Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


ArribaAbajo

Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña, en tiempo de Felipe IV


Francisco Manuel de Melo



Conturbata sunt Gentes, et inclinata sunt Regna, Dedit vocem suam, mota est terra.


Ps. 45.                




Hablo á quien lee.

Si buscas la verdad, yo te convido á que leas, sino mas del deleyte y policía, cierra el libro, satisfecho de que tan á tiempo te desengañe.

Ni el arte, ni la lisonja han sido parciales á mi escritura: aquí no hallarás citadas sentencias ó aforismos de filósofos políticos, todo es del que lo escribe. Muchos casos sí se refieren de que las puedes formar, si con juicio discurres por la naturaleza de estos sucesos: entónces será tuyo el útil, como el trabajo mio, sacando de mis letras doctrina por tí mismo; y ambos así nos llamarémos autores, yo con lo que te refiero, tú con lo que te persuades.

Ofrezco á los venideros un exemplo, a los presentes un desengaño, un consuelo á los pasados. Cuento los accidentes de un siglo que les puede servir á estos, aquellos y esotros con lecciones tan diferentes.

Algunos condenarán mi Historia de triste. No hay modo de referir tragedias sino con términos graves. Las sales de Marcial, las fábulas de Plauto jamas se sirviéron ó representáron en la mesa de Livio.

Si alguna vez la pluma corriere tras la armonia de las razones, certifícote que en nada entró el artificio, sino que la materia entónces mas deleytable la lleva apaciblemente.

Hablo de las acciones de grandes príncipes y otros hombres de superior estado: lo primero se excusa siempre que se pue de, y quando se llega á hablar de los reyes, es con suma reverencia á la púrpura; pero esa es condicion de las llagas, no dexarse manejar sin dolor y sangre.

Muchos te parecerán secretos, no lo han sido á mi inteligencia, ninguno juzga temerariamente, sino aquel que afirma lo que no sabe. No es secreto lo que está entre pocos, de estos escribo.

Llamo á los soldados del exército del rey D. Fe1ipe algunas veces Católicos como á su rey: no se quejan los mas de esta separacion, sigo la voz de historiadores. Otras, veces los nombro Españoles, Castellanos ó Reales; siempre entiendo la misma gente. Para todos quisiera el mejor nombre.

Procuro no faltar á la imitacion de los sugetos quando hablo por ellos, ni á la semejanza quando hablo de ellos. En inquirir y retratar afectos pocos han sido mas cuidadosos, si lo he conseguido,. dicha ha sido de la experiencia que tuve de casi todos los hombres de que trato. He deseado mostrar sus ánimos, no los vestidos de seda, lana, ó pieles, sobre que tanto se desveló un historiador grande de estos años, estimado en el mundo.

Si en algo te he servido, pídote que no te entrometas á saber de mí mas de lo que quiero decirte. Yo te inculco mi juicio, como le he recibido en suerte: no te ofrezco mi, persona, que no es del caso para que perdones ó condenes mis escritos. Sino te agrado, no vuelvas á leerme, y si te obligo, perdónote el agradecimiento: no es temor, como no es vanidad. Largo es el teatro, dilatada la tragedia, otra vez nos toparémos, ya me conocerás por la voz, yo á tí por la censura.






ArribaAbajo

Libro I

Sumario

Intereses y discordias entre España y Francia. Progresos de las armas católicas y cristianísimas en Flandes, Francia é Italia. Ocupacion de Tierra de Labor. Sitios, embestidas y tomas de Leucata, Fuente Rabia, Coruña y Sálses. Guerra y exércitos en España, orígen de escándalos y alborotos en Cataluña. Descripcion de aquella provincia. Violencias en su gobierno. Descontento comun. Prision de sus Ministros. Entrada de los segadores. Movimientos de Barcelona. Muerte del Santa Coloma, Virey del principado.


1. Yo pretendo escribir los casos memorables que en nuestros dias han sucedido en España, en la provincia de Cataluña, cuyos movimientos alteráron todo el órden de la república, á vista de los quales estuvo pendiente la atencion política de todos los príncipes y gentes de Europa,

2. Grandísima es la materia, y aunque la pluma inferior notablemente á las cosas que ofrece escribir, podia en alguna manera hacerlas menores, ellas son de tal calidad. que por ningun accidente dexarán de servir á la enseñanza de reyes, ministros y vasallos.

3. Desobligado y libre de toda aficion ó violencia, pongo los hombros al peso de tan grande historia. Hablo (dichosamente) de príncipes, á quienes no debo lisonjear ó aborrecer, y de naciones que no conozco por buenas ó malas obras, con certísimas noticias de los sucesos, porque en muchos tuvo parte mi vista, y en todos mis observaciones, no solo como inclinacion, mas como precepto.

4. Primero este motivo, despues el temor de que estas cosas lleven y hayan de correr la misma infelicidad que las pasadas entre la conversacion y memoria de los hombres, me obligó á escribirlas.

5. Castellanos, Franceses, Catalanes, naciones, ministros, repúblicas, príncipes y reyes de quienes he de tratar, ni me hallo deudor á los unos; ni espero me deban los otros: la verdad es la que dicta, yo quien escribe; suyas son las razones, mias las letras, por esto no soy digno de acusacion ni de alabanza.: sirva esta religiosa igualdad (jamas alterada en mis escritos) al desagravio ó desobligacion, de los que llegaren á leerme quejosos ó agradecidos; bien que, la variedad de los sucesos y de los juicios á que ellos sirven de ocasion, fácilmente dará á entender como no callo el error ó la alabanza de ninguno.

6. Quien retrata, tan fielmente debe pintar el defecto como la perfeccion: tampoco el severo espíritu de la historia puede guardar decoro á la iniquidad; empero si siempre hubiésemos de escribir acciones serenas, justas y apacibles, mas les dexáramos á los venideros envidia que advertimiento. No solo sirven á la república las obras heroycas, el pregon que acompaña al delinqüente, tambien es documento saludable, porque el vulgo entendiendo rudamente de las cosas, mas se persuade del temor del castigo, que se eleva á la esperanza del premio.

7. Yo quisiera haber escrito en los tiempos de gloria; mas pues que la fortuna, dexándole á otros para escribir los gratísimos triunfos de los Césares, me ha traido á referir adversidades, sediciones, trabajos y muertes, en fin una guerra como civil y sus efectos lamentables, todavía yo procuraré contar a la posteridad estos grandes acontecimientos de la edad presente con tanta claridad, cuidado y observacion, que aunque la materia sea triste, pueda igualar su exemplo con las mas agradables y provechosas.

8. Tuvo la guerra presente de España y Francia no pequeños ni ocultos motivos; públicos ya en los papeles, y mas en las acciones de entrambas coronas, pero sin duda yo habré de contar por el mas urgente el gran valor de una y otra nacion, que no caviendo en los términos de la templanza desde los siglos de sus pasados reyes hasta nuestros dias, resultó algunas veces en soberbias y escándalos. Ayudáronse del interes, émulos de la gloria ó del dominio, que es el espíritu viviente en las venas del estado, y ministrando la vecindad en que la naturaleza puso estas dos famosas provincias, muchas ocasiones de discordia, eso mismo que debia servir á la amistad y alianza, era sobre lo que se fundaba la queja ó injuria; de tal suerte, que ni la conformidad de religion, ni los vínculos de la sangre, ni la bondad y virtud de los príncipes, fué bastante para conformar sus ánimos ni los de sus ministros, aun contra el clamor universal de los vasallos, que ó ménos informados de los resentimientos, ó ménos sensibles en ellos, públicamente pedian y deseaban la paz.

9. Propusiéron conseguirla por medio de la guerra, persuadidos de otros exemplos, y despues de varios casos con que cada uno ofendia la misma justificacion que mostraba querer defender, comenzó a temblar Europa de los estruendos y aparatos de armas, que hacian Españoles y Franceses.

10. Mostráronse el año de seiscientos treinta y cínco las banderas de Francia formidables á todo el País Baxo: fué roto el Príncipe Tomas de Saboya: entráron en Tirlemon, sitiáron á Lovaina, amenazáron á Brusélas y á Italia, embestida Valencia del Pó, y la Valtelina ocupada con otros algunos sucesos favorables á Franceses; pero no sin descuento de los españoles, que no con ménos dicha penetráron la Francia, ganáron la Capella, Chatelet, Landrecí y Corbía en la Picardia, deseáron Paris, defendiéron la misma Valencia sitiada, y poco despues (desesperando de mayor empresa) se hiciéron dueños de las islas de San Honorato y Santa Margarita.

11. Era ya voracísimo el fuego de la guerra, mas encendido en los ánimos acomodados á toda ruina: así creciendo el enojo en la contradiccion de los sucesos, hubo entónces el odio de arrebatar para sí las acciones, que ántes solo executaba la ira.

12. Continuóse (como externa) aquella inquietud por casi dos años, sin que los pueblos vecinos de España y Francia llegasen á experimentar sus costosos movimientos, porque aunque se guardaban con el cuidado conveniente (segun lo deben hacer los que no quieren hallarse en el súbito peligro) todavia de una ni de otra parte se habia dado hasta aquel punto ocasion al escándalo. Alterose en fin el temperamento de todo el cuerpo de las dos coronas, y comenzáron á padecer los efectos de su dolor sus miembros mas apartados.

13. Era aquel año Virey de Navarra D. Francisco de Andia é Irazaval, Marques de Valparaiso (hombre que jamas excuso de hacerse agradable á aquellos de quienes dependia): habia descubierto en pláticas y escritos en el ánimo de D. Gaspar de Guzman, Conde Duque de Sanlucar (portentoso favorecido del rey Católico) cierto género de contrariedad á la corona francesa y acciones del Cardenal Armando Juan de Plessis, (dicho comunmente Richelieu) primer ministro tambien de aquel reyno, y sobre todos valido de la Magestad Cristianísima: juzgó que el mejor camino de introducirse en la voluntad del Conde era facilitarle los medios de la venjanza. Negoció secretamente los empleos de las armas españolas, y de improviso baxó los Pirineos, seguido de algunos trozos de gente mal armada, á que dudamos llamar exército. Entendiéronlo los Franceses, quando se hallaba ya destruyendo y ocupando á Siburo, San Juan de Luz, Socoa y la Tapida, lugares de la Gascuña en la tierra que llaman de Labor, que es aquella que yace de osotra parte de los Pirineos, y se termina á poniente con el mar Cantábrico. Era el poder del Valparaíso mas proporcionado al descuido de aquella provincia, que no á sus fuerzas: recogiéronse los que se retiraban de la campaña á Bayona (primera ciudad de la Gascuña puesta al principio de las Landas): intentó ganarla por sorpresa, desvanecióse su designio, porque habiéndose detenido ántes en lo que no tenia dificultad, faltó primero la ocasion, que el Marques se valiese de ella. Volvióse en fin forzado de las prevenciones que ya hacian los Franceses. Executólo pocos dias despues de su entrada, sin que de su empresa se luciese otro efecto, que haber llamado la guerra hácia aquella parte donde no convenia. Presidió los puestos, obligando las armas de su rey á mayores empeños. Esta diversion impracticable (segun despues la acusó la experiencia) podrémos contar por el primer paso que dió España en su misma ruina, porque de ella tomáron motivo todos los sucesos y accidentes, que poco tiempo despues turbáron la serenidad del estado.

14. Crecia la oposicion de parte de los Franceses por cobrar sus lugares, y cada dia se reconocia mas en España el yerro de habérselos retenido. Intentaron enmendar el desorden pasado, y trazáron otro mayor para remediar el primero. Pareció se debian dexar los puestos ocupados en Francia, y se obró la retirada con tan poca atencion como la empresa. No hay caso monstruoso á los principios, á que no sigan fines desordenados. Retiráronse los Españoles á tiempo que solo su eleccion podia obligarlos, dexando de la misma suerte que estaban las fortificaciones, que habian fabricado con gran peligro y dispendio: dexáron las provisiones y víveres prevenidos para su misma defensa, y lo que es mas, mucha parte de la artillería; cosa que por increible á los Franceses, con temor gozaban de su utilidad.

15. Pasó adelante la atencion y deseo de venganza, con que el Conde Duque disponia inquietar y divertir á el Richelieu en la paz interior de su provincia, y de los intereses que mostraba en la guerra del Artois y Lombardía.

16. Juzgóse que la Leucata, postrer lugar del Languedoc, ó por mas vecino a España, ó tambien por mas descuidado de las armas, podia ser á propósito para la embestida: encargóse la empresa á D. Henrique de Aragon, Duque de Cardona y de Segorbe, entónces Virey de Cataluña, para que asistido del Conde Juan Cerbellon, ilustre soldado Milanes, con buena parte de infantería y caballería obrasen la interpresa ó sitio (si fuese necesario) casi infaliblemente.

17. Fué sitiada Leucata, porque la ocasion no dió lugar á que se apretase por términos mas breves, y despues que (á juicio de los Españoles) no podia resistirse, fué socorrida por los de Narbona y Tolosa tan osadamente, que siendo los Católicos acometidos en sus mismos quarteles, fueron rotos con gran pérdida de gente y no pequeña nota en la opinion.

18. No tardó mucho el exército Cristianísimo en dar vista á la provincia de Guipuzcoa, gobernado por Henrique de Borbon, Príncipe de Condé (hombre en todos tiempos mas esclarecido que afortunado): pasó los linderos de la Francia con poderosa mano, á la que obedecian hasta veinte mil combatientes. Viendo España entónces las lises de sangre, que ya la antigua paz y deudo habian vuelto de oro, sitió á Fuente Rabía, plaza de opinion en la Cantabria, y despues de un riguroso asedio perdió la empresa, el poder y los intentos, habiéndola socorrido (contra toda esperanza) los exércitos de D. Juan Alonso Henriquez de Cabrera, Almirante de Castilla, y de D, Pedro Faxardo de Zúñiga y Requesens, Marques de los Velez, por la industria de Cárlos Caraciolo, Marques de Torrecusa, su Maestre de Campo general.

19. En este estado se hallaban los negocios de la guerra interior de España al fin del año de seiscientos treinta y ocho (el que entre todos pudo llamar dichoso aquella monarquía); pero aunque sus armas triunfasen victoriosas, érales imposible poder cubrir y asegurar las provincias distantes. Con esta ocasion la tuviéron los Franceses el año siguiente de ocupar á viva fuerza el castillo de Sálses (dicho de los geógrafos Salsulae) y última plaza del rey Católico en el condado de Rosellon: no pudo resistirse á la furia del contrario que añadiendo al valor natural la injuria del suceso de Fuente Rabía, obraba en Sálses como desconfiado y como valeroso. Ganóse en pocos dias, mostrando la fortuna mas aquella vez, como no vinculó las victorias á ninguna nacion.

20. La bizarría española, contra el comun sentimiento de los prácticos que no aconsejaban la guerra aquel año por ser ya los alternas meses de seiscientos treinta y nueve; no se acomodó á sufrir un corto espacio ese lunar en el rostro de su república, feísimo á los ojos de los atrevidos, mucho mas que á la consideracion de los cuerdos.

21. Armó grueso exército el rey Católico, cuyo mando entregó á Felipe Espínola, Marques de los Balbases, Comendador mayor de Castilla, que poco antes habia dexado el reposo de su república Génova, en que tambien se habia empleado poco despues de grandes ocupaciones de la guerra. Siendo Felipe hijo de Ambrosio, discípulo de aquel gran maestro, ¿cómo se puede creer habrá faltado á la herencia de la sangre y de la doctrina? con esto juzgo llamarle dignísimo capitan del príncipe que quisiere servir.

22. La plaza fortificada nuevamente, gobernada por hombre experto qual era Monsieur Espernan, á quien fué encomendada su defensa, la sazon del año extrañísima al manejo de las armas, el grueso del exército español formado de gente mas lustrosa que robusta, todo junto fué causa de que se dilatase el sitio, y de que las tropas Católicas fuesen heridas de terribles enfermedades. Hubo, en fin de rendirse la plaza, capitulando los Franceses briosamente: obtuviéron con todo, el castillo de Ópol, fuerza poco considerable, y que por cosa sin nombre olvidáron, ó disimuláron los Españoles. Ahora lo podrémos advertir no sin misterio, porque parece que en haberle dexado obediente á Francia, se denotó la posesion que su rey conservaba de toda aquella tierra, que poco despues la habia de llamar Señor.

23. Casi en estos dias la armada naval del Cristianísimo, á cargo de Henrique de Sordis, Arzobispo de Burdeos, dió fondo en la Coruña, que pudiendo destruir, se contentó con amenazar. Detúvose algunos, embarazada quizá en las muchas ocasiones que se le ofrecian, ó de abrasar la armada Católica que se hallaba en el puerto, inferior á su número y fortuna (mandada de D. Lope de Hoces, que el año ántes habia recibido incendio por el mismo contrario), ó de escalar la plaza, que aunque bien guarnecida de soldados no pudiera resistirse á un daño grande por falta de municiones. En medio de esta duda se levantó un gran temporal contra el uso de naturaleza, cuyo brazo peleó por España, gobernado de la Divina Providencia: obligóla el viento furioso á que se recogiese en sus puertos con mayor espanto que peligro. Reparóse, y salió á navegar segunda vez la vuelta de España: asombró toda la costa de Vizcaya, y desembarcando en las quatro Villas, arruinó a Laredo, lo intentó en Santander, abrasó sus astilleros, y amenazada nuevamente del tiempo aun mas que del enemigo que ya salia á buscarla con la infelicísima flota de D. Antonio de Oquendo, se volvió á Francia poco rica de triunfos.

24. La variedad de esta guerra, diferente todos los años, fué causa de que las tropas y exércitos del rey Católico hubiesen de revolverse muchas veces de unas provincias en otras, conforme el enemigo mostraba querer acometerlas, y que á estos sus tránsitos y pasages se siguiesen los robos, escándalos é insultos, que trae consigo la multitud y libertad de los exércitos. En otras partes llegaban á ser con mas exceso insufribles por la larga existencia en ellas; de tal suerte, que unos y otros pueblos no cesaban de gemir con el peso de la molestia en que los ponian sus armas propias. Era de todas Cataluña, como la mas ocasionada, las mas afligida provincia.

25. Habíanse mostrado los Catalanes á los principios de la guerra con demasiada templanza: primero tuviéron intentos de que se les fiase la defensa de sus plazas: fundábanlo en su práctica y valor, atentos á aquella máxima de la naturaleza: de que cada uno sabe lo que basta para su conservacion: ofrecian no perdonar á gastos ó contribuciones en beneficio de su república: aseguraban al rey qualquiera invasion por aquella parte: esquivábanse de que entre ellos se introduxesen armas extrañas, juzgaban como extrangeros los que no eran ellos mismos; en fin pensaban, que en ofrecerlo así, servian al príncipe y á la patria.

26. Hízose esta proposicion impracticable á los Consejos por algunos respetos, todos encaminados á la poca satisfaccion que se tenia de los Catalanes, de quienes el rey conservaba alguna memoria cerca de la entereza con que habia sido tratado el año de seiscientos treinta y dos, quando fué a celebrar sus Córtes. Ayudaban esta poco digna recordacion las diligencias del Conde Duque, humanamente ofendido de que la nobleza catalana y buena parte de la plebe se declarasen en favor del Almirante de Castilla, quando en Barcelona sucediéron las contiendas entre el mismo Almirante y el Conde Duque. De otra parte, Gerónimo de Villanueva, protonotario de Aragon, favorecido del Conde, tampoco daba calor a los negocios públicos del principado, ó fuese lisonja á su dueño que reconocia desaficionado, ó venganza particular, á que le llevaba su propio afecto.

27. Juzgándose el zelo sospechoso, siguióse naturalmente á la duda el desagradecimiento; de modo que á un mismo tiempo aquella atencion que no se tuvo á su servicio, desobligo á los Catalanes de proseguirle, y puso a los ministros Reales en cierto género de desconfianza. Y si por entónces aquellos no justificáron su intencion afectuosa y sencilla, estos no dexáron por lo ménos de medir y observar sus fuerzas para lo venidero.

28. En esta opinion estaban las cosas públicas del principado, quando llegó la nueva de que los Franceses habian ocupado á Sálses: pedia la necesidad prontísimo remedio, y no se hallaban en Castilla todos los medios proporcionados á la guerra. Pareció que esta ocasion habria de ser la piedra de toque, donde se daria á conocer la fineza de Cataluña, porque de su pérdida ó de su ganancia siempre sacaban conveniencia, y ayudándose de ellos como de buenos vasallos, y dándoles por otra parte causa á que templasen su orgullo, abatiendo sus fuerzas, si acaso fuesen ellos los que pretendian averiguar alguna sospecha. Con esta ocasion concediéron una como igualdad con el Espínola en el mando de la empresa al Virey de Cataluña: era en este tiempo D. Dalmau de Queralt, Conde de Santa Coloma, que algunos años ántes fué reputado por atentísimo republico, y como tal querido de su pueblo.

29. Con esta eleccion se consiguiéron asaz particulares servicios, porque los Catalanes, ó ya olvidados del primer desprecio, ó solicitados por la industria del Conde, ó tambien, porque las quejas de los príncipes en los hombres no duran mas de lo que ellos mismos se lo permiten, acudiéron vivamente á laQuiñónesocasion con grueso número de vasallos y copiosísima provision de víveres; cuéntase este por el mas abundante exército que España formó dentro de sí, cuya prosperidad se fundó sobre la industria de los Catalanes.

30. Concurriéron al servicio de Sálses grande parte de la nobleza y mucha de la plebe: los mismos Castellanos, sin atencion á los extremos del principado, estiman en treinta mil plazas las que pagó y mantuvo Cataluña en los siete meses que duró el sitio, haciendo repetidas levas de infanteria, y continuas conducciones de gastadores para manejo y fortificacion del exército.

31. Tanto fué el caudal con que entró en la empresa; y con la misma proporcion que ayudó al número, sirvió tambien al peligro. Hallábanse en el fin de la guerra por todas sus provincias muchos huérfanos y viudas, cuyos padres y esposos habian servido al alimento de aquella bestia insaciable que se sustenta en la sangre de los humanos: sus llantos y clamores cargaban sobre su afligida república, que lastimada de ellos, tuvo poco lugar de alegrarse con los vivas del triunfo que indivisiblemente gozaba Castilla, como si solo ella hubiese merecido el aplauso.

32. Los Catalanes poco acostumbrados (en la edad presente) al servicio militar de sus príncipes, juzgaban por de singular fineza sus empleos; que sin duda parecieran grandes aun en las naciones mas belicosas y opulentas. Con este aprecio esperaban atentísimamente los premios y gratificaciones, por ser cosa natural que el mérito engendre la esperanza. Y si quantos despues llegaron á publicar los servicios de aquella nacion, los acardáron ántes de la queja, no les faltara el consuelo á tiempo que se excusara la desconfianza; empero, ó fuese que los ministros á cuyo cargo estaban estas informaciones, tardásen en hacerlas al rey, ó que juzgando diferentemente de la accion, contasen la deuda por de menor calidad, ó que tambien (como sucede en las córtes) aquel expediente no hallase en los ánimos la sazon y fuerza que las mas veces falta en los negocios agenos (como si el pagar servicios y obligaciones no fuese el mas propio negocio de los reyes) y se determinase para otro tiempo el premio de aquella gente. Dicen ellos (y la verdad lo confirma) que no solamente tardáron las mercedes y gracias; pero que ni un ligero ó vano agradecimiento de sus aciertos reconociéron jamas; y sin duda, sino se les negó con artificio, la suerte que ya lo iba encaminando á otros fines, ordenó que el desprecio de los mayores, disimulase aquella grande obligacion: esta experiencia volvió á dispertar en elles, sino un arrepentimiento de lo pasado, un propósito de no tentar con nuevos méritos segunda vez la fortuna; así fué comun el interior descontento introducido en el ánimo de todos. Si llegasen á conocer los príncipes que baratamente compran la aficion de los vasallos, y lo mucho que vale el aplauso universal de las gentes, ninguno llegara á ser remiso, quanto mas á parecer ingrato.

33. No se juzgaban todavia por acabadas las cosas de Francia con la recuperacion de Sálses, porque aun despues de su cobro, quedaba la guerra en el mismo estado que ántes de perdida, su victoria tambien habia dado ocasion á mayores pensamientos en el Conde Duque; que ya entónces juzgaba, por corta felicidad solo la conservacion de su imperio: el invierno riguroso, la gente fatigada y enferma del trabajo de la campaña, vivamente pedia lugar de cura y descanso: las conveniencias no permitian se apartasen tanto las armas, que las tropas fuesen reducidas á Castilla, ni su gran desmayo daba tiempo, para que se pudiese pensar el modo de acomodarlas.

34. En esta consideracion ordenáron el Espínola y Santa Coloma que, guarnecidas las Plazas de la frontera conforme pedian las ocasiones presentes, lo restante del exército se repartiese por el pais en varios quarteles segun la capacidad de los pueblos. Salió esta resolucion molestísima a los Catalanes, que habian sufrido el pasado hospedage con gran paciencia, esperando, que con la mejora de las armas Católicas saldrian de gran opresion, aliviándose de las milicias que tantos años habian agasajado contra su natural y perturbacion de sus fueros. Empero viendo que nuevamente se comenzaban á acomodar para proseguir la guerra, no se hallaba entre ellos hombre alguno, que con templanza supiese llevar aquel, accidente, á que tan poco ninguno podria resistir.

35. Cumplióse en fin la disposicion de los cabos, y los Catalanes que ya obedecian ántes rabiosos que atentos, asentaron mas este peso por nueva partida en el gran memorial de sus agravios.

36. Pasó adelante el daño, porque hallándose las rentas reales en sumo aprieto, procedido del continuado dispendio de la guerra, siguiose que los socorros ordinarios de los soldados no corriesen entónces con aquella igualdad y concierto, que pide la infalible necesidad de los exércitos. Era fuerza que á la falta comun en que se hallaban todos, se siguiese nueva inquietud y discordia, que habiendo tomado tantas veces motivo en la ambicion y demasia, no era mucho que entónces se ocasionase en la miseria y hambre de la gente. Llegaban estas noticias á Barcelona y á los cabos, y al principio no pareciéron otra cosa que alguna de aquellas ordinarias contiendas entre soldados y paisanos; achaque para que ninguna prudencia halló remedio.

37. Crecian cada instante las cartas y las quejas, ya de los ministros de la provincia, ya de los soldados del exército. Quejábanse estos oprimidos de su continua miseria, juzgando por excesivo trabajo el que padecian, quando los enviaban al descanso: acusaban la dureza de sus patrones y aun su soberbia, que los trataban como esclavos, no como compañeros: justificaban su causa con que no pedian mas de lo licito (su gran aprieto podrá ser les hiciese parecer corta qualquiera demostracion oficiosa). Aquellos se quejaban de la insolencia militar, representaban su codicia trato violentísimo, hacian memoria del sufrimiento pasado, decian que su pobreza y no su impaciencia lo rehusaba, que ellos acudian aun con mas de lo posible; pero que la ingratitud. y libertad de los huéspedes ahogaba todos los medios de su industria.

38. Oíanse los clamores de unos y otros, que esto parecia entónces lo mas que se podia hacer por ellos, y en medio de las dudas y quejas, ninguna cosa se advertia competente á la templanza, sino era el mostrarles lastima á cada uno, que este es el mas fácil medio para aplicar á aquellas cosas que no tienen remedio.

39. El de Santa Coloma combatido á un mismo tiempo de zelo del servicio de su rey y de compasion de sus naturales, inclinaba diferentemente el ánimo, segun lo llevaba la fuerza de la razon: algunas veces reprehendia los excesos y libertad de la soldadesca, y otras se convertia contra los mismos moradores; pero los Catalanes zelosos de entender, que en su corazon tuviesen lugar otros respetos que los que debia á la conservacion de su patria, y creyendo tambien, que su fortuna crecia con las ruinas de la república, por instantes mudaban en aborrecimiento la primera aficion que le tenian.

40. El Espínola procuraba la conservacion de su exército, juzgando que á su oficio no tocaba arbitrar los medios del descanso y sosiego del principado (propia fatiga al espíritu del Santa Coloma), y persuadido de algunos hombres mas prácticos que amantes de la nacion catalana (y entre ellos de D. Juan de Benavides y de la Cerda, Veedor general de la provincia) disponia á este tiempo en gracia de la hacienda Real un gran negocio, á que mejor pudiéramos llamar mina secreta, que despues arruinó la paz comun de Cataluña.

41. Tratóse por algunos dias aquella negociacion en consultas y papeles secretísimos; era de hermosa apariencia en órden á la utilidad del príncipe, y comprehendia interiormente riesgos á la república (como despues lo diéron á conocer sus efectos): las conveniencias agradables no hiciéron lugar á que se penetrase con la consideracion hasta el peligro; así en corto espacio de tiempo se pensó, se consultó, se aprobó y caminó á su execucion.

42. Habia el Espínola manejado los exércitos de Milan, tenia mas conocimiento de la gran sustancia y fertilidad de aquella tierra, de lo que alcanzaba de la cortedad ú opulencia de los Catalanes; y de tal suerte se llevó y dexó llevar, lisonjeado de aquel pensamiento, que asentó consígo y los otros, podria conseguir, que la provincia acudiese á mantener el exército Católico, como lo hacen los gruesísimos pueblos de la Lombardía. Así habiendo alcanzado la permision y aun el agradecimiento del rey, sin otra prevencion ó diligencia, facilitando la ley en el exemplo, y fortificándola (á su parecer insuperablemente) en las mismas armas que le obedecian, despachó con prontitud órdenes á los pueblos y quarteles, para que sirviesen con el socorro ordinario á las tropas de su alojamiento: señaló bocas á los oficiales y soldados, cantidades de forrages á la caballería, separó los quarteles al tren y bagages; en fin distribuyendo los despachos conforme la ciencia militar, si él no faltara á la templanza, como no faltó á la disciplina, no pudiéramos negar que había hecho un gran servicio á su señor.

43. Acudiéron á embarazar este primer efecto las universidades, donde primero llegó el aviso; empero el Espínola por moderar su queja, las dió á entender, que ni su intencion, ni la del rey era obligarles á que diesen mas á los soldados de lo que daban de ántes: que era solo arbitrarles un medio que sirviese como de tasa a su codicia de ellos, y de moderacion á la liberalidad de los pueblos: que no se hacia mas de mudar el nombre, llamando contribucion á lo que primero se pudo llamar cortesia: que la estrechez de los tiempos presentes no daba lugar á que el rey dexase de valerse de tan buenos vasallos: que el beneficio de aquellas armas era mas propio de Cataluña que de Castilla, pues se oponian á la invasion de sus enemigos: que el soldado hace al labrador arar y recoger seguro; no ménos el labrador debe hacer que el soldado pelee satisfecho: que el tiempo del servicio seria cortísimo; que apénas conocerian el peso, quando ya se le quitarian del hombro: que la necesidad era tan grande, que por fuerza les habria de tocar alguna parte: que quando es inmensa la carga, muchos brazos la facilitan y hacen ligera: finalmente, que la voluntad de los reyes (y con la razon á las espaldas) siempre es digna de obediencia

44. Así pensó persuadirlos el Marques; pero ningun advertimiento ó dulzura fué capaz de templar el enojo y rabia de aquella gente en la proposicion señalada, y mucho mas quando últimamente lo escuchaban como precepto.

45. Rompiéron con furia y desórden en desconcertadas palabras y algunos hechos de mayor desconcierto: entónces hacian larguísima lista de sus progresos y servicios, celebraban sus obras, exgeraban su paciencia: luego cotejaban los méritos con las mercedes, y toda esta cuenta venia á parar en endurecerse mas en su propósito: los mas atentos clamaban la libertad de sus privilegios, revolvian todas las historias antiguas, mostraban claramente la gloria con que sus pasados habian alcanzado quanta honra hoy perdian con vituperio sus descendientes. Algunos con mas artificio que zelo, daban como un cierto género de queja contra la liberalidad de los reyes antiguos que tan ricos los habian dexado de fueros, cuya religiosa defensa ya les costaba tanta injuria y peligro.

