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Pedir Justicia.

 

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Esto es, fugitivos como ella, por alguna fechoría de mano pesada.

 

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En la cordillera de los Andes, una de las más altas y ásperas de la tierra, y de consiguiente cubierta en su mayor parte de nieves eternas, no solamente no se halla señal de vegetación, pero ni de animales, excepto algunos guanacos y zorros.

 

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Cuando se hacía el tráfico de negros de esta parte de América, era Buenos Aires quien surtía de ellos a Chile y el Perú, haciéndolos pasar por la cordillera de los Andes. Algunos de los que morían en esta penosa jornada quedaban de un año para otro en la posición que describe a estos dos muertos doña Catalina, como yo mismo he visto algunos en el año de 1809, en que hice por tierra el viaje de Buenos Aires a Chile, para pasar a Lima.

 

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Tan luego como llegó a paraje donde había árboles debió sentir una diferencia notable en el temple, puesto que había ya atravesado la cordillera; pero andando algo más desde este paraje hacia el llano, notaría no solamente buen temple, sino también calor, que es lo que aquí quiere dar a entender. En las faldas de las cordilleras de América se encuentran, en muy corta distancia, tres o cuatro temperaturas distintas, como sucede en las inmediaciones del cerro del Potosí.

 

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Ya en otra nota se ha manifestado esta inclinación singular de esta mujer extraordinaria, que, aun hablando de buena fe con sus lectores, parece quiere llevar adelante su manía de pasar por hombre, afectando una pasión decidida por el bello sexo.

 

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Tela que fabrican en Ruán.

 

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Llamas.

 

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No es fácil atinar cuál sea la tierra ni el río Dorado de que aquí habla. De contado, no parece tratar del país de Manua o Campo de la Nueva Extremadura, a cuyas riquezas imaginarias dieron nombre, entre nacionales y extranjeros, las fábulas sacadas de las relaciones fantásticas de Juan Martines y las imposturas del supuesto inca Boorques. Los chuncos deben de ser los chunchos, nación bárbara de la provincia de Tarma, en el Perú, situada en el seno que forman los ríos Apurimac y Pancartambo, y el Dorado, el río de San Juan del Oro, en la provincia de Caravaya, en el Perú. En estas inmediaciones fundaron los españoles fugitivos de los partidos de Pizarro y de Almagro una villa de este nombre, donde habiendo hallado abundantes lavaderos de oro, se hicieron ricos, y después de conseguir un indulto del virrey don Antonio de Mendoza en 1553, pasaron algunos a España, donde obtuvieron favores y mercedes del emperador Carlos V; pero abusando de ellos, volvieron a formar bandos y partidos, con que se destruyeron, y la floreciente villa, que contaba con más de tres mil habitantes, quedó reducida a la nada. Su posición geográfica debe de ser hacia los 14 grados latitud Sur y los 62 grados longitud occidental de Cádiz. Las inmediaciones de este río han producido mucho oro en todos los tiempos, y en uno de sus lavaderos se halló la famosa y mayor pepita de oro que ha producido tal vez la Naturaleza, la cual se envió a España en el reinado de Carlos V, y pesó cuatro arrobas y libras. Todo parece que inclina que a creer que ésta sea la tierra a que se dirigió la expedición que refiere doña Catalina. Sólo en la distancia hay alguna equivocación, la cual podrá pertenecer al copista, poco escrupuloso en eso de cantidades y nombres propios.

 

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Hay alguna exageración en esto de que dejaba la menguante tres dedos de alto de oro en polvo por aquel suelo; pero todo conspira a hacer creer que se cogía en gran cantidad por aquellos tiempos, según las relaciones fidedignas que se conservan en los archivos del Perú.