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Historia argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata

Rui Díaz de Guzmán



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[Indicaciones de paginación en nota.1 ]



  —I→  

ArribaAbajoDiscurso preliminar del editor

Cuando se compilen los anales literarios de esta parte del globo, no dejará de extrañarse el olvido en que ha quedado por más de dos siglos una obra importante, destinada a perpetuar el recuerdo de los hechos que señalaron el descubrimiento y la conquista del Río de la Plata. Esta indiferencia por los trabajos de un escritor, que puede ser considerado como el primer historiador de estas provincias, no es fácil comprenderlo, ni sería posible explicarlo.

Las Casas, arrastrado de un sentimiento de humanidad, denuncia a la Europa las atrocidades de sus compatriotas en el Nuevo Mundo, y las prensas de la península se encargan de divulgarlas. El autor de la Argentina, cuyo objeto, según lo indica en el preámbulo de su historia, era impedir que se consumiese la memoria de los que, a costa de mil sacrificios, habían acrecentado el poder y la gloria de la corona de Castilla, no sólo no es oído con favor, ¡sino que se le trata con desdén!

Sin embargo, en la historia general de América, la del Río de la Plata ocupa un puesto eminente. Si aquí no hubo que avasallar Incas, ni destronar Montezumas, no fue por esto menos larga y encarnizada la lucha. En el Perú y en México la oposición se encontró en los gobiernos: aquí fue obra de los pueblos, que se levantaron en masa contra los invasores, desde las costas del Océano hasta las regiones más encumbradas de los Andes. Sin más armas que un arco, sin más objeto que la conservación de su independencia,   —II→   defendieron con valentía las soledades en que vagaban, contra el poder colosal de los Reyes Católicos, y las tropas más aguerridas de Europa.

Algunas de estas tribus se mantuvieron en estado de hostidad, mientras duró el dominio español en el Nuevo Mundo; y ¿quién puede calcular ahora cuál hubiera sido su desenlace sin el auxilio de los misioneros, cuyos trabajos evangélicos templaron el índole feroz, de esos moradores indómitos del Paraguay y del Chaco?

Un testigo, y actor a veces de estas hazañas, se encargó de relatarlas; y para acertar en su empresa, recogió de los contemporáneos los principales detalles de tan difícil conquista. Este historiador es Rui Díaz de Guzmán, hijo primogénito de un jefe español, que pasó a las Indias con el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, prefiriendo los azares de la guerra a los goces de que disfrutaba en casa del Duque de Medina Sidonia. Casó en la Asumpción con la hija del Gobernador Domingo Martínez de Irala, en un momento en que el espíritu de discordia había aflojado los lazos de la subordinación entre los españoles, sin dejar más arbitrios al jefe del estado, que el de ofrecer la mano de sus hijas para contener a los ambiciosos. Este enlace fue un manantial de desgracias para el Capitán Riquelme (que así se nombraba el padre de Guzmán). Los envidiosos y los aspirantes se juntaron con sus émulos, y se prometieron hacerle expiar estos cortos halagos del favor y la fortuna. Destinado al gobierno del Guayra, halló en acecho a sus enemigos, que le obligaron a volver a la Asumpción: y cuando por segunda vez se presentó a ocupar su destino, fue arrojado a un calabozo, donde gimió por más de un año. Su familia participó de estos infortunios: y tal es el espíritu de imparcialidad que ha guiado la pluma del que los refiere, que ni una sola reconvención dirige a sus autores.

