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741

El timón de oro, el anillo de las ruedas de oro también, y los radios de plata. Metam., II, 107. (N. del T.)

 

742

El mundo es una mansión inmensa ceñida de cinco zonas y cruzadas oblicuamente por una franja guarnecida de doce radiantes constelaciones, en la que figura también el carro de la luna. VARRÓN. (N. del T.)

 

743

Montaigne ha interpretado mal el sentido de Platón, el cual escribe: «Toda poesía es por naturaleza enigmática.» (N. del T.)

 

744

Todas estas cosas están ocultas, rodeadas de tinieblas densas; para que la penetración del hombre, por muy profunda que sea, no alcance a descubrir los misterios del cielo ni los de la tierra. CICERÓN, Acad., II 39. (N. del T.)

 

745

Por observar las cosas del cielo hay quien no ve las que tiene delante de los pies. DEMÓCRITO. (N. del T.)

 

746

¿Cuáles son las causas de que el mar no rebase sus límites? ¿Cuáles las de la sucesión de las estaciones? ¿Cambian de posición las estrellas por movimientos espontáneos, u obedeciendo a una fuerza superior? ¿Cómo se explica que la luna pierda su luz y que luego se vuelva a iluminar su disco? ¿Cómo la discordia busca y establece la armonía del universo? HORACIO, Epíst., I, 12, 16. (N. del T.)

 

747

¿Quién dejaría de creer, al vernos componer todas las cosas de espíritu y cuerpo, que esta unión no nos fuera cabalmente comprensible? Sin embargo es la cosa que se comprende menos. El hombre es para sí mismo el objeto más prodigioso de la naturaleza, pues no puede concebir lo que sea espíritu, y menos que ninguna cosa cómo un cuerpo puede estar unido con un espíritu. PASCAL. (N. del T.)

 

748

Todo esto es obscuro para nuestra razón, todo permanece envuelto en la majestad de la naturaleza. PLINIO, II, 37. (N. del T.)

 

749

El modo como el espíritu se enlaza con el cuerpo es profundamente admirable e incomprensible para el hombre; y ese enlace es el hombre mismo. SAN AGUSTÍN, de Civit. Dei, XXI, 10. (N. del T.)

 

750

Gentes que almacenan en su espíritu opiniones cuyo fundamento desconocen; que se obstinan en las palabras y no gustan ni ven sino las apariencias de las cosas. Así los define Platón, que los ha caracterizado muy detenidamente al fin del libro IV de la República. (N. del T.)