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Excavaciones arqueológicas en el Cabezo Redondo (Villena, Alicante)

José María Soler García



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En diversas ocasiones hemos señalado las dificultades existentes para sistematizar de modo coherente la Edad del Bronce en el País Valenciano, donde el esquema propuesta por M. Tarradell hace una veintena de años continúa en gran medida vigente, a pesar de los cada día más numerosos estudios comarcales o sobre un determinado elemento cultural aislado y las ahora más numerosas excavaciones, cuyos resultados permanecen prácticamente inéditos.

Se definía el Bronce Valenciano como «una civilización que tendió al estancamiento que no se renovó, que vivió durante siglos bajo módulos parecidos» y se situaban sus fronteras con el Bronce Argárico, del que se consideraba subsidiario, en el río Segura, dado el evidente carácter argárico de los importantes y tan mal conocidos yacimientos de San Antón de Orihuela y de Las Laderas del Castillo de Callosa de Segura. El mismo M. Tarradell trasladaría más tarde las fronteras entre estas dos culturas hacia el río Vinalopó. A partir de ese momento, tal como se recoge en esta monografía, las fronteras fluctúan de uno a otro río, según la formación arqueológica, cuando no política, de los investigadores.

Las excavaciones practicadas por J. M.ª Soler en Terlinques y Cabezo Redondo son referencia continua en todo estudio sobre dichas fronteras y sobre el inicio y periodización de la Edad del Bronce en el País Valenciano, temas estos últimos en estrecha conexión con aquellas. En Terliques se ha obtenido una datación absoluta del 1850 a. C., apenas superada por otra de Serra Grossa -1865 a. C.-, un yacimiento considerado como típico del Bronce Valenciano al sur del asentamiento argárico, o al menos muy argarizado, de la Illeta dels Banyets en El Campello. Cabezo Redondo, considerado por M. Tarradell como «netamente argárico y prototipo de los yacimientos de la comarca villenense», se convierte muy pronto en cita obligada en todos los estudios sobre el II milenio. Sin embargo, solo era conocido por algunos de sus materiales, en especial las cerámicas decoradas y el «tesorillo», precedente inmediato del célebre Tesoro de Villena, el excelente estudio zooarqueológico de A. von der Driesch y J. Boessneck y los siempre precisos avances de J. M.ª Soler sobre sus excavaciones. Se hacía necesaria la publicación de la Memoria de aquellos trabajos, que el Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, fundación pública de la Diputación Provincial de Alicante, en colaboración con el Ayuntamiento de Villena, acoge en su serie Patrimonio.

A menudo se aprovecha el prólogo para realizar una síntesis del libro o para dar una visión personal del tema tratado. En esta ocasión sería fácil caer en esa tentación, ya que el riguroso análisis de la excavación de cada Departamento, la cuidada presentación de los materiales y su riguroso estudio harían tarea cómoda la realización de una síntesis, al tiempo que permiten abordar desde novedosas perspectivas el estudio de la Edad del Bronce en las comarcas meridionales valencianas, tarea a la que nos hemos venido dedicando en los últimos años y para la que hemos contado siempre con el ejemplo y la ayuda de J. M.ª Soler, con quien reanudaremos en este mismo año las excavaciones en el Cabezo Redondo.

Queda zanjada, creo que definitivamente, la controvertida discusión, antes aludida, sobre las fronteras, cuestión en realidad intrascendente y que ocultaba la más importante del   —8→   origen de la Edad del Bronce en el País Valenciano, sus características y periodización. Se hace necesario a partir de esta publicación retomar todos estos temas, ya que Cabezo Redondo es, al menos por el momento, el único yacimiento valenciano de este período excavado en extensión -más de mil metros cuadrados- y publicado en detalle y del que se poseen dataciones absolutas claramente asociadas a materiales arqueológicos. Si se tiene en cuenta, además, que del Alto Vinalopó conocemos el poblamiento prehistórico inmediatamente anterior a la ocupación de Cabezo Redondo, no es aventurado afirmar que cualquier interpretación sobre el III y II milenio a. C. en el País Valenciano debe realizarse desde Villena y el Vinalopó.

Todo gracias al trabajo de José M.ª Soler, que haciendo pública confesión de historiador local, como el mismo señalara en el acto de su investidura como Doctor «Honoris causa» de la Universidad de Alicante, ha dado a sus estudios un valor plenamente universal.

Tabaià, julio de 1987
Mauro S. Hernández Pérez





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ArribaAbajoI parte

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ArribaAbajoEl escenario geográfico

El término de Villena, situado en el ángulo NO. de la provincia de Alicante, abarca una extensión superficial de 337 km. cuadrados, con dimensiones máximas de 32 km. de longitud por 19 de latitud. El relieve se caracteriza por los plegamientos montañosos en dirección SO.-NE., típicos del sistema Penibético, entre los que se desarrollan corredores paralelos totalmente cubiertos por los glacis constituidos por materiales arrancados a las montañas y depositados al pie, en suelos de costras calizas cubiertas a veces por depósitos aluviales.

El más importante de los accidentes montañosos es la sierra de Salinas, que ocupa el ángulo SO. del término, y en la que se alza la cota más elevada de la comarca: la Capilla del Fraile, de 1.239 m. s. n. M., en el punto de confluencia de los términos de Villena, Yecla y Pinoso. El valle de El Puerto la separa por el N. de la sierra del Castellar (785 m.) y de la sierra de Enmedio (765 m.), y entre estas dos últimas y las estribaciones meridionales de la Alhácera (863 m.), corre el amplio valle de Yecla, que conduce a las tierras murcianas y andaluzas.

La porción centro-oriental del término se halla ocupada por un valle de unos diez kilómetros de anchura media abierto entre la sierra del Morrón (912 m.) al N. y la Peña Rubia (934 m.) al S. Entre ambas se abre el histórico valle de Biar, dividido en dos porciones casi iguales por el espolón calizo de la sierra de la Villa o de San Cristóbal (779 m.): el valle de Benejama al N. y el valle de Biar propiamente dicho al S., por donde discurre el río Vinalopó.

