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¿Qué remedio? Es este el lugar de mi nacimiento y el de mayor parte de mis antepasados; aquí pusieron su nombre y sus afecciones. Endurecémonos a todo lo que tomamos en costumbre, y para una tan raquítica condición como es la nuestra, el hábito es un presente favorabilísimo de la naturaleza, que adormece nuestras sensaciones ante el sufrimiento de muchos males. Las guerras civiles tienen de peor que las demás, entre otras cosas, el obligar a cada cual a estar de centinela en su propia morada:


Quam miserum, porta vitann muroque fueri,
    vixque suae tutum viribus esse domus!1295



Es grande apuro el encontrarse ahogado hasta en su hogar y reposo domésticos. El lugar donde yo me mantengo es siempre el primero y el último en las pendencias de nuestros trastornos, y donde la paz nunca se muestra por entero:


Tum quoque,quum pax est, trepidant formidine belli.1296


       Quoties pacem fortuna lacessit,
hac iter est bellis... Melus, fortuna dedisses
orbe sub Eoo sedem, gelidaque sub Areto,
errantesque domos.1297



A veces alcanzo medio de fortificarme contra estas consideraciones con la indiferencia y la cobardía, las cuales también nos llevan a la resolución en algún modo. Ocúrreme en ocasiones imaginar con alguna complacencia los peligros mortales y aguardarlos: me sumerjo en la muerte con el rostro abatido y sin alientos, sin considerarla   —338→   ni reconocería, cual en una profundidad obscura y muda que me traga en un instante y a la que me arrojaría de un salto, envuelto en un poderoso sueño lleno de insipidez e indolencia. Y en esas muertes cortas y violentas, la consecuencia que yo preveo me procura consolación mayor que el efecto del trastorno. Dicen que así como la vida no es la mejor por ser larga, la muerte es la mejor por no serlo. No me pasma tanto el verme muerto como penetro en confidencia con el morir. Yo me envuelvo y me acurruco en esta tormenta que debe cegarme y arrebatarme furiosamente, con descarga pronta e insensible. ¡Si al menos sucediera, como dicen algunos jardineros, que las rosas y las violetas nacieran más odoríferas cerca de los ajos y las cebollas, tanto más cuanto que estas plantas chupan y atraen el mal olor de la tierra; si de la propia suerte esas naturalezas depravadas absorbieran todo el veneno de mi ambiente y de mi clima convirtiéndome en tanto mejor y más puro con su vecindad, de modo que yo no lo perdiera todo!... Lo cual por desdicha no acontece, pero de esto otro alguna parte puede caberme: la bondad es más hermosa y atrae más cuando es rara; la contrariedad y diversidad retienen y encierran en sí el bien obrar y lo inflaman juntamente, por el celo de la oposición y por la gloria. Los ladrones tienen a bien no detestarme particularmente; tampoco yo a ellos, porque me precisaría odiar a mucha gente. Semejantes conciencias viven cobijadas bajo diversos trajes; semejantes crueldades, deslealtades y latrocinios, y lo que todavía es peor, más cobarde, más seguro y más osado, bajo el amparo de las leyes. Menos detesto la injuria desenvuelta que traidora, guerrera que pacífica y jurídica. Nuestra fiebre vino a dar en mi cuerpo que apenas empeoró: el fuego ya este lo guardaba, la llama sola sobrevino: el tumulto es más grande, pero el mal muy poco mayor. Yo contesto ordinariamente a los que me piden razón de mis viajes «que sé muy bien lo que hago, pero no lo que con ellos busco». Si se me dice que entre los extraños puede también haber salud escasa, y que sus costumbres no valen más que las nuestras, contesto primeramente, que es difícil,


Tam multae scelerum facies1298



y luego que siempre sale uno ganando al cambiar el mal estado por el incierto; y que los males ajenos no deben mortificarnos tanto como los nuestros.

No quiero echar esto en olvido: nunca me sublevo tanto contra Francia que no mire a París con buenos ojos. Esta ciudad alberga mi corazón desde mi infancia, y con ella me sucedió lo que ocurre con las cosas excelentes: cuantas   —339→   más poblaciones nuevas y hermosas después he visto, más la hermosura de aquélla puede y gana en mi afección. La quiero por sí misma, y más en su ser natural que recargada de extraña pompa; la quiero tiernamente hasta con sus lunares y sus manchas. Yo no soy francés sino por esta gran ciudad, grande en multiplicidad y variedad de gentes; notable por el lugar donde se asienta, pero sobre todo grande e incomparable en variedad y diversidad de comodidades, gloria de Francia y uno de los más nobles ornamentos del mundo. ¡Qué Dios expulse de ella nuestras intestinas divisiones! Unida y cabal, la creo defendida contra toda violencia extraña; entiendo que entre todos los partidos el peor será aquel que en ella siembre la discordia; nada temo por ella si no es ella misma: y en verdad me inspira tantos temores como cualquiera otra parte de este Estado. Mientras dure París, no me faltará un rincón donde dar rienda suelta a mis suspiros, suficientemente capaz a que yo no lamente todo otro lugar de recogimiento.

No porque Sócrates lo dijera, sino porque a la verdad es así mi manera de ser, y acaso no sin algún exceso, yo considero a los hombres todos como mis compatriotas; y abrazo lo mismo a un polaco que a un francés, subordinando esa unión nacional a la común y universal. Apenas me siento absorbido por las dulzuras de haber venido al mundo en el mismo suelo: las relaciones novísimas y cabalmente mías pareceme que valen cual las otras ordinarias y fortuitas del vecindario; las amistades puras que supimos ganar valen más ordinariamente que aquellas otras que la comunicación del terruño o de la sangre nos procuraron. Naturaleza nos echó a este suelo libres y desatados; nosotros nos aprisionamos en determinados recintos como los reyes de Persia, que se imponían la obligación de no beber otra agua que la del río Choaspes, renunciando por torpeza a su derecho de servirse de todas las demás aguas, y secando para sus ojos todo el resto del universo. Es lo que Sócrates hizo cuando llegó su fin, o sea considerar la orden de su destierro peor que una sentencia de muerte contra su persona; jamás podría yo imitarle; a lo que se me alcanza, nunca me encontraré tan unido ni tan estrechamente habituado a mi país: esas vidas celestiales muestran bastantes aspectos que yo penetro por reflexión, más que a ellos me inclino por afección; y cuentan también otros tan elevados y extraordinarios, que ni por mientes puedo alcanzar, puesto que tampoco soy capaz de concebirlos. Ese rasgo fue bien flaco en un hombre que consideraba el mundo como su ciudad natal; verdad es que menospreciaba las peregrinaciones, y que apenas si había puesto nunca los pies fuera del territorio del Ática. ¿Qué diré del acto que le impulsó a rechazar el dinero de sus   —340→   amigos para libertar su vida, y de oponerse a salir de la prisión por intermedio ajeno para no desobedecer a las leyes en un tiempo en que éstas estaban ya tan intensamente corrompidas? Estos ejemplos figuran para mí en aquella primera categoría; a la segunda corresponden otros que podría encontrar en el mismo personaje; muchos de ellos son raros procederes que sobrepujan los límites de mis acciones, y algunos superan además el alcance de mi juicio.

Aparte de las razones dichas, me parece el viajar un ejercicio provechoso: el alma adquiere en él una ejercitación continuada, haciéndose cargo de las cosas desconocidas y nuevas; y yo no conozco mejor escuela, como muchas veces he dicho, para amaestrar la vida que el proponerla incesantemente la diversidad de tantas otras vidas, espectáculos y costumbres, haciéndola gustar una variedad tan perpetua de la contextura de nuestra naturaleza. El cuerpo, en los viajes, no permanece ocioso, sin que tampoco trabaje, y esta agitación moderada le comunica alientos. Yo me mantengo a caballo sin desmontar (achacoso y todo como me veo), y sin molestias, durante ocho o diez horas,


Vires ultra sortemque senectae1299:



ninguna estación para los viajes me es enemiga, si no es el calor rudo de un sol abrasador, pues las sombrillas que en Italia se usan desde la época de los antiguos romanos, cargan más el brazo que no descargan la cabeza. Quisiera saber la industria de que los persas se servían, al experimentar las acometidas primeras del hijo, propinándose el aire fresco de las umbrías, cuanto lo deseaban, como escribe Jenofonte. Gusto de las lluvias y lodazales como los patos. La mutación de aire y de clima no ejerce sobre mí ninguna influencia; todos los horizontes que son iguales, como formado que estoy de alteraciones internas que yo produzco, las cuales se muestran menos al viajar. Soy tardo para ponerme en movimiento, mas una vez encaminado voy adonde me llevan. Titubeo tanto en las empresas pequeñas como en las grandes, y el mismo cuidado pongo en equiparme para hacer una jornada y visitar a un vecino que para emprender un largo viajo. Me enseñé a realizar aquéllas a la española, de un tirón, que son caminatas grandes y razonables. Cuando el calor es extremo viajo de noche, desde que el sol se pone hasta que sale. El otro modo de viajar, que consiste en comer en el camino de una manera apresurada y tumultuaria, sobre todo cuando los días son cortos, es incómodo. Mis caballos son más resistentes: nunca me salió falso ninguno que supiera   —341→   conmigo hacer la jornada primera; hago que beban en cualquier momento, y solamente tengo en cuenta que les quede el necesario camino para digerir el agua. La pereza en levantarme deja tiempo a los de mi séquito para almorzar a su gusto antes de partir. Nunca como demasiado tarde, el apetito me gana empezando, no de otro modo, y jamás me asalta si no es en la mesa.

Algunos se quejan de que me complazca en continuar este ejercicio casado y viejo. Hacen mal, porque es mejor coyuntura abandonar su casa cuando se la puso en vías de continuar sin nuestra ayuda, cuando en ella se implantó un orden que no desdice de su economía pasada. Mayor imprudencia es alejarse dejando en su morada una custodia menos fiel y que menos cuide de proveer a vuestros menesteres.

El más útil y honroso saber y la ocupación más digna de una madre de familia es la ciencia del hogar. Alguna veo avara; esmeradas en las cosas domésticas, muy pocas. Esta debe ser la cualidad primordial y la que ha de apetecerse antes que ninguna otra, como la sola dote que sirve a arruinar o a salvar nuestras casas. Que no se me reponga a este aserto: conforme a lo que me enseñó la experiencia, requiero yo de una mujer casada, por cima de toda otra buena prenda, la virtud económica. Para que la alcance, la dejo yo con mi ausencia todo el manejo entre las manos. Con despecho veo en muchos hogares, entrar al señor, a eso del mediodía, cariacontecido y mustio a causa de la barahúnda de los negocios, cuando la dama está todavía peinándose y acicalándose en su gabinete; bueno es esto para las reinas, y aun no estoy muy seguro. Es ridículo e injusto que la ociosidad de las mujeres se alimente con nuestro sudor y trabajo. Cuanto la cosa de mí dependa, a nadie acontecerá arreglar sus bienes más sanamente que a mí, ni tampoco mas sosegada y corrientemente. Si el marido provee la materia, la naturaleza misma quiere que la mujer contribuya con el orden.

En cuanto a los deberes de la amistad marital, los cuales se suponen lacerados merced a esta ausencia, ya no lo creo así; por el contrario, aquélla es una inteligencia que fácilmente se enfría con la asistencia demasiado continuada, y a la cual la asiduidad hiere. Toda mujer extraña se nos antoja honrada, y todos reconocen por experiencia que el verse sin interrupción no llega a representar el placer que se experimenta desprendiéndose y uniéndose por intervalos. Estas interrupciones me llenan de un amor reciente hacia los míos y me convierten en más dulce el disfrute de mi vivienda: la vicisitud aguza mi apetito hacia un partido y luego hacia otro. Yo sé que la amistad tiene los brazos suficientemente largos para sustentarse y juntarse de un rincón del mundo al otro, y más particularmente   —342→   ésta, en la cual domina una comunicación continuada de oficios que despiertan en ella la obligación y el recuerdo. Los estoicos dicen bien cuando sientan que hay conexión y relación tan grandes entre los filósofos, que quien almuerza en Francia sustenta a su compañero en Egipto; y que al extender tan sólo un dedo en cualquiera dirección, todos los sabios de la tierra habitable encuentran ayuda. El regocijo y la posesión pertenecen principalmente a la fantasía; ésta abraza con ardor y continuidad mayores lo que busca que lo que toca. Contad vuestros diarios entretenimientos, y reconoceréis encontraros más ausentes de vuestro amigo cuando le tenéis delante: su presencia debilita vuestra atención y procura libertad a vuestro espíritu de ausentarse constantemente y por cualquier causa. Desde Roma y más allá poseo yo y gobierno mi casa y las comodidades que dejé en ella: veo crecer mis murallas, mis árboles y mis rentas, y decrecer también, a dos dedos de proximidad, como cuando allí no encuentro:


Ante oculos errat domus, errat forma locorum.1300



Si gozamos sólo de lo que tocamos, adiós nuestros escudos cuando los guardan nuestros cofres, y nuestros hijos si están de caza. Queremos tenerlos más a mano. ¿Están lejos, en el jardín? ¿A media jornada? Y a diez leguas, ¿es tan lejos, o cerca? Si cerca, ¿qué pensáis de once, doce o trece? contando paso a paso. En verdad entiendo que la que supiere prescribir a su marido «cuál de entre esos es el que limita las cercanías, y cuál el que la lejanía inaugura», le pararía los pies entre ambos:


       Excludat jurgía finis...
Utor permisso; caudaeque pilos ut equinae
paulatim vello, et demo unum, demo etiam unum,
dum cadat clusus ratione ruentis acervi1301;



y que las mujeres llamen resueltamente la filosofía en su socorro, a la cual alguien podría echar en cara, puesto que no alcanza a ver ni el uno ni el otro extremo de la juntura entre lo mucho y lo poco, lo largo y lo corto, lo pesado y lo ligero, lo cerca y lo lejos, como tampoco reconoce el comienzo ni el fin, que juzga del medio inciertamente: Rerum natura nullam nobis dedit cognitionem finium.1302 ¿No son las llamas hasta mujeres y amigas de los muertos, quienes no están al fin de éste, sino del otro mundo? Nosotros   —343→   abrazamos a los que fueron y a los que todavía no son, no menos que a los ausentes. No pactamos, al casarnos, mantenernos constantemente unidos por la cola el uno al otro, a la manera de no sé qué animalillos que vemos, o cual los hechizados de Keranty1303, por modo canino: y una mujer no debe tener los glotonamente clavados en la delantera de su marido de tal suerte que no pueda ver la trasera, cuando llegue el caso. Estas palabras de aquel pintor tan excelente de los caprichos femeninos1304, ¿no vendrían bien en este lugar para representar la causa de mis lamentos?


Uxor, si cesses, aut te amare cogitat,
aut tete amari, aut potare aut animo obsequi;
et tibi bene esse soli, quuum sibi sit male1305 ;



¿o será quizás que la oposición y contradicción las alimenta y las nutre, y que se acomodan a maravilla siempre y cuando que os incomoden?

En la verdadera amistad (de la cual estoy bien penetrado), yo me consagro a mi amigo más que hacia mí le atraigo. No solamente prefiero mejor, hacerlo bien que recibirlo de él, sino que todavía estimo más que él se lo haga a sí propio que no a mí me lo procure: me proporciona la mayor suma de regocijo sólo en el segundo caso; si la ausencia le es grata o necesaria, esta es para mí más dulce que su presencia, aun cuando no debe llamarse ausencia si hay medio de comunicarse. Antaño alcancé comodidad y ventaja de nuestra separación1306: cumplamos mejor y dilatábamos más la pasión de la vida alejándonos: él vivía, disfrutaba; para mí veía, y yo para él, con plenitud igual que si disfrutaba; para mí veía, y yo para él, con plenitud igual que si en mi presencia hubiera estado. Una parte de nosotros permanecía ociosa cuando nos hallábamos juntos; entonces nos confundíamos: la separación del lugar convertía en más rica la conjunción de nuestras voluntades. Ese otro apetito insaciable de la presencia corporal acusa un tanto la debilidad en las delicias del comercio de las almas.

Por lo que a la vejez respecta, y que con el viajar no se considera en armonía, yo no soy de este parecer muy al contrario; a la juventud incumbe sujetarse a las opiniones comunes y el contraerse en provecho ajeno; puede ésta satisfacer a los dos juntos; a los otros y a sí misma; nosotros, ya ancianos, tenemos labor sobrada con atender a nuestra propia persona. A medida que las comodidades   —344→   naturales van faltándonos, vamos sosteniéndonos con el concurso de las artificiales. Es injusto excusar a la juventud de seguir sus placeres y prohibir a la vejez el buscarlos. Cuando joven, encubría yo mis pasiones revoltosas con la prudencia; ahora en la vejez alegro las pasiones tristes con el placer. También las leves platónicas prohíben el peregrinar antes de los cuarenta o cincuenta años, con el fin de hacer las andanzas más útiles e instructivas. De mejor grado apruebo yo otro segundo artículo de esas mismas leyes que los imposibilitan pasados los sesenta.

«Pero a tal edad, se me dice, nunca volveréis de una expedición tan larga.» ¿Y a mí qué me importa? No la emprendo para regresar ni para completarla, sino tan sólo a fin de ponerme en movimiento, mientras éste dura, me complazco, y me paseo por pasearme. Los que corren en pos de un beneficio, o de una liebre, hacen lo mismo que si no corrieran; aquellos solamente corren que sólo se proponen ejercitar su carrera. Mi designio es divisible en todos los respectos, y no se fundamenta en esperanzas grandes; cada jornada cumple su misión, y otro tanto acontece con el viaje de mi vida. He visto no obstante gran número de lugares apartados donde habría deseado que me hubieran detenido. ¿Y por qué no, si Crisipo, Cleanto, Diógenes, Zenón, Antipáter tantos otros hombres que fueron el colmo de la cordura, que pertenecieron a la más rígida secta de la filosofía, abandonaron de buen grado su país sin que de él estuvieran disgustados, solamente por el disfrute de otros climas? En verdad diré que la contrariedad mayor de mis peregrinaciones es el que yo me vea imposibilitado de establecer mis lares en el lugar donde me plazca: y que la vuelta me sea siempre necesaria para acomodarme de nuevo a los caprichos comunes.

Si temiera morir lejos del lugar en que nací, si pensara acabar menos a mi gusto apartado de los míos, apenas pondría los pies fuera de Francia. No saldría sin horror de mi parroquia: siento a la muerte continuamente pellizcarme la garganta o los riñones. Mas yo estoy de otro modo conformado, aguárdola en igual textura en todas partes. Y si de todas suertes me fuese dable tomar posiciones, la recibiría más bien a caballo que en el lecho, fuera de mi casa y lejos de mi gente. Hay más desolación que consuelo en despedirse de sus amigos: yo olvido muchas veces este deber de nuestro trato, pues entre todos los de la amistad éste es el único desagradable, y de la propia suerte olvidaría gustoso ese grande y eterno adiós. Si alguna ventaja se alcanza con la asistencia, surgen al par cien inconvenientes. Muchos moribundos vi lastimosamente cercados de todo ese cortejo, y esta muchedumbre los ahogaba. Se opone al deber que la afección impone y la testimonia escasa, lo mismo que el cuidado, el no dejaros   —345→   morir tranquilamente: uno atormenta vuestros ojos, otro vuestros oídos, otro vuestra boca y no hay sentido ni órgano que no os destrocen. La piedad oprime vuestro pecho al oír los lamentos de los amigos, y acaso a veces del despecho, al escuchar otros duelos simulados y ficticios. Quien siempre fue de complexión delicada y flaca lo es más aún en estos momentos supremos; en ellos le precisa una mano dulce y acomodada a su naturaleza, para que te rasque donde le pica, o, si no, que se le deje en paz. Si hemos menester de partera para que nos ponga en el mundo, mayormente necesitamos de un hombre aun más competente para sacarnos de él. Aun amigo y todo, precisaría pagarlo bien caro para el servicio en semejante trance. No llegué yo a ese vigor desdeñoso que consigo mismo se fortifica, al cual nada ayuda ni adultera; me encuentro un poco más bajo, y lo que pretendo es agazaparme y apartarme de este paso no por temor, sino por arte. A mi ver no es esta ocasión para probar ni hacer alarde de firmeza. ¿Y para quién? En ese momento acabará el interés todo que hacia la reputación puede moverme. Yo me conformo con una muerte recogida en sí misma, sosegada y solitaria, cabalmente mía, que concuerde con mi vida retirada y apartada; lo contrario de lo que pretendía la superstición romana, que consideraba desdichado al que moría sin hablar y sin tener a su lado a sus parientes y amigos para cerrarle los ojos. De sobra tengo que hacer con consolarme, sin necesidad de procurar consuelo a los demás; hartas ideas asaltan mi cabeza sin que en mi derredor los encuentre, y demasiadas cosas tengo en que pensar sin pedirlas prestadas. Este tránsito no incumbe a la sociedad; es la acción de un solo personaje. Vivamos y riamos entre los nuestros; vayamos a morir y a rechinar junto a los desconocidos. Pagándolo, encontraréis quien os vuelva de lado la cabeza y quien os frote los pies; quien os apriete como queráis, mostrándoos un semblante indiferente y dejando que a vuestro modo os gobernéis y os quejéis.

Por reflexión me descargo todos los días de ese humor inhumano y pueril que nos impulsa a conmover al prójimo y a nuestros amigos con os males que padecemos. Hacemos saber demasiado nuestros achaques con el fin de atraer sus lágrimas, y la firmeza que alabamos en los demás al mantenerse enteros ante la fortuna adversa, la acusamos quejumbrosos ante nuestros parientes cuando a nosotros nos toca el turno: no nos basta que se resientan de nuestro mal, necesitamos también que se aflijan. Hay que sembrar el regocijo y arrinconar cuanto sea dable la tristeza. Quien sin justa causa suscita la compasión, se hace acreedor a no ser compadecido cuando de ello haya motivo verdadero; lamentarse siempre, es hacer sordo a todo el mundo, y echarlas constantemente de víctima es   —346→   no serlo para nadie. Quien se hace el muerto estando vivo está sujeto a ser tenido por vivo estando moribundo. Yo he visto a algunos montar en cólera por denunciar la salud en el semblante y tener el pulso reposado; contener la risa porque denunciaba su curación; odiar salud en razón de no ser cosa lamentable, sin embargo, los que así procedían no eran mujeres. Yo exteriorizo mis dolencias cuando más tales cuales son, evitando las palabras de mal augurio y las exclamaciones artificiales. Si no el regocijo, al menos el continente sosegado de los asistentes es adecuado junto a un hombre cuerdo que yace por la enfermedad apenado: por verse afligido no detesta la salud; plácele contemplarla en los demás, cabal y sólida, y gozar de ella siquiera por la compañía; por sentirse deshacer de arriba abajo no deshecha absolutamente en nada las ideas de la vida ni huye las conversaciones comunes. Yo quiero estudiar mi enfermedad cuando me encuentro sano: al albergarse dentro de nosotros procura una sensación demasiado real sin que mi fantasía la ayude. De antemano nos preparamos en nuestros viajes, y a ellos nos resolvemos: la hora que nos precisa montar a caballo, dedicámosla a la asistencia, y en su beneficio la dilatamos.

Experimento yo con la publicación de mis costumbres el inesperado beneficio de que en algún modo me sirva de precepto; a veces se me ocurre pensar que no debo desmentir el pasado de mi vida. Esta pública declaración me fuerza a mantenerme en mi camino y a no desfigurar la imagen de mis condiciones, comúnmente menos adulteradas y contradichas de lo que las juzga la malignidad y enfermedad de la manera de ser de hoy. La uniformidad y sencillez de mis usos muestran mi aspecto de fácil interpretación, pero como la manera de ser de los mismos es algo nueva y apartada de lo corriente, presta el lado flaco al la maledicencia. Así acontece que a quien me quiere abiertamente injuriar me parece proveerle suficientemente de lugar donde morder con mis imperfecciones confesadas y reconocidas, y hasta hacer que se harte sin dar el golpe en vago. Si por prevenir yo mismo la acusación y el descubrimiento entiende que pretendo desdentar su mordedura, es razón que encamine su derecho hacia la amplificación y la extensión (la ofensa tiene los suyos, que se dilatan más allá de lo que la justicia aconseja); y que los vicios, de los cuales muestre la raíz, los abulte hasta convertirlos en árboles; que saque a la superficie no sólo los que me poseen, sino también los que me amenazan, injuriosos todos en calidad y en número; y que escudado en ellos me venza. De buen grado abrazaría yo el ejemplo de Bión; Antígono pretendía menospreciar la causa de su origen y el filósofo le cerró el pico diciéndole; «Soy hijo de un siervo,   —347→   carnicero de oficio, estigmatizado, y de una prostituta con quien un padre casó merced a la bajeza de su fortuna: ambos fueron castigados por no sé qué delitos. Un orador me compro cuando niño, por encontrarme hermoso y agradable, y me dejó al morir todos sus bienes, los cuales trasladé a esta ciudad de Atenas para consagrarme a la filosofía. Que los historiadores no se embaracen buscando nuevas de mi persona: yo les diré la verdad monda y lironda.» La confesión generosa y libre enerva la censura y desarma la injuria. Todo puesto en la balanza, entiendo que con igual frecuencia se me alaba injustamente que se menosprecia por el mismo tenor; y me parece también que desde mi infancia en rango y en grado honoríficos se me colocó más bien por cima que por bajo de lo que me corresponde. Hallaríame más a gusto en el lugar donde estas miras fuesen mejor equiparadas, o bien echadas a un lado. Entre hombres, tan luego como la altercación de la prerrogativa en el marchar o en el sentarse pasa de la tercera réplica, toca ya con lo inurbano. Yo no temo ceder o proceder indebidamente por escapar a los trámites de una tan importuna cuestión; y nunca hubo nadie que deseara la prioridad a quien yo no se la cediese incontinenti.

A más de este provecho que yo saco escribiendo de mí mismo, aguardo también este otro: si sucediera que mis humores placieran y estuvieran en armonía con los de algún hombre cumplido, antes de mi muerte, éste buscaría nuestra unión. Con mi relación le doy mucho terreno ganado, pues todo cuanto un dilatado conocimiento y familiaridad pudiera procurarle en varios años, lo ha visto en tres días en este registro, y con mayor seguridad y exactitud. ¡Cosa extraña! Muchas cosas que no quisiera decir en privado se las digo al público; y para todo cuanto se refiere a mi ciencia más oculta y a mis pensamientos más recónditos envío a la tienda del librero a mis amigos más leales:


Excutienda damus praecordia.1307



Si con tan infalibles señas supiera yo de alguien que se acomodara a mi modo de ser, en verdad digo que le iría a buscar bien lejos, donde se encontrare, pues la dulzura de una adecuada y grata compañía no puede pagarse nunca sobrado cara. ¡Ah, un amigo! ¡Cuán verdadera es la sentencia antigua que declara el encontrarlo «más necesario y más gustoso que el uso de los dos elementos, agua y fuego»!

Y volviendo a lo que decía de la muerte, diré que no es malo morir lejos y aparte. Por eso consideramos como un deber el retirarnos para ejecutar algunas acciones naturales   —348→   menos desdichadas que aquella y menos odiosas. Pero aun los que llegan al extremo de arrastrar languideciendo un largo período de vida no debieran acaso embarazar con su miseria a una familia numerosa; por lo cual los indios, en cierta región, estimaban equitativo dar muerte al que había ido a caer en la proximidad de tal estado. En otra de sus provincias le abandonaban, dejándole solo, a fin de que se salvase como pudiera. ¿Para quién no son al fin cargantes e insoportables los achacosos? Los deberes comunes no imponen tanto sacrificio. Necesariamente enseñáis a ser crueles a vuestros mejores amigos, endureciendo al par el ánimo de vuestra mujer y el de vuestros hijos con el continuo lamentaros, hasta mirar con indiferencia vuestros males. Los suspiros que mi cólico me arranca dejan ya a todo el mundo tan tranquilo. Y aun cuando alcanzáramos algún regocijo con la conversación de los demás, lo cual no sucede siempre a causa de la disparidad de condiciones, que acarrea casi de ordinario menosprecio o envidia hacia los otros, cualesquiera que sean, ¿no es un colmo abusar así del prójimo durante toda una eternidad? Cuanto más yo los vea compadecerse sinceramente de mi estado, más aumentaré su pena. Lícito nos es apoyarnos, mas no echarnos encima tan pesadamente sobre nuestros semejantes apuntalándonos con su ruina; como aquel que hacía degollar a los pequeñuelos para con su sangre curarse la enfermedad que padecía, o como aquel otro a quien se proveía de tiernas jóvenes para que por la noche incubaran sus viejos miembros y mezclaran la dulzura de sus alientos con el suyo, acre y cansado. La decrepitud es cualidad solitaria. Yo soy sociable hasta el exceso, y sin embargo reconozco sensato el sustraeme en adelante de la vista del mundo, con objeto de guardar la importunidad para mí solo y de incubarla sin testigos; es ya necesario que me pliegue y me recoja en mi concha, como las tortugas; que aprenda a ver a los hombres sin ligarme a ellos. Los ultrajaría en un paso tan resbaladizo; llegó la llora de volver la espalda a la compañía.

