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Cásidos

Se recogieron 13 ejemplares, en superficie y en ocho de los Departamentos.




Columbellas

(Lámina 69, 1)


Fueron recogidos 42 ejemplares. Es una especie muy abundante en los yacimientos eneolíticos de la comarca, como la Casa de Lara o la Cueva de las Lechuzas. Son también muy abundantes en el Cerro de las Canteras (Motos, 1918). En el yacimiento francés de Chateaunef-les-Martígues, aparecieron en todos los estratos, desde el Mesolítico hasta el Bronce (Escalón de Fontón 1956).




Conus

Los 20 ejemplares hasta ahora recogidos solo tienen interés ornamental, como casi todas las otras especies. En la lámina 70 n.º 15, presentamos el extremo superior de uno perforado. Cuzcoy (1952) discute la opinión de Berthelot (1879) de que piezas similares recogidas en Canarias fuesen obra de los aborígenes, y aduce el hecho de que, aunque aparecen en cuevas sepulcrales de Tenerife, las había recogido a centenares a la orilla del mar, en la Punta del Camisón (Tenerife). Son en efecto conchas de conus, que por la acción mecánica del oleaje y de las arenas iban perdiendo su parte más débil, y quedaba solamente la más sólida, que era la superior, a la que por frotamiento, se perforaba por el vértice. Puede ser muy bien el caso de nuestro ejemplar.




Cipreas

(Lámina 70, 4, 5, 12, 13, 18 y 23)


Se han recogido 12 ejemplares en 7 Departs. y 1 en superficie. Hemos de resaltar que en el cuadro de distribución de las conchas aparecidas en seis cuevas de enterramientos colectivos (Soler, 1981), en un total de 1.280 ejemplares correspondientes a nueve especies distintas, no aparece ninguna de «ciprea», que es, hasta ahora, exclusiva de yacimientos de la Edad del Bronce. Recordemos que su carne carece de valor y que ha sido empleada por algunas tribus primitivas como moneda o instrumento de cambio.




Venus

Han aparecido 11 ejemplares en 4 Departs.




Olivas

Solo 1 ejemplar en el Dept. VII.




Trochus

(Lámina 70, 29 y 31)


Un ejemplar en el Dep. IV y otro en el VII.




Murex o Púrpura

(Lámina 69, 2, 6 y 13; lámina 70, 1 a 3)


Se recogieron 10 ejemplares, 8 en seis Departs. y en 2 superficie. Es posible que los habitantes del Cabezo utilizaran el tinte púrpura que segregan.




Dentallum

(Lámina 70, 24)


Un solo ejemplar recogido en el estrato 5.º del Dept.º VII puede pertenecer al momento de ocupación del Cabezo en el Eneolítico, porque es muy abundante en la Cueva de las Lechuzas, que suministró 59 ejemplares; en la Cueva del Alto n.º 1, con 5 ejemplares; en la de las Delicias, con 2, y en la del Peñón de la Zorra, con 1.



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Inventario conchas





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ArribaAbajoMetalurgia

(Láminas 72 a 75 y figuras 47 a 51)


El centenar y medio de objetos de cobre o bronce recogidos hasta ahora -y no hay que olvidar que es una mínima parte del poblado la que ha sido excavada-, autorizan a pensar en una verdadera industria más que en una artesanía metalúrgica, porque también es notable la variedad de objetos recuperados: hachas, puntas de flecha, cuchillos, punzones, cinceles, empuñaduras, roblones, clavos, diademas, pendientes, brazaletes, aretes y colgantes. Hay que añadir a todo ello moldes de fundición para cetros, hachas, varillas y punzones, y hasta unos fragmentos de jibión quemados que también pudieron servir como moldes (Láminas 71, 2, 4 y 6), y la presencia de posibles crisoles (Láminas 55, 1 y 6 y figura 40, 4 y 6) y de escorias de fundición (Figura 51).

Vid. pág. 123, cuadro analítico de trece de aquellos objetos realizado en el Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica «Esteban de Terradas» en 1957.

Exceptuando el trozo de plata del anillo que figura en último lugar, de los doce objetos restantes solo el cincel primero es de cobre; el resto es bronce, con una proporción de estaño ligeramente superior al diez por ciento en el conjunto, y con la única excepción del trozo de cuchillo, que solo llega al dos por ciento.

Es una opinión muy extendida que la proximidad de las menas metálicas fue uno de los motivos más importantes para el emplazamiento de los poblados del Bronce. Modernos estudios han demostrado que esto no fue así, y que eran suficientes las espaciadas expediciones a unas minas moderadamente lejanas para proveerse de la materia prima necesaria. De los treinta yacimientos estudiados por Gilman y Thornes (1985) en el SE. de la Península, solamente seis tienen menas de cobre a menos de dos horas de distancia. La procedencia de la que utilizaron los habitantes del Cabezo es todavía una incógnita, pero puede asegurarse que no estaba en las inmediaciones del yacimiento.


Moldes de fundición

Son nueve los moldes de piedra que han aparecido hasta el momento, contando como tal la piedra de cierre de uno de ello.

1. Molde para fundir varillas, perfectamente conservado. Es de piedra arenisca gris, con solo unas quemaduras en un ángulo. Mide 175 mm. de longitud, 55 de anchura y 30 de espesor, y está surcado por una ranura semicircular de 6 mm. de anchura y 4 mm. de profundidad (Figura 37, 1 y lámina 51, 4).

2. Similar al anterior, de arenisca micácica color siena. Mide 160 mm. de longitud, 60 de anchura y 25 de espesor, con ranura de 55 mm. de anchura y 3 de profundidad (Figura 37, 2 y lámina 51, 1).

3. Similar a los anteriores, de arenisca micácica color siena. Mide 155 mm. de longitud, 62 de anchura y 25 de espesor, con ranura de 6 mm. de anchura y 2 de profundidad (Figura 37, 3 y lámina 51, 3).

4. Similar a los anteriores, también de arenisca color siena. Mide 180 mm. de longitud, 55 de anchura y 27 de espesor, con ranura de 4 mm. de anchura y 2 de profundidad. Partido en dos trozos. En el reverso presenta cinco manchas violáceas paralelas, como de haber estado sobre el fuego en algo semejante a unas parrillas (Figura 37, 4 y lámina 51, 5).

5. Piedra de cierre de arenisca gris, plano-convexa, de 159 mm. de longitud, 70 de anchura y 38 de espesor, muy quemada y rota en dos fragmentos (Figura 37, 5 y lámina 52, 4).

6. Molde para fundir hachas planas, roto en varios trozos. Es de arenisca color gris plomizo, y mide en lo conservado 105 mm. de longitud, 65 de anchura y 30 de espesor. La altura de la impronta es de 6 mm. (Figura 38, 2 y lámina 52, 1, reconstruido).

7. Fragmento de un molde para fundir hachas, truncado por ambos extremos. Mide en lo conservado 55 mm. de longitud, por 50 de anchura y 30 de espesor; la impronta mide 7 mm. de altura por 15 de anchura (Figura 38, 4 y lámina 52, 3).

8. Molde con dos ranuras paralelas para fundir varillas. Es de piedra pizarrosa de color plomizo, de forma rectangular, a la que le falta un fragmento angular. Mide 104 mm. de longitud, 75 de anchura y 15 de espesor. La ranura más larga, semicircular y puntiaguda, mide 135 mm. de longitud, 5 de anchura y 2 de profundidad de la más corta, también puntiaguda, mide en lo conservado 96 mm. de longitud, 3 de anchura y 1 de profundidad (Figura 38, 1 y lámina 51, 2).

9. Molde para fundir cetros. Lo reprodujo Ana María Rauret (Barcelona, 1976), en la lámina 22 de su obra «La metalurgia del bronce en la Península Ibérica durante la Edad del Hierro», y lo describe así:

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Análisis de objetos metálicos

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«Del yacimiento del Cabezo Redondo de Villena procede un molde aparentemente sin precedentes en la Península, en el que debió fundirse un tipo especial de pieza. En realidad, parece que se trata de la creación por un artista local, inspirándose en temas que aparecen reproducidos en objetos trabajados en otras materias. El molde en cuestión reproduce en su matriz un aro decorado que pudo formar parte del cetro hallado en el Tesoro de Cabezo Redondo. Curiosamente la decoración angular en zig-zag allí reproducida repite el tema que se observa en un disco de hueso o marfil hallado en dicho poblado y recuerda motivos tratados en piezas áureas procedentes del tesoro. No se ha podido determinar si el molde fundiría pieza maciza o bien si sería hueca. En este último caso serviría para recubrir algún tipo de cetro o bastón de mando».



Debemos aclarar que el «tesoro» al que se refiere no es el del Cabezo Redondo, conocido como «Tesorillo», sino al gran Tesoro de Villena, aparecido en la Rambla del Panadero. Es este último el que suministró los probables elementos del cetro al que la autora se refiere. De todos modos, sus razonamientos y paralelos nos parecen válidos, porque seguimos considerando que el «Tesoro» y el «Tesorillo» están en evidentes relaciones culturales y cronológicas (Lámina 52, 2a y figura 38, 3).

Hemos de añadir que este molde lleva en el reverso dos huellas paralelas y puntiagudas, de 35 mm. de longitud por 13 de anchura en la base la primera, y 50 mm. de longitud por 1,0 de anchura la segunda (Lámina 52, 2b).

Es bastante corriente utilizar dos o más caras del molde para la preparación de matrices correspondientes a uno o más tipos de piezas. Es evidente, según Rauret (Ob. cit.), que este hecho no puede justificarse por falta de materia prima ni por ahorro de trabajo, porque la rotura afectaría simultáneamente a todas las matrices preparadas. Más lógico es suponer que este tipo de moldes fuera utilizado preferentemente por artesanos intinerantes, que se desplazaran de un poblado o que lo visitaran periódicamente; y puede justificarse también para aprovechar el ocasional exceso de metal fundido. En todo caso, se trata de una economía de peso, que sería muy importante.

No son muy abundantes los moldes de fundición en nuestras comarcas. Conocemos tres para hachas y dos para varillas de la Mola Alta de Serelles, en Alcoy (Botella, 1928); uno para hachas procedente del Castell d'Almazora (Castellón) (Esteve, 1944); uno de La Peñuela (Pozo Cañada, Albacete) (Sánchez Jiménez, 1941), que hizo suponer a su descubridor que serviría para pulimentar punzones de hueso. Aparecieron dos univalvos, para hachas planas, en Yecla; uno de leznas en Puntarrón Chico; otro de hachas planas en la Bastida de Totana; y uno, para puñal y lezna, en el poblado de Las Anchuras (Ayala, 1981). Son abundantes en el SE. (Siret, 1890), y se extienden ampliamente por Aragón y Cataluña (Rauret, 1970, con amplia bibliografía).

Para esta última autora, el molde univalvo denota falta de conocimientos técnicos de la fundición, pues la superficie de la pieza expuesta al aire resultaría seriamente afectada por el proceso de oxidación espontánea, y la velocidad de enfriamiento sería mucho más rápida, y piensa en la posibilidad de una tapa o valva complementaria, plana, que se colocaría sobre la valva matriz antes de la fundición, dejando solo un pequeño espacio o abertura para poder introducir la colada del metal, porque de otro modo no se explicarían ciertos tipos de moldes que corresponden a hachas planas muy grandes que, de fundirse en moldes abiertos, obligarían a pérdidas de metal importantes, y se perjudicaría sensiblemente a la pieza fundida.

