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Así está contado el desembarco en la relación citada pp. 46 y 47. Ribera lo refiere con pequeñas divergencias, en la forma siguiente: «Domingo a 30 de mayo (ya hemos dicho que el domingo fue 31) saltaron los enemigos en tierra con golpe de gente, y cuando los nuestros vieron que venían, pegaron fuego a las rancherías y al almacén que esta allí de Vuestra Majestad donde había cantidad de trigo para el sustento de la gente de Arauco. Y un cacique que hizo rostro y hirió a un inglés (textual) le mataron de un mosquetazo. Tomaron allí 500 cabezas de ganado ovejuno poco más o menos, y el trigo, maíz y otras cosas que quisieron, y se volvieron a embarcar».



 

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Carta citada de Alonso de Ribera. La relación holandesa dice, sin duda por error tipográfico, que Spilberg salió de la bahía de Concepción el 11 de junio. Ignoro qué ha podido inducir al almirante Burney a cometer el error de escribir estas palabras: «En Concepción, los holandeses bajaron a tierra y quemaron algunas casas» (tomo II, p. 337), cuando de todos los documentos consta que no intentaron siquiera aquel desembarco.

El padre Rosales, que ha referido estos hechos sumariamente, pero con regular exactitud, en libro VI, capítulo 19 de su Historia jeneral, cuenta que Spilberg supo que el gobernador de Chile era Alonso de Ribera, y que entonces «dijo que el Monsieur Ribera era gran soldado, muy conocido en Flandes y temido en toda la Francia, y que no quería con él nada». Es probable que entonces circulasen en Chile estas versiones y, aun, no es posible que el almirante holandés hubiese conocido de nombre a Ribera: pero los documentos que he podido consultar no hacen la menor referencia a este incidente.



 

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El error de los holandeses se explica por la relación de Ribera que dice expresamente que desembarcaron en Papudo. Por otra parte, la misma relación holandesa, que asienta que estuvieron en Quintero, fija la latitud de este puerto en 32º 15', la cual si no es precisamente la de Papudo (que está a 32º30') se acerca mucho más que a la de Quintero que está 18 minutos más al sur. El error de los holandeses no tiene nada de raro, y era producido por la gran imperfección de las cartas geográficas que usaban en sus viajes los navegantes de ese siglo.



 

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La relación holandesa no menciona este incidente; pero el hecho no puede ponerse en duda. En su carta de 2 de febrero de 1616, lo cuenta Ribera y, además, envía al Rey las declaraciones que habían dado en Santiago esos dos desertores.



 

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La relación holandesa del viaje de Spilbergen da por muy bien defendido el puerto del Callao en esas circunstancias. Cuenta, al efecto, que contaba con buenas baterías y que el Virrey tenía a sus órdenes 4000 españoles y ocho compañías de jinetes. Hay, sin duda, en esto una gran exageración; pero ciertos documentos españoles han exagerado mucho más todavía la falta de medios de defensa. El príncipe de Esquilache, que llegó a Lima pocos meses más tarde, dice que en el Callao no había más que un solo cañón. «El año de 1615, agrega, si el enemigo se resuelve a echar 500 hombres en tierra o algunos menos, es, sin duda, que se saquee la ciudad de los Reyes; y el señor marqués de Montes Claros me confesó que había dudado si hallaría cien hombres que se atreviesen a morir con él, habiendo precedido para este recelo la falta de gente que tuvo para enviar a la ocasión de Cañete». Es verdad que escribió estas palabras en el § 88 de la Relacion que al expirar su gobierno dejó a su sucesor el marqués de Guadalcázar, en la cual el príncipe de Esquilache se empeña en demostrar los grandes trabajos ejecutados por él para poner el virreinato en estado de defensa, empleando en esta demostración una arrogancia que por otra parte no es rara en esa clase de documentos.