«Pero en esos viajes, se me dirá, os veréis obligado a deteneros lastimosamente en una perrera, donde todo os faltará.» Yo llevo conmigo la mayor parte de las cosas necesarias; además, nunca seremos capaces de evitar la desdicha cuando corre tras de nosotros. Nada he menester de extraordinario cuando estoy enfermo: aquello que la naturaleza sola no puede en mí no quiero que corra de cuenta de las drogas. En los albores de las fiebres y enfermedades que me derriban, con fuerzas todavía cabales, y en un estado vecino de la salud, me reconcilio con Dios para cumplir mis últimos cristianos deberes, y así me encuentro más libre y descargado, pareciéndome estar de este modo tanto más resistente para soportar el mal. Notarios y testamentarios   —349→   menos necesito que galenos. Lo que bueno y sano no decidí de mis asuntos no se espere que lo solvente estando enfermo. Aquello que quiero poner en práctica para la hora de la muerte está siempre ejecutado de antemano; no sería capaz de retardarlo ni un solo día: y en lo que nada haya hecho, quiere decir que la duda dilató mi designio (pues a veces es bien elegir el no elegir nada), o que nada quise que se hiciera.

Yo escribo mi libro para pocos hombres y para pocos años. Si se hubiera tratado de un asunto de los que duran y persisten, habría sido preciso emplear en él un lenguaje menos descosido. A juzgar por la continua mudanza que el nuestro experimentó hasta hoy, ¿quién puede esperar que su forma actual esté en uso de aquí a cincuenta años? Todos los días se desliza de nuestras manos, y desde que yo vine al mundo modificose por lo menos en la mitad. Decimos nosotros que ahora es ya perfecto: otro tanto dijo del suyo cada siglo. Yo no cuido de sujetarle mientras huya y vaya deformándose como se deforma. A los buenos y provechosos escritos corresponde sujetarlo, y su crédito marchará al par de la fortuna de nuestro Estado. Sin embargo, no reparo en insertar aquí muchas expresiones que sólo los hombres de hoy emplean, y que incumben a la competencia particular de algunos, los cuales verán en ellas con mayor intensidad que los de común inteligencia. Después de todo, no quiero yo (como veo que ocurre a cada paso cuando se trata de la memoria de los muertos) que se ande con disquisiciones, diciendo: «Juzgaba o vivía así; quería esto; si hacia su fin hubiera hablado, hubiera dicho, hubiera hecho: yo le conocía mejor que nadie.» Ahora bien, cuanto los miramientos me lo consienten hago yo aquí sentir mis inclinaciones y afecciones; pero más libremente y de mejor grado las expreso de palabra a quien quiera que de ellas desea ser informado. Tanto es así que en estas memorias, si despacio se repara, encontrarase que lo dije todo o todo lo designé: lo que no pude formular lo mostró con el dedo:


Verum animo satis haec vestigia parva sagaci
sunt, per quae possis cognoscere cetera tute.1308



Yo no dejo nada que desear y adivinar de mí. Si sobre mí ha de hablarse, quiero que se hable verdadera y justamente: muy gustoso volvería del otro mundo para desmentir a quien me haga otro distinto de como fui, aun cuando fuese para honrarme. Hasta de los vivos oigo que se los trata siempre diferentemente de como son; y si a viva fuerza no hubiera yo restablecido el natural de un amigo que perdí,   —350→   me lo hubieran desgarrado en mil contrarios semblantes.

Para concluir de explicar mis débiles humores, confesaré que, cuando viajo, apenas llegado a un albergue asaltan mi fantasía las ideas de si podré caer enfermo; y si muero, si me será dable acabar a mi gusto. Quiero estar alojado en lugar que se acomodo con mis caprichos, sin ruido, apartado, que no sea triste, obscuro o de atmósfera densa. Quiero yo acariciar la muerte, con estos frívolos pormenores, o por mejor decir, descargarme de todo embarazo distinto de ella, a fin de aguardarla sola, pues sin duda me pesará de sobra sin el arrimo de otra carga. Quiero que tenga su parte en la facilidad y comodidad de mi vida: de ella es la muerte un gran pellizco, y espero que en adelante no desmentirá el pasado de mi existencia. La muerte tiene maneras más fáciles las unas que las otras, y adopta cualidades diversas según la fantasía de cada cual: entre las naturales, la que proviene de debilidad y amodorramiento me parece dulce y blanda. Entre las violentas, imagino más penoso un precipicio que un desplome que me aplaste, y una estocada que un arcabuzazo; hubiera mejor absorbido el brebaje de Sócrates que soportado el golpe que Catón se suministró; y aun cuando todo ello sea la misma cosa, mi espíritu, sin embargo, establece diferencias, cual de la muerte a la vida, entre lanzarme en un horno candente o en el cauce sosegado de un manso río: ¡tan torpemente nuestro temor mira más al medio que al efecto! La cosa en un instante acontece, pero éste es de tal magnitud, que yo daría de buena gana algunos días de mi vida porque a mi albedrío se deslizara. Puesto que la fantasía de cada uno reconoce el más o el menos en el agrior de la muerte según su naturaleza, puesto que cada cual encuentra algún medio de elección entre las maneras de morir, ensayemos un poco más antes de descubrir alguna no exenta de todo placer. ¿No podríamos convertirla hasta en voluptuosa, como los Conmorientes1309 de Antonio y Cleopatra? Dejo a un lado los esfuerzos que la filosofía y la religión procuran, por demasiado rudos y ejemplares, pero hasta entre los hombres de poca cosa hubo algunos en Roma, como un Petronio y un Tigelino, que obligados a darse la muerte diríase que la adormecieron merced a la blandura de sus aprestos; hiciéronla escurrir y deslizar entre el descuido de sus pasatiempos acostumbrados, en medio de muchachuelas y alegres compañeros; ninguna palabra de consuelo, ninguna mención de testamentos, ninguna afectación ambiciosa de firmeza, ninguna reflexión sobre lo que después vendría: acabaron entre juegos, festines, bromas, conversaciones corrientes y ordinarias, músicas y   —351→   versos amorosos. ¿No podríamos nosotros imitar resolución semejante con más honesto continente? Puesto que hay muertes buenas para los locos y para los cuerdos, sepamos hallarlas adecuadas para los que figuran en el término medio. Muéstrame mi fantasía alguna cuyo semblante no es adusto, y puesto que el morir es de necesidad, deseable. Los tiranos romanos creían dar la vida al criminal a quien otorgaban la elección de su muerte. Mas Teofrasto, filósofo tan fino, y modesto y sabio, ¿no se vio impulsado por la razón a osar escribir esta máxima, latinizada por el orador romano?


Vitam regit fortuna, non sapientia.1310



La ventura ayuda a la facilidad del acabar de mi vida, habiéndomela dispuesto de tal suerte, que en lo venidero ni a mis gentes precisa, ni tampoco los estorba. Es ésta una condición que hubiera yo aceptado en cada uno de los años que viví, mas ahora que el momento de liar los bártulos se acerca me es particularmente grato el no ocasionar a nadie placer ni dolor cuando me vaya. Hizo mi buen sino, merced a una compensación habilísima, que los que pueden pretender algún fruto material con mi desaparición recibirán juntamente una pérdida. La muerte nos apesadumbra a veces porque a los demás ocasiona duelo, y nos inquieta por el interés de otros casi tanto como por el nuestro, y más también en ocasiones.

En esa comodidad de alojamiento que anhelo, no busco la pompa ni la amplitud (más bien detesto ambas cosas), sino cierto sencillo aseo que con mayor frecuencia se encuentra en los lugares donde hay menos arte y a los cuales la naturaleza embellece con alguna gracia toda suya. Non ampliter sed munditer convivium. Plus satis, quam sumptus.1311 Además, incumbe a quienes los negocios arrastran en pleno invierno por los Grisones el ser sorprendidos en el camino en esa estación rigorosa; yo que casi siempre viajo por capricho, no me oriento tan malamente; si hace mal tiempo a la derecha, me encamino hacia la izquierda; si no estoy en buena disposición para montar a caballo, me detengo, y procediendo siempre de este modo con nada tropiezo, en verdad, que no me sea tan grato y cómodo como si en mi misma casa estuviera. Verdad es que lo superfluo siempre como tal lo considero, y echo de ver el embarazo que ocasionan hasta la delicadeza y la abundancia. Cuando me dejé algo que ver detrás de mí, vuelvo allá: es siempre mi camino, pues no trazo, para seguirle, ninguna línea determinada, ni recta ni curva. Cuando no hallé, donde fui,   —352→   lo que me había dicho, como ocurre con frecuencia que los juicios ajenos no concuerdan con los míos, más bien encontré aquéllos falsos, no lamento la molestia, aprendo que no hay nada de lo que se decía y todo va a maravilla.

La complexión de mi cuerpo es liberal, y mis gustos comunes tanto como los de el que más; la diversidad de formas de una nación a otra no me respecta sino por el placer que la variedad procura; cada usanza tiene su razón de ser. Ya sean los platos de estaño, madera o loza; ya sea guisado o asado; manteca o aceite (de nueces o de oliva); caliente o frío, todo me es igual; tan igual, que sólo envejeciendo puedo acusar esta generosa facultad, hasta el extremo de haber menester que la delicadeza y la elección detuvieran la indiscreción de mi apetito, y a veces también aliviaran mi estómago. Al encontrarme fuera de Francia, y en ocasiones en que para serme grato se quería comer a la francesa, me reí de la oferta lanzándome siempre en las mesas más repletas de extranjeros. Me avergüenza el ver a nuestros hombres desvanecidos con ese torpe humor que los espanta cuando ven algo contrario de lo habitual; paréceles que se hallan fuera de su elemento cuando se ven fuera de su pueblo; adonde quiera que vayan, a sus costumbres se atienen y abominan de las extrañas. ¿Tropiezan con un compatriota en Hungría? pues festejan esta aventura uniéndose y cosiéndose el uno al otro para condenar tantas costumbres bárbaras como desfilan ante sus ojos ¿y por qué no bárbaras, puesto que no son francesas? Y todavía debemos alabar la habilidad de éstos que las reconocieron para condenarlas. La mayor parte no toman el camino de la ida sino para seguirle a la vuelta; viajan cubiertos, y constreñidos en una prudencia taciturna e incomunicable, defendiéndose del contagio de un cielo ignorado. Lo que dije de los primeros trae a mi memoria un hecho semejante, o sea o que he advertido en algunos de nuestros jóvenes cortesanos, quienes no paran mientes sino en los hombres de su categoría, considerándonos a los demás como gente del otro mundo, piadosa o desdeñosamente. Quitadles sus conversaciones sobre los misterios de la corte y en todo lo otro están in albis; tan nuevos para nosotros y tan desdichados como nosotros para ellos. Con harta razón se dice que el varón cumplido debe ser hombre complejo. Yo, por el contrario, peregrino harto de nuestros modales, y no para buscar gascones en Sicilia, que bastantes deje en mi casa; busco más bien griegos y persas; me acerco a ellos y los considero, a lo cual me presto y empleo gustoso. Diré más aún, paréceme que apenas encontré costumbres que no valgan lo que las nuestras valen; poca influencia ejercen, sin embargo, sobre mí: tan poco ha que perdí de vista las veletas de mi castillo.

Por lo demás, la mayor parte de las compañías fortuitas   —353→   con que tropezáis en el camino os procuran mayor incomodidad que placer; no me sujeto a ninguna y menos a esta hora en que la vejez me particulariza y secuestra en algún modo de las usanzas comunes. Os imponéis sacrificios por otro, u otro por vosotros; ambas contrariedades son dolorosas, pero la segunda es todavía más dura que la primera. Es una fortuna rara, mas de inestimable alivio, el tener a mano un hombre bueno, de entendimiento firme y costumbres conformes a las vuestras, que guste seguiros: de él he sentido extrema falta en todos mis viajes. Mas semejante compañía precisa haberla escogido y ganado desde la propia casa. Ningún placer tiene sabor para mí si no hallo a quien comunicárselo, ni siquiera un pensamiento alegre acude a mi alma que no me contraríe haber producido solo, sin tener a nadie a quien ofrecérselo: Si cum hac exceptione detur sapientia, ut illam inclusam teneam, nec enuntiem rejiciam.1312 Cicerón hizo subir esta idea algunos grados más: Si contigerit ea vita sapienti, ut in omnium rerum affluentibus copiis, quamvis omnia, quae cognitione digna sunt, summo otio secum ipse consideret et contempletur; tamen, si solitudo tanta sit, ut hominem videre non possit, excedat e vita.1313 La opinión de Architas me place, pues decía «que aun por el cielo mismo sería ingrato el pasearse, en medio de aquellos grandes y divinos cuerpos celestes, sin la asistencia de un compañero». Pero vale más estar solo que en compañía aburrida o inepta. Aristipo gustaba vivir en todas partes como un extraño:


Me si fata meis paterentur ducere vitam
auspiciis1314,



mejor pasaría yo la existencia con el culo en el sillico.


       Visere gestiens
qua parte debacchentur ignes,
qua nebulae, pluviique rores.1315



Pero se me repondrá: «¿No tenéis pasatiempos más gustosos? ¿Qué echáis de menos? ¿Vuestra casa, no está bien situada en punto a clima? ¿No es sana, suficientemente provista y capaz de bienestar, más que suficientemente? La majestad real se ha hospedado más de una vez en ella, con toda su pompa. ¿Vuestra familia no se coloca en la disposición de las cosas más bien por bajo que por   —354→   cima de su rango? ¿Hay aquí algún pensamiento local que os ulcere, o alguna cosa que para vosotros sea extraordinaria o indigesta?


Quae te nunc coquat et vexet sub pectore fixa?1316



¿Dónde pensáis poder vivir sin impedimento ni embarazos? Nunquam simpliciter fortuna indulget.1317 Ved, pues, que sólo vosotros os atormentáis; y como los seguiréis por todas partes, por todas partes os quejaréis, pues no hay satisfacción aquí bajo sino para las almas bestiales o divinas. Quien con tan justos medios no alcanza su contentamiento, ¿dónde piensa encontrarlo? ¿A cuántos millares de hombres no detiene los deseos una condición como la vuestra? Reformaos nada más, pues en este extremo todo lo podéis, mientras que a la suerte sólo de oponer seréis capaz la paciencia: nulla placida quies est, nisi quam ratio composuit1318

Yo veo la razón de esta advertencia, y la veo muy bien pero más eficaz y pertinente sería decirme en una palabra. «Sed cuerdo.» Esta resolución está más allá de la prudencia; es la obra de ella y su resultado: hace lo propio el médico que va aturdiendo al pobre enfermo, cuya vida se apaga, diciéndole «que se regocije». Aconsejaríale menos torpemente se le dijera: «Vivid sano.» Por lo que a mí toca, yo no soy sino un hombre como todos los otros. Es un precepto saludable, seguro y de comprensión holgada el de «Contentaos con la vuestra», es decir, con la razón; la ejecución, sin embargo, no está a la mano ni siquiera de los que me aventajan en prudencia. Es un decir vulgar, pero de terrible alcance, pues en verdad, ¿qué no comprende? Todas las cosas caen bajo el dominio de la discreción y la medida. Yo bien sé que interpretándolo a la letra este placer de viajar es testimonio de inquietud e irresolución, que no en vano son ambas cosas nuestras cualidades primordiales y predominantes. Sí, lo confieso, yo no veo nada, ni siquiera en sueños ni por deseo fantástico, donde pudiera detenerme; sólo la variedad me satisface y la posesión de la diversidad, y esto si alguna cosa me satisface. En el viajar me alimenta la idea misma de que puedo detenerme sin que tenga interés en hacerlo y el ser dueño de partir para encaminarme a otro lugar. Gusto de la vida privada por haberla elegido de mí propio, no por disconvenir con la pública, que quizás esté tan en armonía como la otra con mi complexión; en ésta sirvo más gratamente a   —355→   mi príncipe, porque lo hago mediante la libre elección de mi juicio y de mi razón, sin obligación particular que a él me ligue, pues a ello no fui lanzado ni obligado por no ser de recibo en cualquiera otro partido, o detestado, y así en todo lo demás. Odio los trozos que la necesidad me corta, toda ventaja o incomodidad me ahogaría, de la cual solamente tuviera que depender:


Alter remus aquas, alter mihi radat arenas1319:



una sola cuerda nunca me amarra bastante. Hay vanidad, decís, en esta distracción. Mas ¿dónde no la hay? Y esos hermosos preceptos ¿no son vanos? Y vanidad la sabiduría toda: Dominus novit cogitationes sapientium, quoniam vanae sunt.1320 Esas sutilezas exquisitas no son propias sino para predicadas: son discursos que quieren encasquetarnos completamente albardados en el otro mundo. La vida es un movimiento material y corporal, acción desordenada e imperfecta por su propia esencia: yo me empleo en servirla según su propia naturaleza:


Quisque suos patimur manes.1321



Sic est faciendum, ut contra naturam universam nihil contendamus; ea tamen conservata, propriam sequamur.1322 ¿A qué vienen esos rasgos agudos y elevados de la filosofía, sobre los cuales ningún ser humano puede asentarse, y, esos preceptos que superan nuestras costumbres y nuestras fuerzas?

Yo veo que a menudo se nos presentan ejemplos de vida, los cuales, ni el que nos los propone ni las gentes tienen la esperanza remota de seguir, ni deseo tampoco, lo que es más grave. De ese mismo papel donde acaba de escribir la sentencia condenando a un adúltero, el juez arranca un pedazo para escribir una misiva amorosa a la mujer de su compañero: la propia mujer con quien acabáis de restregaros, ilícitamente, gritará luego con mayor rudeza en vuestras barbas contra delito idéntico en su compañera, y con arrogancia mayor que Porcia. Tal condena a muerte a un hombre por crímenes que ni siquiera como faltas considera. En su juventud vi a un probo caballero presentar al pueblo con una mano excelentes versos en belleza y desbordamiento, y con la otra, en el mismo instante, la más reñida reforma teológica con que el mundo se haya desayunado de largo tiempo acá. Los hombres   —356→   andan así: se deja que las leyes y preceptos sigan su camino, mientras que a otras vías nos lanzamos, y no sólo por desorden de nuestras costumbres, sino muchas veces por opinión y parecer contrarios. Oíd la lectura de un discurso filosófico: la invención, la elocuencia, la pertinencia sacuden incontinenti vuestro espíritu y os conmueven, pero nada hay, sin embargo, que avasalle vuestra conciencia: no es a ella a quien se habla ¿No es verdad? Por eso sentaba Aristón que ni un baño ni una lección son de ningún provecho cuando no limpian y desengrasan. Lícito es detenerse en la corteza, pero después de retirada la médula, de la propia suerte que luego de beber el buen vino de una hermosa copa consideramos en ella las labores que la adornan. En todas las escuelas de la filosofía antigua se verá que un mismo obrero publica reglas de templanza y juntamente escritos de amor y libertinaje; y Jenofonte, en el regazo de Clinias, escribió contra la virtud, tal como Aristipo la definía. Y esto no acontece por virtud de una conversión milagrosa que los agite por intervalos: es que Solón, por ejemplo, unas veces se representa a sí mismo, otras como legislador: ya habla a la multitud, ya para consigo mismo, y para su persona adopta las reglas libres y naturales, asegurándose una salud cabal y firme:


Curentur dubii medicis majoribus aegri.1323



Consiente Antístenes el amor al filósofo, y además, que haga a su modo lo que juzgue más oportuno sin tener en cuenta ley ninguna; con tanta más razón cuanto que su dictamen las sobrepuja, y porque conoce mejor la esencia de la virtud. Su discípulo Diógenes decía: «Oponed a las perturbaciones la razón, a la fortuna la resolución, y a las leyes la naturaleza.» Para los estómagos delicados precisaría regímenes estrechos y artificiales, los buenos estómagos se sirven simplemente de las prescripciones de su apetito; lo propio hacen los médicos, que comen melón y beben el vino fresco mientras tienen al paciente sujeto al jarabe y a la panatela. «Yo no sé, decía Lais la cortesana, cuáles son los efectos de toda esa sapiencia, de todos esos libros y de toda esa sabiduría, pero esas gentes llaman a mi puerta con igual frecuencia que los demás.» En la misma proporción que nuestra licencia nos empuja siempre más allá de lo que nos es lícito y permitido, se encogieron, muchas veces, trasponiendo los límites de la razón universal, los preceptos y las leyes de nuestra vida:


Nemo satis credit tantum delinquere, quantum
permittas.1324



  —357→  

Sería de desear que hubiera habido más proporción entre el ordenar y el obedecer: el fin parece injusto cuando no puedo alcanzarse. Ningún hombre de bien, por cabalmente que lo sea, puede someter a las leyes todas sus acciones y pensamientos sin que se reconozca digno de ser ahorcado diez veces en el transcurso de su vida; algunos de ellos sería gran lástima e injusticia grave castigarlos y perderlos:


Ole, quid as te,
de cute quid faciat, vel illa sua?1325



y tal otro podría dejar de infringir las leyes que no por ello mereciera la alabanza de hombre virtuoso, y a quien la filosofía azotaría justamente: ¡en tal grado la relación de ambas cosas es desigual y oscura! Como no nos preocupamos de ser gentes de bien conforme a la voluntad de Dios, tampoco podemos serlo conforme a nosotros mismos; la cordura humana no cumple nunca los deberes que ella misma se impusiera; y si al punto de practicarlos llegara, prescribiríase otros más altos a los cuales aspirase siempre y, realizarlos pretendiera: ¡tan enemiga es nuestra naturaleza de toda constancia! El hombre se ordena a sí mismo incurrir necesariamente en falta; apenas si viene a qué marcar su obligación a la razón de otro ser distinto del suyo: ¿a quién prescribe lo que espera que nadie cumpla? ¿Es injusto a sus ojos el no hacer lo imposible? Las leyes que nos condenan a no poder, nos castigan por lo mismo que no podemos.

Poniéndonos en lo peor, esta deforme libertad de presentar las cosas bajo dos aspectos distintos, las acciones de una manera, y las razones de otra, sea sólo consentida a los que hablan; pero no puede serlo a los que se relatan a sí mismos, como yo hago: es necesario que vaya yo con la pluma a igual tenor que con mis movimientos. La vida común y corriente debe guardar relación con las otras vidas: la virtud de Catón era vigorosa por cima de la razón de su siglo, y para ser hombre que se inmiscuía en el gobierno de los demás, destinado al servicio común, podría decirse que era la suya una justicia si no injusta, por lo menos vana e inadecuada. Mis costumbres mismas, que no discrepan de las que corren apenas en el espesor de una pulgada, me convierten, sin embargo, en un tanto arisco e insociable para con mi tiempo. No sé si estoy asqueado, sin razón, de la sociedad que frecuento, pero bien se me alcanza que no sería cuerdo el que me lamentara de que ella lo estuviera de mí, puesto que yo lo estoy de ella. La virtud asignada a los negocios del mundo es una virtud de muchos rincones y recodos para aplicada y equiparada a   —358→   la humana debilidad; abigarrada y artificial, ni recta ni límpida, ni constante, ni puramente inocente. Los anales reprochan hasta ahora a alguno de nuestros reyes el haberse con sencillez extrema dejado llevar por las concienzudas persuasiones de su confesor: los negocios de Estado se gobiernan por preceptos más vigorosos.


       Exeat aula,
qui vult esse pius1326:



Antaño intenté emplear en el manejo de las negociaciones públicas las opiniones y reglas del vivir, así rudas, nuevas, corrientes y sin mácula, como en mí las engendró y de mi educación derivan, y de las cuales me sirvo, si no ventajosamente, al menos con seguridad en privado. Eran éstas una virtud escolástica y novicia; todas las encontré ineptas y peligrosas. Quien en medio de la multitud se lanza, es preciso que se aparte del camino derecho, que apriete los codos, que recule o avance, y hasta que abandone la buena senda según lo que encuentra. Que viva no tanto conforme a su entender, sino al ajeno, no conforme a lo que se propone, sino a aquello que le proponen, según el tiempo, los hombres y los negocios. Platón confirma que quien escapa dichoso del mundanal manejo es puro milagro; y también que al hacer del filósofo un jefe de gobierno no entiende que éste sea una policía corrompida como la de Atenas, y todavía menos como la nuestra, para con las cuales la sabiduría misma perdería la brújula; y una planta frondosa transplantada en un terreno diverso del que su naturaleza exige, se conforma más bien con él que no lo modifica para sus necesidades. Reconozco que si tuviera que formarme por completo para tales ocupaciones me precisaría mucha modificación y cambio. Aun cuando yo pudiera alcanzarlos sobre mí (¿y por qué no habría de lograrlo con el tiempo y los cuidados?), no los querría. De lo poco que me ejercité en los oficios públicos me hastié otro tanto; a veces siento cosquillear en el alma alguna tentativa hacia la ambición, pero luego me sujeto y me obstino en lo contrario:


At tu, Catulle, obstinatus obdura.1327



Apenas si se me llama a los empleos y yo también poco me convido; la libertad y la ociosidad, que son mis predominantes cualidades, son cosas diametralmente contrarias a estos oficios. Nosotros no sabemos distinguir las facultades de los hombres, las cuales encierran innumerables divisiones y límites delicados y difíciles de distinguir. Concluir por la capacidad de una vida particular a la misma suficiencia   —359→   en el orden público, es cosa errónea; tal se conduce bien que no conduce bien a los demás; hace Ensayos quien no podría ejecutar efectos; tal dispone a maravilla el cerco de una plaza que dirigiría mal la batalla; y discurre bien en privado quien arengaría desastrosamente a un pueblo o a un príncipe; y hasta en ocasiones es más bien testimonio el poder lo uno de incapacidad para realizar lo otro, mejor que de capacidad. Yo encuentro que los espíritus elevados son casi tan aptos para las cosas bajas como los bajos para las altas. ¿Era creíble que Sócrates provocara a risa a los atenienses a expensas, propias por no haber acertado nunca a contar los sufragios de su tribu para comunicarlos al consejo? La veneración que me inspiran las perfecciones todas de este personaje merece que su fortuna provea a la excusa de mis principales imperfecciones con un tan magnífico ejemplo. Nuestra capacidad está toda fraccionada en menudas piezas y, la mía carece de facilidad y al par se extiende a pocos objetos. A los que echaron sobre sus hombros todo el mando, Saturnino1328 decía: «Compañeros, perdisteis un buen capitán por haber hecho de él un mal general.»

Quien se alaba en un tiempo enfermizo como éste de emplear para el servicio del mundo una virtud ingenua y sincera, o desconoce ésta, puesto que las opiniones con las costumbres se corrompen (y en verdad, oídla pintar, escuchad a la mayor parte glorificarse de sus acciones y establecer sus reglas; en lugar de hablar de la virtud, retratan el vicio y la injusticia puros, y los presentan así falseados a la enseñanza de los príncipes); o si la conoce se ensalza erróneamente, y diga lo que quiera engendra mil actos de que su conciencia le acusa. Yo creería de buen grado a Séneca por la experiencia que de ello hizo en ocasión análoga, siempre y cuando que quisiera hablarme con cabal franqueza. El sello más honroso de bondad en coyuntura semejante es reconocer libremente las propias culpas y las ajenas; resistir y retardar con todas las fuerzas de que se es capaz la inclinación hacia el mal; seguir de mala gana esta pendiente, aguardar mejores cosas y desearlas también mejores. Advierto yo en estos desmembramientos y divisiones en que caímos, que cada cual se esfuerza en defender su causa, pero hasta los más buenos, con el disfraz y la mentira; quien redondamente sobre aquéllos escribiera lo haría temerariamente y viciosamente. El partido más justo es, sin embargo, el miembro de un cuerpo, agusanado y carcomido, mas de un t al cuerpo la parte menos enferma se llama sana, y con razón cabal, tanto más cuanto que   —360→   nuestras cualidades no alcanzan valer si no es por comparación; la virtud civil se mide según los lugares y las épocas. Hubiera grandemente gustado leer en Jenofonte la alabanza de esta acción de Agesilao. Solicitado por un príncipe vecino, con el cual había antaño sostenido una guerra, para que le consintiera pasar por sus tierras, concediole licencia para que atravesara el Peloponeso, no sólo dejó de aprisionarle y de envenenarle, teniéndole a su arbitrio, sino que le acogió cortésmente conforme a la obligación de su promesa, sin inferirle ninguna ofensa. Esta acción para las gentes de que voy hablando es insignificante; en otra parte y en época distinta se tendrá en cuenta la franqueza y magnanimidad de tal conducta; estos monocapitas1329 se hubieran de ella burlado: ¡tan escasa semejanza guarda la virtud espartana con la francesa! No dejamos de poseer virtuosos varones, pero éstos lo son conforme a nuestra usanza. Quien por sus ordenadas costumbres está por cima de su siglo, una de dos: que tuerza o debilite ese orden, o mejor, yo le aconsejo que se eche a un lado y no se inmiscuya con nosotros; porque ¿qué saldría ganando con ello?