La aparición de la que hemos llamado «piedra de cierre» confirma plenamente esa suposición, aunque no hemos observado en nuestros moldes para hachas, bastante incompletos, esas pequeñas aberturas para la introducción del metal. No las llevan, desde luego, los cuatro ejemplares para fundir varillas.




Hachas

Los dos ejemplares recogidos hasta ahora han sido fundidos en moldes similares al de nuestra figura 38, número 2, y corresponden al tipo C de Siret (1890): C3 la número 1 (Lámina 72, 3 y figura 47, 1), y C2 la número 2 (Lámina 72, 1 y figura 47, 2), con mayor curvatura en el filo de la primera. Ambas responden también a los tipos II y III de Cuadrado (1950) y de Blance (1971), pero en ninguna de estas sistematizaciones se observa el talón bilobulado que presentan las nuestras, más acusado en la número 1. Solo hemos observado algo semejante en el ejemplar de la Ereta del Pedregal publicado por Chocomeli (1946), pero difiere en su composición, que es de cobre, según el análisis de Blance (1959). La forma y la composición química de la nuestra son muy similares a las de un ejemplar de Vilanova de San Pedro, hallado en la campaña de 1949, que Leisner consideró como «la más argárica de todas las hachas argáricas que había visto» (Paco y Costa Arthur, 1952).



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Cinceles o escoplos

(Lámina 72, 9, 10, 14 y 15; figura 47, 3 a 7)


Los cinco ejemplares recogidos suponen una notable excepción en la abundancia, pues solamente se habían recogido doce ejemplares en todo el bronce argárico, dos en el Bronce Valenciano y otros dos en los diez yacimientos explorados en la cuenca media del Vinalopó. Todos son barras más o menos gruesas, de sección cuadrada, de 5,5 a 7,5 cm. de longitud y 7 a 15 mm. de espesor, con un extremo biselado. El número 4 de la figura 47 es el único analizado, y ha resultado ser de cobre, como puede verse en el cuadro que publicamos. Habrá que comprobar si los demás también lo son.




Cuchillos y roblones

El ejemplar completo de nuestra lámina 72, 2 y figura 48, 14, de bordes paralelos y cabeza rectangular de ángulos redondeados, con dos roblones en el sentido de la anchura, difiere de las formas típicas del Argar, aunque responde al tipo B de Cuadrado (1950). Compárese con la amplia serie dibujada por Riuró (1943) y con los tipos I y III de Blance (1971). Del mismo tipo, aunque de menor tamaño son la mayor parte de los fragmentos dibujados en nuestra figura 48. El número 5 corresponde al tipo A de enmangadura curva, y las muescas laterales de los números 1 y 3, no son corrientes en nuestra Edad del Bronce. De los doce objetos analizados, solamente el cincel ya mencionado y el trozo de cuchillo de la figura 48, número 4, tienen una escasa proporción de estaño. Todos los demás alcanzan o superan el 10 por ciento, que denota un bronce de excelente calidad.




Puntas de flecha

Conocida es la opinión de Siret (1913), basada en la ausencia de puntas de flecha en la Edad del Bronce, de que los guerreros de esta época no usaban el arco. Para él, los escasos ejemplares recogidos en la acrópolis deberían ser atribuidos a los enemigos, y constituirían una curiosa prueba de la lucha entre dos razas y de la contemporaneidad de dos culturas.

Algunos autores españoles se hicieron eco de esta opinión, que no podemos compartir tras el resultado de las excavaciones que ahora presentamos. En el Cabezo Redondo, las flechas aparecen por doquier, tanto en superficie como en los estratos más profundos, y si bien es cierto que no han aparecido hasta el momento en les enterramientos, si exceptuamos el caso dudoso de la Covacha Oriental número 3, el hecho de encontrar un grupo de estas flechas cuidadosamente depositado entre las piedras de un muro del Departamento XV, atestigua indubitablemente su pertenencia a los moradores de la vivienda, que las tenían de este modo al alcance de la mano. Y no es esto solo; junto a las flechas metálicas aparecen magníficos ejemplares tallados en hueso que eran fabricados por los habitantes en el poblado, según acredita el ejemplar frustrado del Departamento XVIII. Y aún nos quedan, como testimonio de una tradición ininterrumpida, los cuatro ejemplares de sílex ya mencionados. Todo esto invalida de un modo evidente la opinión de Siret y de sus seguidores. Queda en pie, sin embargo, el interrogante planteado de nuevo por Ayala (1981), en tiempos recientes de por qué las puntas de flecha, sean armas o instrumentos de caza, no forman parte del ajuar en los enterramientos. Salvo el ejemplar de sílex número 3 (Lámina 43 y figura 30) los tres restantes aparecieron en estratos profundos, lo que constituye, además, un valioso índice para determinar la fecha inicial del yacimiento.

También pertenecen a estratos profundos los ejemplares metálicos tipológicamente más antiguos, como el número 10 de la lámina 73 (Figura 49, 12), y el triangular con posible nervadura central señalado con el número 16 en la misma lámina 73 (Figura 49, 10); pero estos son, hasta ahora, ejemplares de excepción. El perfil típico del yacimiento es el ojival con aletas y corto pedúnculo rectangular, cuyos paralelos más próximos los hallamos en el valle medio del Vinalopó, yacimientos de la Horna (Aspe, Alicante) y Puntal de Bartolo (Novelda, Alicante) (Hernández Pérez, M. S. 1983), y más alejados, pero dignos de resaltarse, en el Roquizal del Rullo (Zaragoza) (Beltrán, 1956), que ha suministrado también cerámicas excisas. Es el tipo 5 de la sistematización de Cuadrado (1950), presente también, con perfil más triangular y pedúnculo algo más ancho en el Argar y en Vilanova de San Pedro (Sáez, 1949), y con el pedúnculo algo más largo y redondeado, en Albalate del Arzobispo (Ripoll, 1956), en donde hay una similar a la nuestra de la figura 49, número 10, triangular con posible nervadura Central. Tipo poco corriente es el de la lámina 73, 2 (Figura 49, 5), de punta en ángulo, aletas vueltas hacia fuera y corto pedúnculo rectangular, que podría asimilarse al tipo 4 de Cuadrado (1950), de aletas cóncavas o convexas; en el Museo Arqueológico Provincial de Murcia se exhibe una muy similar procedente del Campo de Alarcos. Muy extraño es el ejemplar número 13 de la lámina 73 (Figura 49, 9), de aletas y pedúnculo corto, y con el extremo que debía ser la punta   —126→   perfectamente recortado en semicírculo y actualmente hendido en toda su anchura. De ser forma intencionada y no accidental supondría la última evolución de los ejemplares ovalados de extremo redondeado (Figura 49, 1, 3, 14, 16, 17). No conocemos ningún otro ejemplar de esas características.

Respecto a la punta 12 de la figura 49 (Lámina 73, 10), que enlaza el pedúnculo con la cabeza por medio de un vástago, tenemos un posible paralelo en la Cueva Colorá, de Elda (Hernández Pérez, M. S., 1983) con un punzón que tiene una pequeña protuberancia en el centro de la parte fraccionada.




Punzones

Se han recogido 7 ejemplares de sección cuadrada y 5 de sección circular, de longitudes que oscilan entre los 75 y 25 mm.; y hay dos con sección circular en la punta y rectangular o cuadrada en el centro. Un fragmento de barra de dos gruesos (Lámina 74, 20 y figura 50, 12) está atravesado en toda su longitud por una perforación circular. Hernández Pérez, M. S. (1983) habla de un punzón de La Pedrera, Monforte del Cid, que es de sección circular en la punta y cuadra da en la base, para el que no encuentra paralelos en el País Valenciano, pero se ha señalado su presencia en El Argar y en la Meseta, aquí asociados a vasos campaniformes. En el nuestro de la figura 5.º número 14, la extremidad inferior es más gruesa y está también redondeada.




Objetos de adorno

Como colgante podemos considerar la pieza número 18 de nuestra figura 50 (Lámina 72, 12), consistente en una barra de sección cuadrangular, con un extremo aplanado y el otro apuntado y arrollado para formar un orificio circular. Solo hemos encontrado otro similar en la pieza número 86 de la colección de bronces ibéricos de Pérez Caballero publicada por Fletcher (1959), quien la define como «cayado formado por varilla cilíndrica aplastada en uno de los extremos que se arrolla en voluta». La diferencia con la nuestra es ese aplanamiento del extremo. Su altura, de 4,2 cm., no alcanza a los 5 de nuestra pieza.

Alguna similitud puede encontrársele también en los diez colgantes de oro del tesorillo de Bodonal de la Sierra (Badajoz), que son asimismo barras con un extremo aplanado y el otro adelgazado y arrollado en voluta (Cánovas Pesini, 1943).

Tampoco hemos podido encontrar paralelo a la pieza señalada con el número 22 de la figura 50, que es una anilla de sección circular con orificio de 6 mm. de diámetro, que sirvió de cabeza a un objeto que se perdió.

Singular es también el fragmento representado con el número 8 de la figura 50 (Lámina 75, 6), que es un trozo de cinta de sección lenticular y 4 mm. de anchura, que correspondería a una especie de diadema de unos 15,5 cm. de diámetro. El paralelo más próximo lo tenemos en la diadema de oro del «Tesorillo» aparecido en este mismo Cabezo Redondo.

A un brazalete deben pertenecer los dos fragmentos de nuestra figura 50, número 6 (Lámina 75, 8), formados por una barra de 6 mm. de espesor que cerrarían un círculo de unos 4 mm. de diámetro interior. Los brazaletes son antiguos y numerosos en la comarca. Los hay de pectúnculo y de caliza en la Casa de Lara, la Macolla y la Cueva del Lagrimal; de oro, en el «Tesorillo» del propio «Cabezo Redondo» y en el «Tesoro de Villena», aliado aquí al brazalete de hierro que puede ser considerado como el más antiguo de su clase en la Península.

Como pendientes, colgantes o anillos pueden considerarse los objetos señalados en nuestra figura 50 con los números 1 a 5 y 7 (Lámina 75, 2 a 5, 7 y 9). De estar totalmente cerrado el número 5, podría ser realmente un anillo. Este y el número 1 son de sección circular, y los demás, elíptica, como la de la diadema. El espiral número 4 tiene réplicas de oro en el propio Cabezo, y de plata, en Terlinques, Cabezo de la Escoba, Cueva del Alto número 1, cueva del Puntal de los Carniceros y cuevas Oriental y Occidental del Peñón de la Zorra, por no citar sino los yacimientos comarcanos.




Pendiente de plata

En el capítulo de los enterramientos mencionábamos un pendiente de plata en lámina cóncava aparecido en la Fosa N., del que dimos cuenta en la memoria sobre «El Tesoro de Villena» (Soler, 1965). Su paralelo más próximo lo tenemos en el próximo Cabezo de la Escoba, con un colgante similar de oro pendiente de un arete de plata. Para Lerma (1981) ese pendiente refuerza la consideración del Cabezo Redondo como argárico, lo que viene a confirmar la presencia de ejemplares idénticos en el propio Argar y en la Bastida de Totana.




Empuñadura

Hallazgo superficial de la ladera O. es una pieza cónica irregular, unida por un estrangulamiento a la   —127→   cabeza, también cónica, que se resuelve en una superficie circular de 3,5 cm. de diámetro. En la parte inferior de la pieza hay un hueco, no totalmente cerrado, en donde se alojaría el objeto al que serviría de empuñadura (Lámina 75, 1 a, b y c y figura 50, 23).

