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291

Para las circunstancias del robo, véase Geoffrey Stagg, «Revision in Don Quixote, Part I», en Hispanic studies in honour of I. González Llubera (Oxford: Dolphin, 1959), pp. 347-66, en pp. 360-61.

 

292

En el siguiente artículo del presente volumen. Esta tesis está apoyada por Nicolás Marín, «Camino y destino aragonés de don Quijote», Anales Cervantinos, tomo 17 (1978), 54-66; también «Cervantes frente a Avellaneda: La duquesa y Bárbara», Cervantes y su mundo, pp. 831-35, y «Reconocimiento y expiación. Don Juan, don Jerónimo, don Álvaro, don Quijote», en Estudios sobre literatura y arte dedicados al profesor Emilio Orozco Días, recogidos y publicados por A. Gallego Morell, Andrés Soria y Nicolás Marín (Granada: Universidad, 1979), II, 323-42.

 

293

La autobiografía española hasta Torres Villarroel (Bern: Herbert Lang, y Frankfurt: Peter Lang, 1974), p. 131; habla de la Vida de Passamonte en pp. 124-40). Benito Sánchez Alonso describe el «temperamento» de Passamonte como «enfermizo» («La literatura histórica en el siglo XVI», en Historia general de las literaturas hispánicas, III, reimpresión (Barcelona: Vergara, 1968), p. 333).

 

294

George Camamis, Estudios sobre el cautiverio en el Siglo de Oro (Madrid: Gredos, 1977), p. 205. Camamis solamente dice que la cautividad cristiana de Passamonte fue «uno de los cautiverios más largos», pero no cita ninguno de mayor duración.

 

295

Hay dos alusiones a posibles crímenes de Passamonte en el Quijote, para ninguno de los cuales hay justificación. La primera es la descripción de Avellaneda por parte de Cervantes como alguien que «no ossa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si huviera hecho alguna traición de lesa magestad» (III, 28, 29-32: II, Prólogo; la cursiva es mía). La segunda es la afirmación de don Quijote, en el capítulo en el que encontramos a Ginés, que «suelen hazer algunas mugerzillas simples y algunos embusteros vellacos [...] algunas misturas y venenos con que buelven locos a los hombres» (I, 305, 3-6: I, 22); Ginés es inmediata y repetidamente llamado tanto «embustero» como «bellaco» (I, 307, 2; 307, 27; I, 309, 12, todo desde I, 22; I, 495: I, 23, pasaje interpolado; III, 73, 13: II, 4; III, 341, 12: II, 27). Passamonte se describe a sí mismo como envenenado y temporalmente enloquecido por una mujercilla; Kattan (pp. 201-02) propone esto como una fuente del envenenamiento en El licenciado Vidriera.

 

296

«De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud» (I, 312, 27-29: I, 22); «siempre los malos son desagradecidos» (I, 495: I, 23, pasaje interpolado); «la ingratitud es hija de la sobervia, y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a los que bien le han hecho da indicio que también lo será a Dios, que los hombres cometen, aunque algunos dizen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele dezirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno» (IV, 237, 3-7: II, 58); «bien puede ser que un cavallero sea desamorado; pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido» (IV, 337, 6-8: II, 67).

 

297

Maese Pedro obtiene primero dinero con engaño (su mono), como nos explica detalladamente el texto, y luego presenta información tomada de los romances como histórica. (Véase «El romance visto por Cervantes», en el presente volumen.)

 

298

Es curioso que el autor imaginario del soneto preliminar de Avellaneda, «el menguado entre los rudos», tiene el mismo nombre que el protector de Cervantes: Pe[d]ro Fernández.

 

299

Quijote, IV, 383, 24-28: II, 72; Las dos donzellas, III, 43, 14-23.

 

300

El Espejo de príncipes, cuyas partes primera y segunda fueron reimpresas en Zaragoza en 1617. Esta edición fue un éxito, ya que las partes tercera y cuarta se reimprimieron en 1623.