Egregium sanctumque virum si cerno, bimembri
hoc monstrum puero, et miranti jam sub
piscibus inventis, et foetae comparo mulae.1330



Pueden desearse tiempos mejores, pero no escapar los presentes: pueden apetecerse otros magistrados, pero precisa obedecer a los que vemos; y acaso haya recomendación mayor en obedecer a los malos que a los buenos. Mientras la imagen de las leyes antiguas y recibidas en esta monarquía resplandezca en algún rincón, héteme en él plantado: si por desdicha llegaren a contradecirse, a reñir unas con otras y a engendrar dos partidos de elección dudosa y difícil, será de buen grado la mía escapar, apartándome de esta tormenta; naturaleza podrá prestarme la mano para ello, o bien los azares de la guerra. Entre César y Pompeyo, francamente me habría declarado; mas entre aquellos tres ladrones que después vinieron1331, hubiera sido necesario esconderse o seguir la corriente, cosa hacedera, a mi ver, cuando la razón naufraga.


Quo diversus abis?1332



Esta digresión se aparta algo de mi tema: yo me extravío,   —361→   pero más bien por libertad que por descuido: mis fantasías se siguen unas a otras, bien que de lejos a veces; y se miran, pero al soslayo. He pasado la vista por tal diálogo de Platón en dos partes dividido por modo fantástico y abigarrado; la anterior consagrada al amor, toda la posterior a la retórica. No temían los antiguos estas mutaciones, y poseían una gracia maravillosa para dejarse así llevar por el viento que soplaba su fantasía, o para simularlo. Los nombres de mis capítulos no abarcan siempre la materia que anuncian; a veces la denotan sólo por alguna huella, como estos otros: Andria y Eunuco, o también éstos: Sila, Cicerón, Torcuato. Gusto de la inspiración poética, que marcha a saltos y a zancadas: es éste un arte, como Platón dice, ligero, veleidoso, divino. Obras hay de Plutarco, en las cuales olvidó su tema, en que el asunto de su argumento no se encuentra sino por incidente, completamente ahogado en extrañas cosas; ved cuál camina en su tratado del Demonio de Sócrates. ¡Oh Dios! ¡cuánta belleza encierran esas escapatorias lozanas y esa variación; y más todavía cuán en mayor grado llevan el sello del desgaire y de lo fortuito! El indigente lector es quien pierde de vista el asunto de que hablo, y no yo; siempre se encontrará en un rincón alguna palabra que no deje de ser adecuada, aun cuando sea ocultamente. Voy cambiando de asunto indiscreta y desordenadamente: mi espíritu y mi estilo vagabundean lo mismo. A quien quiere sacudirse la torpeza precisa un poco de locura, dicen los preceptos de nuestros maestros, y todavía mas sus ejemplos. Mil poetas se arrastran y languidecen prosaicamente; mas la mejor prosa entre los antiguos (yo la siembro aquí indiferentemente como verso) resplandece siempre con el vigor y arrojo poéticos, y representa en algún modo el furor de la poesía. Precísale abandonar el tono magistral y preeminente en el hablar. El poeta, dice Platón, sentado en el trípode de las musas, lanza furiosamente cuanto a sus labios llega, como la gárgola de una fuente, sin rumiarlo ni pesarlo, dejando escapar cosas de diverso color, de contraria substancia, con desbordado curso: él mismo es todo poético; y la teología antigua, poesía toda ella, dicen los doctos; y la filosofía primera, el original lenguaje de los dioses. Yo entiendo que la materia se distingue por sí misma; que muestra bastante el lugar donde cambia, donde concluye, donde comienza, donde de nuevo comienza, sin entrelazarla con palabras que la liguen y cosan, introducidas para liso de las orejas débiles o desidiosas, y sin a mí mismo glosarme. ¿Quién no prefiere más bien dejar de ser leído que serlo dormitando o escapando? Nihil est tam utile, quod in transitu prosit.1333 Si coger un libro en la mano fuera aprenderlo; si verlo,   —362→   considerarlo y recorrerlo, penetrarlo, haría yo mal mostrándome tan ignorante como digo. Puesto que no puedo sujetar al lector por el peso de lo que escribo; manco male1334, sí ocurre que le detengo con mis embrollos. Pero se arrepentirá después de haber entretenido en ello su tiempo. Sin duda, mas no habrá dejado de entretenerse. Además hay humores que menosprecian lo que entienden, quienes me estimarán mejor precisamente por no saber lo que hablo, y concluirán por la profundidad de mi sentido, merced a la obscuridad del mismo, la cual detesto con todas mis fuerzas, y la evitaría si supiera hacerme diferente de como soy. Aristóteles se alaba en cierto pasaje de afectarla: ¡viciosa afectación en verdad! Como el corte frecuente de los capítulos de que yo al principio acostumbrara me pareció que rompía la atención antes de que naciera, y que la disolvía menospreciando fijarla por tan poco momento y que se recogiera, los hice luego más largos: en éstos precisa aplicación y espacio señalado. En tal ocupación, quien no quiere emplear una sola hora, ningún tiempo quiere gastar, y nada se hace para quien se muestra avaro de tiempo tan escaso. A más de lo cual, entiendo acaso que le asiste algún interés particular en no decir las cosas sino a medias, confusamente y de un modo discordante. No gusto, pues, de esa razón trastornafiestas, ni de esos extravagantes proyectos que trabajan la existencia, ni de esas tan delicadas proposiciones, aun cuando encierren la verdad. Encuéntrola demasiado cara y sobrado incómoda. Por el contrario, empléome en hacer valer la insignificancia misma y la asnería si me procuran placer y me consienten ir en pos de mis inclinaciones naturales, sin fiscalizarlas tan de cerca.

En otras partes he visto ruinas, estatuas, cielo y tierra: mas donde quiera, tropecé siempre con los mismos hombres. Tal es la verdad, pero, sin embargo, nunca podría yo contemplar de nuevo, por frecuentes que fueran mis viajes, el sepulcro de esa ciudad1335, tan grade y tan poderosa, sin admirarla ni reverenciarla. La memoria de los muertos es para nosotros venerable, y yo, desde mi infancia, alimenté mi espíritu con la de éstos: tuve conocimiento de los negocios de Roma largo tiempo antes que de los de mi propio hogar: conocía el Capitolio y su plano antes que del Louvre tuviera noticia, y el Tíber antes que el Sena. Mejor supe las condiciones y fortuna de Luculo, Metelo y Escipión, que no las de ninguno de nuestros hombres: muertos están y mi padre como ellos; éste se alejó de mí y de la vida, en el espacio de diez y ocho años, como aquellos en mil seiscientos, y, sin embargo, nunca dejo de abrazar y   —363→   practicar la memoria, amistad y sociedad de una unión perfecta y vivísima. Mi inclinación misma no convierte en más oficioso para con los que fueron, quienes, no ayudándose, requieren, a mi entender, por eso mismo mi ayuda. La gratitud está aquí en su lugar verdadero: el bien obrar está menos ricamente asignado donde hay retrogradación y reflexión. Visitando Arcesilao a Ctesibio, enfermo, y encontrándole en situación estrecha, deslizó bajo la almohada de su lecho una cantidad de dinero; y al ocultárselo le exentó de que se lo agradeciera. Los que de mí merecieron amistad y reconocimiento, ninguna de las dos cosas perdieron al desaparecer del mundo; mejor los pagué entonces; y más cuidadosamente ausentes e ignorantes de mi acción: con mayor afecto hablo de mis amigos cuando no hay medio de que lo sepan. He sostenido cien querellas por la defensa de Pompeyo y por la causa de Marco Bruto: esta unión persiste aún entre nosotros: hasta las mismas cosas presentes, por fantasía las poseemos. Reconociéndome inútil en este siglo, me lanzo a ese otro, y con él tanto me embobo, que el estado de esa antigua Roma, libre, justa y floreciente (pues no amo su nacimiento ni su senectud), me conmueve y apasiona; por lo cual nunca podré ver de nuevo, por frecuentemente que la vea, la situación de sus calles y de sus casas, y sus profundas ruinas, enterradas hasta los antípodas, sin que en todo ello me interese. ¿Es naturaleza o error de la fantasía, lo que hace que la vista de los lugares que sabemos haber sido frecuentados y habitados por personas cuya memoria es eximia, nos conmueva en algún modo más que oír la relación de sus hechos o leer sus escritos? Tanta vis admonitionis inest in locis! ...Et id quidem in hac urbe infinitum; quacumque enim ingredimur, in aliquam histioriam vestigium ponimus.1336 Pláceme considerar su rostro, su porte y sus vestidos: yo rumio estos grandes nombres y los hago resonar a mis oídos. Ego illos veneror, et tantis nominibus semper assurgo.1337 De las cosas que son en algún respecto grandes y admirables, admiro yo hasta las partes comunes: viérales de buen grado conversar, pasearse y comer. Sería ingrato el menospreciar las reliquias e imágenes de tantos nombres relevantes y tan valerosos, a quienes vi vivir y morir, y quienes nos procuran tan buenas instrucciones con su ejemplo, si supiéramos seguirlas.

Y además esa misma Roma que vemos merece que se la ame: confederada de tanto tiempo atrás, y por tantos títulos a nuestra corona, sola común y universal, el magistrado   —364→   soberano que en ella manda, es igualmente reconocido donde quiera: es la ciudad metropolitana de todas las naciones cristianas; el español y el francés, todos están allí en su casa propia; para figurar entre los príncipes de este Estado basta con pertenecer a la cristiandad, donde quiera que se resida. Ningún lugar hay aquí bajo que el cielo haya abrazado con favor tan influyente ni con constancia semejante; su ruina misma es gloriosa y magnífica:


Laudandis pretiosior ruinis.1338



Aun en su propia tumba retiene signos y carácter de imperio. Ut palam sit, uno in loco gaudentis opus esse naturae.1339 Alguien se quejaría e insubordinaría contra sí mismo, sintiéndose cosquillear por un tan vano placer: nuestros humores no lo son nunca demasiado cuando son gratos; cualesquiera que sean los que contentan constantemente a un hombre capaz de sentido común, nunca osaría yo compadecerle.

Debo mucho a la fortuna porque hasta el momento actual nada hizo contra mí que significara ultraje, al menos por cima de lo que pudieran resistir mis fuerzas. ¿Será que acostumbra a dejar tranquilos a los que no la importunan?


Quanto quisque sibi plura negaverit,
a dis plura feret: nil cupientium.
    Nudus castra peto...
       Multa petentibus.
Desunt multa.1340



Si por el mismo tenor continúa, me despedirá muy contento y satisfecho:


       Nihil suprae
Deos lacesso.1341



Mas ¡cuidado con el choque! mil hombres hay que se estrellan en el puerto. Me consuelo fácilmente porque llegará aquí cuando yo no exista ya; las cosas presentes me atarean bastante:


Fortunae cetera mando1342:



Así que me encuentro desposeído de esas fuertes ligaduras que se dice sujetan a los hombres a lo venidero, merced a los hijos que recibieron nuestro propio nombre y honor; y quizás deba desearlos tanto menos cuanto más son deseables. Demasiado sujeto estoy por mí mismo al mundo y a esta vida; me conformo con depender de la fortuna por las   —365→   circunstancias propiamente necesarias a mi ser, sin procurarla por otro lado jurisdicción sobre mí; y jamás consideré que la carencia de hijos fuera una falta que convirtiera la vida en menos cabal y contenta: también tienen sus ventajas las uniones estériles. Pertenecen los hijos al número de cosas que no tienen por qué ser apetecidas, principalmente a la hora actual en que sería difícil hacerlos buenos, bona jam nec nasci licet, ita corrupta sunt semina1343; y precisamente tienen por qué lamentarse para quien los pierde después de haberlos echado al mundo.

Aquel de cuyas manos recibí el gobierno de mi casa pronosticó que había de arruinarla, considerando mi humor errante. Pero se equivocó, pues héteme aquí como entré en ella, si no mejor, careciendo, sin embargo, de oficio y beneficio.

Por lo demás, si la fortuna no me infirió ninguna ofensa violenta y extraordinaria, tampoco me procuró ventaja alguna. Cuantos dones suyos alberga nuestra casa, son anteriores a mí y datan de cien años atrás: particularmente no poseo ningún bien esencial y sólido de que a su liberalidad sea deudor. Concediome algunos favores aéreos, honorarios y titulares, de substancia desprovistos; y más bien me los ofreció que me los concedió. Dios sabe bien que para mí, ser completamente material que sólo de realidades se paga, y bien macizas por añadidura, si sin ambages fuera a hablar, reconocería la avaricia apenas menos excusable que la ambición, el dolor apenas menos evitable que la vergüenza, la salud menos deseable que la filosofía, y la riqueza que la nobleza.

Entre estos vanos favores ninguno creo que plazca tanto a esta torpeza insensata que dentro de mí retoza, como una bula auténtica de ciudadanía romana, que me fue otorgada últimamente cuando allí estuve1344, pomposa en sellos y letras doradas, y concedida con la liberalidad más generosa. Como se redactan en estilos diversos, que más o menos favorecen, y como antes de haberlas yo conocido me habría sido grata la vista de uno de estos formularios, quiero transcribirla aquí para satisfacción de alguien que se encuentre molestado por una curiosidad semejante a la mía:

Quod1345 Horatius Maximus, Marcius Cecius, Alexander Mutus, almae urbis Conservatores de Illmo viro Michaele Montano, equite Sancti Michelis, et a cubiculo regis Christianissimi, Romana civitate donando, ad Senatum retulerunt; S. P. Q. R. de eare ita fiere censuit.

Quum, veteri more et instituto, cupide illi semper studioeoque   —366→   suscepti sint, qui virtute ac nobilitate praestantes, magno Reipublicae nostrae usui atque ornamento fuissent, vel esse aliquando possent: Nos, majorum nostrorum exemplo atque auctoritate permoti, praeclaram hanc consuetudinem nobis imitandam ac servandam fore censemus. Quamobrem quum Illmus Michael Montanus, eques Sancti Michaelis, et a cubiculo regis Christianissimi, Romani nominis studiosissimus, et familiae laude atque splendore, et propriis virtutum meritis dignissimus sit, qui summo Senatus Populique Romani judicio ac studio in Romanam civitatem adsciscatur; placere Senatui P. Q. R., Illmum Michaelem Montanum, rebus omnibus ornatissimum, atque huic inclyto Populo carissimum, ipsum posterosque in Romanam civitatem adscribi, ornarique omnibus et praemiis et honoribus, quibus illi fruuntur, qui quives patriciique Romani nati, aut jure optimo facti sunt. In quo censere Senatum P. Q. R., se non tam illi jus civitatis largiri, quam debitum tribuere, neque magis beneficium dare, quam ab ipso accipere, qui, hoc civitatis munere accipiendo, singulari civitatem ipsam ornamento atque honore affecerit. Quam quidem S. C. auctoritatem iidem Conservatores per Senatus P. Q. R. scribas in acta referri, atque in Capitolii curia servari, privilegiumque hujusmodi fieri, solitoque urbis sigillo communiri curarunt. Anno ab urbe condita CXC CCC XXXI; post Christum natum M D LXXXI, III idus martii,

HORATIUS FUSCUS, sacri. S. P. Q. R. scriba.

VINCENT MARTHOLUS, sacri S. P. Q. R scriba.



No siendo ciudadano de ninguna ciudad, satisfecho estoy de serlo de la más noble entre las que fueron y serán. Si   —367→   los demás se consideraran atentamente como yo, reconoceríanse como yo henchidos de vanidad e insulsez. De ellas no puedo desposeerme sin acabar conmigo. Repletos estamos todos de ambas cosas, mas los que no lo advierten creen hallarse más aligerados; y aun de esto no estoy muy seguro.

Esta idea y común usanza de mirar a otra parte y no a nosotros mismos recae cabalmente en nuestra ventaja, por ser una cosa cuya vista no puede menos de llenarnos de descontento. En nosotros no vemos sino vanidad y miseria: con el fin de no desconfortarnos la naturaleza lanzó ¡cuán sagazmente! hacia fuera la acción de nuestros ojos. Adelante vamos, donde la corriente nos lleva, mas replegar en nosotros nuestra carrera es un penoso movimiento: la mar se revuelve y violenta así cuando de nuevo es empujada hacia sus orillas. Considerad, dicen todos, los movimientos celestes; mirad a las gentes, a la querella de éste, al pulso de aquél, al testamento del otro. En conclusión, mirad siempre alto, bajo o al lado vuestro, delante o detrás de vosotros. Era un precepto paradójico el que nos ordenaba aquel dios en Delfos, diciendo: mirad en vosotros; reconoceos; depended de vosotros mismos vuestro espíritu y vuestra voluntad que se consumen fuera, conducidlos a sí mismos: os escurrís y os esparcís fortificaos y sosteneos: se os traiciona, se os disipa y se os aparta de vuestro ser. ¿No ves cómo este mundo mantiene sus miradas sujetas hacia dentro, y sus ojos abiertos para a sí mismo contemplarse? Tú no hallarás nunca sino vanidad, dentro y fuera, pero será menos vana cuanto menos entendida. Salvo tú, ¡oh hombre! decía aquel dios, cada cosa se estudia la primera, y posee, conforme a sus necesidades, límites a sus trabajos y deseos. Ni una sola hay tan vacía y menesterosa como tú, que abarque el universo mundo. Tú eres el escrutador sin conocimiento, el magistrado sin jurisdicción y, en conclusión, el bufón de la farsa.




ArribaAbajoCapítulo X

Gobierno de la voluntad


Comparado con el común de los hombres pocas cosas me impresionan, o por mejor decir, me dominan, pues es razón que nos hagan mella, siempre y cuando que dejen de poseernos. Pongo gran cuidado en aumentar, por reflexión y estudio, este privilegio de insensibilidad, que naturalmente adelantó ya bastante en mí; por consiguiente son contadas las cosas que adopto, y pocas también aquellas por que me apasiono. Mi vista es clara, pero la fijo en   —368→   escasos objetos: en mí, el sentido es, delicado y blando, mas sordas y duras la aprensión y la aplicación. Difícilmente me dejo llevar; cuanto me es dable empléome en mí por completo, y aun en esto mismo sujetaría, sin embargo, y sostendría de buen grado mi afición, a fin de que no se sumergiese en mi individuo sobrado entera, puesto que se trata de cosa entregada a la merced ajena en la cual el acaso tiene más derecho que yo; de suerte que, hasta la salud, que tanto estimo, me precisaría no desearla ni darme a ella tan furiosamente que llegara a encontrar insoportables las enfermedades. Debemos moderarnos entre el odio del dolor y el amor del goce; y Platón ordena que detengamos entre ambos la senda de nuestra vida. Pero a las afecciones que de mí me apartan y que fuera me sujetan, me opongo con todas mis fuerzas. Mi parecer es que hay que prestarse a otro, pero no darse sino a sí mismo. Si mi voluntad se viera propicia a hipotecarse y a aplicarse, yo no daría gran cosa; soy naturalmente blando por naturaleza y por hábito.


Fugax rerum, securaque in otia natus.1346



Los debates reñidos y porfiados, que acabarían por fin en ventaja de mi adversario; el desenlace, que trocaría en vergonzoso mi perseguimiento acalorado, me roerían quizás cruelmente: hasta en caso de acierto, como acontece a algunos, mi alma no dispondría jamás de fuerzas bastantes para soportar las alarmas y emociones que acompañan a los que todo lo abarcan: se dislocaría incontinenti a causa de semejante agitación intestina. Si alguna vez se me empujó al manejo de extraños negocios, prometí ponerlos en mi mano, no en el pulmón ni en el hígado; encargarme de ellos, no incorporármelos; cuidarme, sí; pero apasionarme, en modo alguno: los considero, mas no los incubo. Sobrado quehacer tengo con disponer y ordenar la barahúnda doméstica, que me araña las entrañas y las venas, sin inquietarme y atormentarme con los extraños y me encuentro bastante interesado en mis cosas esenciales, propias y naturales, sin convidar a ellas otras feriadas. Los que conocen cuánto se deben a su persona, y cuántos son los oficios que consigo mismos deben cumplir, reconocen que la naturaleza los procuró semejante comisión bastante llena y en ningún modo ociosa: «Tienes en tu casa labor abundante, no te apartes de ella.»

Los hombres se entregan en alquiler: sus facultades no son para ellos, son para las gentes a quienes se avasallan; sus inquilinos viven en ellos, no son ellos quienes viven. Este humor común no es de mi gusto. Es necesario economizar   —369→   la libertad de nuestra alma y no hipotecarla sino en las ocasiones justas, las cuales son contadas, a juzgar sanamente. Ved las gentes enseñadas a dejarse llevar y agarrar; en todas ocasiones así proceden, en las cosas insignificantes como en las importantes, en lo que nada les va ni les viene, como en lo que les importa; indiferentemente se ingieren donde hay tarea y ocupación, y se encuentran sin vida hallándose libres de agitación tumultuosa: in negotiis sunt negotii causa1347, «no buscan la labor sino para atarearse». No es que quieran marchar, sino más bien que no se pueden contener, ni más ni menos que la piedra sacudida en su caída no se para hasta, dar en el suelo. La ocupación para cierta suerte de gentes es como un sello de capacidad y dignidad; el espíritu de éstas busca un reposo en el movimiento, como los niños en la cuna: en verdad pueden decirse tan serviciales para sus amigos como importunos a sí mismos. Nadie distribuye su dinero a los demás, pero todos reparten su tiempo y su vida: nada hay de que seamos tan pródigos como de estas cosas, de las cuales únicamente la avaricia nos sería útil y laudable. Yo adopto un modo de ser opuesto: me apoyo en mí y ordinariamente apetezco blandamente lo que deseo, y deseo poco; me ocupo y atareo en el mismo grado, tranquilamente y rara vez. Todo lo que quieren y manejan, lo anhelan con toda su voluntad y vehemencia. Tantos malos pasos hay en la vida, que aun en el más seguro precisa escurrirse un poco ligera y superficialmente y resbalar sin hundirse. La voluptuosidad misma es dolorosa cuando es intensa:


    Incedis per ignes
suppositos cineri doloso.1348



Los señores de Burdeos me eligieron alcalde de su ciudad hallándome alejado de Francia y todavía más apartado de tal pensamiento; yo me excuse, pero se me dijo que hacia mal procediendo así, puesto que la orden del rey se interponía también. Este es un cargo que debe parecer tanto más hermoso cuanto que carece de remuneración distinta al honor de ejercerlo. Dura dos años, pero puede ser continuado por segunda elección, lo cual ocurre muy rara vez, y aconteció conmigo; y no había sucedido más que otras dos veces antes, algunos años había, al señor de Birón, mariscal de Francia, de quien yo ocupé el puesto, dejando el mío al señor de Matignón, también mariscal de Francia. Puedo no en vano gloriarme de tan noble compañía;


Uterque bonus pacis bellique minister.1349



  —370→  

Quiso la buena fortuna contribuir a mi promoción por esa particular circunstancia que, de su parte paso, no del todo vana, pues Alejandro no paró mientes en los embajadores corintios que le brindaban con la ciudadanía de su ciudad; mas cuando le dijeron que Baco y Hércules figuraban también en el mismo registro, les dio gracias por ello muy cumplidas.

A mi llegada me descubrí fiel y concienzudamente tal y como me reconozco ser: desprovisto de memoria, sin vigilancia, sin experiencia y, sin vigor pero también sin odios, sin ambición, sin codicia y sin violencia, a fin de que fueran informados e instruidos de cuanto podían esperar de mi concurso; porque sólo el conocimiento de mi difunto padre les había incitado a mi nombramiento en honor de su memoria, añadí bien claramente que me contrariaría mucho el que ninguna cosa, por importante que fuese, hiciera tanta mella en mi voluntad como antaño hicieran en la suya los negocios de su ciudad mientras el la gobernó en el cargo mismo a que me habían llamado. En mi infancia recuerdo haberle visto ya viejo, con el alma cruelmente agitada a causa del trajín de su empleo, olvidando el dulce ambiente de su casa, donde la debilidad de los años le había sujetado largo tiempo antes, sus negocios y su salud; menospreciando su vida, que estuvo a punto de perder, comprometido por las cosas públicas a largos y penosos viajes. Así fue mi padre, y era el origen de este humor su naturaleza buenísima: jamás hubo alma más caritativa ni amiga del pueblo. Esta conducta que yo alabo en los demás no gusto seguirla, y para ello tengo mis razones.

Había oído decir que era menester olvidarse de sí mismo en provecho ajeno; que lo particular nada significaba comparado con lo general. La mayor parte de las reglas y preceptos del mundo toman este camino de lanzarnos fuera de nosotros, arrojándonos en la plaza pública para uso de la pública sociedad: pensaron hacer una buena obra con apartarnos y distraernos de nosotros, presuponiendo que estábamos sobrado amarrados con sujeción natural, y nada economizaron para este fin, pues no es cosa nueva en los sabios el predicar las cosas tal y como sirven, no conforme son. La verdad tiene sus impedimentos, obstáculos e incompatibilidades con nuestra naturaleza; precísanos a veces engañar, a fin de no engañarnos, cerrar nuestros ojos y embotar nuestro entendimiento, para enderezarlos y enmendarlos: imperiti enim judicant, et qui frequenter in hoc ipsum fallendi sunt, ne errent1350. Cuando nos ordenan amar, antes que nosotros, tres, cuatro y cincuenta suertes de cosas, representan el arte de los arqueros, quienes para   —371→   dar en el blanco van clavando la vista por cima del mismo grande espacio: para enderezar un palo torcido se retuerce en sentido contrario.

Creo yo que en el templo de Palas, como vemos en todas las demás religiones, habría misterios aparentes para ser mostrados al pueblo, y otros más secretos y elevados que se enseñaban solamente a los profesos; verosímil es que en éstos se encuentre el verdadero punto de la amistad que cada cual se debe: no una amistad falsa que nos haga abrazar la gloria, la ciencia, la riqueza y otras cosas semejantes con afección principal e inmoderada, como cosas que a nuestro ser pertenecieran, ni que tampoco sea blanda e indiscreta, en que acontezca lo que se ve en la hiedra, que corrompe y arruina la pared donde se fija, sino una amistad saludable y ordenada, igualmente útil y grata. Quien conoce los deberes que impone y los práctica, digno es de penetrar en el recinto de las Musas; alcanzó la nieta de la sabiduría humana y la de nuestra dicha: conociendo puntualmente lo que se debe a sí propio, reconoce en su papel que debe aplicar a sí mismo la enseñanza de los otros hombres y del mundo, y para practicar esto contribuir al sostén de la sociedad política con los oficios y deberes que le incumben. Quien en algún modo no vive para otro, apenas vive para sí mismo: quí sibí amicus est, scito hunc amicum omnibus esse1351. El principal cargo que tengamos consiste en que cada cual cumpla el deber asignado; para eso estamos aquí. De la propia suerte que sería tonto de solemnidad quien olvidara vivir bien y santamente, pensando hallarse exento de su deber encaminando y dirigiendo a los demás, así también quien abandona el vivir sana y alegremente por consagrarse al prójimo, adopta a mi ver un partido perverso y desnaturalizado.