46. Los soldados, gente por su naturaleza licenciosa, fortalecidos en la permision, no habia insulto que no hallasen lícito: discurrian libremente por la campaña (sin diferenciarla del pais contrario) desperdiciando los frutos, robando los ganados, oprimiendo los lugares: otros dentro de su propio hospedage, violentando las leyes del agasajo, osaban á desmentir la misma cortesia de la naturaleza. Unos se atrevian á la hacienda, disipándola, otros á la vida, haciendo contra ella, y muchos fulminaban atrozmente contra la honra del que los sustentaba y servia. Toda la fatigada Cataluña representaba un lamentable teatro de miserias y escándalos, tan excrables á la consideracion de los cristianos, como á la de los políticos.

47. Disculpábase cada qual con la afliccion de la hambre que el exército padecia comunmente, como si los delitos y desórdenes fuesen medios proporcionados para alcanzar la prosperidad. El natural aprieto á que nos reduce la miseria humana, casi no hay accion que nos evite; empero de tal suerte nos debemos valer de esta infelicísima libertad, que no nos hagan parecer brutos esas mismas pasiones que nos hacen parecer hombres.

48. Los que mandaban las tropas reales, fatigados de la misma falta ó de la misma ambicion, ni enmendaban los soldados, ni daban satisfaccion a los paisanos (gran culpa de los que tienen exércitos a su cargo, permitir toda la libertad de que pretende valerse la juventud y descuello de los que siguen la guerra); bien es verdad, que la milicia afligida está incapaz de ninguna disciplina: el descuido de estos, ó su artificioso silencio despertaba mas las quejas de todo el principado, y en pocos dias (aunque asentado sobre muchos casos) ocupó la discordia de tal suerte los ánimos de los naturales, que ya ninguno buscaba el remedio, sino la venganza.

49. Á este tiempo el Espínola, llamado de mayores ocupaciones (ó de su mayor dicha) habia dexado el régimen de las armas; fuerte es, y no injuria de poner la espada enflaquecida, para que se rompa en manos del segundo diestro que la coge ambicioso: uníase todo el mando en el Santa Coloma, que apropiándose mas en el patrocinio de los soldados, al mismo tiempo que se afirmaba en el baston de General, resbalaba en la silla de Virey; tan contrario concepto habian formado de su zelo ya los naturales.

50. Entendíase exteriormente (y no sin buenos fundamentos) que este modo de gobierno podria ser el mas suave á la provincia, porque llevando el exército á las manos de su natural, no podria haber la ocasion de queja que pudiera, trayendo el principado al gobierno del extrangero. Pero esto mismo era en el Santa Coloma un nuevo estudio, que le desvelaba en hacerse mas agradable á los soldados que á los paisanos, temiendo podrian decir ellos, que su corazon era solo de sus patricios. Los Catalanes con el mismo temor observaban diferente atencion en el Santa Coloma para las materias del exército, que para la conservacion de la provincia; y á la verdad él deseaba satisfacer los forasteros, llevado de la razon que enseña, quan importante es á los hombres grandes el aplauso y gracia de las armas, que tantas veces en el mundo, no solo han hecho famosos algunos en su misma esfera, sino que los han subido hasta la magestad del imperio.

51. Esta consideracion por ventura, le incitó á grangear la gracia y voluntad de los soldados, ó porque juzgando la razon mas de su parte, pretendia emplearse en su desagravio. Eran continuas las lástimas que cada dia parecian por los tribunales y audiencias, repetidas por las voces y plumas de abogados en Barcelona, y confirmadas con llantos y clamores de los pobres.

52. Publicábanse cada vez mas y mayores delitos de la soldadesca, escribíanse procesos, sacábanse manifiestos, ofrecíanse memoriales, hablábanse en las plazas, motejábanse en las conversaciones y acusábanse desde los púlpitos. Todo el escándalo y descontento de los nobles y plebeyos tenia por objeto la opresion de su patria: otras veces las exquias y luto tristísimo daban testimonio de muertes y desastres continuos. Fué entre todas, profundamente sentida la de D. Antonio Fluviá, á quien habian abrasado en un castillo suyo algunas tropas de caballería napolitana á cargo de los Espatafóras; bien que entre los Españoles y Catalanes hubo gran diferencia en contar los principios del caso, refiriéndole cada qual como mas se acomodaba á su razon. Mas no era este solo el delito escandaloso, muchos y varios se referian, donde podemos pensar, que ni en todo los unos fueron culpados, ó inocentes los otros; mas ántes que, como entre ellos sembró el odio el fertilísimo grano de su discordia, tales se podian esperar las cosechas de turbacion y desconsuelo universal.

53. Mirábalo ya con rezelo de mayor daño el Santa Coloma, y pensando evitar muchas ocasiones al desabrimiento de los naturales, tuvo por cosa conveniente, que las quejas comunes de los soldados no corriesen con el estilo de la curia punitiva, juzgando segun la experiencia, que muchas de las acusaciones eran falsas, y que de las verdaderas no seria conveniente vivir escrita la memoria de tan torpes acontecimientos: persuadido de este discurso mandó por el Doctor Miguel Juan Magaróla, que ninguno de los abogados de Barcelona pudiese asistir á las causas ordinarias de paisanos contra soldados. Fué esta la cosa mas sensible para los afligidos, pues es verdad, que el último desconsuelo del miserable es quitarle hasta la voz para pedir el remedio. Al rigor de este mandamiento comenzáron á esforzar las voces los quejosos, como sucede al agua, que detenida por algun espacio, revienta por otra parte ó sale por aquella con mayor ímpetu.

54. Vanas salian y contrarias las diligencias encaminadas á la salud pública: vivian todos los pueblos en temor y aborrecimiento de los soldados, estremecidos con el incendio del Fluviá. Corria fama en Santa Coloma de Farnés (lugar del Vizconde de Joch.) que el tercio de D. Leonardo Móles caminaba a destruirle, porque entónces entre el hospedage y la ruina no habia ninguna diferencia; si bien ellos propiamente temian, que los Napolitanos pretendiesen vengarse (como amenazaban) de los agravios recibidos en otro pueblo vecino. Procuró el Vizconde en Barcelona desviar el peligro de los suyos; pero no pudo alcanzar otro medio, que haberse enviado contra el mismo lugar un aguacil Real dicho Monredon (es en Cataluña este oficio de mayor estimacion y dignidad que en Castilla): era él hombre de naturaleza asaz acomodada á su intento, soberbio y áspero. Llegó publicando amenazas, pretendió culpar y castigar sin reservar ninguno, siendo la primera parte de su prevenido castigo alojar en la villa todo el tercio del Móles: advertidos pues de su enojo los moradores por la experiencia de otras demasías, comenzáron á dexar el lugar retirándose a la iglesia. Desesperóse el Monredon, reconociendo como los vecinos iban escapándose de sus manos, y mandó públicamente fuesen quemadas las casa que sus moradores desamparasen. Á este terrible mandamiento se opuso alguno, que los Catalanes afirman ser forastero, y aunque natural, ni por eso olvidado como indigno; pero él arrebatado de su furor, le disparó una pistola á los pechos. Sus criados y otros que le seguian, imitando la barbaridad de su dueño, como a la seña militar, oyéndola, se arrojáron á embestir la plebe descuidada y temerosa: trabóse la pendencia entre estos y aquellos con muerte y sangre de algunos naturales. Engrosáse su número (ya con mayores intentos que la defensa): retiróse el Monredon á una casa donde pensó escaparse: cercáronsela los ofendidos, y pegándola fuego, ni el partido de la confesion que pedia quisiéronle concederle.

55. La nueva de este suceso prosiguió en irritar y revolver el ánimo de los Reales, dándole al Santa Coloma desde aquel punto mas cuidado las cosas, como aquel que ya tocaba con las manos, lo que hasta entónces miraba como desde léjos el discurso. Envió contra el pueblo uno de sus Oidores, a cuyas lentísimas diligencias se consiguió la entrada en la Villa por los soldados de Móles, y despues su ruina: fueron quemadas y derribadas poco ménos de doscientas casas. No perdonó su furia á la iglesia consagrada a Dios, como ya dicen, se habia atrevido en el incendio lamentable de Riu de Arénas, ó fuese sacrílega malicia de algun herege disimulado en el exército católico, ó inevitable peligro de los que se trae consigo la guerra, digno siempre de lágrimas, y que yo llego a escribir con moderacion, segun lo que he visto y oido, por no escandalizar la memoria del que leyere, con la recordacion de este abominable suceso: tampoco es mi propósito ofender el nombre ó justificacion de los que en ello se dice, han tenido parte; quede la verdad sin injuria y sin mancha la inocencia, y desengañe el tiempo a la posteridad, ya que nosotros padecemos la duda.

56. Contenia el campo Católico, de mas de los tercios Españoles, algunos regimientos de naciones extrangeras, venidos de Nápoles, Módena é Irlanda, los quales no solo cumplidamente constan de hombres naturales, mas ántes entre ellos se introducen siempre muchos de provincias y religiones diversas: los trages, lengua y costumbres diferentes de los Españoles, no tanto (para con la gente comun) los hacia reputar por extraños en la patria, sino tambien en la ley: este error platicado en el vulgo (que de su parte de ellos algúna vez se ayudaba con demostraciones escandalosas) vino á extenderse de tal suerte, que casi todos eran tenidos por hereges y contrarios de la Iglesia. Miraban con estos ojos los Catalanes sus demasías, contando como delitos muchas ligerezas y apariencias dignas de desprecio, en que no hubieran reparado los ojos acostumbrados á mirar la desenvoltura de los exércitos.

57. Habia el Santa Coloma dado cuenta por muchas veces al rey de la turbacion de aquella provincia: habia significado sus quejas, ofreciendo uno de dos medios para moderarla: eran, ó aliviar los moradores de los alojamientos y contribuciones á que no se acomodaban y no podían llevar, ó tambien que las tropas se engrosasen á tal número, que los soldados fuesen superiores á los naturales, porque su temor los tuviese obedientes.

58. No dexó de causar novedad en los ministros del rey Católico el estilo del Santa. Coloma: algunos llegaron á presumir que representaba el segundo remedio, porque considerándole extraño é imposible, su dificultad los obligase á usar del primero, que era sin falta el mas conforme á su deseo.

59. El Espínola tambien, al lado del Conde Duque, le hacia entender que su industria habia ya facilitado todas las dudas del pais, y que el Santa Coloma las volvia á platicar, porque se conociese que en todas las acciones y finezas del principado tenia parte. Llevados de este discurso, y siempre con incredulidad de su mayor daño, le respondian, sin determinar el fin de las cosas; antes con modos y palabras generales, llenas de duda ó artificio, llegaban (quando mucho) á decirle castigase los culpados sin excepcion de dignidad ó fuero: que averiguase los delitos por jueces desapasionados; dexábanle en mayor confusion las respuestas que su misma duda.

60. Entónces los diputados de la provincia, persuadidos de su zelo y obligaciones, con acuerdo de los mas prácticos en la república, entendiéron que por razon de su oficio les tocaba acudir por la generalidad oprimida de diferentes excesos. Ofrecióse por parte del principado delante el Virey el diputado militar Francisco de Tamarit, voz de la nobleza catalana: representó las ofensas y opresiones recibidas, pidió el remedio, protestó por los daños comunes, y con brio no desigual al comedimiento, enseñó (como desde léjos) algunas misteriosas razones, que todas se aplicaban a mostrar la gran autoridad de la union y poder público.

61. Recibióle el Santa Coloma con severidad, respondió gravemente, y poco despues aumentó su turbacion la segunda embaxada de Barcelona; una y otra encaminada á un mismo fin, fundadas ambas en unas mismas quejas, adornadas con las propias razones y ministradas de un semejante espíritu.

62. Creció con la ocasion su desplacer, y juzgando que si desde los principios no cortaba las raices a aquella planta de la libertad que ya temia nacida, podria ser despues durísima de arrancar, y cuya sombra causaria abrigo á una miserable sedicion en la patria: resolvió mandar a la prision (executándolo luego) al diputado Tamarit, como persona principal en el magistrado, y por la ciudad á Francisco de Vergos y Leonardo Serra, entrambos votos del Concejo de Ciento; y que contra el diputado eclesiástico procediesen los jueces del breve apostólico, impetrado á este fin, porque la riguridad usada con los mayores, excusase el castigo de los pequeños.

63. Sintiólo interiormente la Ciudad, aunque sin voces, que las mas veces el silencio suele ser efecto del mayor dolor. Qualquiera guardaba en su ánimo la afrenta de su república, como si él solo fuese el ofendido, proponiendo consígo mismo el desagravio comun, que porque le deseaban igual á la injuria, ninguno se determinaba á vengarse por sí solo.

64. Dió el Santa Coloma aviso al rey de la demostracion hecha en Barcelona, y no sin vanidad de lo obrado decia del silencio en que la Ciudad se hallaba á vista de su resolucion, y como ya ninguno osaria á declararse en favor de la república, que procedia en formar el proceso y averiguar la culpa; que el castigo podria quedarse al arbitrio Real. Llegó a entender, que en esta accion cobraba todo el crédito dudoso al juicio de los otros ministros, que no lo podrian argüir floxedad alguna, que no satisfaciese la deliberacion de haber castigado los mas poderosos; en fin, esta diligencia en su ánimo fué mas sacrificada á la lisonja que á la equidad. No dexó de agradecérsela el rey, ordenándole, que unos y otros reos fuesen reducidos á prision áspera; miéntras se pensaba el castigo conveniente, ó se pasaban al castillo del Perpiñan. Satisfizose su mandamiento, volviendo a renovar entónces la Provincia las antiguas llagas de su afrenta, y como desde el corazon se comunica la vida ó la muerte á las mas partes del cuerpo, así desde Barcelona, como corazon del principado, se derivaba el veneno de la injuria por todas sus regiones en cartas y avisos con tanta prontitud, que en breves dias el ánimo de todos parecia gobernado de una sola pasion.

65. Estiman los Catalanes notablemente sus magistrados, y sobre todos, aquellos que representan la autoridad suprema de la república (como los Romanos á sus Dictadores), no podian mirar sin lágrimas sus mayores arrastrando los hierros, en que los oprimia la violencia de su Señor: lloraban su libertad como perdida, y todos temian el castigo á proporcion de su fortuna: encendíase con cada accion el mortal odio contra la persona del Virey: entendian que la gracia comun lo habia subido a la dignidad: quanto mas lo juzgaban obligado, tanto mas ingrato les parecia: mirábanle con ceño de parricida, y todo su pensamiento se empleaba en como les seria posible arrojar de su gobierno aquel hombre, que tan mal habia usado de sus aplausos.

66. De ese vivísimo deseo de venganza resultaron miserables efectos en toda Cataluña, porque siendo ya comun el odio entre naturales y soldados, ninguno buscaba otra razon para dañar al contrario, que el ser de estos ó aquellos. Llegábase el tiempo de disponer las cosas de la guerra aquel año, y las tropas se comenzaban á revolver en sus quarteles, para marchar donde les era señalado; pero los Catalanes, que ya pensaban eran públicos sus propósitos, mostraban temerlas como enemigas. De la misma suerte los soldados, sin aguardar otra averiguacion mas del temor de los naturales, los ofendian y robaban sin piedad alguna.

67. Marchaban las compañias de unos lugares a otros, y salian á recibirlas armados los paisanos como á gente contraria: en otras partes los agasajaban feamente contra las leyes naturales, y (como en la casa de Thiéstes) desde la mesa pasaban á la sepultura: unos pueblos pagaban tal vez la insolencia de otros con incendios, muertes y vituperios: corrian por todo el pais rios de sangre, cuyo movimiento no obedecia á ningun poder ó industria. Bien procuraba el Santa Coloma impedir los excesos, aunque no sabia de todos (esta es la primera calamidad que padecen los males de la república); empero no se hallaba medicina de tan fuerte virtud, que templase el poder de la malicia comun, y los accidentes llevados de la violencia de otros, venian hacer una sucesion de desastres, como cosa natural é infalible.

68. Hállome ahora obligado a dar alguna noticia de Cataluña (para que mejor se entienda lo que habré de decir despues, tocando en sus antigüedades), del natural y costumbres de sus moradores, y otras cosas que pertenecen a mi historia; todo procuraré hacer en cortísima digresion. No ofenda mi brevedad la grandeza de esta provincia, ni mi juicio embarace la noticia de los mas bien informados; bien que yo en procurarlas certísimas (de lo que no vi) he cumplido con mi obligacion, y quizá con mi deseo.

69. Es Cataluña la provincia mas oriental de España, puesta por los Romanos en la citerior, despues en la tarraconense, nombre derivado a su tercera parte de la antigua ciudad de Tarragona, famosa en aquellas edades, y en esta célebre por sus militares acontecimientos. De los pueblos Celtas ó Celtíberos fué llamada Celtiberia; pero en siglos mas próxmos entre Godos y Alanos que la ocupáron, mudó el primer nombre, llamandose de las naciones dominantes Gotia Alania ó Gocia Alonia, y ahora Catalunia ó Cataluña, obedeciendo á los tiempos en la variedad de los nombres, como en la del Imperio.

70. Tiene á levante la Galia dicha narbonense, de quien la dividen los Pirineos, famosos montes de Europa que unos denominan de Pyr, voz griega que significa fuego, y le fué aplicada por su memorable incendio, otros de un antiguo rey en España llamado Pyrros. Á poniente confina con Aragon y parte de Valencia: apártalos en ciertos lugares el rio Ebro; pero en otros pasan allende sus aguas algunos pueblos de Cataluña: por el septentrion la toca Navarra y el Bearne, y se acaba en el mar Mediterráneo por el lado que mira á mediodia. Divídese toda la tierra en cinco provincias diferentes que algunas de ellas tuviéron diferente señorio: las mas célebres son Cataluña, de quien habemos dicho, Rosellon llamado Rhusinó, Cerdaña que es la antigua Sardonum, despues Conflent y Ampurdan. Ahora se comprehenden todas en el condado de Barcelona, cuyo estado, segun las historias, tuvo principio en Luduvico Pio, hijo de Carlo Magno, año del Señor 814; si bien aquella ciudad con algunas otras de su dominio se cuentan entre las dudosas fundaciones de Hércules (ó Amilcar Barcino, como otros dicen): juntas sus provincias hacen un principado, siéndoles comun a sus naturales una lengua, un hábito y unas costumbres, en que se diferencian poco de los Narbonenses ó Lenguadoques, de quienes se han derivado.

71. Son los Catalanes (por la mayor parte) hombres de durísimo natural, sus palabras pocas, á que parece les inclina tambien su propio lenguaje, cuyas cláusulas y dicciones son brevisímas: en las injurias muestran gran sentimiento, y por eso son inclinados á venganza: estiman mucho su honor y su palabra; no ménos su excncion, por lo que entre las mas naciones de España, son amantes de su libertad. La tierra abundante de asperezas, ayuda y dispone su ánimo vengativo á terribles efectos con pequeña ocasion: el quejoso ó agraviado dexa los pueblos, y se entra a vivir en los bosques, donde en continuos asaltos fatigan los caminos: otros sin mas ocasion que su propia insolencia, siguen á estotros: estos y aquellos se mantienen por la industria de sus insultos. Llaman comunmente andar en trabajo aquel espacio de tiempo que gastan en este modo de vivir, como en señal de que le conocen por desconcierto: no es accion entre ellos reputada por afrentosa, ántes al ofendido ayudan siempre sus deudos y amigos. Algunos han tenido por cosa política fomentar sus parcialidades por hallarse poderosos en los acontecimientos civiles: con este motivo han conservado siempre entre si los dos famosos bandos de Nárros, y Cadells, no ménos celebrados y dañosos a su patria que los Güelfos y Gibelinos de Milan, los Pafos y Médicis de Florencia, los Beamonteses y Agramonteses de Navarra, y los Gamboynos y Oñasinos de la antigua Vizcaya.

72. Todavia se conservan en Cataluña aquellas diferentes voces, bien que espantosamente unidas y conformes en el fin de su defensa; cosa asaz digna de notar, que siendo ellos entre sí tan varios en las opiniones y sentimiento, se hayan ajustado de tal suerte en un propósito, que jamas esta diversidad y antigua contienda les dió ocasion de dividirse; buen exemplo para enseñar ó confundir el orgullo y disparidad de otras naciones en aquellas obras, cuyo acierto pende de la union de los ánimos.

73. Habitan los quejosos por los boscages y espesuras, y entre sus quadrillas hay uno que gobierna, a quien obedecen los demas. Ya de este pernicioso mando han salido para mejores empleos Roque Guinart, Pedraza y algunos famosos capitanes de bandoleros y últimamente D. Pedro de Santa Cilia y Paz, caballero de nacion Mallorquin, hombre cuya vida hicieron notable en Europa las muertes de trescientas y veinticinco personas, que por sus manos ó industria hizo morir violentamente, caminando veinte y cinco años tras la venganza de la injusta muerte de un hermano. Ocúpase estos tiempos D. Pedro sirviendo al rey Católico en honrados puestos de la guerra, en que ahora le dá al mundo satisfaccion del escándalo pasado.

74. Es el hábito comun acomodado á su exercicio: acompáñanse siempre de arcabuces cortos, llamados pedreñales, colgados de una ancha faxa de cuero, que dicen charpa atravesada desde el hombro al lado opuesto: los mas desprecian las espadas como cosa embarazosa á sus caminos: tampoco se acomodan á sombreros, mas en su lugar usan bonetes de estambre listados de diferentes colores; cosa que algunas veces traen como para señal, diferenciándose unos de otros por las listas: visten larguísimas capas de xerga blanca, resistiendo gallardamente al trabajo con que se reparan y disimulan: sus calzados son de cáñamo texido, a que llaman sandalias: usan poco el vino, y con agua sola de que se acompañan guardada en vasos rústicos y algunos panes ásperos que se llevan, siempre pasados del cordel con que se ciñen, caminan y se mantienen los muchos dias que gastan sin acudir a los pueblos.

75. Los labradores y gente del campo, á quien su exercicio en todas provincias ha hecho llanos y pacíficos, tambien son oprimidos de esta costumbre; de tal suerte que unos y otros, todos viven ocasionados á la venganza y discordia por su natural, por su habitacion y por el exemplo. El uso antiguo facilitó tanto el escándalo comun, que templando el rigor de la justicia, ó por ménos atenta, ó por ménos poderosa, tácitamente permite su entrada y conservacion en los lugares comarcanos, donde ya los reciben como vecinos.

76. No por esto se debe entender que toda la provincia y sus moradores vivan pobres, sueltos y sin policía; ántes por el contrario, es la tierra (principalmente en las llanuras) abundantísima de toda suerte de frutos, en cuya fertilidad compite con la gruesa Andalucía, y vence qualquiera otra de las provincias de España: ennoblécenla muchas ciudades, algunas famosas en antigüedad y lustre: tiene gran número de villas y lugares, algunos buenos puertos y plazas fuertes: su cabeza y corte Barcelona esta llena de nobleza, letras, ingenios y hermosura; y esto mismo se reparte con mas que medianía á los otros lugares del principado. Fabricó la piedad de sus príncipes (señalados en la religion) famosos templos consagrados a Dios. Entre ellos luce como el sol entre las estrellas el santuario de Monserrate, célebre en todas las memorias cristianas del universo. Reconocen el valor de sus naturales las historias antiguas y modernas en el Asia y Europa: ¿África tambien no se lo confiesa? Es en fin Cataluña y los Catalanes una de las provincias y gentes de mas primor, reputacion y estima que se halla en la grande congregacion de estados y reynos de que se formó la monarquía española.

77. Andaba en este tiempo mas viva que nunca en el principado, la plática de las cosas públicas que cada uno encaminaba, segun su intencion ó noticia; aunque generalmente la colera de los naturales, persuadidos de su efecto, daba poco lugar á distinguir la razon del antojo. Habian los casos presentes sacado muchos hombres de sus casas, algunos ofendidos y otros temerosos: vivian estos retirados, segun su costumbre y continuo deseo de inquietud y venganza: engrosábase cada dia con esta gente el número de los que infestaban la campaña, de suerte que su fuerza y atrevimiento era bastante á poner en cuidado qualquiera de los pueblos pacificos; empero ellos esperando la ocasion favorable, que ya les traia el tiempo, se disimulaba mas de lo que se comedían.

78. Crecia con las ocasiones la furia del pueblo, hasta que en doce de Mayo rompió tumultuosamente las cárceles, sacando al diputado militar y otros oficiales del comun de la prision pública, de que avisados los mas acudiéron al remedio de mayor daño sin artificiosa diligencia: los inquietos, como triunfantes, amenazaban las casas del Santa Coloma y Marques de Villafranca; fué como proemio aquel dia á la obra que ya determinaban: habianse retirado los dos á la tarazana, donde asistidos de los conselleres y algunos caballeros saliéron libres, excusando aquella vez el peligro á la injuria.

79. Habia entrado el mes de Junio, en el qual por uso antiguo de la provincia acostumbran baxar de toda la montaña hácia Barcelona muchos segadores, la mayor parte hombres disolutos y atrevidos, que lo mas del año viven desordenadamente sin casa, oficio ó habitacion cierta., causan de ordinario movimientos é inquietud en los lugares donde los reciben; pero la necesidad precisa de su trato parece no consiente que se les prohiba: temian las personas de buen ánimo su llegada, juzgando que las materias presentes podrian dar ocasion á su atrevimiento en perjuicio del sosiego público.

80. Entraban comunmente los segadores en vísperas de Córpus, y se habian anticipado aquel año algunos, tambien su multitud superior a los pasados daba mas que pensar á los cuerdos, y con mayor cuidado por las observaciones que se hacian de sus ruines pensamientos.

81. El de Santa Coloma avisado de esta novedad, procuró (previniéndola) estorbar el daño que ya antevia: comunicólo a la Ciudad diciendo, le parecia conveniente a su devocion y festividad que los segadores fuesen detenidos, porque con su número no tomase algun mal propósito el pueblo, que ya andaba inquieto; pero los conselleres de Barcelona (así llaman los ministros de su magistrado; consta de cinco personas) que casi se lisonjeaban de la libertad del pueblo, juzgando de su estruendo habria de ser la voz que mas constante votase el remedio de su república, se excusáron con que los segadores eran hombres llanos y necesarios al manejo de las cosechas: que el cerrar las puertas de la ciudad causaria mayor turbacion y tristeza: que quizá su multitud no se acomodaria a obedecer la simple órden de un pregon; intentaban con esto poner espanto al Virey, para que se templase en la dureza con que procedia; por otra parte deseaban justificar su intencion para qualquier suceso.

82. Pero el Santa Coloma ya imperiosamente les mostró con claridad la peligrosa confusion, que los aguardaba en recibir tales hombres; empero volvió el magistrado por segunda respuesta que ellos no se atrevian á mostrar á sus naturales tal desconfianza, que reconocian parte de los efectos de aquel rezelo, que mandaban armar algunas compañias de la ciudad para tenerla sosegada: que donde su flaqueza no alcanzase, suplise la gran autoridad de su oficio, pues á su poder tocaba hacer executar los remedios, que ellos solo podian pensar y ofrecer. Estas razones detuviéron al Conde, no juzgando por conveniente rogarles, con lo que no podia hacerles obedecer, ó tambien porque ellos no entendiesen, eran tan poderosos, que su peligro ó su remedio podia estar en sus manos.

83. Amaneció el dia en que la iglesia católica celebra la institucion del Santísimo Sacramento del Altar: fué aquel año el siete de Junio: continuóse por toda la mañana la temida entrada de los segadores; afirman que hasta dos mil, que con los anticipados hacian mas de dos mil y quinientos hombres, algunos de conocido escándalo: dícese que muchos á la prevencion y armas ordinarias añadiéron aquella vez otras, como que advertidamente fuesen venidos para algun hecho grande.

84. Entraban y discurrian por la ciudad no habia por todas sus calles y plazas, sino corrillos y conversaciones de vecinos y segadores: en todos se discurria sobre los negocios entre el rey y la provincia, sobre la violencia del Virey, sobre la prision del diputado y concejeros, sobre los intentos de Castilla, y últimamente sobre la libertad de los soldados: despues ya encendidos de su enojo, paseaban llenos de silencio por las plazas, y el furor oprimido de la duda forcejaba por salir asomándose á los efectos, que todos se reconocian rabiosos é impacientes; si topaban algun Castellano, sin respetar su hábito o puesto lo miraban con mofa y descortesia, deseando incitarlos al ruido; no habia demostracion que no prometiese un miserable suceso,

85. Asistian á este tiempo en Barcelona, esperando la nueva campaña, muchos capitanes y oficiales del exército y otros ministros del rey Católico, que la guerra de Francia habia llamado a Cataluña; era comun el desplacer con que los naturales los trataban. Los que eran mas servidores del rey atentos á los sucesos antecedentes, median sus pasos y divertimientos, y entre todos se hallaba como ociosa la libertad de la soldadesca. Habian sucedido algunos casos de escándalo y afrenta contra personas de gran puesto y calidad, que la sombra de la noche ó el temor habia cubierto. Eran en fin freqüentísimas las señales de su rompimiento. Algunos patrones hubo, que compadecidos de la inocencia de los huéspedes, los aconsejaban mucho de ántes se retirasen á Castilla; tal hubo tambien que rabioso, con pequeña ocasion amenazaba á otro con el esperado dia del desagravio público.

86. Este conocimiento incitó á muchos (bien que su calidad y oficio les obligase á la compañia del Conde) a que se fingiesen enfermos é imposibilitados de seguirle: algunos despreciando ó ignorando el riesgo, le buscáron.

87. Era ya constante en todas partes el alboroto; los naturales y forasteros corrian desordenadamente: los Castellanos amedrentados del furor público se escondian en lugares olvidados y torpes otros se confiaban á la fidelidad (pocas veces incorrupta) de algunos moradores, tal con la piedad tal con la industria, tal con el oro. Acudió la justicia a estorbar las primeras revoluciones, procurando reconocer y prender algunos de los autores del tumulto: esta diligencia (a pocos agradable) irritó y dió nuevo aliento a su furor, como acontece que el rocio de poca agua enciende mas la llama en la hornaza.

88. Señalábase entre todos los sediciosos uno de los segadores, hombre facineroso y terrible, al qual queriendo prender por haberle conocido un ministro inferior de la justicia, hechura y oficial del Monredon (de quien hemos dicho), resultó de esta contienda ruido entre los dos: quedó herido el segador, á quien ya socorria gran parte de los suyos. Esforzábase mas y mas uno y otro partido, empero siempre ventajoso el de los segadores. Entónces algunos de los soldados de milicia que guardaban el palacio del Virey, tiráron hácia el tumulto, dando á todos mas ocasion que remedio. Á este tiempo rompian furiosamente en gritos: unos pedian venganzas, otros mas ambiciosas apellidaban la libertad de la patria: aquí se oia viva Cataluña y los Catalanes: allí otros clamaban: muera el mal gobierno de Felipe. Formidables resonáron la primera vez estas claúsulas en los recatados oidos de los prudentes; casi todos los que no las ministraban, las oian con temor, y los mas no quisieran haberlas oido. La duda, el espanto, el peligro, la confusion, toda era uno: para todo habia su accion, y en cada qual cabian tan diferentes efectos; solo los ministros Reales y los de la guerra lo esperaban iguales en el zelo. Todos aguardaban por instantes la muerte (el vulgo furioso pocas veces pára sino en sangre), muchos sin contener su enojo servian de pregon al furor de otros, este gritaba quando aquel heria, y este con las voces de aquel se enfurecia de nuevo. Infamaban los Españoles con enormísimos nombres, buscábanlos con ansia y cuidado, y el que descubria y mataba, ese era tenido por valiente, fiel y dichoso.

89. Las milicias armadas con pretexto de sosiego, ó fuese órden del Conde, ó solo de la Ciudad siempre encaminada á la quietud, los mismos que en ellas debian servir á la paz, ministraban el tumulto.