Afirmaba Siret (1913) que el mango de los puñales hispánicos era siempre de madera, y que unos ejemplares con mango de bronce existentes en el Museo de Madrid debían de ser extranjeros. La única pieza con la que hemos podido encontrarle alguna similitud de forma es la de barro de nuestra lámina 55, y figura 40, 5, que no está perforada. De la misma ladera procede un esferoide aplanado, de 20 mm. de diámetro por 17 mm. de espesor, que tuvo probablemente una gran perforación (Figura 50, 24).





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ArribaAbajoCerámica

Entre miles de tiestos, de escaso o nulo interés salvo para el estudio de las pastas, que no se ha realizado, se han podido recuperar 103 vasijas enteras y reconstruir 832 con las suficientes garantías de autenticidad. He aquí el cuadro de las formas, según la clasificación de Siret, que estimamos todavía válidas, y sus porcentajes:

Forma 1 200 29 %(Lámina 82)
Forma 2 56 6,7 %(Lámina 83)
Forma 3 244 29,3 %(Láminas 84 a 86)
Forma 4 191 22,9 %(Lámina 87)
Forma 5 122 14,7 % (Lámina 88)
Forma 6 6 0,7 %(Lámina 88)
Forma 7 1 0,1 %
Forma 8 15 1,7 %(Lámina 90)
Excepcionales 11

En todo el conjunto, hay 4 urnas de enterramiento, todas de la Forma 4 (Figura 55), y 7 vasos de ofrenda: 2 de la Forma 1, otros 2 de la forma 3, y 3 de la Forma 5, dos de ellos geminados, y otro que pudiera muy bien adscribirse a la Forma 6 (Figura 56).


Forma 1

(Lámina 82)


Se trata del clásico cuenco, del que hay 159 ejemplares de casquete hemiesférico y 41 de fondo parabólico. Navarro Mederos (1982), compara un cuenco ovoide grande de El Murón (La Horna, Aspe), con el nuestro de la lámina 15, 1 y figura 66, 1, que tiene, como aquel, dos filas de mamelones. Podría comparársele también con el de la figura 99, 4, que está incompleto.




Forma 2

(Lámina 83)


Son los cuencos de paredes curvas y borde entrante. Hay 56 ejemplares, todos con fondo de casquete hemiesférico.




Forma 3

(Láminas 84, 85 y 86)


Es la olla de paredes rectas o curvadas hacia el interior. Hay 118 ejemplares cilíndricos, 30 esféricos y 27 ovoides. En 61 de los ejemplares es dudosa su adscripción a cualquiera de estas variantes.




Forma 4

(Lámina 87)


Es la tercera en abundancia, con 191 ejemplares. Se trata de la olla de base y paredes curvas con cuello estrangulado. En algunos casos, la curvatura del cuello es tan suave que podrían ser asimiladas a las cilíndricas de la forma 3 (Figura 85, 6; figura 58, 1; figura 98, 5 y 6; figura 99, 1 y 2, y figura 78, 1 y 4). También son excepcionales aquellas cuyo diámetro de boca es mayor que el del cuerpo (Figura 72, 1; figura 106, 3; figura 107, 2 y 3). En algunos casos, el borde es recto y no curvado hacia el exterior (Figura 63,1; figura 82, 1; figura 106, 1; figura 74, 5; figura 87, 8 y 10; figura 89, 13, y figura 110, 4).

Que muchas de estas variantes son coetáneas lo prueba el lote recogido en la ladera oriental (Lámina 91 y figura 113), con la curiosa variación, que no parece funcional, en el número y distribución de los mamelones. La vasija número 3 de este lote tiene su más cercano paralelo en las tulipiformes de La Horna (Aspe) y, algo más lejano, en las del yacimiento argárico de El Picacho (Oria, Almería) (Hernández Hernández y Dug Godoy, 1977). No son las únicas concomitancias entre La Horna y el Cabezo Redondo.

Entre los tipos especiales de esta forma 4 está la «botella» de cuerpo esférico, con ónfalo en la base, cuello corto y boca estrecha (Lámina 87, 14 y figura 98, 7), provista en nuestro caso de un asa de cinta. Es de color anaranjado con manchas negruzcas y pasta de muy buena calidad, con la superficie espatulada. Solo conocemos un ejemplar gemelo hallado por Furgus (1937), en San Antón, de Orihuela. Molina (1978) dice que estas botellas son numerosas en el Argar Pleno de la Cuesta del Negro y en el estrato IIa del Cerro de la Encina, y que se mantienen en estrato IIb de este último. No conoce el ejemplar del Cabezo Redondo, pero recuerda que es forma idéntica a la de los frascos de oro y plata del «Tesoro de Villena». A botellas de este tipo pertenecen los vasos excisos de nuestro yacimiento.

Es de notar que esa «botella» del Cabezo Redondo apareció en el Estrato IV del Departamento XV, que ha sido fechado por el C. 14 en 1350 a. de J. C., hecho que no parece abonar la opinión de Aranegui (1985), de que esas «botellas» del Redondo y de San Antón son elementos foráneos que vienen a demostrar la prolongación de la Edad del Bronce en el Hierro Antiguo Valenciano.



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Forma 5

(Lámina 88)


Comprende todas las vasijas carenadas, divididas en dos grandes grupos: vasos y cuencos, con 26 ejemplares en el primero y 96 en el segundo.

Vasos de carena alta:

Hay 7 ejemplares, de los que el número 4 de la figura 115 va ornado con grupos de triángulos incisos pendientes de la línea de carenación. Excepcional, de cuello muy corto, es el número 5 de la figura 103. El número 1 de la figura 9 8, tiene el borde exvasado, y son normales, con el diámetro de boca igual al de la carena, el 2 de la figura 91 y el 3 de la figura 103. El número 6 de la figura 66, podría asimilarse a la Forma 6.

Vasos de carena media:

Como tales podríamos considerar los tres ejemplares siguientes: figura 56, número 4, sin cuello; figura 66, 6, y figura 102, 3.

Vasos de carena baja:

Es la especie mejor representada esta serie, con 14 ejemplares. El número 6 de la figura 56; el 3 de la 64; el 2 de la 70; el 5 de la 72; el 7 de la 74; el 2 y el 4, de la 93; el 4 de la 111, y el 2 de la 119. El número 2 de la figura 57, podría ser considerado como un vaso de la Forma 4 con base en casquete bajo. Anormal es la pronunciada curvatura del cuerpo superior en el número 1 de la figura 70; y excepcionales el número 3 de la figura 75, con el cuerpo superior exvasado; el número 9 de la figura 112, y el número 1 de la figura 116, que es de hallazgo superficial en la vertiente oriental y va ornado con triángulos rehundidos en el borde, tanto por el interior como por la cara externa. Es en realidad una vasija seudo-excisa.

Cuencos carenados:

Es una de las piezas características en el yacimiento, con 96 ejemplares, que suponen el 11,4 por ciento de las piezas estudiadas. Los hay de todos los tamaños, desde un máximo de 43 cm. de diámetro en la boca. El borde, vertical o inclinado hacia el interior, alcanza desde 1 hasta 5 centímetros de anchura. En muchos de los casos, la carena está redondeada, con una suave curva por la cara interna. No han dejado de aparecer en ningún departamento desde los estratos más profundos. Generalmente son de muy buena calidad, con las superficies espatuladas y bruñidas en muchos de los casos. Sus coloraciones oscilan desde el negro intenso hasta el gris claro y el ocre.

En algún caso (Figura 111, 4), el casquete inferior es de curva muy amplia, y la carena se halla a mitad de la altura. Caso excepcional es el de la figura 75, 3, cuyo borde se inclina hacia el exterior, lo que hace suponer un casquete inferior parabólico y hondo.

El ejemplar de mayor tamaño (Figura 95, 6) va provisto de una orejeta saliente en la carena, cuya superficie es prolongación de la del cuello, caso similar al del fragmento número 7 de la figura 112.

Es el cuenco carenado pieza que Bernabeu (1984), incluye en el Eneolítico Inicial y Pleno de su cuadro tipológico (número 2), pero que no figura en ninguna de las sistematizaciones, ni del Bronce Valenciano ni del Argárico, cuando las típicas «copas» son en muchos casos cuencos de este tipo, que Lull (1983), incluye en su forma 2. Molina (1978) la considera como una de las formas características del Argar Tardío, que se origina en las fases del Argar Pleno y es el tipo que caracteriza tanto al Argar Tardío del Cerro de la Encina como al del Redondo.




Forma 6

Los seis ejemplares recogidos suponen el 0,6 por ciento del total. A nuestro modo de ver, se trata de una clara derivación del «cuenco carenado»; forma compuesta, con la parte inferior en casquete de la Forma 1 y la superior formada por el borde del cuenco ancho y muy inclinado hacia el interior. Ese borde puede ser plano (Figura 95, 2 y 4) ligeramente convexo (Lámina 88, 10 y figura 102, 4) o cóncavo (Lámina 88, 9 y figura 95, 1), que se convierte en una variante de la Forma 5. A esta última correspondería el vaso de ofrenda del Departamento X (Figura 56, 4) y el pequeño y tosco ejemplar del Departamento IV, que tiene además la base aplanada y se utilizó para guardar dientes de hoz (Lámina 15, 4 y figura 66, 6).

Todos los ejemplares, salvo el ya señalado del Departamento X, aparecieron en las habitaciones del poblado, conclusión opuesta a la obtenida por Lull (1983), para quien esta forma aparece fundamentalmente como ajuar funerario, y solo en una ocasión apareció en una casa argárica. Se trata, en casi todos los casos, de cerámica cuidada, con las superficies espatuladas y aun bruñidas.




Forma 7

Es la «copa», uno de los fósiles directores de la cultura argárica (De la Torre, 1978), que no ha aparecido hasta ahora en el yacimiento, dato negativo que puede quedar invalidado en cualquier momento, porque es de señalar que en el estrato IV del Departamento XVI, surgió un fragmento negro y bruñido, plano y de borde circular, de 8,5 cm. de diámetro (Figura 102, 12), dimensión que en caja entre los 6,46 y 9,50   —130→   cm. que Lull (1983) establece como diámetro máximo de las peanas de copas por él estudiadas.




Forma 8

(Lámina 90, 4 a 6)


Son 15 los fragmentos que nos permiten identificar esta forma, que representan el 1,7 por ciento del total. No se trata en ningún caso de fragmentos de copas, como el propio Siret insinuó. Son vasijas troncocónicas de base plana y paredes exvasadas, generalmente cóncavas (Figura 60, 22 y 24; figura 72, 6; figura 80, 4; figura 91, 14; figura 100, 2; figura 102, 7 y figura 118, 13), pero también rectas (Figura 71, 17; figura 76, 8; figura 86,13; figura 100, 9 y 10; figura 102, 7; figura 118, 15), con las dudas que puedan surgir por la pequeñez de algunos fragmentos.




Piezas excepcionales

Vasos geminados:

Son cuatro los ejemplares recogidos; dos en el poblado y dos como ofrendas funerarias (Lámina 90, 2 y 3, y figura 56, 6 y 7).

En el Departamento XV, estrato 4.º, apareció uno completo, de factura cuidada, color plomizo y bruñido superficial, que le da un aspecto metálico, quizá intencional. Está formado por dos pequeñas ollas Forma 4, de cuerpo esférico y cuello estrangulado, unidas por el borde y por la panza, con orificio de comunicación interna (Lámina 90, 3, y figura 98, 12).

Del Dep. VI, estrato 8.º, procede un fragmento de la zona de unión de dos pequeñas ollas de la Forma 4, de color siena claro y pasta ordinaria, sin comunicación interna (Lámina 90, 2 y figura 75, 2).