No quiero yo que dejen de otorgarse a los cargos que se aceptan la atención, los pasos, las palabras, y el sudor y la sangre, si es menester,


Non ipse pro caris amicis,
    aut patria, timidus perire1352,



pero que se otorguen solamente de prestado y accidentalmente, de manera que el espíritu se mantenga siempre en reposo y en salud, y no tan sólo de acción desposeído si no de pasión y vejación. El obrar simplemente le cuesta tan poco, que hasta durmiendo se agita; pero es necesario que con discreción se ponga en movimiento, porque es el cuerpo quien recibe las cargas que se le echan encima cabalmente conforme son; el espíritu las extiende y las hace pesadas,   —372→   en ocasiones a sus propias expensas, dándolas la medida que se le antoja. Las mismas cosas se ejecutan con esfuerzos diversos y diferente contención de voluntad; el uno marcha bien sin el otro en efecto, cuantísimas gentes vemos lanzarse todos los días en las guerras, de las cuales poco o nada les importa, lanzándose en los peligros de las batallas, cuya pérdida para nada trastornará su vecino sueño. Tal en su propia casa, lejos de este peligro que ni siquiera contemplarlo osaría, se apasiona más por el desenlace de la lucha y tiene el alma más trabajada que el soldado que expone su sangre y su vida. Pude yo mezclarme en los empleos públicos sin apartarme de mí ni siquiera en lo ancho de una uña, y darme a otro sin abandonarme a mí mismo. Esa rudeza violencia de deseos imposibilita más bien que sirve al manejo de lo que se emprende; nos llena de impaciencia hacia los sucesos contrarios o tardíos, y de animadversión y sospecha hacia aquellos con quienes negociamos. Jamás conducimos bien las cosas porque somos poseídos y llevados:


       Male cuneta in ministra
impetus.1353



Quien no emplea sino su habilidad y criterio procede con mayor contento; simula, pliega y difiere todo a su albedrío, según la necesidad de las ocasiones lo exige; y si no acierta, permanece sin tormento ni aflicción, presto y entero para una nueva empresa, caminando siempre con la brida en la mano. En el que está embriagado por su pasión violenta y tiránica, vese necesariamente muelle de imprudente y de injusto: la impetuosidad de su deseo le arrastra, sus movimientos son temerarios, y si la fortuna no lo da la mano, da escaso fruto. Quiere la filosofía que en el castigo de las ofensas recibidas, distraigamos nuestra cólera, no a fin de que la venganza sea menor, sino al contrario, para que vaya tanto mejor encaminada y sea más dura: efectos que la impetuosidad no procura. No solamente la cólera trastorna, sino que además, por sí misma, cansa también el brazo de los que castigan; este luego aturde y consume su fuerza: como en la precipitación, festinatio tarda est1354; «el apresuramiento se pone a sí mismo la pierna, se embaraza y se detiene», ipsa se velocitas implicat1355. Por ejemplo, a lo que yo veo en el uso ordinario, la avaricia no tropieza con mayor impedimento que ella misma; cuanto más tendida y vigorosa, es menos fértil; comúnmente atrapa las riquezas con prontitud mayor, disfrazada con imagen liberal.

  —373→  

A un gentilhombre muy honrado y mi amigo, faltole poco para trastornar la salud de su cabeza a causa de la apasionada atención y afección que puso en los negocios de un príncipe, su dueño1356, el cual se me descubrió a sí mismo, diciendo «que veía el peso de los accidentes como cualquiera otro, pero que en los irremediables resignábase de repente al sufrimiento; en los otros, luego de haber ordenado las provisiones necesarias, -lo cual le es dable realizar con premura por la vivacidad de su espíritu, -espera tranquilamente lo que sobreviene». Y así es en verdad; yo le vi sobre el terreno, manteniendo una tranquilidad magnífica, y una libertad de acciones y de semblante grandes al través de negocios graves y muy espinosos. Más grande y capaz le veo en la adversa que en la próspera fortuna; sus pérdidas le procuran mayor gloria que sus victorias, y su duelo que su triunfo.

Considerad que hasta en las acciones mismas que son vanas y frívolas, en el juego de las damas, en el de pelota y en otros semejantes, ese empeño rudo y ardiente de mi deseo impetuoso, lanza incontinenti el espíritu y los miembros a la indiscreción y al desorden; todos así se alucinan y embarazan: quien procede con moderación más grande hacia el ganar o el perder, se mantiene siempre dentro de sí mismo; cuanto en el juego menos se enciende y apasiona, lo lleva con mayor ventaja y seguridad.

Imposibilitamos, además, la presa y reconocimiento del alma, brindándola con tantas cosas de que apoderarse: precisa sólo presentarla las unas, sujetarla otras e incorporarla otras: puede ver y sentir todas las cosas, mas únicamente de sí misma debe apacentarse; y debe hallarse instruida de lo que la incumbe esencialmente y de lo que esencialmente es su haber y su sustancia. Las leyes de la naturaleza nos enseñan lo que justamente nos precisa. Luego que los filósofos nos dijeron que según ella nadie hay que sea indigente, y que todos sean según su idea, distinguieron así sutilmente los deseos que proceden de aquélla, de los que emanan del desorden de nuestra fantasía: aquellos que muestran el fin, son suyos; los que huyen ante nosotros y de los cuales no podemos tocar el límite, son nuestros: la pobreza de los bienes es fácil de remediar; la pobreza del alma es irremediable:


Nam si, quod satis est homini, id satis esse potesset,
hoc sat, erat, nunc, quum hoc non est, qui credimu porro
divitias ullas animum mi explere potesse?1357



Viendo Sócrates conducir pomposamente por su ciudad   —374→   una cantidad grande de riquezas, joyas y hermosos muebles: «Cuántas cosas, dijo, que yo no deseo.» Metrodoro se sustentaba con el peso de doce onzas de alimento por día; Epicuro, con dos menos. Metrocles dormía en invierno con los borregos, y en estío en los claustros de los templos: sufficit ad id natura, quod poseit1358. Cleanto vivía del trabajo de sus manos, y se alababa de que Cleanto, a quererlo, sustentaría aun a otro Cleanto.

Si lo que naturaleza exacta y originalmente de nosotros solicita para la conservación de nuestro ser es sobrado reducido, como en verdad así lo es (y cuán escaso sea lo que sustenta nuestra vida, no puede mejor expresarse sino considerando que es tan poco que escapa a los vaivenes y al choque de la fortuna por su nimiedad), dispensé menos de lo que está más allá; llamemos naturaleza al uso y condición particular de cada uno de nosotros; tasémonos; sometámonos a esta medida; extendamos hasta ella nuestra pertenencia y nuestras cuentas, pues así paréceme que nos cabe alguna excusa. La costumbre es una segunda naturaleza menos poderosa que la naturaleza misma. Lo que a la mía falta, entiendo que a mí me falta, y preferiría casi lo mismo que me quitaran la vida que de aquélla me despojaran, desviándola lejos del estado en que por espacio de tanto tiempo ha vivido. Ya no me encuentro en el caso de experimentar una modificación esencial, ni de lanzarme a un nuevo camino inusitado, ni siquiera hacia el aumento de bienes. No es ya tiempo de convertirse en otro; y de la propia suerte que lamentaría alguna importante ventura que ahora me viniera a las manos, la cual no hubiera llegado en ocasión de poder disfrutarla,


Quo mihi fortunas, si non conceditur uti?1359



lo mismo me quejaría de mi mejoramiento interno. Casi mejor vale no llegar nunca a ser hombre cumplido y competente en el vivir, que llegar a serlo tan tarde, cuando la vida se acaba. Yo que estoy con un pie en el estribo, resignaría fácilmente en alguno que viniera lo que aprendo de prudencia para el comercio del mundo, que no es ya sino mostaza después de la comida. Para nada me sirve el bien que no puedo utilizar. ¿De qué aprovecha la ciencia a quien ya no tiene cabeza? Es injuria y disfavor de la fortuna el ofrecernos presentes que nos llenan de justo despecho porque nos faltaron cuando podíamos utilizarlos. No he menester que me guíen, ya no puedo ir más adelante. De tantas partes como el buen vivir componen, la paciencia sola nos basta. Conceded la capacidad de un excelente tenor al cantante cuyos pulmones están podridos, y la elocuencia   —375→   al eremita relegado en los desiertos de la Arabia. Ningún arte precisa la caída: con el fin se tropieza naturalmente, al cabo de cada trabajo. Para mí el mundo acabó y mi ser expiró; soy todo del pasado y me encuentro en el caso de autorizarlo, conformando con él mi salida. Quiero decir lo que sigue a manera de ejemplo: la nueva supresión de los diez días del año, hecha por el pontífice, me cogió tan bajo que no he podido acostumbrarme a ella: sigo los años como antaño los contábamos. Un tan antiguo y dilatado uso me revindica y me llama, viéndome obligado a ser algo herético en esta parte, incapaz como soy de transigir con la novedad, ni siquiera con la que mejora. Mi fantasía, a despecho de mis dientes, se lanza siempre diez días atrás o diez días adelante, y refunfuña a mis oídos: «Este precepto toca a los que han de ser.» Si la salud misma, por dulce que sea, viene a visitarme a intervalos, sólo es para procurarme duelo más bien que posesión de sí misma: no tengo donde guardarla. El tiempo me abandona; nada sin él se posee. ¡Ah! cuán poco caso haría yo de esas grandes dignidades electivas que por el mundo veo, las cuales no se otorgan sino a los hombres ya prestos a partir; en ellas no se mira tanto la puntualidad con que se ejercerán, como el escaso tiempo que se disfrutarán; desde la entrada se tiene presente la salida. En conclusión, héteme aquí, presto a rematar este hombre, y no a rehacer otro distinto; por largo hábito esta forma se me convirtió en sustancia, y el acaso trocose en naturaleza.

Digo, pues, que cada uno de entre nosotros, seres débiles como somos, es excusable al estimar suyo lo que se halla comprendido en la medida de que hablé; pero pasado este límite todo es confusión y barullo; ésa es la más amplia extensión que podamos otorgar a nuestros derechos. Cuanto más ampliamos nuestras necesidades y nuestra posesión, más nos abocamos a los golpes de la fortuna y de las adversidades. La carrera de nuestros deseos debe hallarse circunscrita y restringida en un corto límite que comprenda las comodidades más próximas y contiguas; y debe, además, efectuarse no en línea recta, cuyo fin nos extravíe, sino en un redondel, cuyos dos puntos se apoyen y acaben en nosotros merced a un breve contorno. Las acciones que se gobiernan sin esta mira como son las de los avariciosos, las de los ambiciosos y las de tantos otros que se lanzan llenos de ímpetu, cuya carrera les lleva delante de sí mismos, son erróneas y enfermizas.

La mayor parte de nuestros oficios son pura farsa: mundus universus exercet histrioniam1360. Es preciso que desempeñemos debidamente nuestro papel, pero como el de un personaje prestado: del disfraz y lo aparente no hay   —376→   que hacer una esencia real, ni de lo extraño lo propio: no sabemos distinguir la piel de la camisa, y, basta con enharinarse el semblante sin ejecutar lo propio con el pecho. Muchos hombres veo que se transforman y transubstancian en otras tantas figuras y seres como funciones ejercen, y que se revisten de importancia hasta el hígado y los intestinos, llevando su dignidad a los lugares más excusados. No soy yo capaz de enseñarles a distinguir las bonetadas que les incumben de las que sólo miran a la misión que cumplen, o bien a su séquito o a su cabalgadura: tantum se fortunae permittunt, etiam uti naturam dediscant1361; inflan y engordan su alma y su natural discurso según la altura de su punto prominente. El funcionario y Montaigne fueron siempre dos personajes distintamente separados. Por ser abogado o hacendista hay que desconocer las trapacerías que encierran ambas profesiones: un hombre cumplido no es responsable de los abusos o torpezas inherentes a su oficio, y no debe, sin embargo, rechazar el ejercicio del mismo; dentro está de la costumbre de su país, y en él se encierra provecho: no hay que vivir en el mundo y prevalerse de él, tal y como se le encuentra. Mas el juicio de un emperador ha de estar por cima de su imperio, y ha de verlo y considerarlo como accidente extraño, acertando a disfrutar individualmente y a comunicarse como Juan o Pedro, al menos consigo mismo.

Yo no sé obligarme tan profundamente y tan por entero cuando mi voluntad me entrega a un partido, no lo hace con tal violencia que mi entendimiento se corrompa. En los presentes disturbios de este Estado el interés propio no me llevó a desconocer ni las cualidades laudables de nuestros adversarios, ni las que son censurables en aquellos a quienes sigo. Todos adoran lo que pertenece a su bando: yo ni siquiera excuso la mayor parte de las cosas que corresponden al mío: una obra excelente no pierde sus méritos por litigar contra mí. Fuera del nudo del debate me mantuve con ecuanimidad y pura indiferencia; neque extra necessitates belli, praecipuum odium gero1362: de lo cual me congratulo tanto más, cuanto que comúnmente veo caer a todos en el defecto contrario: utatur motu animi, qui uti ratione non potest1363. Los que dilatan su cólera y su odio más allá de las funciones públicas, como hacen la mayor parte, muestran que esas pasiones surgen de otras fuentes y emanan de alguna causa particular, del propio modo que quien se cura de una úlcera no por ello   —377→   se limpia de la fiebre, lo cual prueba que ésta obedecía a una causa más oculta. Y es que no están sujetos a la cosa pública en común y en tanto que la misma lastima el interés de todos y el del Estado; la detestan sólo en cuanto les corroe en privado. He aquí por qué se pican de pasión particular más allá de la justicia y de la razón generales: non tam omnia universi, quam ea, quae ad quemque pertinerent, singuli carpebant1364. Quiero yo que la ventaja quede de nuestro lado, mas no saco las cosas de quicio si así no sucede. Me entrego resueltamente al más sano de los partidos, pero no deseo que se me señale especialmente como enemigo de los otros y por cima de la razón general. Acuso profundamente este vicioso modo de opinar: «Es de la liga porque admira la distinción del señor de Guisa. La actividad del rey de Navarra le pasma, pues es hugonote. Encuentra qué decir de las costumbres del monarca, pues es entrañablemente sedicioso»; y no concedí la razón al magistrado mismo al condenar un libro por haber puesto a un herético entre los mejores poetas del siglo. ¿No osaríamos decir de un ladrón que tiene la pierna bien formada? Porque una mujer sea prostituta, ¿necesariamente ha de olerle mal el aliento? En tiempos más cuerdos que éstos ¿se anuló el soberbio título de Capitolino, otorgado a Marco Manlio como guardador de la religión y libertad públicas? ¿Se ahogó la memoria de su liberalidad y de sus triunfos militares, ni la de las recompensas concedidas a su virtud porque fingió luego la realeza en perjuicio de las leyes de su país? Si toman odio a un abogado, al día siguiente pierde toda su elocuencia. En otra parte había del celo que empuja a semejantes extravíos a las gentes de bien, mas por lo que a mí respecta sé muy bien decir: «Hace malamente esto y virtuosamente lo otro.» De la propia suerte, en los pronósticos o acontecimientos siniestros de los negocios quieren que cada cual en el partido a que está sujeto sea cegado y entorpecido; que nuestra apreciación y nuestro juicio se encaminen, no precisamente a la verdad, sino al cumplimiento de nuestros anhelos. Más bien caería yo en el extremo contrario; tanto temo que mi voluntad me engañe, a más de desconfiar siempre supersticiosamente de las cosas que deseo.

En mi tiempo he visto maravillas en punto a la indiscreta y prodigiosa facilidad como los pueblos se dejan llevar y manejar por medio del crédito y la esperanza; fueron dando plazo y fue útil a sus conductores por cima de cien errores amontonados unos sobre otros, trasponiendo ensueños y fantasmas. Ya no me admiro de aquellos a quienes embaucan las ridiculeces de Apolonio y de Mahoma. El   —378→   sentido y el entendimiento de esos otros está enteramente ahogado en su pasión: su discernimiento no tiene a mano otra cosa sino lo que les sonríe y su causa reconforta. Soberanamente eché de ver esto en nuestro primer partido febril; el otro, que nació luego, imitándole le sobrepuja; por donde caigo en que la cosa es una cualidad inseparable de los errores populares; una vez el primero suelto, las opiniones se empujan unas a otras, según el viento que sopla, como las ondas; no se pertenece al cuerpo social cuando puede uno echarse a un lado, cuando no se sigue la común barahúnda. Mas en verdad se perjudica a los partidos justos cuando se los quiere socorrer con truhanes; siempre me opuse a ello por ser medio que sólo se conforma con cabezas enfermizas. Para con las sanas hay caminos más seguros (no solamente más honrados) a mantener los ánimos y a preservar los accidentes contrarios.

Nunca vio el cielo tan pujante desacuerdo como el de Pompeyo y César, ni en lo venidero lo verá tampoco; sin embargo, paréceme reconocer en aquellas hermosas almas una grande moderación de la una para con la otra. Era el que les impulsaba un celo de honor y de mando, que no los arrastraba al odio furioso y sin medida, sin malignidad ni maledicencia. Hasta en sus más duros encuentros descubro algún residuo de respeto y benevolencia, y entiendo que de haberles sido dable cada uno de ellos habría deseado cumplir la misión impuesta sin la ruina de su compañero más bien que con ella. ¡Cuán distinto proceder fue el de Sila y Mario! Conservad el recuerdo de este ejemplo.

No hay que precipitarse tan desesperadamente en pos de nuestras afecciones e intereses. Cuando joven, me oponía yo a los progresos del amor, que sentía internarse demasiado en mi alma, considerando que no llegaran a serme gratos hasta el extremo de forzarme y cautivarme por completo a su albedrío; lo mismo hago en cuantas ocasiones mi voluntad se prenda de un apetito extremo, ladeándome en sentido contrario de su inclinación, conforme lo veo sumergirse y emborracharse con su vino; huyo de alimentar su placer tan adentro que ya no me sea dable poseerlo de nuevo sin sangrienta pérdida. Las almas que por estultez no ven las cosas sino a medias gozan de esta dicha: las que perjudican las hieren menos; es ésta una insensibilidad espiritual que muestra cierto carácter de salud, de tal suerte que la filosofía no la desdeña; mas no por ello debemos llamarla prudencia, como a veces la llamamos. Alguien en lo antiguo se burló de Diógenes del modo siguiente: yendo el filósofo completamente desnudo en pleno invierno abrazaba una estatua de nieve con el fin de poner a prueba su resistencia, cuando aquél, encontrándole en esta disposición, le dijo: «¿Tienes ahora mucho frío? -Ninguno, respondió Diógenes.-   —379→   Entonces, repuso el otro, ¿qué pretendes hacer de ejemplar y difícil así como estás?» Para medir la constancia, necesariamente precisa conocer el sufrimiento.

Pero las almas que hayan de experimentar accidentes contrarios y soportar las injurias de la fortuna en la mayor profundidad y rudeza; las que tengan que pesarlas y gustarlas según su agriura natural y abrumadora, deben emplear su arte en no aferrarse en las causas del mal, apartándose de sus avenidas, como hizo el rey Cotys, quien pagó liberalmente la hermosa y rica vajilla que le presentaran, mas como era singularmente frágil, él mismo la rompió al punto para quitarse de encima de antemano una tan fácil causa de cólera para con sus servidores. Análogamente evité yo de buen grado la confusión en mis negocios, procurando que mis bienes no estuvieran contiguos a los que me tocan algo, ni a los que tengo que juntarme en amistad estrecha, de donde ordinariamente nacen gérmenes de querella y disensión. Antaño gustaba de los juegos de azar, ya fueran cartas o dados; ya los deseché ha largo tiempo, porque por excelente que apareciera mi semblante cuando perdía, siempre había en mí interiormente algún rasguño. Un hombre de honor que haya de soportar el ser como embustero considerado y experimentar además una ofensa hasta lo recóndito de las entrañas, el cual sea incapaz de adoptar una mala excusa como pago y consuelo de su desgracia, debe evitar la senda de los negocios dudosos y la de las altercaciones litigiosas. Yo huyo de las complexiones tristes y de los hombres malhumorados como de la peste; y en las conversaciones en que no puedo terciar sin interés ni emoción, para nada intervengo si el deber a ello no me fuerza: melius non incipient, quam desinent1365. Así, pues, es el medio más acertado de proceder el estar preparado, antes de que las ocasiones lleguen.

Bien sé que algunos hombres juiciosos siguieron camina distinto, comprometiéndose y agarrándose hasta lo vivo en muchas dificultades; estas gentes se aseguran de su fuerza, bajo la cual se ponen a cubierto en toda suerte de sucesos enemigos, haciendo frente a los males con el vigor de su paciencia:


    Velut rupes, vastum quae prodit in aequor,
obvia ventorum furiis, expostaque ponto,
vim cunctam atque minas perfet caelique marisque,
ipsa immota manens.1366



No intentemos seguir tales ejemplos, pues no serían prácticos para nosotros. Los revoltosos se obstinan en ver sin inmutarse la ruina de su país, que poseía y mandaba toda   —380→   su voluntad; para nuestras almas comunes hay en este modo de obrar rudeza y violencia extremadas. Catón abandonó la más noble vida que jamás haya existido; a nosotros, seres pequeñísimos, nos precisa huir la tormenta de más lejos. Es necesario proveer al sentimiento, no a la paciencia, y esquivar los golpes de que no sabríamos defendernos. Viendo Zenón acercársele Cremónides, joven a quien amaba, para sentarse junto a él, se levantó de repente; y como Cleanto lo preguntara la razón de tan súbito movimiento: «Entiendo, dijo, que los médicos aconsejan principalmente el reposo y prohíben la irritación de todas las inflamaciones.» Sócrates no dice: «No os rindáis ante los atractivos de la belleza, sino hacedla frente; esforzaos en sentido contrario.» «Huidla, es lo que aconseja, y correr lejos de su encuentro cual de un veneno activo que se lanza y hiere de lejos.» Y su buen discípulo, simulando o recitando, a mi entender más bien recitando que simulando, las raras perfecciones de aquel gran Ciro, le hace desconfiado de sus fuerzas en el resistir los atractivos de la belleza divina de aquella ilustre Pantea, sa cautiva, encomendando la visita y custodia a otros que tuvieran menos libertad que él. Y el Espíritu Santo mismo, dice ne nos inducas in tentationem1367; con lo cual no solamente rogamos que nuestra razón no se vea combatida y avasallada por la concupiscencia, sino que ni siquiera sea tentada; que no seamos llevados donde ni siquiera tengamos que tocar las cercanías, solicitaciones y tentaciones del pecado. Suplicamos a Nuestro Señor que mantenga nuestra conciencia tranquila, plena y cabalmente libre del comercio del mal.

Los que dicen dominar sin razón vindicativa o algún otro género de pasión penosa, a veces se expresan como en realidad las cosas son, mas no como acontecieron; nos hablan cuando las causas de su error se encuentran ya fortificadas y adelantadas por ellos mismos; pero retroceded un poco, llevad de nuevo las causas a su principio, y entonces los cogeréis desprevenidos ¿Quieren que su delito sea menor como más antiguo, y que de un comienzo injusto la continuación sea justa? Quien como yo desee el bien de su país sin ulcerarse ni adelgazarse, se entristecerá, mas no se desesperará, viéndole amenazado de ruina o de una vida, no menos desdichada que la ruina; ¡pobre nave, a quien las olas, los vientos y el piloto impelen a tan encontrados movimientos!»


       In tam diversa magister,
ventus, et unda, trabunt.1368



Quien por el favor de los príncipes no suspira como por aquello que para su existencia es esencial, no se cura gran   —381→   cosa de la frialdad que en su acogida dispensan, de su semblante ni de la inconstancia de su voluntad. Quien no incuba a sus hijos o sus honores con propensión esclava, no deja de vivir sosegadamente después de la pérdida de ambas cosas. Quien principalmente obra bien movido por su propia satisfacción, apenas si se inmuta viendo a los demás jugar torcidamente sus acciones. Un cuarto de onza de paciencia remedia tales inconvenientes. A mí me va bien con esta receta, librándome en los comienzos de la mejor manera, que me es dable, y reconozco haberme apartado por este medio de muchos trabajos y dificultades. A costa de poco esfuerzo detengo el movimiento primero de mis emociones y abandono el objeto, que comienza a abrumarme antes de que me arrastre. Quien no detiene el partir es incapaz de parar la carrera; quien no sabe cerrarlos la puerta no los expulsará ya dentro; y quien no puede acabar con ellos en los comienzos, tampoco acabará con el fin, ni resistirá la caída quien no acertó a sostener las agitaciones primeras: etenim ipsae se impellunt, ubi semel a ratione discessum est; ipsaque sibi imbecillitas indulget, in altumque provehitur imprudens, nec reperit locum consistendi1369. Yo advierto a tiempo los vientos ligeros que me vienen a tocar y a zumbar en el interior, precursores de la tormenta:


       Ceu flamina prima
quum deprensa fremunt silvis, et caeca volutant
murmura, venturos nautis prodentia ventos.1370



¿Cuántas veces no me hice yo una evidentísima injusticia por huir el riesgo de recibirlas todavía peores de los jueces, en un siglo de pesares, y de asquerosas y viles prácticas, más enemigos de mi natural que el fuego y el tormento? Convenit a litibus, quantum licet, et nescio an paulo plus etiam, quam licet, abhorrentem esse: est enim non modo liberale, paululum nonnunquam de suo jure decedere, sed interdum etiam fructuosum.1371 Si fuéramos cuerdos deberíamos regocijarnos y alabarnos, como vi hacerlo con toda ingenuidad a un niño de casa grande, quien se mostraba alegre ante todos porque su madre acababa de perder un proceso como si hubiera perdido su tos, su fiebre o cualquiera otra cosa importuna de guardar. Los favores mismos que el acaso pudiera haberme concedido, merced a relaciones y parentescos con personas que disponen   —382→   de autoridad soberana en esas cosas de justicia, hice cuanto pude, según mi conciencia, por huir de emplearlos en perjuicio ajeno por no hacer subir mis derechos por cima de su justo valor. En fin, tanto hice por mis días (en buena hora lo diga), que héteme aquí todavía virgen de procesos, los cuales no dejaron de convidarse muchas veces a mí servicio, y con razón, si mi oído hubiera consentido halagarse, virgen también de querellas, sin inferir ofensas graves, y sin haberlas recibido, mi vida se deslizó ya casi larga sin malquerencia alguna. ¡Singular privilegio del cielo!

Nuestras mayores agitaciones obedecen a causas y resortes ridículos: ¡cuántos trastornos no experimentó nuestro último duque de Borgoña por la contienda de una carretada de pieles de carnero!1372 Y el grabado de un sello, ¿no fue la primera y principal causa del más terrible hundimiento que esta máquina del universo haya jamás soportado? pues Pompeyo y César no son sino vástagos y la natural continuación de los dos otros. En mi tiempo vi a las mejores organizadas cabezas de este reino, congregadas con grave ceremonia y a costa del erario, para tratados y acuerdos, de los cuales la verdadera decisión pendía, con soberanía cabal, del gabinete de las damas y de la inclinación de alguna mujercilla. Los poetas abundaron en este parecer al poner la Grecia contra el Asia a sangre y fuego por una manzana. Haceos cargo de la razón que mueve a algunos para exponer su honor y su vida con su espada y su puñal en la mano; que os diga de dónde emana la razón del debate que le desquicia, y no podrá hacerlo sin enrojecer: ¡de tal suerte la ocasión es insignificante y frívola!

En los comienzos precisa sólo para detenerse un poco de juicio; pero luego que os embarcasteis, todas las cuerdas os arrastran. Hay necesidad de grandes provisiones de cautela, mucho más importantes y difíciles de poseer. ¡Cuánto más fácil es dejar de entrar que salir! Ahora bien, es necesario proceder de modo contrario a como crece el rosal, que produce en los comienzos un tallo largo y derecho, pero luego, cual si languideciera y de alimentos estuviera exhausto, engendra nudos frecuentes y espesos, como otras tantas pausas que muestran la falta le la constancia y vigor primeros: hay más bien que comenzar sosegada y fríamente, guardando los alientos y vigorosos ímpetus para el fuerte y perfección de la tarea. Guiamos los negocios en los comienzos y los tenemos a nuestro albedrío, mas después, cuando se pusieron en movimiento, ellos son los que nos guían y arrastran, forzándonos a que los sigamos.

Todo lo cual no quiere decir, sin embargo, que ese precepto   —383→   haya servido a descargarme de toda dificultad, sin experimentar, a las veces, dolor al sujetar y domar mis pasiones. Éstas no se gobiernan conforme las circunstancias lo exigen, y hasta sus principios mismos son rudos y violentos. Mas de todas suertes se alcanza economía y provecho, salvo aquellos que en el bien obrar no se contentan con ningún fruto cuando la reputación les falta, pues a la verdad semejante efecto saludable no es visible sino para cada uno en su fuero interno; con él os sentís más contentos, pero no alcanzáis estimación mayor, habiéndoos corregido antes de entrar en la danza y antes de que la cosa apareciera a la superficie. Mas de todos modos, no solamente en este particular, sino en todos los demás deberes de la vida, la senda de los que miran al honor es muy diversa de la que siguen los que tienden a la razón y al orden. Muchos veo que furiosa e inconsideradamente se arrojan en la liza, y que luego van con lentitud en la carrera. Como Plutarco afirma de aquellos que, por vergüenza, son blandos y fáciles en otorgar cuanto se les pide, quienes después son también fáciles en faltar a su palabra y en desdecirse, análogamente acontece que quien entra ligeramente en la contienda, está abocado a salir también ligeramente. La misma dificultad que me guarda de comenzarla, incitaríame a mantenerme en ella firme una vez en movimiento y animado. Aquél es un erróneo modo de proceder. Una vez que se metió uno dentro, hay que seguir o reventar. «Emprended fríamente, decía Bías, mas proseguid con ardor.» La falta de prudencia trae consigo la de ánimo, que es todavía menos soportable.