En la porción septentrional del término, la sierra caudetana de Santa Bárbara se prolonga hasta las inmediaciones del nudo ferroviario de La Encina, situado en el portillo que se abre entre Santa Bárbara y la Herrada del Rocín (882 m.), cerrando así el extremo N. de la llanura central, que es el centro geográfico de la comarca. Al S. del Rocín, se desarrolla una cuerda de alturas medias denominada las Albarizas (600 a 700 m.), que delimitan, con la sierra del Morrón al S., el disputado valle de los Alhorines, prolongación de la llanura central en dirección a Onteniente.

El sistema orográfico se completa al S. con el conjunto de peñascos denominado «Picachos de Cabrera», de profundos barrancos y cimas agudas, «los Alayos», que alcanza su cota más alta en el «Peñón de la Moneda» (869 m.), trifinio de Salinas, Sax y Villena.

En contraposición al rumbo NE.-SO. de los plegamientos, se desarrolla un corredor SO.-NE. de gran valor estratégico, porque, para el profesor Roselló (1978), Villena es una encrucijada de caminos situada en el eje mismo del canal triásico Cofrentes-Elche, «cicatriz profunda que une las altiplanicies de la Mancha con el Mediterráneo». Un anticlinal compuesto por dolomías, margas abigarradas y yesos divide ese corredor en dos áreas perfectamente delimitadas: una que, con salida al SE., aprovechan el río Vinalopó y las principales vías de comunicación; y otra al O. que originariamente formó una cuenca cerrada en donde se formó la famosa Laguna de Villena, desecada en 1803 por medio de la Acequia del Rey, así llamada en recuerdo de Carlos IV, que fue quien dispuso la desecación. La unión con el Vinalopó se realiza al N. de la Colonia de Santa Eulalia, y algo más abajo de esta confluencia, por el lado izquierdo, lleva sus aguas al río, cuando las lleva, otro canal denominado «el Cauce», que recoge las del valle de Biar para disminuir el riesgo de las avenidas y para evitar la formación de una zona pantanosa.

La riqueza acuífera del subsuelo villenense ha sido proverbial hasta tiempos recientes. Ya en 1270, el infante don Manuel, hermano de Alfonso el Sabio y antecesor del insigne escritor don Juan Manuel en el Señorío de la ciudad, cedió a los pobladores de Elche el agua de Villena que pudiesen llevar.

Don Juan Manuel dedica a esta entonces villa encendidos elogios:

«Et Villena -dice- ay mejor lugar de todas las caças que en todo el Regno de Murçia. Et avn dize don Iohan que pocos lugares vio él nunca tan bueno de todas las caças, ca de çima del alcáçar verá omne caçar garças e ánades e grúas con falcones e con altores, e perdizes e codornizes, e a otras aues que son fermosas aues e muy ligeras para caçar sinon porque son muy graues de sacar del agua, ca nunca están sinon en muy grant laguna de agua salada, e liebres e conejos. Otrosí, del alcáçar mismo verán correr montes de jaualís e de çieruos e de cabras montesas. Et dize don Iohan que todas estas caças fizo él yendo a ojo del alcáçar. Et dize que tan a çerca mataua los jaualís que del alcáçar podían muy bien conosçer por cara el que ante llegara a él. Et dize que sinon por que ay muchas águilas e que a lugares en la huerta ay muy malos pasos, que él diría que era el mejor lugar de caça que nunca viera». («Libro de la Caza», 1982)

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Poco antes había dicho al hablar de Chinchilla: «La tierra de Chinchella ha muchas lagunas en que ha muchas ánades e, en algunas, flamenques, e comunalmente, sinon en Billena, en el Regno de Murçia, non ha tan buen lugar de caça para falcon es comino en el término de Chinchella, mas non en la Villa».

Un autor musulmán de aquella centuria, Ibn-Said al-Magrib, dice que Villena «es ciudad bella de aspecto, poseedora de agua y de jardines, en el N. de Murcia». Todavía en el siglo XV, se ofrecieron las aguas sobrantes de la «Fuente del Chopo» y del «Carrizo Blanco» para que las bebieran los moriscos del valle medio del Vinalopó.

Varios de los caminos hoy casi abandonados fueron rutas obligadas en otras épocas. Así, por ejemplo, al SO. del término, entre las partidas denominadas «Boquera del Puerto» y «Puerto de la Harina», discurre el «Camino Viejo de Granada», que nace en la actual carretera de Villena a Pinoso. Por el SE., bordeando la Peña Rubia y paralelo al río Vinalopó, corre el «Camino de Játiva», ruta muy utilizada todavía durante el siglo XVI. A Alicante se iba también por una carretera tendida por Biar, Onil, Castalla, Tibi y Busot, todavía en uso, «camino muy frecuentado por los arrieros castellanos que baxan a Alicante por Almansa y Yecla...», como se dice en «La Relación de Villena que mandó hacer Felipe II en 1575» (SOLER, 1.ª ed. 1969; 2.ª ed. 1974).

Hasta la desecación de la antigua laguna, no existía camino directo con Yecla, sino un ramal desde «El Puerto», tendido por el Santuario de las Virtudes y la «Venta de Román»; o el de Caudete, que enlazaba con la carretera de Yecla a Fuente la Higuera, todavía utilizada. Según el «Itinerario» de Fernando Colón1, a Murcia se iba también por un camino de herradura de 13 leguas por Salinas, Venta del Algarrobo, Abanilla y Monteagudo.

En un reciente trabajo, María Jesús Rubiera (1985) estudia la encrucijada geográfica que es Villena desde el Paleolítico, conjugando la toponimia con las fuentes escritas y con los hallazgos arqueológicos. Como puede apreciarse en los mapas de nuestras figuras 1 y 2, el Cabezo Redondo ocupa el centro de la encrucijada geográfica que acabamos de diseñar.




ArribaAbajoEl sustrato prehistórico

En un artículo publicado en 1957 nos ocupábamos de «El poblamiento prehistórico del término villenense» (Soler, 1957), que comenzó hace 40 ó 50.000 años con los cazadores «musterienses» de la «Cueva del Cochino», en la sierra del Morrón (Soler, 1956).

