EL HOMBRE.-
Entiendo, sí, sí. Los públicos se sentían perdidos en el rompecabezas sin corazón de Ionesco y de Beckett, de Albee, de sobre todo, de Brecht y de Weiss y de ese hombre que vive, duerme, cumple con todas sus funciones fisiológicas en su propio apellido: Arrabal. Productos de nuestro tiempo, muy inteligentes, muy extraordinarios sin duda todos, buscando nuevas formas para el teatro y olvidando que el teatro es el hombre, que el hombre es el teatro a la vez y que lo que falta es un fondo vivo, nuevo. Comprendo que los públicos se sintieran todos perdidos, desamparados, en la más cruel de las intemperies, esperando desesperadamente una pieza que tuviera principio, medio y fin. Pero debo recordaros que mi obra tuvo que esperar muchos años para llegar a Broadway. ¿Y qué es Broadway señoras y señores? Es el sueño, la amada, la Princesa Lejana del Poeta Dramático, Broadway, toisón y vellocino de oro, fuente de Juvencio, consagración, orden de caballería, alternativa y corona. ¿Qué poeta dramático no ha soñado con ese amanecer único, con esa aurora del espíritu que despunta a las cuatro de la mañana en las páginas de los diarios? Todo hombre digno de ese nombre, tiene un sueño menos los políticos, los líderes, y los economistas, claro, que sin duda tienen solo pesadillas. Mi sueño era estrenar en B'way, en la Gran Vía Blanca que no conoce la noche. Y lo he realizado al fin. Debo aceptar que mi obra es buena. Estoy seguro. Es muy fácil escribir piezas de teatro. Lo difícil es pensarlas, y en el pensamiento de esta trabajé tantos años como Miguel Ángel trabajó en los pliegues de la túnica de su Moisés. Y después de todos esos años de maduración me senté a escribir y acabé al fin esta pieza -esta tragedia en rigor sobre el hombre y su destino, sus pasiones, sus sueños.
¿Y qué es el hombre, me diréis, ese extraño animal que huye desde siempre de la tierra, que construye y destruye sin tregua, que ama y odia solo en función de sí mismo, que engendra y asesina, que vuela y cae, que muere y resucita sin fin? ¿Y qué es y en qué consiste su destino? Mi pieza, como sabéis, no lo dice, no puede decirlo. Su autor está, como todos nosotros, ante una puerta cerrada que solo puede franquearse muriendo.
Pero quizás. ¡Digo solo quizás! Descorre el velo en un milésimo, en un millonésimo de milímetro cuando apunta que el hombre y su destino son lo mismo. Una sola y única cosa reversible e irreversible a un tiempo. Y yo entreveo, y os muestro solo un diezmillonésimo de milímetro de eternidad. Pero, ¿es el destino el generador, el padre del hombre?, ¿o es el hombre el autor, el padre de su destino? Ajá, that is the question, y no hagamos caso de algunos críticos que aseguran que mi pieza es autobiográfica a causa de la teoría del padre -no, señoras y señores- el arte autobiográfico es como la Christian science, que es como los grape nuts, que no son ni nuts ni grapes.
No necesito escribir una pieza para trazar mi autobiografía que es simple y humilde. ¿Mi vida? ¿Mi carrera? Iguales a las de todos los hombres. Ascenso -caída- esperanza y luz -oscuridad y desesperación. Mi tragedia puede, debe sin la menor duda cubrir esas generalidades comunes a la humanidad, pero nada más, y representa al hombre desnudo y sin otro padre que él mismo, el mío quiero decir, mi padre, aquí entre nosotros, señoras y señores, no anduvo desnudo nunca aunque en realidad poco le faltaba -el hombre- quiero decir, mi padre... ¡Oh, me ruboriza confesarlo! Pero la verdad quema y limpia a fuego como el sol -el hombre, pues... bebía- pero no bebía como un hombre -bebía... bebía como... como un regimiento de cosacos. Y yo siento como si no me hubiera dejado nada de beber aquí. La herencia es siempre el reverso de la medalla, y por eso la mía no es líquida. Pero tregua de filosofías. Como mi personaje, estoy solo en el mundo, solo ante vosotros, mis benévolos jueces que me habéis dado la sangre nueva del aplauso. Porque estreno al fin por primera vez, después de tantos años de amarga espera, y estreno en Broadway y realizo el gran sueño en torno al cual edifiqué mi vida. Y recobro mi tiempo perdido y mi juventud marchita. Tenéis ante vuestros ojos un raro espécimen de dramaturgo: el viejo autor novel. Y en mi vejez solitaria este sueño hecho aplauso y tiempo, sangre y champaña frescamente embriagador, me da ánimos para pedir a la gran actriz que me interpreta como la Mujer del Hombre, la mujer única, (La mujer) que comparta conmigo esa sangre, ese caviar y ese champaña en la virginal fiesta de las crónicas matutinas que para mí son los clarines del alba.
