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  -fol. 56v-     -[fol. 57r]-  

ArribaAbajoSegundo libro de Galatea

LIBRES ya y desembarazadas de lo que aquella noche con sus ganados habían de hacer, procuraron recogerse y apartarse con Teolinda en parte donde, sin ser de nadie impedidas, pudiesen oír lo que del suceso de sus amores les faltaba. Y así, se fueron a un pequeño jardín que estaba en casa de Galatea; y, sentándose las tres debajo de una verde y pomposa parra que entricadamente por unas redes de palos se entretejía, tornando a repetir Teolinda algunas palabras de lo que antes había dicho, prosiguió diciendo:

-«Después de acabado nuestro baile y el canto de Artidoro -como ya os he dicho, bellas pastoras-, a todos nos pareció volvernos al aldea a hacer en el templo los solemnes sacrificios, y por parecernos asimesmo que la solemnidad de la fiesta daba en alguna manera licencia para [que], no teniendo   -[fol. 57v]-   cuenta tan a punto con el recogimiento, con más libertad nos holgásemos; y por esto, todos los pastores y pastoras, en montón confuso, alegre y regocijadamente al aldea nos volvimos, hablando cada uno con quien más gusto le daba. Ordenó, pues, la suerte y mi diligencia, y aun la solicitud de Artidoro, que sin mostrar artificio en ello, los dos nos apareamos, de manera que a nuestro salvo pudiéramos hablar en aquel camino más de lo que hablamos, si cada uno por sí no tuviera respecto a lo que a sí mesmo y al otro debía. En fin, yo, por sacarle a barrera -como decirse suele-, le dije: “Años se te harán, Artidoro, los días que en nuestra aldea estuvieres, pues debes de tener en la tuya cosas en que ocuparte que te deben de dar más gusto”. “Todo el que yo puedo esperar en mi vida trocara yo -respondió Artidoro- porque fueran, no años, sino siglos, los días que aquí tengo de estar, pues, en acabándose, no espero tener otros que más contento me hagan”. “¿Tanto es el que rescibes -respondí yo- en mirar   -fol. 58r-   nuestras fiestas?” “No nasce de ahí -respondió él-, sino de contemplar la hermosura de las pastoras desta vuestra aldea”. “¡Es verdad -repliqué yo-, que deben de faltar hermosas zagalas en la tuya!”. “Verdad es que allá no faltan -respondió él-, pero aquí sobran, de manera que una sola que yo he visto, basta para que, en su comparación, las de allá se tengan por feas”. “Tu cortesía te hace decir eso, ¡oh Artidoro! -respondí yo-, porque bien sé que en este pueblo no hay ninguna que tanto se aventaje como dices”. “Mejor sé yo ser verdad lo que digo -respondió él-, pues he visto la una y mirado las otras”. “Quizá la miraste de lejos, y la distancia del lugar -dije yo- te hizo parecer otra cosa de lo que debe de ser”. “De la mesma manera -respondió él- que a ti te veo y estoy mirando agora, la he mirado y visto a ella; y yo me holgaría de haberme engañado, si no conforma su condición con su hermosura”. “No me pesara a mí ser la que dices, por el gusto que debe sentir la que se vee pregonada y tenida por hermosa”. “Harto más   -fol. 58v-   -respondió Artidoro- quisiera yo que tú no fueras”. “Pues, ¿qué perdieras tú -respondí yo- si, como yo no soy la que dices, lo fuera?” “Lo que he ganado -respondió él- bien lo sé; de lo que he de perder estoy incierto y temeroso”. “Bien sabes hacer del enamorado -dije yo-, ¡oh Artidoro!” “Mejor sabes tú enamorar, ¡oh Teolinda!”, respondió él. A esto le dije: “No sé si te diga, Artidoro, que deseo que ninguno de los dos sea el engañado”. A lo que él respondió: “De que yo no me engaño estoy bien seguro, y de querer tú desengañarte, está en tu mano, todas las veces que quisieres hacer experiencia de la limpia voluntad que tengo de servirte”. “Ésa te pagaré yo con la mesma -repliqué yo-, por parecerme que no sería bien a tan poca costa quedar en deuda con alguno”.

