladera oriental de la loma en que se halla emplazada, la cual se alza en la confluencia con otro barranco que, por la derecha, vierte sus aguas en la rambla citada. Cartográficamente, puede fijarse la situación del yacimiento en la cuadrícula 845/457, hoja 819, del Mapa Nacional (fig. 1.ª y lám. I, A).



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ArribaAbajo - III -

El yacimiento y su excavación


La cueva (lám. I, B), abierta en los escarpes escalonados («cinglas») que, como en tantos otros lugares de esta sierra, coronan la loma, es una cavidad natural orientada al E.SE., de siete metros de anchura por uno de altura y seis de profundidad practicable, aunque se continúa hacia el fondo por estrechas fisuras de algo más de seis metros en lo que nos fue posible medir. El suelo se inclina de Norte a Sur y sólo se halla cubierto de tierras en el sector meridional, que es el correspondiente a la izquierda de la entrada.

A un lado y a otro de la boca, la roca avanza, formando una magnífica protección natural completada artificialmente por un muro de piedras que cubre gran parte de la abertura. Únicamente en el extremo septentrional se dejó un portillo de acceso (lámina II, B).

Ante la boca se extiende una explanada, algo inclinada hacia el barranco y limitada por una fila curva de piedras gruesas, cuyos extremos, distantes entre sí unos diecisiete metros, se apoyan en los salientes que flanquean la entrada. Mide unos nueve metros el radio de este semicírculo, sobre el que debió elevarse un muro del que no queda más que la hilada inferior, perdida también en algunos puntos (fig. 2.ª).

Desde la parte más elevada de la pared que obstruye la entrada de la cueva hasta el muro semicircular, el desnivel es de 2'40 metros, y de nueve metros el que existe entre este muro y el fondo de la rambla. Esto da una altura de la cueva sobre el barranco de unos once metros y medio, para una distancia en línea recta de treinta metros aproximadamente (fig. 5.ª).

El hallazgo superficial de cerámicas medievales junto a puntas de flecha neolíticas y lascas de apariencia más antigua, nos hizo suponer la existencia de un yacimiento estratificado con nivelas de varias épocas, lo que nos indujo a practicar las catas con toda meticulosidad. Pero ya la primera zanja, abierto en el lugar   —10→   señalado en el croquis con la letra A (fig. 2.ª), nos causó, a este respecto, una decepción. La capa I, de quince centímetros de espesor, era de tierra oscura con muchas piedras, y rindió solamente un par de lascas de sílex. En la capa II, prolongación evidente de la anterior, disminuían las piedras hacia el fondo y las tierras se aclaraban, alcanzando un espesor de 25 centímetros. En la base de esta capa II, los sílex comenzaron a darse en abundancia, y empezaron a hacer su aparición las piezas retocadas de claro aspecto musteriense. La capa II descansaba ya sobre la roca caliza, aunque en la base del estrato correspondiente el lado septentrional del sector, es decir, el lindante con el G, asomaba una tercera capa de tierras claras muy duras y apelmazadas.

Agotado el sector A y prolongada la zanja en dirección a la cueva, excavamos el sector B, en el que pudimos observar la siguiente estratigrafía:

Nivel I. -15 centímetros de tierras oscuras con muchas piedras, arqueológicamente estéril.

Nivel II. -25 cms. de las mismas tierras oscuras con menos piedras y enrojecimiento del estrato al fondo. Rindió dos trozos, que unen, pertenecientes a una gran vasija de pasta rojizo-amarillenta, adornada con fajas horizontales de líneas onduladas incisas a peine, y otros dos fragmentos, que también unen, correspondientes a la boca de un cantarillo en pasta porosa amarilla, ornados con series de trazos gruesos y paralelos pintados en oscuro, semejantes al hallado superficialmente por el señor Arenas. La base de esta capa, es decir, las tierras rojizas con escasas piedras, proporcionó 72 piezas de sílex.

Nivel III. -30 centímetros de tierras claras apelmazadas, muy compactas, surcadas por vetas o hilos de caliza. Rindió 160 piezas de sílex y un trozo grande de hueso muy fosilizado (lámina III). Este Nivel III descansaba ya directamente sobre la roca.

La estratigrafía del sector B que acabamos de reseñar puede considerarse representativa de la del yacimiento, con las puntualizaciones siguientes:

Las tierras claras del Nivel III ocupan únicamente los sectores centrales de la zona excavada, donde se forma una depresión resguardada por las rocas inclinadas que forman la base de los sectores H y J, acceso el más cómodo a la cueva en la actualidad. De Oeste a Este, aparecen en la base del sector I, yacente bajo el muro de la entrada (lám. II, A), pues no existen en el interior de la cueva; aumentan en espesor en los sectores D, E y F, para disminuir a lo largo del sector G y desaparecer   —11→   bajo las losas desgajadas de la roca en el sector LL (lám. 11, D). La mayor potencia de este nivel fue observada en los sectores C, B, O y P, que son los más directamente resguardados por la pared rocosa meridional y, al mismo tiempo, los más ricos en hallazgos.