La continuación del asentamiento humano, con el «hiatus» del Paleolítico Superior, que no ha sido observado hasta el momento, se hallaba en otra cueva del paraje denominado «La Huesa Tacaña» (Soler, 1956), en las raíces occidentales de la Peña Rubia, ocupada por los llamados «gravetienses» en el Mesolítico, entre 20.000 y 10.000 años antes de C. En opinión de Pericot (1950, 1952 y 1958), en estos «gravetienses» debemos ver a «los más viejos representantes del núcleo fundamental del pueblo español».

En la «Cueva del Lagrimal», todavía inédita, podemos ver la evolución experimentada por estos cazadores montaraces, bajo el influjo de nuevas necesidades primero y al contacto de superiores civilizaciones después. Sus niveles inferiores señalan todavía la influencia «gravetiense», matizada por el microlitismo geométrico propio de pueblos que practican la caza menor. Con estos materiales, que también se encuentran en otra de las cuevas de La Huesa Tacaña (Soler, 1969) y en el yacimiento al aire libre de la «Casa de Lara» (Soler, 1961), nos hallamos en pleno Mesolítico, cuya duración abarca, en números redondos, desde el 8.000 hasta el 4.000 a. de C.

A los niveles «mesolíticos» de «Lagrimal» se superponen otros en que aparecen dos elementos totalmente nuevos hasta aquel momento, como son la cerámica y las hachas de piedra, indicio elocuente de que había llegado a nuestro territorio la gran revolución «neolítica», agricultora y pastoril.

El «Neolítico», complejo y multifacético, es como una riada que invade todo el término. Apenas hay lugar propicio para el cultivo o apto para el pastoreo en que no aparezcan sus vestigios: en casi todas las cuevas habitables; en las terrazas del Vinalopó; en las orillas de la desecada laguna y de los numerosos marjales que colmaban las hondonadas. Más de cincuenta yacimientos llevamos ya localizados, en su mayoría talleres líticos de superficie, pero hay tres poblados de llanura de singular interés: la mencionada «Casa de Lara», el «Arenal de la Virgen» (Soler, 1965), y «La Macolla» (Soler, 1980 y 1981). En todos ellos, como también en la «Cueva del Lagrimal», se puede observar la neolitización del Mesolítico y su posterior transformación en el Eneolítico, que es la fase de transición a la Edad del Bronce.

En nuestro trabajo sobre «El Eneolítico en Villena» (1981) nos planteábamos el problema de si el Neolítico de montaña, tipo «Lagrimal», era anterior o posterior al de llanura, tipo Lara, Arenal o Macolla. A   —13→   falta de fechas absolutas, pensábamos que el de llanura debería ser posterior, y no por razones tipológicas del sílex o de la cerámica, sino porque la simple elección del hábitat en las arenas del llano presupone una capacidad cultural muy superior a la de los montaraces habitantes de las cuevas.

El tránsito del Neolítico al Eneolítico solo es visible, tanto en las cuevas como en el llano, por la aparición de las puntas de flecha de sílex, las hachas pulimentadas y algunos objetos metálicos. Pero si en los yacimientos de llanura esta evolución sería normal, ya que no podemos buscar en ellos los enterramientos múltiples, que es la más acusada característica de la nueva etapa, causa extrañeza no encontrar cadáveres en Lagrimal. Cabe asegurar, por la extensión de la zona excavada, que se trata de una cueva de habitación, y que no sabemos aún en dónde se enterraban sus ocupantes.

Si la Cueva del Lagrimal nos permite deducir que sus habitantes neolíticos la abandonaron para establecerse en el llano, también se observa en Villena el fenómeno contrario. Son varias las cuevas de enterramiento que se encuadran perfectamente en ese Eneolítico caracterizado por las inhumaciones múltiples: las puntas de flecha de diversos tipos, las hachas pulimentadas y las cuentas de collar de diversas materias. Debe existir entre ellas una gradación temporal porque, en algunas, el metal está ausente; en otras, es bastante escaso, y en otras muy abundante. Y es muy de señalar que alguna de estas cuevas está en relación con poblados de altura que han suministrado cerámicas campaniformes, como el Puntal de los Carniceros (Soler, 1981) o el Peñón de la Zorra (Ibid.) que podrían documentar el momento en que los habitantes del llano se enriscan de nuevo, como ya lo estuvieron sus antepasados. Es este el que consideramos momento inicial de la ocupación del Cabezo Redondo.




ArribaAbajoEl cabezo redondo situación y emplazamiento

Se halla en la cuadrícula 843/453 de la Hoja 845, Cuarto I (Villena), del Plano Director a escala 1:25.000. Su acceso más cómodo es por la carretera de Caudete, pero también puede hacerse por la Vereda de las Fuentes, que se inicia en la carretera general de Madrid-Alicante, unos cien metros al S. del kilómetro 352. Véase el croquis de nuestra figura 1.

El borde norte-oriental de la mancha triásica que atraviesa el término de N. a S. es una serrezuela de onduladas crestas, gráficamente denominada «Las Cabezuelas» o «Los Cabecicos», que se resuelve hacia el S. en las tres mayores elevaciones de la serie: (Lámina 1) el «Cabezo del Águila» (580 m.), el «Cabezo de las Cuevas» (587 m.) y el «Cabezo Redondo» (579 m.), todos ellos con ocupación prehistórica, apenas acusada en el primero, del que solo se han recogido fragmentos cerámicos poco típicos en la superficie. El «de las Cuevas» es asiento de varias covachas de enterramientos múltiples: la de «las Delicias»; la de «las Lechuzas», y las «Cuevas del Alto» números 1 y 2, de las que dimos cuenta detallada en «El Eneolítico en Villena» (1981).