No es esta la única recomendación de la historia de Guzmán, cuyo mérito solo puede valorarlo el que se coloque en la posición en que se hallaba cuando la emprendió. Nacido en el centro de una colonia, rodeada de hordas salvajes, y privada de todo   —III→   comercio intelectual con el orbe civilizado: sin maestros y sin modelos, no tuvo más estímulo que la actividad de su genio, ni más guía que una razón despejada. Y sin embargo, ninguno de los primeros cronistas de América le aventaja en el plan, en el estilo, ni en la abundancia y elección de las noticias con que la ha enriquecido. Es más que probable que Guzmán ignorase la existencia de las pocas obras que se habían publicado sobre América: pero, aun concediendo que las hubiese conocido ¿de qué podían servirle los derroteros de Colón, de Vespucio y de Magallanes; las cartas de Hernán Cortés; la polémica de Las Casas con Sepúlveda, las historias de Piedra-hita, de Zárate y de Gómara? En la mayor parte de estos escritos ni de paso se habla de los españoles en el Río de la Plata, y si alguna mención se hacía de ellos en otras, ni eran auténticas las noticias que contenían, ni bastaban a dar una idea cabal del plan y de los incidentes de sus conquistas. Los comentarios del Inca Garcilaso, que hubieran podido arrojar alguna luz sobre la historia y las costumbres de los pueblos autóctonos de América, se imprimieron por primera vez en Lisboa, en 1609, cuando ya el autor de la Argentina debió haber adelantado su trabajo; y la poca o ninguna analogía que se encuentra en ambas obras nos induce a creer que fueron escritas con absoluta independencia una de otra. Dígase lo mismo de la del cronista Herrera, que empezó a ver la luz en 1601, y que solo acabó de publicarse en 1615. Si se considera el entorpecimiento que sufrían entonces las relaciones de la mayor parte de las colonias españolas con su metrópoli, y la lentitud con que circulaban en el seno mismo de Europa las producciones de la prensa, no habrá exageración en decir, que no solo la obra, sino hasta su anuncio pudo haber quedado ignorado en el Paraguay.

Son mucho mayores las dificultades que se agolpan para suponer que el autor de la Argentina se valió de lo que publicó Schmídel sobre la expedición de don Pedro de Mendoza. La 1ª edición castellana de estas memorias es la que compendió y tradujo en 1631 Gabriel Cárdenas, época posterior a la en que Guzmán acabó de escribir su historia. Las publicaciones, que se hicieron anteriormente de la obra de Schmídel, son en alemán y en latino; dos idiomas con los que no debía ser muy familiar un español educado en el Paraguay.

  —IV→  

No sería improbable que hubiese tenido alguna noticia del poema histórico del Arcideán Martín del Barco Centenera sobre la conquista del Río de la Plata; y de los comentarios, que el escribano Pedro Fernández publicó sobre la administración del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El primero salió a luz en Lisboa, en 1602; los otros, en, Valladolid en 1555; y ambos tocan los sucesos que abraza Guzmán en el plan de su obra. Pero los comentarios de Fernández se ciñen a una sola época y a determinadas personas; y Centenera, que se propuso cantar ese grande episodio de la conquista del Río de la Plata, lo matiza con todos los colores que le ministraba su fantasía, sin sujetarse a las trabas que debe enfrenar la pluma de un historiador.

Lo que no admite duda es el ningún conocimiento que se tenía en España de la historia de Guzmán. En prueba de este aserto baste citar el catálogo que el docto valenciano don Justo Pastor Fuster2, ha publicado de las obras inéditas, recogidas por su compatriota don Juan Bautista Muñoz, cuando se propuso escribir la Historia del Nuevo Mundo. En este prolijo inventario, en que se registran con escrupulosa exactitud los papeles más insignificantes, se echa menos la Argentina, ¡sin embargo de ser la historia más completa que nos queda del descubrimiento y de la conquista del Río de la Plata! Ignoramos la suerte que ha cabido a la copia, que en testimonio de gratitud, envió su autor, al Duque de Medina Sidonia, de quien su, padre había sido paje y secretario. La extinción de la rama principal de esta ilustre familia puede haber ocasionado algún trastorno en estos gloriosos recuerdos de sus antepasados. Ni fue más afortunado el otro, autógrafo, que destinó Guzmán al archivo del Cabildo de la Asumpción, de donde según afirma Azara, fue sustraído en 1747, por el mismo Gobernador Larrazábal. Felizmente existían muchas copias manuscritas, que, a pesar de tantas causas de destrucción, nos han conservado intacta esta obra. Las que han llegado a nuestra noticia son seis, de las que solo tres hemos podido procurarnos, a saber:

Copia núm. 1. Un tomo en folio perteneciente al señor Dr. don Paulino   —V→   Ibarbaz; de una letra moderna e inteligible, con grandes márgenes, en que su anterior dueño, el finado Dr. don Julián de Leiva, ha agregado de su puño algunas correcciones y variantes; a más de otros apuntes, reunidos en un pequeño apéndice al fin del volumen.

Copia núm. 2. perteneciente al señor Dr. don Saturnino Segurola, Canónigo de la Santa Iglesia de Buenos Aires. Quisiéramos hallar expresiones bastantes para manifestar públicamente nuestra gratitud a este benemérito Argentino, no sólo por la amistad con que nos honra, sino por la generosa condescendencia con que ha puesto a nuestra disposición las riquezas literarias que se hallan reunidas en su selecta biblioteca. No hay obra, no hay documento, por más raro y reservado que sea, que no se complazca de franquearnos para fomentar nuestra empresa. El manuscrito de que hablamos, es el más antiguo de los que hemos consultado; y por el abuso que en él se hace de duplicar las consonantes, contra las reglas de la ortografía castellana, inferimos que sea la obra de algún jesuita italiano. La letra es bien formada, pero el tiempo ha apagado el color de la tinta, y a veces cuesta trabajo interpretarlo.

Copia núm. 3. De propiedad del señor don José Nadal y Campos, que con suma bondad, se ha prestado al deseo que le manifestamos de examinarla, y de la que nos hemos valido para aclarar nuestras dudas.

Si en esta noticia hubiésemos debido colocar los manuscritos, no según el tiempo en que han llegado a nuestras manos, sino por su ancianidad, debíamos haberlos puesto en el orden siguiente:

1º. El del señor Dr. Segurola.

2º. El del Señor Nadal y Campos.

3º. El del Señor Dr. Ibarbaz.

Las muchas anomalías que encierran estas tres copias, como prueban que ninguna de ellas ha sido formada sobre las demás. En lo que todas coinciden es en la falta del mapa, de que habla el autor en el capítulo V, del primer libro de su obra; y que nos ha sido   —VI→   imposible desenterrar, por mayores que hayan sido nuestras diligencias. Los amanuenses, que suelen ser pocos versados en el arte del dibujo, habrán prescindido de un trabajo que no entraba precisamente en sus atribuciones. La pérdida no es grave y por la claridad y el método con que el autor procede en la descripción del país, sería muy fácil repararla. Tal vez nos resolvamos a emprender esta obra, con el único objeto de presentar el terreno, tal cual se ofreció a la vista de sus primeros descubridores.

La 2ª. parte de la historia, anunciada también en el curso de esta obra nadie la ha visto, y todos convienen en que ha quedado en proyecto. Su autor, que pasó los últimos años de su vida en la proscripción, no pudo dar a sus trabajos toda la extensión que se había prometido. Azara indica la causa de esta persecución, y cita en apoyo de sus asertos un expediente, que en su tiempo se conservaba en el archivo de la Asumpción. Nada más se sabe de la vida de este escritor, cuyo nombre brillará algún día en los fastos literarios de estos estados. Es probable que bajó al sepulcro en una tierra extraña, haciendo votos por la prosperidad de su patria, y empleando sus últimos años en ilustrar su historia.

Pedro de Ángelis.