90. Porfiaban otras bandas de segadores (esforzadas ya de muchos naturales) en ceñir la casa de Santa Coloma: entónces losdiputados de la General con los conselleres de la ciudad acudiéron a su palacio; diligencia que mas ayudó la confusion del Conde, de lo que pudo socorrérsela: allí se puso en plática saliese de Barcelona con toda brevedad, porque las cosas no estaban ya de suerte, que accidentalmente pudiesen remediarse: facilitabanle con el exemplo de. D. Hugo de Moncada en Palermo, que por no perder la ciudad la dexó pasándose á Mecina. Dos galeras genovesas en el muelle daban todavia esperanza de salvacion: escuchábalo el Santa Coloma; pero con ánimo tan turbado, que el juicio ya no alcanzaba á distinguir el yerro del acierto. Cobróse, y resolvió despedir de su presencia casi todos los que le acompañaban, ó fuese que no se atrevió á decirles de otra suerte que escapasen las vidas, ó que no quiso hallarse con tantos testigos á la execucion de su retirada. En fin se excusó á los que le aconsejaban su remedio con peligro, no solo de Barcelona, sino de toda la provincia: juzgaba la partida indecente á su dignidad: ofrecia en su corazon la vida por el Real decoro: de esta suerte firme en no desamparar su mando, se dispuso á aguardar todos los trances de su fortuna.

91. Del ánimo del magistrado no harémos discurso en esta accion, porque ahora el temor, ahora el artificio, le hacian que ya obrase conforme á la razon, ya que disimulase segun la conveniencia. Afirmase por sin duda que ellos jamas llegáron á pensar tanto del vulgo, habiendo mirado apaciblemente sus primeras demostraciones,

92. No cesaba el miserable Virey en su oficio (como el que con el remo en la mano piensa que por su trabajo ha de llegar al puerto): miraba, y revolvia en su imaginacion los daños, y procuraba su remedio: aquel último esfuerzo de su actividad estaba enseñando ser el fin de sus acciones.

93. Recogido á su aposento, escribia y ordenaba; pero ni sus papeles ni sus voces hallaban reconocimiento ú obediencia. Los ministros Reales deseaban que su nombre fuese olvidado de todos; no podian servir en nada: los Provinciales ni querian mandar, ménos obedecer.

94. Intentó por última diligencia satisfacer su queja al pueblo, dexando en su mano el remedio de las cosas públicas, que ellos ya no agradecian, porque ninguno se obliga, ni quiere deber á otro lo que se puede obrar por sí mismo; empero ni para justificarse pudo hallar forma de hacer notoria su voluntad á los inquietos, porque las revoluciones interiores (á imitacion del cuerpo humano) habian de tal suerte desconcertado los órganos de la república, que ya ningun miembro de ella acudia á su movimiento y oficio.

95. Á vista de este desengaño se dexó vencer de la consideracion y deseo de salvar la vida, reconociendo últimamente lo poco que podia servir á la ciudad su asistencia; pues ántes el dexarla se encaminaba á la lisonja, ó á remedio acomodado á su furor. Intentólo, pero ya no le fué posible, porque los que ocupaban la tarazana y baluarte del mar, a cañonazos habian hecho apartar la una galera; y no ménos porque para salir á buscarla á la marina, era fuerza pasar descubierto á las bocas de sus arcabuces. Volviáse seguido ya de pocos, á tiempo que los sediciosos á fuerza de armas atropellaban las puertas: los que las defendian entendiendo la causa del tumulto, unos les seguian, otros no lo estorbaban.

96. Á este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo rumor de armas y voces; cada casa representaba un espectáculo, muchas se ardian, muchas se arruinaban, á todas se perdia el respeto, y se atrevia la furia: olvidábase el sagrado de los templos, la clausura é inmunidad de las religiones fué patente al atrevimiento de los homicidas: hallábanse hombres despedazados sin exminar otra culpa que su nacion, aun los naturales eran oprimidos por crimen de traydores; así infamaban aquel dia a la piedad, si alguno abrió sus puertas al afligido, ó las cerraba al furioso. Fuéron rotas las cárceles, cobrando no solo libertad, mas autoridad los delincuentes.

97. Habia el Conde ya reconocido su postrer riesgo, oyendo las voces de los que le buscaban, pidiendo su vida; y depuestas entónces las obligaciones de Grande, se dexó llevar fácilmente de los afectos de hombre: procuró todos los modos de salvacion, y volvió desordenadamente á proseguir en el primer intento de embarcarse: salió segunda vez á la lengua del agua; pero como el aprieto fuese grande, y mayor el peso de las aflicciones, mandó se adelantase su hijo con pocos que le seguian, porque llegando al esquife de la galera (que no sin gran peligro los aguardaba) hiciese como lo esperase tambien: no quiso aventurar la vida del hijo, porque no confiaba tanto de su fortuna. Adelantóse el mozo, y alcanzando la embarcacion, no le fué posible detenerla (tanta era la furia con que procuraban desde la ciudad su ruina): navegó hacia la galera, que le aguardaba fuera de la bateria. Quedóse el Conde mirándola con lágrimas disculpables en un hombre, que se veia desamparado á un tiempo del hijo y de las esperanzas; pero ya cierto de su perdicion, volvió con vagarosos pasos por la orilla opuesta á las peñas que llaman de San Beltran, camino de Monjuich.

98. A esta sazon, entrada su casa y pública su ausencia, le buscaban rabiosamente por todas partes, como si su muerte fuese la corona de aquella victoria: todos sus pasos reconocian los de la tarazana: los muchos ojos que lo miraban caminando como verdaderamente á la muerte, hiciéron que no pudiese ocultarse á los que se le seguian, era grande la color del dia, superior la congoja, seguro el peligro, viva la imaginacion de su afrenta: estaba sobre todo firmada la sentencia en el tribunal infalible, cayó en tierra cubierto de un mortal desmayo y donde siendo hallado por algunos de los que furiosamente le buscaban, fué muerto de cinco heridas en el pecho.

99. Así acabó su vida D. Dalmau de Queralt, Conde de Santa Coloma, dándole famoso desengaño á la ambicion y soberbia de los humanos, pues aquel mismo hombre en aquella region misma, casi en un tiempo propio, una vez sirvió de envidia, otra de lástima. ¡Ó grandes!, que os parece nacisteis naturales al imperio, ¡qué importa, sino dura mas de la vida, y siempre la violencia del mando os arrastra tempranamente al precipicio!

100. No paró aquí la revolucion, Porque como no tenia fin determinado, no sabian hasta donde era menester que llegase la fiereza. Las casas de todos los ministros y jueces Reales fueron dadas á saco, como si en porfiadísimo asalto fuesen ganadas á enemigos. Empleóse mas el furor en el aposento de D. García de Toledo, Marques de Villa Franca, General de las galeras de España, que algunos dias ántes habia dexado aquel puerto: tenian largas noticias del Marques por la asistencia que hacia en la ciudad: aborrecían entrañablemente su despejo y exquisito natural: pagáron entónces las vidas de sus inocentes criados el odio concebido contra el Señor. Aquí sucedió un caso extraño, asaz en beneficio de la templanza: toparon los que desvalijaban la casa, entre sus alhajas un relox de raro artificio, que ayudándose de los movimientos de sus ruedas (encerradas en el cuerpo de un xmio, cuya figura representaba) fingia algunos ademanes de vivo, revolviendo los ojos y doblando las manos ingeniosamente: admirábase la multitud en tal novedad, ciega dos veces del furor y de la ignorancia, y creyendo ser aquella alguna invencion diabólica, deseosos de que todos participasen de su propia admiracion, claváron el relox en la punta de una pica: así discurriendo por toda la ciudad, le enseñaban al pueblo que le miraba y seguia igualmente lleno de asombro y rabia; de esta suerte camináron á la Inquisicion, y le entregáron á sus ministros, acusando todos á voces el encanto de su dueño; ellos bien que reconocidos del abuso vulgar que los movia, temerosos de su desórden conviniéron en su sentimiento, prometiendo de averiguar el caso, y castigarle como fuese justo.

101. La gente que llevó tras sí esta novedad, y el tiempo que se gastó en seguirla, alivio mucho el tumulto: por otra parte se empleaban otros en acompañar y aclamar de nuevo al Diputado Tamarit y Conselleres, que recibiéndo del vulgo el aplauso como la libertad poco ántes, discurrian por las plazas llevados en hombros de la plebe: ocupó este exercicio gran parte del dia; mas no por eso le faltaban al tumulto voces, manos, armas y delitos.

102. El convento de San Francisco, casa en Barcelona de suma reverencia, ofrecia con su autoridad y devocion inviolable sagrado á los temerosos: acudiéron muchos á buscarle; esto mismo dió motivo de crecer el ardor de los inquietos: hiciéron los religiosos algunas diligencias mas constantes de lo que permitia su profesion; bien que cortísimas para resistir las fuerzas contrarias pretendiéron quemar las puertas, y venciéndolas en fin, entráron espantosamente: fueron en un instante hallados y muertos con terrible inhumanidad casi todos los que se habian retirado, y enQuiñónestre ellos algunos hombres de gran calidad y puesto; estos son los que podríamos llamar dichosos, acabando en la casa de Dios y á los pies de sus ministros. Tal hubo, que pidiendo entrañablemente confesion, se la concediéron; pero luego impaciente el contrario salpicó de inocente y miserable sangre los oidos del que en lugar de Dios le escuchaba: otros medio muertos por las calles acababan sin el refugio de los sacramentos: alguno pudo contar infinitos homicidas, pues comenzándole á herir uno, era despues lastimoso despojo al furor de los que pasaban: á otro embestian en un instante innumerables riesgos, llegando juntas muchas espadas no se podria determinar á que mano debia la muerte; ella tampoco (como á los demas hombres) los aseguraba de otras desdichas. Muchos despues de muertos fueron arrastrados, sus cuerpos divididos, sirviendo de juego y risa aquel humano horror, que la naturaleza religiosamente dexó por freno de nuestras demasias: la crueldad era deleyte, la muerte entretenimiento: á uno arrancaban la cabeza (ya cadáver), le sacaban los ojos, cortaban la lengua y narices, luego arrojándola de unas en otras manos y dexando en todas sangre y en ninguna lástima, los servia como de fácil pelota: tal hubo, que topando el cuerpo casi despedazado, le cortó aquellas partes, cuyo nombre ignora la modestia, y acomodándolas en el sombrero, hizo que le sirviesen de torpísimo y escandaloso adorno.

103. Todo aquel dia poseyó el delito repartido en enormes accidentes, de que cansados ya los mismos instrumentos del desórden, paráron en ella, ó tambien, porque con la noche temiéron de los mismos que ofendian, y aun de sí propios.

104. Estos son aquellos hombres (caso digno de gran ponderacion) que fueron tan famosos y temidos en el mundo, los que avasalláron príncipes, los que domináron naciones, los que conquistaron provincias, los que diéron leyes á la mayor parte de Europa, los que reconoció por Señores todo el Nuevo mundo. Estos son los mismos Castellanos, hijos, herederos y descendientes de estotros, y estos son aquellos que por oculta providencia de Dios, son ahora tratados de tal suerte dentro de su misma patria por manos de hombres viles, en cuya memoria puede tomar exemplo la nacion mas soberbia y triunfante. Y nosotros viéndoles en tal estado, podremos advertir, que el cielo ofendido de sus excesos, ordenó que ellos mismos diesen ocasion á su castigo, convirtiéndose con facilidad el escándalo en escarmiento.

105. Al otro dia atemorizada la ciudad del rumor pasado, y manchada de sangre de tintos inocentes, amaneció como turbada é interiormente llena de pesar y espanto. Hizo celebrar sus funerales por el Conde muerto, llena de tristísimos lutos en demostracion de su viudez, y en pregones y edictos públicos ofreció premios considerables al que descubriese el homicida.

106. Dió luego la diputacion cuenta al rey Católico de lo sucedido el dia de Córpus, disculpaba los ministros provinciales, dexaba toda la ocasion á la parte del Virey, cuya inconsiderada entereza á los principios habia revuelto los ánimos de los atrevidos: hablaban templadamente del alboroto, y con gran exgeracion de su sentimiento negaban la violencia en la muerte del Conde; antes acomodándolo á accidente natural, se quejaban del temor que le traxo aquellos términos: en fin, llenos de lágrimas mas pedían el consuelo que el remedio; y entre tanto proseguian en sus averiguaciones, por excusarse (si les fuese posible) del escándalo que un tal suceso podia haber dado en el mundo.


 
 
FIN DEL LIBRO I
 
 



ArribaAbajo

Libro II

Sumario

Tortosa sigue la inquietud de la provincia. Gobierno del Cardona. Sus acciones y muerte. Junta el Arce las armas Reales. Su camino. Asalto de Perpiñan. Obispo de Barcelona, nuevo Virey. La Diputacion envia embaxada al rey Católico. Efectos de ella. Previene el Conde Duque gran junta cerca de los negocios del principado. Sus proposiciones y pareceres. Resuélvese la guerra.


1. Pública la revolucion de Barcelona por todo el principado, estimuló terriblemente los ánimos de sus moradores á imitarle, júzgandose por mejor natural aquel que con mas libertad perturbase su república esta pasion, aunque apoderada de todos, como sucesiva á la queja, tuvo particularmente su fuerza en aquellos pueblos, donde se hallaba alojado parte del exército Católico, que como mas ocasionados, eran los mas expuestos á la contienda y sin razon de los huéspedes. Lérida, Balaguer y Gerona, todas ciudades principales, y otras villas continuáron duramente el tumulto comenzado ántes de la muerte del Conde; aunque tambien algunas con poca mas causa que el despecho é interior contrariedad entre las dos naciones, eran los miserables Castellanos asaltados, arrojados y perseguidos de todas partes, de todas personas y á todos tiempos: ni la campaña, ni la soledad los aseguraba, ántes alli parecia mayor el riesgo.

2. Ocupaban entónces el castillo de la ciudad de Tortosa, última poblacion de Cataluña, puesta sobre el Ebro, fronteriza al reyno de Valencia, tres mil soldados bísoños y desarmados á cargo de D. Luis de Monsuar, Bayle general del principado (es allá Bayle como recibidor y administrador de todo lo tocante al rey); y era D. Luis uno de los hombres que verdaderamente amaban el servicio de su príncipe. Fué avisado prontamente de los movimientos que la ciudad prevenia: trató de recoger consígo al castillo algunas municiones, y bastimentos, que hasta entónces confiadamente se estaban esparcidos por todo el lugar: intentolo con artificio, pretendiendo manejarlos aquella noche, para lo que le ayudaba mucho un caballero natural de la misma ciudad, de apellido Olivéros, en extremo aficionado al partido del rey; empero siendo descubierta su intencion, acudió el pueblo á pedirle se detuviese en aquella diligencia.

3. Deseaba el Monsuar apoderarse de las municiones y pertrechos de guerra, porque hallándose con tres mil infantes que con ellos podria armar, no dudaba hacerse dueño de la ciudad y mantenerla á devocion del rey Católico contra todo el principado, esperando ser por instantes socorridos de Aragon y Valencia. Excusóse con buenas razones á la demanda del vulgo, que ya impaciente de la duda, con súbito motin habia revuelto los ciudadanos: fueron de improviso asaltados los soldados inocentes sin armas, ni intentos (hasta entónces ignoraban la determinacion del Monsuar): salvólos su inocencia, y recibiendo la vida y la libertad de mano de los sediciosos, fueron enviados á diferentes partes, habiendo jurado primero no volver á Cataluña, con pena de la vida. Empleóse toda la furia contra el Bayle y Veedor general que allí asistia, por nombre D. Pedro de Velasco, que topando una grande quadrilla de los inquietos fué muerto y despedazado.

4. Al tumulto de la ciudad acudiéron piadosamente los párrocos y cabildo, sacando de cada iglesia en procesion el Santísimo Sacramento, cuya sacrosanta presencia templó milagrosamente el furor, que amenazaba grandes daños en vidas, honras y haciendas. Muchos hombres perseguidos de la plebe, corrian y se escapaban asidos de las varas del palio, otros cubiertos de las mismas ropas de los sacerdotes; entre todos fué señaladamente dichoso el Monsuar, de quien mas que de ninguno deseaban venganza: escapóse siendo embestido de muchos, y topando al Señor, se echó á los pies del ministro: hasta aquel lugar violáron las espadas, y fué defendido con la propia custodia: reconoció la muerte al Autor de la vida, y detúvose, abriendo los ojos la misma ceguedad: en esta forma, siempre cubierta de la casulla sacerdotal, bien que siempre perseguido é infamado del pueblo, llegó á la iglesia, y escapó la vida, prosiguiéndose el tumulto hasta otros excesos.

5. No se oia á este tiempo por toda Cataluña y sus pueblos mas que los temerosos: vias foras (usan de este modo de decir los Catalanes en sus furiosos concursos, que suena en romance: sal de aquí.) Á la señal de esta voz eran los soldados Católicos embestidos terriblemente en sus quarteles de todo el villanage comarcano, que el exemplo de Barcelona concitaba contra los Reales: su descuido aumentó en gran parte la fuerza de los contrarios: alguno podia temer, pero los mas confiaban: el primer aviso fué el daño (hablo de los lugares ántes pacíficos), muchos hombres muriéron lastimosamente, suelta ya é incorregible la crueldad de los rústicos.

6. Alojaban los tercios del Marques de Mortara, Juan de Arce, D. Diego Caballero, D. Leonardo Móles y el de Módena en los lugares del Ampurdan y la Selva ántes de la muerte del Conde de Santa Coloma, y ausente el de Mortara, era el mas antiguo el Arce, Gobernador del regimiento de la guardia del rey, por cuya prerogativa superentendia á los otros: su tercio, como el mas favorecido el mas soberbio y de eso el mas insolente, executaba los mayores escándalos. Era el Arce hombre industrioso y severo, hermano de ministro acreditado, corto de razones, estimado por virtuoso y entero, obraba como quien no temia, disimulando la libertad de los soldados para con los paisanos, en descuento de que le fuesen obedientes al manejo militar.

7. Siendo el mas aborrecido, fué el que primero experimentó el furor de los contrarios; así anticipándose al peligro, se retiró á un convento, dos leguas de la villa de Olot, alojamiento del Mortara, con quien pretendió juntarse: fortificóse como le fué posible, acudió á su socorro parte del otro regimiento, y pudo defenderse: llegaban los paisanos á número de tres mil, con cuyas bandas llenas mas de osadia que órden, fué escaramuzando hácia las puertas de Gerona, ciudad famosa, dicha de los antiguos Geranda, donde se le juntaron los otros tercios, con los quales se hizo grueso de quatro mil infantes.

8. Eran las doce de la noche, quando las primeras compañias de los Católicos se descubriéron junto á las puertas de la ciudad, que estremecida con el suceso y aun mas temerosa quizá de sus pensamientos, tocó al arma, acudió todo el pueblo, fué fácil Ia resistencia despues de una grande confusion. El Arce en medio de estas demostraciones no se afirmaba en el modo de haberse con los naturales (esta duda oprimia á quantos gobernaban las armas del rey), de todo y en todo consideraba el daño; peligroso estado para el que es fuerza resolverse, quando ni la ira, ni la paciencia, ni la moderacion aseguran el fin de las acciones.

9. Dexáron á Gerona no sin desórden y muerte de dos capitanes, y siendo avisados por un Castellano de que en el pan se trataba de administrarles veneno, tomáron el camino de San Feliu por el lugar de Cáldas, donde recibiendo mas infanteria, crecia con su número su miseria de San Feliu á Blánes; pero los villanos (así suelen llamar la gente de guerra á la del campo) por no perder diligencia encaminada á la ruina, se emboscáron entre San Feliu y Blánes poco mas de doscientos tiradores, que á su tiempo asaltáron las tropas Católicas: duró la escaramuza algun espacio y fueron rotos los naturales, pero sin daño considerable.

10. Miéntras los tercios se movian, como habemos dicho, parte de la caballeria aquartelada mas á los confines de Aragon á cargo de Felipe Filangieri, caballero napolitano, pudo salvarse con facilidad, dexando de noche improvisamente sus quarteles, y entrándose en aquel reyno, donde sus tropas fueron bien acogidas, juzgándolas ya iguales en la pérdida á las otras.

11. Gobernaba D. Fernando Cherinos de la Cueva con título de comisario general, mas de otros quatrocientos caballos andaluces y extremeños, que habia conducido á Cataluña; era su alojamiento en Blánes: llegó primero á experimentar parte de los movimientos del principado: trató de recogerse luego, y caminando á la ciudad, aquella misma diligencia que pudiera salvarle, vino á servir de su mayor daño: reconocian los lugares su poder y órden, y juzgando diferentemente de sus designios, entendiéron pretendia vengar los rumores de Barcelona: juntáronse por toda la campaña algunas bandas copiosas de gente suelta, tomaron los montes por donde habia de hacer sus marchas, y en las angosturas de los valles baxaban á ofenderle. El Cherinos, hombre naturalmente inexperto, no supo acomodarse á la defensa, recibia el daño como de enemigos, y no acababa de ofenderlos como contrarios: entretúvolos algunos dias, no se atrevió á romper, ó no pudo quando se determinó, porque los Catalanes mas resueltos, aprovechándose de la duda, cargáron impensadamente sobre sus tropas, y degollando la mayor parte de ellas, se hiciéron dueños de sus caballos y armas, escapándose pocos de la prision ó de la muerte. Fué esta pérdida de grande consideracion á las armas católicas, y la primera suerte del principado.

12. El Arce y Móles, á quienes cada dia llegaban nuevas de las ruinas de sus compañeros, no les pareció conveniente ni segura la asistencia de Blánes, deseaban acercarse á Rosellon, pusiéronlo en efecto; pero los soldados que se olvidaban ya del agasajo de la villa, acordándose solo de lo que oian de los otros diéron saco al arrabal, y taláron la campaña: no los siguiéron los Catalanes, aunque pudiéron, con lo qual ellos cobrando nuevo orgullo en su detencion, abrasáron á Montiró y Palafrugell, lugares de su camino: los mismos daños recibió Rósas en su término, Aro, Calonge y Castelló de Ampúrias en casas, árboles y frutos.

13. Cogian los soldados algunos paisanos, y los presentaban al Arce, que mostrando compadecerse de verlos, lo decia con tales razones: que ellos interpretando su indignacion primero que su piedad, quando despues topaban otros, los ahorcaban ó mataban á puñaladas, dando por excusa de su inhumanidad, que aquello queria decirles su Gobernador, mandándoles que no se los traxiesen delante; tal era el furor de unos y otros: tan pequeña causa bastaba para la mayor desdicha.

14. De esta suerte en brevísimos dias se fué enflaqueciendo el poder y reputacion de las armas del rey en toda la provincia: aquellos sucesos apacibles á su libertad, consecutivamente iban aficionando los ánimos de algunos que no rehusaban la sedicion, mas de por el daño que temian: al mismo paso se aumentaba el descuello de los inquietos. Tanto poder tienen los buenos ó malos acontecimientos en las acciones humanas, que de ordinario parece que mudan el valor ó la naturaleza, mudando el fin.

15. Llegó la nueva de la muerte del Conde de Santa Coloma y otros movimientos á la Corte en doce de Junio: fueron oidos todos con lástima y confusion; amenazaba el negocio, todo el sosiego público, incluia terribles conseqüencias: juzgabánse los Catalanes por hombres dispuestos á su precipicio: la guerra dentro en España se reputaba por el mas siniestro accidente de la monarquia, decian, que con esto no se comparaba nada de lo pasado: que no podria suceder caso alguno digno de que por él se perturbase la paz natural que España gozaba consigo, envidiada de otras naciones: que los Catalanes habiendo roto la piedra de su escándalo, ya no les faltaba que hacer mas que negociar el perdon, y que este no se les debia dificultar mucho por o llevarles á mayores desesperaciones. Otros decian, que la Magestad ofendida pedía vivamente un castigo exemplar: que si los príncipes no volviesen por las injurias hechas á sus ministros, no podrian vestir su misma púrpura sin zozobra: que aquel que disimula un gran maleficio en la república, parece que dá consentimiento para otros mayores: que si los reyes hubiesen de contemporizar con los malos, ¿de qué suerte habian de coronarse de justicia? ó que si sola ella era para los pequeños errores, entónces ¿cómo podrian ser buenos los poderosos?

16. Todavía los ministros superiores, donde la consideracion se debe hallar mas atenta, no desdeñaban el sufrimiento, dando lugar á que los mal contentos volviesen en sí: mostraban ignorar lo mas sensible de los sucesos, porque la piedad no pareciese indigna aun á los mismos perdonados: sentian quanto la industria suele ser mas oficiosa que la fuerza, que esta no se contradice en esotra. Hércules venció á Anteo mas con alzarle de la tierra, que con apretarle en sus brazos: alli obedeció al arte el poder.

17. Habian los Catalanes, ya desde los principios de sus movimientos, enviado á la Corte á fr. Bernardino de Manlleu, religioso Descalzo, persona entre ellos de señalada virtud y reverencia: presentáron por sus manos un memorial é informacion de sus cosas al rey y al valido, donde con razones (escritas de alguna pluma ménos cuerda de lo que el caso pedia) representaban sus quejas de tal suerte, que mas ofendian la claridad de su justicia, que la explicaban: informaban por la relacion de varios casos, de algunos escandalosos delitos: casi todos en comprobacion de la insolencia de los soldados; cosa que en la Corte no podia ignorarse. La otra parte contenia el remedio; tambien en esta no representaban con felicidad su intencion, porque la descubrian á las primeras razones: paraban todos sus arbitrios en que el principado se aliviase de las armas que le oprimian; y esto parece que no estaba entónces en manos del rey Católico, pues no era ya el autor de la guerra: volvian á prometer su defensa, y aquí debia ser toda la fuerza de sus negociaciones, porque los Castellanos cansados de la campaña de Sálses, en aquel tiempo vendrian acomodarse, con que cada qual defendiese sus provincias. Nada tuvo efecto, ó fuese por floxedad de los que manejaban el negocio, ó por desconfianza de los que en él tenian parte; pero en medio de estas dudas (que en fin prevaleciéron sin ajustamiento) quantos las consideraban desde afuera, juzgaban que los Catalanes se darian por satisfechos, con que se les aliviase parte del peso de los alojamientos: que se les quitasen de la provincia algunas personas de oficio militar, de quienes decian haber recibido malas obras. En esta forma escribian desde Barcelona á los confidentes, y aun afirman que fr. Bernardino, desesperando ya de otros fines, lo propuso y suplicó así al rey Católico.

18. El Conde Duque y los suyos sentian con gran diferencia el acomodamiento de las cosas: no pareciéndole decente convenir en la voluntad de hombres inquietos, y cuyo natural estaba inficionado de la desobediencia, entendia que ellos aborrecian el servicio del Príncipe, y que por eso deseaban apartar de sí los sugetos, donde el zelo real se hallaba mas seguro: canonizaba en su mente quantos ellos acusaban en sus demostraciones, y así era lo mismo (como sucede al viento con el árbol de Séneca) rempujarles con uno y otro vayven de la calumnia, que fortificarlos en la gracia y en la valia del Conde.

19. Lo primero á que debia mirarse despues de la muerte del Santa Coloma, era á poner en aquel lugar una persona tal, que con su autoridad é industria pudiese reparar y tener las ruinas de la república: túvose entónces por conveniente volver el gobierno á la casa de los Cardonas, que poco antes ocupara el Duque de Cardona D. Henrique de Aragon. Era el Duque reverenciado en su nacion, no solo por la grandeza de su casa (mayor sin competencia en toda la provincia) mas tambien por las muchas virtudes que se hallaban en su persona: su gobierno pasado, zeloso para el rey y apacible para sus naturales, lo habia de nuevo hecho amar entre todos; injustamente espera la confianza de aquel, que sin obras pretende el aplauso; ni es accion de ministro ó príncipe prudente dexarlo todo al amor de los súbditos ó vasallos.

20. Algunos motivos de fácil desconfianza lo habian apartado del regimen de la república, cultivando entónces por manos de su desengaño sus cosas particulares: en este estado lo halló la orden Real, por la que se le mandaba volviese á encargarse del gobierno de la provincia, y que tanto debia esforzarse á aquel peso, quanto era cierto que solo sus hombros lo podian llevar: que el rey fiaba de su prudencia la salud universal de aquella gente: que en las grandes borrascas se prueba el arte del famoso piloto: que escogiese los medios suficientes á que ni el rey perdiese alguna parte del decoro debido á su magestad, ni los quejosos la esperanza de alcanzar perdon y sosiego.

21. Hubo de aceptar el Duque su peligroso oficio, apartando de sí las dificultades que la consideracion le ofrecia, y procurando generosamente acudir con todas sus fuerzas á la ruina de su patria, que ya sentia temblar á la violencia de sus afectos, (los gentiles llamaban dulce el morir por ella); miserable estado el de la república, cuyas riendas arrebatan los malos y los ignorantes, esa camina al precipicio, y si alguna vez se escapa, ¿qué mas despeño se le puede esperar que aquel mismo gobierno?

22. Tambien á los Catalanes no les fué desagradable aquel expediente, porque viendose en manos de su natural (ó que les ministrase el azote, ó quizá el escudo, como algunos esperaban) para qualquier suceso, amaban su compañia.

23. Halló el Cardona las cosas públicas en sumo desórden, porque muchos, juzgándose ya perdidos, no rehusaban añadir nuevos delitos á las primeras culpas: otros casi desesperados de la satisfaccion de sus quejas, se disponian á seguir los sediciosos en la venganza comun. Á todo atendia el Duque, y despues de bien informado de sus observaciones, entendió propiamente que los fundamentos de la quietud consistian en la templanza del pueblo de Barcelona, que, ó ensoberbecido ó indignado, todavia instaba por continuar su desconcierto. Con esto comenzó á prevenir castigos á los acusados por ellos sin dar lugar á largas averiguaciones, porque como los quejosos habian antes gastado toda la paciencia inutilmente, ahora lo pedian todo con inconsiderada execucion.

24. Miéntras las cosas en Barcelona parece se iban encaminando al reposo, continuaba el principado en los primeros movimientos: los párrocos y predicadores desde los púlpitos tal vez persuadian al pueblo su libertad y predicaban venganza; verdaderamente ellos juzgaban la causa por tal, que les convenia hablar de aquella suerte, encendidos del zelo de la honra de Dios; las ciencias se estudian, la cordura no se lee en las cátedras: muchos hombres doctos caen fácilmente en este error, sin considerar que la enmienda de los vicios, como obra en fin de suma caridad, pide órden y concierto: el púlpito, lugar dedicado á las verdades, así se ofende de la lisonja como de la imprudencia, de ordinario aquel grano corresponde en gran cosecha sembrado en ánimos sencillos; miren los labradores del Señor que semilla escogen. De esta misma suerte, segun se lee en las historias, comenzaron las alteraciones pasadas de Cataluña en tiempo de D. Juan el Segundo rey de Aragon, persuadidos ellos por las voces de fray Juan Galvez, hombre insignemente libre de aquellos tiempos.

25. Casi en estos dias pronunció el obispo de Gerona una notable sentencia de excomunion y anatema sobre los regimientos de Arce y Móles, declarándoles por hereges sacramentarios, y refiriendo en ella dos estupendos sacrilegios, uno en Riu Darenas y otro en Santa Coloma de Fornes; cosa ciertamente, ó dudosa, ó creida digna siempre de lagrimas. Á vista de esta demostracion no hubo pueblo que no se inciase como religiosamente al castigo de aquellas escandalosas y aborrecibles gentes. Este fué el mas irremediable accidente que padeciéron los negocios del rey, porque muchos, en cuyos ánimos prevalecia aun entónces el temor de la magestad, no se excusaban de juntarse con los inquietos, despues que viéron una (ó por lo ménos mezclada) la causa de Dios con sus propias pasiones, satisfacian su enojo y prohijaban su indignacion al zelo santo, ordenaban la venganza de sus agravios, y lo ofrecian todo al desagravio de la fe. No se entienda que todos obraban con este mismo espíritu, porque ciertamente resplandecia en muchos la devocion y piedad cristiana. Alzáron banderas negras por testimonio de su tristeza: en otras pintaban en sus estandartes á Cristo Crucificado con letras y geroglificos acomodados á su intento, y de esta vista los Catalanes cobraban aliento y disculpa, los Castellanos temor y confusion.

26. Arce con la infanteria que llevaba junta y alguna otra que no pudo incorporarse con sus tropas, caminaba á Rosellon con gran trabajo y peligro: procuraron introducirse en diferentes pueblos, los mayores los arrojaban, los pequeños se resistian, ni les valia la industria ni la cortesia, y ménos la fuerza. Marchaban los Reales dentro de España con la misma miseria y riesgo que si atravesasen los desiertos de la Arabia ó Libia.