El «Cabezo Redondo», separado del de «las Cuevas» por la «Vereda de las Fuentes» (Lámina 2, A) es de planta ligeramente elíptica, de unos 200 metros en el eje mayor y unos 190 en el menor. Su cima se eleva unos 40 metros sobre la llanura circundante, y es el borde escarpado de una costra caliza que buza de E. a O. con inclinación de unos 30 grados (Lámina 4 bis, 1). En la falda oriental, menos inclinada que la opuesta, una capa de margas rojizas se superpone directamente a la de yesos blancos que constituyen el núcleo del cabezo, mientras que, en la occidental, los yesos se encuentran bajo el manto calcáreo, en gran parte transformado en una capa de tierras blancas de gran potencia. Esta es posiblemente la razón de que los habitantes prehistóricos eligieran preferentemente para edificar sus viviendas la vertiente occidental, a la vez que utilizaron las oquedades naturales de los escarpes recayentes a la oriental como lugares de enterramiento. (Lámina 2, B)

En la actualidad, no existen corrientes de agua ni manantial alguno en las inmediaciones del Cabezo. La precisa para nuestro uso durante las excavaciones habíamos de transportarla desde la finca denominada «Quitapesares», a más de medio kilómetro al E. del yacimiento, ya que la más cercana de «Las Delicias», a poniente, disponía tan solo de un aljibe. Sabemos sin embargo, por comunicación del propio dueño, que en la serrezuela que corre frente al Cabezo por occidente, hay una sima con agua en el fondo, cegada por su propietario.

Tal estado de sequía es, sin embargo, reciente, producido por la intensa explotación de una de las cuencas artesianas más importantes de todo el Levante español. Ya hemos hablado de la riqueza acuífera del término de Villena. La toponimia local de esta zona occidental de la cuenca -«La Laguna», «La Lagunilla», «Las Fuentes», la senda de los «Tollos», etc.- es un claro reflejo de aquella situación. Algunos manantiales más en contacto con las formaciones mineralizadas del Keuper se utilizan todavía para la extracción de sal por evaporación del agua en balsas al aire libre -«Salero Viejo», «Salero Nuevo», «Salero de Penalva»-,   —14→   explotación que se remonta documentalmente hasta mediados del siglo XV, pues ya los Reyes Católicos cedieron para los propios del pueblo las salinas del término en premio a sus leales servicios.

A mediados del siglo pasado, hubo intentos de explotar las aguas subterráneas que existían en el subsuelo del Cabezo. En el acta del Ayuntamiento celebrado el 26 de enero de 1851, se menciona un memorial dirigido al Gobernador de la provincia por Francisco Sánchez y Antonio Hernández Gabaldón, en el que se hacía presente que en el Cabezo Redondo existían aguas explotables en beneficio de la agricultura e industria de la ciudad, y por consiguiente de la riqueza pública; y como el terreno en el que se tendrían que abrir los pozos y galerías de desagüe era de aprovechamiento común, y lindaba con tierras de Miguel Pérez y de Mateo Tomás, así como con otras pertenecientes a los propios de la ciudad, se hacía indispensable la autorización gubernamental para proceder a la iluminación de aquellas aguas. El Gobernador sometió el asunto a informe del Ayuntamiento, que tuvo que consultar a los interesados. Miguel Pérez manifestó que no tenía inconveniente en que se concediese el permiso solicitado, pero Mateo Tomás alegó que era el dueño del Cabezo, como lo fueron sus padres y abuelos, lo que había dado lugar a que el cerro se conociese como «Cabezo de los Tomases», en el cual hizo su padre una gran excavación, como la había hecho también su abuelo, en busca de las referidas aguas, y como aquellos trabajos habían sido infructuosos, por hallarse las aguas a bastante profundidad, él las había explotado por la parte llana en tierras de su pertenencia, y en aquellos momentos estaba regando una vasta extensión de terrenos con aguas del Cabezo que se proponía duplicar, para lo cual tenía hechas las acequias pertinentes. Creía por tanto perjudicial a sus intereses la empresa que se intentaba, que no podía consentir en modo alguno.

El Ayuntamiento accedió sin embargo a lo solicitado, con la precisa condición de que los explotadores del agua salieran responsables de los daños y perjuicios que pudieran irrogarse a Mateo Tomás con la iluminación de las nuevas aguas.

Ni los Tomases, ni Francisco Sánchez, ni Antonio Hernández Gabaldón, ni el Ayuntamiento pudieron darse cuenta del irreparable daño que causaron a uno de los más importantes yacimientos prehistóricos de la nación. El pozo cavado por «los Tomases» se halla en la actualidad cegado y oculto por un enorme talud de tierras en la cantera del SO., y aún pueden verse algunos de los hoyos cavados en la ladera occidental, cerca del camino.

Estas noticias nos hacen pensar que en el segundo milenio antes de Jesucristo no andarían escasos de agua los habitantes del Cabezo, y que esa abundancia sería una de las razones que les movieran a elegir el emplazamiento de sus viviendas. Miles de cabras y ovejas, cuyos huesos han sido localizados en el yacimiento, no hubieran podido subsistir en un secarral.

El Cabezo muestra las profundas heridas infligidas por los industriales del yeso y de las duras calizas del extremo N., que se trituraban «in situ» para su empleo en el afirmado de las carreteras. Nuestras láminas 3 y 4, ayudarán a formarse una idea de la magnitud de estas destrucciones. A juzgar por el resultado de nuestras excavaciones, no es aventurado suponer la desaparición de medio centenar de viviendas en toda la extensión del yacimiento.

La profundidad de los cortes producidos por los canteros permite el perfecto estudio estratigráfico del cerro. Fácil es comprobar la total ausencia de asomos eruptivos en ninguno de sus estratos. Causa extrañeza, pues, el examen de la Hoja 845 del Mapa Geológico de España, a escala 1:50.000, y la «Explicación de la Hoja», editada en 1958, en la que se dice que «al NO. de Villena se encuentra un interesante asomo eruptivo de ofitas que da origen a la elevación denominada "Cabezo Redondo". Se trata de una roca básica, del grupo de las diabasas, con textura ofítica, color verde oscuro y de gran densidad y extraordinaria dureza». «No conocemos -añade- otro asomo de ofitas en la zona; sin embargo, estas erupciones ofíticas son muy abundantes en las manchas del Keuper de la región de Levante».