Uno de los enterramientos de la Cueva Oriental número 1 estaba acompañado de dos vasos de ofrenda: uno en la región de los pies y otro en la de las manos (Lámina 36). Se trataba de dos vasos carenados de la Forma 5. El de los pies, entero, aunque algo deteriorado, era un vaso de carena baja y aguda y las paredes exvasadas, negruzcas y bruñidas. Sus dos elementos estaban unidos por las bocas y por la región de la carena, sin comunicación interna (Figura 56, 6).

El de las manos era solamente uno de los elementos de otro vaso similar pero de perfil más suave, con el diámetro de la boca algo menor que el de la carena. Es de color marrón y tiene la superficie bruñida (Figura 56, 7). No conocemos más paralelo que el conservado en el Museo del S. I. P. de Valencia, procedente de la Llometa del Tío Figuetes, de Benaguacil, publicado por Hidalgo, A. y Gomeç, D. (1935) y reproducido por Fletcher (1972). Se trata de un vaso casi idéntico a este que acabamos de reseñar.

Bases con ónfalo

Se han recogido 5 ejemplares, incluido el de la «botella» ya mencionada de la Forma 4. Salvo el número 34 de la figura 86, que es de color grisáceo-pardo, todos los otros son de color anaranjado y de superficie bruñida (Figura 98, 7; figura 102, 14; figura 104, 4; figura 106, 4). Es importante señalar que dos de las vasijas excisas cuya forma pudo reconstruirse son también «botellas» con ónfalo en la base. Para la mayoría de los autores (Martínez Santaolalla, 1930; Maluquer, 1944; Panyella,1944; Castillo, 1944; Ruiz Argilés, 1948; Esteve Gálvez, 1956; Carrasco y otros, 1977), la depresión basal es propia del vaso campaniforme, y tan es así que Peyrolles y Arnal (1954) se extrañan de que en Fontbuisse, «malgré la presence des caliciformes il n'y a pas de fond ombiliqué». Paralelos comarcanos los tenemos en San Antón de Orihuela, con tres cuencos de la forma 2 con ónfalo en la base (Soriano, 1984).

Anillo basal

En el estrato 5.º del Departamento XIII, apareció un fragmento de anillo basal, de 4 cm. de diámetro y sección semicircular, de color gris oscuro (Figura 93, 14). Ya habíamos encontrado un fragmento similar en el vecino poblado de Las Peñicas, pero los paralelos más claros los tenemos también en Orihuela, con un cuenco de la forma 1 que tiene el pie realzado; otra vasija con anillo basal, y lo que es más significativo: un vaso de la forma 5 con carena alta y pie realzado (Soriano, 1984, figura 6, núm. 5; figura 4, núm. 9 y figura 3, núm. 8). Hay allí cinco fragmentos más de cerámica fina que tienen también el pie realzado.

Pieza singular

Así es la aparecida en el estrato 4.º, sector C, del Departamento XVIII. Se trata de una olla o cuenco hondo (Lámina 89,1 y figura 106, 2) cuyas paredes rectas, después de iniciar el exvasamiento del borde, se inclinan hacia el interior como en los cuencos carenados o en las vasijas bicónicas de la forma 6. Como realmente excepcional la representa Lull (1983) en la parte superior de sus gráficos números 53 y 54. En nuestras rebuscas bibliográficas, solo hemos podido hallarle alguna similitud en una vasija de Vilanova de San Pedro o en el dolmen El Corchero, de Valencia de Alcántara (Almagro, M. 1962).



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ArribaAbajoCerámica ornada

Entre miles de tiestos, los 105 fragmentos con algún tipo de decoración, considerando como tales los mamelones utilitarios, son una cantidad realmente exigua, que responde a la sobriedad decorativa en la Edad del Bronce y nos llevan en su mayoría al asentamiento del poblado en el Eneolítico.

Ordenados de mayor a menor, según la frecuencia, obtenemos el siguiente cuadro de procedimientos decorativos:

Incisos 25
Mamelones múltiples 17
Cordones en relieve 15
Rayado 13
Excisos 10
Cordones con impresiones 7
Incrustación 6
Incisos y puntillados 3
Digitaciones 2
Pintados 2
Seudo-excisas 2
Cordón y puntillado 1
Puntillado 1
Orejetas en serie 1

Incisos

Con punta fina: Figuras 63/2, 77/4, 79,9, 10 y 35; 107/1, 116/7 y 117/6.

Con punta roma: Figuras 107/1, 108/1, 111/1, 115/5 y 116/12.

Líneas quebradas: Figuras 80/6, 115/1, 4, 7 y 9; 116/3, 4,5 y 12.

Línea horizontal cruzada por oblicuas paralelas: Figura 104/3.

Aspas entre líneas paralelas: 111/1.

Triángulos rellenos de líneas paralelas: 63/2 y 81/3.

Reticulados: 166/6.

Espinas de pez: 93/10 y 116/12.

Ajedrezado: 119/1.

Arcos de circulo: 90/3.

Este último es muy similar a un tiesto de la Cueva del Asno (Los Rábanos, Soria). (Ortego, 1961) que dio también cerámica excisa, y es asimismo comparable con la decoración complementaria de los vasos con ojos de Los Millares, en los que se ven zonas triangulares, rectangulares o romboidales enmarcadas por líneas incisas y rellenos de puntos (Siret, 1890, figuras 221 y 222). Véanse también, con la decoración desarrollada, en Ballester, 1945, figuras 3 y 4.

Puntillado

Lo encontramos en los siguientes fragmentos: 101/5 (Lámina 97/1 y 3); 108/1; 115/1 y 2, y 116/10 y 11. En el 101/5, el tema se halla sobre un cuenco de la forma 2, pardo, bruñido, en guirnaldas pendientes entre dos filas paralelas junto al borde. Dos fragmentos con guirnaldas de tres filas aparecieron en el nivel II de la Cueva del Mas de Abad (Cuevas de Vinromá, Castellón), que han sido fechados en 1460 a. de J. C. (Martí y otros, 1968).

En el 115/1, el puntillado es radial, y cada hoyuelo está relleno de pasta blanca. En el 115/2, los puntos bordean una franja limitada por dos líneas incisas paralelas. En el 116/10, corre paralela al borde una línea de puntos espaciados, y en el 116/11, la línea de puntos bordea por un lado un cordón en relieve.

En el 108/1, los puntos rellenan el espacio delimitado por dos líneas en ángulo recto. Un trozo similar salió en el estrato inferior de la Isleta del Campello (Figueras Pacheco, 1950), y hay que recordar que en ese mismo estrato surgió un tiesto exciso que Fletcher y Pla (1956) compararon con otro de la Montañeta de Cabrera y con diferentes fragmentos de El Oficio, Lugarico Viejo, Fuente Álamo, Cueva C de Arbolí y varios yacimientos portugueses. Pero el tema es mucho más antiguo, pues ya se encuentra en La Sarsa (San Valero, 1950), y añaden los citados autores que la presencia de este estilo decorativo en El Oficio y Fuente Álamo no es razón suficiente para retrotraerlo a este momento en El Vedat, puesto que aparece asimismo en yacimientos preargáricos.

Más reciente es el hallazgo de otro fragmento similar en el estrato III de El Berrueco (Cádiz), fechado en 1360 a. de J. C. (Escacena y otros, 1985). Lo que hace pensar a estos autores que la «tremenda dispersión cronológica y geográfica del triángulo puntillado», presente también en el llamado «Horizonte de Atalaia», en Setefilla, en el Cerro de la Virgen, en el Cerro de la Encina y en la necrópolis de los Algarbes, no nos haga ver necesariamente en este tema influencias culturales entre unas áreas y otras, porque el motivo es de lo más elemental dentro de la gama de temas geométricos usados para decorar cerámicas prehistóricas.

Rayado

Está presente en 20 ejemplares de pasta rojiza no muy depurada (Figuras 62/1; 77/1, 2, 7 y 11; 79/9; 91/12; 94/7; 102/9; 111/3; 1,15/5 y 6; 116/2 y 117/6). Solo en un caso se presenta en el borde de una vasija por ambas superficies.

No se trata del raspado cardial ni del alisado con arrastre del desgrasante, técnica muy corriente empleada   —132→   en cerámicas medievales antiguas de la comarca. Se trata de un acanalado irregular, más o menos profundo, que en algún caso pudo ser obtenido con la costilla dentada de la figura 42, número 15 y con evidente intención decorativa.

No vamos a detenernos en los numerosos paralelos de estos fragmentos con los neolíticos y eneolíticos señalados en los trabajos de Fortea (1971), Asquerino (1978), Martí y otros (1980) sobre nuestra región, o en los de Navarrete (1976) para Andalucía, pero sí queremos resaltar su presencia en los estratos II y III del Cerro del Berrueco (Medina Sidonia, Cádiz), en donde acompaña a los «cuencos carenados», tan abundantes allí como en nuestro yacimiento (Escacena y Reyes, 1985).

Incrustación

Aparte de la vasija con puntillado ya citada (Figura 115/1 el relleno de pasta blanca se observa claramente en 115/7 y 9; 81/26 y 103/9, en este último por ambas caras. Caso especial es el de la figura 104/1, cuyas gruesas incisiones de dirección alterna están rellenas de una sustancia de color marrón oscuro. Por su color amarillo y el marrón de la incrustación, adujimos este tiesto como posible paralelo a la pieza 46-47 del «Tesoro de Villena» (Soler, 1965), que es una semiesfera de hierro, hueca, recubierta por una chapa calada de oro. Es la misma policromía -marrón y amarillo- del tiesto que comentamos. El fragmento exciso de la figura 84/1 (Lámina 101/3), conserva también restos de pasta blanca.

Según Maluquer (1956), en más del noventa por ciento de los casos, el labio interior de los vasos también se decora con incrustaciones: una simple línea en zig-zag o un punteado que reproduce el del labio exterior. En cuanto a la técnica, piensa este autor que es una falsa impresión la de creer que los complejos rayados y punteados de la superficie se acusaran en la cerámica cuando se fabricó. Al cocerse la pasta en el horno se cocía asimismo la incrustación, igualando toda la masa endurecida y bastante homogénea, capaz de resistir en muchos casos la erosión milenaria. El aspecto de esta cerámica en el momento de salir del horno sería el de una pasta pintada con temas geométricos en blanco sobre rojo, negro o pardo, técnica que se da también en nuestro yacimiento.

Pintada

Hay dos fragmentos, pertenecientes a la boca de una tinaja, a los que no hemos podido encontrar paralelos hasta el presente. Corresponden a una vasija de la Forma 4 (Lámina 99/12 y figura 101, 3 y 4), de pasta ordinaria, pero no grosera, borde recto y cuello indicado, con una franja de pintura de cal junto al borde de unos 3 cm. de anchura, paralela a otra franja más estrecha, que oscila entre los 10 y los 18 mm. de anchura. En la comarca, no hemos encontrado pintura blanca en la cerámica hasta los primeros tiempos musulmanes. Maluquer piensa que la cerámica incrustada en blanco descubierta en el poblado de Cortes de Navarra, que no ha sido estudiada en el Occidente, pero que tiene gran importancia, incluso como antecesora de la posterior cerámica pintada en blanco de La Téne, y que la técnica del Boquique es de incrustación para conseguir una cerámica pintada. En el Cabezo Redondo no hemos encontrado ni un solo tiesto adornado con la técnica del Boquique, que está presente, sin embargo, en los vecinos poblados del Puntal de los Carniceros y del Peñón de la Zorra.

