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261

Los veintinueve sonetos de Esteban de la Boëtie seguían a esta dedicatoria. Fueron publicados en la primera edición de los Ensayos, que apareció en Burdeos en 1580; en la de Juan Richer, París, 1587, y en la de Abel l'Angelier, en 4.º, París, 1588.

Estos versos son a manera de elegías amorosas, en las que se ve que su autor ha querido imitar a Petrarca.

Habiéndoles hecho imprimir Montaigne en las obras de su amigo, él mismo juzgó que no debían aparecer ya en los Ensayos, y con su propia mano los suprimió en el ejemplar que había de servir para la nueva edición que preparaba, escribiendo al margen: estos versos se verán en otra parte. Coste y otros editores, sin embargo, creyeron deber conservarlos, sin que tuvieran mucha razón para ello. M. Najeon escribió de los sonetos del amigo de Montaigne: «que no merecían ser reimpresos, porque tampoco merecían ser leídos.» (A. D.)

 

262

El sabio no es ya sabio, y el tono es ya justo, el amor que a la virtud profesan es exagerado. HORACIO, Epíst., I, 6, 15. (N. del T.)

 

263

Nosotros mismos trabajamos para aumentar la miseria de nuestra condición. PROPERCIO, III, 7, 44. (N. del T.)

 

264

Dícese que en lo antiguo estas tierras eran un mismo continente; por un empuje violento las separó el mar embravecido. VIRGILIO, Eneida, III, 414 y sig. (N. del T.)

 

265

Una laguna, estéril mucho tiempo, que hendían los remos de la barca, conoce hoy el arado y alimenta las ciudades vecinas. HORACIO, Arte poética, v. 65. (N. del T.)

 

266

La hiedra crece sin cultivo; el árbol no es nunca más frondoso que cuando prospera en los abismos solitarios... el canto de las aves es más dulce sin el concurso del arte. PROPERCIO, I, 2, 10 y sig. (N. del T.)

 

267

Hombres son éstos que salen de las manos de los dioses. SÉNECA, Epíst. 90. (N. del T.)

 

268

Tales fueron las primitivas leyes de la naturaleza. VIRGILIO, Geórg., II, 20. (N. del T.)

 

269

Cuéntase que los vascones prolongaron la vida nutriendose con carne humana. JUVENAL, Sát., XV, 93. (N. del T.)

 

270

La sola victoria verdadera es la que fuerza al enemigo a declararse vencido. CLAUDIANO, de sexto Consulatu Honorii, v. 218. (N. del T.)