Se trata, sin duda, de una confusión sufrida por los redactores de la Hoja con otro cerro de 543 metros de altura que se halla en la cuadrícula 841/454, de la Hoja 845, Cuarto I (Villena) del mencionado Plano Director a escala 1:25.000. Toda la superficie de este cerro innominado está sembrada, en efecto, de cantos de ofita «color verde oscuro, gran densidad y extraordinaria dureza», profusamente utilizados por los habitantes del Cabezo Redondo para la fabricación de hachas, percutores y unos esferoides que consideramos como proyectiles de honda. Un hacha pulimentada fabricada por nuestro amigo José Serrano con ofitas de este cerro, es fácil de confundir con las aparecidas en el Redondo y en algunos otros yacimientos de la comarca. Al SE. del término, en las faldas meridionales de los Picachos de Cabrera, entre la Colonia de Santa Eulalia y Sax, hemos podido ver una cantera en explotación de estas mismas ofitas, no señalada tampoco en el Mapa Geológico.

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La extensa zona seca de margas rojas que rodea el Cabezo por el O. y por el S., en gran parte yermas, no admitía, hasta hace unos años, más cultivo que el de los viñedos y olivares; pero, más recientemente, irrigaciones en la zona meridional han extendido de forma considerable las plantaciones de manzanos.

En la llanura aluvial del E., las viñas y olivos alternan con zonas hortícolas bien regadas. El propio Cabezo Redondo, que hoy apenas mantiene ralos matujos, estuvo en tiempos poblado de olivos, según demuestran algunos vestigios de abancalamientos y los hoyos rellenos de tierras oscuras aparecidos en los estratos altos, alguno de los cuales profundiza hasta las hiladas superiores de los muros prehistóricos destruyéndolos en parte, como más adelante se verá.

Si la sequía actual de la comarca -promedio de 234,45 litros por metro cuadrado durante los años 1914-1933- índice bajísimo, aun dentro de la España seca, se inicia ya en la Edad del Bronce, es de suponer, para la época de florecimiento de la población edificada en el Cabezo, un paisaje sin viñas ni olivares, con muchos más pinos en los montes de los alrededores y una mayor extensión de las plantas correspondientes al grado de vegetación mixto, cuya asociación ha podido establecerse gracias a los inventarios hechos por Rigual Magallón (1972) en el propio Cabezo Redondo y sus aledaños. En las margas compactas de la zona abundan la «Stipa tenacissima», y el «Lygeum spartum» en las deleznables, ambas de gran utilidad para los habitantes del Cabezo.




ArribaAbajoAntecedentes y proceso de las excavaciones

Un semanario local del siglo pasado titulado «El Demócrata», en su número 49, correspondiente al 19 de julio de 1891, insertaba la siguiente noticia:

«El jueves tuvimos la honra de ser visitados por el célebre geólogo y paleontólogo D. Juan Vilanova, que vino a recorrer estos terrenos para completar sus estudios geológicos de la provincia de Alicante. Encontró el llamado "Cabezo Redondo" formado de yeso y con una corteza de dos metros de terreno sobrepuesta por la mano del hombre, compuesta de tierra quemada, que según parece corresponde a las etapas protohistóricas, necesitándose algunos siglos para reunir tanta cantidad de restos. Lo más probable es que pertenezcan a la edad de la piedra pulimentada. Habló de la necesidad de recabar una subvención del Estado y al objeto se propone pedirla, para hacer excavaciones que sirvan de estudio y complemento a los datos que tiene recogidos en otras partes sobre la edad protohistórica en nuestra provincia. El viernes estuvo en Sax a ver un monte compuesto en su mayor parte por fósiles de conchas, caracoles y almejas, y de este punto pasará a visitar Monóvar, Pinoso y Salinas».



Los propósitos del ilustre geólogo debieron quedar solamente en deseo, y ocho años más tarde, en el número extraordinario del semanario «El Jueves», publicado en el mes de septiembre de 1899, el presbítero don Salvador Avellán publicó un breve resumen histórico en el que, a vueltas de varias etimologías sobre toponimia local, dice lo siguiente: «Hanse encontrado restos de ánforas romanas y urnas cinerarias en el Puntal y en el Campo, en cuyo término se cree estuviera "Vacasora", cuyo sitio se ignora, pero se supone haber existido en el término de Villena».

En las llamadas «Casas de Campo» existe, en efecto, un yacimiento romano, y en el «Puntal de los Carniceros», si es que a él se refiere el padre Avellán, un poblado de altura con cuevas de enterramientos. Hacia 1923, se publicó la «Geografía General del Reino de Valencia», dirigida por Carreras Candi, en la que Jiménez de Cisneros colaboró con el capítulo de «Geología y Paleontología», del que extractamos el párrafo siguiente:

«Una formación muy notable se encuentra en Villena, en unos cabezos situados al O. de la población. El Keuper tiene allí los caracteres generales, sólo que hay minerales llevados o producidos por las ofitas que actualmente cuesta trabajo encontrar. La magnetita abunda en forma de polvo o de arenas finas. Sobre la masa de yesos de uno de los cabezos se encuentran bellos y grandes cristales de celestina (Sulfato estróncico) y núcleos irregulares de calizas dolomíticas que encierran ligerísimos núcleos de minerales magnésicos. Registrando las excavaciones pudimos retirar algunos de estos nódulos en los que el núcleo suena como una almendra (verdaderas geodas)».



En nota al pie de página se añade: «Allí existe, además, un yacimiento neolítico con fragmentos de cerámica, sílex tallados, etc.». Con esas características no existe en aquel paraje otro yacimiento que el Cabezo Redondo, que no pudo escapar a la atención del gran investigador.