Recientemente, Boronat (1983), reproduce los abundantes tiestos aparecidos en la Còva de les Maravelles, de Jalón, y en la Còva Ampla del Cap Gros, de Denia, y estudia los ya conocidos procedentes de yacimientos del SE. El tema decorativo más común es el de las líneas en zig-zag o dientes de lobo, pintados generalmente en rojo sobre fondo más claro. Como excepción, hay tres ejemplares de la provincia de Almería -Loma de la Rambla, de Huéchar, Loma de Belmonte, de Eras-, en que la pintura es clara sobre fondo oscuro. Únicamente se cita, procedente de Los Millares, un «vaso decorado con triángulos de color rojizo en la base del cuerpo bulboso del vaso, que deja una banda blancuzca en zig-zag en el centro». Volveremos sobre el tema de las bandas de zig-zag al tratar de las cerámicas excisas.

También González Prats (1979) ha estudiado la cerámica pintada del Bronce Tardío y Final. En el grupo meridional, la coloración es roja y amarilla, que pueden aparecer combinadas, pero en Medellín hay cromatismo rojo, amarillo, azul, blanco y rosa, aunque el blanco solo no se menciona en ningún lugar. Por su parte, Martín-Socas y otros (1983), han estudiado también la cerámica con decoración pintada del Eneolítico de Andalucía Oriental, y en contra de lo que podía esperarse, puesto que el tipo de técnica que se admitía como base para determinar la procedencia era la de pintar motivos de color claro sobre un fondo oscuro, de los trece fragmentos estudiados ocho llevan pintura gris sobre fondo negro. Marrón y rojo de diversos matices es el color de la pintura que llevan los diez tiestos procedentes de la Cueva de los Mármoles (Priego de Córdoba, publicados por Asquerino, 1985). Para nosotros, sigue siendo más lógico lo contrario, pintar blanco sobre oscuro, que es una constante en la cerámica incrustada «campaniforme», como hemos   —133→   visto en nuestro yacimiento, en el que tampoco falta el ejemplo contrario de incrustación oscura sobre fondo amarillo.

Excisa:

Son solamente diez los fragmentos recogidos, correspondientes a cinco «botellas» de cuerpo esférico, base con ónfalo y cuello corto curvado hacia el exterior. El de la figura 79/1 y lámina 101/2, lleva en relieve una línea en zig-zag entre surcos acanalados, de tal profundidad que llegan a abultar la superficie interna. Esto nos hace suponer que, tanto los surcos como las excisiones, que son únicamente los triángulos que forman la línea quebrada, deberían estar rellenos de pasta para compensar la fragilidad de las paredes. Así nos lo confirma el tiesto de la figura 84/1 (Lámina 101/3), que lleva, además, otro surco oblicuo en la parte inferior. Si esto es así, podría suponerse que estos vasos excisos estaban en proceso de fabricación. Al ejemplar de la figura 119/3 (Lámina 101/4a, 4b y 4c), también con ónfalo en la base, le falta la boca, y el zig-zag corre entre franjas de tres anchos y profundos surcos. Del inferior arrancan otras cuatro franjas en cruz, de cuatro surcos cada una, que terminan en el ónfalo de la base. El de la figura 90/2 (Lámina 101/7), es un pequeño fragmento similar a los anteriores. En el de la figura 93/7 (Lámina 101/6), se observan los surcos y apenas las excisiones. En el número 2 de la figura 111 (Lámina 101/1), se conserva un fragmento de la boca y otro del cuerpo, con dos líneas quebradas paralelas bajo los surcos; y el número 10 de la figura 103 (Lámina 101/8), se distingue de los restantes por su tosquedad; las dos franjas en zig-zag, bastante irregulares, se obtienen por la seudo-excisión entre ambas franjas de triángulos impresos. Un triángulo seudo-exciso se ve también bajo el borde de la figura 102/11.

Hemos de mencionar, por último, el plato carenado de la figura 116/1 (Lámina 101/5, a, b y c), de carena muy baja y borde ligeramente curvado e inclinado hacia el exterior. Va adornado con semicírculos seudo-excisos en el borde por ambas caras. No hemos encontrado paralelos válidos para esta pieza. Almagro (1952) se refiere al vaso de Estiche y dice que «su mordido en simples triángulos es muy frecuente en Numancia y también en el Bajo Aragón, y lo supone de época avanzada, pues falta esa técnica en la cerámica de los túmulos europeos». Le parece más bien una modalidad peninsular de la cerámica excisa, al menos en la forma de mordido aislado y repetido que ofrecen aquel vaso y los fragmentos numantinos. La forma del vaso no es del todo extraña en la cultura del Bronce, pues aparece ya en el Eneolítico de Almizaraque (Leisner, 1965, Siret, 1890). Sobre la cronología de estos vasos excisos del Cabezo Redondo volveremos más adelante.

Impresiones:

Aparte de los bordes picados de diversas maneras: Figuras 61/3; 64/31; 67/13; 70/4; 71/2 y 6; 73/1, 3 y 5; 85/25; 87/15; 99/8 y 10; 100/1; 109/1; 110/1; Láminas 95/8 a 12, hay digitaciones aisladas en la superficie de la vasija que, en algún caso (Figura 118/9), pueden ser para la inserción de un asa, pero que no parece serlo así en los representados en las figuras 71/4 ó 94/8, ambas de pequeñas dimensiones, pero, sobre todo, en el de la figura 79/6, lámina 98/3, que está hecha junto al borde y presionando hacia abajo con el dedo. En el caso de la figura 102/11, parece tratarse de una seudo-excisión.

Decoración plástica:

Es abundante la decoración de cordones en relieve paralelos al borde: Figuras 60/1; 71/1; 79/33; 80/7; 83/2; 90/16; 91/11; 92/1; 93/6; 94/1, 2, 3 y 6; 105/2. Pero hay también cordones con impresiones digitales: Figura 57/3 y lámina 95/3; figura 8'3/1 y lámina 95/7, figura 83/2; figura 93/9 y lámina 95/5; figura 118/1 y lámina 95/6, y figura 118/2, y lámina 95/1, o con impresiones ungulares, figura 87/6 y lámina 95/4, y figura 94/4, lámina 95/2, así como cordones en ángulo, figura 79/34, lámina 98/1, o en metopas, figura 84/7, lámina 98/2.

Otra de las características del yacimiento es la abundancia de vasijas provistas de pezones, que pueden estar cerca del borde (43 ejemplares), o en el cuello (5 ejemplares), o en la parte media (10 ejemplares). En algún caso, lo están en el cordón en relieve paralelo al borde (Figura 105/2). Pueden ser de distintos tamaños y formas, desde el pequeño botón (Figuras 59/6, 64/2), que puede presentarse en series de dos o tres (Figura 90/7, lámina 93/3); figura 110/3 (lámina 98/4); figura 110/2 (lámina 93/1), hasta el grueso pezón cónico de 3 cm. de diámetro (fig. 69/1). Abundan también los mamelones cilíndricos de extremo aplanado: figura 71/3; figura 79/25 (lámina 92/10); figura 93/5; figura 94/9 (lámina 92/12); figura 100/17; figura 102/10; figura 105/1 (lámina 92/11) y figura 118/7; de sección elíptica (figura 65/1), o piramidal truncada (Figura 90/18).

Hay vasijas grandes con filas verticales de dos mamelones, figura 113/3 (lámina 91/B, 3); figura 113/5 (lámina 91/B, 8), o de tres: figura 113/6 (lámina 91 /B, 1) y figura 113/7 (lámina 91/2).

Es dudoso el número de los mamelones, por lo incompleto del fragmento, en figura 61/1, 77/5 ó 99/4.

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Y en este apartado, hemos de referirnos a los que podríamos llamar «mamelones fálicos»; Figura 101/2 (lámina 94/1) y figura 111/10.

Hay vasijas que llevan una fila de pezones junto al borde y otra cerca de la base (Figura 66/1). A este tipo debe pertenecer la de la figura 99/4, que conserva únicamente la fila inferior. La de la figura 100/1 es una olla de la forma 4 que lleva en el cuello dos mamelones inclinados en sentido opuesto, como si fueran asas partidas por la parte media. El borde de la vasija está ornado con incisiones.

Una interesante serie es la de los vasos con la superficie cubierta de pezones en relieve: figura 61/2 (lámina 93A/7); figura 77/9 (lámina 93A/6); figura 79/11; figura 101 /1 (lámina 98/6); figura 115/8 (lámina 93A/2); figura 116/15 (lámina 93A/8) y figura 116/20 (lámina 93A/5). En el número 8 de la figura 115 nos informa de que los pezones eran postizos y podían desprenderse con facilidad; pero también se obtenían pellizcando el barro de la superficie, como sucede en el número 4 de la figura 119, que es desigual y tosco y nos muestra perfectamente las huellas digitales. En la reproducción le hemos añadido la supuesta asa, si nos atenemos a los ejemplares representados en las figuras 61/2 y 101/1.

En los yacimientos de la comarca, especialmente en el de Las Peñicas, abundan las vasijas decoradas con series de tres botones, como el de la figura 110/3. A esa serie puede pertenecer el de la figura 90/7, falto de uno de los botones. De poseer solamente los dos que conserva, podría asimilarse al cuenco con decoración «simbólica» de la covacha granadina de La Presa, que Carrasco, García Sánchez y González (1977) situarían en un momento pre-campaniforme similar a Millares I. Se dan también allí las vasijas carenadas similares a las nuestras.

Encontramos también paralelos a estas series en la Cueva de las Balsillas de Vall de Almonacid (Castellón) (Palomar, 1981), yacimiento que ha dado también cuencos carenados. Y asimismo aparecen en la Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Molina y Pareja, 1975), con esos mismos cuencos carenados, en el Estrato III S., así como en Fuente Álamo (Schubart y Arteaga, 1978).

Orejetas

Se distinguen de los mamelones en que son delgadas y aplanadas. Pueden estar en posición horizontal, figuras 79/5 (lámina 92/6); 91/13 (lámina 92/3); 93/11; 118/3 (lámina 92/5). Sobre la misma línea de carena, figura 112/7 (lámina 92/7), o sobre un orificio que atraviesa la pared.

Tanto las orejetas como los mamelones pueden estar perforados verticalmente: figura 63/1; figura 94/5 (lámina 94/4); figura 111/7 y 8; figura 118/4, 6 y 8 (lámina 94/2), y 6 (lámina 94/5); u horizontalmente: figuras 71 /7 y 79/8. Caso especial es el de la figura 87/7 (lámina 93/10), que está adornado con una fila de pequeñas orejetas verticales.

Asas

Se han recogido 36 ejemplares, de los cuales, 9 aparecieron sueltos. Los restantes se aplican a vasijas de las formas siguientes:

Forma 4: 9 ejemplares.
Forma 3: 8 ejemplares.
Forma 2: 5 ejemplares.
Forma 1: 4 ejemplares.
Forma 5: 1 ejemplar.

Lista que viene a confirmar la tendencia general en la cultura argárica. Son generalmente robustas, de sección circular, elíptica o triangular, de aristas redondeadas, y su tratamiento suele corresponder al de la vasija a que se aplica.

Habrá que añadir aquí las orejetas perforadas horizontal o verticalmente mencionadas en el apartado anterior.


Otros objetos de cerámica

Cucharas

Son dos los ejemplares recogidos: uno en el estrato III del Departamento V, que es un fragmento de superficie pardoclara, espatulada, de pasta negra. Conserva la iniciación del mango, que es de sección circular (Figura 70/12). El otro salió en el estrato IV del Departamento XVI, y es el extremo apuntado de una cuchara o cazo de 9 mm. de hondura y base algo aplanada (Figura 102/6).