Las tierras negras del Nivel II se superponen a las del III de un modo casi uniforme en toda la extensión de la zona excavada, y su fertilidad arqueológica se halla en razón directa al espesor de estas últimas, como puede comprobarse en el gráfico comparativo de nuestra figura 48.ª

El Nivel I es limitado en extensión, pues sólo recubre los sectores próximos a la boca y disminuye, en espesor a medida que se aleja de ella, hasta desaparecer en la línea de contacto de los sectores F. y G. Se ha formado, sin duda, por derrumbamiento del muro de la entrada, lo que explica su absoluta esterilidad.

En nuestras figuras 3.ª y 4.ª ofrecemos dos cortes estratigráficos del yacimiento que confiamos aclaren todo cuanto dejamos expuesto.

La excavación, en la que tomaron parte los obreros Pedro Sánchez Sansano, Juan Sánchez Sansano y Francisco Palmer, fue realizada durante los domingos y días festivos comprendidos entre el 25 de septiembre y el 25 de octubre de 1955. Se efectuó por sectores rectangulares, de menor extensión en las zonas más presuntamente fértiles, con separación de los materiales de cada nivel y cribado minucioso de todas las tierras. En los sectores en que el espesor del Nivel III se acusaba con bastante potencia, realizamos las convenientes subdivisiones, y así, el sector P (lám. II, C), fue excavado en tres capas de 10, 7 y 18 centímetros respectivamente; el sector F, en dos capas de quince centímetros, y el sector J, en otras das capas de 12'5 centímetros cada una.

El sector Q se hallaba ocupado por un escalón rocoso de unos 25 centímetros de altura, adosado a la pared izquierda de la entrada y recubierto por las piedras y tierras del Nivel I. Únicamente al pie del escalón se acusaban vestigios del Nivel III, circunstancia que explica su escasa fertilidad. Este escalón debió ser un cómodo lugar de trabajo, preferido por los habitantes de la cueva, pues al su alrededor se acusa la mayor densidad de los hallazgos (fig. 48.ª). Si los paleolíticos utilizaron el interior de la covacha, sus vestigios han desaparecido de ella en absoluto.

Para futuros y eventuales estudios, hemos dejado como testigo intacto parte del muro que cerraba la cueva por el Norte, hasta su línea de contacto con el sector I (lám. II, B y fig. 2.ª), formando   —12→   a su alrededor un murete protector con las piedras extraídas de la excavación.

Fue nuestro propósito inicial llevar ésta hasta el muro semicircular que bordea la explanada externa de la cueva. Pero vista la esterilidad de la zona ocupada por los sectores L, LL y M (lámina II, D), desistimos de la idea, ya que su realización no hubiera aumentado gran cosa el caudal de datos aprovechables.

Según todo lo expuesto, el nivel neolítico que hacían prever los puntas de flecha halladas por Pedro Sánchez, así como otro ejemplar más pequeño encontrado por nosotros en el mismo lugar de aparición de aquéllas (fig. 6.ª, núm. 2), ha desaparecido sin dejar más rastro que las referidas flechas y tres o cuatro, fragmentos cerámicas, y no existí a ya cuando la cueva fue utilizada por pastores que suponemos moriscos, cuyos vestigios yacen directamente sobre el nivel paleolítico, que ha constituido para nosotros el mayor aliciente de la excavación.



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ArribaAbajo - IV -

Los materiales



ArribaAbajo A). -Cerámica

Aparte, de las vasijas ya mencionadas, cuyos fragmentos aparecieron esparcidos por diversos sectores y cuya reconstrucción ofrecemos en la lámina IV, se recogieron los trozos siguientes:

Media docena de tiestos en pasta negruzca por el interior y rojiza con manchas negras por el exterior. Uno de ellos (fig. 8.ª, núm. 1) pertenece a la boca de una vasija con borde biselado. Corresponden todos a una especie corriente en los yacimientos datables desde el Neolítico al Bronce.

Varios fragmentos de vasos a torno, pardos o rojizos, con líneas o surcos paralelos más o menos espaciados.

Un trozo, en pasta rojiza, con zona de líneas onduladas y paralelas, más finas que las de la gran tinaja reconstruida.

Varios fragmentos menudos con vidriado achocolatado-verdoso.

Trozo de boca (fig. 8.ª, núm. 2), de color pardo-rosado.

Trozo de boca (fig. 8.ª, núm. 3), de paredes delgadas y abultamiento cercano al borde, en pasta amarillenta.

Fragmento de vasija globular con reborde en la boca (fig. 8.ª, núm. 4), en pasta pardo-amarillenta.

Fragmentos de bocas (fig. 8.ª, núms. 5 y 6), en pasta roja con barniz brillante similar al de la «sigillata». El núm. 6 lleva, además, una franja de barniz color «marrón» en la vertiente externo del bordo.

Por último, una cabecita zoomorfa en pasta roja vidriada interna y externamente en «marrón» oscuro. Fue hallada en el interior de la cueva y la suponemos de fecha muy reciente, incluso actual.