Aunque las relaciones españolas contemporáneas describen el combate naval de Cañete como una victoria de la escuadra holandesa, tratando de explicar la derrota con diversas razones, un escritor español del siglo siguiente ha referido los hechos de una manera diversa para satisfacer la vanidad nacional. Es éste don Dionisio de Alcedo y Herrera, presidente que había sido de Quito. En su Aviso historico, politico, jeografíco, etc., publicado en Madrid en 1740, se ha propuesto contar las expediciones de los corsarios en América; y allí en el § XV, consagrado al gobierno del marqués de Montes Claros, escribe lo siguiente: «El año 1615, que fue el último de su gobierno, entró por el estrecho de Magallanes Jorge Spilberg, de nación inglés (textual), con seis navíos, haciendo diferentes daños en las costas de Chile. Su presidente participó de ello al Virrey, y con la noticia armó prontamente tres bajeles de guerra que partieron luego en su busca, y le encontraron 50 leguas del Callao, sobre la playa que llaman de Cañete, donde tuvieron un recio combate en que entre ambas armadas quedaron muy maltratadas: la del enemigo, escarmentada con este encuentro, hizo derrota para las islas Filipinas, donde encontró con otra mandada por el comandante don Juan Antonio Ronquillo, que lo acabó de derrotar y echar a pique». El fragmento que dejamos copiado contiene tantos errores como líneas. Por lo demás, el libro titulado Aviso histórico, abunda en errores semejantes casi en cada página. Y, sin embargo, ha merecido ser reimpreso con cierto lujo, junto con otros escritos del mismo autor, en un hermoso volumen dado a luz en Madrid en 1883 con el título de Piraterías i agresiones de los ingleses i de otros pueblos de Europa en la América española.



 

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Carta de Ribera, de 2 de febrero de 1616.



 

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Carta citada de Ribera.



 

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En sus cartas al Rey, Ribera insiste sobre todo en que se envíen refuerzos de tropa de España, no sólo porque los que le llegaban del Perú eran muy escasos y compuestos de soldados de mala calidad sino porque en estos momentos no podía socorrerlo el Virrey ni aun con auxiliares de esta clase. La presencia de los corsarios holandeses en el Pacífico hacía indispensable el aumentar las guarniciones de Lima y del Callao. En las provincias del Alto Perú, se había desarrollado una gran epidemia de viruela que hacía grandes estragos en la población, de tal suerte que no habría sido posible levantar allí la bandera de enganche.

En esas circunstancias, en que había tanta escasez de armas y de municiones, se experimentó un lamentable contratiempo. El 26 de mayo de 1616 ocurrió en Valparaíso un violento temporal de viento norte que arrojó a la playa al navío San Franscisco en que había llegado la segunda remesa del situado de ese año. Se salvó el dinero, y el vestuario que venía para la tropa, aunque mojado, pero se perdió la pólvora, que quedó inutilizada y que hacía gran falta.



 

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Las informaciones a que se refiere el Gobernador se conservan en el Archivo de Indias. Son compuestas de los pareceres dados por muchos capitanes y de las declaraciones tomadas a los indios prisioneros o a los españoles que salían del cautiverio. Todos estos testimonios están más o menos conformes en creer que aquellos indios no pensaban seriamente en dar la paz, y que debía desconfiarse de sus ofrecimientos porque éstos envolvían, según todas las probabilidades, una gran traición. Los informantes aseguraban, además, que aun suponiendo sinceros los ofrecimientos de esos indios, no habrían de poder servir en nada a la nueva ciudad por causa de la miseria espantosa en que vivían; y que por otra parte las tribus de guerra de la Imperial, Villarrica y los otros lugares, no les permitirían persistir en sus propósitos de vivir en paz con los españoles.



 

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El padre Rosales ha hecho en el capítulo 22 del libro VI de su Historia un extracto más extenso de esta real cédula, sin fijar, sin embargo, su fecha de 3 de enero de 1616. Hallándose estropeado su manuscrito en esta parte, hay algunos pasajes que no se comprenden bien. Pero el padre Oliveros, que indudablemente conoció a lo menos una porción de ese manuscrito, copió ese extracto, sin decir de dónde lo tomaba y sólo poniéndole comillas. Véase su Historia de la Compañía de Jesus en Chile, pp. 187 y 188.



 
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