27. En fin, rompiendo hácia Perpiñan por entre Cadaqués y el Portús, dexáron con temor á Palamós, y por la via de Argelés y Elna llegó la infantería y algunos caballos á aquella gran villa, donde se encaminaban como á centro de sus armas. Allí fué mayor la dificultad, quando esperaban mas cierto el amparo. Mandaba en Rosellon (ausentes los primeros cabos del exército) el Marques Xeli de la Reyna, General de la artillería en la campaña pasada: gobernaba el castillo de Perpiñan Martin de los Árcos, aquel Florentin y este Navarro, entrambos soldados de larga experiencia.

28. Habian recibido aviso de las tropas, y pareciendo inexcusable el recibirlas no ménos para su reposo que para sosiego de la plaza, se comenzó á disponer aquel manejo por los medios que se juzgaron mas á propósito.

29. Es Perpiñan lugar de menos que mediana grandeza entre les de España, fabricado de las ruinas de la antigua ciudad Rhuscino, que dio nombre á todo Rosellon. Perpenianum la llaman historiadores modernos por la vecindad con los Pirineos, segun se cree, de cuyas asperezas se aparta por distancia de tres leguas; pero yace en llanura regado del rio Tech, llamado de los geógrafos Thelis, que junto á Canet entra en el Mediterraneo. Es la villa cabeza de su condado, y de las mas fuertes de España por beneficio de la guerra, principalmente el año de 1543. Fué empeñado por Juan el Segundo de Aragon á Luis Onceno de Francia, y restituido por CárIos Octavo á Fernando el Católico, atento á los designios de la guerra de Nápoles.

30. Pedían los cabos quarteles en la villa capaces á su alojamiento: determinaban secretamente asegurarse de los paisanos por este medio; pero el magistrado entendiendo (y no sin causa) que de todo lo obrado en Cataluña, ellos habian de pagar la pena, procuró excusarse de recibir tanta gente hambrienta y escandalizada: defendíase con sus fueros y con órden particular del Conde de Santa Coloma, para que ninguno se alojase de otra mano que la suya.

31. Volviéronse á apretar las pláticas, sin que el Xeli quisiese admitir excusa alguna; pero los naturales, ya con razones, ya con rumores de armas que prevenian, instaban en defenderse: no se puede dudar, que ellos lo pensáron con mucho brio ó con mucha ceguedad, viendo en lo eminente de su pueblo el mejor castillo de España, lleno de cabos, soldados y municiones, y junto á sus muros mas infantería que ellos podian juntar. Pocas veces discurre la ira, y raras acierta la desesperacion. No obstante, ellos cerráron las puertas, guarneciéron los puestos por donde podian ser acometidos, y armados oian las demandas y amenazas de los Reales, y respondian á ellas.

32. De esta suerte, cada qual movido de sus intereses, y todos del enojo, perseveraban en la discordia sin topar otro medio de ajustamiento que la violencia; no hay caso mas difícil de acomodar, que aquel donde todos los contendientes tienen razon, porque como cada uno ama su sentimiento, ninguno quiere obligarse del ageno. Es la razon hija del entendimiento, ó ántes es el mismo entender, y aunque en los hombres se halla tan poderoso el interés, mas veces suelen dexarse de la que desean que de lo que entienden; como si el juicio y la ambicion no estuvieran sujetos á unos mismos descarninos.

33. Los Reales, que ya estaban desesperados de conseguir amigablemente el hospedage, asaltaron de improviso una de las puertas de la villa dicha la del Campo, con la infantería que se hallaba mas cercana á ella: acudió á su defensa buena parte de los moradores, esforzándose el alboroto de tal suerte, que mas parecia escalada de plaza enemiga, que no porfia ó inquietud entre Españoles: hacia la noche mayor el espanto y aun el peligro, porque valiéndose de sus sombras algunos de los naturales, ministraban con mas seguridad su defensa y daño de sus contrarios.

34. Xeli, que desde el castillo estaba mirando la furiosa resolucion de unos y otros, lleno de escandalo y despecho, trató de favorecer á los suyos: mandó se disparase contra el lugar toda la artillería, juzgando cuerdamente, que una vez puestas las cosas en manos de la fuerza, no podria convenirles dexarla sin salir vencedores. Detúvole el Gobernador Árcos, teniendo por cosa de gran riesgo romper tan severamente contra hombres que todavia eran vasallos de su rey, y le reconocian por Señor; pero el Xeli tomando sobre sí todo el enojo de aquella magestad, hizo como se comenzasen las baterías de cañones y morteros: era en el primer quarto de la noche, quando el castillo dió principio á su furor, y se continuó con tanta fuerza, que en poco tiempo arrojó sobre la miserable villa mas de seiscientos cañonazos con gran cantidad de bombas: fué terrible el estrago, arruinóse la tercera parte del lugar, pereciéron muchos inocentes; tales son de ordinario las sentencias de la indignacion, pagan los no culpados, y los delinqüentes quedan sin castigo. Esta tan extraña severidad despertó igualmente la ira de los soldados y el temor de los moradores, con lo qual fácilmente aquellos se hiciéron dueños de la mayor parte del pueblo, sin mas pretexto que el de su soberbia y codicia: fueron entradas á saco mil y quinientas casas, dando la noche no solo ocasion mas licencia á los insolentes, para que cada uno obrase conforme su ambicion ó su apetito.

35. Los moradores ya desesperados de su remedio en la resistencia, acudiéron á buscarle por via del perdon, valiéndose de la piedad cristiana, que como tan natural en los católicos, nunca la consideraban dificultosa: vestido el obispo en sus vestiduras pontificales, llevando en las manos la custodia del Señor y acompañado de todo el clero y religiones, subió al castillo: salió á recibirlo Xeli y los mas oficiales españoles, y despues de algunas razones, en que todos mostraron mas indignacion que reverencia al divino Medianero de la concordia, el Xeli prometió templarse, usando con aquel pueblo de la Real clemencia de su dueño.

36. Detúvose por entónces el daño; mas porque la causa estaba impresa en el corazon, cada instante volvia á brotar mil desórdenes: era grandísima la opresion de la gente y mucho mayor despues, quando tratándolos como vencidos, no los diferenciaban de esclavos: desarmáron á los naturales, apoderándose de su dominio militar y civil, alzáron horcas, formáron cuerpos de guardia por toda la villa; obraban mas de lo necesario á la seguridad: atropellaban afectadamente sus costumbres, quebrantaban sus fueros, solo á fin de poner espanto en los ánimos de aquellos que así se mostraban amantes de su república.

37. Cada dia reconocian mas los Perpiñaneses su esclavitud, y daban voces, acusando aquellos que habian escogido tan miserable remedio; quisiéron ántes haber acabado en su desesperacion: ni quejarse, ni sentirse les era lícito, ni comunicar por letras sus dolores, porque los Reales informados de los otros sucesos contrarios, procuraban estorbar las correspondencias, donde se les podia seguir aliento y esperanza.

38. Muchos de los moradores dexáron la patria, y con mugeres é hijos se huian á la montaña, esperando mejor coyuntura para vengar sus agravios: llevados de esta pasion, salia á todas horas mucha cantidad de hombres y mugeres; y á la verdad los Castellanos en los principios no se desagradaban de verlos dexar la villa en sus propias manos, juzgando que para qualquier suceso les convenia el ser superiores en número á la gente natural: á este fin primero disimulaban su fuga; pero despues se vino á conocer el daño á tiempo, que ya no podia evitarse, porque faltando la mayor parte de la gente popular, que sirve al manejo de la república, faltaban juntamente con ella los útiles, en que la suele emplear la necesidad comun: impensadamente viniéron á caer en continuas miserias: no habia quien cortase leña, quien moliese trigo, el agua estaba quieta sin quien la traginase: el ganado discurria suelto como sin dueño: las tiendas se veian cerradas: los obradores de los oficiales vacíos: crecia la falta de todo lo que se come y se viste.

39. Con esta ocasion comenzó el Xeli á sacar sus tropas á la campaña, que discurrian mas como hombres llevados de la ambicion que de la miseria: no habia pueblo, casar ó granja por todo el pais, á que no visitase el robo ó el incendio: todo estaba cubierto de ruinas; los paisanos se veían escondidos por los bosques, las mugeres y niño perdidos por las sendas: ninguno atinaba con el descanso, porque no habia entónces ningun camino á la piedad ó á la justicia.

40. Llegó la informacion de estas miserias al Cardona, que infatigablemente se empleaba en el sosiego de Barcelona: entendió que las cosas de Rosellon pedian su presencia, y las buenas señales de aquella ciudad le daban alguna confianza para poder dexarla. Los políticos disputan, si conviene al príncipe apartarse de la cabeza de su dominio por acudir al remedio de otro miembro: son diversos los pareceres, como lo han sido las causas: yo pienso que el negocio consiste en entenderse bien el estado del príncipe, juzgando que el pacífico puede sin daño acudir á qualquier parte donde lo pida la ocasion; mas que no lo debe hacer así el que gobernase un imperio turbulento, porque entónces el grande riesgo (aun contingente) descuenta la conveniencia. Los presentes trabajos de Cárlos rey de Inglaterra, no hubieran sucedido, si se conservara en Lóndres.

41. En fin, asentando el Duque su partida, propuso luego (no sin industria) pedir á la Diputacion y Ciudad un diputado y un conseller por acompañados: previno con destreza que con ministros de la provincia llevaba mas segura su obediencia, y que ellos tambien viendo convidarse con la autoridad que miraba al castigo, no podrian dudar de que se deseaba satisfacer al principado; y aun para los mismos era asaz conveniente mostrar, como pretendia unir sus acciones á un espíritu acomodado á la justificacion. Fuele concedida la compañía de los dos magistrados como lo pidió, y partiéndose á Perpiñan ya con poca salud (ó fuese fruto de los años, ó del gobierno), llegando allí en pocos dias, se introduxo en los negocios de aquel estado, tomando justificadas noticias de todos sus acontecimientos.

42. Sabia el Duque como natural, el ánimo de sus patricios, y que por gente tenaz en las pasiones guardaban vivo el odio concebido contra los cabos: entendia que el primer paso de la templanza era comenzar castigando aquellos, que el clamor público acusaba: no creia hallarlos inocentes, ni tampoco juzgaba su culpa igual al escandalo; pero tambien no tenia en tanto su agravio, quanto la furia de una nacion entera. De esta suerte dispuso sus acciones, encaminando todo á la quietud pública.

43. Lo primero fué mandar prender al Arce y Móles, porque deseaba que la satisfaccion se mostrase pronta y notoria: mandó que fuesen Llevados á la cárcel comun de los malhechores: hizo de la misma suerte, se prendiesen algunos otros oficiales y soldados, y volvió á hacer platicables las querellas, que el Santa Coloma habia prohibido entre Catalanes y Castellanos, porque cada uno entendiese podia temer y podia esperar.

44. Dió cuenta al rey Católico de su deliberacion, alagando su enojo con la esperanza de recobrar su autoridad por medio de una cortísima violencia. Decia que en apartar de los ojos de aquella gente la ocasion de sus escándalos, consistia el modo de hacerlos olvidar todos: que á los dos cabos se les seguia poca injuria, porque remitiéndolos á la Corte, allá podria su Magestad disponer su desagravio, ocupándolos en otras provincias: tras esto, no olvidaba sus excesos, refiriendo los casos así como los habia entendido.

45. No se habia hasta este tiempo hecho entre los ministros el verdadero juicio de estos movimientos, porque la condicion del rey Católico por oculta en sus operaciones, no daba alguna señal de su aprecio. El Conde Duque aconsejado de aquella altivez que siempre le habló al oido, si bien no dexaba de temer en su corazon, todavía no desmayaba en el semblante y palabras; ántes como si aun entónces dependiesen de su arbitrio los intereses de los Catalanes, mostraba despreciar igualmente su arrepentimiento que su obstinacion: creció con esto el error en los superiores, porque como los mas vivian observando su apetito engañados de la confianza exterior, no llegaban á penetrar las dudas del ánimo, mal persuadidos de la apariencia. Mucho servia tambien á la soberbia del Conde el notar algunas señales de humildad en los Catalanes, porque aquellas demostraciones que suelen mover á clemencia los grandes espíritus, suelen tambien incitar los terribles á mayor venganza; consideraba las diligencias de fray Bernardino con los reyes por alcanzar misericordia á su república: el cuidado con que la Diputacion y Ciudad despedian misionarios ó embaxadores por dar satisfaccion á su príncipe: su Protonotario (hombre fatal en la monarquía) tambien con intervencion de algunos confidentes, le aseguraba no ménos sum confusion y temor, finalmente persuadido de su propio natural, se dexó entregar ántes á la perdicion que á la templanza.

46. Con este propósito se le ordenó al Cardona, no procediese contra los presos (extrañándose la resolucion de cosa tan grande) que no diese por sí solo paso alguno en su castigo; antes que de lo que obrase, diese cuenta á la Junta, que para expediente de aquellos negocios se mandaba formar en Aragon. No halláron otro modo de reprehenderle mas decente á sus años y autoridad; pero el Duque saliendo á recibir lo que se lo recataba, entendió que el rey se desplacia de su gobierno: vióse ceñido de obligaciones, unas que como sugeto le forzaban á consultar con otros, y otras, que como libre pedian su execucion: en estas contrariedades comenzó á afligirse con tantas congojas, que no hallando el espíritu desahogo alguno, comunicó sus pasiones á la salud, hasta que esforzándose el mal por medio de una calentura (concitada de la viva imaginacion de su afrenta) en pocos dias dexó la vida y el cuidado de la república, que juntamente con su cuerpo enterró todas las esperanzas de su remedio. Aman los hombres el mando como cosa divina, sin advertir el riesgo que se trae consígo el gobernar á los otros hombres: no hay ninguno que por justificado dexe de ser sospechoso al príncipe ó al pueblo, que lo uno basta para perder la grande fortuna, y lo otro la buena fama: en menos de la tercera parte de un año nos lo enseña el exemplar de estos dos Vireyes, el primero por muy obediente á su Señor, muerto á las manos de la plebe; el segundo por muy amante de su república, muerto tambien al enojo de su rey.

47. Fué su muerte del Cardona la última diligencia de la turbacion, porque como su autoridad servia de freno á las demasías de unos, y de columna al temor de otros, viéndose aquellos sin que temer y estos sin que esperar, los primeros reiteráron su soberbia, y los segundos estragáron su templanza; de tal manera que brevemente, fueron en el principado de una misma calidad casi todos los ánimos: con que las cosas tomaban cada dia peor camino, y la inquietud cobraba mayores fuerzas; tal suele ser de mayor peligro la segunda enfermedad que la primera.

48. Habia el Principado algunos dias ántes expedido sus embaxadores al rey Católico en representacion de sus tres estamentos, iglesia, nobleza y pueblo, y por ellos nueve personas de sus órdenes, y una en nombre de Barcelona; mas como siempre suceda que la indignacion se irrite con los clamores del que pide clemencia, las ministros Reales abusando de aquel arrepentimiento, diéron señales de despreciarle: mandáron que los embaxadores fuesen detenidos en Alcalá de Henares, lugar puesto á seis leguas de la Corte. Lo primero que deseaban, era saber su ánimo de los enviados, porque el Conde y los suyos procuraban apartar de las noticias del rey toda la justificacion de los Catalanes: quisieron amedrentarlos con aquellas apariencias de enojo, porque cansados con la detencion y molestia mudasen ú olvidasen las razones, que habian estudiado entre sus fieles patricios. Era el estilo comun de sus papeles públicos y secretos unas vivísimas quejas del Conde y protonotario: al principio dispusiéron sin industria sus querellas, hablando siempre con desatenta libertad en las personas de los dos ministros, y no obstante que el mayor estaba segurísimo en la gracia del Rey, y el segundo no ménos firme en la del primero, todavia aquellos zelos naturales en el valimiento les hacia temer mas de lo justo la eficacia, con que los Catalanes les adjudicaban sus males: procuraban desacreditar sus clamores y apartarlos quanto les fuese posible, y lo conseguian con facilidad por el gran poder de los dos, y porque como ellos eran los instrumentos (ó sentidos) de las acciones del rey, jamas podian obrar cosa en su descrédito, ni en conocimiento de aquella verdad que les fuese contraria.

49. Famosa leccion pueden aquí tomar los príncipes para no dexarse poseer de ninguno: el que entrega su voluntad y su albodrio á otro, este mas se puede llamar esclavo que señor: hace contra sí lo que no ha hecho su desventura: la suerte le hizo libre, y él se ofrece al cautiverio: la mayor miseria de un príncipe es aquella que le pone vencido á los pies de otro: ¡quánto mayor debe ser esotra que le trae avasallado y preso al arbitrio de su propia hechura!

50. Pensaban los Catalanes que escribian al rey sus lástimas, y hablaban en aquel modo que la miseria halló para rogar á la grandeza: el dolor sensible no sufre elegancias ó decoros; á qualquier hora y por qualquier término se queja el dolorido. Decian con sencillez sus trabajos, y como cosa natural en los hombres, acudian con la mano y con el dedo á señalar la parte ofendida y la causa de la ofensa: escribiéron á la reyna, al príncipe y á los ministros superiores: escribiéron al mundo todo un papel impreso, á que llamáron Proclamacion Católica: manifestáron á todas las gentes su razon y su justicia, llamando por cómplices en la ruina al Conde y su protonotario, que indignados entónces con la publicidad de sus injurias, se esforzaban en desmentirlas, haciendo como ellas se disimulasen, y abultasen en su lugar las acciones del principado en deservicio de su rey; de tal suerte que podemos decir, que aquel propio camino que los Catalanes habian buscado para alcanzar su remedio, los llevaba al precipicio.

51. Á este tiempo andaban, mas vivas que nunca las negociaciones é inteligencias, estudio particular de aquel ministro. Pretendíase de parte del rey que la Provincia con grandes muestras de humildad y reverencia suplicase el perdon públicamente: que con demostraciones de su error y como gente engañada entrase á pedir misericordia sobre su república: que se valiesen de la intercesion del Pontífice y de los Príncipes amigos. Esto no era remitirles el castigo, sino asegurar su obediencia, porque lo pudiesen llevar en tiempos mas acomodados. Con esta satisfaccion y algun servicio particular en materia de intereses, mostraba el Conde, se inclinaria el rey al acomodamiento de las cosas; y lo primero que prometia en órden á la seguridad de la provincia, era poner la justicia catalana en su primera autoridad y fuerza. Usaban los ministros católicos de esta clausula en todas sus pláticas y papeles, porque previniendo el espanto que causaria en el principado ver entrar por sus puertas un poder grande, juzgando que se encaminaba á constituir la nueva reputacion de la justicia, no tuviesen lugar de temerlo.

52. Variaban los Catalanes, porque aun sobre el caso del perdon, decian que pedirle, confirmaba la culpa que ellos negaban: que el error particular de algunos no habia de servir de mancha á la fidelidad de una nacion; no obstante se negociaba por diferentes caminos con los embaxadores, de que zeloso el principado, les escribió de secreto, y reprehendiéndoles el haber admitido nuevas pláticas: volvia á instar, pidiesen el alivio de aquellas armas y el castigo de los cabos: no les era ya tan molesto el peso, como la consideracion de que por medio de ellas se habian de obrar todas las venganzas: deseaban verlas apartar de sí para qualquier acontecimiento: mirábanlas con agüero, ó no podian verlas; así acontece al condenado, desviar los ojos del acero que sabe le ha de ministrar el suplicio.

53. Á todas las sospechas del rey para con la provincia, y á todos los temores de esta para con el rey, ayudaban mucho las cartas y negociaciones de algunas personas que residian en Madrid y Barcelona, que por sus intereses (ó por ventura por su buen zelo, deseosos de la concordia) daban unas veces señales de serenidad, y otras de borrasca, segun lo prometian los accidentes exteriores de uno y otro pueblo.

54. Entre los que tuviéron mayor parte en estos manejos, fué el Maestre de Campo D. Josef Sorríbas, caballero catalan, hombre práctico y de industria: llegó de Barcelona (aquellos dias) como retirado y temeroso del furor de los suyos: hizose buen lugar en el aplauso del Conde y protonotario, juzgándole por sugeto asaz á proposito para sus designios, porque despues de ser noticioso de las cosas, tenia parientes y amigos de autoridad en Barcelona: con este pensamiento le fiaban los secretos de mas importancia en aquel negocio, en les quales el Sorríbas se acomodó de tal suerte, que recibiendo en sí la substancia de las cosas, parece las aplicaba despues segun la parte á que convenian. Este fué el juicio que se hacia sobre su persona. No ofenda mi testimonio la integridad de aquel hombre: hablo como historiador, segun las noticias de lo que he visto y oido. Á todo dió ocasion verle al principio de estos movimientos en gran confidencia con los ministros Reales, y verle despues por ellos mismos preso en la cárcel pública. No le acusa mi sentimiento, ni á otro ninguno, porque inmisteriosamente refiero los casos como han sido, apunto lo que despues, ó entónces se discurrió sobre ellos, valiéndome algunas veces del juicio competente á mi instituto, y á que me dan motivo los mismos sucesos que voy escribiendo.

55. Eran los principios de Agosto, y corrian entónces los negocios públicos de Cataluña en sumo silencio: aquellos que no miraban mas que á la apariencia y serenidad del semblante, entendian que ellos estaban interiormente compuestos á satisfaccion del rey: otros que con mas atencion exminaban las señales, temian que de aquel sosiego resultase alguna mayor turbacion, como acontece en el otoño, que de las grandes calmas se arman horribles truenos; así determinaba la variedad de los juicios de los hombres, segun el ánimo ó noticia de cada uno.

56. Fué casi en estos dias nombrado por Virey de Cataluña, y sucesor del Cardona el Obispo de Barcelona D. García Gil Manrique, varon docto y templado, cuya persona no sirvió al remedio y ménos al daño: pensóse profundamente esta eleccion del nuevo Virey, porque los ministros Reales, ya mas temerosos de lo que al principio, no se fiaban de la obediencia de los Catalanes, por esto no se atrevian á aventurar á su furia un tal sugeto, qual deseaban para su enmienda.

57. Ellos tambien seguian este mismo discurso, no dexando de desvanecerse y gloriarse, habiendo reconocido en esta accion el rezelo de los ministros Reales, y le juzgaban dichosísimo pronóstico de su libertad: esta fué entre todas la causa mas eficaz que los llevó á recibirlo alegres, y tambien porque como no le temian, no habia para que aborrecerle.

58. Juró en Barcelona el obispo con las acostumbradas ceremonias, y recibiendo la contingente dignidad, comenzó á asistir á su gobierno; pero, ó fuese que con cordura alcanzase la cortedad de su poder, o que los mismos súbditos, porque no se apropiase en el imperio, con algunas demostraciones de libertad le acordasen los fines de sus antecesores, determinó reducirse á solo su primer oficio de Pastor haciendo poco mas en el de Virey que desear la templanza de su república.

59. Perdidas andaban las cosas á este tiempo en toda la provincia, mas que en los alborotos pasados; todos los movimientos de la política estaban torpes: muchos pedian justicia, algunos la deseaban; pero no era posible hallarse forma de executarla, habiéndose perdido entre la sinrazon y la violencia. Los jueces Reales, escondidos unos y otros ausentes, aborrecibles todos: los ministros de guerra y hacienda amedrentados y huidos, el Virey temeroso, vivas las memorias de las otras tragedias, los inquietos pujantes y soberbios á la detencion, paciencia ó estado del rey, todo junto formaba una tristísima confusion tan espantosa á los hombres cuerdos, que ninguno pensaba en mas que obrar de tal suerte, que su nombre no fuese acordado ó público, porque el silencio y olvido, mudando de naturaleza, entonces era la mas apetecida felicidad de los prudentes.

60. Corria en la corte del rey Católico voz comun, que los Catalanes habian recibido al obispo por gobernador solo para excusarse de otro, que bien lo habian dado á entender, teniéndole aprisionado: quejábanse de que el atrevimiento de los sediciosos fuese tal, que sucesivamente osase á poner las manos ó las ofensas en tres hombres, que cada qual representaba la persona de su Señor: juzgaban al obispo como preso, y no era sino que su prudericia era el mayor estorbo de su propio mando.

61. Tales quejas daban los Católicos de parte del rey, y los Catalanes de la suya no disimulaban tampoco en proseguirlas: decian que en tiempo en que las cosas habian menester amor, poder é ingenio, les enviaban para gobernarlos un hombre, que para quererlos era extrangero, para castigarlos incapaz y para regirlos falto de experiencia: que su condicion como su estado le impedia qualquier venganza conveniente, pues hasta aquella facultad acostumbrada, que los reyes suelen alcanzar del pontífice para que los eclesiásticos puedan administrar la justicia punitiva, tambien esta le faltaba, porque los ministros artificiosamente se lo habian disimulado; solo á fin de no poder dar satisfaccion y castigo á los delitos de los soldados, como ya lo habian hecho en tiempo del Cardona. Cada dia de una y de otra parte añadian nuevas quejas con tal arte ó con tanta razon, que apénas podrémos dar licencia al juicio, para que se entrometa á apurar la verdad de unas y otras.

62. En medio de estas negociaciones pareció conveniente admitir la embaxada de la Provincia, porque no estaban ya las materias en aquel primer estado, en que las informaciones suelen mudar la naturaleza de los negocios. Habas en fin de cumplir con aquella ceremonia, y quitarle á los Catalanes mas una razon de su queja; pero habiéndose entendido por la boca de sus embaxadores lo mismo que hasta entonces por señales y observaciones se conocia, se hizo público que el ánimo de la diputacion no era otro que conseguir su quietud, por los propios medios que la habia perdido: que lo que pedian y ofrecian, era lo mismo que tanto ántes habian propuesto en descrédito de los cabos del exército, y para satisfaccion de la corona ofendida obligaban con esto á que se tuviese por cierto, que en aquella mudanza de los ánimos catalanes, ó en aquel fingido arrepentimiento del Principado no habia otra razon mas de la conveniencia temporal. Probabanlo con que siendo despues tantos los excesos con que de su parecer habia obrado, pretendian hacer practicables todavia aquellas mismas cosas que ántes no les fué posibleQuiñónesconseguir: decian que aquel no quiere concordia y paz, que propone partidos desiguales.

63. El Conde Duque, si bien en su ánimo, ó con mayor enojo ó con mejor discurso habia determinado la guerra por justificarse con su rey y con España y el mundo en un negocio tan grande, hizo llamar y prevenir en su aposento una gran Junta, que constó de los mayores ministros de España, de varios magistrados, dignidades y oficios: compúsose de algunos del Consejo de Estado y Guerra, y de otros de la llamada Junta de execucion, de Consejeros del Real de Castilla, y de Aragon algunos.

64. Presentes ya todos, entónces el Conde Duque introduxo su razonamiento, suficiente á influir su propósito en otros ánimos mas libres: habló poco y grave, recatando ingeniosamente su sentimiento; gran artificio de los políticos (ya doctrina de Tiberio) disponer las resoluciones de tal suerte, que ellos vengan á ser rogados con lo mismo que desean: hizo luego que su protonotario leyese un papel formado por entrambos, llamóle justificacion real y descargo de la conciencia del rey. Decia de la poca ocasión que de parte de la magestad Católica se habia dado á los perturbadores del bien y quietud del principado: justificaba la causa de los alojamientos y quarteles en Cataluña: negaba que fuesen en forma de encontrar sus fueros: excusaba mucho de los delitos á los soldados: confundia sus sentencias ó informaciones con otros documentos de los Catalanes: disculpaba los excesos de la milicia, como naturaleza de los exércitos: satifacia con nulidad comprobada á los sacrilegios impuestos por los Catalanes á los de Arce y Móles: apercibia y convidaba al castigo de lo averiguado: del caso de Perpiñan hablaba con ambigüedad: exgeraba con exceso la clemencia y templanza de su rey: señalaba los cargos del principado, diciendo que habian invadido las banderas de su Magestad: que sacaron libres al diputado y otros presos que lo estaban por crímen contra la corona: que habian quemado bárbaramente á Monredon, ministro Real y en servicio de su Señor: que habian muerto al Doctor Gabriel de Berrat, Juez de su Audiencia sin culpa alguna: que de la misma suerte amotinados y sediciosos osáron á matar un Virey (y mataran á otro, sino se anticipara la muerte): que perseguian todos los ministros fieles, sin haber hombre que por parte del rey se ofreciese al peligro: que tenian impedida la justicia, sin que le fuese posible obrar como debia: que al obispo su nuevo Gobernador no obedecian: que últimamente trataban entre sí de fortificarse, sin saber contra quien lo hacian, sino contra su natural Señor en notable perjuicio de la fidelidad y pernicioso exemplo de los otros reynos.

65. Tal fué la proposicion del Conde á la Junta, donde, ya que no en voces y razones distintas, en los afectos se conocia el escándalo de los circunstantes, porque ignorando algunos la gran arte de la disimulacion, con las admiraciones exteriores aseguraban la ira. Él sobre todos templado y misterioso, aguardó los votos; casi todos hablaron sin diferencia, hasta que llegando el tiempo de votar á D. Íñigo Velez de Guevara, Conde de Oñate, del Consejo de Estado de España, Presidente de su tribunal de órdenes, hombre que por su autoridad y larguísima experiencia de negocios era el de que mas dudaba. Mirólo entónces el Conde con profunda atencion, ó porque lo temia, ó porque deseaba avisarle con los ojos su sentimiento: escuchóle pronto, mas el de Oñate fixa la vista en solo la razon, fué fama que dixo así.