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EL HOMBRE.-
¿Y qué podría deciros? Ya sé que esta es la gloria y que ahora la prensa del mundo tendrá que hablar de mí, que nutrir a millones de lectores con el ejemplo de este viejo autor. Que todos querrán conocer mi vida privada, mis amores, mis preferencias, mi signo del zodíaco, mi piedra preciosa y mi flor favorita, el tipo de mujer que me atrae. Es el precio de la celebridad y estoy dispuesto a pagarlo.
(Aplausos tumultuosos.)
¡Ah, esa música que ni Bach ni Beethoven ni Mozart ni Debussy ni Stravinsky compusieron jamás! ¡Esa música que solo pueden orquestar las manos palpitantes en acto de comunión del público al que se ha podido hacer comulgar en el misterio de la creación!, ¡toda mi vida fue esperar y buscare!, teatro -de ciudad en ciudad, de país en país. Y donde quiera eran compases de espera, largas pausas, hondas desilusiones, vacíos vertiginosos. Nadie quería mis obras. Llegué a pensar que los lectores y los directores de los teatros que me cerraban sus oídos y sus puertas conspiraban contra mí, contra mi genio. Quise hacerme actor para penetrar al fin en el sagrado recinto, pero mis tentativas no llegaron a tener fruto. Viví años enteros en un mundo de espaldas indiferentes, heladas y aceradas. Entonces creé un teatro mío y formé, con mis manos, a jóvenes actores que en cuanto pudieron piar y hacer un ejercicio de vuelo, me dejaron porque no tenía yo teatro y no podía pagarles y, sobre todo, porque no entendían mi obra, mi tragedia del hombre, la misma que acabáis de aplaudir vosotros. Y a la vez, había que vivir, que comer. Y entonces decidí hacerme camarero, pero solo porque había un Café del Teatro, y pensé que allí estaría yo más cerca de la realidad que perseguía desesperada, infatigablemente. Y allí conocí a muchos jóvenes directores, actores, colegas dramaturgos. ¡Que se reían de mí! Uno llegó a llamarme «El hombre que estrenó en B'way», otro me puso «El fantasma de B'way». Para mí, B'way seguirá siendo el sueño y el Café del Teatro, mi único escenario, era una pesadilla de veinticuatro horas diarias. La más cruel de cuantas he tenido. Pero eso ya no importa gracias a vosotros. ¡Veremos qué dicen ahora los desdeñosos, los escépticos, los burlones! ¡Veremos qué dice mi mujer! Porque debo deciros que me casé -era una muchacha maravillosa que me dijo que creía en mí y era como la otra cara de mi sueño, pero solo quería ser actriz- la eduqué, le enseñé todo lo que yo sabía, la ensayé el gran papel que actuó esta noche ante vosotros esta maravillosa actriz vuestra. Todo fue inútil -solía despertarme a la mitad de la noche para decirme que no hacía el papel porque era demasiado trabajo. ¡Demasiado Trabajo! Os lo pregunto, se lo pregunto a esta nueva y sublime Eleonora Duse! ¡Demasiado trabajo! (Risas y aplausos.) Me dejó, mi mujer, digo, aquella que solo era maravillosa porque yo la veía en mí mismo y no como era. Me dejó por un gigolo, por un hippie por un nada, y ahora, ¿Sabéis qué es? ¡Es cirquera! Ni siquiera cirquera. ¡Es portera de un circo! (Risas.) Pero no debo abusar de vuestro tiempo. Es cierto que otra mujer tuvo fe en mí, pero me abandonó porque mi genio no me servía para ganar dinero -¿Qué dirá ahora que reciba mi cabeza la lluvia de oro de Danae que solo puede caer en Broadway? Señoras y señores, I take my deepest, humblest, proudest bow to you! ¡Muchas Gracias!
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