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ArribaAbajo B). -Hueso y concha

No han sido muy abundantes los restos faunísticos, hallados casi todos en la especie de brecha formada por las tierras claras del Nivel III.

Los ejemplares de mayor tamaño (un molar del sector J) (lámina III, B); otro similar del sector I que no reproducimos; otro molar más pequeño del sector C (lám. III, D); el grueso fragmento ya citado del sector B (lám. III, A) y varios ejemplares de «hélix»), se hallan en avanzado estado de fosilización.

Es difícil determinar si el aguzamiento de algunas esquirlas es casual o intencionado. A veces, como en el ejemplar reproducido en la lám. III, C, la intencionalidad nos parece evidente. Consiste la pieza en una esquirla robusta y aplanada, adelgazada en la base por la cara interna del hueso y con aguzamiento en bisel del otro extremo por medio de cortes oblicuos. Cercana a la punta lleva una muesca que abarca parte del borde derecho y de la cara exterior. Su color es achocolatado; mide 65 x 13 x 8 milímetros y fue hallada en el Nivel III del sector C.

Otros ejemplares de huesos aguzados son los reproducidos en la figura 9.ª El núm. 1, de 42 mms. de longitud, 11 de anchura media y 5 de espesor, es también una esquirla bastante aplanada, con apuntamiento biselado, al modo de los buriles, obtenido por medio de dos muescas angulares. Apareció en el Nivel III del sector F.

El núm. 3 es un fragmento en forma de media caña, que conserva en la base porte de la articulación. El borde izquierdo es recto, y el aguzamiento ha sido efectuado por medio de varios cortes sucesivos en el borde derecho. Carece de la punta por rotura antigua. Mide 48 x 13 x 4 mms. y fue hallado en el Nivel III, sector J, capa 1.ª

El núm. 5 es un fragmento cilíndrico aplanado, de 42 de mms. de longitud, cuyos diámetros externos miden 6'5 y 5'5 mms. respectivamente. En ambos extremos se han producido cortes oblicuos y opuestos, más pronunciadas en el superior, donde se forma una punta bastante aguda. Apareció en la capa 2.ª, del Nivel III del sector F.

Los números 2, 6, 7 y 8 son esquirlas aguzadas, más o menos gruesas.

Para final de este apartado, hemos dejado la señalada con el número 4. Consiste en urca esquirla aplanada en lo superficie exterior y algo cóncava en la interior, que mide 27'5 x 10 x 3 milímetros.   —15→   Presenta la base redondeada y rebajada por medio de cortes planos en el borde de la cara externa. El borde derecho es un filo recto con algunas pequeñas muescas, y el izquierdo, grueso y curvo-convexo. Carece actualmente de la punta por rotura antigua. Es una curiosa réplica, en hueso, de las puntas de sílex llamadas de «Chatelperron». Fue hallada en el nivel III del sector H.

Todos estos, huesos y varios otros que no enumeramos, conservados algunos entre las tierras que los aprisionaban, van a ser remitidos para su clasificación y estudio a don Francisco Hernández Pacheco, Director del Museo Nacional de Ciencias Naturales, quien, por intercesión de nuestro buen amigo don Abelardo Rigual Mogollón, Catedrático de Ciencias y Director del Instituto de Alicante, se ha brindado para este delicado cometido.




ArribaAbajo C). -El sílex


ArribaAbajo a).- Materia prima

Salvo una lasca de cuarcita aparecida en el sector M (fig. 22, núm. 8), todas las piezas del yacimiento son de pedernal. Con excepción de unas cuantas piezas de grano grueso y aspecto sacaroideo, todas las restantes están talladas en sílex de buena y aun excelente calidad. Abunda mucho el de color pardo, con matices que abarcan desde el achocolatado al grisáceo. No es menos abundante el gris en todos sus tonos, desde el cristalino translúcido al plomizo opaco y muy lustroso, apto para una talla delicada. Son asimismo numerosas las piezas de un amarillo melado más o menos intenso, sembrado en muchas ocasiones de puntos más claros, y se da también con relativa frecuencia una especie de sílex agatoide amarillento surcado por vetas de distintos colores, y más esporádicamente, un sílex abigarrado en que predomina el color rosado. Excepcionales son las piezas talladas en sílex negro o rojo y única una lasca de bello azul grisáceo.

Aunque son muchas las piezas trabajadas en lascas corticales de desbastamiento, no hemos hallado más pieza nuclear que la dibujada con el núm. 7 de la figura 24. Esto elimina toda posibilidad de considerar a la cueva como un taller.

En cuanto a la procedencia del material empleado, hemos de hacer resaltar, no obstante, lo existencia en el término villenense de dos yacimientos de sílex cuando menos: uno, en las estribaciones orientales de los Picachos de Cabrera, con grandes núcleos de   —16→   muy deficiente calidad, y otro, bastante extenso, en el paraje denominado, quizá por esto, «Las Pedrizas». Se halla situado a Poniente del término, al pie de la sierra Lácera o Alácera y en pleno valle de Yecla, en cuyo término penetra profundamente el yacimiento. Todavía no hemos estudiado a fondo el sílex de esta procedencia, aunque, por lo observado hasta ahora, no es improbable que de él se surtiesen casi todas las abundantes estaciones prehistóricas de los alrededores. A «Las Pedrizas» acuden todavía en la actualidad los que se dedican a la obtención de «pernalas» para los trillos. Dista de la Cueva del Cochino menos de ocho kilómetros en línea recta.




