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861

Todo en el universo cambia en la sucesión del tiempo; todas las cosas deben pasar por estados diferentes; nada se conserva perpetuamente idéntico a sí mismo. Todo pasa, todo cambia de constitución, todo está sujeto a metamorfosis. LUCRECIO, V, 826. (N. del T.)

 

862

Aquí Plutarco no hace sino transcribir y desarrollar estas palabras del Timeo: «Nos engañamos al decir, hablando de la eterna esencia, Fue o Será; estas formas del tiempo no convienen a la eternidad. Es: he aquí su atributo. Nuestro pasado y nuestro porvenir son dos movimientos, y lo inmutable no puede ser de la víspera ni del día siguiente; no puede decirse que fue ni que será. Los accidentes de las criaturas sensibles no se hicieron para lo que no cambia y los instantes que se calculan no son sino un vano simulacro de lo que es siempre.» (J. V. L.)

 

863

De SÉNECA, Natur, quaest., I, in Praefatione. (N. del T.)

 

864

Al salir del puerto nos parece que la tierra y la ciudad son las que se alejan. VIRGILIO, Eneid., III, 72. (N. del T.)

 

865

Ya comienza a quejarse el campesino viendo la vejez cercana... y al comparar los tiempos presentes con los que pasaron, no osa de ponderar la ventura de sus padres ni de celebrar la piedad de la gente antigua. LUCRECIO, II, 1165. (N. del T.)

 

866

Tantos dioses agitándose en torno de mi solo individuo. SÉNECA, Suasor., I, 4. (N. del T.)

 

867

Si desconfías del auxilio del cielo, acude al mío; la causa única de tu temor está en que no sabes a quién conduces; desafía, pues, las olas sin reparo, que yo te aseguro mi protección. LUCANO, V, 579. (N. del T.)

 

868

Al fin creyó César verse rodeado de peligros dignos de su persona. ¿Tan ardua empresa es la de aniquilarme, dijo, que contra la frágil barquilla en que me siento o se agita tan furiosa tempestad? LUCANO, V, 653. (N. del T.)

 

869

También el sol, muerto César, se asoció al duelo de Roma, cubriendo de espeso velo su claro disco. VIRGILIO, Geórg., I, 466. (N. del T.)

 

870

No es tan grande la relación entre los hombres y el cielo, que por nuestra muerte pueda modificarse el brillo de los astros. PLINIO, Nat. Hist., II, 8. (N. del T.)