66. Á un gran negocio, Señores, somos llamados: yo por cierto, sobre setenta años de edad en que me hallo y con pocos ménos de experiencia, atreveréme á decir, que ninguno de los accidentes pasados fueron de tanto peso como el que tratamos. Largos dias ha que reposa en España la rebelion de los vasallos: ya vine á creer en los aprietos presentes, que algunos han vivido templados, mas por ignorar la desobediencia que por rehusarla; tal debe ser nuestro cuidado en aumentar esta su ignorancia. Yo no pretendo manchar la fidelidad española; mas si el discurso no me engaña, nacion es esta de quien estamos quejosos, ocasionada al precipicio: conozco su natural airado y vengativo, y por eso dispuesto á todos los efectos de la ira: veo los vecinos y deudos de nuestros mayores enemigos, y sin perturbarme del temor ó el odio, voy á temer un gran suceso, harto mas lamentable á la experiencia que al discurso: ¡oh! no hagamos de suerte que nuestro enojo les descubra algun camino, que su osadia no ha pensado. Costumbre es de los afligidos abrazar quaIquier medio que los excusa la calamidad presente, aunque los lleve á otros nuevos daños: el esclavo oprimido del látigo se despeña por la ventana, no mira que es mayor riesgo el precipicio que el azote, solo atiende á escaparse de las coléricas manos del Señor. ¿Qué seguridad tenemos, pregunto, de que estos hombres amenazados de su rey, no se arrojen por la rebeldia hasta caerse á los pies de su mayor émulo? Mas pienso yo ha hecho Cataluña en salir del estado pacífico para el sedicioso, que hará en pasarse ahora de sediciosa á rebelde. No es la espuela aguda la que doma el caballo desbocado, la dócil mano del ginete lo templa y acomoda. Si de otros tiempos advertímos en los progresos de esta gente, todos nos informan de su valor y dureza; calidades que piden las armas. En los tiempos modernos amáron la paz, como la deben amar todos los hombres á quien gobierna la razon: saboreáronse de la serenidad, y olvidados de las primeras glorias empleaban todo su orgullo en las pendencias civiles, divididos en bandos y facciones. No habian perdido el valor, aunque lo habian estragado en efectos inútiles. Herido el pedernal vomita fuego, y no herido lo disimula; empero en las mismas entrañas lo deposita: la ocasion suele ser siempre instrumento de la naturaleza. Juzgad ahora, Señores, si conviene volver á despertar esta dura nacion, y amaestrarla contra nosotros en el uso de la guerra, en que fué excelente. Cárlos, nuestro invicto Señor, juzgándolo así con los Holandeses, puso tan grande estudio en hacerles olvidar de las armas, como en inclinar los Españoles á su exercicio; dándoles gran enseñanza á los príncipes, de que hay gentes, que sirven mas á su Señor con lo que ignoran, que con lo que exercitan. Siento que es grande la causa con que provocan la indignacion de nuestro Monarca, y que si hallásemos un castigo igual al crímen de los delinqüentes, yo me dispusiera á seguirle; empero si qualquiera pena cotejada con el delito parece inferior, entonces solo la podrá igualar aquella clemencia que la puede vencer. Yo digo que la justitia es la virtud mas propia en los buenos reyes; pero hay casos en que al príncipe le conviene perdonar sin razon, violentado de la contingencia del castigo. En la dignidad de rey y en el amor de padre no pueden entrar aquellos afectos comunes, que llevan los hombres á venganza; de tal suerte, que si la culpa del vasallo ó del hijo puede permitir algun olvido y perdon, no se considera dificultad ninguna de parte de los ofendidos. Tan diferentes son los castigos de la mano del odio ó del amor: aquel siempre pido sangre, este no mas de enmienda. Procedió Cataluña ciegamente, yo lo confieso: muestra ahora señales de su dolor, justifícase con voces y papeles, con informaciones y embaxadas: llama á la piedad del pontífice por intercesion, las repúblicas por medianeras, escribe á sus reyes, llora á todo el mundo, pide justicia contra los que han perturbado sus cosas, nómbralos, y limítase á este ó aquel medio: publicase por fiel y humilde postrada á los pies de su Señor, ¿que le falta, sino la dicha de que la creamos? No se que estas demostraciones sean dignas de desprecio, dícese que son vanas y simulado su arrepentimiento: y ¿què sacamos nosotros de esa incredulidad? ¿De qué conveniencia nos podrá ser adelantar nuestra desconfianza á su malicia? No hay soplo que así encienda la llama, como la desesperacion del perdon dá fuerzas á la culpa, ¿qué es en lo que reparais? Piden á su Magestad les aparte tres ó quatro sugetos ocupados en la gobernacion de las armas; poco es esto. Aquí no pretendo discurrir por sus deméritos, ni por la justificacion de los quejosos; digo empero que es mas fácil cosa pensar que puedan errar quatro hombres, que una provincia entera. Podeis decir que hay dificultad en el modo de sacarlos con buena opinion; no es grande el mal que tiene remedio: no hay ninguno de los acusados (si son como yo creo que son) que no ofrezca su reputacion particular por el sosiego público: si ellos son buenos, así lo deben hacer, si lo dificultan ó impiden, no teneis para que estimarlos. Sabed, Señores, que no hay miseria que se iguale á una guerra civil. Si fuésemos ciertos de que Cataluña se hubiese de humillar al primer cruxido del azote, no dudo que tambien fuera conveniente dárselo á temer; mas si por ventura, su ceguedad les hiciese proseguir su obstinacion, y tomasen las armas en la propia defensa, ¿seria cosa prudente exponerse la autoridad de nuestro Monarca á la suerte de una ó de otra batalla con sus vasallos? ¿Seria buen exemplar para los otros reynos qualquiera dicha de estos rebeldes? Y con mas peligro en esta corona que se compone de tantas naciones diversas y distantes, las mas de ellas desaficionadas á la fortuna castellana: apartémos el temor de la suerte: no pienso sino que entramos victoriosos, que abrasamos, talamos y destruimos, ¿qué es lo que ganamos, sino montes desiertos, pueblos abrasados y plazas echadas por tierra? ¿Esto se puede llamar ganar Cataluña?.¿Qué es esto sino cortarnos una mano con otra y quedar España con una provincia ménos? Y entre tanto que gastamos el tiempo en victorias (así quiero yo llamar todos nuestros acontecimientos), ¿como nos será posible acudir á Flandes con dineros, á Italia con socorros, á las conquistas con flotas, y á todo el Océano con armadas? Pues si esto faltase, ¿qué tal podria quedar nuestro partido expuesto á la furia, á la industria y á la fortuna de nuestros contrarios? Forzosa (ó por lo ménos natural) cosa habria de ser el perder en las provincias externas, quanto en las nuestras ganásemos: y entónces ¿cómo lo podríamos llamar triunfo, habiendo de ser contrapesado de pérdidas infalibles? Miserable por cierto seria aquella guerra, en que nosotros mismos fuésemos los vencedores y los vencidos. No hay fatiga en el campo, de que el labrador en su casa pacífica no se repare. Este era el consuelo de los trabajos que la monarquía padece en sus partes, gozar á nuestra España con quietud. Los Paises baxos y Alemania (que tambien podemos llamar propia) oprimidos están de armas, Lombardía afligida con su peso, Nápoles y Sicilia amenazados, la Borgoña ni por desierta segura, Alsacia mas que nunca fatigada, unas y otras Indias en continua infestacion de enemigos, el Brasil en manos de una guerra desesperada, las costas de España visitadas de corsarios. ¿Qué otro lugar nos quedaba de descanso, sino la España? Pues si ni este pequeño abrigo os quereis reservar entero á los ánimos cansados ó arrepentidos, ¿dónde habrémos de hallar reposo y consuelo? ¿Dónde habrán nuestros hijos y descendientes de gozar el premio de lo que ahora trabajamos nosotros? ¡Á gran cosa, á peligrosa cosa por cierto se ofrece aquel espíritu, que se encargare de esta novedad! Costoso edificio es este á que pretendeis abrir los cimientos, y cuya ruina podrá sepultar nuestra república. No quisiera ahora que mi ponderacion os llevara el pensamiento á otros casos miserables; empero si la prudencia es lince, dadme licencia siquiera para pensarlo: no se cuente (norabuena, como referido) que habria de ser de nosotros, si al exemplar de Cataluña conspirasen ó se armasen otras naciones, dándoles esta guerra que apeteceis no solo ocasion, sino conveniencia. ¡Ah Señores! Lleno está el mundo de historias, y las historias llenas de sucesos que nos encaminan á la templanza: advertid que aquel que excesivamente sigue un afecto, necesita despues de un exceso mayor para deshacer el primero. ¡Oh! no sea así que vuestra impaciencia os traiga á tal desdicha, que vengais á sufrir en algun tiempo mucho mas, de lo que no quereis tolerar ahora. Benigno rey tenemos, y tan piadoso, que solo extrañará los consejos de la ira, no los de la clemencia (solo porque casi no los conoce.) Ninguno subió tan presto á la inmortalidad por la venganza como por el perdon porque siendo en los hombres lo mas dificultoso, así debe ser lo mas estimable. ¿Llora Cataluña? No la desesperemos. ¿Gimen los Catalanes? Oigámosles. Este es el mayor artificio de los físicos, ayudar á la naturaleza con beneficios por llevarla allí donde muestra inclinarse. Salga el rey de su corte: acuda á los que le llaman y le han menester: ponga su autoridad y su persona en medio de los que le aman y le temen, y luego le amarán todos, sin dexar de temerle ninguno. Infórmese y castigue, consuele y reprehenda. Buen exemplar hallará en su augusto bisabuelo, quando por moderar la inquietud de Flándes, con pompa indigna de César (mas con corazon de César) pasó á los Paises, y acompañado de su solo valor entró en Gante amotinado y furioso, y lo reduxo á obediencia sin otra fuerza que su vista. Salga su Magestad, vuelvo á decir, llegue á Aragon, pie Cataluña, muéstrese á sus vasallos, satisfágalos, mírelos y consuélelos, que mas acaban, y mas felizmente triunfan los ojos del príncipe, que los mas poderosos exércitos.

67. Era tan grande la autoridad del Oñate, que ayudada entónces de la suavidad de sus razones y eficacia de los afectos con que las propuso, casi tuvo vueltos los ánimos de aquellos mismos que interiormente sentian, ó determinaban lo contrario. El Conde Duque mostró algun desplacer de su razonamiento, y pudo moderarle; confiando en el otro voto que esperaba, habria de desvanecer todo lo dicho. Siguióse al de Oñate el Cardenal D. Gaspar de Borja y Velasco, Presidente de Aragon, hombre de grande dignidad y fortuna, que pudiera hacer mayor, si gozara su felicidad independiente: habló, dicen que de esta manera.

68. Si otro fuera el estado de nuestras cosas, yo, Señores, seria el primero que os pidiera clemencia; empero llegando los sucesos al extremo en que los vemos, parece ageno de nuestro poder discurrir ó variar sobre la naturaleza del remedio: sino entendiendo debe ser solo este, aplicarnos todos á disponerle con execucion igual al peligro. Ya no es posible usar de mas templanza, ni siempre el perdon se cuenta por virtud. ¿Quién duda que la Real benignidad de nuestro Monarca mal recibida del atrevimiento de los sediciosos, en vez de reducir á la enmienda, haya esforzado á la osadia? No tengo que satisfaceros, de que no me obliga á tanta severidad alguna pasion humana; ántes si fuera lícito dar entrada en mi ánimo á los afectos particulares, no hay en mí cosa que no obligue la moderacion; mas ó sea que no hay respeto comparado con la fidelidad, ó que verdaderamente nuestra justicia pese mucho mas que su queja, puedo decir sin temor, que despues de conocer unos y otros motivos y ambas justificaciones, nunca tuve por dudosa la culpa, ó excusable el castigo. Terrible es en todas leyes la inobediencia, y de la misma suerte que el contagio no tiene otra cura sino el fuego, no se halla á la infidelidad otro acomodamiento que la muerte. Todas las dignidades del mundo asientan sobre obediencia: no tiene otros cimientos el trono de los monarcas, sino la misma permision y conformidad de los súbditos. Pues ¿de qué suerte, decidme, se podia hacer permaneciente el imperio, afirmándose en hombres fáciles é inquietos? ¿Cómo podria administrar justicia y premio, aquel rey, que estuviese dependiente del enojo de sur vasallos? Misirable llamáramos al príncipe, cuyos aciertos necesitasen de la aprobacion del vulgo, que por naturaleza aborrece el profundo entender de los mayores. Relox es la repúbIica, cuyas ruedas y volantes son los ministros de ella: el peso es quien la rige ó manda: de esta oficiosa concordia procede la medida de los dias y cuenta de los tiempos: así del mando de los reyes y obediencia de los vasallos sale hermosamente medido y gobernado el mundo, y en habiéndose parado este ó aquel movimiento,. Ese es el desconcierto de la república. No tienen los reyes otro superior que la razon, y esta no es menester que sea de todos, basta que sea suya. Aquel ignora el ser de las cosas que no comprehende todas sus partes, y comunmente en las materias de estado, que vistas á diferentes luces y en diversos aspectos, unas veces parecen justas y otras injustas. No es lícito al vulgo juzgar de las ocasiones supremas, conténtese con mirarlas, ni á la magestad es decente satisfacer á la ignorancia del pueblo, importantísima cosa fué siempre á los monarcas castigar los agravios de la corona. Aquel vasallo se puede llamar idólatra, que despreciando la magestad de su rey, adora en el poder de la union: aquel le usurpa tanta parte de imperio, quanto ó le niega, ó le duda de vasallage. Vuelvo á decir, que no solo entiendo, merecen estos hombres el castigo por los excesos que han hecho, sino que bastaba la misma razon de su disculpa, para que los contásemos como delinqüentes. Verdaderamente, Señores, ese no es vasallo, criado ó amigo, que os pretende obedecer, servir ó amar en oficio determinado, porque así como no hay caso en que el príncipe pueda faltar á sus vasallos por verles miserables, no lo hay tambien en que el súbdito deba excusarse de servir al Señor por verle afligido; entónces el imperio fuera mayorazgo de la fortuna, no de la naturaleza: sirviéramos los mas dichosos, no los mas dignos. Si preguntásemos al príncipe su ánimo cerca del privilegio, responderá que pensó pagar el servicio hecho y asegurar el agradecimiento para otros mayores. ¿Quál podrá ser ahora el Señor liberal con su vasallo, si llegare á entender le desobliga con el beneficio? Terrible y lamentable cosa sea, que en medio de las fatigas comunes, y quando ninguno recata la misma sangre en obsequio de la salud pública, estos hombres quieran atar sus acciones á la dudosa interpretacion de sus pergaminos; y que la grandeza de sus reyes haya de ser fundamento de su terquedad. Aman sobro todo sus intereses, tienen por agena la causa de la monarquía, aborrecen la gallardia española, no penetran hasta donde está la necesidad ó conveniencia de nuestras guerras, y apropiándose en juzgar del ánimo de nuestro monarca, ellos consígo mismo quieren aprobar y reprobar sus mayores acuerdos; esto bastaba para ser grande culpa. Tras de esto, fortalecidos en la piedad de nuestro dueño piensan máquinas asaz peligrosas á la conservacion de su Magestad, introducen tratos y partidos con su rey, y pretendiendo capitular como con iguales á un mismo tiempo y en una misma accion, hacen deuda de la clemencia y justicia del atrevimiento, dándole á entender al mundo, que se les debe de derecho la mayor abundancia á que llega la gracia del príncipe: y porque la violencia de los casos no da lugar estos tiempos, para que sean tratados como en aquellos, sin que dexen espacio alguno al agradecimiento, (porque es costumbre de los hombres no acordarse sino de lo postrero) todos sus ánimos ahora son ocupados de la queja, siendo cierto que la misma naturaleza nos previene con exemplos, pues el mismo sol una vez nos calienta, y otra nos abrasa, el mismo ayre ahora nos regala, ahora nos castiga. Pretendió el Principado que se le guardase la inmunidad de sus fueros y se cumplió miéntras lo quiso nuestro estado: hubo en fin de turbarse, habiénlo mojado aquellas olas las mas soberbias y remotas naciones. ¿Quándo el mundo se estremece, solo los Catalanes pretenden gozar de reposo? Ciertamente yo me persuado que este su crímen toca ántes en inhumanidad, que en desobediencia; no es menester valernos aquí de la razon de vasallos, bastando la de hombres. Con esto conoceréis ahora que su culpa hace pequeña qualquier venganza; y pues la guerra es remedio de las cosas sin remedio, ¿qué nos falta por hacer despues que la clemencia, ni la amenaza, ni la industria han sido bastantes? Atento podemos considerar el mundo todo á nuestras acciones. ¿Seria buena satisfaccion para los extraños ver que los Españoles, que así han sabido superar á los otros, no tengan brio para moderarse á sí mismos? Decis que os temeis del ruin exemplar en la futura desdicha, ¿.y no quereis temeros de ese mismo en la libertad presente? Si esta gente, roto tantas veces el freno de la obediencia, discurriese libre y sin castigo, esto fuera mostrarles á los otros qual era el camino de la rebelion por el qual no hubiera nacion tan cobarde que no probase á repetir las venturosas huellas. Si el error no tuviera otra pena que haber obrado mal, solo los justos llegarian á temer las obras ruines; empero para que malos y buenos teman el delito, ordenó la providencia del derecho, que la pena siga á la culpa como infalible conseqüencia: por eso el suplicio se executa en lugar público, porque llegue el escarmiento donde llegó el escándalo. ¿Qué tales quedaran los ánimos de nuestros enemigos, habiendo visto Cataluña como plaza de nuestras injurias, robos, muertes ó incendios, sin que de otra parte miren tambien los azotes y los castigos? De gran consuelo (sin duda) les habria de ser, si los consideran como floxedad; de gran ánimo (por cierto) si lo juzgan como cobardia. Yo lo entiendo así de estos mismos Catalanes, que ellos jamas habrán esperado tanto de su furia, como nuestra detencion les ha ofrecido. Aprendamos siquiera de ellos, que para acomodar sus cosas injustas, es fama que se previniéron primero de la potencia; tal debe ser nuestra resolucion. Empuñe, su Magestad la espada ó por ella su exército. Así les oiga, si aun se sirve de oirles: así les responda, si aun se sirve de responderles. Vana es sin duda la magestad sin el poder: el que quiere ser estimado, muéstrese poderoso: salga nuestro rey, si conviene; empero salga acompañado de famosos esquadrones de antiguos capitanes. No ha de salir el César sino para triunfar, ni ha de llevar la victoria dependiente del arrepentimiento ageno: en sí mismo, en su justicia, en su poder ha de fundar la esperanza del vencimiento, no en la cortesia de sus enemigos: mande tocar sus caxas, enarbole sus banderas, y los que oyeron los clamores de los miserables, escuchen ahora los ecos de los clarines vengativos. Vean los Españoles que tienen príncipe que así sabe volver por los afligidos, y las provincias de Europa, que tenemos rey que no tarda mas en abrazar las ocasiones de valor, que lo que tardan ellas en ofrecérsele delante.

69. Al silencio del Cardenal sucedió un lento y misterioso ruido entre los circunstantes, porque si bien los mas, advertidos del semblante del valido, estaban dispuestos á convenir con su sentimiento, todavia no acababan algunos de entregarse á sus razones, detenidos de su propio dictamen y acordados de la eficacia. del Oñate. Pareciole al Conde interponer su autoridad ántes que se esforzase la duda, y en pocas razones dixo.

70. Que á él no le quedaba que decir en aquella materia, que sentir sí, mucho; porque aunque su vida fuese larguísima (que no podria ser atropellada de tantos sentimientos), no acabaria de llorar ver en sus dias una desdicha tan grande, de la qual no se hallaria en las historias exemplar antiguo ni moderno, que se ajustase con aquel caso tan desmerecido de parte del rey y de sus ministros: que podria contarse (mas que mejor era no contarse) como rarísimo á todo el mundo, que pocos hombres viles y desarmados perturbasen su república llena de varones y de nobleza, hacer cuerpo y amotinarse, poniendo las manos en lo mas soberano de su gobierno natural, y obligasen despues la gente escogida y atenta á imitar y favorecer sus desaciertos: que en los negocios de aquella calidad en otras partes suelen muchos nobles, ó á veces pocos, llevar tras sí la plebe; pero que aquí la nobleza habia servido á la villanía: y que en fin se resolviesen á pretender capitular con su rey, que tantas veces le despreciasen el perdon, forzándole á derramar sangre de vasallos, y poner nota en la antigua fidelidad de los suyos. Que una hora mas de disimulacion no era posible ni conveniente: que los cuidados de afuera obligaban á no dexar aquella obra imperfecta; ántes ponerla en toda quietud y olvido, porque los intentos mayores del Monarca pudiesen lograrse el año siguiente, pues con la alteracion de aquella provincia se habian tambien alterado tantas diversiones provechosas, que á Flándes é Italia estaban apercibidas: que ya era tiempo de mostrarles á los Catalanes el camino de su perdicion: que el rey no debia castigar tanto aquella nacion por remediar su culpa, quanto por excusar con aquel espanto la ruina de otras: que á Dios llamaba por testigo, de que á costa de su sangre propia tomara excusar el menor derramamiento ó venganza, que ya parecia inexcusable: que interiormente lloraba de que en su tiempo hubiese podido tanto la malicia, que osase á obscurecer las luces de la verdad y justificacion del rey, suya y de sus ministros. Que él esperaba en el suceso, mostrase á los venideros de que parte estaba la razon. Que esto así venia á tocar en desdicha mas que en demérito; que era solo lo que podia darle consuelo en aquella afliccion: que le parecia que el castigo se ordenase luego, y que sobre todo seguia el parecer de los mas.

71. No aguardaban los presentes otra diligencia ó discurso, que el breve razonamiento del Conde para ajustarse todos en un solo pensamiento, y de la misma suerte que sucede baxo la Equinocial levantarse poderosos nublados en partes opuestas, hasta que de otro lugar comienza á soplar y prevalecer el viento que los humilla á todos, así la voz del Conde abatió las diferencias de estos y aquellos, recogiendo sus opiniones á su parecer solo, con indubitable aplauso de los circunstantes.

72. Resolviéron que el rey debia salir de Madrid, con pretexto de hacer Córtes á la Corona aragonesa: que se publicase queria dar consuelo y satisfaccion á aquellos vasallos, ayudando juntamente la restitucion de la justicia y castigo de los perturbadores del bien de Cataluña: que como al rey era indecente pedir lo que podia mandar, llevase delante su exército, el mas copioso que pudiese juntarse: que ajustadas las cosas del principado por manos del temor (como esperaban), se podia despues emplear en las fronteras de Francia cogiendo la ocasion que en la primavera se habia perdido: que si los Catalanes se pusiesen en defensa, no faltaria que hacer en su daño y castigo, acabando de una vez con el orgullo y libertad de aquella nacion: que estando formado el exército, se le ordenase al gobernador de las armas de Rosellon tentase á los paisanos hasta descubrir sus intentos: que para que el rey pudiese salir la primera vez, como convenia á su autoridad y al negocio que empezaba, llamase al punto las partes de exército que se hallaban en las provincias de Guipuzcoa, Álava y tierra de Cámpos; reliquias de los soldados vencedores de Fuente Rabia: que se sacasen todos los tercios, compañias y capitanes de los presidios de España, particularmente de Portugal, Galicia y Aragon con todos los Oficiales entretenidos y personas de puesto: que se publicasen bandos, para que los hombres que alguna vez hubiesen recibido sueldo real, acudiesen á servir: que se despachasen decretos á los consejos y tribunales, no admitiesen memorial ninguno de soldado: que se hiciese lista de los que se hallaban en la corte, y fuesen echados violentamente por las justicias, en caso que ellos dudasen obedecer los bandos: que los seis mil hombres que se habian repartido á los señores de Portugal, fuesen pedidos luego, y los traxesen indispensablemente: que de las milicias de Castilla, Leon, Andalucía, Extremadura, Granada y Murcia se entresacasen las dos de cinco partes: que se llamasen de Navarra dos de los quatro tercios en que se divide: que se pidiese gente voluntaria á Aragon y Valencia: que pasasen á España el tercio de Mallorca con su Virey y nobleza: que á las levas de asientos hechas por todos los distritos, tratasen de acabarlas con suma brevedad: que toda la caballería derrotada de Cataluña, y la que se hallaba en las provincias, se juntase luego: que los ginetes de la costa fuesen tambien á incorporarse con ella: que las guardias viejas de Castilla se remontasen, y marchasen las que se habian excusado los años ántes: que se avisase al capitan de los Continuos estuviese pronto, y los suyos para campear: que la caballería de las Órdenes militares, pedida para la guerra de Francia, se obligase á salir, usando para ello de qualquier medio: que la otra repartida á los tribunales, se les pidiese con vivísima instancia: que marchase alguna parte de la artillería, que se hallaba en el castillo de Pamplona: que la que estaba en Segovia saliese tambien: que el Marques de las Navas diese Las piezas que tenia en aquella villa, para juntarse con las de Segovia: que toda la gente de guerra, así infantes como caballos, entrase en Aragon y parte de Valencia, haciendo frente á Cataluña, aquartelada por las riberas del Ebro hácia la mar: que se nombrase por plaza de armas general á Zaragoza: que las galeras de España acudiesen á Vinaroz para dar calor el exército, y los vergantines de Mallorca para servir al manejo de los víveres: que el tren y los oficiales de sueldo acudiesen á Aragon á esperar la formacion del exército: que alli podria ir á tomar su gobierno la persona á quien el rey lo encargase.

73. Esta fué la resolucion de aquella gran junta y de aquella gran cosa, medida casi por las mismas pasiones y respetos, con que se trataban los negocios humildes. Por infalible se puede contar la perdicion del reyno, donde los negocios se han de acomodar al ánimo del que manda, habiendo siempre el ánimo de acomodarse á ellos. Llaman traycion á aquel delito que se encamina al daño particular del príncipe ó del estado, y no llaman traydor á aquel hombre que por sus respetos descamina el príncipe, y pone el estado á peligro.


 
 
FIN DEL LIBRO II
 
 



ArribaAbajo

Libro III

Sumario

Elección de General del exército del rey Católico. Exmen de los sugetos suficientes. Junta de la generalidad en Barcelona. Ventílase de la paz ó defensa. Llámanse los Títulos catalanes. Embaxada y rehenes á Francia. Juicios de aquel reyno. Capitulaciones y ajustamiento con el Cristianísimo. Rompe el Garay con hostilidad en Rosellon. Sucesos de sus armas. Redúcese Tortosa. Ocúpanla los Reales. Entra en ella el Marques de los Velez. Jura de Virey del principado.


1. Resuelta la guerra, lo que daba mayor cuidado á los ministros Reales, era la eleccion de persona que debia gobernar las armas, porque siendo la ocasion tan grande (ó mayor) que las antiguas de España, no alcanzó aquella suerte que las pasadas, en haber de concurrir con ella los famosos hombres, de que su nacion fué tan abundante: todavia se nombraban algunos sugetos dignos de gran confianza, particularmente quatro, que entre todos, segun el discurso comun, merecian sobre los mas el cuidado de aquel gran negocio. Era el primero el Marques Espínola, en quien se hallaban muchas calidades de capitan; pero como aun entónces no se habia perdido la esperanza de algun ajustamiento, pareció que por sus manos se dificultaba toda concordia, por ser el Marques á los Catalanes (desde la guerra de Sálses) en todo extremo aborrecible. Créese que el mismo Espínola temeroso de que la empresa parase en su poder, acordaba diestramente sus inhabilidades: otros daban en que no parecia conveniente que Españoles fuesen castigados por el arbitrio de un extrangero, que el padre enmienda y disciplina sin injuria al hijo inquieto, no le manda corregir por el esclavo ó criado. Muchos salian á contradecir la eleccion del Espínola, y ninguno la deseaba ménos que el Espínola.

2. El Almirante de Castilla era despues de este aquel donde luego se encaminaban los ojos, y muchos le anteponian al primero. Era el Almirante hombre con principios de grande, y en sangre y ánimo asaz ilustre, amado sobre los mas de su órden: habia vencido tantas veces como peleado: fueron pocas sus victorias, porque lo fueron sus ocasiones; mas como la grandeza de los validos se desplace naturalmente de aquellos que por algun otro medio suben á la eminencia de la autoridad, no le pareció al Conde conveniente darle nueva materia para añadir á su buena fama otros aplausos. Así con algun honesto desvio no fué dificultoso apartarle de la consideracion de los que lo deseaban; y á la verdad, medida su suficiencia con el valor de la empresa, no eran iguales.

3. Creyéron algunos que le lisonjeaban en proponerle á D. Francisco de Acevedo y Zúñiga, Conde de Monterrey, que poco ántes habia gobernado á Nápoles con mas dicha que providencia. Servia entónces el cargo de Presidente de Italia, sobre Consejero de Estado de España, en mediano aplauso de los políticos: era su primo y su cuñado dos veces del Conde; pero como no es cierto que la naturaleza ate siempre los ánimos de los hombres con los vínculos de la sangre, trayéndoles á unas mismas inclinaciones, hacian en los dos (el uno muy severo, el otro muy festivo) ántes disonancia que armonia. Era este (segun fama) el que ménos adoraba la magestad de aquel: subido ya á gran estado, y sin hijos á quienes desease buenas correspondencias, así como no miraba á la esperanza, solo atendia á gozar lo que habia alcanzado de su fortuna. Tampoco el Conde Duque quiso fiar al descuello y capricho del cuñado cosas tan grandes, porque quanto era mas suyo, temia mas que en los otros el yerro contingente: pretendia poner en aquel lugar un tal sugeto, que siendo la eleccion solo suya, fuesen los peligros agenos. Con esto fué forzoso pasar con el discurso á buscar otro.

4. Hallábase á esta sazon en la corte el Marques de los Velez, Adelantado mayor del reyno de Murcia, hijo y nieto de ministros, biznieto de grandes capitanes, hombre en quien la naturaleza anticipó la cordura á las experiencias: ornó la juventud con el consulado, siendo Virey tres veces y tres General en Valencia, Aragon y Navarra, de cuyo gobierno militar y civil, aun no despedido, asistia en la corte reputado por digno de mayores empleos. No desayudaba al Marques su fortuna (aunque naturalmente modesto), porque tambien idolatraba aquella admirable estatua de la soberanía; pero con tales modos y afectos, que en los ojos del mundo pareciese su devocion mas atenta al conservar que al crecer. Habíale alabado el Conde públicamente en otras ocasiones, y acordados de aquella alabanza mas que de sus méritos, acudiéron todos con la memoria á su persona; este fué el primer motivo para nombrarle: despues viéndole bien recibido, fueron con ingenio arrimándole otras consideraciones de gran peso, que todas le hacian asaz á propósito para el mando: como era ser descendiente y heredero de la casa del Comendador Mayor D. Luis de Requesens, estimado por hijo en Cataluña: conservar en aquella provincia deudo, amistad y alianza con muchas casas ilustres, por el estado de Martorell que poseía: haber gobernado reynos muy parecidos en leyes y costumbres á los Catalanes; y principalmente la buena fama con que lo trataban las tres naciones vecinas.

5. Executóse lo propuesto, habiéndosele encargado el manejo de aquellos negocios con segundo título de Virey de Aragon, y General del exército que en él se formase, y por acomodarle en sus conveniencias, le fué hecha merced de la plaza de Mayordomo mayor del Infante D. Fernando con el puesto de Capitan general del mar de Flándes, y una de las mas gruesas encomiendas de Castilla, sin el sueldo de mil y quinientos escudos cada mes.

6. Aceptólo con satisfaccion el Velez, porque se hallaba igualmente engañado que los otros ministros en aquel negocio no llegó jamas á creer que los Catalanes se sustentasen en su entereza, y como juzgaba contingente la necesidad de las armas, no se excusó la alegría de habérselas confiado su Señor; considerábase igual con la dicha de algunos, que sin lidiar triunfan. Esta imaginacion le hizo ligero aquel peso, que poco despues le cargó tanto, que le puso en aprieto de dexar la reputacion ó el mando.

7. Buena ocasion nos daria este suceso para avisar á las ambiciones de algunos, que procuran los puestos y lugares que no merecen, si el oficio de historiador fuese tanto moralizar, como decir. La historia aconseja y reprehende sin mas razones que los mismos casos: aquí entra la enseñanza por el entendimiento, no por los oidos: note cada qual en las acciones agenas su aprevechamiento. Es la experiencia estudio de brutos: para el hombre cuerdo debe bastar el aviso de lo que sucedió á otro; no es menester que le busque por el mismo daño. El Velez engañado de sí propio, pagó despues (no sin injuria) la facilidad con que discurrió al principio. Ningun sabio debe asentar sus discursos sobre materias inciertas, pues por firmes que las considere, si profiriendo la esperanza de mas dichosos fines, camina á la felicidad, temblando ó mudándose despues los cimientos de las cosas á la violencia de accidentes imperceptibles, viene á hallarse sepultado él y sus pensamientos entre las ruinas de su edificio.

8. Mientras en Castilla se procedia en consejos, tratados y expedientes, no descansaban tambien los Catalanes de disponer lo necesario. Luego que faltó el de Cardona á su gobierno, quisiéron juntarse para dar forma á su república, porque si bien les imperios se conservan por aquellos mismos medios que se han adquirido, no es así todavia en aquellos, donde el movimiento comun de las gentes se aparta de un cetro por seguir á otro; porque el furor y union de los muchos (raras veces constante) siendo acomodado á la naturaleza del emprender, no alcanza la virtud del conservar: lo uno se puede conseguir con la fuerza, y lo otro no se halla sino en la templanza.

9. Esta mxima de estado, siendo bien entendida por los Catalanes, los obligó á poner luego las manos y entendimiento en buscar los modos de su conservacion. Pareció lo primero, debian convocar generalmente sus estamentos, y los llamáron por aquella autoridad que les daba la ocasion, y alguna que ellos creían, se les derivaba de sus propios oficios en defecto de los lugartenientes de su príncipe. Llamáron por su antigua forma todos aquellos que tenian voto en la congregacion, no olvidando (artificiosamente) los mismos de quienes esperaban, no obedecerian por los intereses del rey. Escribiéron cartas al nuevo Duque de Cardona, á los Marqueses de Aytona y de los Velez, al Conde de Santa Coloma (hijo del difunto) y á todos quantos Señores castellanos y extrangeros tenian en el principado estados ó baronías: llámaron á los obispos y prelados: á todos los ministros y tribunales, sin reservar al Santo Oficio: declaraban á todos el aprieto de su patria, la comun miseria de su república, su justificacion, el enojo de su rey y la indignacion de sus ministros: decian de las prevenciones de Castilla, encaminadas á su destruccion: pedíanles viniesen á aconsejar, ayudar y advertir.

10. Algunos de los llamados ofrecian sus excusas, temerosos de hallarse en obra de tanto peligro; porque como en las monarquías es cierto, que el bien y conservacion de cada qual se incluye naturalmente en el cuidado del príncipe, aquel ofende su providencia, que por sí solo, 6 con sus iguales, ó por sus medios pretende juntarse para tratar de su remedio.