Continuador de la obra de Avellán fue el canónigo don Gaspar Archent, quien, en la revista de Fiestas de 1943, se refiere al hallazgo de dos hachas de piedra en terrenos de la finca denominada «Corral de los Serranos», y hace mención de «bastantes molinos de piedra y gran cantidad de fragmentos o tiestos de cerámica basta pertenecientes a vasijas destinadas a la cocción de alimentos, pues bien claramente se nota en muchos de ellos la acción del fuego», encontrados   —16→   en el que llama «Cabezo del Yeso», que no puede ser otro que el «Redondo». Archent, que se confiesa lego en la materia, sometió algunos de aquellos fragmentos al dictamen del Marqués de Lozoya, quien no llegó a dar su opinión, y más tarde «a un docto canónigo que fue de la Metropolitana de Valencia», el cual dictaminó que no era posible fijar la antigüedad de las vasijas. «Los romanos -dice este canónigo cuyo nombre no se cita- utilizaron mucho esta forma de vasija, sin que por ello afirmemos que procede de ellos, pues lo basto de la materia, su grosor, el ancho cuello, la esponjosidad de las paredes y el no haber incisión alguna de punzón, nos hace sospechar que los restos dichos pudieran ser de fines del período protohistórico o también ibero en su primitiva forma».

Y con este breve informe del canónigo valenciano termina la antigua bibliografía arqueológica villenense, reanudada por nosotros en 1949 con el artículo publicado en el Programa Oficial editado por la Comisión de Fiestas del Ayuntamiento bajo el título de «El Poblado Prehistórico del Cabezo Redondo», en el que dábamos cuenta de unas catas efectuadas a expensas del Ayuntamiento, o más bien de su alcalde, don José Rocher Tallada, en el que siempre encontramos un inestimable apoyo, y con la colaboración técnica, en calidad de capataz, de Félix Rebollo, reconstructor del Museo Arqueológico de Alicante, puesto a nuestra disposición por el entonces director padre don José Belda.

Nos guiaba el deseo de resaltar ante los ojos de los profanos, y muy especialmente de los propietarios del cerro, la necesidad de conservar para la ciencia aquellos antiquísimos vestigios de pasadas civilizaciones, pero hemos de confesar que nuestro fracaso fue absoluto, pues las sistemáticas destrucciones llevadas a cabo por los industriales del yeso continuaron implacablemente.

En nuestra calidad de Comisario Local de Excavaciones Arqueológicas, cargo para el que habíamos sido designado el 27 de mayo de 1950, pusimos el hecho en conocimiento de la Comisaría General que, con loable presteza, inició gestiones encaminadas a evitar las «vandálicas destrucciones» en el yacimiento. No dieron tampoco estas gestiones el resultado apetecido, y pudimos contemplar cómo la dinamita de los barrenos lanzaba por los aires algunos lienzos de muros que habíamos puesto al descubierto durante nuestros trabajos. (Lámina 30 A).

La situación varió sensiblemente cuando, en 1957, se reestructuraron los servicios arqueológicos y don Miguel Tarradell fue nombrado Delegado de Zona de Valencia. Se planeó entonces una campaña de excavación en el Cabezo financia da por la Delegación de Zona y por el Ayuntamiento de la ciudad, pero hubo de aplazarse porque, en aquellos momentos, estábamos ultimando el montaje del Museo Arqueológico local, que veníamos preparando desde 1952 y pudo ser inaugurado el 3 de noviembre de 1957.

Dos años después denunciamos de nuevo a la Delegación de Zona que las destrucciones en el yacimiento continuaban a ritmo acelerado, y esta nueva denuncia aceleró la visita del profesor Tarradell, quien permaneció unos días en la ciudad para estudiar sobre el terreno el plan a seguir en unas excavaciones de urgencia, que solo podían pretender el estudio de las zonas amenazadas antes de su inmediata destrucción. El Ayuntamiento se había comprometido a sufragar la mano de obra, y la campaña pudo comenzar el 24 de febrero de 1959.

Con medios escasos, nos vimos obligados a remover varias veces las mismas tierras, ante la prohibición de los industriales de verter escombros en las inmediatas canteras, que se iban ampliando implacablemente ante nuestros ojos. La solución no podía ser otra que la expropiación del yacimiento, proceso lento que se inició con una extensa moción de la Alcaldía, a la que acababa de acceder don Pascasio Arenas López.

La moción fue aprobada el 19 de septiembre de 1967 y remitida al entonces director general de Bellas Artes Gratiniano Nieto Gallo. El 21 de marzo del año siguiente, se declaró Conjunto Histórico Artístico el casco antiguo de la ciudad, incluyendo expresamente en la declaración el yacimiento del «Cabezo Redondo». El 6 de junio de 1968 se declaró de utilidad pública la expropiación del cerro, cuya Acta de Ocupación se firmó el 11 de febrero de 1970.

Con ello se culminaba un proceso iniciado veinte años antes, pero no se terminaban las malandanzas del Cabezo, que al quedar en posesión estatal, sin protección alguna, fue sometido a la acción depredadora, cada vez más frecuente e intensa, de los excavadores clandestinos, hecho que, el 24 de febrero de 1978, pusimos en conocimiento del entonces delegado provincial del Ministerio de Cultura Don Rafael Rodríguez. El 17 de junio de ese mismo año, la Comisión Provincial para la Defensa del Patrimonio Histórico Artístico recordó a la Corporación Municipal villenense la obligación en que se encontraba de proteger los monumentos existentes en su término municipal, lo que motivó la redacción de unos proyectos de vallado de protección, que fueron remitidos, el 15 de octubre de 1978, a la Inspección General de Excavaciones Arqueológicas, regida entonces por Don Juan Maluquer. Allí quedaron archivados a consecuencia del cambio de régimen político de la nación.

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El asunto quedó pendiente, pero no abandonado, y cuando las funciones culturales, y entre ellas las arqueológicas, fueron transferidos a la Comunidad Autónoma del País Valenciano, un nuevo proyecto de vallado del Cabezo, redactado por el Departamento de Arquitectura y Urbanismo del Ayuntamiento de Villena el 6 de julio de 1984, fue remitido a la Dirección General del Patrimonio Artístico de la Comunidad Valenciana, regida por Don Tomás Llorens Serra, que lo aprobó el 29 de agosto de 1985. Las obras de cierre se han ultimado en julio de 1986. (Lámina 4 bis, 2 y 3).