  —[VII]→  

ArribaAbajoDedicatoria

A don Alonso Pérez de Guzmán, el bueno, mi señor; Duque de Medina Sidonia, Conde de Niebla, etcétera


Aunque el discurso de largos años suele causar las más veces en la memoria de los hombres mudanzas y olvido de las obligaciones pasadas, no se podrá decir semejante razón de Alonso Riquelme de Guzmán, mi padre, hijo de Rui Díaz de Guzmán, mi abuelo, vecino de Jerez de la Frontera, antiguo servidor de esa ilustrísima casa, en la cual, habiéndose mi padre criado desde su niñez hasta los 22 años de su edad, sirvió de paje y secretario del Excelentísimo señor don Juan Alarcón de Guzmán, y mi señora la Duquesa doña Ana de Aragón, dignísimos abuelos de vuestra Excelencia, de donde el año de 1540 pasó a las Indias con el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, su tío, gobernador del Río de la Plata, a quien sucediendo las cosas más adversas que favorables, fue preso y llevado a España, quedando mi padre en esta provincia donde fue forzoso asentar casa, tomando estado de matrimonio con doña. Úrsula de Irala, mi madre, hija del gobernador Domingo Martínez de Irala; y continuando el real servicio, al cabo de 50 años falleció de esta vida, dejándome con la misma obligación como a primogénito suyo, la cual de mi parte siempre he tenido presente, en el reconocimiento y digno respeto de su memorable fama; de donde vine a tomar atrevimiento de ofrecer a vuestra Excelencia este humilde y pequeño libro, que compuse en medio de las vigilias de mi profesión, sirviendo a su Majestad desde mi puericia hasta ahora: y puesto que el tratado es de cosas menores, y falto de toda erudición y elegancia, al fin es materia que toca a nuestros españoles, que con valor y suerte emprendieron aquel descubrimiento, población y conquista, en la cual sucedieron algunas cosas dignas de memoria, aunque en tierra miserable y pobre; y basta haber sido   —VIII→   Nuestro Señor servido de extender tan largamente en aquella provincia la predicación evangélica, con gran fruto y conversión de sus naturales, que es el principal intento de los Católicos Reyes nuestros señores.

A vuestra Excelencia humildemente suplico se digne de recibir y aceptar este pobre servicio, como fruta primera de tierra tan inculta y estéril, y falta de educación y disciplina, no mirando la bajeza de sus quilates, sino la alta fineza de la voluntad con que es ofrecida, para ser amparado debajo del soberano nombre de vuestra Excelencia, a quien la Majestad Divina guarde con la felicidad que merece, y yo su menor vasallo deseo. Que es fecha en la ciudad de la Plata, provincia de las Charcas, en 25 de julio de 1612.

Rui Díaz de Guzmán.



  —[IX]→  

ArribaAbajoPrólogo y argumento al benigno lector

Yo sin falta de justa consideración, discreto lector, me moví a un intento tan ajeno de mi profesión, que es militar, tomando la pluma para escribir estos anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, donde en diversas armadas pasaron más de cuatro mil españoles, y entre ellos muchos nobles y personas de buena calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquellas tierras, con las mayores miserias, hambres y guerras, de cuantas se han padecido en las Indias; no quedando de ellos más memoria que una fama común y confusa de su lamentable tradición, sin que hasta ahora haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en 82 años, que hace comenzó esta conquista: de que recibí tan afectuoso sentimiento, como era razón, por aquella obligación que cada uno debe a su misma patria, que luego me dispuse a inquirir los sucesos de más momento que me fue posible tomando relación de algunos antiguos conquistadores, y personas de crédito, con otras de que fui testigo, hallándome en ellas, en continuación de lo que mis padres y abuelos hicieron en acrecentamiento de la Real Corona: conque vine a recopilar este libro, tan corto y humilde, cual lo es mi entendimiento y bajo estilo; solo con celo de natural amor, y de que el tiempo no consumiese la memoria de aquellos que con tanta fortaleza fueron merecedores de ella, dejando su propia quietud y patria por conseguir empresas tan dificultosas. En todo he procurado satisfacer esta deuda con la narración más fidedigna que me fue posible: por lo cual suplico humildemente a todos los que la leyeren, reciban mi buena intención, y suplan con discreción las muchas faltas que en ella se ofrecieren.



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