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Parece tenía presente lo que dice Cicerón de sí mismo: Quis mihi succenseat iure, si quantum ceteris... ad festos dies ludorum celebrandos, quantum ad alias voluptates conceditur temporis... quantum alii tribuunt intempestivis conviviis, quantum denique aleae, quantum pilae, tamtum mihi egomet ad haec studia recolenda sumpsero. Pro Arquia, 6.

 

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Declamar es ejercitarse en algunos razonamientos y arengas pertenecientes a los tres géneros de causas que abraza la retórica, pero breves y proporcionados a la capacidad de los niños y de sus ideas; verbigracia: Si es útil el estudio de la retórica; si aprovecha el leer los escritos de los antiguos; que el estudio de las letras sirve para la virtud; si se debe castigar a un reo que hizo la muerte estando loco; una exhortación de un general a los soldados, etc. Sin este ejercicio de retórica valen tan poco todos los preceptos, como saber los nombres de todas las ciudades del mundo y no poder decir dónde caen.

 

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Habla de aquellos aplausos que eran como de costumbre en los días de las composiciones; y que siendo comunes a los que hicieron mucho y a los que nada trabajaron, a los unos los acobarda y a los otros los hace confiados, confundiendo a los de mérito con los perezosos. También, como después dice y reprueba, cuando el maestro declamaba solían aplaudirle con semejante estrépito.

 

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Es una metáfora tomada de los manjares. Porque a la manera que el que tiene estómago muy robusto hace a todo, sin distinguir de comidas, y al contrario los que le tienen débil buscan las de fácil digestión, así, dice Quintiliano, hay padres que confiados en el talento superior de sus hijos, no se ponen a hacer elección de los mejores maestros. [Según noticia de] Turnebo. Aun en castellano decimos que uno tiene buen estómago, cuando pasa por todo, en nada escrupuliza y se cree todo lo que le dicen, sin ponerse a discernir la verdad o fundamento de ello.

 

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Lugar viciado y que ha dado ocasión a diversas conjeturas e interpretaciones.

 

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Maestro de Aquiles, de quien hace mención Homero. Libro 9, Ilíada.

 

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Parece que Quintiliano sigue la opinión que después han abrazado otros maestros de elocuencia, fundados en el testimonio de Cicerón, de que en los jóvenes no es reprehensible el estilo asiático y pomposo, aunque desdice mucho de los que están en edad madura. Pues aunque semejante estilo tiene por lo común más de hojarasca de palabras que de solidez de pensamientos, con todo, debe disimularse este defecto en una edad que está escasa y pobre de conceptos y sentencias, hasta que adquiriendo con el tiempo mayores luces e ideas, vayan llenando en su oración éstas el lugar que ocupaba aquel follaje de palabras nacido de la lozanía del ingenio o pobreza de pensamientos.

 

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Alude a lo que dice en el libro 1, capítulo 3, de no ser buena señal el que en los niños se anticipe cierta madurez en el juicio, no menos intempestiva que anunciadora de su corta duración.

 

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[«alababan» en el original (N. del E.)]

 

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Hay ciertas ocurrencias en los niños, ciertas agudezas y gracias, que hacen concebir grandes esperanzas de ingenio agigantado a los padres ignorantes de los verdaderos caracteres del talento; pero seguramente no hay señales más equívocas, o por mejor decir más evidentes de un ingenio muy somero; y en otra parte Quintiliano compara esta viveza anticipada a aquellas hierbas o espiguillas que el campo produce voluntariamente, pero sin esperanza de fruto.