Las cucharas de cerámica, que no dejan de aparecer en Zapata, el Argar o Montefrío, sirvieron a Cuadrado (1950) para establecer la Forma 9 en su tipología del Argar, y las subdivide en cucharas y cazos, según su fondo. Furgus (1937) menciona tres ejemplares aparecidos en San Antón, solo uno con fragmentos del mango. En la Ereta del Pedregal apareció una cuchara de rabo corto, y un fragmento, ancho y curvado, que parecía corresponder a un utensilio semejante (Fletcher, 1961). En lo que Sánchez Jiménez (1941) bautizó como «túmulo I» de las Peñuelas (Pozo Cañada, Albacete), apareció también «un candil de barro en forma de cuchara», atribución bastante extendida por entonces. Vilaseca (1944) menciona   —135→   verdaderos «cucharones» en las cuevas H de Arbolí y en la de la Vila de la Febró, y un fragmento de cuchara en la cueva de Porta Lloret. Según Arnal (1950), la cuchara es una de las principales formas del Neolítico que los franceses llaman «chaseense», y para Arribas (1960), aparece indistintamente en el horizonte del Bronce I y en el del Bronce Medio. En el Cabezo del Navarro, de Onteniente, encontró el padre Belda una cuchara de buen tamaño que se guarda en el Museo de Alicante, y Soledad Navarrete (1976) menciona cucharas «del mismo tipo inicial de Arene Candide» procedentes de la Cueva de la Cantera del Moral (Málaga), y de pequeñas dimensiones, con mango corto y fino, de la Cueva de la Mujer; en Alhama de Granada, y en el estrato XI (Neolítico Final), de la Cueva de la Carigüela, aparecen asociadas con asas pitorros y cerámicas cardiales. También se conoce un cucharón de Cova Fosca (Ares del Maestre, Castellón). Ninguno de los yacimientos mencionados puede remontarse más acá del Neolítico Final o del Eneolítico, y hay que recordar que las cucharas de hueso no faltan en las cuevas neolíticas de la Sarsa o de l'Or, pero no hay que olvidar que también aparecen en el Nivel III N. de la Cuesta del Negro, asociadas a cerámicas excisas, incisas, puntilladas y boquique, así como a numerosos cuencos carenados (Molina, F. y Pareja, E. 1975).

Rodajas

Se han recogido 39 ejemplares, desigualmente repartidos: 11 en el Departamento XIV; 6, en el XVI; 4, en el XIII; 3, en los Departamentos VII, XI y XV; 2, en los Departamentos X y XII, y 1, en el Departamento VI. Sus diámetros oscilan desde 2 hasta 7 cm. (Lámina 100), y su obtención no es muy cuidada, en contraste con algunos ejemplares recogidos en el cercano poblado del Cabezo de la Escoba, perfectamente circulares y con el borde alisado.

Es una pieza que aparece también, y con mucha abundancia, en los poblados ibéricos y musulmanes a los que hemos tenido acceso. Furgus (1937) los encontró en San Antón y en Callosa, y el hecho de que algunos tuvieran un agujero excéntrico, y otros llevaran entalladuras en los extremos le hizo pensar que se utilizaran para hacer más pesados los aparejos de pescar, lo que ya había adelantado Siret (1890), que los había encontrado en La Gerundia, El Argar, y El Oficio, algunos de «sigillata» y de pizarra agujereada. Jordá y Alcácer (1949) encontraron un fragmento recortado, con los bordes redondeados, en la capa superior de la Covacha de Llatas, y piensan que podrían ser incluidos dentro de la cerámica del Neolítico inicial en su fase última. Motos (1918) encontró tres, bastante desiguales de tamaño y peso, redondeados imperfectamente, como están los nuestros, y cuyo diámetro mayor era de 8 cm. Discute la atribución de pesas de telar que algunos le han dado en atención a su insignificante peso. Tarradell (1952) encontró un disco hecho con un fragmento de vasija, aparecido con varios sílex, una punta de flecha de pedernal y trozos de cerámica con asas y pezones en la Cueva de las Calvas de Montefrío (Granada), que atribuye al Bronce I. Maluquer (1951) considera de interés la presencia de discos de cerámica recortados de fragmentos de vasos, unos decorados y otros lisos, y dice que el hecho se repite en numerosos poblados protohistóricos; y que quizá se trate de simples piezas de juego. Fernández de Avilés (1942) refiriéndose al poblado ibero-romano de Cabezo Agudo (La Unión), considera que los numerosos tiestos de ánforas y vasos menores y placas de piedra, a los que se ha dado la forma y tamaño de las tapaderas ordinarias, son sustitutivos de las tapaderas corrientes «y no fichas y monedas propias de culturas antiguas o recientes paupérrimas». Podríamos añadir numerosos testimonios de la presencia de estos utensilios en los castros leoneses (Morán, 1962); sorianos (Taracena, 1927) o gallegos (López Cuevillas, 1952) que no añadirían nada nuevo a lo ya comentado. Rafaela Soriano (1984) señala la presencia de esos discos que, siguiendo a Siret, llama «recortes», y que considera «privativos» de San Antón. Confiesa que ignora la misión que pudieran desempeñar, conclusión a la que también llegamos nosotros tras el recorrido que acabamos de efectuar.

Posible ídolo o amuleto

En el Estrato III de la zona central del Departamento VII, apareció un fragmento cerámico de color ocre recortado en forma elíptica y con dos escotaduras opuestas en uno de los extremos (Lámina 100/B, 11 y figura 78/8). Mide 6,5 cm. de longitud por 3,5 de anchura máxima. Recuerda los ídolos en forma de «pulpo» de Siret (1913). Jully (1962) lo reproduce, en unión del hueso plano del Departamento X, y hace referencia a este colgante-ídolo que estamos comentando.







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Botánica

Como localidad botánica, Villena ha sido estudiada minuciosamente por Rigual Magalón (1972), quien considera que, por su situación geográfica tiene un destacado interés botánico, pues constituye el paso a la Meseta, y es por tanto la zona limítrofe del área de dispersión de numerosas especies eumediterráneas, como el Palmito («Chamaerops humilis»), el lentisco («Pistacia lentiscus»), el aliso marítimo («Lobularia maritima»), la hierba caballar («Senecio linifolius») y la lapiedra («Lapiedra Martinezü»).

Rigual enmarca a grandes rasgos la comarca villenense en los denominados Grados de Vegetación, determinados por la presencia de plantas destacadas por su constancia y fidelidad, a las que se considera como especies características. En la de marcación villenense se pueden considerar dos tipos de Grados de Vegetación: el 1.º, que integra a los mediterráneos, y el 2.º, con los Montano Submediterráneos. Los del primero se encuentran en las zonas bajas, incluidas la Sierra de la Villa, parte baja de los Picachos de Cabrera, el Morrón, etc. Los del segundo, únicamente en la variante edáfica calcícola y subvariante del «fresno» («Fraxinus Ornus»), en las zonas altas de la Peña Rubia y en la Sierra de Salinas a partir de los 800 metros s. n. m.

Los grados del primer grupo están determinados por el peculiar clima mediterráneo, de inviernos más suaves, húmedos, con cierto matiz oceánico, veranos térmicos y secos, primaveras muchas veces fugaces y otoños benignos. Los del segundo, corresponden a climas fríos, casi siempre extremados y con intensas nevadas; su pluviosidad anual es mayor que en el primer grado.

Al primer grupo corresponde en Grado de «Quercus ilex» (Encina), entre cuyas especies indicadoras más características se encuentra el Pino carrasco («Pinus halepensis»).

Los matorrales varían según la naturaleza del substrato, y entre las especies ruderales nitrófilas es frecuente el Gamón («Asphodelus fistulosus»).

Ofrece gran interés la vegetación de las falsas estepas, en las que se encuentra como característica de la pseudoestepa sobre caliza, así como en las margas compactas, el Esparto («Stipa tenacissima»). Sobre las margas deleznables aparece el Albardín («Lygeum Spartum»), que ocupa zonas bastante extensas por tolerar bien los suelos salinos, abundantes en la zona villenense. La pseudoestepa sobre margas yesíferas, que ocupa bastante extensión en los terrenos triásicos próximos a la ciudad, como el Cabezo Redondo, el Cabezo del Águila o la base de los Picachos de Cabrera, se encuentran como especies características el Heliantemo yesero («Helianth emum squamatum»), el Garbancillo zorro («Ononis tridentata»), la Herniaria («Herniaria fruticosa»), la Albaida («Gypsophilla Hispanica»), y el Lepidio («Lepidium subulatum»).

La zona de marismas de Villena no ofrece gran interés geobotánico, aunque encierra las especies propias de los saladares del interior.

El Grado Montano Subterráneo, en la variante calcícola, que corresponde a las zonas más altas de la orogenia villenense, como la Peña Rubia o la Sierra de Salinas, ofrece un gran interés botánico, tanto por el número de especies que albergan como por ser las regiones menos devastadas por la acción antropozoógena. Entre las especies arbóreas se mencionan el Fresno («Fraxinuos Ornus»), en las umbrías altas; la Encina («Quercus Ilex»), que forma bosques, y el Pino Carrasco («Pinus Halepensis»), que constituye tupidos pinares entremezclados con las anteriores. Entre las especies fruticosas o matas leñosas menciona el autor el Boj, la Jara de Hoja de Laurel, la Coscoja, la Zarzaparrilla silvestre, la Almohadilla de pastor y la aliaga; y entre las especies herbáceas, el Espliego, la Sanguisorba, la Oreja de ratón, la Poligala, y la Saxigrada. Como especies curiosas entre las orquídeas, características de la Sierra de Salinas, el «Limmodorum abortivum», la «Epipactis atrorubens» y la «Cephalanthera ensifolia», y entre los helechos más interesantes, los Cabellos de Venus («Adianthum Capillus-Veneris») y el Asplenio («Asplenium Trichomanes»).

Por todo ello, deduce Rigual que la Flora villenense tiene un interés extraordinario por la variedad de especies que encierra y por sus comunidades vegetales tan diferentes, consecuencia de la multiplicidad de sus terrenos geológicos.

Las excavaciones en el Cabezo Redondo han puesto de manifiesto que muchas de las observaciones de Rigual tenían ya plena vigencia durante la Edad del Bronce. Estamos, pues, plenamente de acuerdo con Navarro-Mederos (1983) en que el paisaje natural de algunos lugares quedó fijado ya en el II milenio, con características similares a la de tiempos no muy lejanos a nosotros, y así puede afirmarse que el ambiente que conocieron los habitantes del Cabezo Redondo   —137→   era parecido al que observó don Juan Manuel durante sus estancias en Villena (Vid. pág. 2) y también, añadimos nosotros, el que motivó los elogios de Ibn-Said a nuestra ciudad en la decimocuarta centuria.

Como en tantas otras cosas, el Cabezo Redondo ha sido también pródigo en restos vegetales como vamos a ver.

