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1

[Se respeta la edición original que está publicada en dos tomos con paginación independiente. (N. del E.)]

 

2

[En la actualidad se conoce la obra como Institución oratoria (N. del E.)]

 

3

Los principales que escribieron de retórica antes de Quintiliano, fueron: en la latina Cicerón, y en la griega Gorgias, Corax, Tisias, Aristóteles; pero ninguno mejor que Quintiliano redujo a arte las observaciones sobre la elocuencia, por cuyo método Rollin le prefiere al mismo Cicerón.

 

4

A este propósito dice Cicerón in Bruto: Así como es honra del hombre tener ingenio, así la elocuencia es donde luce el ingenio.

 

5

El que considere que esto mismo de que disimuladamente se queja Quintiliano acaeció casi a todos los escritos de los antiguos, no pondrá duda en que muchas de las que tenemos por autoridades suyas, no lo son, sino lo que pusieron los copiantes y notarios que tenían este oficio. A esto se junta, que incorporando en el texto varias acotaciones que encontraban en las márgenes puestas por otros, nos lo hicieron admitir, repugnándolo el sentido como cosa uniforme con la doctrina, donde hicieron entrar estos lunares, pequeños en sí, pero muy grandes para obscurecer el sentido genuino de los escritores. No sé si la Poética de Aristóteles, entre otras obras suyas, padeció semejante alteración; lo cierto es que, como observa Luzán, en algunos lugares no sabemos lo que quiso decir. ¿Y de dónde provienen algunos modos de hablar en la lengua latina, contrarios a su analogía, sino tal vez de semejantes abreviaturas y cifras? Entre otros tenemos el adverbio impraesentiarum, al que no encuentran analogía los gramáticos, y sin dudase diría in praesentia rerum.

 

6

Orador perfecto ni le hay, ni puede haberle sino ideal; así como no puede haber república ordenada, como la que se ideó Platón. Va Quintiliano a formar y trazar este perfecto orador para que cada uno procure acercarse lo posible a este modelo; y cuanto más lo logre, tanto mejores disposiciones tendrá para la elocuencia.

 

7

Pretende aquí Quintiliano reformar la opinión de muchos antiguos, de que al orador sólo tocaba tratar y defender sus causas con habilidad y destreza, y no el vivir honesta y arregladamente. En vano pretende mover a otro a la virtud, quien no la conoce: Si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi.- Horacio, Arte poética.

 

8

Toda esta doctrina de Quintiliano la trata con mucha extensión Cicerón: De Oratore, capítulos 56, 62, 71, 73, 197, 108, 122, 123.

 

9

Llegose en cierta ocasión a Herodes ateniense, miembro del Areópago, a pedirle una limosna un cierto hombre en traje y aspecto venerable, barba larga hasta la cintura y con capa de filósofo. ¿Quién eres? preguntó Herodes. Mucho extraño, respondió el pobre con voz grave y en tono de reprehensión, que preguntes lo mismo que ves. Herodes replicó: Lo que veo es la barba y la capa; pero no veo nada de filósofo.- Aulo Gelio, libro IX, capítulo 2.

 

10

Aunque hubo filósofos que bajo el nombre y capa de tales vivían más licenciosamente de lo que su profesión requería, con todo esto, no sé si Quintiliano dejó correr la pluma lisonjeando al emperador Domiciano, que desterró de Roma todos los filósofos; entendiéndose sin duda por este nombre en aquellos tiempos los profesores de la cristiana religión; pero en defensa de estos mismos no tuvo reparo en perorar en presencia de Trajano un discípulo de Quintiliano, que fue Plinio el Joven.