11. Este mismo rezelo de algunos particulares obligo á la diputacion á reescribirlos, usando todo el poder de madre y Señora del estado político: quitóles la duda, satisfizo á su temor, dióles término y dia señalado, y envolviendo amenazas entre lástimas, así como les aseguraba del peligro quanto al enojo del rey, prometia severos castigos á los desobedientes á su autoridad. Pudo esta diligencia vencer la cautela y temor en los mas prudentes y respetosos, así faltando pocos, formáron la congregacion en su antigua forma.

12. Cierto podemos afirmar que su intencion de los Catalanes no fué otra, que juntarse para discurrir sobre los medios acomodados á su estado, porque verdaderamente ellos amaban la persona del rey Católico; empero aborrecidos y temerosos de sus dos ministros Conde y protonotario, de tal suerte deseaban el servicio del rey, que si el Principado pudiese hallar venganza contra los dos, ó por lo ménos quietud sin ellos, fácilmente se dispondria á vivir obediente; mas no con tal obligacion y apremio que se reduxesen al gobierno pasado, habiendo de quedar sus cosas en poder de los dos acusados. Hacian estas consideraciones, porque pesado el odio que tenian al Conde y su protonotario, con la aficion que no negaban al rey, aquel era sin comparacion superior á esotra y de fundamentos mas fuertes, siendo constante entre todos que por manos y consejo de aquellos ministros habian recibido muchos agravios; mas por las del príncipe ningun beneficio. Y como lo uno se fundaba en sus intereses, y lo otro no era mas de una obediencia á la virtuosa costumbre que nos obliga á amar á los mayores, ninguna vez se oponian entre sí las dos causas, que no quedase victoriosa la segunda, y esta no llevase tras sí las acciones que estaban dedicadas á la primera. Juntáronse en fin, sus Córtes en Barcelona, precediendo en todo el consistorio de la diputacion.

13. Es entre los Catalanes diputacion general el supremo magistrado, que representa la union y libertad pública, como ya entre los Romanos sus Cónsules ántes del imperio, y despues del imperio, sus Senadores ó Conscriptos. En varias provincias de España se gobiernan á este modo: en algunas se llama cabildo, en otras cámara y en otras ayuntamiento: esto mismo vienen á ser los Esclaviros en Flándes, en Holanda los Burgomestres y en Milan los Senadores: lo mas en Italia algo se desvia de esta forma (no hablo de las repúblicas.) Asiste la diputacion general en Barcelona, metropoli del principado: consta de tres diputados (como hemos dicho)que nombran cada año por eleccion comun el dia de San Andres: es cada qual voz de su Estado, y ellos tres Sagrado, Militar y Real; y en cada uno concurren los votos de la gente de su órden, que escogiendo por suerte aquellos que deben ser nombrados, van apurando sus nóminas de los números mayores á los menores, hasta que aquellos pocos electos por la comunidad, eligen aquel uno que los significa todos: sagrado es la iglesia, militar la nobleza, real la plebe.

14. Á estos tres se juntan otros tantos jueces, hombres de profesion jurisprudentes, cuya dignidad no como los diputados es anual, ántes dura hasta otra promocion: asiste cada qual al diputado de su estamento, habiendo en los jueces tambien la misma diferencia de órdenes sino en la calidad, en el oficio y negocios, porque aunque juntos en la diputacion mandan en todo, todavia ellos por sí solos no se entremeten en mas de las cosas de su Estado.

15. Esta diputacion (llamada general) no solo gobierna en la ciudad superiormente; empero se extiende quanto se dilatan sus provincias: todas las villas y ciudades tienen de esta suerte gobierno natural, que representa el cuerpo de solo su pueblo, como la diputacion representa el de toda la provincia: en unas los llaman cónsules, en otras procuradores, en otras jurados; mas en todas viene á ser igual su autoridad y casi conforme su hábito, que se mejora ó humilla segun el caudal de cada pueblo. Vístense ropas largas, dichas gramallas, coloradas, de paño ó seda, de extrañísima hechura: de ordinario son de damasco, sus orlas de terciopelo y sobre ellas una faxa de lo mismo; esta viene á ser el propio hábito, porque sin él no pueden entrar en su magistrado, y con él se suplen la falta de la ropa. Usan la gorra y cuello español, y en sus acompañamientos públicos se sirven de mulas mas que de caballos, llevándolas pomposamente aderezadas: traen delante sus porteros y maceros, como los Ediles ó Tribunos de los Romanos, significando la gran autoridad de su oficio.

16. Todos los pueblos y su gobierno guardan entre sí la propia correspondencia con el magistrado de su provincia (superior á toda ella), que este tiene y guarda con la diputacion general, donde todos se unen conformemente por sus procuradores. Este es el modo porque se gobierna en sus cosas públicas, y por el mismo se distribuyen los servicios y contribuciones de todo el principado: se administran todas las rentas comunes, aquellas cuyos efectos se disponen en propio beneficio de la provincia, sin intervencion alguna del príncipe.

17. Era á este tiempo diputado eclesiástico Pau Claris, canónigo de la iglesia de Urgel; militar Francisco de Tamarit, caballero de Barcelona; real Josef Miguel Quintana, ciudadano. Jueces Jayme Ferran, Rafael Antic y Rafael Cerdá: los conselleres de Barcelona Luis de Caldés doncell, Antic Saleta y Morgades, Josef Massana, ciudadanos; Pedro Juan Gyrau y Antonio Carreras, oficiales; y porque en muchas partes habrémos de nombrarlos, entónces darémos razon de sus inclinaciones segun nuestra costumbre, quando los acontecimientos nos den ocasion de hacer juicio de sus espíritus.

18. En los casos de suma importancia forman otro consejo que llaman Sabio: consta de cien personas diferentes, incluyendo en ellas todos los ministros, todos los estados y calidades de la república. Este es por mayor su gobierno natural, de que me pareció, debia dar esta breve noticia por satisfacer la curiosidad ó duda del que llegare á leer.

19. Juntos los Catalanes en sus Córtes, entónces se comenzó á tratar generalmente del miserable estado de su patria, diciendo que sobre verse ofendida de un mal interior, que como veneno implacable abrasaba sus entrañas, la volvian á ver amenazada de otro mayor accidente, á cuyas manos sin falta acabaria la salud pública: que tanto era mayor el trabajo, quantas mas fuerzas añadia al primero. Escogian otra vez las memorias de obligaciones y de lástimas pasadas; volvian á contar los robos, los incendios, los estupros y los adulterios: aquel parecia mas zeloso del bien público, que los afligia con la recordacion de mas horrendos sacrilegios y alevosias: habláron de su gran justificacion, de la piedad de su causa, del socorro que podian esperar de Dios, siendo su desagravio su mayor motivo: no olvidáron la industria con que los ministros contrarios de su quietud desviaban los remedios que en la clemencia de su rey podian prometerse, y aun sobre la persona del mismo príncipe hacian juicio, diciendo: ¿qué les importaba fuese su corazon lleno de piedad, sino vivia con su propio espíritu, sino con aquel de los que amaba? Que la bondad en los príncipes sino se exercita, es como las riquezas del fondo del mar, que aunque es cierto que las hay, no aprovechan á ninguno: que las virtudes que están ahogadas de la omision ó pereza, son como prisioneras del vicio, y ántes son dignas de lástima que de loa: que el príncipe no cumple con poseer las buenas costumbres de hombre, si no las acompaña con el valor de príncipe: que aquel rey, sin duda, reprueba la eleccion que Dios hizo en su persona á la dignidad Real, quando pone su mismo oficio en manos de otro, pues al sumo Poder tan fácil fuera hacer rey al valido como al Señor, y él deshace en sí propio la obra de la Sabiduría: en fin que del natural de su monarca no habia que esperar accion alguna, quando su bien estaba opuesto á la voluntad de sus favorecidos.

20. Por aquí caminaban á la mayor desesperacion: alentábanse con lo que se prometian seguro en Francia y aun en otras naciones: en esto que creian, ó mostraban creer, fundaban vanamente todas las esperanzas de su remedio. Lleva el apetito de ordinario, los hombres á grandes peligros, y aun no contento de llevarlos hacia el trance, tambien allí acostumbra deslumbrarlos, haciéndolos creer fácilmente, y obligándolos á usar de medios incapaces ó ilícitos: donde viene que yerran lo que podian enmendar (quizá con el sufrimiento), porque el vivísimo deseo de salir del aprieto no dá lugar á que exminen, si son ó no son justos, ó posibles los remedios y las esperanzas que se les ofrecen delante.

21. De otra parte, les parecia la guerra inexcusable, segun juzgaban por las deliberaciones del rey, de que recibian continuados avisos: cada dia llegaban nuevas de las grandes prevenciones que se hacian contra su provincia.

22. No se olvidaban tambien en la propuesta á los Estados de pedir se les buscasen algunos medios suficientes, para poder alcanzar la paz que habian perdido, la restauracion de la justicia que se habia estragado, el desenojo del rey que los amenazaba, la satisfaccion de los pueblos quejosos, la seguridad de la mayor parte de los hombres, á quienes habia tocado la inquietud.

23. En estas y semejantes razones se incluia toda la propuesta de los Catalanes en su congregacion: duráron las juntas muchos dias, recusando algunos pareceres y escogiendo otros, y despues dexando estos escogidos, y volviendo á platicar los mismos que poco ántes habian reprobado, ú otros introducidos nuevamente, porque todos los caminos por donde se salia el discurso, paraban en confusion y desconsuelo.

24. Despues, volviendo á juntarse á la última accion (quando parece que ya los ánimos estaban firmes y resueltos en un pensamiento), comenzáron su nueva plática; votando mas regularmente que hasta entónces, desengañados de que por el modo de conferencia no podrian conseguir la resolucion. Este es vicio comun en los grandes concursos, donde siempre se hallan hombres que ambiciosos del aplauso, aun mas que del acierto, ó con exquisitas palabras (misteriosas á los ignorantes), ó con demostraciones de afecto persuaden ó turban la gente fácil, hasta traer algunos á la idolatría de sus vanidades.

25. Habíase discurrido indiferentemente en todos los circunstantes sobre la proposicion de los diputados: la mayor parte de los votos, con poca variedad de razones, se inclinaba á la defensa de las armas. Si alguno añadia, no era sino circunstancias de dolor á la causa pública, si otro moderaba en algo el sentimiento anterior, en vano persuadia.

26. Llegó entónces la ocasion de hablar á Monseñor Juan, obispo de Urgel, hombre que nació mas felizmente de la virtud que de la naturaleza, letrado de opinion entre los suyos, práctico en los negocios de la Córte Romana, donde ocupó la plaza de Auditor de Rota, y de presente la de Canciller de Cataluña: interrumpió el silencio, y (segun de su boca le escuchamos despues) habló en este sentido.

27. Por cierto, Señores compañeros y hermanos mios, yo no puedo negar que empiezo á hablaros lleno de espanto y desconsuelo, considerando que siendo ya de los últimos votos en esta junta, habeis pasado por la razon, sin que ninguno de vosotros la haya conocido. Violentamente me sacasteis de mi iglesia, para que os acompañase en esta congregacion, yo me llamara mil veces mal afortunado, si mi resistencia me hubiese valido; tanto estimo ahora el servicio que puedo haceros, hablandoos como se debe. Casi os estoy viendo todos cubiertos de la sombra de vuestra pasion: esto me pone en temor de vuestro descamino, y esto mismo me obliga á que os dé voces, que os avisen del precipicio. Véome igual á vosotros en la naturaleza, superior á algunos en la fortuna, y á mis méritos primero, á aquellas obligaciones antiguas de la sangre y de la patria se añaden estas del premio que entre vosotros he hallado contra el uso de los tiempos: no sabré determinarme en quales son mayores; sé por lo ménos que todas son amables. Ya digo, Señores, mi patria afligida, mi estado exnto de ficcion, mi experiencia provecta de algunas observaciones, mi edad incapaz de toda esperanza, y por eso mas acomodada al desengaño, todo junto me hace cargo para que yo os sea constante compañero y consejero fiel. Veo que constantemente entendeis todos, que para reparar las miserias e infortunios que hoy padecemos, originadas de la insolencia de los soldados forasteros, conviene tomar las armas en defensa de los naturales y de los famosos privilegios que nos han dexado nuestros antecesores. Primeramente: yo no puedo negar que vuestra causa es justísima: confieso el peso que ha cabido sobre nuestra república: tambien yo he oido muchas veces las lástimas y quejas de nuestros patricios: tambien conozco la libertad de las legiones, pero, ¿porqué razon no probarémos primero otros remedios mas suaves y proporcionados, que ese que determinais tan violento, y de que podeis usar á qualquier hora? No es el cauterío ó la lanceta la primer cura de la apostema, ántes que esta instituyó la medicina los que llama madurativos, y muchos males rebeldes á la dureza del acero, obedeciéron á la facilidad de los polvos. Pretendeis vengar vuestra patria de la insolencia de los soldados, Quiñónes y ¿quereis poblarla de nuevo de otros tantos? ¿Quién os ha de vengar á vosotros de estos segundos? La soberbia de estas gentes no consiste en su nacion, sino en su oficio: no son estos insolentes, porque son Castellanos (tales han sido ya Romanos y Grïegos), muchos hay y de varias naciones y todos se conforman en las costumbres licenciosas; luego no es mal fundado el rezelo, de que los mismos Catalanes que habeis de ocupar en este exercicio, os salgan tan molestos á la república, como los Castellanos, que no podeis sufrir. Ya veréis ahora en vuestra necesidad vuestro peligro, pues no es tan suave el natural de los nuestros, que no nos dé mucho que temer de su orgullo. Vamos á los extrangeros: ¿quales han de ser estos? No hay en España nacion que no sea parcial, y apénas hay provincia en Europa, donde, no llegue, ó el imperio, ó el respeto del que tenemos por Señor. Francia entre todas animará vuestra flaqueza; muchos dias ha que triunfa: eso que á vosotros os puede alentar, á mí me desanima; si la fortuna no ha mudado sus antiguas costumbres, ya la podemos contar en las horas de su declinacion; pero yo no quiero valerme de este accidente: decidme ¿qué certeza tendréis que aquellos contra quien ayer os armasteis, se querrán armar hoy por vuestra defensa? Y quando sea cierto que os ayuden, ¿con qué gravámenes os enviarán ese socorro? ¿Quando llegará? ¿Y quál será? ¿Y qué podréis vosotros obrar sin él? La nacion francesa, así como ninguno le ha negado el valor, dexa de confesar su inconstancia: ¿seria por ventura conveniente que una vez empeñados en la guerra y declarados contra vuestro rey, os faltasen sus asistencias? Mirad bien á que cosa os ofreceis, y como por cuenta de vuestro juicio corre el peligro comun: en vuestras voluntades están las de todo el pueblo: ¡oh! no se corrompa su inocencia en vuestra pasion. Mas quando todo suceda prósperamente, ¿qué es lo que determinais? Si pretendeis quedar libre república, claro está, es imposible en medio de dos monarcas tan grandes, como se dice de aquel miserable pez, que deseando volar, ó le traga una ballena, ó le despedaza una águila. Si pretendeis nuevo príncipe, ¿quál hay entre vosotros mas digno de imperio? Si le quereis extraño ¿porqué le esperais propicio? Decis que la libertad de vuestros fueros os permite tomar las armas por defensa de ella; todavía á vista de una demostracion tan contraria al uso de las gentes, ¿cómo os podréis excusar de ingratísimos, viendo que os quereis vengar de la misma magnificencia? Yo no me atrevo á afirmar que os sea ilícito; empero pregunto, si os es conveniente. Lícito es al ciudadano el pasearse en la dorada carroza; pero si esa excusada pompa le traxese á un costoso empeño, no te excusaria la justificacion de la imprudencia. Dos cosas son precisamente necesarias al que emprende la guerra: la primera es conocerse, la segunda conocer á su contrario. Cotejad ahora brevemente esta diferencia: quien somos Señores,y contra quien nos armamos. ¿Quién como cada qual de los presentes conoce el asiento de nuestra region ocasionada por mar y tierra á invasiones, que quizá para templarnos nos puso así naturaleza? ¿Quién mejor que vosotros ha tocado la tenue de vuestros caudales? La moderacion, no la prosperidad nos hace ricos: vuestra prudencia son vuestras minas: ¿no véis hasta donde se extienden los términos de nuestra república? ¿Dónde están los comercios? ¿Dónde los tratos y navegaciones? (Estos son los nervios que manejan la potencia del imperio) ¿hácia que parte son vuestras conquistas? (ahora digo, lo pasado no nos hace mas que envidia, ó por ventura cargo de que lo olvidémos) ¿Quáles son los famosos capitanes que han de gobernar vuestras huestes? No dudo yo que la sangre de los ilustres que nos acompañan, rehusará qualquier peligro en obsequio de la patria; empero es menester que sepais, que entre el valor y la ciencia hay grande desproporcion. ¿Cómo se llama el puerto en que asisten vuestras armadas para guardar vuestras costas? ¿En qué campañas se apacientan los briosos ginetes de que habeis de formar vuestros batallones? ¿Quiénes son entre vosotros los industriosos ingenieros, que han de delinear vuestros fuertes? ¿Pues, si yo que soy un humilde é ignorante hombre, á solo la luz de la razon hallo tan fallidos vuestros designios, quántas mas faltas podrá descubrirles la consideracion de los varones prácticos en la guerra, quales debian ser aquellos que os aconsejasen? Mirad, Señores, atentamente donde os lleva vuestro enojo; y pues os habeis visto, volved ahora los ojos al que quereis tener por enemigo. Felipe Quarto se llama rey de las Españas, y le podrémos llamar mayorazgo de las riquezas del mundo: pocos son aquellos que le ignoran el nombre y la grandeza: ¿Qué gentes se moverán contra vosotros á la muda voz de un despacho suyo? ¿Qué estudio te costará juntar sus fuerzas contra vuestro atrevimiento? Á porfia se le ofrecerán los vasallos fieles para servir de instrumento á vuestro castigo: ¿qué descomodidad se les seguirá á sus exércitos, en que saque de Flándes, Lombardia, Sicilia y Nápoles algunos famosos tercios de soldados veteranos? ¿Con qué voluntad vendrán estos á libertar y vengar sus hermanos oprimidos de nuestra furia? ¿Qué de capitanes pasearán hoy en su corte, en pretension de que les fie alguna parte de vuestra ruina? Vosotros habeis de rogar á quien os defienda, él ha de ser rogado por los que quieren vengarle: las armadas de uno y otro mar poco trabajo les costará infestar vuestras costas (suyas son todas las fuerzas marítimas de Rosellon.) Quando otros tiempos tuvísteis famosas contiendas con D. Juan el Segundo de Aragon, estaba entónces España repartida en muchos brazos: los mas fuertes ayudaban á levantar al mas débil cuerpo de vuestra república: hallasteis un D. Henríque en Castilla, que os ayudó con socorros; un D. Pedro en Portugal, que se puso en vuestras manos; un Renato en Francia, que tambien no os desdeñó de vasallos, y a todos ofrecísteis nueva servidumbre, que no os salia tan barato el auxílio; ahora está el juego del mundo y de la fortuna armado de otra suerte. Advertid que no perdais de un solo lance la justa libertad que habreis gozado hasta ahora: un solo rey es para la ofensa, y muchos os parecerá para el castigo. Mirad en que paró una ligera inquietud de los Vizcainos el año de treinta y tres; ántes estaban castigados que se entendiese en España la culpa. Volved ahora la vista a los Portugueses que teneis por hermanos, que fácilmente templáron su orgullo á vista de las armas de Mérida, año de treinta siete. Ved los Aragoneses nuestros vecinos y amigos, como se humillan al precepto, despues que D. Alonso de Várgas les hizo besar el látigo: los Valencianos se contentan con solo el nombre de reyno que poseen. Navarra, ni su vecindad y deudo con Francia, ni la antigua contienda de su derecho contaminó su obediencia, ni la movió la guerra, ni la alteró la fatiga. De todos los vasallos nosotros somos los que llevamos menos cargas, ó sea que nuestro apartamiento las desvie, ó que las modere la buena opinion en que estamos de briosos. Rey tenemos, Señores, rey y padre; no solo cristiano sino católico por renombre: quanto es mayor nuestra justicia, así debe crecer nuestra confianza: representémosle postrados nuestra miseria: hable solo nuestra fidelidad: el vasallo ó el siervo que pide inmodestamente, ya lleva la negacion escrita en el descomedimiento. Informémos á nuestro rey con una persona llena de verdad y zelo, desnuda de todos respetos humanos: justifiquemos nuestra causa con Dios, con su Magestad y con las gentes; este es el medio del sosiego de la paz y de la enmienda; entónces podemos esperar el verdadero é infalible socorro del Omnipotente Señor, Rey de los reyes, amparo de los afligidos, Dios de los exércitos. Yo por lo ménos tomando su Divinidad por juez de mis acciones, protexto que siempre os hablaré en este sentido y con este sentimiento.

28. Calló entónces el obispo, y acabó el llanto su razonamiento. La eloqüencia (ordinariamente superior a los ánimos) no dexó de hacer en los presentes algunos interiores efectos: ninguno osó á retractarse, juzgándolo á delito, los mas libres le escucháron con desprecio. Continuóse la materia reiterándose todos en la opinion primera, hasta que hablando los diputados generales Quintana el real en representacion del pueblo, y Tamarit el militar en nombre de la nobleza, dixéron su parecer casi en una misma sentencia, difiriendo tan poco en las palabras como en los afectos.

29. Faltaba solamente por declararse el diputado Claris de superior autoridad entre los tres; no ménos por su dignidad, que por su espíritu atentísimo á las cosas públicas. Era Claris hombre, que habiendo sido ántes olvidado, deseaba de hacerse conocido, sin pesar mucho los medios que se le ofrecerian á la fama: aspiraba al mando, que no pudo conseguir ántes de la inquietud, y despues puso todo su mérito en la libertad, de la que se inculcaba por zeloso. Aborrecia de otros tiempos su obispo, y aunque su sentimiento fuera igual, por solo no convenir en su opinion mudara de ánimo. Habia callado con suma observacion hasta entónces, si bien las demostraciones informaban del fuego que guardaba en el pecho. Suspendióse gran espacio, y revolviendo la vista melancólicamente, pidió atencion con los ojos, y habló así.

30. Nobilísimo y afligidísimo concurso, ni mis lágrimas, ni vuestro dolor dan lugar á que me dilate; mas aun así es la materia tan grave, que no podré ceñirla tan brevemente como deseo, pues el espíritu que mueve mi lengua, todo aquello que tardare en explicarse, le parece que os debe de tiempo en la afanosa execucion que os espera. Habeis oido atentos la plática de ese docto prelado mio, ahora os suplico como particular ciudadano, escucheis mis razones, y como cabeza de vuestra Junta os encargo, exmineis la substancia de estas y aquellas palabras, que yo sé de mi opinion, no tomará fuerzas en mi autoridad para persuadiros, sino en sí mismo. No creo que este varon que escuchásteis, siente con diferencia del consejo que os ofrece: no pienso yo tan impiamente, ni me ajustaré á entender, que el mismo pastor es quien conduce las ovejas á la estacion del lobo; ántes vengo a persuadirme que los hombres criados á la leche de la servidumbre, ignoran del todo aquella bizarria y libertad de ánimo, de que necesita el verdadero repúblico. ¿Por ventura es mas prudente, ó mas templado que todos los que aquí estais? No por cierto, la ventaja que nos lleva, no es otra que haber perdido el sentimiento de puro exercitada la paciencia en otros oprobios, pues ¿cómo, Nobilísimos Catalanes, quereis vosotros regular vuestras acciones por la pauta de las humildades, ó lisonjas de un hombre antiguo cortesano? Está Cataluña esclava de insolentes, nuestros pueblos como anfiteatros de sus espectáculos, nuestras haciendas despojo de su ambicion, nuestros edificios materia de su ira, los caminos ya seguros por la industria de nuestras justicias, ahora se hallan nuevamente infestados, las casas de los nob1es les sirven de fáciles hosterias, sus techos deoro y preciosas pinturas arden lastimosamente en sus hogueras; mas ¿cómo tratarán con reverencia los palacios, los que no se desdeñan de ser incendiarios de los templos? ¿Pues á vista de todas estas lástimas hay quien pretenda ahora persuadirnos espacios, negociaciones y mansedumbres? Verdaderamente el que corrige el fuego con delicadas varas, ántes le ayuda que le castiga. Divina cosa es la clemencia; pero en las materias de la honra de su casa, el mismo Cristo nos enseña á desceñirse el cordel contra sus enemigos hasta arrojarlos de ella. Dice que usemos de medios suaves, esto es sin duda acusar nuestra justificacion. ¿Quánto ha Señores que padecemos? Desde el año de veinte y seis está nuestra provincia sirviendo de quartel de soldados: pensamos que el de treinta y dos con la presencia de nuestro Príncipe se mejorasen las cosas, y nos ha dexado en mayor confusion y tristeza; suspensa la república, é imperfectas las Córtes. Ya los medios suaves se acabáron: largos dias rogamos, lloramos y escribimos; pero ni los ruegos halláron clemencia, ni las lágrimas consuelo, ni respuesta las letras. Romper las venas al primer latido de los pulsos, no lo apruebo; con todo mirad, señores, que el mucho disimular con los males es aumentar su malicia, lo que ahora quizá podeis atajar con una demostracion generosa, no remediaréis despues con muchos años de resistencia. Quanto mas se os encarece la piedad de vuestro Príncipe, tanto debemos asegurarnos no castigará la defensa como delito. No porque el águila es la soberana entre las aves, dexó la naturaleza de armar de uñas y pico a los otros páraros inferiores, yo creo que no para que la compitan, mas para que puedan conservarse: los hombres hiciéron á los reyes, que no los reyes á los hombres, los hombres los hiciéron hombres, porque si ellos mismos se hubieran hecho, mas altamente se fabricaran; claro está, pues siendo ellos en fin hombres, hechos por ellos y para ellos, algunos olvidados de su principio y de su fin les parece que con la púrpura se han revestido otra naturaleza. Yo no comprehendo en esta generalidad todos los príncipes, ni propiamente nuestro rey, ántes reconozco en su Real persona virtudes dignas de amor y reverencia; pero séame lícito decir, que para el vasallo aflixido viene á ser lo mismo que el gobierno se extrague por malicia ó ignorancia. Para nosotros, Señores, tales son los efectos, aquí no disputamos de la causa. Pues si vemos que por los modos fáciles caminamos á nuestra perdicion, mudemos la via. Ya no es menester ventilar si debemos defendernos (eso tiene determinado la furia del que viene á buscarnos), sino creer que no solamente es conveniencia temporal, mas ántes obligacion en que la naturaleza nos ha puesto; los medios parece es ahora lo mas difícil de hallarse. Entended Señores, que ninguno topa la perla en la superficie del mar, no falteis vosotros de vuestra parte con la diligencia, que no faltará la fortuna de la suya con la dicha, sino demos con el discurso una brevísima vuelta á los negocios del mundo, y á pocos pasos veréis como no nos podrán faltar ambos y auxiliares. Decidme si es verdad, que en toda España son comunes las fatigas de este imperio, ¿cómo dudaremos que tambien sea comun el desplacer de todas sus provincias? Una debe ser la primera que se queje, y una la primera que rompa los lazos de la esclavitud: á esta seguirán las mas: ¡oh no os excuseis vosotros de la gloria de comenzar primero! Vizcaya y Portugal ya os han hecho señas, no es de creer callen ahora de satisfechos, sino de respetosos; tambien su redencion está á cargo de vuestra osadia: Aragon, Valencia y Navarra bien es verdad que disimulan las voces, mas no los suspiros. Lloran tácitamente su ruina; ¿y quién duda, que quando parece están mas humildes, estén mas cerca de la desesperacion? Castilla soberbia y miserable no logra un pequeño triunfo sin largas opresiones; preguntad á sus moradores si viven envidiosos de la accion que tenemos á nuestra libertad y defensa. Pues si esta consideracion os promete aplauso y alianza de los reynos de España, no tengo por mas difícil la de los auxliares. ¿Dudais del amparo de Francia, siendo cosa indubitable? ¿Decid, de que parte considerais la duda? El pueblo inclinado á vivir exnto, bien favorecerá la opinion que sigue. El rey (cuya fortuna naturalmente se ofende con la grandeza de España) prosiguiendo la guerra comenzada, ¿qué mayor felicidad se le puede entrar por sus puertas, que hallar de par en par las de nuestra provincia á la entrada de Castilla? Si de eso os quereis temer, os anticiparéis el peligro: que observar desordenadamente los accidentes venideros, no es prudencia, bastará conocerlos para remediarlos, sin estorbar con ese rezelo las acciones convenientes. Ingleses, Venecianos y Genoveses solo aman su interes en Castilla: búscanla como puente por donde pasan á sus repúblicas el oro y plata: si sus tesoros tomasen otro camino, en ese mismo dia habrian de cesar su amistad y alianza. Los atentísimos Holandeses no habrán de aborrecer en nosotros el repetir las pisadas, por donde gloriosamente camináron á su libertad, ni nos negarán tampoco las asistencias (si se las pedimos) suministradas estos dias á otras naciones, pues introducida una vez la guerra dentro en España, los socorros de Flándes habrian de ser mas contingentes; lo que todo es favorable á sus designios. Notais nuestra provincia de apretada entro España y Francia, eso es ser ingratos á la naturaleza, á quien debeis la mar en frente, que nos enriquece con puertos, la montaña a las espaldas, que nos asegura con asperezas, pues los dos lados que miran a las dos mayores potencias de Europa, con su oposición nos fortalecen. ¿Qué es lo que os falta, Catalanes, sino la voluntad? ¿No sois vosotros descendientes de aquellos famosos hombres, que despues de haber sido obstáculo á la soberbia romana, fueron tambien azote á la felicidad de los Africanos? ¿No guardáis todavia reliquias de aquella famosa sangre de vuestros antepasados, que vengaran las injurias del imperio oriental, domando la Grecia? ¿Y de los mismos, que despues contra la ingratitud de los Paleólogos, en corto número os dilatasteis á dar leyes segunda vez á Atenas? ¿Quién os ha hecho otros? Yo no lo creo por cierto, sino que sois los mismos, y que no tardaréis mas en parecerlo, que lo que tardare la fortuna en dar justa ocasión á vuestro enojo. ¿Pues qué mas justa la esperais, que redimir vuestra patria? Fuisteis á vengar agravios de extrangeros, ¿y no fuereis para satisfaceros de los propios? Mirad los Cantones de Esguazaron, gente innoble, faltos de policía y religión incierta, ¿cómo dejarán la sombra de la diadema imperial? Mirad como ahora solicitan, ó compran su aplauso los príncipes mayores. Ved los Bátavos ó Provincias unidas sin la justificacion de vuestra causa, como la fortuna les ha dado la mano hasta subirlos en su propio trono. Si no quereis creer ninguno de estos exemplares, y el temor por ventura os fuerza á que os imagineis ménos dichosos, revolved qualquier piedra de esta vuestra ciudad, que cada qual de ellas no se excusará de contaros la famosa resistencia que hizo al sitio de D. Juan el Segundo de Aragon, hasta que capitulando á nuestro arbitrio en los ojos del mundo, él entró como vencido, y nosotros le recibímos como triunfantes. Si os detiene la grandeza del rey Católico, acecaos á ella con la consideracion, y la perderéis el temor: no hay estatua de metales preciosos, á quien el barro no enflaquezca, ni bastan las fatales armas á Achiles, si pisa con planta desarmada. ¿Veis la potencia de vuestro rey quántos años ha que padece? Cierto podemos decir (á vista de sus ruinas) que mejor se medirá su grandeza por lo que ha perdido, que por lo que ha gozado; tanto es lo que cada dia se le vá perdiendo de nuevo. Si quereis plazas, muchas os ofrecerá Flándes y Lombardía, apartadas ya de su obediencia. Si quereis regiones preguntadlo á unas y otras Indias. Si quereis armadas, el mar y fuego os darán razon de ellas. Si capitanes, responderá por ellos la muerte ó el desengaño. Algunos filósofos pensáron con Pitágoras que las almas se pasaban de unos cuerpos á otros; mas ciertamente lo pueden afirmar los políticos en las monarquías, donde parece que la felicidad que anima sus cuerpos, (dexándolos cadáveres) se pasa á dar espíritu y aliento á otras olvidadas naciones; tal podemos esperar nos suceda. Pero si ademas de lo referido, llegais á temer la confusion que os puede dar la Real presencia de vuestro príncipe, no dudo que teneis razon, dudo pero que os dé causa: no sois vosotros de tanta estimacion en los ojos de los que le aconsejan, que el rey de España por sí propio altere la serenidad de su imperio por haceros guerra: yo me atrevo á afirmar que ya todos estais destinados al despojo de algun vasallo, no será mayor el instrumento. Este es en fin, Señores, el verdadero juicio de nuestras cosas, si el estado de ellas os parece digno de nueva paciencia, el que se hallare mas abundante de esta virtud, reparta con los otros, no con razones artificiosas, sino con medios convenientes á la moderacion de vuestro mal. Yo no soy de opinion que armeis vuestros naturales, para que siguiendo su enojo, representeis batallas contingentes: no digo que con demasias soliciteis la indignacion del rey: no digo que á su Magestad negueis el nombre de Señor; empero digo, que tomando las armas briosamente, procureis defender con ellas vuestra justísima libertad, vuestros honrados fueros: que guarnezcais vuestras villas y ciudades, que fortifiqueis lo flaco, que repareis lo fuerte, que generosamente pidais satisfaccion de los delitos de estos barbaros que nos oprimen, que alcanceis su apartamiento de nuestra region y el descanso de la patria, y que sino lo alcanzareis, lo executeis vosotros (este es mi parecer): ó que si tambien hallareis dura esta resolucion, á ese punto tratemos todos juntos de desamparar y dexar de una vez la miserable provincia á otros hombres dichosos. Y si á mí (como aquel que mas tiernamente vive sintiendo vuestras lástimas) me teneis por pesado compañero, quando con esta libertad llego á hablaros, ó si alguno le parece, que por mas exnto del peligro os llevo á él mas fácilmente, digo, Señores, que yo cedo de toda la accion que tengo á vuestro gobierno. Volved en hora buena á los pies de vuestro príncipe, llorad allí, acrecentad con vuestra humildad la insolencia de los que os persiguen, y sea yo el primero acusado en sus tribunales: arrojad al fierísimo mar de su enojo este pernicioso Jonas, que si con mi muerte hubiere de cesar la tempestad y peligro de la patria, yo propio desde este lugar (donde me pusisteis para mirar por el bien de la república), caminaré á la presencia del enojado Monarca arrastrando cadenas, porque sea delante de ella odiosísimo fiscal y acusador de mis propias acciones. Muera yo, muera yo infamadamente, y respire y viva la afligida Cataluña.