En el día, casi todas las reconciliaciones que siguen a nuestras contiendas, son vergonzosas y embusteras: lo que buscamos es cubrir las apariencias, mientras ocultamos y negamos nuestras intenciones verdaderas; ponemos en revoque los hechos. Nosotros sabemos cómo nos hemos expresado y en qué sentido, los asistentes lo saben también, y nuestros amigos, a quienes tuvimos por conveniente hacer sentir nuestra ventaja: mas a expensas de nuestra franqueza y del honor de nuestro ánimo desautorizamos nuestro pensamiento, buscando subterfugios en la falsedad para ponernos de acuerdo. Nos desmentimos a nosotros mismos para salvar el desmentir que a otro procuramos. No hay que considerar si a vuestra acción o a vuestra palabra pueden caber interpretaciones distintas; es vuestra interpretación verdadera y sincera la que precisa en adelante mantener, cuésteos lo que os cueste. Si habla entonces a vuestra virtud y a vuestra conciencia, que no son prendas de disfraz: dejemos estos viles procedimientos y miserables expedientes al ardid de los procuradores. Las excusas y reparaciones que veo todos los días poner en práctica, a fin de juzgar la indiscreción, me parecen más feas que la indiscreción   —384→   misma. Valdría menos ofenderle aun más, que ofenderse a sí mismo haciendo tal enmienda ante su adversario. Le desafiasteis y conmovisteis su cólera, y luego vais apaciguándole, y adulándole a sangre fría y sentido reposado. Ningún decir encuentro tan vicioso para un gentilhombre como el desdecirse; me parece vergonzoso cuando por autoridad se le arranca, tanto mas cuanto que la obstinación le es más excusable que la pusilanimidad. Las pasiones no son tan fáciles de evitar como difíciles de moderar: exscinduntur facilius animo, quam temperatur1373. Quien no puede alcanzar esta noble impasibilidad estoica que se guarezca en el regazo de mi vulgar impasibilidad; lo que aquellos practicaban por virtud, me habitué yo a hacerlo por complexión. La región media de la humanidad alberga las tormentas: las dos extremas (hombres filósofos y hombres rurales) concuerdan en tranquilidad y en dicha:


Felix, qui potuit rerum causas,
atque metus omnes et inexorabile fatum
subjecit pedibus, strepitumque Acherontis avari!
Fortunatus et ille, deos qui novit agrestes
Panaque, Silvanumque senem, Nymphasque sorores!1374



De todas las cosas los orígenes son débiles y entecos: por eso hay que tener muy abiertos los ojos en los preliminares, pues como entonces en su pequeñez no se descubre el peligro, cuando éste crece tampoco se echa de ver el remedio. Yo hubiera encontrado un millón de contrariedades cada día más difíciles de digerir, en la carrera de mi ambición, que difícil me fue detener la indicación natural que a ella me llevaba:


Jure perhorrui
late conspicuum tollere verticem.1375



Todas las acciones públicas están sujetas a interpretaciones inciertas y diversas, pues son muchas las cabezas que las juzgan. Algunos dicen de mis acciones de esta clase (y me satisface escribir una palabra sobre ello, no por lo que valer pueda, sino para que sirva de muestra a mis costumbres en tales cosas), que me conduje como hombre fácil de conmover, que fue lánguida mi afección al cargo. No se apartan mucho de la verdad. Yo procuro mantener mi alma en sosiego, lo mismo que mis pensamientos, quum semper natura, tum etiam aetate jam quietus1376; y si ambas   —385→   cosas se trastornan a veces ante alguna impresión ruda y penetrante, es en verdad a pesar mío. De semejante languidez natural no debe, sin embargo, sacarse ninguna consecuencia de debilidad (pues falta de cuidado y falta de sentido son dos cosas diferentes), y menos aún de desconocimiento e ingratitud hacia ese pueblo que empleó cuantos medios estuvieron en su mano para gratificarme antes y después de haberme conocido. E hizo por mí más todavía reeligiéndome para el cargo, que otorgándomelo por vez primera. Tan bien le quiero cuanto es dable, y en verdad digo, que si la ocasión se hubiera presentado todo lo hubiese arriesgado en su servicio. Tantos cuidados me impuse por él como por mí mismo. Es un buen pueblo guerrero y generoso, capaz, sin embargo, de obediencia y disciplina y de servir a las buenas acciones si es bien conducido. Dicen también que en el desempeño de este empleo pasé sin que dejara traza ni huella: ¡buena es ésa! Se acusa mi pasividad en una época en que casi todo el mundo estaba convencido de hacer demasiado. Yo soy ardiente y vivo donde la voluntad me arrastra, pero este carácter es enemigo de perseverancia. Quien de mí quiera servirse según mi peculiar naturaleza, que me procure negocios que precisen la libertad y el vigor, cuyo manejo sea derecho y corto, y, aun expuesto a riesgos; en ellos podrá hacer alijo de provecho: cuando la voluntad que solicitan es dilatada, sutil, laboriosa, artificial y torcida, mejor hará dirigiéndose a otro. No todos los cargos son de difícil desempeño: yo me encontraba preparado a atarearme algo más rudamente, si necesidad hubiera habido, pues en mi poder reside hacer algo más de lo que hago y que no es de mi gusto. A mi juicio, no dejé, que yo sepa, nada por realizar que mi deber me impusiera, y fácilmente olvidé aquellos otros que la ambición confunde con el deber y con su título encubre; éstos son, sin embargo, los que con mayor frecuencia llenan los ojos y los oídos, y los que a los hombres contentan. No la cosa, sino la apariencia los paga. Cuando no oyen ruido les parece que se duerme. Mis humores son contrarios a los que gustan del estrépito: reprimiría bien un alboroto con toda calma, lo mismo lo mismo que castigaría un desorden sin alterarme. ¿Tengo necesidad de cólera y de ardor? Pues los tomo a préstamo, y con ellos me disfrazo. Mis costumbres son blandas, más bien insípidas que rudas. Yo no acuso al magistrado que dormita, siempre y cuando que quienes de su autoridad dependan dormiten a su vez, porque entonces las leyes duermen también. Por lo que a mi toca, alabo la vida que se desliza obscura y muda: neque submissam et abjectam, neque se efferentem1377, mi destino así la quiere. Desciendo de una familia que vivió sin brillo ni tumulto, y de muy antiguo   —386→   particularmente ambiciosa de hombría de bien. Nuestros hombres están tan hechos a la agitación ostentosa, que la bondad, la moderación, la igualdad, la constancia y otras cualidades tranquilas y obscuras no se advierten ya; los cuerpos ásperos se advierten, los lisos se manejan imperceptiblemente; siéntese la enfermedad, la salud poco o casi nada, ni las cosas que nos untan comparadas con las que nos punzan. Es obrar para su reputación y particular provecho, no en pro del bien, el hacer en la plaza pública lo que puede practicarse en la cámara del consejo; y en pleno medio día lo que se hubiera hecho bien la noche precedente; y mostrarse celoso por cumplir uno mismo lo que el compañero ejecuta con perfección igual, así hacían algunos cirujanos de Grecia al aire libre las operaciones de su arte, puestos en tablados y a la vista de los pasantes, para alcanzar mayor reputación y clientela. Juzgan los que de tal modo obran, que los buenos reglamentos no pueden entenderse sino al son de la trompeta. La ambición no es vicio de gentes baladíes, capaces de esfuerzos tan mínimos como los nuestros. Decíase a Alejandro: «Vuestro padre os dejará una dominación extensa, fácil y pacífica»; este muchacho sentíase envidioso de las victorias de Filipo y de la justicia de su gobierno, y no hubiera querido gozar el imperio del mundo blanda y sosegadamente. Alcibíades en Platón prefiere más bien morir joven, hermoso, rico, noble y sabio, todo ello por excelencia, que detenerse siempre en el estado de esta condición: enfermedad es acaso excusable en un alma tan fuerte y tan llena. Pues cuando esas almitas enanas y raquíticas le van embaucando y piensan esparcir su nombre por haber juzgado a derechas de una cuestión, o relevado la guardia de las puertas de una ciudad, muestran tanto más el trasero cuanto esperan levantar la cabeza. Este menudo bien obrar carece de cuerpo y de vida; va desvaneciéndose en la primera boca, y no se pasea sino de esquina a esquina: hablad de estas vuestras grandezas a vuestro hijo o a vuestro criado, como aquel antiguo, que no teniendo otro oyente de sus hazañas, ni mayor testigo de su mérito se alababa ante su criada, exclamando: «¡Oh Petrilla, cuán galante y de talento es el hombre que tienes como amo!» Hablad con vosotros mismos, en última instancia, como cierto consejero de mi conocimiento, el cual, habiendo en una ocasión desembuchado una carretada de párrafos con no poco esfuerzo y de nulidad semejante, como se retirara de la cámara del consejo al urinario del palacio se le oyó refunfuñar entre dientes, de manera concienzuda: Non nobis, Domine, non nobis; sid nomini tuo da gloriam.1378 El que no de otro modo con su dinero se   —387→   paga. La fama no se prostituye a tan vil precio: las acciones raras y ejemplares que la engendran no soportarían la compañía de esta multitud innumerable de acciones insignificantes y diarias. Elevará el mármol vuestros títulos cuanto os plazca por haber hecho reparar un lienzo de muralla o saneado las alcantarillas de vuestra calle, mas no los hombres de buen sentido por tan nimia causa. La voz de la fama no acompaña a la bondad, si los obstáculos y la singularidad no la siguen: ni siquiera a la simple estimación es acreedor todo acto que la virtud engendra, según los estoicos tampoco quieren que en consideración se tenga a quien por templanza se abstiene de una vieja legañosa. Los que conocieron las admirables cualidades de Escipión el Africano rechazan la gloria que Panecio le atribuye de haber sido abstinente en dones, considerándola no tan suya como pertinente a todo su siglo. Cada cual posee las voluptuosidades al nivel de su fortuna; las nuestras son más naturales, y tanto más sólidas y seguras, cuanto son más bajas. Ya que por conciencia, no nos sea dable, al menos por ambición desechemos esta cualidad: menospreciemos esta hambre de nombradía y honor, miserable y vergonzosa, que nos los hace imaginar de toda suerte de gentes (quae est ista laus, quae possit e macello peti1379) por medios abyectos y a cualquier precio, por vil que sea: es deshonrarnos el ser honrados de este modo. Aprendamos a no ser más ávidos que capaces somos de gloria. Inflarse de toda acción útil o inocente, cosa es peculiar de aquellos para quienes es extraordinaria y rara: quieren que les sea pasada en cuenta por el precio que les cuesta. A medida que un buen efecto es más sonado, rebajo yo de su bondad la sospecha en que caigo de que sea más bien producto del ruido que de la virtud; así puesto en evidencia, está ya vendido a medias. Aquellas acciones son más meritorias que escapan de la mano del obrero descuidadamente y sin aparato, las cuales un hombre cumplido señala luego sacándolas de la obscuridad para iluminarlas a causa de su valer. Mihi quidem laudabiliora videntur omnia, quae sine venditatione et sine populo teste, fiunt1380, dice el hombre más glorioso del mundo.

El deber de mi cargo consistía únicamente en conservar y mantener las cosas en el estado en que las encontrara, que son efectos sordos e insensibles: la innovación lo es de gran lustre, pero está prohibida en estos tiempos en que vivimos deprisa, y de nada tenemos que defendernos si no es de las novedades. La abstinencia en el obrar   —388→   es a veces tan generosa como el obrar mismo, pero es menos brillante, y esto poco que yo valgo es casi todo de esta especie. En suma, las ocasiones en mi cargo estuvieron con mi complexión en armonía, por lo cual las estoy muy reconocido: ¿hay alguien que desee caer enfermo para ver a su médico atareado? ¿Y no sería necesario azotar al galeno que nos deseara la peste para poner en práctica su arte? Yo no he sentido ese humor injusto, pero asaz común, de desear que los trastornos y el mal estado de los negocios de esa ciudad realzaran y honraran mi gobierno, sino que presté de buen grado mis hombros para su facilidad y bienandanza. Quien no quiera agradecerme el orden de la tranquilidad dulce y muda que acompañó a mi conducta, al menos no puede privarme de la parte que me pertenece a título de buena estrella. Estoy yo de tal suerte constituido, que gusto tanto ser dichoso como cuerdo, y deber mi buena fortuna puramente a la gracia de Dios que al intermedio de mis actos. Había terminantemente, con abundancia sobrada, echado a volar ante el mundo mi incapacidad en tales públicos manejos, y lo peor todavía es que esta insuficiencia apenas me contraría, y no busco siquiera el medio de curarla, visto el camino que a mi vida he asignado. Tampoco en este negocio a mí mismo me procuré satisfacción, pero llegué con escasa diferencia a realizar mis propósitos, y así sobrepujé con mucho lo prometido a las personas con quienes tenía que habérmelas, pues ofrezco de buen grado un poco menos de aquello que espero y puedo cumplir. Estoy seguro de no haber dejado ofendidos ni rencorosos: en cuanto a sentimiento y deseo de mi persona, por lo menos bien asegurado de que tal no fue mi propósito:


       Mene huic confidere monstro!
Mene salis placidi vultum, fluctusque quietos
ignorare!1381






ArribaAbajoCapítulo XI

De los cojos


Hace dos o tres años que se acorta en diez días el año en Francia. ¡Cuántos cambios seguirán a esta reforma! Esto ha sido, en verdad, remover el cielo y la tierra juntamente. Sin embargo, nada se mueve de su lugar; para mis vecinos es la misma la hora de la siembra y la de la cosecha; el momento oportuno de sus negocios, los días aciagos y propicios, encuéntranlos en el mismo lugar donde los hallaron   —389→   en todo tiempo: ni el error se echaba de ver en nuestros usos, ni la enmienda tampoco se descubre. ¡A tal punto nuestra incertidumbre lo envuelve todo, y tanto nuestra percepción es grosera, obscura y obtusa! Dicen que este ordenamiento podía arreglarse de una manera menos dificultosa, sustrayendo, a imitación de Augusto, durante algunos años, un día de los bisiestos, el cual, así como así, viene a ser cosa de obstáculo y trastorno, hasta que se hubiera llegado a satisfacer exactamente esa deuda, lo cual ni siquiera se hace con la corrección gregoriana, pues permanecemos aún atrasados en algunos días. Si por un medio semejante se pudiera proveer a lo porvenir ordenando que al cabo de la revolución de tal número de años aquel día extraordinario fuese siempre suprimido, con ello nuestro error no podría exceder en adelante de veinticuatro horas. No tenemos otra cuenta del tiempo si no es los años; ¡hace tantos siglos que el mundo los emplea! y, sin embargo, todavía no hemos acabado de fijarla, de tal suerte que dudamos a diario de la forma que las demás naciones diversamente los dieron y cuál en ellas era su uso. ¿Y qué pensar de lo que algunos opinan sobre que los cielos se comprimen hacia nosotros envejeciendo, lanzándonos en la incertidumbre hasta de horas, días y meses? Es lo que Plutarco dice, que todavía en su época la astrología no había acertado a determinar los movimientos de la luna. ¡Nuestra situación es linda para tener registro de las cosas pasadas!

Pensando en lo precedente fantaseaba yo, como de ordinario acostumbro, cuánto la humana razón es un instrumento libre y vago. Comúnmente veo que los hombres, en los hechos que se les proponen, se entretienen de mejor grado en buscar la razón que la verdad. Pasan por cima de aquello que se presupone, pero examinan curiosamente las consecuencias: dejan las cosas, y corren a las causas. ¡Graciosos charlatanes! El conocimiento de las causas toca solamente a quien gobierna las cosas, no a nosotros, que no hacemos sino experimentarlas, y que disponemos de su uso perfectamente cabal y cumplido, conforme a nuestras necesidades, sin penetrar su origen y esencia; ni siquiera el vino es más grato a quien conoce de él los principios primeros. Por el contrario, así el cuerpo como el espíritu interrumpen y alteran el derecho que les asiste al empleo del mundo y de sí mismos, cuando a ello añaden la idea de ciencia: los efectos nos incumben, pero los medios en modo alguno. El determinar y distribuir pertenecen a quien gobierna y regenta, como el aceptar ambas cosas a la sujeción y aprendizaje. Vengamos a nuestra costumbre. Ordinariamente así comienzan: «¿Cómo aconteció esto?» «¿Aconteció?» habría que decir simplemente. Nuestra razón es capaz de engendrar cien otros mundos descubriendo,   —390→   al par de ellos, sus fundamentos y contextura. No la precisan materiales ni base: dejadla correr, y lo mismo edificará sobre el vacío que en el lleno, así de la nada como de cal y canto:


Dare pondus idonea fomo.1382



En casi todas las cosas reconozco que precisaría decir: «Nada hay de lo que se cree»; y repetiría con frecuencia tal respuesta, pero no me atrevo, porque gritan que el hablar así es una derrota que reconoce por causa la debilidad de espíritu y la ignorancia, y ordinariamente he menester hacer el payaso ante la sociedad tratando de cosas y cuentos frívolos en que nada creo rotundamente. A más de esto, es algo rudo y ocasionado a pendencias el negar en redondo la enunciación de un hecho, y pocas gentes dejan principalmente en las cosas difíciles de creer, de afirmar que las vieron o de alegar testimonios cuya autoridad detiene nuestra contradicción. Siguiendo esta costumbre conocemos los medios y fundamentamos de mil cosas que jamás acontecieron, y el mundo anda a la greña por mil cuestiones, de las cuales son falsos el pro y el contra. Ita finitima sunt falsa veris... ut in praecipitem locum non debeat se sapiens committere.1383

La verdad y la mentira muestran aspectos que se conforman; el porte, el gusto y el aspecto de una y otra, son idénticos: mirámoslas con los mismos ojos. Creo yo que no solamente somos débiles para defendernos del engaño, sino que además le buscamos convidándole para aferrarnos en él: gustamos embrollarnos en la futilidad como cosa en armonía con nuestro ser.

En mi tiempo he visto el nacimiento de algunos milagros, y aun cuando al engendrarse ahogasen no por ello dejamos de prever la marcha que hubieran seguido si hubiesen vivido su edad, pues no hay más que dar con el cabo del hilo para confabular hasta el hartazgo; y hay mayor distancia de la nada a la cosa más pequeña del universo, que de ésta a la más grande. Ahora bien, los primeramente abrevados en este principio de singularidad, viniendo a esparcir su historia, echan de ver por las oposiciones que se les hacen, el lugar dolido radica la dificultad de la persuasión, y van tapándolo con materiales falsos; a más de que: insita hominibus libidine alendi de industria rumores1384, nosotros consideramos como caso de conciencia el devolver lo que se nos prestó con algún aditamento de nuestra   —391→   cosecha. El error particular edifica primeramente el error público, y éste a su vez fabrica el particular. Así van todas las cosas de este edificio elaborándose y formándose de mano en mano, de manera que el más apartado testimonio se encuentra mejor instruido que el más cercano, y el último informado, mejor persuadido que el primero. Todo lo cual es mi progreso natural, pues quien cree alguna cosa, estima obra caritativa hacer que otro la preste crédito, y para así obrar nada teme en añadir de su propia invención cuanto necesita su cuento para suplir a la resistencia y defecto que cree hallar en la concepción ajena. Yo mismo, que hago del mentir un caso de conciencia, y que no me cuido gran cosa de dar crédito y autoridad a lo que digo, advierto, sin embargo, en las cosas de que hablo, que hallándome excitado por la resistencia, de otro o por el calor propio de mi narración, engordo e inflo mi asunto con la voz, los movimientos, el vigor y la fuerza de las palabras, y aun cuando sea por extensión y amplificación, no deja de padecer algo la verdad ingenua, pero, sin embargo, yo así obro a la condición de que ante el primero que me lleva al buen camino, preguntándome la verdad cruda y desnuda, súbito abandono mi esfuerzo y se la doy sin exageración, sin énfasis ni rellenos. La palabra ingenua y abierta, como es la mía ordinaria, se lanza fácilmente a la hipérbole. A nada están los hombres mejor dispuestos que a abrir paso a sus opiniones, y cuando para ello el medio ordinario nos falta, empleamos nuestro mando, la fuerza, el hierro y el fuego. Desdichado es que la mejor piedra de toque de la verdad sea la multitud de creyentes, en medio de una confusión en que los locos sobrepujan con tanto a los cuerdos en número. Quasi vero quidquam sit tam valde, quam nihil sapere, vulgare.1385 Sanitatis patrocinium est, insanientium turba.1386 Cosa peliaguda es el asentar su juicio frente a las opiniones comunes: la persuasión primera, sacada del objeto mismo, se apodera de los sencillos, de los cuales se extiende a los más hábiles, por virtud de la autoridad del número y de la antigüedad de los testimonios. En cuanto a mí, por lo mismo que no creeré a uno, tampoco creeré a ciento, y no juzgo de las opiniones por el número de años que cuentan.

Poco ha que uno de nuestros príncipes, en quien la gota había aniquilado un hermoso natural y un templo alegre, se dejó tan fuertemente persuadir con lo que le contaron de las operaciones maravillosas que ejecutaba un sacerdote, el cual por medio de palabras y gestos sanaba todas las enfermedades, que hizo un largo viaje para dar con él, y   —392→   hallándole adormeció sus piernas durante algunas horas, por virtud de la fuerza de su propia fantasía, de tal suerte que en el instante no le fue mal. Si el acaso hubiese dejado amontonar cinco o seis ocurrencias semejantes habrían éstas bastado para considerar la cosa como puro milagro de la naturaleza. Después se vio tanta sencillez y tan poco arte en la arquitectura de tales obras, que se juzgó al eclesiástico indigno de todo castigo: lo propio experimentaría en la mayor parte de las cosas de este orden quien las examinara en su yacimiento. Miramur ex intervallo fallentia1387: así nuestra vista representa de lejos extrañas imágenes que se desvanecen al acercarnos: numquam ad liquidum fama perducitur1388.

¡Maravilla es de cuán fútiles comenzamientos y frívolas causas nacen ordinariamente tan famosas leyendas! Esta misma circunstancia imposibilita la información, pues mientras se buscan razones y fines sólidos y resistentes, dignos de una tan grande nombradía, se pierden de vista las verdaderas, las cuales escapan a nuestras miradas por su insignificancia. Y a la verdad se ha menester en tales mientes un muy prudente, atento y sutil inquiridor, indiferente y en absoluto despreocupado. Hasta los momentos actuales, todos estos milagros y acontecimientos singulares se ocultan ante mis ojos. En el mundo no he visto monstruo ni portento más expreso que yo mismo: nos acostumbramos por hábito a todo lo extraño, con el concurso del tiempo; pero cuanto más me frecuento y reconozco, más mi deformidad me pasma y menos yo mismo me comprendo.

La causa primordial que preside al engendro y adelantamiento de accidentes tales, está al acaso reservada. Pasando anteayer por un lugar, a dos leguas de mi casa, encontré la plaza caliente todavía a causa de un milagro cuya farsa acababa de descubrirse, por el cual el vecindario había estado inquieto varios meses: ya las comarcas vecinas empezaban a conmoverse y de todas partes a correr en nutridos grupos de todas suertes al teatro del suceso. Un mozo del pueblo se había divertido simulando de noche en su casa la voz de un espíritu, sin otras miras que gozar de una broma pasajera, pero habiéndole esto producido algo mejor efecto del que esperaba, a fin de complicar más la farsa, asoció a ella una aldeana completamente estúpida y tonta, reuniéndose, por fin, tres personas de la misma edad y capacidad análoga, y trocándose la cosa de privada en pública. Ocultáronse bajo el altar de la iglesia, hablaron sólo por la noche y prohibieron que se llevaran luces: de palabras que tendían a la conversión de los pecadores y a las amenazas del juicio final (pues éstas son cosas bajo   —393→   cuya autoridad la impostura se guarece con facilidad mayor) fueron a dar en algunas visiones y movimientos tan necios y ridículos, que apenas si hay nada tan infantil en los juegos de niños. Mas de todas suertes, si el acaso hubiera prestado algún tanto su favor a la ocurrencia, ¡quién sabe las proporciones que hubiera alcanzado la mojiganga! Estos pobres diablos están ahora a buen recaudo: cargarán, sin duda, con la torpeza común y no sé si algún juez se vengará sobre ellos de la suya propia. El portento éste se ve con toda claridad, porque fue descubierto, pero en muchas cosas de índole parecida, que exceden nuestro conocimiento, soy de entender que suspendamos nuestro juicio, lo mismo en el aprobar que en el rechazar.

En el mundo se engendran muchos abusos, o para hablar con resolución mayor, todos los abusos del mundo nacen de que se nos enseña a temer el hacer de nuestra ignorancia profesión expresa. Así nos vemos obligados a acoger cuanto no podemos refutar, hablando de todas las cosas por preceptos y de manera resolutiva. La costumbre romana obligaba que aun aquello mismo que un testigo declaraba por haberlo visto con sus propios ojos, y lo que un juez ordenaba, inspirado por su ciencia más certera, fuese concebido en estos términos: «Me parece.» Se me hace odiar las cosas verosímiles cuando me las presentan como infalibles: gusto de estas palabras, que ablandan y moderan la temeridad de nuestras proposiciones: «Acaso, En algún modo, Alguno, Se dice, Yo pienso», y otras semejantes; y si yo hubiera tenido que educar criaturas, las habría de tal modo metido en la boca esta manera de responder, investigadora, y no resolutiva: «¿Qué quiere decir? No lo entiendo, Podría ser, ¿Es cierto?» que hubieran más bien guardado la apariencia de aprendices a los sesenta años que no el representar el papel de doctores a los diez, como acostumbran. Quien de ignorancia quiere curarse, es preciso que la confiese.

Iris es hija de Thaumas: la admiración es el fundamento de toda filosofía, la investigación, el progreso, la ignorancia, el fin. Y hasta existe alguna ignorancia sólida y generosa que nada debe en honor ni en vigor a la ciencia, la cual, para ser concebida, no exige menos ciencia que para penetrar la ciencia misma. Yo vi en mi infancia un proceso que Coras (magistrado tolosano) hizo imprimir, de una naturaleza bien rara: tratábase de dos hombres que se presentaban uno por otro. Recuerdo del caso solamente, y no me acuerdo más que de esto, que aquel auxiliar de la justicia convirtió la impostura del que consideró culpable en tan enorme delito, y excediendo de tan lejos nuestro conocimiento y el suyo propio que era juez, que encontré temeridad singular en la sentencia que condenaba a la horca a uno de los reos. Admitamos alguna fórmula jurídica que   —394→   diga: «El tribunal no entiende jota en el asunto», con libertad e ingenuidad mayores de las que usaron los areopagitas, quienes hallándose en grave aprieto con motivo de una causa que no podían desentrañar, ordenaron que las volvieran pasados cien años.

Las brujas de mi vecindad corren riesgo de su vida, a causa del testimonio de cada nuevo intérprete que viene a dar cuerpo a sus soñaciones. Para acomodar los ejemplos que la divina palabra nos ofrece en tales cosas (ejemplos ciertísimos e irrefutables), y relacionarlos con nuestros, acontecimientos modernos, puesto que nosotros no vemos de ellos ni las causas ni los medios, precisa otro espíritu distinto del nuestro: acaso exclusivamente pertenece sólo a ese poderosísimo testimonio el decirnos: «Esto y aquello son milagro, y no esto otro.» Dios debe ser creído; razón cabal es que lo sea, mas no cualquiera de entre nosotros que se pasma con su propia relación (y nada más natural si no está loco), ya relate ajenas cosas o portentos propios. Mi contextura es pesada y se atiene un poco a lo macizo y verosímil, esquivando las censuras antiguas: Majorem fidem homines adhibent iis, quae non intelligunt. -Cupidine humani ingenii, libentius obscura creduntur.1389 Bien veo que la gente se encoleriza, y que se me impide dudar bajo la pena de injurias execrables; ¡novísima manera de persuadir! Gracias a Dios, mi crédito no se maneja a puñetazos. Que se irriten contra los que acusan de falsedad sus opiniones, yo no los achaco sino la dificultad y lo temerario, y condeno la afirmación opuesta igualmente como ellos, si no tan imperiosamente. Quien asienta sus opiniones a lo matón e imperiosamente, de sobra deja ver que sus razones son débiles. Cuando se trata de un altercado verbal y escolástico, muestren igual apariencia que sus contradictores: videantur sane non affirmentur modo1390; mas en la consecuencia efectiva que deducen, estos últimos llevan la ventaja. Para matar a las gentes precisa una claridad luminosa y nítida, y nuestra vida es cosa demasiado real y esencial para salir fiadora de esos accidentes sobrenaturales y fantásticos.