ArribaAbajo b).- Tecnología

El atento examen de los materiales pone en seguida de manifiesto la gran preponderancia del procedimiento de talla «levolloisiense» sobre el «clactoniense». De las 1.610 piezas recogidas, 556 presentan el plano de percusión estrecho, ondulado y afacetado, lo que supone un 34 por ciento del total. Hay un 4 por ciento de lascas con plano liso, más o menos oblicuo con el de lascado, y un 62 por ciento en que no ha podido determinarse con claridad esta circunstancia. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que, en este 62 por ciento, se incluyen casi todas las lascas y esquirlas de desecho, insignificantes las más de las veces, y que las primeras cifras consignadas comprenden casi todas las piezas claramente definidas, por lo que es lícito considerarlas como verdaderamente representativas.

Predomina casi exclusivamente la talla unifacial, pues son contadísimas las piezas talladas por ambas caras. Cuando esto sucede, la talla se localiza casi siempre en los bordes de la pieza.

El retoque es, en la mayor parte de los casos, el clásico «escaleriforme», definido por Jordá con estas palabras:

«...este retoque puede tener dos fases, la primera en la que se practica un retoque de desbastamiento y que produce un lascado amplio, la segunda un retoque de regularización que, uniformando la línea del borde, produce lasquillas más pequeñas de forma conchoidal.2»



En nuestro yacimiento, existen empero algunos ejemplares en que no se ha practicado la primera fase, sino el menudo retoque   —17→   de regularización, casi siempre oblicuo, aunque en algunos casos se hace vertical, asimilándose entonces al retoque abrupto o de «dorso rebajado». En un par de casos hemos podido observar un retoque muy menudo, oblicuo y alternante.

Procedimientos técnicos muy usados son el adelgazamiento basal por lascado o esquirlado, casi siempre a expensas de la cara superior o aristada, y el estrechamiento del plano de percusión por lascado oblicuo, determinante de facetas planas en ángulo diedro con el plano basal, las cuales seccionan en muchos casos el bulbo de percusión. Esta última modalidad la hemos observado en más de medio centenar de piezas, como puede comprobarse en la descripción individual que más adelante insertamos.

En conjunto, el tamaño de los utensilios, descontadas las esquirlas de desecho, oscila entre 10 y 90 milímetros, con una media aproximada de 25 milímetros en el Nivel II, obtenida entre 169 piezas, y de 37 milímetros en el Nivel III, entre 336 piezas medidas. Las de mayor tamaño son: un cuchillo del sector D, Nivel III, que mide 90 mms. de longitud (fig. 28, núm. 4) y otro del sector C y del mismo nivel, que llega a los 79 mms. (fig. 26, número 2). Hay 34 ejemplares que sobrepasan los 50 mms. de longitud y 133 que no alcanzan los 30. Entre las piezas definidas de menor tamaño, verdaderos microlitos, se cuentan: la punta número 17 de la figura 13, de 10 mms. de longitud, y la curiosa raedera en miniatura que hemos dibujado en el núm. 9 de la figura 42, la cual mide solamente 12 milímetros de altura.




ArribaAbajo c). Tipología

Como en todas las estaciones emparentadas con culturas musterienses, los tipos más abundantes en la nuestra son las «puntas» y las «raederas», aunque no falten buriles, raspadores, perforadores, cinceles, etc.


ArribaAbajo 1.-Puntas

Es el tipo de pieza definida más frecuente en el yacimiento. Hemos contado 41 ejemplares en el Nivel II y 149 en el III, lo que supone un 11 por ciento aproximadamente del total de piezas recogidas.

Tipo sumamente característico y abundante es el de perfil trapezoidal irregular que resultó al truncar uno de los ángulos basales de un triángulo (fig. 30, núm. 5). La mayor porte de estas   —18→   piezas son de tamaño mediano y aun pequeño (figs. 14, núm. 9; 23, núm. 13; 30, núms. 3 y 6; 41, núm. 5; 47, núm. 5), aunque existen ejemplares de grandes dimensiones, como el núm. 2 de la fig. 14, que mide más de siete centímetros de longitud. Algunas de cestas puntas son simples hojas o lascas folioides, con escaso o nulo retoque (figs. 14, núm. 5; 15, núm. 5; 23, núm. 13; 30, números 3 y 6; 38, núm. 18), pero muchas otras son de una perfección de talla y retoque realmente insuperables (figs. 26, núm. 8; 30, núm. 5; 35, núm. 3; 41, núm. 5). En ciertos casos, el perfil trapezoidal se estira, dando origen a las que Jordá denomina «puntas de pedúnculo lateral3» (figs. 11, núm. 1; 23, núm. 18; 26, núm. 6; 28, núm. 5). Y cuando los lados del trapezoide se curvan, prodúcense unas puntas acorazonadas que pueden considerarse como los ejemplares más bellos del yacimiento (figs. 28, núms. l y 2; 32, núm. 3; 35, núm. 3; 36, núm. 4; 41, núm. 5).