31. Apénas habian escuchado los congregados las últimas razones de Claris, quando en comun aplauso fué aclamada su opinion como salud de la patria, disponiendo sus ánimos de manera, que cada uno parecia haber recibido nuevos espíritus para emplear en su obsequio. Conciliáronse en fin los pareceres de todos, y cuerdamente camináron á infatigable paso tras de aquellas cosas convenientes al establecimiento de sus armas y resistencia de las enemigas.

32. Nombráron sus plazas de armas (segun las partes por donde podian ser acometidos), que fueron Cambrils, Bellpuig, Granollers y Figuéras: repartiéron sus veguerias en tercios distintos (es vegueria1 en Cataluña, lo que en lo mas de España se suele llamar distrito, partido ó comarca): nombraron sus oficiales, dexando á la diputacion el militar dominio: alistáron gente capaz de aquel exercicio: visitáron sus villas atentos a la fortificacion: buscáron con desvelo y premio los hombres prácticos en la guerra, que tenian entre sí; pocos eran en número, porque el ocio de la larguísima paz en que se hallaban, así como les habia quitado las esperanzas, les quitó el precio: otros hiciéron llamar de nuevo desde las provincias donde asistian. El médico, que en salud es aborrecible, al tiempo de la enfermedad es agradable.

33. Con esto juzgando que ellos por sí solos no eran capaces de resistir las desiguales fuerzas de tan grande monarca, miráron en su corazon por todo el mundo, que príncipe les podia dar ayuda y consuelo, y despues de haberle corrido con el discurso, no halláron otro que el Cristianísimo Luis, Décimo tercero Rey de Francia, cognominado el Justo; su clemencia les prometia amparo, su poder defensa. Esta era la razon comun; empero sobre esta se alegraban interiormente en la consideracion, de que para las conveniencias del estado de Francia fuesen tan propicios los accidentes de España, que ningun juicio dexaria de abrazar sus intereses: que era preciso el echar mano de las turbaciones del enemigo, como de materiales utilísimos para la serenidad, propia. ¡Miserable condicion (por cierto) de la fortuna, que no tiene caudal para fabricar gran imperio á un príncipe, sino con las ruinas de otro!

34. Así resolutos, eligiéron entre todos á Francisco Vilaplana, caballero Perpiñanes, práctico y conocido en las fronteras de Francia, para haber de pasar á aquella corte con su embaxada al Cristianísimo (pocas otras calidades tenia de embaxador; no buscaban entónces mas de la fidelidad, ella le suplia todo) Partió brevemente lleno de lastimosas cartas al rey y la reyna, al Cardenal Duque y otros ministros: en todas referian los Catalanes su miseria, su razon y su peligro.

35. Llegó en pocos dias, festejólo el vulgo, que sin discurso ama y aborrece aquellas mismas cosas que ignora. Entre los políticos fué diverso el juicio con que se recibió aquella novedad: los ambiciosos de gloria ó de venganza creyéron haber topado el hilo, porque podian penetrar los laberintos de España a pesar de su arquitecto: prometíanse larguísimos intereses en la nueva guerra, considerando, que allá de la felicidad y reputacion en que estaban sus armas, habrian de crecer sus triunfos por aquel medio. Los hombres llanos y civiles temian que por aquel alborozo se empeñase la Francia en otros sucesos, al tiempo que su fortuna los habia regalado tanto, que no sin gran honra se podian acomodar a la quietud. Los templados y medianos ni deseaban mas glorias, ni las rehusaban tampoco, procuraban verlas seguras.

36. Los ministros del rey y sobre todos el Cardenal Duque juzgáron por cosa digna de príncipe Justo y Cristianísimo amparar una nacion cristiana y oprimida: no se les dificultó con la consideracion de algunos que decian, que á los reyes no es lícito ni conveniente favorecer facciones ó sediciones de vasallos de otro príncipe, por la ruin correspondencia que podian hallar en sus ocasiones, y tambien por el mal exemplo que forzosamente daban a sus descontentos, viéndolos amparar los escándalos ó quejas de otros.

37. Á esto se respondia, que la cortesía de los grandes no llega a quebrantar sus conveniencias: que el príncipe no puede ser liberal del bien de sus vasallos: que ninguno debe guardar igualdad á aquel que no se la guarda: que los pretextos de la inquietud pasada de Francia el año de treinta y cinco fundaban todos en las negociaciones del rey Católico y en la cautela de su valido: que el rey Cristianísimo en favorecer los Catalanes no hacia otra cosa que reconvenir, ó desforzarse de los movimientos del Poitú introducidos de los Españoles: que no habia disculpa con que satisfacer la posteridad, si estando la guerra tan sangrienta en ambas provincias, Francia olvidase la mayor ocasion de sus mejoras: que de ordinario en los acontecimientos de la guerra, el que excusa el daño de su enemigo, viene á pagar despues con su ruina su inconsiderada confianza.

38. Por estos motivos y otros que le serian presentes el espíritu del Cardenal (por ventura no comprehensibles a nuestra cortedad), se dispuso á introducir su industria las fuerzas de su reyno, y la autoridad de su rey en el manejo de las cosas de Cataluña.

39. Al punto fueron enviados á Barcelona Monsiur de Seriñan (á quien algunos papeles Catalanes llaman de Sernia), Mariscal de campo y Monsiur de Plesís, Besanzon, Sargento mayor de batalla; dos tales hombres, quales pedia el gran hecho para que fueron escogidos, y que así hacian proporcion con aquel fin, como con la eleccion de quien los habia nombrado.

40. Volvió Vilaplana y los dos á su ciudad, donde todos fueron alegrísimamente recibidos: tratóse luego de ajustar con brevedad su negociacion en varias juntas, que hacian la diputacion, la Ciudad y los enviados; fué fácil el acomodamiento, porque como todos se encaminaban a una razon, ella misma vencia las dificultades. No se duda que en algunos podia hallarse parte de temor, y en otros de negocio; mas como es destreza de los políticos encubrir el miserable la desconfianza y el poderoso la soberbia, unos y otros lo dispusiéron de suerte, que ni la fé, ni la prudencia parece que padecian fuerza ó duda.

41. Ajustáronse finalmente, en que el Principado haria el mayor esfuerzo posible por arrojar y resistir las armas castellanas: que el rey Cristianísimo les socorreria en espacio de dos meses con dos mil caballos y seis mil infantes: que lo uno y lo otro seria pagado por cuenta de la generalidad: que el rey solo enviaria los cabos y oficiales que le fuesen pedidos, y no mas: que miéntras durase la resistencia de Cataluña, su Magestad no mandaria invadir algunos lugares de Catalanes como enemigo del Rey Católico; salvo aquellos en que hubiese presidio y armas españolas: que el Principado pondria en manos del Rey Cristianísimo nueve rehenes, tres de cada órden, y que no haria ajustamiento con su rey sin intervencion deFrancia

42. Con este breve tratado y largísimas demostraciones de amistad se partiéron á Paris el Plesís y Seriñan, con la misma satisfaccion que habian dexado á unos y otros llenos de diferentes esperanzas.

43. Ahora será conveniente dar razon de las armas y progresos tocantes al Rey Católico; bien que en órden del tiempo nos habemos adelantado alguna parte, por seguir las cosas de Cataluña sin intermision de otros acontecimientos, porque mas claramente se entiendan unos y otros.

44. Asentada ya la guerra contra Cataluña (como hemos dicho), fueron luego despachadas órdenes por el Rey Católico a todas las plazas marítimas del principado, avisando sus gobernadores de la resolucion de su Consejo, y encomendándoles grandemente las prevenciones de la guerra que podian esperar cada dia; y en particular se encargó este cuidado á D. Juan de Garay, Gobernador de las armas de Rosellon, que en aquel tiempo se hallaba en Perpiñan despues de la muerte del Cardona. Es el Garay hombre, que por la via de las armas pudo juntar el mérito y la dicha: comenzó por los pequeños puestos de la guerra, pasó por ellos con velocidad tan grande, que en algunos vino á mandar los mismos que poco ántes habia obedecido: ama la industria sin aborrecer el trabajo, presume de lo que obra, y tiene mas dicha para sí que para los suyos.

45. Á este tiempo habia llegado á Zaragoza el Marques de los Velez, de donde ministraba sus negociaciones en Cataluña. Comenzó solicitando correspondencias en las plazas, que todavía estaban en obediencia del rey: encomendaba á sus gobernadores el vivísimo cuidado que le convenia de adelantar su partido. Á los Catalanes exhortaba al arrepentimiento, prometiéndoles perdon y conveniencias. Ayudaba mucho en estas diligencias la persona del Bayle general D. Luis de Monsuar, retirado de Tortosa, donde entre parientes y amigos, y con algunas personas de religion habia tratado el cobro y reduccion de aquella ciudad. Vino oculto á Zaragoza, y dando buena razon de su industria, hizo como el Magistrado en nombre de todos escribiese al Velez, pidiéndole juntamente piedad y socorro; estaban de secreto dispuestas las cosas de tal suerte, que aun no habia salido la carta de la ciudad, quando sobre el puente de Ebro que la baña, se hallaban dos mil infantes españoles y quatrocientos caballos, á cargo todo del Maestre de Campo D. Fernando Miguel de Tejada, soldado practico y cuidadoso, que siguiendo con todo el órden del Magistrado contra el aplauso del vulgo (que ya le miraba como arrepentido), entró en Tortosa causando desiguales afectos en los corazones de sus naturales, segun era en ellos diferente la razon con que miraban sus movimientos. Muchos se retiráron medrosos ó aborrecidos, y aun ni de todos los que quedáron, se podia hacer confianza.

46. Con esta observacion trató D. Fernando de fortificar la ciudad (que por su sitio y un castillo no muy antiguo que todavía conserva, pareció fácil); por lo ménos de suerte que quedase reparada á una interpresa y motin. Pocos dias despues se descubriéron algunos cabezas de los sediciosos, y fueron condenados á muerte por la Justicia hasta cinco ó seis hombres plebeyos, no sin lástima de todos.

47. Con la impensada entrega de Tortosa, tomáron las cosas del rey mejor semblante, no solo por la importancia de la plaza de asaz utilidad á sus intereses, pues por ella se facilitaba el paso de Ebro á las armas Católicas, mas tambien porque su reduccion inducia á la esperanza de otras, y ponia en los Catalanes gran duda y temor, viendo que ellos mismos se faltaban primero que su fortuna.

48. En Rosellon se movian las armas con mas presteza, porque entendiéndo D. Juan de Garay que los moradores de Illa (lugar mediano en el Condado de la Cerdaña, asaz vecino á Francia, á quien sirve de paso) tenian trato con vasallos del rey Cristianísimo, y determinaban ayudarse de ellos contra los Españoles dándoles entrada en la villa, quiso reconocer y castigar personalmente sus excesos, poniendo toda aquella frontera en mejor órden. Salió el Garay de Perpiñan á los últimos de Setiembre con suficiente número de infanteria, algunos caballos y quatro piezas de campaña. Llegó á Millas, hízose reconocer en aquel lugar sin resistencia: tomó las llaves de sus puertas a su propio dueño D. Felipe Asbert, dexándole con temor y escándalo: llamó desde allí los cónsules y Bayle de Illa; tardáron en obedecerle, temiendo con mas razon de la severidad que se usaba con sus vecinos. Salió de Millas prontamente contra Illa en intencion de embestirla y castigarla, abominando con palabras feas el hecho de sus moradores: no debia ofrecerlas al espanto, sino al remedio, porque a veces el caballo detenido en la carrera, sale mas pronto al grito que al azote. Amaneció sobre el lugar, batióle sin efecto: pretendió romper una puerta por la furia de un petardo, nada salió como se esperaba; bien que Juan de Arce gobernaba aquella faccion: defendiéronse briosamente los de á dentro. Retiróse el Arce herido del golpe de una piedra, y el Garay reconociendo en la resistencia de tan pequeño lugar la industria de Monsiur de Aubiñí (de quien tratarémos adelante) que la defendia con hasta seiscientos hombres franceses y catalanes, no quiso proseguir en la venganza por entónces, mirando ya en aquel estado mas por la opinion que podia perder, que por la plaza que juzgaba perdida: dexó el negocio para mejor tiempo; aunque no pensó diferirlo mucho, por no dar lugar á que se engrosase el enemigo. Con este pensamiento, ayudado tambien de una voz que sin causa se esparció entre la gente, de que los Franceses entraban por el Grao en el estado de Rosellon (algunos piensan que el mismo D. Juan hizo introducir esta voz por dar mejor pretexto á su retirada), volvióse en fin, y haciendo alto, en San Felíu, mandó reconocer los puestos acomodados a la entrada del enemigo. En este tiempo hizo venir de Perpiñan quatro cañones enteros y dos quartos: aumentó sus tropas hasta número de seis mil infantes y seiscientos caballos, y con los tercios de la guardia del rey, que gobernaba el Arce y D. Felipe de Guevara, y el de D. Leonardo Móles, llenos de la mejor infantería que entónces tenia España en ningun exército. Volvió segunda vez sobre Illa pocos dias despues de haberse levantado de ella: dispuso sus baterias, y la batió furiosamente.

49. Es Illa cercada de un casamuro antiguo, acomodado al modo de las primeras defensas. Continuóse por algunas horas la bateria, y habiendo con poca resistencia abierto mas de veinte varas de brecha (quieren así llamar los soldados á la rotura ó portillo que hace la artillería en las murallas), trató D. Juan de que el tercio gobernado por el Guevara embistiese al lugar, ganando la entrada; pero desórdenes no dignos de escritura lo dificultáron. Tardóse mas en disponer el asalto, de lo que tardáron los sitiados en acudir al reparo animosamente: los capitanes y soldados del tercio suspensos con el desórden, no se determinaban á embestir: impaciente entónces el Garay, dicen que baxó desde donde estaba mandando, y poniéndose delante de ellos, con las voces y mas con el exemplo (que en tales casos es la voz mas eficaz y obedecida) los persuadia y ordenaba la escalada: moviéronse tardemente, como aquellos que no llevaba la voluntad: recibió D. Juan un mosquetazo, en la mano derecha y otro en el peto, de que cayó herido; bastante ocasion para descomponer gentes mas osadas, quanto mas aquellas enfermas ya del miedo. Todo esto ayudaba á los contrarios, siendo cierto que no hay mayor socorro para unos, que el temor de otros, pues á estos se les añade de esfuerzo el vigor que huye del ánimo de aquellos. Crecian las rociadas de mosqueteria desde la plaza., con que á un mismo paso se aumentaba el daño y la esperanza. El Garay empachado de los suyos mostró querer apartarse del lugar, igualmente obligado del peligro y de la vergüenza: mandó tocar á recoger, y entónces fué fácilmente obedecido. Retiróse con pérdida considerable a Perpiñan, melancólico y temeroso de lo venidero.

50. Todavía los ministros del Rey Católico no se excusaban de seguir alguna esperanza de concierto, y lo deseaban sin reparar mucho en su calidad: pensaban, que puestos una vez los Catalanes en sus manos, despues enmendaria la fuerza qualquiera condicion poco honrosa, á que la necesidad primero se acomodase. intentáron muchas cosas, algunas con poco fundamento, como suele el enfermo no exminar la virtud del remedio, creyendo que entre muchos topará alguno conveniente. Parecióle al Conde Duque medio acomodado valerse de los poderes de la Iglesia contra la dureza de los eclesiásticos, en cuyo estado mas que en ninguno ardia el zelo de la libertad de su patria.

51. Llamó al Nuncio Apostolico residente en la corte, é intentó persuadirla pasase á Cataluña, para que unas veces con su autoridad, y otras valiéndose de los poderes pontificios trabajase en la reduccion de aquella gente. No fué posible conseguirlo, defendiéndose el Nuncio, con que sin consentimiento del Pontífice no podia dexar su legacia, y emplearse en negocios agenos, para que no tenia jurisdicion: todavía por convenir en parte con su capricho, y mostrar el deseo de la paz y servicio del Rey Católico (temeroso quizá de la no bien pasada tragedia de su antecesor) vino en escribir á la provincia, llamando benignamente al diputado Claris: envió la carta con su confesor, por si hallase algun medio de introducir la voluntad del rey, lo executase y dispusiese segun su órden.

52. Llegó á Lérida el enviado, avisó de su comision, respondiósele que remitiese las cartas y se detuviese en aquella ciudad: cumpliólo así, y en pocos dias volvió á la corte, sin haber negociado mas que nuevas esperanzas á los Catalanes, fundadas en el temor que ya se tenia de sus resoluciones, pues por tantos medios se solicitaba la concordia.

53. Este mismo juicio habia hecho el Nuncio, y se lo representó al Conde quando discurrian en el negocio; empero, vencido de su respeto, vino á aprobar en parte su opinion. Permitásenos ahora decir, que poco atentos proceden los ministros, de cuya prudencia fia la Iglesia su autoridad, quando se entremeten á esforzar sentimientos de príncipes, arrimándose á sus facciones. Raras veces los intereses políticos siguen la razon, y entónces seria fuerza, si ella los ha de seguir, doblar la justicia á la parte mas poderosa con escándalo del universo. Á la gran dignidad pontifical y paternal sobre toda la tierra, al Vicario de Cristo, suma verdad, suma entereza, ¿cómo le puede ser lícito negar su agasajo igualmente á alguna de las ovejas, que lo han sido entregadas en el rebáño espiritual?

54. No desmayó el Conde Duque con este desengaño, ántes por sí propio volvió á escribir y dar á entender al Principado, que el rey apartaria sus armas de la provincia, si la ciudad de Barcelona se acomodase a dexar fabricar dos fuertes Reales, uno en Monjuich y otro en la casa de la Inquisicion; entrambos sitios acomodados á la defensa, pues era cierto que de la seguridad de aquel pueblo, como cabeza de su provincia, pendia toda la quietud y conservacion pública. Tampoco esta plática tuvo efecto, y ántes los irritó de nuevo, porque esto de fortificarse los Españoles fué siempre lo que mas temian;

55. Prosiguió, buscando otros caminos acomodados a sus pensamientos, é hizo como D. Pedro de Aragon, Marques de Pobar (hijo segundo del Cardona, y que habia acompañado á su padre en las primeras guerras contra Francia) con pretexto de haber sido llamado á las Córtes de Cataluña, se fuese á Barcelona, publicando tambien acudia al desconsuelo y soledad de su madre viuda y de su patria afligida. Corrió la posta mas rico de industria que de prudencia; bien que llevó promesas para sí, y los que quisiesen seguirle.

56. Era la Casa de Cardona (como hemos dicho) estimada sobre todas las del principado; mas despues de la muerte del Duque, y desde aquel punto que comenzó á resonar el nombre de libertad, fué desfalleciendo su autoridad de tal suerte, que la Duquesa hubo de retirarse en un convento, donde se hallaba al tiempo que llegó el Marques su hijo.

57. Esta visita, por tantas razones sospechosa, fué en extremo desagradable á quantos la consideraban, ó porque verdaderamente no estaban ya las cosas en estado de remedio, ó porque la industria del Pobar no alcanzó á confiarlos (que era el primer paso de aquel negocio). Ellos miraban sus acciones con suma observacion, y pocos dias despues lo encerráron en prision áspera, dándole á entender que con menor retiro no estaba seguro á la furia del pueblo, que habia concebido mala opinion de su jornada, y trazaba su muerte. Así dispusiéron asegurarse de sus designios; cosa á que los príncipes deben mirar mucho. hallándose en tal estado, y trabajar por elegir un medio para que ni la credulidad, ni la desconfianza les pongan en peligro, abrazando ó despreciando quantos le buscan.

58. Trabajaba continuamente el Velez en acomodar las tropas que baxaban por los reynos de Valencia y Aragon: habia enviado D. Pedro Pablo Fernandez de Heredia, Gobernador de Aragon (es Gobernador en aquel reyno casi presidente de Justicia) con muchos otros comisarios, para que recibiese el mayor grueso de gente que entraba por la villa de Molina pero el negocio que mas ocupaba su ánimo era disponer los Aragoneses á algun fin provechoso al servicio del rey, haciendo todo lo posible por apartarlos del sentimiento de los Catalanes sus vecinos y deudos: por otra parte los persuadia á que ellos tomasen la mano en el ajustamiento de sus cosas, como ya en tiempos pasados la ciudad de Zaragoza llegó á ser medianera entre su rey D. Juan el Segundo y el mismo Principado. No era otro su fin que procurar obrasen los de Aragon de tal manera, que pusiesen en desconfianza de su hermandad á los Catalanes, de cuyas correspondencias se temia.

59. Ya los Jurados de Zaragoza (Supremo Magistrado de aquella ciudad) habian comenzado á mover estas pláticas con el rey, á que se les respondió de suerte, que ellos descifráron de las palabras de la carta mas amenazas que agradecimiento. Y á la verdad los Aragoneses no aborrecian la libertad catalana, que disimulaban con cautela: el Velez que los miraba profundamente, en lo poco que habia obrado, reconocia lo poco que querian obrar; esto mismo le dispuso á que incitase segunda vez con mayores brios lo tratado cerca del acomodamiento, y platicándolo con algunos caballeros que tenian mano entre el gobierno de Zaragoza, no fué dificultoso acabar con los Jurados y ciudadanos, volver á la plática: tambien porque entendiendo los zelos del Velez cerca de su ánimo, no les parecia conveniente rehusar, ni excusarse de aquellas cosas, en que no les era costoso el empeño, pensando que así lo llevarian confiado y seguro de que les pidiese otras mayores.

60. A este fin tratáron de enviar su embaxada á Barcelona con toda brevedad, ántes que la guerra que ya comenzaba á encenderse en Rosellon, abrasase aquella frontera, y quedase suspenso lo tratado. Dispúsose entre ellos, si podria, ó no ser conveniente enviar la persona del Jurado en cap, que era á esta sazon D. Lupercio Contamina (es Jurado en cap en Aragon la cabeza de su gobierno civil; oficio entre los Aragoneses de asaz estimacion, aunque anual): no pareció acomodado empeñar al primer paso la mayor autoridad de su república: fué elegido en su lugar D. Antonio Frances, caballero noble y suficiente. Partió á Barcelona por la posta: fué recibido no sin cortesia; negoció cercado siempre de acechanzas, porque los Catalanes con algun escándalo, del reposo de Aragon, á quien habian convidado, sospechaban mal de aquellos oficios con que nuevamente se les ofrecian; y con mayor exceso, quando llegáron á entender que los Aragoneses como pretendientes á la primogenitura de la Corona de Aragon (en que se comprehende el principado) intentaban inxerirse en aquellas negociaciones con algun otro derecho mas que el de amistad; cosa insufrible á la entereza de los Catalanes.

61. Fué escuchado D. Antonio en la diputacion, presente el Sabio Concejo: dió sus cartas, habló con templanza, introduciendo sus razones con que su reyno de Aragon, y en particular su ciudad de Zaragoza, les pedian como á hermanos y amigos tuviesen por bien admitirles por medianeros entre su razon y la queja de su Magestad Católica: que fiasen de su amor les haria descubrir un medio acomodado á la quietud y satisfaccion: que á los intereses y castigos que se podian pretender de ambas partes, se daria un expediente tal, que todos quedasen acomodados y pacíficos.

62. Respondiéronle con grandes muestras de agradecimiento, diciéndole que no se trataban bien las cosas de la paz entre el estruendo de la guerra, que no se compadecian oficios y exércitos, medianeros y generales: que ellos deseaban la concordia mas que ningunos: que el rey apartase luego las armas con que le amenazaba, y mandase cesar las que fatigaban Rosellon, y entónces se conoceria que allí se pretendia la quietud sencillamente, y no la mejora con artificios: que de esta suerte estaban prontos, no solo para aceptar, sino para suplicar partidos á su Magestad Católica convenientes al bien público. Con esta resolucion llena de brio y constancia se volvió D. Antonio á Zaragoza, con cuya venida se excusáron por entónces otros algunos medios que se habian prevenido, encaminados á este propósito.

63. Fundaban todas las resoluciones del rey y sus ministros sobre haberse entendido, que la gente junta para la guerra llegaria á cincuenta mil hombres y seis mil caballos; no era excesivo el número segun habian sido copiosas las preparaciones. Sobre esta certeza, que despues convenció de vana la experiencia, fabricaban los ministros todo su discurso; tales salian las provisiones y acuerdos, como asentados sobre fundamentos vanos.

64. Disponiásele al Velez, que todo el grueso se repartiese en tres partes: que la una entrase por la Plana de Urgel (que era el pais mas acomodado á campear); haciendo frente á Lérida y caminando a Balaguer y Urgel, baxase por Monserrate hasta caerse sobre Barcelona. Que la otra parte del exército, pasando el Ebro en Tortosa, ocupase el Coll de Balaguer, y allanase todos los lugares del campo de Tarragona, llevando siempre la mar por el lado diestro, donde podia ayudarse en la falta de víveres: que ganase a Martorell, que se fortificaba; y por las costas de Garraf baxase á Barcelona. Que el último trozo se quedase en Aragon mirando á Cataluña, para acudir ó entrar segun el caso lo pidiese; y que este seria llamado exército Real, y por eso mas copioso y de mejor gente, pues el rey lo habia de gobernar por su propia persona. De la misma suerte se le ordenaba á D. Juan de Garay, que con la gente de Rosellon se moviese contra Barcelona, para que todos juntos obrasen la expugnacion de ella.

65. Fué así que el Garay habia recibido las órdenes; pero era de diferente parecer, habiendo escrito que las fuerzas se uniesen todas, que juntas atravesasen la provincia, sin detenerse en sitiar plaza: que llegasen a incorporarse con su trozo: que así ocupasen el Conflent (es el Conflent pais fértil, no muy largo, contenido entre Rosellon, Cerdaña y Ampurdan, casi corazon del principado): que desde allí baxasen á socorrer y ser socorridos de las plazas marítimas: que el mayor esfuerzo se debia poner no entre Aragon y Cataluña, donde no podia temerse cosa importante, sino entre Catalanes y Franceses, por el peligro que habia de que el Cristianísimo engrosase sus tropas (como ya hacia por aquella parte): que el invierno no era acomodado á sitios: que el exército vagando por los lugares pequeños, se podia sustentar sin gasto, sin peligro y sin trabajo.

66. No fué recibido este parecer de D. Juan; desdicha ordinaria en las grandes resoluciones de los príncipes, ó aconsejarse con personas extrañas de aquella profesion, ó no seguir las opiniones de los mismos á quienes confian las empresas. Respondiósele, que dexando guarnecidas las plazas de gobierno, se embarcase en las galeras que allí se enviaban, con toda la infantería que pudiese sacar; que en Castilla era estimada en número de seis mil infantes: que con ellos y todo el tren que se hallaba en Perpiñan prevenido para la invasion de Francia, viniese á unirse con el exército, que habia de marchar hácia Tarragona por junto á la mar, cuyo gobierno le estaba aguardando.

67. Y porque el mando de las armas en Rosellon no quedase sin persona conveniente, se le ordenaba al Conde Gerónimo Rhó, Maestre de Campo general del reyno de Navarra (soldado mas antiguo que grande, de nacion milanes), que desde Zaragoza, donde asistia esperando su empleo, pasase á Vinaroz; y de allí (en las galeras que habian de traer al Garay) navegase á Rosellon con dos mil infantes bisoños, que se mandaban en su compañia para tripulacion de aquellas plazas, entresacados de las levas prevenidas al exército.

68. Casi en estos dias llegó de Madrid á Zaragoza, donde se juntaban los cabos españoles, Cárlos Caraciolo, Marques de Torrecusa, caballero napolitano, capitan práctico, aunque de mas valor que prudencia: venia á servir el cargo de Maestre de Campo general del exército llamado de la vanguardia; entendíase el de Lérida, porque por aquella parte se juzgaba la primera entrada. Poco despues vino Cárlos María Caraciolo su hijo, Duque de San Jorge, mozo en quien resplandecian grandes virtudes, dignas de mejor suerte: gozaba el San Jorge el gobierno de la caballería ligera; así diferenciaban unas de otras, llamando de las órdenes (con nombre y oficiales diferentes) aquella que constaba de los caballeros Cruzados ó sus sustitutos: esta gobernaba por sí solo (sin dependencia del San Jorge) D. Álvaro de Quiñones, del Consejo de Guerra de España; hombre en quien los muchos años de servicio dexáron poco mas de una gran vanidad de haber servido mucho: exercia en Rosellon la tenencia general de aquella caballería, de allí baxó á Zaragoza por incorpararse en su nuevo oficio.

69. Llego á este tiempo el Marques Xeli de la Reyna, General propietario de la artillería en la Alsacia, para que en aquel título se emplease en la guerra de Cataluña, donde habria de ser el segundo cabo en el trozo mandado por el Garay.

70. El de los Velez se hallaba duelo de todas las armas, sin que hasta aquel punto se le diese otra autoridad para mandarlas, que el título de Virey de Aragon: habíanle nombrado (como dixímos) en consideracion de Cataluña; mas despues los varios accidentes del negocio tenian á los ministros como dudosos en la satisfaccion cerca de su ingenio en materia tan importante: prefiriéronle á otros por un discurso, que todo se encaminaba á conveniencias de la quietud; pero ya desesperados de ella deseaban hallar algun modo de introducir en aquel mando un sugeto de mayor experiencia en las armas; tan presto se traen el arrepentimiento como el peligro las elecciones, á quien guia el respeto.