En cuanto a las drogas y venenos, los dejo a un lado, por ser puros homicidios de la índole más detestable. Sin embargo, aun en esto mismo dicen que no hay que detenerse siempre en la propia confesión de estas gentes, pues a veces se vio que algunos se acusaron de haber muerto a personas que luego se encontraban vivas y rozagantes. En esas otras extravagancias, diría yo de buena gana que es ya   —395→   suficiente el que un hombre, por recomendaciones que le adornen sea creído en aquello puramente humano: en lo que se aparta de su concepción, en lo que es de índole sobrenatural, debe solamente otorgársele crédito cuando una aprobación sobrenatural también lo revistió de autoridad. Este privilegio, que plugo a Dios conceder a algunos de nuestros testimonios no debe ser envilecido ni a la ligera comunicado. Aturdidos están mis oídos con patrañas como ésta: «Tres le vieron en tal día en levante. Tres le vieron al siguiente día en occidente, a tal hora, en tal lugar, así vestido.» En verdad digo que ni a mí mismo me creería. ¡Cuánto más natural y verosímil encuentro yo el que dos hombres mientan que no el que un mismo hombre, en el espacio de doce horas, corra con los vientos de oriente a occidente; cuánto más sencillo que nuestro magín sea sacado de quicio por la volubilidad de nuestro espíritu destornillado, que el que cualquiera de nosotros escape volando, caballero en una escoba, por cima de la chimenea de su casa, en carne y hueso, impulsado por un extraño espíritu! No busquemos fantasmagorías exteriores y desconocidas, nosotros que estamos perpetuamente agitados por ilusiones domésticas y peculiares. Paréceme que se es perdonable descreyendo una maravilla, al menos cuando es dable rechazarla con razones no maravillosas, y con san Agustín entiendo «que vale más inclinarse a la duda que a la certeza en las cosas de difícil prueba, y cuya creencia es nociva».

Hace algunos años visité las tierras de un príncipe soberano, quien por serme grato y al par por acabar con mi incredulidad, me concedió la gracia de mostrarme en su presencia, en lugar reservado, diez o doce prisioneros de esta clase; entre ellos había una vieja bruja, en grado superlativo fea y deforme, famosísima de muy antiguo en esta profesión. Vi de cerca las pruebas, libres confesiones y no saqué marca insensible en el cuerpo de esta pobre anciana; me informé y hablé a mi gusto con la más sana atención de que fui capaz (y no soy hombre, que deje agarrotar mi juicio por preocupación alguna); pues bien, en fin de cuentas y con toda conciencia, hubiera yo ordenado el elaboro mejor que la cicuta a todas aquellas gentes: captisque res magis mentibus, quam consceleratis, similis visa1391; la justicia cuenta con remedios apropiados para enfermedades tales. En cuanto a las oposiciones y argumentos que algunos hombres cumplidos me hicieran en aquel mismo lugar y en otros, ninguno oí que me sujetara y que no tuviera solución siempre más verosímil que las conclusiones presentadas. Bien es verdad que las pruebas y razonamientos fundados en la experiencia y en los hechos, en modo   —396→   alguno los desato; como éstos no tienen fin los corto a veces, como Alejandro su nudo. Después de todo es poner sus conjeturas muy altas el cocer a un hombre vivo.

Refiérense ejemplos varios, entre otros el de Prestancio de su padre, el cual, amodorrado más pesadamente que con el sueño perfecto, creyó haberse convertido en yegua y servir de acémila a unos soldados; y, en efecto, lo que fantaseaba sucedía. Si los brujos sueñan así cabales realidades, si los sueños pueden a veces trocarse en cosa tangible, creo yo que nuestra voluntad para nada tendría que habérselas con la justicia. Esto que digo, entiéndase como emanado de un hombre que ni es juez ni consejero de reyes, y que, con muelle, se cree indigno de tales cargos, sino de persona del montón, nacida y consagrada a la obediencia de la razón pública, en hechos y en sus dichos. Quien tomara en cuenta mis ensueños en perjuicio de la más raquítica ordenanza de villorrio, o bien contra sus opiniones y costumbres, se inferiría grave daño y a mí juntamente; pues en todo cuanto digo no sustento otra certeza que la que se albergaba en mi pensamiento cuando lo escribí; tumultuario y vacilante pensamiento. Yo hablo de todo a manera de plática, y de nada en forma de consejo; nec me pudet, ut istos, fateri nescire quod nesciam1392: no sería tan grande mi arrojo al hablar si tuviera derecho a ser creído; y así respondí a un caballero que se quejaba de la rudeza y contención de mis razones. Viéndoos convencidos y preparados hacia un partido, os propongo el otro con todo el cuidado que puedo para aclarar vuestro juicio, no para obligarle. Dios que retiene vuestros ánimos os procurará medio de escoger. No soy tan presuntuoso para creerme ni siquiera capaz de desear que mis opiniones ocasionaran cosa de tal magnitud: mi fortuna no las enderezó a conclusiones tan elevadas y poderosas. Verdaderamente, no sólo mis complexiones son numerosas, sino que mis pareceres lo son también, de los cuales haría que mi hijo repugnara, si le tuviera. ¿Y qué decir, además, si los más verdaderos no son siempre los más ventajosos para el hombre? ¡tan salvaje es su naturaleza!

A propósito, o fuera de propósito, poco importa: dícese en Italia, como común proverbio, que desconoce a Venus en su dulzura perfecta, quien no se acostó con una coja. La casualidad, o alguna circunstancia particular, pusieron hace largo tiempo esas palabras en boca del pueblo, y se aplican lo mismo a los machos que a las hembras, pues la reina de las amazonas contestó al escita que la invitaba al amor: imagen1393, «el cojo lo hace mejor». En esta república femenina, para escapar a la dominación de los   —397→   varones, las mujeres los inutilizaban desde la infancia brazos y piernas y otros miembros que los procuraban ventaja sobre ellas, y empleaban a los machos en lo que empleamos a las hembras por acá. Hubiera yo supuesto que el movimiento desconcertado de la coja, proveía de algún nuevo placer a la tarea, y de alguna punzante dulzura a los que lo experimentan, pero acaban de decirme que la propia filosofía antigua decidió de la causa: las piernas y los muslos de las cojas, como no reciben, a causa de su imperfección, el alimento que les es debido, acontece que las partes genitales, que están por cima, se ven más llenas, nutridas y vigorosas; o bien que el defecto de la cojera, imposibilitando el ejercicio a los que la padecen, disipa menos sus fuerzas, las cuales llegan así más enteras a los juegos de Venus: precisamente la razón misma por donde los griegos desacreditaban a las tejedoras, diciendo que eran más ardorosas que las demás mujeres, a causa del oficio sedentario que ejercían, sin que dieran movimiento al cuerpo. ¿Y de dónde no podemos sacar razones que valgan tanto como las enunciadas? Por ejemplo, podría yo también decir que el zarandeo que su trabajo les imprime, así sentadas, las despierta y solicita, como a las damas el vaivén y temblequeteo de sus carrozas.

¿No justifican estos ejemplos lo que dije al comienzo de este capítulo, o sea que nuestras razones anticipan los efectos y que los límites de su jurisdicción son tan infinitos, que juzgan y se ejercen en la nada misma y en el no ser? A más de la flexibilidad de nuestra inventiva para forjar argumentos a toda suerte de soñaciones, nuestra fantasía es igualmente fácil en el recibir impresiones de las cosas falsas, merced a las apariencias más frívolas, pues por la sola autoridad del uso antiguo y público de aquel decir, antaño llegué yo a creer recibir placer mayor de una dama porque no andaba como las demás, e incluí esta imperfección en el número de sus gracias.

En la comparación que Torcuato Tasso establece entre Francia e Italia, dice haber advertido que nosotros tenemos las piernas más largas y delgadas que los caballeros italianos, y de ello atribuye la causa a nuestra costumbre de ir continuamente a caballo, que es precisamente la misma razón que Suetonio alega para deducir una conclusión contraria, pues dice que las de Germánico habían engordado por el mismo constante ejercicio. Nada hay tan flexible ni errático como nuestro entendimiento: es el coturno de Theramenes, adecuado a toda suerte de pies: es doble y diverso, lo mismo que los objetos en que se ejercita. «Dame una dragma de plata», decía un filósofo cínico a Antígono. «No es presente digno de un rey», respondió este. «Pues dame un talento.-Ese no es presente digno de un cínico», repuso.

  —398→  

Seu plures calor ille vias et caeca relaxat
spiramenta, novas veniat qua succus in herbas;
seu durat magis, et venas adstringit hiantes;
ne tenues pluviae, rapidive potentia solis
acrior, aut Boreae penetrabile frigus adurat.1394



Ogni medaglia ha il suo riverso.1395 He aquí por qué Clitómaco decía en lo antiguo, que Carneades había soprepujado los trabajos de Hércules, como hubiera arrancado de los hombres el consentimiento, es decir, la idea y temeridad del juzgar. Esta tan vigorosa fantasía de Carneades nació a mi ver en aquellos siglos de la insolencia de los que hacen profesión de saber, y de su audacia desmesurada. Pusieron en venta a Esopo juntamente con otros dos esclavos: el comprador se informó de uno de ellos sobre lo que sabía hacer, y éste dijo que lo sabía hacer todo; que era maestro de esto y lo otro, respondiendo portentos y maravillas: el segundo habló por igual tenor, o se infló más todavía, y cuando llegó para Esopo el momento de contestar sobre su ciencia: «Nada sé hacer, dijo, pues éstos lo abarcaron todo.» Aconteció lo propio en la escuela de la filosofía: la altivez de los que atribuyen al espíritu humano la capacidad de todas las cosas suscitó en otros, por despecho y emulación, la idea de que no es capaz de ninguna: los unos ocupan en la ignorancia la misma extremidad que los otros en la ciencia, a fin de que no pueda negarse que el hombre no es en todo inmoderado, y que para él no hay más sujeción posible que la necesidad e impotencia de pasar adelante.




ArribaAbajoCapítulo XII

De la fisonomía


Casi todas nuestras, opiniones las adoptamos por autoridad y al fiado: en ello no hay ningún mal, pues no podríamos escoger peor camino que el de dilucidar por nuestra propia cuenta en un siglo tan enteco. Aquella imagen de los discursos de Sócrates, que sus amigos nos dejaron, acogémosla a causa de la reverente aprobación pública, no por virtud de nuestro conocimiento; las razones socráticas se apartan de nuestro uso. Si viniera hoy al mundo algo parecido, habría pocos hombres que lo apreciasen. Sólo advertimos las gracias del espíritu cuando son puntiagudas, o están hinchadas o infladas de artificio: las que corren   —399→   bajo la ingenuidad o la sencillez, escapan fácilmente a una vista grosera como la nuestra, por poseer una belleza delicada y oculta: precisa una mirada límpida y bien purgado para descubrir ese secreto resplandor. ¿No es la ingenuidad, a nuestro entender, hermana de la simpleza y cualidad censurable? Sócrates agita su alma con movimiento natural y común; así se expresa un campesino, así habla una mujer; jamás de su boca salen otros nombres que los de cocheros, carpinteros, remendones y albañiles: todos sus símiles o inducciones, sacados están de las más vulgares y conocidas acciones de los hombres; todos le entienden. Bajo una forma vil, nunca hubiéramos entresacado las noblezas y esplendor de sus admirables concepciones, nosotros que consideramos chabacanas y bajas todas aquellas que la doctrina no encarama, y que no advertimos la riqueza sino cuando la rodean la pompa y el aparato. A la ostentación sola está habituado nuestro mundo: de viento sólo se inflan los hombres y a saltos se manejan, como las pelotas de goma huecas. Sócrates no encaminó sus miras hacia las vanas fantasías; su fin fue proveernos de preceptos y máximas, que real y conjuntamente sirviesen para el gobierno de nuestra vida;


       Servare modum, finemque tenere,
naturamque sequi.1396



Fue también siempre uno e idéntico, y se elevó no por arranques y arrebatos, sino por peculiar complexión al postrer extremo de fortaleza; o, para hablar mejor, no se elevó nada, hizo más bien descender, conduciéndolas a su punto original y natural, las asperezas y dificultades, y las sometió su vigor; pues en Catón se ve bien a las claras una actitud rígida, muy por cuna de las ordinarias. En las valientes empresas de su vida y en su muerte, véselo siempre, montado en zancos. Sócrates toca la tierra, y con paso común y blando trata los más útiles discursos, conduciéndose, así en la hora de su fin como en las más espinosas dificultades que puedan imaginarse, con el andar propio de la vida humana.

Acaeció, por fortuna, que el hombre más digno de ser conocido y de ser presentado al mundo como ejemplo, es aquel de quien tengamos conocimiento más cierto: su existencia fue aclarada por los hombres más clarividentes que jamás hayan sido, y los testimonios que de él llegaron a nosotros, son admirables en fidelidad y en capacidad juntamente. Admirable cosa es, en efecto, haber podido comunicar tal orden a las puras fantasías de un niño, de suerte que, sin alterarlas ni agrandarlas, hayan reproducido más hermosos efectos de nuestra alma; no la representa   —400→   elevada ni rica; la muestra sólo sana, mas de una cabal y alegrísima salud. Merced a estos resortes naturales y vulgares, y a estas fantasías ordinarias y comunes, sin conmoverse ni violentarse, enderezó no solamente las más ordenadas, sino las más elevadas y vigorosas acciones y costumbres que jamás hayan existido. Él es quien nos trajo del cielo, donde nada tenía que hacer, la humana sabiduría, para devolvérsela al hombre, de quien constituye, la tarea más justa y laboriosa. Vedle defenderse ante sus jueces; ved con qué razones despierta su vigor en los azares de la guerra; qué argumentos fortifican su paciencia contra la calumnia, la tiranía, la muerte, contra la mala cabeza de su mujer; nada hay en todo ello a que las artes y las ciencias contribuyeran: los más sencillos reconocen allí sus fuerzas y sus medios; imposible es marchar de un modo más humilde. Soberano favor prestó a la humana naturaleza, mostrándola cuánto puede por sí misma.

Cada uno de nosotros es más rico de lo que piensa, pero se nos habitúa al préstamo y a la mendiguez; se nos acostumbra a servirnos de lo ajeno más que de lo nuestro. En nada acierta el hombre a detenerse en el preciso punto de su necesidad: en goces, riqueza y poderío abraza más de lo que puede estrechar; su avidez es incapaz de moderación. Yo creo que en la curiosidad que al saber nos impulsa ocurre lo propio: el hombre se prepara mucho mayor trabajo del que puede realizar, y mucho más de lo que tiene que hacer, ampliado la utilidad del saber otro tanto que su materia: ut omnium rerum, sic litterarum quoque, intemperantia laboramus1397. Tácito alaba, con razón, a la madre de Agrícola, por haber reprimido en su hijo el demasiado ardoroso apetito de ciencia.

Y bien mirado es un bien que, como todos los otros bienes de los hombres, encierra mucha vanidad y debilidad, propios y naturales, y además de caro coste. Su adquisición es mucho más arriesgada que la de toda otra comida o bebida, pues en todas las demás cosas lo que compramos llevámoslo a nuestra casa en alguna vasija, y luego podemos examinar su valor, cuándo y a qué hora lo tomaremos, mas las ciencias no podemos, en los comienzos, colocarlas en otro recipiente que nuestra alma; las absorbemos al comprarlas, y salimos de la compra inficionados o enmendados: las hay que no hacen sino empeorarnos y recargarnos, en lugar de sustentarnos; y otras que, so pretexto de curarnos, nos envenenan. Pláceme el que algunos hombres, por devoción, hagan voto de ignorancia, como de castidad, pobreza y penitencia, pues es también castrar desordenados apetitos, enervar el ansia que nos empuja al estudio de los libros y privar al alma de esta voluptuosa   —401→   complacencia que nos cosquillea, mediante la idea de la ciencia. Y es cumplir espléndidamente voto de pobreza el juntar a ella la del espíritu. Apenas si necesitamos una cantidad exigua de doctrina para vivir satisfechos; Sócrates nos enseña que reside en nosotros, lo mismo que la manera de encontrarla y de ayudarse con ella. Toda la capacidad nuestra que va más allá de la natural es, o poco menos, vana y superflua, y mucho hemos conseguido si no nos recarga y trastorna, más bien que nos sirve: paucis opus est litteris mentem bonam1398. Estos son excesos febriles de nuestro espíritu, instrumento travieso e inquieto. Recogeos, y hallaréis en vosotros los argumentos verdaderos de la naturaleza contra la muerte, y los más propios a serviros en caso necesario: éstos son los que hacen morir a un campesino y a pueblos enteros, con igual firmeza que un filósofo. ¿Moriría yo con tranquilidad menor antes de haber leído las Tusculanas? Creo que no; y cuando me supongo en el caso, veo que mi lengua se enriqueció, pero mi vigor muy poco; éste persiste, cual la naturaleza me lo forjó, y se escuda cuando el conflicto llega con marca original y común: los libros me sirvieron no tanto de instrucción como de ejercicio. ¿Y qué decir si la ciencia intentando armarnos con defensas nuevas contra los inconvenientes naturales, imprimió más bien en nuestra fantasía su grandeza y su peso que no las razones y utilidades para resguardarnos? Son las suyas delicadezas, con las cuales nos despierta frecuentemente con inutilidad cabal; hasta los autores mismos más sólidos y prudentes, ved cómo en derredor de un buen argumento van sembrando otros ligeros y, examinados bien de cerca, sin cuerpo y vacíos de sentido; argucias verbales que nos engañan, mas en atención a que pueden útilmente emplearse, no los quiero desechar con todo rigor; en mi libro los hay de esta condición y en lugares diversos, que penetraron en forma de imitación o préstamo. Así que, ha de cuidarse de no nombrar fuerza lo que no es sino agradable, y sólido a lo que no es más que agudo, o bueno a lo que no es más que hermoso: quae magis gustata, quam potata, delectant1399. Todo lo que place no es provechoso, ubi non ingenii, sed animi negotium agitur1400.

Viendo los esfuerzos que Séneca ejecuta para prepararse a la muerte; viéndole sudar de quebranto para enderezarse, asegurarse y debatirse tan dilatado tiempo en este suplicio, hubiera yo modificado la idea de su reputación si muriendo no la hubiese valientemente mantenido. Su agitación tan ardorosa y frecuente muestra su estado impetuoso   —402→   e hirviente (magnus animus remissius loquitur, et securius...non est alius ingenio, alius animo color1401, a sus propias expensas precisa convencerle); y da testimonio en algún modo de encontrarse oprimido por su adversario. La manera de Plutarco, como más desdeñosa y menos rígida, es a mi ver tanto más viril y persuasiva. Fácilmente creería yo que los movimientos de su alma eran más fijos y ordenados. El uno, más agudo, nos impresiona y lanza sobresaltados y se dirige más a nuestro espíritu; el otro, más sólido, nos forma, asienta y conforta constantemente, y toca más al entendimiento; aquél arrebata nuestro juicio, éste le gana. Análogamente, he visto otros escritos, todavía más reverenciados, que en la pintura del combate que sostienen contra los aguijones de la carne, representan éstos tan hirvientes, tan poderosos y tan invencibles, que nosotros mismos, gentes de la hez popular, encontramos tanto que admirar en la singularidad y vigor desconocido de la tentación como en la de ella.

¿A qué fin vamos armándonos merced a estos esfuerzos de la ciencia? Miremos al suelo: a las pobres gentes que por él vemos esparcidas, con la cabeza inclinada por la labor, que desconocen a Aristóteles y a Catón y que carecen de ejemplos y preceptos. De estos saca naturaleza todos los días efectos de firmeza y de paciencia más puros y más rígidos que los que tan curiosamente estudiamos en las escuelas filosóficas. ¡Cuántos de entre ellos veo yo diariamente que menosprecian la pobreza, cuántos que desean la muerte, o que la soportan sin alarma ni aflicción! Ese que cava mi huerta enterró esta mañana a su padre o a su hijo. Los nombres mismos con que designan las enfermedades dulcifican y ablandan la rudeza de las mismas: la tisis es para ellos la tos; la disentería, desviación de estómago; la pleuresía es un resfriado: y conforme las nombran dulcemente, así también las soportan. Preciso es que sean bien dolorosas para que interrumpan su trabajo ordinario; no guardan el lecho sino para morir. Simplex illa et aperta virtus in obscuram et solertem scientiam versa est.1402

Escribía yo esto hacia la época en que una recia carga de nuestros trastornos se desencadenó con todo su peso derecha sobre mí, teniendo de una parte los enemigos a mis puertas, y de otra los partidarios, enemigos peores aun, non armis, sed vittiis certatur1403; y experimentaba toda suerte de injurias militares a la vez:

  —403→  

Hostis adest dextra laevaque a parte timendus,
    vicinoque malo terret utrumque latus.1404



¡Guerra monstruosa! Las otras ocasionan lejos sus efectos; ésta contra sí misma se roe y despedaza, mediante su propio veneno. Es de naturaleza tan maligna y ruinosa que se derruye a sí misma, juntamente con todo lo demás y de rabia se desgarra y despedaza. Con mayor frecuencia la vemos disolverse por sí misma que por carencia de alguna cosa necesaria o por la fuerza enemiga. Toda disciplina la es ajena: viene a curar la sedición, y de sedición está repleta; quiere castigar la desobediencia, y de ella muestra el ejemplo; dedicada a la defensa de las leyes, se rebela contra las suyas propias. ¿Dónde, nos encontramos? ¡Nuestra medicina encierra la infección!


       Nostre mal s'empoisonne
       du secours qu'on luy donne.1405


    Exsuperat magis, aegrescitque medendo.1406


Omnia fanda, nefanda, malo permissa furore,
justificam nobis mentem avertere deorum.1407



En estas enfermedades populares pueden distinguirse en los comienzos los sanos de los enfermos; mas cuando llegan a persistir, como ocurre con la nuestra, todo el cuerpo social se resiente, la cabeza lo mismo que los talones: ninguna pauta está exenta de corrupción, pues no hay aire que se aspire tan vorazmente ni que tanto se extienda y penetre como la licencia. Nuestros ejércitos no se ligan ni sostienen sino por extraño concurso: con los franceses no puede ya constituirse un cuerpo de armas ordenado y resistente. ¡Vergüenza enorme! no hay más disciplina que la que nos muestran los soldados mercenarios. En cuanto a nosotros, conducímonos a nuestra discreción y no a la del jefe, cada cual según la suya; cuesta desvelos mayores hacer obedecer a los soldados que derrotar a los enemigos: al que manda corresponde seguir, acariciar y condescender, a él sólo obedecer; todos los demás son libres y disolutos. Me place ver cuanta cobardía y pusilanimidad hay en la ambición, por en medio de cuanta abyección y servidumbre, la precisa llegar a su fin, pero me desconsuela el considerar a las naturalezas honradas y capaces de justicia, corrompiéndose a diario en el manejo y mando de esta confusión. El dilatado sufrimiento engendra la costumbre, y ésta el consentimiento   —404→   e imitación. Tenemos sobradas almas malvadas sin que inutilicemos las buenas y generosas, y si por este camino continuamos, difícilmente quedará nadie a quien confiar la salud de este Estado, en el caso en que la fortuna nos la procure algún día:


Hunc saltem everso juvenem succurrere seclo
ne prohibete!1408



¿Qué se hizo de aquel antiguo precepto, según el cual, los soldados más han de temer a su jefe que al enemigo? ¿y aquel maravilloso ejemplo de que las historias nos hablan? Habiéndose encontrado un manzano encerrado en el recinto del campo del ejército de Roma, las tropas abandonaron el lugar, dejando al poseedor el número cabal de sus manzanas, maduras y deliciosas. Bien quisiera yo que nuestra juventud en lugar del tiempo que emplea en peregrinaciones menos útiles y en aprendizajes menos honrosos, invirtiera la mitad en ver la guerra por mar bajo las órdenes de algún buen capitán, comendador de Rodas, y la otra mitad en reconocer la disciplina de los soldados turcos, pues ésta ofrece muchas diferencias y posee muchas ventajas sobre la nuestra: nuestros soldados, se convierten en más licenciosos en las expediciones, allí en más retenidos y temerosos, pues las ofensas y latrocinios ocasionados al pueblo menudo, que se castigan a palos en la paz, se enmiendan en la guerra con la pena capital; por el hurto de un huevo se suministran a cuenta fija cincuenta estacazos, y por cualquiera otra cosa, por ligera que sea, innecesaria para la manutención, se los empala o decapita en el acto. Me admiró en la historia de Selim, el conquistador más cruel que haya jamás existido, ver que cuando subyugó el Egipto, los hermosos jardines que circundan la ciudad de Damas, abiertos como estaban de par en par y en tierra conquistada, puesto que su ejército campaba en el lugar mismo, salieran vírgenes de entre las manos de los soldados, porque no habían recibido orden de saquearlos.

¿Pero hay algo en nación alguna que valga ser combatido con una droga tan mortal? No, decía Favonio, ni siquiera la usurpación de la posesión tiránica de una república. Platón, de la propia suerte, no consiente que se violente el reposo de su país para curarlo, ni acepta la enmienda que todo lo trastorna y pone en riesgo, y que cuesta la sangre la ruina de los ciudadanos. El oficio de todo hombre de bien en estos casos, ordena dejarlo todo como está; solamente hay que rogar a Dios para que concurra con su mano poderosa. Este filósofo parece condenar a Dión, su grande amigo, por haberse algo apartado de tales vías. Y   —405→   si Platón debe ser puramente rechazado de nuestro cristiano consorcio, él, que por la sinceridad de su conciencia mereció para con el favor divino penetrar tan adentro en la cristiana luz, al través de las tinieblas públicas del mundo de su tiempo (no creo que procedamos bien dejándonos instruir por un pagano), cuánta impiedad no supondrá el no aguardar de Dios ningún socorro simplemente suyo y sin nuestra cooperación. Con frecuencia dudo si entre tantas gentes como se mezclan en el tumulto, se encontró ninguno de entendimiento tan débil a quien a sabiendas se le haya persuadido de que caminaba a la reforma por la última de las deformaciones; que tiraba hacia su salvación por las más expresas causas que poseamos de condenación infalible; que derribando el gobierno, el magistrado y las leyes, bajo cuya tutela Dios le colocó, desmembrando a su madre y arrojando los pedazos para que los roan a sus antiguos enemigos, llenando de odios parricidas los esfuerzos fraternales, llamando en su ayuda a los demonios y a las furias, pudiera procurar socorro a la sacrosanta dulzura y justicia de la ley divina. La ambición, la avaricia, la crueldad, la venganza, carecen de impetuosidad tan propia y natural; cebámoslas y atizámoslas con el glorioso dictado de justicia y devoción. Ningún estado de cosas más detestable puede imaginarse que aquel en que la maldad viene a ser legítima, y a adoptar con el consentimiento del magistrado el aspecto de la virtud: nihil in speciem fallacius, quam prava religio, ubi deorum numen praetenditur sceleribus1409: el extremo género de injusticia, según Platón, es el que lo injusto sea como justo considerado.

Con ello el pueblo sufre profundamente, y no sólo los males presentes,


Undique totis
usque adeo turbatur agris1410,



sino también los venideros: los vivos con ello padecieron, y también los que aún no eran nacidos; se le saqueó, y a mí por consiguiente, hasta la esperanza, arrebatándole cuanto poseía para aprestarse a la vida por dilatados años:


Quae nequeunt secum ferre aut abducere, perdunt;
       et cremat insontes turba scelesta casas.


Muris nulla fides, squalent populatibus agri.1411



A más de esta sacudida, estos desastres ocasionaron en   —406→   mí otros: corrí los peligros que la moderación acarrea en enfermedades tales: fui despojado por todas las manos; para el gibelino era yo güelfo, y para el güelfo gibelino: alguno de entre nuestros poetas explica bien este fenómeno, pero no recuerdo dónde. La situación de mi casa y el contacto con los hombres de mi vecindad, mostrábanme de un partido; mi vida y mis acciones de otro. No se me presentaban acusaciones concretas, porque no había dónde morder. Nunca esquivo yo las leyes, y quien hubiera intentado el examen de mi conducta, me habría debido el resto: todo eran sospechas mudas, que corrían bajo cuerda, a las cuales nunca falta apariencia en medio de un tan confuso baturrillo; como tampoco se echan de menos espíritus ineptos o envidiosos. Ordinariamente ayudo yo a las presunciones injuriosas que la fortuna siembra contra mí, por la costumbre, que de antiguo practico siempre, de huir el justificarme, excusarme o explicar mis actos. Considerando que es comprometer mi conciencia defenderla; perspicuitas enim argumentatione elevatur1412, y cual si todos vieran en mí tan claro como yo veo, en lugar de lanzarme fuera de la acusación, me meto dentro, haciéndola más subir de punto por una acusación irónica y burlona, si no callo redondamente, como de cosa indigna de respuesta. Mas los que interpretan mi conducta considerándola como sobrado altiva, apenas me quieren menos mal que los que la toman por debilidad de una causa indefendible; principalmente los grandes, para quienes la falta de sumisión figura entre las extremas, opuestos a toda justicia conocida, que se sienta, no sometida, humilde y suplicante; frecuentemente choqué con este pilar. De tal suerte procedí como digo, que por lo que entonces me aconteció, cualquier ambicioso se hubiera ahorcado y lo mismo cualquier avaricioso. Yo no me cuido para nada de adquirir;


Sit mihi, quod nunc est, etiam minus; et mihi vivam
quod superest aevi, si quid superesse volent di1413:



mas las pérdidas que me sobrevienen por ajena injuria, ya consistan en latrocinio o violencia, me ocasionan casi igual duelo que a un hombre enfermo y atormentado por la avaricia. La ofensa, sin ponderación, es más amarga que la pérdida. Mil diversas suertes de desdichas se desencadenaron sobre mí, unas tras otras: yo las hubiera más gallardamente soportado en torbellino.