Con estas puntas tan típicas, conviven otras de diferentes perfiles, como la romboidal, muy escasa (fig. 11, núm. 9); la triangular de base recta (figs. 15, núm. 4; 43, núm. 7), oblicua (fig. 29, núm. 7), o redondeada (figs. 11, núm. 2; 20, núm. 6; 30, número 1); la también triangular con pedúnculo incipiente (figuras 23, núms. 12 y 13; 26, núm.. 11); la triangular alargada, con ligero arqueamiento de uno de los bordes (fig. 26, núm. 5) y muchas otros tipos de difícil encuadramiento en una sistematización.

Un bello ejemplar foliáceo, sin apenas retoques y con estrechamiento basal, es el que presentamos en el núm. 2 de la fig. 29, y sumamente interesante el núm. 5 de la fig. 32, asimilable al tipo de «puntas pseudo-musterienses» de miss Garrod, citadas por Jordá al presentar un ejemplar semejante el nuestro, procedente de la «Coya de la Pechina4».

No queremos dejar de señalar la presencia de numerosas puntas microlíticos de diferentes tipos que si en muchos de los casos, han de considerarse como utensilios casuales, es indudable en otros la intencionalidad de su talla y retoque (figs. 10, núms. 1, 18 y 29; 13, núm. 17; 14, núm. 10; 32, núm. 9). Merece destacarse de entre ellas la señalada con el núm. 7 de la fig. 40, de base estrecha y adelgazada y dorso curvo finísimamente retocado.



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ArribaAbajo 2. Raederas

Las raederas y sus tipos afines, «cuchillos» y «cuchillos-raederas», no siempre fáciles de diferenciar, siguen en importancia numérica a las puntas, en proporción del 10 por ciento del total de piezas en cada uno de los niveles.

Como más claramente identificables con las primeras, podemos colocar el tipo de borde convexo, extremo apuntado y grueso apéndice lateral (fig. 12, núm. 1), que tiene sus paralelos en la Cova Negra, de Játiva5 y en alguno de los ejemplares recogidos por Vilaseca en la Font del Teix, de Albarca6; el soberbio ejemplar de la fig. 28, núm. 7, tallado en gruesa lasca elíptica; el número 3 de la fig. 43, semejante al anterior aunque con el frente truncado; las construidas sobre lascas corticales de espesor y tamaño variables (figs. 35, núm. 4; 37, núm. 1; 38, núm. 1, y 40, núm. 6); el tipo núm. 6 de la fig. 11, en lasca de sección triangular retocada en todos sus bordes por ambas caras; el núm. 4 de la fig. 21, construido sobre lasca pentagonal espesa, tallada a grandes planos por ambas caras y con base fuertemente adelgazada; el núm. 1 de la fig. 22, con tres bordes activos, toscamente retocados; en ancha hoja cuadrangular, y, por último, el núm. de la fig. 46, cuyo borde activo se ha obtenido retocando rudamente el filo de una gran faceta cóncava de lascado longitudinal.

Otro grupo de «raederas» podríamos integrar con los ejemplares de cuidada factura construidos sobre hojas o lascas delgados. Las hay de borde recto y base redondeada (fig. 11, núm. 3); de borde convexo y perfil triangular o trapezoidal (figs. 12, núm. 6; 14, núm. 8; 17, núm. 7; 23, núms. 1, 5 y 10; 31, núms. 6 y 9; 34, núm. 7; 35, núms. 5 y 6; 38, núm. 16, 43, núm. 1, y 46, núm. 2), y un subgrupo caracterizado por la truncadura recta del extremo anterior (figs. 28, núm. 3; 38, núm. 8; 41, núm. 7, y 47, núm. 1).

En el epígrafe de «cuchillos», colocamos una serie de utensilios, entre los que se encuentran los mayores del yacimiento, perfectamente caracterizados por su filo recto, finísimamente retocado en la mayoría de los casos, y con el dorso naturalmente protegido por lo corteza del nódulo originario (figs. 12, núms. 2 y 5; 23, núm. 2; 26, núm. 2; 28; núm. 4; 35, núms. 2 y 10; 39, núm. 5, y 46, núm. 3).

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Otra serie está integrada por lascas de mediano tamaño, con un borde retocado, recto o convexo, y dorso acomodado y protegido por facetas planas o retoques (figs. 19, núm. 5; 23, núms. 3 y 4; 26, núms. 7 y 10; 27, núm. 10; 28, núms. 8 y 11; 31, números 1, 3 y 4; 34, núm. 3; 37, núms. 9 y 10; 38, núms. 3, 5 y 13; 39, núm. 1; 40, núms. 1, 3 y 4, y 47, núm. 2).

