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11

Insinúa en este lugar lo mismo que apuntó arriba, que la moral y aun todas las demás facultades se incluían en lo antiguo en el estudio de la elocuencia. Éste es el mismo pensamiento de Cicerón: El orador, de cualquier cosa que trate, trata de materia propia suya.- De Oratore.

 

12

Ya dijimos arriba que no puede haber orador perfecto, porque hablando con todo rigor, debe abarcar nada menos que la enciclopedia de todas las ciencias y artes. En el perfecto orador se halla toda la ciencia de los filósofos.-Cicerón en el mismo lugar.

 

13

Entiende los preceptos necesarios de la retórica, aludiendo al estilo de aquellos abogados que no hacen más que interpretar las leyes fría y secamente.-Rollin.

 

14

Aquella parte de la retórica que sólo consiste en reglas y preceptillos, que podemos llamar oratoria pueril.

 

15

Esta observación tiene lugar en todas las artes, tanto mecánicas como liberales. En vano se afana el que va contra la inclinación natural en alguna facultad. Horacio dice lo mismo, Arte Poética, verso 408. Y hablando de lo mismo Cicerón, quiere, que, en caso de faltar una de las dos cosas, es menos falta la de los preceptos que la del ingenio; aunque si por dicha llegan a juntarse ambas cosas en uno, entonces hace prodigios la naturaleza. Pro Archia, número 8. Pero contemos siempre que a nadie ésta le crió igualmente grande para todo, antes dice Salustio, que en medio de tantos caminos parte serlo a cada cual muestra el suyo. Cat. bell. 2. Naturae sequitur, semina quisque sua. Pro. Truéquense las carreras y profesiones de los hombres; oblíguese a Horacio y Garcilaso a componer poemas épicos, y a Virgilio y Ercilla a manejar la lira, y ninguno será nada. Véase la elegía 3, libro 3 de Pro. Visus eram, etc.

 

16

Habla de aquellos dotes corporales del ademán, en los que estriba la pronunciación, y cuyos defectos, aunque sean sacados de la naturaleza, los puede enmendar el ejercicio ayudado de la razón. Parece tuvo presentes a Demóstenes y Cicerón; de los cuales el primero tenía muy poca fuerza del pulmón, débil voz, y tan tartamudo, que le afeaba toda la pronunciación; pero llevando una piedrecita en la boca para gastar y limar la lengua, afinó la voz; y para darla más corpulencia iba con frecuencia a la playa del mar, donde se estrellaban las olas en los peñascos, y la esforzaba hasta tanto que se sintiese entre su ruido y bramido. Cicerón cuenta de sí mismo que era también algo desairado en la acción, y de voz lánguida y afeminada; pero con el trabajo venció estos defectos naturales.

 

17

[«Ante todas cosas» en el original (N. del E.)]

 

18

Es pensamiento de Horacio:

Quo semel est imbuta recens, servabit odorem Testa diu.


Libro I, Epístola 2.                


 

19

Véase sobre este punto a Cicerón in Bruto, 211.

 

20

Esta historia la trae Valerio Máximo, libro 8, capítulo 3.