Y pensé ya, de entre mis amigos, a quien encomendaría una vejez indigente y caída: después de haber paseado mis ojos por todas partes, me encontré en camisa. Para   —407→   dejarse caer a plomo y de tan alto, preciso es que sea entre los brazos de una afección sólida, vigorosa, con recursos de fortuna, y así son raras, si es que las hay. En fin, conocí que lo más seguro era fiar a mí mismo de mí y de mi necesidad; y si me sucedía caer fríamente en la gracia de la fortuna, recomendarme más fuertemente a la mía, sujetarme y mirar más de cerca a mí propio. En todas las cosas se lanzan los hombres en los extraños apoyos para economizar los propios, solos ciertos y poderosos para quien de ellos sabe armarse: cada cual corre a otra parte y a lo venidero, tanto más cuanto que ninguno llegó a sí mismo. Y me convencí de que todos aquéllos eran inconvenientes provechosos, puesto que, en primer lugar, a los malos discípulos hay que amonestarlos a latigazos cuando la razón no basta a enderezarlos, como por el fuego y violencia de los recodos conducimos a su derechura una tabla torcida. Yo que me predico hace tanto tiempo el mantenerme en mi y separarme de las cosas extrañas, sin embargo, todavía vuelvo los ojos de lado; la inclinación, una palabra favorable de un grande, un semblante grato me tientan. ¡Dios sabe si de estas cosas hay alta carestía y el sentido que encierran! Resuenan aún en mis oídos, sin que yo frunza el entrecejo, los sobornamientos que se me hacen para sacarme al mercado público, y de ellos me defiendo tan blandamente que parece como si se sufriera de mejor grado ser vencido. Ahora bien, un espíritu tan indócil precisa el palo; y hase menester remachar y juntar a recios mazazos esta barca que se desprende y descose, que se escapa y desvía de sí misma. En segundo lugar, consideraba que este accidente me serviría de ejercitación para prepararme a peores cosas, si yo, que por el beneficio de la fortuna y por la condición de mis costumbres aguardaba ser de los últimos, llegaba a ser de los primeros, atrapado por esta tormenta, instruyéndome temprano a moderar mi vida y a ordenarla para un nuevo estado. La libertad verdadera es poderlo todo sobre sí misino: potentissimus est, qui se habet in potestate1414. En una época tranquila y moderada, fácilmente se prepara uno a los acontecimientos comunes y moderados; mas en esta confusión en que vivimos treinta años ha, todo hombre francés, en particular y en general se ve a cada momento abocado a la entera destrucción de su fortuna; otro tanto precisa mantener su vigor, ayudado de provisiones más fuertes y vigorosas. Agradezcamos al destino el habernos hecho vivir en un siglo no blando, lánguido ni ocioso: tal que no lo hubiera sido por ningún otro medio, se trocará en famoso por sus desdichas. Como apenas leo en las historias estas mismas confusiones en los otros Estados sin que lamente el no haberlas   —408→   podido considerar presente, mi curiosidad hace ahora que yo vea gustoso, hasta cierto punto, este notable espectáculo de nuestra muerte pública, sus síntomas y peripecias; y puesto que no me es posible retardarla, me siento contento de verme destinado a asistir a ella para mi instrucción. Así, con igual avidez, buscamos hasta simulados en las fábulas teatrales, una muestra de los juegos trágicos de la humana fortuna, los cuales no contemplamos sin duelo de lo que oímos, pero nos complacemos en despertar nuestro disgusto por la singularidad de estos lamentables acontecimientos. Nada cosquillea sin que pellizque, y los buenos historiadores huyen como un agua adormecida y un mar extinto las sosegadas narraciones, para ganar las sediciones y las guerras, a las cuales por nosotros son llamados.

Dudo si puedo honradamente confesar a cuán vil precio del reposo y tranquilidad de mi vida pasé más de la mitad en la ruina de mi país. Revístome fácilmente de paciencia en los accidentes que no recaen directamente sobre mí, y para lamentarme de éstos, considero no tanto lo que se me quita como lo que me fue dable salvar, dentro y fuera. Existe cierta consolación en esquivar ya unos, ya otros, de entre los males que nos acechan constantemente y ocasionan víctimas en nuestro derredor; así en materia de intereses públicos, a medida que mi atención está más universalmente extendida, va debilitándose; además es a medias verdad aquello de tantum ex publicis malis sentimus, quantum ad privatas res pertinet1415, y que la salud de donde partimos era, tal que aminora nuestro sentimiento. Salud era, sí, mas sólo comparada con la enfermedad que la siguió; apenas caímos de tan alto: la corrupción y el bandidaje, dignamente profesados, me parecen menos soportables; menos injustamente se nos roba en un camino que en sitio de seguridad. Era la nuestra una juntura universal, de partes particularmente corrompidas, en competencia las unas con las otras, y la mayor parte de úlceras envejecidas, incapaces de curación y que tampoco la pedían.

Así, pues, este derrumbamiento me animó más que me aterró, auxiliado por mi conciencia, que se condujo no ya sólo sosegadamente, sino con altivez, y no encontraba motivo de lamentarme de mí propio. Como Dios nunca envía ni los males ni los bienes absolutamente puros a los hombres, mi salud se condujo a maravilla en aquel tiempo, muy por cima de lo ordinario; y así como sin ella de todo soy incapaz, pocas son las cosas que con ella no están a mi alcance. Procurome medio de despertar todas mis provisiones y de llevar la mano al socorro de la herida que, se hubiera complicado sin el pronto remedio. Con estos recursos   —409→   caí en la cuenta de que todavía era capaz de algún empuje contra la adversidad y de que para hacerme perder el equilibrio era necesario un fuerte enfoque. Y no lo digo por irritarla para que me sacuda una carga más vigorosa; soy su servidor, la tiendo mis manos y pido a Dios que se conforme con su obra realizada. ¿Qué si siento yo sus asaltos? ¡Ya lo creo! Como aquellos a quienes la tristeza confunde y posee se dejan sin embargo acariciar por algún placer y una sonrisa les escapa, así yo tengo bastantes fuerzas sobre mí para convertir mi estado ordinario en tranquilo, descargándolo de fantasías dolorosas; pero me dejo, no obstante, sorprender de cuando en cuando por las mordeduras de sus pensamientos ingratos que me avasallan, mientras me armo para expulsarlos o para luchar con ellos.

He aquí otra agravación de males que me acosó después de los otros: fuera y dentro de mi casa fui acogido por una epidemia vehemente, como cualquiera otra mortífera, pues así como los cuerpos sanos están expuestos a enfermedades, tanto más graves cuanto que sólo por ellas pueden ser avasallados, así mi aspecto saludabilísimo en que ninguna memoria de contagio (bien que a veces estuviera cercano) había logrado arraigar, llegando a envenenarse, produjo en mí extraños efectos,


Mista senum et juvenum densantur funera; nullum
    saeva caput Proserpina fugit1416:



hube de sufrir la graciosa condición de que hasta la vista de mi propia casa me ocasionara espanto; todo cuanto en ella había, sin custodia estaba y a la merced de los que lo codiciaban. Yo, que soy tan hospitalario, me vi en la dolorosísima situación de buscar un retiro para mi familia; una familia extraviada que amedrentaba a sus amigos y a sí misma se metía miedo y horror, donde quiera que pensaba establecerse: habiendo de mudar de residencia, tan luego como uno del séquito empieza a sentir dolor en la yema de un dedo, todas las enfermedades son consideradas como la peste; carécese de la necesaria tranquilidad de espíritu para reconocerlas. Y lo bueno del caso es que según los preceptos de la medicina ante todo peligro que se nos acerca hay que permanecer cuarenta días abocado al mal: la fantasía ejerce entonces su papel y febriliza vuestra salud misma. Todo esto me hubiera mucho menos afectado si no hubiese tenido que lamentarme del dolor ajeno, pues durante seis meses tuve que servir de guía miserablemente a la caravana. Mis preservativos personales, que siempre me acompañan, son la resolución y el sufrimiento. La aprensión   —410→   apenas me oprime, y es lo que más se teme en este mal; y si encontrándome solo a él me hubiera resignado, habría ejecutado una huida más gallarda y más apartada: muerte es ésta que no me parece de las peores, comúnmente corta, de atolondramiento, exenta de dolor, por la condición pública consolada, sin ceremonias, duelos ni tumultos. En cuanto a las pobres gentes de los contornos la centésima parte viose de salvación imposibilitada:


      Videas desertaque regna
pastorum, et longe sallus lateque vacantes.1417



En este lugar la parte de mis rentas es anual; la tierra que cien hombres para mí trabajaban quedó por largo tiempo sin cultivo.

¿Qué ejemplos de resolución no vimos por entonces en la sencillez de todo aquel pueblo? Generalmente cada cual renunciaba al cuidado de la vida: las vides permanecían intactas en los campos, cargadas de su fruto, que es la principal riqueza del país; todos, indistintamente, preparaban y aguardaban la muerte para la noche o el día siguiente, con semblante y voz tan libres de miedo que habríase dicho que todos estaban comprometidos a esta necesidad, y que la condenación, era universal e inevitable. Y siempre es así; ¡pero de cuán poca cosa depende la firmeza en el sucumbir! La distancia y diferencia de algunas horas, la sola consideración de la compañía, conviértennos en diverso su sentimiento. Ved aquí unos cuantos: porque sucumben en el mismo mes niños, jóvenes y viejos, nada ya acierta a transirlos, las lágrimas se agotaron en sus ojos. Algunos vi que temían quedarse atrás, como en una soledad horrible; sólo por las sepulturas se inquietaban, porque les contrariaba el ver los cuerpos en medio de los campos, a merced de las bestias que incontinenti los poblaron. ¡Cuán las fantasías humanas son encontradas! Los neoritas, pueblo que Alejandro subyugó, arrojaban los cadáveres en lo más intrincado de sus bosques para que fueran devorados: era el solo sepulcro que entre ellos fuera dignamente considerado. Tal individuo encontrándose sano cavaba ya su huesa; otros se tendían en ella vivos aún, y uno de mis jornaleros en sus manos y sus pies acercó a sí la tierra en la agonía. ¿No era esto abrigarse para dormir más a gusto, con arrojo en altitud parecido al de los soldados romanos a quienes se encontró después de la jornada de Canas con la cabeza metida en agujeros que ellos mismos habían hecho, y colmado con sus manos para ahogarse? En conclusión, todo un pueblo se lanzó de súbito por costumbre en un trance que nada cede en rigidez a ninguna resolución estudiada y meditada.

  —411→  

Casi todas las instrucciones que la ciencia posee para más aparatosas que efectivas, y sirven más de ornamento que de fruto. Abandonamos la naturaleza y queremos enseñarla la lección, siendo así que nos conducía tan segura y felizmente; y sin embargo, las huellas de su instrucción y lo escaso que merced a la ignorancia queda de su imagen sellado en la vida de esa turba rústica de hombres toscos, la ciencia misma se ve obligada todos los días a pedírselo prestado para con ello fabricar un patrón al uso de sus discípulos, de constancia, tranquilidad e inocencia. Hermoso es ver que los urbanos, repletos de tan lindos conocimientos, tengan que imitar esa torpe simplicidad, e imitarla en las acciones más elementales de la fortaleza; y que nuestra sapiencia aprenda de los animales mismos las más útiles enseñanzas aplicables a las más grandes y necesarias partes de nuestra vida: a la manera de vivir y morir, cuidar de nuestros bienes, amar y educar a nuestros hijos y ejercer la justicia: singular testimonio de la enfermedad humana; y que esta razón que se maneja a nuestro albedrío encontrando siempre alguna diversidad y novedad no deje en nosotros rasgo visible de la naturaleza; de ella hicieron los hombres como los perfumistas del aceite: sofisticáronla con tantos argumentaciones y discursos traídos de fuera, que se trocó en variable y particular a cada cual, y perdió su carácter propio constante y universal, precisándonos así buscar el testimonio de los brutos, no sujeto a favor ni a corrupción, ni tampoco a diversidad de opiniones; pues es bien cierto que ellos mismos no siguen invariablemente la senda de la naturaleza; pero la parte donde se desvían es tan pequeña, que siempre advertiréis la traza: de la propia suerte que los caballos que se conducen a la mano, si bien pegan botes y van de aquí para allá, siempre se mantienen sujetos por la brida y siguen constantemente el paso de quien los guía, y como el halcón toma vuelo, pero sujeto por su fiador. Exslia, tormenta, bella, morbos, naufragia meditare... ut nullo sis malo tardi.1418 ¿Para qué nos sirve esa curiosidad de prever todos los accidentes de la humana naturaleza y el prepararnos con dolor tanto contra aquellos mismos que acaso no han de llegarnos? Parem passis tristitiam facit, pati posse?1419 No solamente, el golpe, también el viento y el ruido nos hieren, o como a los más calenturientos, pues en verdad es fiebre el ir desde ahora a que os propinen una tunda de azotes, porque puede ocurrir que el destino os los haga sufrir un día; y vestir vuestro traje aforrado desde San Juan porque de él habréis menester en Navidad. Lanzaos en la experiencia de todos los males que pueden llegaros,   —412→   principalmente en la de los más extremos; experimentaos en ellos, se nos dice, y aseguraos allí. Por el contrario, lo más fácil y natural será descargarnos hasta de pensamiento: no vendrán nunca bastante temprano; su verdadero ser no nos dura gran cosa; es preciso que nuestro espíritu los extienda y dilate, que de antemano los incorpore en sí mismo y con ellos se familiarice, cual si razonablemente no pesarán a nuestros sentidos. «De sobra pesarán cuando los alberguemos, dice uno de los maestros y no de una dulce secta, sino de la más dura: mientras tanto auxíliate, cree lo que gustes mejor; ¿de qué te sirve ir recogiendo y previniendo tu infortunio, y perder el presente por el temor de lo futuro, y ser incontinenti miserable porque lo debas ser con el tiempo?» Son sus palabras. La ciencia nos procura de buen grado un buen servicio instruyéndonos puntualmente en las dimensiones de los males,


Curis acuens mortalia corda1420:



sería una lástima el que una parte de su magnitud escapase a nuestro sentimiento y conocimiento.

Verdad es que a casi todos la preparación a la muerte no procurará mayor tormento que el sufrirla. Con verdad fue dicho en lo antiguo, y por un autor muy juicioso: Minus afficit sensos fatigatio, quam cogitatio.1421 El sentimiento de la muerte presente, por sí mismo nos impulsa a veces con una propia resolución a no evitar lo que es de todo punto inevitable: algunos gladiadores se vieron en Roma, que después de haber cobardemente combatido, tragaron la muerte ofreciendo su garganta al acero del enemigo y convidándole. La vista de la muerte venidera ha menester de una firmeza lenta, y por consiguiente difícil de encontrar. Si no sabéis morir, nada os importe, la naturaleza os informará al instante suficiente y plenamente, y cumplirá con exactitud esta tarea por vosotros: no os atormentéis por vuestra ignorancia:


Incertam frustra, mortales, funeris horam
    quaeritis, et qua sit mors aditura via.


Poena minor, certam subito perferre ruinam;
    quod timeas, gravius sustinuisse diu.1422



Con el cuidado de la muerte trastornamos la vida: ésta nos enoja, aquélla nos asusta, y no es la muerte contra lo que nos   —413→   preparamos, ésta es cosa sobrado momentánea; un cuarto de hora de padecimiento, sin consecuencia y sin daño, no merece preceptos particulares: a decir verdad, preparámonos contra los preparativos a la muerte. La filosofía nos ordena tener aquélla constantemente ante nuestros ojos, preverla y considerarla antes de tiempo, y nos suministra además las reglas y precauciones para proveer a lo que esta previsión y este pensamiento nos hieren: así proceden los médicos, que nos lanzan en las enfermedades a fin de procurar empleo a sus drogas y a su arte. Si no supimos, vivir, es injusto enseñarnos a morir, deformando así la unidad de nuestra existencia: si supimos vivir con tranquilidad y constancia, sabremos morir lo mismo. Alabaranse cuanto quieran, tota philosophorum vita commentatio mortis est1423; mas yo entiendo que si bien es el extremo, no es, sin embargo, el fin de la vida; es su acabamiento, su extremidad, pero no es su objeto; ella debe ser para sí misma su mira, su designio: su recto estudio es ordenarse, gobernarse, sufrirse. En el número de los varios otros deberes que comprende el general y principal capítulo del saber está incluido este artículo del saber morir, y es de los más ligeros, si nuestro temor no le da peso.

Juzgadas por su utilidad y por su verdad ingenua, las lecciones de la sencillez apenas ceden a las que la doctrina vivir, nos pregona; por el contrario. Los hombres difieren en sentimientos y en fuerzas, precísales por tanto ser conducidos al bien, según ellos, por caminos diversos.


Quo me cumque rapit tempestas, deferor hospes.1424



Nunca vi a los campesinos de mi vecindad entrar en meditación sobre el continente y la firmeza con que soportarían esta hora postrera: naturaleza los enseña a no pensar en la muerte sino es cuando dejan de existir, y entonces adoptan mejor postura que Aristóteles, para el cual es doble suplicio el acabar, primero por esto mismo, y luego por la premeditación; por eso César pensaba que la menos prevista muerte era la más dichosa y la más ligera: Plus dolet, quam necesse est, qui ante dolet, quam necesse est.1425 El agrior de este pensamiento nace de nuestra curiosidad: así nos embarazamos siempre, queriendo adelantar y regentar las cosas naturales. Sólo a los doctores incumbe el comer de mala gana hallándose sanos, y el hacer pucheritos ante la imagen de la muerte: el común de las gentes no tiene necesidad de remedio ni de consuelo sino cuando   —414→   llegan el choque y el golpe, y lo consideran únicamente cuando lo sufren. ¿No es esto palmaria prueba de lo que decimos, o sea que la estupidez y falta de aprensión del vulgo procúranle la paciencia para los males presentes y la despreocupación intensa de los siniestros accidentes venideros? ¿Qué su alma por ser más crasa y obtusa es menos penetrable y agitable? ¡Dios nos valga! Si así es en efecto pongamos desde ahora escuela de torpeza: es el extremo fruto que las ciencias nos prometen, al cual aquélla tan dulcemente conduce a sus discípulos. No nos faltan regentes eximios, intérpretes de la natural sencillez; Sócrates será uno de ellos, pues a lo que se me acuerda habla sobre poco más o menos en este sentido a los jueces que deliberan de su vida: «Temo, señores, si os ruego que no me hagáis morir, caer en la delación de mis acusadores, la cual se fundará en que yo alardeo de más entendido que los otros, como poseedor de alguna noción más oculta de las cosas que están por cima y por bajo de nosotros. Yo sé que no he frecuentado ni reconocido la muerte, ni a nadie vi tampoco que experimentara sus cualidades para instruirme. Los que la temen presuponen conocerla: en cuanto a mí, no sé ni lo que es, ni cuál sea su obra en el otro mundo. Quizás sea la muerte cosa indiferente, quizás deseable. Hay motivo para creer, sin embargo, en el caso de que sea una transmigración de un lugar a otro, que se encuentra mejora yendo a vivir con tan grandes personajes muertos, y hallándose libre de tener que ver con jueces injustos y corrompidos: si es un aniquilamiento de nuestro ser, todavía es mejor el entrar en una noche dilatada y apacible; nada sentimos tan dulce en la vida como un reposo y un sueño tranquilos y profundos, sin soñaciones. Las cosas que yo reconozco malas, como el ofender al prójimo y el desobedecer a un superior, sea Dios, sea hombre, las evito cuidadosamente: aquellas que, desconozco, si son buenas o malas, no me sería dable temerlas. Si yo muero y os dejo en vida, sólo los dioses verán quién de entre vosotros y yo andará mejor. De modo que, por lo que a mí toca, ordenaréis lo que os plazca. Mas conforme a mi manera de aconsejar las cosas justas y útiles, hago bien al insinuar que en provecho de vuestra conciencia procederéis mejor concediéndome la libertad, si no veis con mayor claridad que yo en mi causa; y juzgando en vista de mis acciones pasadas, privadas y públicas, conforme a mis intenciones y según el fruto que alcanzan todos los días de mi conversación tantos ciudadanos jóvenes y viejos, y, el beneficio que a todos os hago, no podéis, obrando en justicia, desentenderos de mis merecimientos, sino ordenando que sea sostenido en razón de mi pobreza en el Pritaneo, a expensas del erario publico, lo cual he visto con motivos menores que habéis   —415→   concedido a otros. No achaquéis a testarudez o menosprecio el que, según costumbre, yo no vaya suplicándoos y moviéndoos a conmiseración. No habiendo sido engendrado, como dice Homero1426, de madera ni de piedra, como tampoco lo fueron los demás, tengo amigos y parientes capaces de presentarse llorosos y de duelo llenos, y tres hijos desolados con que despertar vuestra piedad; pero avergonzaría a nuestra ciudad, a mis años, y a la reputación de prudente que alcanzara echando mano de tan cobardes arbitrios. ¿Qué se diría de los demás atenienses? Yo aconsejé siempre a los que hablar me oyeron que no rescataran su vida con ninguna acción deshonrosa; y en las guerras de mi país, en Anipolis, Potidea, Delia y en otros lugares donde me hallé, acredité con los hechos cuán lejos estuve de amparar mi seguridad con mi vergüenza. Mayormente me alejaría de torcer vuestro deber ni de convidaros a la comisión de feas acciones, pues no corresponde a mis súplicas el persuadiros, sino a las razones puras y sólidas de la justicia. Así habéis jurado manteneros ante los dioses: diríase que yo sospechaba de vosotros que no los hubiera y que por ello os recriminara; yo mismo testimoniaría contra mí no creer en ellos, como debo, desconfiando de su conducta y no poniendo puramente en sus manos mi proceso. En absoluto confío, y tengo por seguro que obrarán en esto conforme sea más conveniente a vosotros y a mí. Las gentes de bien, ni vivas ni muertas tienen nada que temer de la divinidad.»

¿No es ésta una defensa infantil, de una elevación inimaginable, verdadera, franca y justa por cima de todo encomio, y empleada en un duro trance? En verdad fue razón que la prefiriese a la que aquel gran orador Lisias había escrito para él, excelentemente modelada al estilo judicial, pero indigna de un criminal tan noble. ¿Cómo era posible que de la boca de Sócrates hubieran surgido palabras suplicantes? ¿Aquella virtud soberbia había de rebajarse en más recio de su expansión? Su naturaleza rica y poderosa ¿hubiera podido encomendar al arte su defensa, y en la más suprema experiencia renunciado a la verdad y a la ingenuidad, ornamentos de su hablar, para engalanarse con el artificio de las figuras simuladas de una oración aprendida? Obró prudentísimamente y según él al no corromper un tenor de vida incorruptible y una tan santa imagen de la humana forma para dilatar un año más su decrepitud traicionando la inmortal memoria de un fin glorioso. Debía su vida no a sí mismo, sino al ejemplo del mundo: ¿no sería lastimoso que hubiera acabado de manera ociosa y obscura? Por cierto, una tan descuidada y blanda consideración de su fin merecía que la posteridad la retuviera   —416→   como tanto más meritoria para él; y así lo hizo, nada hay en la justicia tan justo como lo que el acaso ordenó para su recomendación, pues los atenienses abominaron de tal suerte a los que fueron causa de la muerte del filósofo, que se huía de ellos cual de gentes excomulgadas; teníase por infestado cuanto habían tocado; nadie se bañaba con ellos, ninguno los saludaba ni se les acercaba, hasta que al fin, no pudiendo más tiempo soportar este odio público, todos se ahorcaron voluntariamente.

Si alguien estima que entre tantos otros ejemplos como hubiera podido escoger en los dichos de Sócrates para el servicio de mis palabras, hice mal en elegir al citado, juzgando que este discurso se eleva por cima de las comunes opiniones, sepa que lo hice a sabiendas, pues yo juzgo de distinto modo, y tengo por cierto que es una oración en ingenuidad y en rango muy atrás y muy por bajo de las ideas ordinarias. Representa un arrojo limpio de todo artificio; la seguridad propia de la infancia; la impresión primitiva y pura; creíble es que naturalmente temamos el dolor; mas no la muerte a causa de ella misma: es una parte de nuestro ser no menos esencial que la vida. ¿A qué fin naturaleza había de engendrar en nosotros el odio y el horro del sucumbir, puesto que nuestra desaparición la es de utilidad grandísima, para alimentar la sucesión y vicisitud de sus obras, y puesto que en esta república universal sirve la muerte más de nacimiento y propagación que de pérdida y de ruina?


    Sic rerum summa novatur1427


Mille animas una necata dedit1428;



«el acabamiento de una vida es el tránsito de mil otras existencias». Naturaleza imprimió en los brutos el cuidado de ellos y de su conservación: llegan a temer su empeoramiento, el tropezar, el herirse, ser atados y sujetos, que nosotros los encabestramos e inoculamos, accidentes sujetos a sus instintos y sentidos; pero que los maternos no pueden temerlo, ni tampoco poseen la facultad de representarse la muerte; de tal modo que, al decir de algunos, se les ve no sólo sufrirla alegremente (casi todos los caballos relinchan al morir, los cisnes cantan), sino además buscarla cuando la apetecen, como acreditan muchos ejemplos entre los elefantes.

A más de lo dicho, la manera de argumentar que en este caso Sócrates emplea ¿no es igualmente admirarle en sencillez y en vehemencia? En verdad es mucho más fácil el hablar como Aristóteles y el vivir como César, que no el vivir y el hablar como Sócrates: aquí tiene su asiento el   —417→   último grado de perfección y dificultad; el arte no puede alcanzarlo. Ahora bien, nuestras facultades están así enderezadas, nosotros no las experimentamos ni las conocemos; nos investimos con las ajenas y dejamos reposar las nuestras; lo propio que alguien podría decir de mí que amontoné aquí una profusión de extrañas flores, no proveyendo de mi caudal sino el hilo que las sujeta.

Y, en efecto, ya concedí a la pública opinión que estos adornos prestados me acompañan, mas entiendo que ni me cubren ni me tapan: muestran lo contrario de mi designio, que no quiere enseñar sino lo propio, lo que por naturaleza me pertenece; de seguir mi primera voluntad, en toda ocasión habría hablado solo, pura y llanamente. Todos los días me cargo con nuevas flores, apartándome de mi idea primera, siguiendo los hábitos del siglo, y entreteniendo mis ocios. Si esto a mí me sienta mal, como así lo creo, nada importa; a alguien puede serle útil. Tal alega Platón y Homero, que jamás los vio, ni por el forro, y yo he tomado bastantes versos y presas en lugar distinto de las fuentes. Sin fatiga ni capacidad, teniendo mil volúmenes en derredor mío, en este lugar donde escribo, cogería ahora mismo, si me viniera en ganas, una docena de tales zurcidos, gentes que apenas hojeo, con qué esmaltar el tratado de la fisonomía: no precisaba sino la epístola preliminar de un alemán para rellenarme de alegaciones. ¡Y con esto vamos mendigando una gloria golosa con que engañar al mundo estulto! Estas empanadas de lugares comunes con que tantas gentes economizan su estudio, apenas sirven para asuntos comunes, y sólo para mostrarnos, no para conducirnos: fruto ridículo de la ciencia, que Sócrates censura tan graciosamente en Eutidemo. Yo he visto fabricar de libros de cosas jamás estudiadas ni entendidas; el autor encomienda a varios de sus amigos eruditos el rebusco de esta o la otra materia para edificarlo, y se contenta por su parte con haber concedido el designio y ligado con su industria el haz de provisiones desconocidas: a lo menos el papel y la tinta le pertenecen. Esto se llama, en conciencia, comprar o pedir prestado un volumen, no hacerlo; es enseñar a las gentes, no que se sabe hacer un libro, sino lo que acaso pudieran dudar: que no se sabe hacer. Un presidente se alababa, yo le oí, de haber amontonado doscientos y tantos lugares extraños en una de sus sentencias presidenciales: predicándolo borraba la gloria que se le tributaba: ¡pusilánime y absurda vanidad, a mi ver, tratándose de un tal asunto y de una tal persona! Yo hago todo lo contrario, y entre tantas cosas prestadas, es muy de mi gusto poder disfrazar alguna, deformándola, para convertirla a un servicio nuevo: exponiéndome a que decirse pueda que fue por inteligencia de su natural sentido, la imprimo alguno particular, modelado con mi nano, a fin de   —418→   que sea menos puramente extraño. Aquéllos hacen ostentación de sus latrocinios, por eso les son perdonados más que a mí; nosotros, hijos de la naturaleza, estimamos que haya incomparable preferencia entre el honor de la invención y el de la alegación.