71. Esforzábase esta confusion, con que desde la corte se daba á entender por manos de personas prácticas en los negocios unas veces, que el Marques de los Bulbases venia á gobernar aquella guerra, otras que el Almirante de Castilla, á quien entónces se habia dado el título de Teniente Real á imitacion del Imperio; cosa hasta entónces no oida en España, y en que luego faltó, como la razon, el efecto de ella: no se alcanza con que necesidad, ó con que industria. Tiempo fué aquel de novedades, las mas de poco crédito á la esencia del mando. Algunos querian que otra vez se platicase la venida del Monterrey: cada qual inculcaba con su propio pregon la suficiencia del amigo, con que ningun ánimo desapasionado sabia afirmarse en nada, ni los hombres acababan de entender a cuya obediencia les dedicaban: de otra parte las provisiones y despachos que venian de la corte, se hallaban tan encontradas, ahora hablando en muchos exércitos, ahora con diferentes generales, que apénas por entre las dudas se podia atinar con la resolucion, y por eso caminaban mas tardamente las excuciones.

72. Gran daño ó casi inevitable, que los expedientes de graves negocios no se traten con aquella claridad y llaneza que conviene, si quiera por quitarles la ocasion del yerro á los que les tienen á su cargo. Dos son los modos de obedecer y servir á los reyes: unos que ciegamente se atan á cumplir la resolucion, otros que la moderan y mudan segun los accidentes: lo primero es mas seguro para los siervos, lo segundo mas provechoso para los Señores. Yo juzgo por cosa impia, que el ministro aventure á perder el negocio por obedecer irracionablemente á su órden, pudiendo remediarle con alterar en alguna circunstancia la resolucion: nada tengo por firme para caminar al establecimiento de la gracia, siendo cierto que muchos príncipes habemos visto dexarse obligar por la entereza del vasallo, y algunos ofenderse por haber sido bien obedecidos: escoga el que navega el rumbo, segun le aconsejare su prudencia: no camine sin temor á ninguna parte, que cada uno puede llevar al puerto y al escollo.

73. Fatigábase el Velez con el embarazo de las órdenes, que cada dia crecia; sobre todo le era de suma afliccion ver que se pasaba el tiempo sin fruto, y que pidiendo al rey vivamente la explicacion de las cosas, se despachaban con mayor duda, quando al mismo tiempo se le daba gran priesa porque formase los exércitos, que de ninguna mano dependian ménos. Obraba con espíritu amedrentado; así buscaba el modo de acabar las cosas, no el de acabarlas con perfeccion: tropezábase de unas en otras, y á veces se caia en dificultades donde no habia salida; como el que huyendo de la amenaza se precipita: á paso igual se suben las altas cuestas, el que las atropella, se rinde antes de lo áspero.

74. Era la mejor parte del exército aquellos tercios viejos, que habian baxado de la Cantabria, y sus Maestres de Campo D. Fernando de Ribera, teniente Coronel del regimiento de la guardia del rey, D. Fernando Miguel, que ya se hallaba en Tortosa, D. Diego de Toledo, los dos tercios de Irlandeses y Walones, sus Maestres de Campo Hugo Onelli, Conde de Tiron, Y Felipe de Gante y Merode, Conde de Isinguien; y el tercio llamado de los Hijosdalgo de Castilla, á cargo de D. Pedro Fernandez Portocarrero, Conde de Montijo y Fuentidueña, á quienes seguian algunas tropas de gente suelta para efecto de reclutar los otros tercios, segun pidiese su necesidad.

75. Es Fraga último pueblo de Aragon, puesto entre los Ilergites de Ptholomeo, y llamada de los antiguos Flavia; otros con mas semejanza deducen el nombre de su aspereza. Riégala el rio Cinca ó Cinga, que la divide de los Celtiberos. Su vecindad á Lérida la hizo necesitar de fuerzas capaces á defensa y ofensa, porque el enemigo se mostraba en aquella frontera demasiadamente orgulloso: con esta ocasion envió el Velez al Conde de Montijo y otro tercio de infantería portuguesa, su Maestre de Campo Pablo de Parada, para que guarneciesen la ciudad y su partido. Deseaba el Velez apartar de sí al Montijo, porque su estado y las vanas prerogativas de su regimiento incompatible con los mas, se lo hacian molesto. Juntóle tambien alguna parte de la caballería remontada en Aragon, con lo que por entónces pareció que estaba guarnecida en proporcion á su peligro, y se dispuso aquel cuidado.

76. Los Aragoneses (y entre ellos la gente vulgar) que no miraban la guerra sin despecho de alguna suerte, favorecian el partido de sus vecinos tácitamente, y como les era posible, persuadian y ayudaban los soldados (conducidos casi todos con violencia) para que se escapasen y volviesen á sus tierras, con lo que conseguian (sin contar los intereses de los Catalanes) para sí mismo gran conveniencia, aliviando sus pueblos de tantos hospedages y alojamientos.

77. No fué esto tan poco sensible, que dexase de dar gran cuidado al Velez; y mayor quando le certificaban los cabos y oficiales del sueldo, que de la misma suerte que llegaban las tropas, se volvian, y que del número de gente señalada faltaba casi la tercera parte. Los lugares de Castilla obligados á la contribucion de los quintados, ofrecian sus quejas, diciendo que por allá no se guardaba la gente, pues en breves dias volvian á sus pueblos los mismos, á quien habia tocado la suerte de acudir á la guerra, con que ellos jamas se podrian desobligar del número.

78. Pareció conveniente atajar este desórden con todo cuidado, y se despachó luego la persona del Marques de Torrecusa, Maestre de Campo general del exército á la villa de Alcañíz, donde como mas cerca á todos los quarteles de él pudiese atender al reparo de aquellos daños; tambien para que fuese executado la formacion de les tercios y regimientos que llegaban, porque hasta aquel tiempo nada tenia forma militar, sino el exército de Cantabria. Partió Torrecusa, y fué desponiendo las cosas conforme al estado en que se hallaban, dándole continuos avisos al Velez, así de lo que obraba, como de lo que entendia del enemigo: certificábase en que la gente que se hallaba en los quarteles, por ninguna diligencia llegaria al número prometido; que así convenia acomodar las disposiciones y juicios. El Velez lo avisaba al rey, el rey á los tribunales, ellos escribian al Velez con sequedad y admiracion.

79. Entónces los Catalanes habiendo reconocido la grandeza y poder del Rey Católico, que ya se descubria por unas y otras fronteras, entendiéron en repartir sus fuerzas acomodadamente, segun parecia, los llamaban los designios de su enemigo.

80. Habian ordenado mucho de antes á D. Guillen de Armengol, Castellano del Portus, se recogiese á su fuerza, como hizo con buen número de infantería y víveres, con lo qual quejaban imposibilitadas para poder unirse las armas Católicas, que se hallaban en Rosellon, estotras que pretendian invadir Cataluña, ó baxar aquellas á darse la mano con Rosas y Colibre.

81. Es el Portus antiguo castillo y lugar corto en los pasos llamados de los geógrafos Bergusios, situado en la cumbre de una gran serranía (dicha Coll de la Mazana), ramo de los Pirineos, que baxando desde el Septentrion, corre al mar de Mediodia por entre los paises del Ampurdan y Conflent, cuyas impenetrables fraguras solo en aquel espacio consienten camino; pero tan dificultoso, que defendido de pocos, como se execute con valor, se juzga inexpugnable. Á una legua del mismo paso, dicho Portus, se halla la Bellaguarda, fortaleza edificada de los antiguos Señores de Barcelona para defensa de unas y otras provincias.

82. Los de Rosellon al mismo paso hacian sus correrias ó las estorbaban, acompañando la caballería del pais con alguna francesa, que cada dia se les entraba por Illa y otros puestos, con que los Reales tenian poco lugar de hacer salidas; bien que las intentaban, no juzgando la campaña por segura.

83. En este tiempo entendiendo la diputacion como la ciudad de Tortosa se habia puesto en manos del Rey Católico, y recibido sus armas contra el sentir universal del Principado, envió prontamente sobre ella al diputado Real Miguel Juan Quintana, para que juntando las gentes convecinas, ya por industria, ya por fuerza, tratase de su recuperacion. Era Tortosa asaz conveniente á qualquier partido por ser paso del Ebro, á aquellos para defender entera su provincia, y á estos para tener un puente y una puerta que les aseguraba la entrada en ella.

84. Introduxo el diputado sus negocios, despachó sus convocatorias; pero habiendo llegado tarde y poco apercebido, finalmente (por obrar en cosa de que no tenia experiencia) tan presto se desconfió del artificio como del poder, siendo certificado en que los de adentro le armaban traicion por consejo del Tejada, dándole muestras de quererle recibir pacífico; solo á fin de haberle á las manos y entregarle á los ministros Reales, que oficiosos les daban á entender era la suma fineza y obligacion, en que ponian á su Príncipe.

85. Retiróse luego, y volvió poco despues el Conseller en Cap de Barcelona D. Ramon Caldes con grueso número de infantería, y algunos caballos, á órden de Josef Dardéna: no les fué posible (ó no pensáron que les podria ser) embestir á Tortosa, espantados de su gran presidio; pero la corta fortificacion pudiera dar osadia á otra gente mas práctica (si quiera para emprenderlo). Retiráronse á la sierra, desde donde baxaban hacia el Coll del Alma, distante de la ciudad media legua; de esta suerte la fatigaban con escaramuzas de dia y alarmas de noche, sin daño, ni provecho de ninguna parte.

86. Pocos dias despues intentáron con algunas compañías de gente suelta quemar de noche el puente por esotra parte del rio; es de madera fabricado sobre barcas: prendió el fuego en algunas; pero siendo sentidos en la ciudad, saliéron con gran valor y cuidado á defendérselo: obraban los Catalanes como ignorando: no sabian hasta donde el peligro se dexa llevar de la suerte, ó donde esta se ha de trocar por aquel: desmayáron luego, pudiendo haber obrado mucho. En fin se retiraron rechazados por la mosquetería del presidio.

87. Los bergantines de D. Pedro de Santa Cilia, que en aquella sazon se hallaban en los Alfaques, avisados por el estruendo de las rociadas, subiéron por el rio y llegáron á tiempo de poner mayor espanto á los contrarios: arrimáronse á la orilla opuesta á la ciudad, y desde allí hiciéron apartar las mangas que venian en socorro de los incendiarios.

88. Dió la embestida causa á la fortificacion del puente, y tratáron de recogerle por la parte de afuera dentro de una medialuna defendida de traveses á un lado y otro, que venian á servir como de trinchera á ambos costados de la orilla; quedando por entónces reparada contra otro acometimiento.

89. Tortosa, de quien hemos dicho y hablarémos adelante, es la primer ciudad y pueblo de Cataluña, y no siendo de las mayores de su provincia, goza el mayor obispado, porque se entra en mucha tierra de Aragon y Valencia (célebre ya con la persona de Adriano Pontífice): no pasa su vecindad de dos mil moradores, es fértil y antigua; dícese ser fabricada de las ruinas de otra mas antigua poblacion nombrada Iberia, y fué uno de los lugares llamados de los Romanos Ilarcaones. No léjos le hacen espaldas los montes Idubédas (denominados así de Idubéda hijo de Íbero). Despues de varias vueltas y desvios fenecen ántes de mojarse en el Mediterráneo. El lado occidental de Tortosa se termina y extiende en la orilla de Ebro, famoso rio de España, casi padre de sus aguas, como de su nombre: nace en las montañas de Leon junto á las Asturias de Santillana, entre Reynosa y Aguilar de Campo, donde dicen Fuentibre, (que vale como Fuente de Ebro) sale, y bebiéndose las aguas de la provincia de Cámpos y los reynos de Navarra, Aragon y Cataluña, se dá á la mar en los Alfaques, distantes quatro leguas de Tortosa, llevando siempre su corriente apartada por igual de los Pirineos.

90. Deseaba el Marques de los Velez llegar con las cesas á estado que le fuese posible salir de Zaragoza: era lo que por entónces le detenia mas, el despacho del tren y la artillería, para cuyo avio faltaban muchos géneros necesarios, porque como en España se hallase ya tan olvidado (ó por mejor decir perdido) el modo de la guerra, no sirviese el antigüo, y del moderno no gozasen todavía la provechosa disciplina, costaba mucho mas trabajo y precio hallar aquellas cosas pertenecientes al nuevo instituto militar, que en otras menores provincias acostumbradas á exércitos. No habia carros, y fué necesario fabricar unos, y remediar otros: no habia caballos, fué menester comprar mulas en gran cantidad: buscáronse en toda España, y aun de Francia fueron traidas algunas por Aragon y Navarra: faltaban condestables, minadores, petarderos y artilleros diestros: faltaba balería de todas suertes, tablazon, barcas, puentes, gruas, alquitran, brea, salitre, cánfora, azufre, azogue, mazas y confecciones sulfureas, granadas, lanzas, bombas; morteros, yunques, hierro, plomo, acero, cobre, clavos, barras, vigas, escalas, zapas, palas, espuertas, en fin todo género de maestranza competente al gran manejo de la artillería. Lo uno se esperaba de Flándes, Holanda., Inglaterra y Amburgo, adonde se habia contratado: lo otro se buscaba en lo mas apartado de España, y habia menester largo tiempo para llegar: salir sin ello no era conveniente: el invierno ya entrado, los enemigos cuidadosos, prontos los auxiliares, marchando los socorros, todo lo consideraba el Marques, y todo lo sentia mas que lo remediaba, porque lo uno era propio, lo otro ageno.

91. Llegó alguna parte de las cosas esperadas con la venida del Xeli; pero él como extrangero ó poca activo, en todo procedia lentísimamente; con que al Velez se lo añadian cada dia los cuidados de otros: hizo en fin marchar la artillería la vuelta de Valencia, por donde el camino era mas llano; aunque poco acomodado por su esterilidad: dividiola en dos trozos, el primero á cargo del teniente Arteaga; el segundo á órden de Ortelano, que exercia el mismo oficio en el castillo de Pamplona: siguiólos el Xeli con los mas oficiales de artillería: sucedió que marchando por los páramos de Valencia, como la tierra estuviese ya humedecida de las primeras aguas, hallábase en partes pantanosa: faltáron tablones para esplanar ciertos pasos, rindiéronse á la violencia del tirar algunos carromatos: no se hallaban entre ellos sobresalientes de pinas, llantas y exes. Detuvóse el tren miéntras se acomodáron, y tardóse en remediarlo muchos dias: perdiáse el tiempo de la marcha, notable suma de dineros en los fletes y sueldos de los que servian en los bagages: estimóse la pérdida en gran precio, la detencion no fué de menor costa á los designios. Escribiose este suceso casi indigno de historia, porque les sirva de enseñanza á ministros y cabos, que tienen el mando de las armas; donde se reconocerá fácilmente de quanta importancia sea en la guerra la prevencion aun de cosas tan pequeñas.

92. Dentro de pocos dias salió el Velez de Zaragoza; era el ocho de Octubre: habia despachado ántes de salir todos los oficiales del exército á sus tropas, que entre vivos y reformados hacian un copioso y lustroso número.

93. Goza el reyno de Aragon por antiguos fueros algunos privilegios, que ántes parecen acuerdos que gracias: es uno que ausente de la ciudad de Zaragoza el Virey de Aragon, suceda inmediatamente en el mando universal el Gobernador (de cuyo oficio habemos dado breve noticia). Dexaba el Velez grandes dependencias en el reyno de cosas pertenecientes todavia al buen despacho del exército; y no dexaba de temer que puesto el gobierno en mano de natural, se procediese floxamente: era el Gobernador sobre mozo y no muy experto, asaz interesado en sangre y amistad con la nobleza catalana: todo le fué presente al Velez, y buscando modo de concertar la justicia y desconfianza del otro y suya, resolvió llevarle inventando alguna vana ocurrencia competente á su persona, para que su jornada se disculpase debaxo de un honesto motivo: no quiso comunicarle su resolucion, sino casi en aquella hora en que habia de partirse por no dar lugar á su excusa, abril con estudio, y le salió como queria. Tócale al Virey nombrar Lugarteniente, quando no asiste el Gobernador en la ciudad: dexó su poder al juez mas antiguo de la Audiencia Real: partióse con pequeña compañía y sin oficial alguno de la guerra, ú otra persona particular mas del Maestre de Campo D. Francisco Manuel, á quien el rey habia enviado desde el exército de Cantabria, para que le asistiese.

94. Visitó algunos quarteles que se hallaban en el camino de Alcañíz, como Samper, Calanda y otros: el primer tercio que le ofreció obediencia, fué el de Portugueses, su Maestre de Campo D. Simon Mascareñas, caballero del hábito de San Juan, mozo en quien se anticipáron los frutos á las flores; tan temprano capitan como soldado fueron los Portugueses los primeros á obedecerle, quizá no sin misterio, porque lo habian de ser también en despreciar su mando, como sucedió poco despues.

95. No paró el Velez por atender á ningun negocio, y en tres dias llego á Alcañíz, famosa villa de Aragon y uno de los antiguos pueblos Edetanos, célebre en aquellas edades por vecino al campo, donde por Españoles fué muerto el Capitan Hamílcar. Yace en una eminencia, sirviéndole de espaldas el rio Guadalope, y frontero á las rayas de Cataluña y Valencia. Por merced de los reyes de Aragon le goza hoy la órden militar de Calatrava en Castilla; era Alcañíz lugar deputado para las Córtes convocadas á su corona, donde juntos residian esperándolas los ministros así de aquel reyno, como de su consejo, que asiste junto al rey.

96. Halló el Velez los negocios tocantes á las Córtes de tal suerte, como si verdaderamente el rey las hubiese de celebrar por su persona; cosa en que por entónces no se pensaba, ni se atendia á mas que entretener con aquella esperanza los ánimos de Aragoneses y Valencianos: con esto fué la primera diligencia del Marques prorogar el término de la convocacion. Luego se comenzó á tratar en el exército, disponiéndose una muestra general, para que con entereza se entendiese la calidad y cantidad de las fuerzas, y se usase de ellas segun su conocimiento.

97. De pocos dias llegado á Alcañíz el Marques recibió aviso y despachos reales, por donde se le encargaba el oficio de Virey, Lugarteniente y Capitan General del principado de Cataluña. Fué este el medio que se tomó para concertar diferencias y jurisdicciones de otros cabos, que habian de concurrir en diversos gobiernos, y era menester se uniesen todos debaxo de un solo imperio. Ordenábale tambien el rey que despachase aviso en su nombre á Barcelona de su nuevo oficio; no pareció decente escribir el príncipe á los que le desobedecian, ni tampoco olvidar la posesion de su dominio.

98. Á este mismo tiempo se dispuso que D. Francisco Garraf, Duque de Nochera, Virey entónces de Navarra, pasase luego á suceder al Velez en Aragon, y alojarse en Fraga, donde asistia el Montijo para hacer opósito á Lérida, entretanto que no se resolvia la segunda forma que ya pretendian dar á la guerra, y que de Navarra baxasen los tercios del Señor de Ablitas, y D. Fausto Francisco de Lodosa á cargo de D. Martin de Redin y Cruzate, Gran Prior de San Juan, y Maestre de Campo general de aquel reyno en ausencia del Rhó, pasado á Rosellon: que el Velez dexase en Aragon los mismos dos tercios que ya se estaban en Fraga para engrosar aquel trozo: que le acompañase la misma caballería que baxaba desde Navarra; poco ántes á cargo del Comisario general Octavio Márquez: que su persona del Velez con todas las tropas y tercios entrasen en Tortosa: que allí se jurase Virey del principado: que alojase el exército en los lugares vecinos. y pudiendo ser en los inquietos: que todo se executase con suma brevedad, porque de ella dependian los buenos sucesos.

99. Recibió el Marques la nueva dignidad con poca alegria, por sacrificarse á la obediencia Real; tales son las dichas de los Grandes, que luego comienzan perdiendo el querer y el entender. Despachó al punto á Barcelona su pliego con cartas llenas de comedimiento: todos juzgáron la diligencia por vana, y el mas que ninguno, como mejor informado de los ánimos: disculpábase con ser mandado, y así continuaba su obra en lo tocante al exército con aquel exceso, con que se aventaja el cuidado del dueño á los del siervo.

100. Entre tanto el rey Católico avisado del Velez desde Aragon y de Federico Colona, príncipe de Butera y Condestable de Nápoles, que gobernaba en Valencia, de como la salud pública de aquellos reynos pendia de la fé con que se esperaba y creia la venida de su Magestad á la funcion de sus Córtes: juzgó por conveniencia Real fomentar la credulidad de aquellos vasallos, dando muestras mas eficaces de partir: á este fin se ordenó marchase su caballeriza á Zaragoza con la acostumbrada pompa y ceremonias: no habia otro pensamiento que abonar con las demostraciones sus promesas; pero como faltaba el espíritu de la voluntad para moverlas (espíritu sin quien no saben regirse los poderosos), todo se obraba sin brio ni sazon: por esto en un mismo tiempo y en unas mismas acciones se entendió fácilmente que todo habia de parar en amagos.

101. Era plática entónces constante en todos los hombres de discurso, que á la grandeza del rey Católico no podia ser decente salir y empeñarse en un negocio tan grande, sin que las cosas mostrasen primero á que parte se inclinaban; porque se podia contar, decian ellos, por miserable suceso en un príncipe llegar á ser testigo de sus propias injurias. Muchos casos no comprehende el juicio humano, en los quales, obrándose contrariamente, se topa con el acierto (este fué el uno), porque segun despues lo mostráron los acontecimientos, se conoce que si el rey Católico saliera en medio de todas las dudas, los negocios de aquellos reynos se acomodaran á su arbitrio.

102. Miéntras esto se pasaba en Aragon, recibiéron los Catalanes aviso de que las tropas enemigas que estaban en Fraga, Tamarit y por toda la frontera en oposicion á Lérida y Balaguer, se habian retirado la tierra á dentro, juzgando de ahí los hombres fáciles, que el rey persuadido de su razon ó por ventura de su temor, disponia las cosas como se habian pedido en el tratado de la paz. Esta nueva de gran gusto y honor á los principios se desvaneció en breve, porque volviendo á ser vistas las mismas tropas en la campaña, se entendió habian acudido á alguna órden particular; y fué la verdad de este suceso: que llamadas á la muestra general, dexáron los quarteles con la guarnicion necesaria. Esta es costumbre natural en todos aquellos que no han pasado por grandes cosas, alegrarse ó entristecerse fácilmente con los movimientos de su contrario; no puede ser mayor la miseria que llegar una provincia á estado, que su bien ó mal esté pendiente de la prosperidad ó fatiga de sus vecinos, y que aquel que pretende hacer la guerra á su enemigo, no fie en otras fuerzas que en la flaqueza del contrario: no aconsejo se desprecie aquella observacion; mas que no funde en solo accidentes agenos la confianza de cada uno.

103. Dispuestas las cosas segun la ocasion, y dexando algunas á cargo de D. Vicencio Ram de Montoro, Señor de Montoro y Comisario general de la infantería de aquella frontera, hombre de asaz industria y bondad, se partió el de los Velez á Aguasvivas (distante quatro leguas de Alcañíz), pequeño lugar de Aragon puesto á la falda de aquella montaña, que le divide de Valencia; pequeño, mas famoso por el gran milagro que Dios obró en él, reservando sobre naturalmente la Sacrosanta Hostia de un incendio terrible que abrasó todo el templo, donde hoy se venera reedificado, y conservándola pura y cándida contra el orden natural por mas de doscientos años.

104. En este lugar asistió el Velez algunos dias miéntras que la infantería daba muestra, en lo que no se perdia instante, dándose despacho á dos tercios cada dia sin reparar en el tiempo, que con todo rigor lo estorbaba: no bastaban con todo su diligencia para que en la corte se creyese, que en aquel manejo se procedia con la actividad posible; antigua costumbre de los grandes pensar que sus obras no deben respeto al tiempo, y que las execuciones son conseqüencias de su arbitrio, en que jamas puede haber falta. Con esta desconfianza fué despachado á Aragon D. Gerónimo de Fuenmayor, Alcalde de Corte de Valladolid, hombre agudo, para que ofreciéndose al Velez como enviado á ayudarle en el ministerio de reducir y castigar la gente que se huia del exército, sirviese juntamente de despertador á su condicion; que los que le enviaban allá, juzgaban por un poco detenida, y tambien fuese informando el Conde Duque de todo lo sucedido: hizolo D. Gerónimo, y si bien quisiera haber hallado algun desconcierto, ó descuido de que poder asirse, llegó á entender con experiencia, que el monstruoso cuerpo de un exército no puede moverse con ligeros pases. El Velez conoció su comision y aun su artificio; y no sin industria le metia en las mismas dificultades, que quizá yá tenia vencido, dexándole luchar con las dudas con que habia peleado. Fuenmayor confuso entre los estruendos y violencias de cosas que jamas habia pensado, por instantes iba trocando el zelo con que allí era venido. Suma maldad es de aquel que siente la inocencia de otro, porque le excusa del mérito de la acusacion, y freqüentísima en casi todos los que fiscalizan acciones agenas: juzgan por inútil su severidad, sino hallan materia de parecer justicieros, como el médico ó el piloto no se prueban sin dolor ó sin borrasca.

105. Ya el Marques trataba de partirse, porque la mucha tardanza de la respuesta de los Catalanes, en su mismo espacio daba á entender la floxedad de su obediencia; llegó en fin al cabo de veinte y dos dias.

106. Decian que habiendo hecho entre sí junta de Estados, hallaban ser cosa de gran peligro haber de entrar el nuevo Gobernador con armas, y de no menor el entrar sin ellas: que el rey les habia dado por su Virey al obispo: que pareceria accion de poca autoridad rehusar sin causa su eleccion: que ellos no habian pedido otro, ni se excusaban de obedecer á aquel: que los rumores públicos no estaban todavía olvidados: que era mucho de temer en tiempos de inquietud mudar tantas veces la forma de gobierno: que se suplicase á su Magestad lo quisiese mirar, y mandar detener algo mas, porque entre tanto tomarian las cosas mejor camino.

107. Intentaban con esto los Catalanes detener algun espacio la furia de las armas, enseñándoles aquella distante esperanza de concordia para ganar tiempo y mejorar sus prevenciones, miéntras que no llegase el desengaño.

108. Empero el Velez, que ya no aguardaba su obstinacion ó su aplauso mandó marchar los tercios en buen órden sucediéndose unos á otros, y al costado izquierdo la caballería: mandó que entrando en Valencia volviesen despues sobre la una orilla del Ebro, y que sin pasarlo, aguardasen su llegada á Tortosa; como luego se executó llevando la vanguardia el regimiento Real, que gobernaba el Ribera. Es privilegio particular de aquellos regimientos ser los primeros en todos casos contra el órden militar de los mas exércitos de España; pudo fundarse en que siempre se forman de la mejor gente.

109. Como primero en las marchas, lo fué tambien en las ocasiones. Caminaba D. Fernando de Ribera, su teniente Coronel, por junto al rio Algas, que en aquella parte divide Aragon de Cataluña, y se entra en Ebro junto al lugar dicho Fayo. Viéronle temerosos los Catalanes de la otra parte, recelándose de la vecindad de su enemigo: comenzáron á juntarse en tal número que podian provocarlos; pero no resistirlos: baxáron á la orilla, disparando á los soldados algunas rociadas de mosquetería, y mucho mayor ruido de injurias y feas palabras contra la persona del rey y ministros; ménos ocasion era bastante para dispertar la ira á aquellos que ya les oian coléricos; la codicia tambien concitaba como la queja: arrojáronse al agua muchos sin órden ni respeto á sus oficiales, y esguazando el rio, entraron en los lugares opuestos con poca dificultad: matáron, robáron y abrasáron gentes, casas y pueblos; escapo mal de las llamas la iglesia. Acudió D. Fernando á recoger los suyos, mas con temor de lo venidero, que escandalizado de lo sucedido: redúxolos á estotra parte del rio, marchó á sus quarteles, no sin alguna vanidad de que sus gentes fuesen las primeras que hubiesen derramado sangre del enemigo en esta corta ocasion.

110. Siguiéron á este los otros tercios, y alojados todos segun la cortedad del pais faltaba solo la entrada del Marques en Tortosa para dar principio á la guerra. Esto mismo le llevaba por las cosas con gran deseo de darles fin: salió de Aguasvivas y de Aragon, entró en Valencia por San Mateo, dió órden que le siguiese el tren que allí habia hecho alto, se alojó en Morella, pasó á Triguera, y desde allí á Ulldecona, primer lugar del principado; detúvose en él pocos dias, previniendo su entrada en Tortosa: viniéron á UIldecona el Bayle general, el obispo de Urgel y otros algunos caballeros de la devocion del rey, y porque luego queria mostrar á los Catalanes fieles é infieles el poder de su príncipe, determinó entrar acompañado de armas. Esperábanle en unos llanos que yacen entre aquel lugar y Tortosa, el Comisario general de la caballería ligera Filangieri con quinientos caballos, formados sus batallones; eran aquellas tropas las mejor montadas y gobernadas del exército, y con su bizarría y ceremonias de la guerra hacian una agradable y temerosa vista, segun los ojos de los que las miraban. Pasó el Velez, y repartiéndose en varias formas militares todo aquel cuerpo de gente, ocupando vanguardia, retaguardia y costados, le lleváron en medio hasta junto al puente, donde lo aguardaba el Magistrado de la ciudad (es de tres diputados de diferentes suertes) con los oficiales de su cabildo, y con toda aquella pompa á que se extiende la autoridad de una pequeña república.

111. Recibiólos el Marques á caballo y con gran demostracion de alegria: habló uno de ellos brevemente, alabando la fidelidad de su ciudad, el amor y reverencia que en medio de los alborotos pasados habian conservado á su rey: dixo de lo que ofrecian hacer y padecer por su causa: encomendó la templanza de parte de los soldados, y sobre todo pidió misericordia á su patria perturbada de algunos.

112. Á todo satisfizo el Velez con gravedad y compasion; afectos que le costaban poco, siéndole naturales: agradecioles su ánimo: empeñóles la grandeza de su rey para la satisfaccion, y su diligencia para procurársela: tráxoles á la memoria la sangre catalana con que se honraba: habló de la estimacion del nuevo cargo de su principado, y difiriendo lo mas para su tiempo hizo su entrada acompañado de los suyos y atravesando el puente ocupó la ciudad. Eran muchas las gentes que concurrian á verle; bien que con diferentes corazones, porque unos le miraban como salud, otros como muerte. Caminó á la sede, donde le aguardaban el Cabildo eclesiástico y su obispo electo fray Juan Bautista Campaña, General que habia sido de la Familia Franciscana, á quien el rey enviara ántes de consagrado, porque ayudase á la reduccion de aquel pueblo.

113. Habíanse convocado (segun costumbre de los Catalanes) con edictos públicos los Síndicos y Procuradores del principado para el acto del juramento en Tortosa: acudiéron solamente aquellos, cuyos lugares estaban mas expuestos al castigo de la desobediencia; y aun en ellos se conocia que no los traxera el amor, sino el miedo. Con estos y algunos jueces naturales, que desde la corte venian á este efecto, y con las personas del obispo de Urgel, prelado y ministro, el Bayle general y el magistrado de Tortosa, hiciéron como se representase todo el cuerpo y estados de la provincia, supliendo la regalia del príncipe qualquier defecto o nulidad que los ausentes repitiesen, y con las ceremonias usadas entre ellos delante de notario y testigos juró el Velez en manos del Urgel en la misma forma que los Vireyes pasados, prometiendo de guardar sus fueros sin quebrantar ninguno, como en tiempos de la paz lo hacian sus antecesores.

114. La forma de aquel juramento habia sido ventilada de muchos dias antes, porque siendo constante que el ánimo de los ministros Reales y sus disposiciones parecia encontrada á lo que era fuerza prometerse, paraba toda esta duda en un escrúpulo vivo que el Velez padecia con grande afecto, y como si solo sobre su conciencia cargase el peso de aquella cautela, varias veces lo trató y propuso á su confesor fray Gaspar Catalan, religioso de Santo Domingo, varon de estimadas letras y virtudes en Aragon; en fin se halló modo decente para concertar aquellos puntos que parecian contrarios, jurando de guardar (como se ha dicho) sus libertades y privilegios al Principado; mientras el Principado siguiese obediente las órdenes de su rey. Sobre esta cláusula tácita ó expresa, asentó la forma del juramento sobredicho, con que el Velez se dió por seguro, y los ministros de la provincia entónces por satisfechos.


 
 
FIN DEL LIBRO III
 
 


Arriba
Indice Siguiente