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Contribuye tanto la diferencia de pies para mover al alma, que aunque no queramos, sentimos diversa sensación según la concurrencia mayor o menor de los pies ligeros o pesados. Un verso donde todos son dáctilos, pone en movimiento al ánimo; y al contrario, por agitado que esté, calma y se tranquiliza oyendo un verso compuesto de espondeos: verbigracia Monstrum horrendum, informe ingens, cui lumen ademptum: caminando siempre nuestro ánimo al compás y movimiento que tiene el verso.

 

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Era vehemente, arrebatado y ponía como furiosos y locos a los que lo oían; tanto, que sin poderse contener, se ponían en movimiento desenfrenado todos los miembros del cuerpo. Ovidio, Contra Ibis.

 

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La voz griega propiamente significa falsa descripción y hemos traducido falacias, o sea sofismas del cálculo, esto es, demostración aparente. Tanto en la aritmética como en la geometría suelen traerse varias de estas falacias. Por ejemplo: si un todo se divide en dos partes, éstas dos en cuatro, y una de ellas en dos, parece que calculando habían de sumar ocho; pues no salen más que cinco. A la prueba. Tírese una línea: divídase en dos trozos, y estos dos en cuatro; y por último, uno de los cuatro en dos, y se verá que no salen más que cinco trozos.

 

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Por omitir prolijidad no hacemos aquí demostración; pero cualquiera podrá hacer la operación en números o en líneas.

 

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Para entender este lugar, debe saberse que los antiguos abogados defendían las causas en un lugar espacioso, y no reducido como nuestros púlpitos, como se colige del mismo Cicerón. En él daba sus paseos el orador cuando le parecía, se paraba y aun se sentaba para descansar. De aquí es que Cornelio Tacito en el Diálogo de los Oradores se queja que a la elocuencia se le quitó mucho de su nervio por haber estrechado el lugar en que se peroraba en su tiempo, quedando el orador sin el campo suficiente para explayarse.

 

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Éste es uno de los más esenciales preceptos de la oratoria, que no se haga alarde del artificio de la retórica; sino que sin faltar nada del adorno y compostura del razonamiento, se eche de ver en él cierta sencillez natural: pues de lo contrario no hay cosa peor para persuadir, que el que el auditorio advierta que le arman lazos para cazarle.

 

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No hay duda que el orador puede aprender del cómico mucho del ademán. A lo menos es innegable que el mismo Cicerón se ejercitaba con su amigo Roscio, el representante más insigne que hubo en Roma, en expresar una misma cosa: aquél con distintos ademanes, y éste con diversas sentencias; y tal vez era con el fin de observar más de cerca los movimientos de aquel gran maestro del ademán. En prueba de la mano que se dan ambas dos cosas, el mismo Roscio hizo una obra que no ha llegado a nuestros días, y quizá leería Quintiliano, haciendo un parangón y paralelo entre la acción del teatro y el ademán de la elocuencia.

 

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Quintiliano pone quironomía, que propiamente significa ley o regla del movimiento de las manos. Hemos traducido ademán, porque las principales reglas de éste se reducen al manejo de aquéllas.

 

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La suma curiosidad y deseo de saber le obligó a Platón a informarse de la religión, leyes y ritos del pueblo hebreo; y sus mismos libros prueban que no solamente inquirió sus costumbres y leyó sus escritos, sino que a muchos les han movido a creer y aun defender que siguió y creyó su moral. Pero no tienen otro fundamento, a mi ver, que los preceptos de la más subida filosofía que se encuentran en sus obras, y ciertas ideas sublimes no menos que obscuras.

 

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Eurípides en la Hécuba, verso 816. Suadelam vero inter homines solam reginam. Rollin.