Si de científico hubiera yo querido echármelas, habría hablado más temprano; habría escrito en tiempo más vecino al de mis estudios, cuando disfrutaba viveza mayor de espíritu y memoria, confiando más en el vigor de esta edad que en el actual, de querer ejercer profesión literaria. ¿Y qué decir si este gentil favor que el acaso me procuró antaño, ofrecido por mediación de esta obra, hubiera acertado a salir a mi encuentro en aquel tiempo de mis verdes años, en lugar del actual, en que es igualmente deseable de poseer que presto a perder? Dos de mis conocimientos, grandes hombres en esta facultad, perdición a mi entender la mitad, por haberse opuesto a sacarse a luz a los cuarenta años para aguardar a los sesenta. La madurez tiene sus inconvenientes, como el verdor, y aun peores; la vejez es tan inhábil a esta suerte de trabajo como a cualquier otro: quienquiera que en su decrepitud se violenta, comete una locura si aguarda a expresar con ella humores que no denuncien la desdicha, el ensueño y la modorra; nuestro espíritu se constriñe y embota envejeciendo. Yo declaro pomposa y opulentamente la ignorancia, y la ciencia de manera flaca lastimosa; ésta, accesoria y accidentalmente; aquélla, de modo expreso y principal; y de nada trato concretamente si no es de la nada, ni de ninguna ciencia, si no es de la carencia de ella. Escogí el tiempo en que mi vida, que retrato, la tengo toda delante de mí; la que me queda es más bien muerte que vida: y de mi muerte, si como algunos habladora la encontrara, comunicaríala también a las gentes, desalojándola.

Sócrates fue un ejemplar perfecto en toda suerte de grandes cualidades. Me desconsuela que su figura y su semblante fueran tan ingratos como dicen y tan poco en armonía con la hermosura de su alma. Con un hombre tan enamoradamente loco de la belleza, la naturaleza no fue justa. Nada hay tan verosímil como la conformidad y relación entre el cuerpo y el espíritu. Ipsi animi, magni re.fert, quali in corpore locati sint; multa enim e corpore exsistunt, quae acuant mentem; multa, quae obtundant.1429 Cicerón habla de una falsedad de miembros desnaturalizada y deformada, pero nosotros llamamos también fealdad a la que nos es desagradable al primer golpe de vista, a la que reside principalmente en el semblante y que nos repugna por bien ligeras causas; por el tinte, por una mancha,   —419→   por un brusco continente, por alguna cosa, en fin, a veces inexplicable, siendo lo demás, sin embargo, cabal bien acomodado. La fealdad que revestía en Esteban de La Boëtie un alma hermosa era de esta naturaleza. Esta fealdad superficial, que es, no obstante, la más imperiosa, ocasiona menor perjuicio al estado del espíritu, su certeza no es grande en la opinión de los hombres. La otra, que con nombre más adecuado se llama deformidad, más sustancial, influye hasta en el interior: no solamente todo zapato de cuero bien lustroso, sino todo zapato bien conformado muestra la interior forma del pie que guarda: como Sócrates decía de su rostro, que denunciaba otro tanto de su alma, si por educación no hubiera ésta enmendado. Pero el hablar así creo que era pura burla, según su costumbre; jamás un alma tan excelente acertó a sí misma a modelarse.

No acertaría nunca a repetir de sobra, cuánto idolatro la belleza, calidad suprema y poderosa. Sócrates la llamaba «breve tiranía»; y Platón, «privilegio de naturaleza». Nada hay en la vida que en predicamento lo sobrepuje: en el comercio de los hombres ocupa el primer rango; muéstrase antes que todo, seduce y preocupa nuestro juicio con poderoso imperio e impresión maravillosa. Friné perdía su proceso, que estaba en manos de un abogado excelente, si abriendo su túnica no hubiera corrompido a sus jueces con el resplandor de su hermosura; y yo creo que Ciro, Alejandro y César, aquellos tres soberanos del mundo, no la echaron en olvido en sus grandes empresas, como tampoco el primer Escipión. Una misma palabra abraza en griego lo bello y lo bueno; y el Espíritu Santo llama a veces buenos a los que quiere nombrar hermosos. Yo colocaría de buen grado el rango de los bienes conforme el cantar, que Platón dice haber oído al pueblo, tomado de algún antiguo poeta: «la salud, la hermosura y la riqueza». Aristóteles escribe que a los buenos pertenece el derecho de mandar, y que cuando hay alguno cuya belleza toca en los confines de lo celeste, la veneración le es en igual grado debida: a quien lo interrogaba por qué se frecuentaba más y más dilatadamente a los hermosos: «Esa pregunta, decía, no debe hacerla sino un ciego.» La mayor parte de los filósofos y los grandes pagaron su aprendizaje y adquirieron la sabiduría por mediación y favor de su belleza. No sólo en las gentes que me sirven, sino en los animales también, la considero a dos dedos de la bondad.

Paréceme, sin embargo, que ese sello y conformidad del semblante, y esos lineamientos por los cuales se argumentan algunas internas complexiones, como también nuestra fortuna venidera, es cosa que no se aviene muy directa y naturalmente con el capítulo de la belleza o la fealdad, como tampoco todo buen olor y tranquilidad de aspecto prometen la salud, ni toda pesantez y pestilencia, la infección   —420→   en tiempo de epidemias. Los que acusan a las damas de contradecir con sus costumbres su belleza, no siempre están en lo cierto, pues en una faz cuyo conjunto no inspira cabal confianza, puede haber algún rasgo de probidad y crédito; y al contrario, a veces leí yo entre dos hermosos ojos las amenazas de una naturaleza maligna y peligrosa. Hay fisonomías que inspiran confianza; así, en medio de una multitud de enemigos victoriosos, elegiréis al punto entre hombres desconocidos uno más bien que otro a quien entregaros y fiar vuestra vida, y no precisamente por la consideración de su belleza.

La cara es débil prueba de bondad, pero merece, sin embargo, alguna consideración: y si yo tuviera que azotarlos, sería más cruel con los malos, los cuales desmienten y traicionan las promesas que naturaleza plantara en su frente; castigaría más rudamente la malicia encubierta con apariencias de bondad. Diríase que hay algunos semblantes dichosos y otros desdichados; yo entiendo que puede haber algún arte para distinguir las fisonomías bondadosas de las simples, las severas de las duras, las maliciosas de las malhumoradas, las desdeñosas de las melancólicas, y semejantes cualidades vecinas. Bellezas hay no sólo altivas, sino ingratas; otras, dulces, y otras insípidas, de puro azucaradas: en cuanto a lo de averiguar lo venidero por el semblante cosa es que dejo indecisa.

Yo adopté, como dijo en otra parte, en toda su simplicidad y crueldad, por lo que a mi individuo se refiere, el principio antiguo que dice: «Jamás podremos engañarnos de seguir la senda deo naturaleza»; y que el soberano precepto es: «Conforme con ella.» No corregí, cómo Sócrates, con la fuerza de mi razón mis complexiones naturales, y en manera alguna por arte alteré mi inclinación: yo me dejo llevar tal y conforme vine; nada combato; las partes que me componen viven por sí mismas en sosiego y buena armonía; pero la leche de mi nodriza fue, a Dios gracias, medianamente sana y atemperada. ¿Osaré decirlo de paso? que veo tener en mayor estimación de lo que realmente vale (y casi sólo entre nosotros se ve esta usanza) cierta imagen escolástica de hombría de bien, sierva de los preceptos, agarrotada entre la esperanza y el temor. Yo la amo, no como las religiones la hacen, sino como la completan y autorizan que se sienta con fuerzas para sostenerse sin ayuda; en nosotros engendrada por la semilla de la razón universal, sellada en todo hombre no desnaturalizado. Esa razón que liberta a Sócrates de su vicioso resabio, conviértele en obediente a los hombres y a los dioses que gobernaban su ciudad, vigorizándole en la muerte, no porque su alma es inmortal, sino porque él es inmortal. ¡Instrucción ruinosa para todo régimen político, y mucho más perjudicial que ingeniosa y sutil la que persuade a los   —421→   pueblos que las creencias religiosas bastan por sí solas, sin el apoyo de las costumbres, para contentar a la divina justicia! La costumbre nos hace ver una distinción enorme entre la devoción y la conciencia.

Yo muestro un aspecto favorable, lo mismo en apariencia que en interpretación,


Quid dixi, habere me? Imo habui, Chreme1430:


    Heu! tantum attriti corporis ossa vides1431;



lo cual produce un efecto contrario al que Sócrates experimentaba. Con frecuencia me aconteció que por la sola recomendación de mi presencia y de mi aspecto, personas que de mí no tenían noticia alguna, confiaron luego grandemente, sea en sus propios negocios, o bien en algo que con los míos se relacionaría; y en los países extranjeros alcancé de esta circunstancia ventajosa servicios raros y singulares. Pero estas dos experiencias valen la pena, a mi ver, que las relate particularmente. Un quídam deliberó en una ocasión sorprender mi casa y a la vez sorprenderme; el arte que para ello empleó, consistió en llegar solo a mi puerta con alguna premura de franquearla. Yo lo conocía de nombre, y había tenido ocasión de fiarme de él como de mi vecino, y en algún modo como de mi aliado, e hice que la abrieran, como a todo el mundo. Hele aquí todo asustado, con su caballo desalentado y fatigadísimo, que me dispara esta fábula: que acababa de tropezar a una media legua de la casa con un enemigo, a quien yo también conocía, habiendo oído también hablar de la querella que los separaba, el cual lo había hecho huir a uña de caballo; y que como fuera sorprendido más débil en número, se ha lanzado a mi puerta para salvarse; añadió que la situación de sus gentes le ocasionaba gran duelo, y que si no estaban muertos habrían caído prisioneros. Intenté ingenuamente reconfortarle, asegurarle y calmarle; mas pasado un momento, he aquí que comparecen cuatro o cinco de sus soldados con igual continente y tanto susto, que pretendían entrar, y luego otros, y todavía otros, bien equipados y armados, hasta veinticinco o treinta, fingiendo tener al enemigo en los talones. Semejante misterio empezaba ya a despertar mis sospechas: yo no ignoraba el siglo en que vivía, y cuanto mi casa podía ser codiciada; muchos ejemplos podía recordar, además, de otras personas de mi conocimiento a quienes desventura semejante había sucedido: de tal suerte, que echando de ver que no había solución posible, si yo no acababa, y no pudiendo deshacerme de ellos sin violencia, me dejé llevar al partido más   —422→   natural y sencillo, como hago siempre, ordenando que entraran. A la verdad yo soy, por naturaleza, poco desconfiado y menos inclinado a la sospecha; me inclino fácilmente hacia la excusa e interpretación más dulces; juzgo de los hombres según el común orden, y no creo en esas propensiones perversas y desnaturalizadas, si a ello no me veo forzado por un ejemplo, como tampoco creo en los monstruos y prodigios: soy hombre, además, que me encomiendo de buen grado a la fortuna y a cuerpo perdido me lanzo en sus brazos, con lo cual, hasta hoy, menos motivos he tenido de llorar que de regocijarme, encontrándola, como la encontré, más avisada de mis asuntos de lo que yo mismo pudiera ser. Algunas acciones hay en mi vida cuya conducta, hablando en justicia, fue difícil, o por lo menos prudente: hasta de estas mismas suponed que la tercera parte sean hijas de mi buen tino; pues bien, las otras dos terceras ricamente las desempeñó el acaso. Incurrimos en falta, así lo entiendo yo al menos, por no confiar al cielo nuestras cosas, y pretendemos de nuestra conducta más de lo que debiéramos; por eso naufragan tan fácilmente nuestros designios: se muestra el cielo envidioso de los derechos que atribuimos a la humana prudencia en perjuicio de los suyos, acortándolos a medida que tratamos de amplificarlos. -Los individuos de que hablaba se mantuvieron a caballo en el patio, mientras el jefe permanecía conmigo en la sala, y no había querido que llevaran al establo su caballo, so pretexto de retirarse al punto que recibiera nuevas de sus hombres. Viose, pues, completamente dueño de su empresa, y nada le faltaba sino ejecutarla. Pasado el caso, repitió frecuentemente (pues nada temía denunciarse) que mi semblante y mi franqueza le arrancaron la traición de los puños. Volvió a marchar a caballo; sus gentes no le quitaban los ojos de encima para ver lo que las ordenaba, muy admiradas de verle salir abandonando sus posiciones.

Otra vez, confiando en no sé qué tregua que acababa de ser publicada por nuestros ejércitos, me puse en camino por tierras singularmente peligrosas. Apenas hube comenzado a caminar, cuando me veo que tres o cuatro cabalgatas que de lugares diversos salían en mi seguimiento: una de ellas me dio alcance a la tercera jornada, y fui acometido por quince o veinte gentileshombres enmascarados, seguidos de una banda de mercenarios. Heme pues prendido y vendido, retirado en lo más espeso de una selva vecina, desmontado, desvalijado, mis cofres registrados, mi caja robada, los caballos y el equipaje, todo en manos de nuevos dueños. Largo tiempo permanecimos cuestionando en ese matorral sobre las condiciones de mi rescate, el cual tasaban tan alto que bien parecía que yo les era completamente desconocido. Luego se pusieron a disponer de   —423→   mi vida, y en verdad que había muchas circunstancias amenazadoras de peligro en la situación en que me hallaba.


Tunc animis opus, Aenea, tunc pectore filmo.1432



Yo me mantuve siempre alegando el derecho de la tregua, diciéndolos que les abandonaría solamente la ganancia que con mis despojos lograran, la cual no era de desdeñar, sin promesa de otro rescate. Al cabo de dos o tres horas que allí permanecimos, y luego de haberme hecho montar en un caballo que no había de tomar el trote, encomendando mi conducción particular a veinte arcabuceros, y distribuido mis gentes entre otros soldados, ordenaron que nos llevaran presos por caminos diferentes; yo me encontraba a dos o tres arcabuzazos de allí,


Jam prece Pollucis, jam Castoris implorata1433:



cuando he aquí que una repentina e inopinada mutación los asalta. Vi venir hacia mí al jefe profiriendo dulces palabras, tomándose la pena de buscar en mi compañía, mis vestidos y objetos extraviados, haciendo que se me devolvieran, según iban hallándose, hasta mi propia caja. El mejor presente que me hiciera fue, en fin, el de mi libertad: todo lo demás poco me importaba en aquellos días. La verdadera causa de un cambio tan nuevo, y de una mutación sin ninguna causa aparente, y de un arrepentir tan milagroso en un tal tiempo, en una empresa de antemano pensada y deliberada y que hasta llegó a ser justa por los usos mismos de la guerra (pues desde luego confesé abiertamente el partido a que pertenecía, y la dirección que llevaba), por mucho que me devané la cabeza no acerté a adivinarla. El más visible que se desenmascaró y que me declaró su nombre, insistió varias veces en que yo debía mi libertad a mi semblante, a la franqueza y firmeza de mis palabras, las cuales me hacían indigno de semejante desventura, y me pidió igual proceder si semejante ocasión en que yo interviniera se le presentaba. Posible es que la bondad divina se quisiera servir de este vano instrumento en pro de mi conservación: defendiome aún al día siguiente contra otras peores emboscadas, de las cuales estos mismos individuos me advirtieron. El último de ellos vive todavía y puede referir la historia; el primero fue muerto no ha mucho.

Si mi rostro por mí no respondiera; si no se leyera en mis ojos y en mi voz la de mis intenciones, no hubiera vivido tan largo tiempo sin querella y sin ofensa,   —424→   con esta indiscreta libertad de decirlo todo a tuertas y a derechas, cuanto a mi fantasía asalta, y el juzgar temerariamente de las cosas. Esta manera de expresarse puede parecer, y con razón, incivil y mal avenida con nuestros usos; pero ultrajosa y maliciosa nadie he visto que la juzgue, ni a quien haya molestado mi libertad si de mis labios la oyó: las palabras que se profieren tienen como otro son y otro sentido. Así que, a nadie odio, y soy tan flojo en el ofender, que ni aun por el servicio de la razón misma soy capaz de tomar este partido; y cuando la ocasión a ello me invitó en las condenas criminales, más bien falté al deber de la justicia: ut magis peccari nollim, quam satis animi ad vidicanda peccata habeam1434. Cuéntase que censuraban a Aristóteles por haber sido sobrado misericordioso para con un hombre perverso: «Es verdad, repuso, fui misericordioso para el hombre, pero no hacia la maldad.» Los juicios ordinarios se exasperan en el castigo en pro del horror del crimen: esto mismo enfría el mío; el espanto del primer asesinato me hace temer el segundo, y lo horrible de la crueldad primera es causa de que deteste toda imitación. A mí que no soy más que un simple escudero puede aplicarse lo que se decía de Carilo, rey de Esparta: «No podrá ser bueno, porque no es malo para con los malos»; o bien de este otro modo, pues Plutarco lo muestra en estos dos términos, como mil otras cosas diversa y contrariamente: «Menester es que sea bueno, puesto que lo es hasta con los malos mismos.» De la propia suerte que en las acciones legítimas me contraría emplearme cuando se trata de aquellos a quienes las advertencias molestan, así también, a decir la verdad, en las ilegítimas tampoco me empleo muy gustoso, aun cuando se trate de gentes que en ello consienten.




ArribaAbajoCapítulo XIII

De la experiencia


Ningún deseo más natural que el deseo de conocer. Todos los medios que a él pueden conducirnos los ensayamos, y, cuando la razón nos falta, echamos mano de la experiencia,


Por varios usus artem experientia fecit,
exemplo monstrante viam1435,



que es un medio mucho más débil y más vil; pero la verdad   —425→   es cosa tan grande que no debemos desdeñar ninguna senda que a ella nos conduzca. Tantas formas adopta la razón que no sabemos a cual atenernos: no muestra menos la experiencia; la consecuencia que pretendemos sacar con la comparación de los acontecimientos es insegura, puesto que son siempre de semejantes. Ninguna cualidad hay tan universal en esta imagen de las cosas como la diversidad y variedad. Y los griegos, los latinos y también nosotros, para emplear el más expreso ejemplo de semejanza nos servimos del de los huevos: sin embargo, hombres hubo, señaladamente uno en Delfos, que reconocía marcas diferenciales entre ellos, de tal suerte que jamás tomaba uno por otro; y, como tuviera unas cuantas gallinas sabía discurrir de cuál era el huevo de que se tratara. La disimilitud se ingiere por sí misma en nuestras obras; ningún arte puede llegar a la semejanza; ni Perrozet1436 ni ningún otro pueden tan cuidadosamente pulimentar y blanquear el anverso de sus cartas que algunos jugadores no las distingan tan sólo al verlas escurrirse en las manos ajenas. La semejanza es siempre menos perfecta que la diferencia. Diríase que la naturaleza se impuso al crear el no repetir sus obras, haciéndolas siempre distintas.

Apenas me place, sin embargo, la opinión de aquel que pensaba por medio de la multiplicidad de las leyes sujetar la autoridad de los jueces cortándoles en trozos la tarea; no echan de ver los que tal suponen que hay tanta libertad y amplitud en la interpretación de aquéllas como en su hechura; y están muy lejos de la seriedad los que creen calmar y detener nuestros debates llevándonos a la expresa palabra de la Biblia; tanto más cuanto que nuestro espíritu no encuentra el campo menos espacioso al fiscalizar el sentido ajeno que al representar el suyo propio; y cual si no hubiera menos animosidad y rudeza al glosar que al inventar. Quien aquello sentaba vemos nosotros claramente cuánto se equivocaba, pues en Francia tenemos más leyes que en todo el resto del universo mundo, y más de las que serían necesarias para gobernar todos los mundos que ideó Epicuro; ut olim flagitiis, sic nunc legibus laboramus1437. Y sin embargo, dejamos tanto que opinar y decidir al albedrío de nuestros jueces, que jamás se vio libertad tan poderosa ni tan licenciosa. ¿Qué salieron ganando nuestros legisladores con elegir cien mil cosas particulares y acomodar a ellas otras tantas leyes? Este número no guarda proporción ninguna con la infinita diversidad de las acciones humanas, y la multiplicación de nuestras invenciones no alcanzará nunca la variación de los ejemplos; añádase a éstos cien mil más distintos, y sin embargo no   —426→   sucederá que en los acontecimientos venideros se encuentre ninguno (con todo ese gran número de millares de sucesos escogidos y registrados) con el cual se puede juntar y aparejar tan exactamente que no quede alguna circunstancia y diversidad, la cual requiera distinta interpretación de juicio. Escasa es la relación que guardan nuestras acciones, las cuales se mantienen en mutación perpetua con las leyes, fijas y móviles: las más deseables son las más raras, sencillas y generales: y aún me atrevería a decir que sería preferible no tener ninguna que poseerlas en número tan abundante como las tenemos.

Naturaleza, las procura siempre más dichosas que las que nosotros elaboramos, como acreditan la pintura de 1a edad dorada de los poetas y el estado en que vemos vivir a los pueblos que no disponen si no es de las naturales. Gentes son éstas que en punto a juicio emplean en sus causas al primer pasajero que viaja a lo largo de sus montañas, y que eligen, el día del mercado, uno de entre ellos que en el acto decide todas sus querellas. ¿Qué daño habría en que los más prudentes resolvieran así las nuestras conforme a las ocurrencias y a la simple vista, sin necesidad de ejemplos ni consecuencias? Cada pie quiere su zapato. El rey Fernando, al enviar colonos a las Indias, ordenó sagazmente que entre ellos no se encontrara ningún escolar de jurisprudencia, temiendo que los procesos infestaran el nuevo mundo, como cosa por su naturaleza generadora de altercados y divisiones, y juzgando con Platón «que es para un país provisión detestable la de jurisconsultos y médicos».

¿Por qué nuestro común lenguaje, tan fácil para cualquiera otro uso, se convierte en obscuro o ininteligible en contratos y testamentos? ¿Por qué quien tan claramente se expresa, sea cual fuere lo que diga o escriba, no encuentra en términos jurídicos ninguna manera de exteriorizarse que no esté sujeta a duda y a contradicción? Es la causa que los maestros de este arte, aplicándose con particular atención a escoger palabras solemnes y a formar cláusulas artísticamente hilvanadas, pesaron tanto cada sílaba, desmenuzaron tan hondamente todas las junturas, que se enredaron y embrollaron en la infinidad de figuras y particiones, hasta el extremo de no poder dar con ninguna prescripción ni reglamento que sean de fácil inteligencia: confusum est, quidquid usque in pulverem sectum est1438. Quien vio a los muchachos intentando dividir en cierto número de porciones una masa de mercurio, habrá advertido que cuanto más la oprimen y amasan, ingeniándose en sujetarla a su voluntad, más irritan la libertad de ese generoso metal, que va huyendo ante sus dedos, menudeándose   —427→   y desparramándose más allá de todo cálculo posible: lo propio ocurre con las cosas, pues subdividiendo sus sutilezas, enséñase a los hombres a que las dudas crezcan; se nos coloca en vías de extender y diversificar las dificultades, se las alarga y dispersa. Sembrando las cuestiones y recortándolas, hácense fructificar y cundir en el mundo la incertidumbre y las querellas, como la tierra se fertiliza cuanto más se desmenuza y profundamente se remueve. Difficultatem facit doctrina.1439 Dudamos, con el testimonio de Ulpiano1440, y todavía más con Bartolo y Baldo1441. Era preciso borrar la huella de esta diversidad innumerable de opiniones y no adornarse con ellas para quebrar la cabeza a la posteridad. No sé yo qué decir de todo esto, mas por experiencia se toca que tantas interpretaciones disipan la verdad y la despedazan. Aristóteles escribió para ser comprendido: si no pudo serlo, menos hará que penetren su doctrina otro hombre menos hábil, y un tercero menos que quien sus propias fantasías trata. Nosotros manipulamos la materia y la esparcimos desleyéndola; de un solo asunto hacemos mil, y recaemos, multiplicando y subdividiendo, en la infinidad de los átomos de Epicuro. Nunca hubo dos hombres que juzgaran de igual modo de la misma cosa; y es imposible ver dos opiniones exactamente iguales, no solamente en distintos hombres, sino en uno mismo a distintas horas. Ordinariamente encuentro qué dudar allí donde el comentario nada señaló; con facilidad mayor me caigo en terreno llano, como ciertos caballos que conozco, los cuales tropiezan más comúnmente en camino unido.

¿Quién no dirá que las glosas aumentan las dudas y la ignorancia, puesto que no se ve ningún libro humano ni divino, con el que el mundo se ataree, cuya interpretación acabe con la dificultad? El centésimo comentario se remite al que le sigue, que luego es más espinoso y escabroso que el primero. Cuando convenimos que un libro tiene bastantes, ¿nada hay ya que decir sobre él? Esto de que voy hablando se ve más patente en el pleiteo: otórgase autoridad legal a innumerables doctores y decretos, así como a otras tantas interpretaciones; ¿reconocemos, sin embargo, algún fin o necesidad de interpretar? ¿Se echa de ver con ello algún progreso y adelantamiento hacia la tranquilidad? ¿Nos precisan menos abogados y jueces que cuando este promontorio jurídico permanecía todavía en su primera infancia? Muy por el contrario, obscurecemos y enterramos la inteligencia del mismo; ya no lo descubrimos sino a merced de tantos muros y barreras. Desconocen los hombres   —428→   la enfermedad natural de su espíritu, el cual sólo se ocupa en bromear y mendigar; va constantemente dando vueltas, edificando y atascándose en su tarea, como los gusanos de seda, para ahogarse; mus in pice1442: figúrase advertir de lejos no sé qué apariencia de claridad y de verdad imaginarias, pero mientras a ellas corro, son tantas las dificultades que se atraviesan en su camino, tantos los obstáculos y nuevas requisiciones, que éstos acaban por extraviarle y trastornarle. No de otro modo aconteció a los perros de Esopo, los cuales descubriendo en el mar algo que flotaba semejante a un cuerpo muerto, y no pudiendo acercarse a él, decidieron beber el agua para secar el paraje, y se ahogaron. Con lo cual concuerda lo que Crates decía de los escritos de Heráclito, o sea «que habrían menester un lector que fuera buen nadador», a fin de que la profundidad y el peso de su doctrina no lo tragaran y sofocaran. Sólo la debilidad individual es lo que hace que nos contentemos con lo que otros o nosotros mismos encontramos en este perseguimiento de la verdad; uno más diestro no se conformará, quedando siempre lugar para un tercero, igualmente que para nosotros mismos, y camino por donde quiera. Ningún fin hay en nuestros inquirimientos; el nuestro está en el otro mundo. El que un espíritu se satisfaga, es signo de cortedad o de cansancio. Ninguno que sea generoso se detiene en cuanto emplea su propio esfuerzo; pretendo siempre ir más allá, transponiendo sus fuerzas; posee vuelos que exceden, que sobrepujan los efectos: cuando no adelanta, ni se atormenta ni da en tierra, o no choca ni da vueltas, no es vivo sino a medias; sus perseguimientos carecen de término y de forma; su alimento se llama admiración, erradumbre, ambigüedad. Lo cual acreditaba de sobra Apolo hablándonos siempre con doble sentido, obscura y oblicuamente; no saciándonos, sino distrayéndonos y atareándonos. Es nuestro espíritu un movimiento irregular, perpetuo, sin modelo ni mira: sus invenciones se exaltan, se siguen y se engendran las unas a las otras:


Ainsi veoid on, en un ruisseau coulant,
sans fin l'une eau aprez l'altre roulant;
et tout le reng, d'un eternel conduict,
l'une suyt l'aultre, et l'une l'aultre fuyt.
par cetle cy celle la est poulsee,
et cette cy par l'aultre est devancee,
tousjours l'eau va dans l'eau; et tousjours est ce
mesme ruisseau, et tousjours eau diverse.1443