Puede formarse un tercer grupo con los obtenidos sobre lascas finas, verdaderas hojas de filos cortantes, uno de los cuales puede estar retocado (figs. 15, núm. 6; 16, núm. 1; 17, núm. 2; 28, número 6; 31, núm. 5, y 34, núm. 1), pero que, en muchos de los casos, sólo presentan huellas o retoques de uso (figs. 26, núms. 3 y 9; 37, núm. 3; 41, núms. 4 y 6, y 42, núms. 6 y 10).

En el grupo de «cuchillos-raederas», colocamos una serie de hojas-lascas de bordes paralelos o convergentes, casi todas truncadas en su extremo anterior y con retoques marginales en ambos bordes (figs. 11, núm. 5; 15, núm. 7; 31, núm.. 2; 3 2, núm. 1, y 41, núm. 2).




ArribaAbajo3.- Raspadores

Siguen en importancia numérica a las: «puntas» y «raederas», con 31 ejemplares en el Nivel II y 70 en el III, que suponen un 7'5 y un 6 por ciento respectivamente del total de piezas de cada nivel.

Entre los del Nivel II, son dignos de nota el bello ejemplar de frente cóncavo-convexo y retoques marginales señalado con el número 7 de la fig. 12; el núm. 4 de la fig. 22, apuntado y aquillado, sobre lasca de sección y perfil triangulares, y el núm. 6 de la misma fig. 22, con alta arista central tallada en las dos vertientes, frente recto y biselado y «huellas de parada» en el frente y en el plano basal, lo que podría hacerlo pasar por un pequeño «rabot».

Merecen también destacarse el pequeño ejemplar apuntado de la fig. 18, núm. 9, en cuya cara inferior ha sido tallada uno faceta plana y oblicua al modo de los «microburiles», quizá para adelgazar el frente, y la magnífica pieza, extraordinaria por su tamaño y talla, señalada con el núm. 2 de la fig. 21.

El núm. 4 de la fig. 11 podría ser considerado como raedera de filo transversal convexo.

Los restantes ejemplares de este nivel, dudosos muchos de ellos, están construidos sobre pequeñas lascas corticales (figs. 10, núms. 2 y 4, y 15, núms. 8 y 10), o en el extremo de lascas foliáceas   —21→   (figs. 12, núm. 8; 13, núm. 3; 18, núm. 8; 21, núm. 1, y 22, núm. 2), pero hay algunos obtenidos sobre el plano de percusión debidamente acondicionado (figs. 13, núm. 11, y 14, núm. 1 l), o aprovechando accidentes naturales de la lasca, como el curioso tipo de la fig. 14, núm. 19, en que el raspador lo constituye un pequeño saliente semicircular menudamente retocado en todo su contorno.

En el núm. 3 de la fig. 18, aquillado y apuntado, los retoques se localizan en el plano de lascado, y podría ser considerado también como raedera.

En el Nivel III, entre muchos ejemplares sobre lasca foliácea (figs. 24, núms. 1 y 5; 27, núms. 1 y 3; 33, núm. 2; 34, núm. 9; 36, núms. 2 y 9; 40, núms. 5 y 11; 41, núms. 10 y 11; 42, núm. 2; 43, núm. 4; 45, núms. 6 , 11 y 12, y 46, núm. 17), o sobre lasca corta (figs. 33, núm. 3; 42, núms. 3, 13 y 22, y 45, núm. 10), se observan tipos de gran variedad, como el de la fig. 24, núm. 7, en núcleo semiesférico, único de esta clase en el yacimiento; el núm. 2, fig. 24, en lasca semicircular; el núm. 7 de la fig. 33, asimilable a los llamados «de morro»; el núm. 8 de la fig. 36, piramidal aquillado; el núm. 12 de la fig. 40, discoidal microlítico, etcétera.

Hay dos ejemplares (figs. 33, núm. 13, y 42, núm. 11), de frente recto y estrecho destacado entre escotaduras laterales, que se asemejan extraordinariamente al tipo «crénelé» de los prehistoriadores franceses.

Un bello ejemplar es el dibujado en el núm. 7 de la fig. 39, de frente convexo entre dos amplias muescas simétricas, menudamente retocado en todo su contorno excepto en la base, que es el plano afacetado de percusión.




ArribaAbajo4.- Hojas y lascas folioides

Constituyen cerca del 5 por ciento en el Nivel II y poco más del 6'5 por ciento en el III, con 20 y 79 ejemplares respectivamente.

Entre las que presentan únicamente retoques de uso, abundan las de mediano tamaño, ápice redondeado y filos cortantes (figs. 11, núms. 8, 10 y, 11; 24, núms. 4 y 6); las hay también cuadrangulares muy planas (figs. 14, núm. 6; 27, núm. 6; y 38, núm. 12);. rectangulares (fig. 34; núm. 5), hexagonales (fig. 29, núm. 1), discoidales (fig. 42, núm. 8), y de perfil irregular (figs. 31, núm. 11; 34, núm. 2, y 36, núms. 10 y 13).