ArribaAbajoProspecciones en la ladera oriental

Uno de los hornos para cocer el yeso se levanta al pie del extremo meridional del cabezo. En él se transformaba la materia prima extraída de aquella vertiente, socavada ya en más de un tercio por una profunda cantera paulatinamente ampliada hacia el N. a tal ritmo que, de no producirse la expropiación del cerro, pronto se habría unido con las brechas que, desde el N., se dirigían a su encuentro (Figs. 5 y 6).

Nuestras frecuentes exploraciones, en las que encontramos superficialmente una lámina curvada de cobre o bronce, de unos 50 mm. de longitud, 3 de anchura y 2 de espesor, que pudo pertenecer a una especie de diadema (Lámina 75, 6 y figura 50, 8), nos habían hecho ver una gran mancha oscura cortada por los canteros al desmontar la costra terrosa que recubre el yeso. Hubimos de aprovechar la coyuntura de un día laboralmente inhábil para extraer con presteza un gran amontonamiento de tiestos entre tierras requemadas (Lámina 91, A). La reconstrucción de aquel lote, que ha proporcionado hasta ahora la mayor vasija del yacimiento (60 cm. de altura por 40 de boca), puede verse en la figura 113 y lámina 91. Son todas de pastas relativamente cuidadas, de colores claros, grises o pardos, con la curiosa circunstancia de que la número 7, que es la mayor, carece de mamelones; la número 6 (Lámina 91 B), lleva una fila de pezones cónicos en el cuello; las números 3 y 8, dos filas paralelas en la parte superior de la vasija, y las números 1 y 2, tres filas cada una, de las cuales, la de enmedio se acerca más a la fila superior en la número 1, y más a la inferior en la número 2. La número 5 es singular por el espesor del fondo, que alcanza los 2,5 centímetros, y nos hace pensar en su relación con la industria metalúrgica.

Pocos días después de su extracción, había volado ya toda aquella zona, como anteriormente desapareció también un largo tramo de un muro bien visible en sus hiladas superiores, y es de señalar, como hecho inusitado, la entrega que nos hicieron los propios canteros de un gran cuenco grisáceo, con cereales carbonizados, que había aparecido en la capa carbonosa que estaban desmontando, asociado a un hacha de ofita reutilizada como percutor después de haberle matado el filo primitivo (Lámina 45, 6).

Finalizada la campaña de 1960, nos fue denunciada la existencia de una pequeña zanja practicada clandestinamente en esta vertiente bajo los escarpes de la cima, algo al N. del extremo de la cantera. El cribado de las tierras amontonadas por los buscadores nos proporcionó una punta de flecha metálica de tipo ojival, con aletas y pedúnculo (Lámina 73, 2 y figura 49, 5), y los fragmentos cerámicos que a continuación reseñamos:

Fragmento del cuello de una vasija de paredes gruesas, color amarillento y superficie sin bruñir, ornada cerca del borde con una serie de aspas formadas con cuatro sencillos trazos (Figura 115, núm. 7, y lámina 97, 4).

Dos fragmentos, que unen, de una vasija color rojizo y superficie algo bruñida. Presentan un rehundido interior que determina acusada línea de carena, en la que se apoya una serie de cuatro triángulos incisos de lados paralelos (Figura 115, núm. 4 y lámina 96, 18).

Otros dos trozos del borde de una vasija globular, de color gris azulado y superficie alisada. Paralela al borde lleva una línea quebrada irregular de la que se desprende verticalmente otra línea de pequeños hoyuelos rellenos de una sustancia blanca o piedrecillas hundidas (Figura 115, 1 y lámina 97, 1).

Dos trozos de una misma vasija, de color amarillo-rosado. La superficie está alisada, aunque sin pulir, y la decoración consiste en franjas verticales y horizontales con cuatro filas de ángulos paralelos (Figura 115, 9).

Esta profusión de tiestos ornados en tan reducido espacio es anómala en el yacimiento, donde, entre miles de fragmentos y vasos enteros lisos, solamente en una treintena se ha utilizado la incisión como procedimiento decorativo. Quizá haya que relacionar con ellos la presencia de unos huesos humanos que asomaban por las capas inferiores del corte de la zanja, a las que no llegaron los excavadores. Hay que recordar, sin embargo, que en ninguno de los enterramientos que hemos podido estudiar hasta ahora, tanto en el poblado como en las covachas de la cima, no hay ni un solo fragmento decorado, si bien los hay también, tanto incisos como excisos, en las proximidades del enterramiento destruido en la cantera del SO., como luego se verá.

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ArribaAbajoEl «Tesorillo»

Creemos oportuno recordar aquí las circunstancias del hallazgo de ese conjunto de joyas que, como «Tesorillo del Cabezo Redondo», se ha divulgado ya como obligada compañía del gran «Tesoro de Villena». (Soler, 1964 y 1965).

El día 1 de abril de 1963, tuvimos noticia de que, a un relojero de la localidad llamado José Marín le había sido ofrecido un lote de objetos de oro. El relojero nos confirmó la noticia e, indirectamente, la procedencia del lote, al describirnos uno de los objetos como pequeño embudo, similar al que había aparecido en la cista de la Cueva número 1 de que luego hablaremos. A las pocas horas de las gestiones que llevamos a cabo con los canteros, habíamos logrado recuperar gran parte del lote, incluidos dos brazaletes que uno de los trabajadores había vendido a un joyero de la localidad, y el mismo obrero que había ofrecido las joyas al relojero, nos hizo voluntaria entrega de una pequeña cuenta de collar. El mayor número de objetos se hallaba en poder del capataz, quien compareció en el Ayuntamiento el día 2 de abril para efectuar la entrega de lo que poseía.

Los informes de todos ellos coincidieron en señalar el borde septentrional de la cantera del SE. como lugar de aparición de aquel conjunto. Las primeras piezas se hallaron al vaciar en la cantera la costra terrosa que recubre el yeso, operación que se realiza para dejar al descubierto la roca antes de desgajarla por medio de barrenos, lo que nos había permitido recuperar también el conjunto de vasijas a que más arriba nos hemos referido.