De las especies arbóreas están documentadas en el Cabezo el Pino Carrasco (Pinus halepensis), el Pino Piñonero (Pinus Pinea) y la Encina (Quercus Ilex). Los piñones (Lámina 77, 1) se han encontrado solamente en el Dep.º XVIII. La aparición de un piñón acompañado de habas en Vilanova de San Pedro (Do Paço, A. 1958) hizo divagar al botánico Pinto da Silva sobre su posible procedencia, que pudo ser accidental en el yacimiento. De ser coetáneo con las habas demostraría el indigenismo del pino piñonero en Portugal, o ser simiente importada, lo que constituiría un lazo más de unión con el Mediterráneo. Las bellotas (Lámina 77, 5), carbonizadas o no, no solo han aparecido en varios Departamentos de este Cabezo, sino también en Las Peñicas y en muchos otros yacimientos del Bronce Valenciano (Aparicio, 1976). En los argáricos, sin embargo, solo en uno: Lugarico Viejo, Antas (Almería) (Navarro Mederos,1983). Están sin identificar los restos de un tronco de madera adherido a la superficie de una piedra de moler (Lámina 80, 4 y 5) o las huellas de hojas en el barro (Lámina 77, 2 y 3). Son abundantes los trozos de madera que se conservan en los hoyos de postes, uno de los cuales nos permitió fechar el Departamento XV.

De las matas leñosas hay que señalar la presencia del Gamón (Asphodelus fistulosus) (Lámina 81, 1), que es el n.º 58 en el catálogo sistemático de Rigual (1972), que acompaña a su texto la siguiente nota: «Las semillas de esta especie fueron encontradas en gran cantidad carbonizadas en un cuenco de cerámica pertenecientes a la Edad del Bronce en el Cabezo Redondo de Villena; probablemente las usarían en cocimiento por sus propiedades emolientes». Aparecieron en los Departamentos VII y VIII, que no están contiguos.

Más abundante es la Hierba viborera (Echium pustulatum) (Lámina 81, 2), presente en los Departamentos IV, V, VI, VIII, XIII y XIV, aunque en pequeñas cantidades. Es el n.º 1086 en el catálogo de Rigual, quien ha observado su presencia en los llanos de la Casa de Lara, importante yacimiento prehistórico que abarca desde el Mesolítico hasta el Eneolítico.

El hecho de que estas dos últimas especies aparezcan en escasa cantidad y en varios departamentos parece abonar la idea de que fueran empleadas, efectivamente, como hierbas medicinales, igual que en la actualidad.

Entre los vegetales silvestres ocupa un lugar muy señalado el Esparto, presente en casi todas las viviendas, sin que hasta el momento hayamos podido determinar sus especies. Lo encontramos formando parte de una suela de sandalia (Lámina 78, 4). En la mina «La Fortuna», de Mazarrón, se descubrió una sandalia, al parecer con vestigios romanos. Gossé (1942) dice que no es totalmente parecida a la de la Cueva de los Murciélagos, ni tampoco a las actuales, pero que no deja de tener parecido con ambas.

Aparece asimismo en diversas clases de cuerdas (Lámina 78, 8, 9 y 10), o con sus improntas en el barro (Lámina 54, 7 y 55, 5), o en la cerámica (Lámina 99, 13).

No hay que descartar la utilización de la paja como forraje (Lámina 78, 2), que aparece en las capas de detritus de los Deps. V, XV y XVI; o los tallos y cañas de diversas especies (Lámina 79).

No faltan tampoco los tejidos (Lámina 78, 1 y 3) o sus improntas en el barro (Lámina 54, 11). En un enterramiento argárico del Cerro de la Cruz, en Puerto Lumbreras (Murcia) (Beltrán y Jordá, 1951) se recogieron fragmentos de tela de lino casi idéntica a la nuestra, que debe ser de la misma fibra, documentada también en El Argar, Gorafe, El Oficio, Zapata, Ifre y la Bastida de Totana.

En cuanto a las plantas cultivadas, hay que mencionar el trigo (Triticum, sp) (Lámina 77, 4) y la cebada (Hordeum, sp) (Lámina 77, 6), que aparecen almacenados en recipientes de cerámica o de esparto, uno de los cuales pudo observarse que medía 43 cm. de diámetro por 20 de altura (Lámina 33 D y 14 D). Estaba formado por una tira arrollada en espiral.

Entre las piedras que rodeaban la urna de enterramiento del Dep. XIII, aparecieron unos granos esféricos similares a los del mijo.

Lo que no han aparecido hasta ahora son las habas, tan abundantes en los yacimientos próximos a Las Peñicas o del Cabezo de la Escoba, aquí dentro de una olla y acompañadas de una cabeza de ajo (Allium sp). Navarro-Mederos (1983) sitúa equivocadamente esta cabeza de ajo en el Cabezo Redondo.

No es fácil que se conserven utensilios de madera, y como excepción podemos citar dos fragmentos de boca de un pequeño cuenco carbonizado de 7 cm. de diámetro en la boca y paredes gruesas que se adelgazaban hacia el borde (Lámina 80, 1 a 3). Otro pequeño fragmento de madera está atravesado por un orificio circular de 3 cm. de diámetro (Figura 53, 8). Solo   —138→   podemos citar, como paralelos al cuenco, un fragmento de escudilla procedente de la Cueva de los Murciélagos (Cuadrado Ruiz, J. 1947) que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional; los vasos de los Blanquizares de Lébor, publicados por Cuadrado (1930), y el del Cerro de la Cruz, de Cortes de Navarra (Maluquer, 1954). A propósito de estos últimos, el autor apunta la idea de que la talla de la madera puede rastrearse a través de algunas decoraciones cerámicas como la excisa, que no es más que la copia de la talla decorativa en madera usual entre todos los pueblos pastores, y piensa que es posible que se utilizaran para sidra, bebida que sin duda alguna conocieron aquellos pueblos del N.



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ArribaAbajo Fauna

Más de 60.000 huesos ha dado hasta ahora el Cabezo Redondo, de los cuales, cerca de 40.000 fueron remitidos en 1968 para su análisis, a los especialistas Angela Von der Driech y Joachim Boessnesteck. El envío se hizo en 207 bolsas, lo que nos permite hoy identificar los huesos correspondientes a cada uno de los Departamentos excavados y a su correspondiente nivel estratigráfico. No se enviaron por entonces las bolsas del Departamento XVIII, que permanecen sin analizar, y algunas de los Departamentos I al VI, que servirán para futuras comprobaciones, aunque no creemos que afecten gran cosa a los resultados obtenidos, que fueron publicados en 1969.


ArribaAbajo Animales domésticos

Ovejas (Ovis aries)/Cabras (Capra hircus)

Un primer dato de gran interés es que el 87% de los huesos corresponden a animales domésticos, de los cuales, 25.000 son de cabra y oveja, lo que supone el 75% del total. Los ovicápridos son, pues, absolutamente mayoritarios en el yacimiento y en todos sus departamentos y niveles, y eso nos lleva a una primera conclusión. Esos 25.000 huesos suponen una cantidad de reses difícilmente alojables en las escalonadas y poco extensas viviendas del poblado, y si a ellas se añaden el ganado vacuno y el porcino, los caballos, los perros y el resto de la fauna doméstica, hemos de pensar en algún recinto para alojar y proteger a tal cantidad de animales. Señalemos a este respecto que, en su vertiente oriental, especialmente en su extremo N., la falda del cerro suaviza su pendiente hasta resolverse en un allanamiento de poca mayor elevación que la llanura circundante. Hacia el centro de esta meseta, se levanta un muro de más de treinta metros de longitud, formado por grandes bloques de yeso, que después de rodear al cabezo termina en la Vereda de las Fuentes. Más abajo de este muro se pueden rastrear vestigios de otros similares (Lámina 2 y 3). Si nuestra suposición fuera cierta, tendríamos aquí un corralón o albacara de la Edad del Bronce similar a las intuidas por Siret en algunos poblados almerienses como el de Ifre, que guarda con el nuestro muchas analogías.

La importancia de los ovicápridos para el abastecimiento de carne era por estas latitudes mucho mayor que en la Europa central de la pre y protohistoria.

Una parte importante de estos animales servía además para la producción de leche y lana. Recordemos que ejemplares enteros o fragmentados de encellas o queseras han aparecido ya, sin salir de la comarca, en la Cueva del Lagrimal, en la «Atalaya» de Caudete, en el Cabezo de la Escoba y en el propio Cabezo Redondo.

En los yacimientos granadinos del Cerro del Real y del Cerro de la Virgen se ha observado que, hacia el final de la Edad del Bronce, el tamaño de las ovejas disminuye, fenómeno que puede explicarse por la «karstificación» creciente de aquella región, cuyo clima ha influido en el tamaño de los animales; de aquí que las ovejas del Cabezo Redondo, situado en una de las regiones más áridas de la Península, sean más pequeñas y delicadas, con alturas de 50-65 cm. También las cabras más esbeltas y delicadas se encontraron en nuestro Cabezo (Navarro-Mederos 1983).

Caballo (Equus caballos)

En el Cabezo Redondo, su número es bastante escaso: solo 550 huesos, entre los 33.550 analizados, lo que supone solamente el 1,6% del total inferior al de las ovejas, cabras, bueyes, cerdos y conejos. Esto parece demostrar que la domesticación de todos estos animales es anterior a la del cabello. Según Vilanova y Piera (1873), al formarse las primeras sociedades humanas, el caballo no sirvió seguramente sino para conducir al hombre. No existían caminos, transportes fluviales, canales o vehículos, y no podía, por tanto, utilizarse el caballo como animal de carga o para conducir a los guerreros en sus expediciones y combates. Si de todos los yacimientos cuya fauna se ha estudiado los animales domésticos más pequeños son los del Cabezo Redondo, no ocurre así con el caballo, que se adapta mejor a las condiciones esteparias de la comarca. Tenían una alzada de 130-145 cm., y sus segundas y terceras falanges eran particularmente estrechas, como consecuencia de su adaptación al suelo duro y seco de la región (Driesch, 1969).

Es muy de señalar que, en el Cerro de la Encina, en su fase 11-b, que corresponde al momento final del Argar B, el caballo asciende al 66% de los hallazgos, quedando relegadas a un segundo lugar las cabras y ovejas, que eran mayoritarias en las fases anteriores (ARRIBAS y otros, 1974). En la Cuesta del Negro, de Purullena, el caballo va también en progresivo aumento,   —140→   y tiene su máxima importancia durante el Bronce Tardío o Final. En el Cerro de la Virgen, de Orce, las cabras y ovejas, así como los bueyes y cerdos, fueron siempre más abundantes que el caballo, si bien el porcentaje de carne que los caballos suministraban era muy superior al de los cerdos por razones de volumen, porque parece cada vez más seguro que la carne de caballo se empleaba normalmente como alimento.

Buey/vaca (Bos taurus)

En la fauna del Cabezo Redondo ocupa el tercer lugar, con 1350 huesos que suponen el 4% del total. Están presentes en todos los departamentos y niveles. Según Vilanova (1873), nos presentaban sus fuerzas, su carne, sus huesos, su piel, los cuernos y la leche, el pelo y el estiércol, sin contar con que se utilizaban como animales de tiro, de carga y de silla. Los especialistas dudan si algunos de estos huesos no pertenecerían al Uro (Bos primigenius), cuyos huesos son difíciles de distinguir de los del buey doméstico. En cualquier caso, su caza sería esporádica.

El ganado vacuno era al principio de grandes cuernos, con una alzada en las vacas de 110 a 120 cm. (media de 112), y de 118 a 135 en los toros (media de 125). Posteriormente el tamaño de los cuernos disminuyó, y la media descendió a 105 en las vacas y a 115 en los toros.

Los bóvidos del Cabezo Redondo eran más pequeños en promedio que los argáricos y postargáricos de los yacimientos andaluces. Esta disminución fue general, pero más acusada en donde las condiciones de sequedad eran mayores, como en nuestro caso.