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Algunas, más perfectas, pueden ser consideradas como verdaderas hojas, de sección trapezoidal (fig. 33, núm. 10), o triangular (figs. 10 núm. 14; 17, núm. 1; 18, núm. 2; 27, núms. 8 y 9, y 33, núm. 12). Entre estas últimas, la núm. 3 de la fig. 17 lleva una pequeña muesca retocada. Hay también lascas anchas con truncadura recta u oblicua (figs. 11, núm. 13; 25, núm. 11, y 32, núm. 2).

Los ejemplares retocados lo son, casi siempre, con retoque menudo, localizado en uno de los bordes (figs. 13, núms. 6 y 10; 27, núm. 16; 29, núm. 16, y 31, núm. 12) y, más raramente, en los dos (fig. 20, núm. 8).




ArribaAbajo 5.- Perforadores y taladros

Se hallan bien representados en el yacimiento, con 13 ejemplares en el Nivel II y 45 en el III, es decir, el 3'5 por ciento de piezas en ambos niveles.

Muchos podrán ser considerados como instrumentos «de fortuna» (figs. 10; núm. 22; 25, núms. 5, 13 y 21, y 31, núm. 8), pero hay otros perfectamente definidos, como los gruesos taladros obtenidos por medio de dos muescas opuestas (figs. 12, núm. 3, y 35, núm. 7), o los magníficos ejemplares dibujados en las figuras 32, núm. 6, y 38, núm. 7. Aguda punta presenta el de la fig. 27, núm. 18, y muy curiosa es la pieza con doble taladro que presentamos en el núm. 10 de la fig. 25. Hay ejemplares de punta robusta en lascas espesas (fig. 36, núms. 5 y 6) y muchos otros en que el perforador se ha obtenido con sólo dos o tres golpes elementales de talla (fig. 25, núms. 1, 2 y 4).




ArribaAbajo6.- Buriles

Hemos contado, entre claros y dudosos, 15 ejemplares en el Nivel II y 39 en el III, casi en idéntica proporción que los taladros y perforadores.

Son casi todos buriles laterales sencillos (figs. 13, núms. 1'5, 16 y 24; 14, núm. 18; 18, núm. 6; 19, núm. 4, y 21, núm. 3), pero hay algunos dignos de destacarse. El número 12 de la figura 13 es de ángulo doble, asociado a raspador en el extremo opuesto, el núm. 26 de la misma fig. 13 es un buril doble, con la punta arqueada el del extremo superior. El núm. 6 de la fig. 19 es un pequeño ejemplar de retoque transversal menudo. Todos los citados pertenecen al Nivel II.

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En el Nivel III se da algún caso de buril central dudoso (fig. 27, núm. 2), pero hay un par de interesantes ejemplares, como el núm. 9 de la fig. 28, en que el buril se ha obtenida por medio de dos muescas retocadas, una en cada cara, y el núm. 13 de la fig. 46, en que ha sido igualmente retocada la muesca de la izquierda. Ejemplar muy perfecto en hoja fina, con punta arqueada por medio de una pequeña faceta, es el señalado con el núm. 6 de la fig. 38, y más irregular, también en hoja fina, el núm. 4 de la figura 39.

El núm. 16 de la fig. 33 presenta la particularidad de tener saliente el filo del buril en el ángulo superior derecho de la lasca. El núm. 6 de la fig. 39 podría ser considerarlo también como perforador.

Muy característicos son los que presentamos en las figs. 26; núm. 4; 39, núm. 3, y 43, núm. 6, los tres con amplia escotadura en el ángulo superior derecho de lascas rectangulares. En todos ellos, el filo del buril es muy estrecho, por lo que pudieran ser considerados más bien como perforadores o, tal vez, como puntas de lanza o dardo, si atendemos también a su semejanza tipológica con la que presentamos en el núm. 2 de la fig. 29.

No faltan tampoco en este nivel buriles laterales sencillos, como los de las figs. 27, núm. 19, o 42, núm. 17. El núm. 10 de la fig. 27 se halla asociado a una raedera.




ArribaAbajo7.- Muescas

No existen en nuestro yacimiento hojas de muesca comparables a las clásicas del «auriñaciense» medio. Utensilios con escotaduras más o menos retocadas hemos contado 7 en el Nivel II y 26 en el III, que suponen casi el 2 por ciento del total de piezas recogidas.

Las hay con retoque menudo y fino en lascas medianas y pequeñas (figs. 10, núm. 26; 25, núm. 19; 27, núm. 14, y 44, núm. 2), a veces con muesca múltiple (figs. 29, núm. 11; 45, núm. 15; 46, núms. 10 y 16). Otras, están obtenidas en lascas más espesas y con talla más dura (figs. 32, núm. 8, y 35, núm. 11).

En varios ejemplares se observan escotaduras amplias, de filas cortantes y sin retoques (figs. 29, núms. 5 y 6; 33, núm. 5; 37, núm. 3; 42, núm. 4, y 44, núm. 1), y existe algún otro en que las muescas determinen dientes agudos (fig. 33, núm. 8).