Algunas de las piezas de oro habían quedado suspendidas en las irregularidades de la roca por donde resbalaban las tierras hacia el fondo, y el tamizado de estas tierras nos hizo recuperar algunas de las joyas que habían caído.

La costra de tierras de esta zona de la ladera es de 20 a 30 centímetros de espesor en los puntos explorados, y no deja de causar extrañeza la situación de las joyas en estrato tan superficial y sin protección alguna, a no ser que estuvieran depositadas en alguna oquedad que hoy no puede observarse. Los obreros aseguraron que no se hallaban en ningún recipiente. Si se trataba de una ocultación, como parece lo más probable, cualquier pequeña cavidad hubiera sido suficiente, dado el volumen que ocupa la totalidad de los objetos recogidos.

Hemos de añadir que el propietario del negocio del yeso hizo cribar a sus obreros todas las tierras que quedaban en el fondo de la cantera, encontrando en estas rebuscas unos cuantos objetos de los que nos hizo entrega el día 3 de junio.

El lote se compone de treinta y cinco piezas de oro, cuyo peso total es de 147,0831 gramos, y se distribuye del modo siguiente:

  • 1 diadema
  • 3 brazaletes
  • 3 espirales
  • 13 anillos
  • 10 colgantes cónicos o botones
  • 2 cintillas
  • 1 cuenta de collar
  • 1 fragmento ornado con púas
  • 1 trozo de lingote

La foto que presentamos en la lámina 86 sugiere la posibilidad de que estas piezas pudieran ser utilizadas como botones. El tubo atravesaría el cuero, la piel o la tela y sería sujetado por un pequeño pasador en el orificio.






ArribaAbajoProspecciones en la vertiente occidental

En nuestras numerosas exploraciones, habíamos encontrado en superficie los materiales siguientes:

  • Piedras diversas:
    • 1 azuela de fibrolita (Lámina 45, 4).
    • 25 percutores y lascas de cuarcita.
    • 9 utensilios de ofita; entre los que hay que destacar un canto paralelepípedo de superficies bruñidas y vértices golpeados (Lámina 46, 4).
    • 1 talón de hacha (Lámina 45, 5).
    • 1 fragmento de placa gris con orificio (Lámina 49, 8 y figura 36, 8).
    • Varios esferoides y placas de caliza y arenisca.
  • Sílex:
    • Una gran lasca de perfil oval, un borde grueso, con restos del córtex y el otro rebajado a golpes de lascado alterno que producen un filo sinuoso y muy usado (Lámina 40, 2a y 2b).
    • 74 núcleos y lascas.
    • 6 dientes de hoz.
    • 1 hojita apuntada de sílex acaramelado, con retoque menudo en uno de los filos y muescas en el otro (Figura 26 bis, 25).
  • Concha:
    • 2 pectúnculos y una ciprea, todos perforados.
  • Metal:
    • 1 cincel de 65 x 8 x 7 mm. (Figura 47, 7).
    • 1 esferilla aplanada (Figura 51, 17).
    • 2 trozos amorfos.
  • Cerámica lisa:
    • Fragmentos de cuencos de la forma 1, algunos negros y bruñidos.
    • Fragmentos de ollas globulares de la forma 2.
    • Fragmentos de ollas cilíndricas de la forma 3.
    • Fragmentos de cuencos carenados de borde recto.
    • Fragmentos con mamelones.
    • Fragmentos con asa.
  • Cerámica a torno:
    • 1 fragmento gris, con cuello corto y borde vuelto al exterior. Es el único de esta especie en todo el yacimiento.
  • Cerámica ornada:
    • 2 bocas con orificio.
    • 2 fragmentos con incisiones en el borde.
    • 1 fragmento con incisiones en zig-zag (Figura 116, 5).
    • 1 fragmento negruzco y pardo, con dos líneas finamente incisas y paralelas en zig-zag horizontal y varias paralelas verticales (Figura 116, 3).

Al NO. del Cabezo existe una cantera abandonada en la que podía observarse el núcleo rocoso recubierto por una costra de tierras sueltas mezcladas con las consabidas pellas de tierras blancas. Una de las primeras prospecciones se hicieron en esta cantera en mayo de 1949, con Félix Rebollo como capataz.

Una pequeña remoción de estas tierras nos proporcionó un cuchillo de bronce de 16,5 cm. de longitud y 26 mm. de anchura, de sección lenticular. Uno de sus bordes es rectilíneo y continuo, y el opuesto, que es el filo, presenta algunas pequeñas escotaduras producidas por el uso. A 9 mm. de la cabeza, que es rectangular, va provisto de dos remaches cilíndricos que lo atraviesan; uno de ellos tiene 15 mm. de longitud y 5 de diámetro, pero del otro solo se conserva la parte saliente en una de las caras (Lámina 72, 2, y figura 48, 14). Le acompañaba un cuenco negruzco, de paredes pulidas, de 16,5 cm. de boca (Figura 117, 8); otro medio cuenco algo mayor (Figura 117, 5) y fragmentos de algunos otros; trozo de una vasija grande con mamelones; una punta de flecha de bronce, con pedúnculo y aletas, pero con el frente no apuntado, sino semicircular (Lámina 73, 13 y figura 49, 9), que tiene 21 mm. de longitud; otra punta de flecha, también con pedúnculo y aletas, de 48 mm. de longitud, que conserva adheridos restos de madera carbonizada pertenecientes sin duda al asta en que estuvo ensartada (Lámina 73, 3 y figura 49, 1); un «brazal de arquero» en arenisca oscura, con orificios cerca de los lados cortos (Lámina 49, 5 y figura 36, 3), y uno de los espirales de oro ya mencionados, de 20 mm. de diámetro, formado por una cintilla rectangular con los extremos adelgazados (Lámina 39, J). La ausencia de edificaciones en esta zona, en lo que pudimos ver, así como la índole de los objetos recogidos, hacen pensar en la existencia de algún enterramiento destruido al abrir la cantera.

Tras algunas catas en diversos puntos, se llegó a las inmediaciones de la cantera del SO., y allí se excavaron las capas superiores del que después designaríamos como Departamento XV. Los resultados se detallan en el lugar correspondiente a este último.





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