Perro (Canis familiares)

Los 340 huesos identificados suponen poco más del 1% del total. Aparecen en todos los departamentos, con tendencia a aumentar en los niveles inferiores. Esta escasez, que es bastante general en todos los yacimientos estudiados, induce a descartar su aprovechamiento como animal de carne. Eran de tamaño mediano, y en su mayoría murieron en edad adulta o semiadulta. Seguramente sirvieron como auxiliares para la caza y el pastoreo.

Conejo (Oryctolagus cuniculus)

Por su gran interés, transcribimos textualmente un párrafo del estudio de Angela Von der Driech (1969): «Algunos cráneos de conejos del Cabezo Redondo muestran caracteres de conejos domésticos, lo que permite concluir que, en la España meridional, se criaron conejos desde la Edad del Bronce». Aun tratándose de conejos domésticos, no se distinguen en casi nada del conejo salvaje en cuanto a su tamaño. Los 3.420 huesos de conejo lo colocan en el segundo lugar del inventario, con el 10,19% del total. Está presente en todos los departamentos y niveles.




ArribaAbajo Animales salvajes

Para los habitantes del Cabezo, la Laguna de Villena constituía un rico distrito de caza de carácter propio. El número de mamíferos salvajes es de 574, que representan el 1,7% del total, cifra que parece exigua pero que aumenta hasta el 11,9% si consideramos también al conejo como especie salvaje; aun sin ella, serían todavía 10 las especies representadas, sin contar con la posibilidad de que pudieran ser de «Bos primigenius» algunos de los huesos de «Bos taurus» que se han contado entre los domésticos.

Ciervo (Cervus elaphus)

En el inventario figuran 230 huesos de esta especie, y ello sin contar los numerosos trozos de cuernos convertidos ya en utensilios diversos o que estaban en proceso de fabricación. No hay que olvidar, sin embargo, que algunas cornamentas pueden proceder de la muda anual de estos animales. Según Martín Socas (1978), el hallazgo de ciervos y jabalíes en la región árida del SE., parece contradecir que sean animales representativos de paisajes boscosos. Los ciervos de la prehistoria ibérica son más pequeños y delicados que sus contemporáneos centroeuropeos, y sus cornamentas, salvo algunas excepciones, son más bien débiles. Basándose en el peso de los huesos analizados procedentes del Cerro de Monachil, Arribas y sus colaboradores (1974), deducen que el ciervo y el jabalí fueron los que proporcionaron mayor cantidad de carne.

Corzo (Capreolus capreolus)

Está representado por un solo hueso aparecido en el Nivel VI del Departamento VI, lo que confirma el aserto de que es muy poco frecuente en yacimientos prehistóricos, si lo comparamos con el ciervo común. Es lo que hace decir a Von der Driesch (1972) que en la zona de vegetación que rodeaba la Laguna de Villena se asocia el corzo, como especie rara, a los ungulados comunes.

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Cabra montés (Cabra ibex pyrenaica)

Su hábitat natural son las altas montañas, pero en tiempos prehistóricos se extendería hasta zonas más bajas, aunque siempre de roquedos con árboles y arbustos no muy densos que dejaban vivir a las hierbas aromáticas, condiciones que se daban bien en la zona villenense. En la Cueva de les Mallaetes (Gandía, Valencia), había numerosos huesos de esta especie en una secuencia que iba desde el Auriñaciense al Eneolítico (Jordá, 1949; Navarro Mederos, 1983), y se ha podido comprobar que, en las dos fases del Cerro de la Encina (Granada), correspondientes a la cultura del Argar, dos terceras partes de las cabras y ovejas fueron sacrificadas antes de alcanzar la edad adulta para comer su carne, mientras el tercio restante se destinó a la cría y a la obtención de leche (Arribas y otros, 1974).

Se han contado 43 huesos de cabra montés, que suponen el 7,66% de los animales salvajes y el 0,13% del total. Aparece en todos los departamentos salvo en el II, el IV, el V y el VI, y se observa también una ligera tendencia a aumentar el número hacia los niveles inferiores.

Uro (Bos primigenius)

Aunque hay dificultades para diferenciarlo del toro doméstico, su aparición en poblados de la Edad del Bronce solo se ha podido comprobar en el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) y en nuestro Cabezo Redondo, aunque aquí con algunas dudas. En el inventario se engloban unos y otros. Es también posible, según Boessneck, la confusión entre el Uro y el Bisonte.

Jabalí (Sus scrofa)

Está representado por un solo hueso en los departamentos II, III, VI, IX, X y XVII; con dos, en los departamentos VIII, XII y XIV, y con tres, en los departamentos VII y XV. A los 20 huesos que figuran en el Inventario, que suponen el 3,4% de los animales salvajes, y solo el 0,005% del total, hay que añadir más de una docena de colmillos, enteros o fragmentados, aparecidos en nueve de los departamentos, uno de ellos adelgazado y perforado como colgante. Estos colgantes constituyen una de las características de la cultura de los sepulcros de fosa catalanes, y no faltan en ninguno de aquellos enterramientos (Maluquer, 1950; Tarradell, 1960). Cuatro ejemplares aparecieron también en los Blanquizares de Lébor (Arribas, 1956), y la relativa abundancia de tibias de buey y de colmillos de jabalí encontrados por Siret en las tumbas argáricas, parece justificarse por ser los más adecuados para fabricar determinados objetos, según Mata Carriazo (1947).

Liebre (Lepus capensis)

No ha aparecido, hasta ahora, en los departamentos I al IV, aunque no debe olvidarse que quedan huesos por analizar. De los 117 huesos identificados, 58 aparecieron en los niveles IV al VI. Están en la relación de 1 a 30 con respecto al conejo doméstico, y el hallazgo de ambas especies tiene destacada importancia para los habitantes del Cabezo por sus posibilidades alimenticias.

Lince (Linx pardina)

De este lince ibérico aparecieron dos huesos: uno en las prospecciones de la vertiente oriental y otro en el Nivel V del Departamento VII, que es el más profundo. Al igual que el zorro y el tejón, fue posiblemente cazado más por su piel que por su carne, y sus huesos se utilizaron también como punzones (Figura 43, 4).

Zorro (Vulpes vulpes)

Aparecieron solo 7 huesos: 3, en el Dep.º VII; 2, en el X, y 2 en el XIV. Repetimos lo dicho para el lince respecto a su utilización.

Tejón (Metes metes)

Solamente cuatro huesos: 1, en el Depart.º VII; 2, en el XI y 1, en el XIII, todos en el Nivel V. Se cazaría para utilizar la piel, como los dos anteriores.

Erizo (Erinaceus europaeus)

Representado por un solo hueso en el Dep.º VII, nivel V.

Ratón casero (Mus musculus)

Como tal identificamos, con las naturales reservas, pues no han sido analizados por los especialistas, un esqueleto aparecido bajo una estera de esparto en el Departamento XVIII, y otro entre los huesos humanos del Enterramiento n.º 1 del Departamento XIII.

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Pequeños roedores

Aparte de los dos que acabamos de mencionar, 149 huesos de múridos figuran en el inventario, repartidos, en su mayor parte, por los niveles inferiores de los Departamentos VII (64 huesos); XIII (22 huesos) y XIV (47 huesos). Algunos aparecieron también en los Departamentos V, X, XII, XV, XVII y XIX.




ArribaAbajo Aves

Los investigadores que se han ocupado de este tema destacan la gran variedad de especies representadas en el Cabezo Redondo, especialmente de las acuáticas, que tenían su hábitat en la próxima Laguna. Al ser tan escasos los yacimientos estudiados, muchas de esas aves solo han sido localizadas hasta ahora en nuestro yacimiento. Son las siguientes:

Zampullín chico (Podiceps ruficolis).

Garza real (Ardea cinerea).

Flamenco (Phoenicopterus ruber).

Espátula (Platalea leurocodia).

Ánsar careto grande o ganso blanco (Anser albifrons).

Tarro blanco (Tadorna tadorna).

Ánade real (Anas platyrynchos).

Cerceta carretona (Anas quer-quedula).

Milano real (Milvus milvus).

Focha común (Fulica atra).

Aguja colinegra (Limosa limosa).

Lechuza campestre (Asio flammeus).

Hay otras especies que están presentes también en los yacimientos que se citan:

Codorniz (Coturnix coturnix). Zambujal (Portugal).

Perdiz común (Alectoris rufa). Zambujal; el Barranquete (Almería); Cerro de la Encina (Monachil, Granada); Cuesta del Negro (Purullena, Granada).

Paloma bravía (Columba livia). El Barranquete.

Paloma torcaz (Columba palumbus). Cerro de la Virgen (Orce, Granada), Cuesta del Negro, Zambujal y El Barranquete.

Grulla común (Grus grus). Cerro de la Encina.

Avutarda (Otis tarda). Cerro de la Encina y Zambujal.

Cuervo (Corvus corax). Zambujal y El Barranquete.

Corneja (Corvus corone). Cerro de la Encima y Zambujal.




ArribaAbajo Reptiles

El Cabezo Redondo tuvo en sus alrededores, además de la Laguna, algunos manantiales de agua dulce, que es el medio natural para algunos quelonios. Navarro Mederos (1983) piensa que la presencia en los poblados de estos animales se debe necesariamente a la acción de sus habitantes, y aduce la presencia de tortugas en yacimientos peninsulares desde el Paleolítico Medio cuando menos. En el inventario del Cabezo Redondo figuran los siguientes:

Tortuga de agua dulce (Clemmys caspica leprosa)

Está presente en yacimientos de la Edad del Bronce como el Cerro de la Encina y el Cerro de la Virgen. En el Cabezo Redondo aparecieron tres huesos: uno en la vertiente oriental; otro, en el nivel III del Departamento X, y otro en el nivel VI del Departamento XIV.

Galápago común (Emys orbicularis)

Más abundante que la anterior, no sabemos que haya aparecido en ningún otro yacimiento. En el Cabezo Redondo está representado por 14 huesos: 1, en el nivel III del Dept.º III; 3, en el nivel III del Dep.º XIV; 2, en el nivel V del Dep.º XIV; 1, en el VI del XIV; 1, en el IV del XV; 4, en el IV del XVI, y 2 en la vertiente oriental.

Lagarto común (Lacerta lepida lepida)

Aparecieron sus restos en la cuesta del Negro de Purullena (Navarro Mederos, 1983) y 5 huesos en el Cabezo Redondo: 2, en el Dep.º 7, niveles III y V; 1, en el nivel V del Dep.º X, y 2, en el nivel V del Dep.º XIV.

Culebra (Elaphe scalaris)

Tendría su ambiente en la Laguna, y apareció 1 hueso en el nivel V del Dep.º XIV.




ArribaAbajo Batracios

El orden de los Anuros es el único de los anfibios representado en la fauna de la Edad del Bronce estudiada hasta el momento. Las tres especies que a continuación se detallan han sido identificadas solamente en el Cabezo Redondo.

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Sapo corredor (Bufo calamita)

Hay 1 hueso en el nivel V del Dep.º VII, y otro en el nivel IV del Dep.º XVI.

Sapo nocturno (Pelobates cultripes)

1 hueso en el nivel IV del Dep.º XVI.

Rana de llanura (Rana ridibunda perezi)

1 hueso en el nivel VI del Dep.º XIV.

Como en el caso de los reptiles, no sería natural la presencia en el yacimiento de estas tres especies, que debieron ser transportadas por aves, si no por el propio hombre. Las tres son propias del biotopo que ofrecía la laguna.