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ArribaAbajo8.- Cinceles o escoplos

Consideramos como tales algunas piezas que presentan un filo tallado en bisel, a veces muy estrecho (figs. 10, núm. 15, y 13, núm. 9), y, en algún caso, retocado (fig. 25, núm. 7). Otras veces, el filo es más ancho y se hace resaltar por medio de escotaduras o muescas laterales al moda de los raspadores «crénelés» (figura 42, núm. 15).

Dignas de nota son unas piezas pequeñas con filo biselado en uno de los extremos y retoques marginales (figs. 13, núms. 5 y 21, y 23, núm. 9). En algunos de estos ejemplares: (fig. 13, núm. 5), es extraordinario su parecido con los «micro-tranchets».

En el núm. 6 de la fig. 47, el filo biselado abarca todo el frente de una ancha lasca, y algo semejante ocurre en los que presentamos en las figs. 42, núm. 4, y 45, núms. 57.









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ArribaAbajo- V -

Consideración final


Sabida es la casi total carencia en Levante de yacimientos pertenecientes al Paleolítico Inferior y la escasez de los correspondientes a las etapas de transición al Superior.

Por lo que a la provincia de Alicante se refiere, sólo podemos citar las cuevas del Cuervo y de las Calaveras, en Ondara y Benidoleig respectivamente8, el yacimiento al aire libre de Aspe9 y las estaciones de los alrededores de Alcoy10, de todas las cuales apenas si conocernos otra cosa que su existencia.

En realidad, las únicas estaciones levantinas utilizables para el estudio de estos períodos son: la famosa Cueva Negra, de Játiva, de la cual nos ha dado ya Jordá unos magníficos avances11, y la Cueva de la Pechina, de Bellús, publicada también por el mismo autor12.

Es muy poco, por tanto, lo que se sabe acerca «del llamado Musteriense en Levante», cuyos materiales todavía están sin situar «dentro de la complicada serie de técnicas en que ahora se estudian estas larguísimas etapas13» .

Los hallazgos de Vilaseca en Reus hicieron comprobar a este   —26→   eminente prehistoriador la existencia de tres tendencias industriales dentro de este apasionante período: una, «levalloiso-musteriense», otra, «mustero o atero-solutroide» y una tercera, ya «auriñaciense»14, todo lo cual ha sido también observado por Jordà en la Cueva Negra setabense, cuyos niveles interpreta del siguiente modo:

Nivel A.- Levalloiso-musteriense final muy evolucionado, con elementos del auriñaciense típico (raspadores aquillados y hojas con retoques).

Nivel B.- «Levalloiso-musteriense» bien definido, con abundantes raederas de todos los tipos y tamaños, y buen número de puntas sobre hoja «levallois», algunas de ellas con excelente retoque.

Nivel C.- «Musteriense» de tradición «achelense», con bifaciales de cuarcita y muy abundante representación de elementos levalloisienses.

Nivel D. -Estéril.

Nivel E.- Etapa final del «Musteriense antiguo», con numerosas raederas y algunas puntas triangulares.

Nivel F.- «Musteriense» de tipos pequeños y ascendencia tayaciense.

Nivel G.- «Musteriense antiguo», con predominio de la técnica clactoniense15.

De todos estos niveles, los más interesantes para nosotros son los señalados con las letras A y B, es decir, los correspondientes a las capas superiores del yacimiento, ya que sus materiales ofrecen, con los que hoy presentamos a la consideración de los estudiosos, una semejanza que, en muchos de los casos, es verdadera identidad.

Recientemente, habla también Jordá de «unos materiales pertenecientes a un musteriense final muy evolucionado, de la región de Alcoy (Alicante), cuyos tipos de puntas ofrecen características de talla auriñaciense sobre formas foliáceas de gran pureza16».

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Basados, pues, en estos paralelos exclusivamente tipológicos, ya que nuestro yacimiento carece, desgraciadamente, de una amplia sucesión estratigráfica, nos atrevemos a encuadrarlo provisionalmente en un «mustero-levalloisiense final», que podría ser el «Levalloiso-musteriense II» de Pericot17, período que, en la secuencia peninsular de Martínez Santa-Olalla18, pudiera situarse entre el Matritense III y el Auriñaciense inferior, si es que no entra ya en esta última fase, la cual, según Jordá19, no ha sido señalada con claridad dentro del área levantina. En apoyo de esta correlación cronológica entre el Musteriense evolucionado de la región levantina y el Auriñaciense inferior de otras comarcas, aduce Fletcher muy recientemente20la presencia de un parietal neandertaliense aparecido en el Nivel C de Cueva Negra y encuadrable en la última glaciación. Los Niveles A y B han de ser, por lo tanto, postglaciores y sincrónicos del Auriñaciense europeo. Y aún podría reforzarse la tal correlación si llegara a confirmarse la atribución al «Elephas iolensis», paquidermo fósil del Pleistoceno final, de unos molares asimismo aparecidos en el Nivel C de dicha cueva.

Y poco más podemos añadir, de momento, acerca de esta covacha villenense, que si no aporta solución alguna a los problemas que el Musteriense final tiene planteados, sirve, al menos, para fijar un nuevo punto en el ralo mapa del Paleolítico medio levantino y para suministrar a los especialistas interesantes materiales de comparación.



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