»A esta sazón, sin que él tuviese lugar de responderme, llegó Eleuco, el mayoral, y dijo con voz alta: “¡Ea, gallardos pastores y hermosas pastoras!, haced que sientan en el aldea vuestra venida, entonando vosotras, zagalas, algún villancico,   -fol. 59r-   de modo que nosotros os respondamos; porque vean los del pueblo cuánto hacemos al caso los que aquí vamos para alegrar nuestra fiesta”. Y porque en ninguna cosa que Eleuco mandaba dejaba de ser obedecido, luego los pastores me dieron a mí la mano para que comenzase. Y así, yo, sirviéndome de la ocasión y aprovechándome de lo que con Artidoro había pasado, di principio a este villancico:



   En los estados de amor,
nadie llega a ser perfecto,
sino el honesto y secreto.

    Para llegar al süave
gusto de amor, si se acierta,  5
es el secreto la puerta,
y la honestidad la llave.
Y esta entrada no la sabe
quien presume de discreto,
sino el honesto y secreto.  10
-fol. 59v-

    Amar humana beldad
suele ser reprehendido,
si tal amor no es medido
con razón y honestidad.
Y amor de tal calidad  15
luego le alcanza, en efecto,
el qu’es honesto y secreto.

    Es ya caso averiguado,
que no se puede negar,
que a veces pierde el hablar  20
lo qu’el callar ha ganado.
Y el que fuere enamorado,
jamás se verá en aprieto,
si fuere honesto y secreto.

    Cuanto una parlera lengua  25
y unos atrevidos ojos
suelen causar mil enojos
y poner al alma en mengua,
tanto este dolor desmengua
y se libra deste aprieto  30
el qu’es honesto y secreto.

  -fol. 60r-  

»No sé si acerté, hermosas pastoras, en cantar lo que habéis oído, pero sé bien que se supo aprovechar dello Artidoro, pues, en todo el tiempo que en nuestra aldea estuvo, puesto que me habló muchas veces, fue con tanto recato, secreto y honestidad, que los ociosos ojos y lenguas parleras ni tuvieron ni vieron que decir cosa que a nuestra honra perjudicase. Mas con el temor que yo tenía que, acabado el término que Artidoro había prometido de estar en nuestra aldea, se había de ir a la suya, procuré, aunque a costa de mi vergüenza, que no quedase mi corazón con lástima de haber callado lo que después fuera escusado decirse estando Artidoro ausente. Y así, después que mis ojos dieron licencia que los suyos amorosamente me mirasen, no estuvieron quedas las lenguas, ni dejaron de mostrar con palabras lo que hasta entonces por señas los ojos habían bien claramente manifestado.

»En fin, sabréis, amigas mías, que un día, hallándome acaso sola con   -fol. 60v-   Artidoro, con señales de un encendido amor y comedimiento, me descubrió el verdadero y honesto amor que me tenía; y, aunque yo quisiera entonces hacer de la retirada y melindrosa, porque temía, como ya os he dicho, que él se partiese, no quise desdeñarle ni despedirle; y también por parecerme que los sinsabores que se dan y sienten en el principio de los amores son causa de que abandonen y dejen la comenzada empresa los que en sus sucesos no son muy experimentados. Y por esto le di respuesta tal cual yo deseaba dársela, quedando, en resolución, concertados en que él se fuese a su aldea, y que, de allí a pocos días, con alguna honrosa tercería me enviase a pedir por esposa a mis padres; de lo que él fue tan contento y satisfecho, que no acababa de llamar venturoso el día en que sus ojos me miraron. De mí os sé decir que no trocara mi contento por ningún otro que imaginar pudiera, por estar segura que el valor y calidad de Artidoro era tal, que mi padre sería   -fol. 61r-   contento de recebirle por yerno.

»En el dichoso punto que habéis oído, pastoras, estaba el de nuestros amores, que no quedaban sino dos o tres días a la partida de Artidoro, cuando la Fortuna, como aquella que jamás tuvo término en sus cosas, ordenó que una hermana mía de poco menos edad que yo a nuestra aldea tornase, de otra donde algunos días había estado en casa de una tía nuestra que mal dispuesta se hallaba. Y porque consideréis, señoras, cuán estraños y no pensados casos en el mundo suceden, quiero que entendáis una cosa que creo no os dejará de causar alguna admiración estraña; y es que esta hermana mía que os he dicho, que hasta entonces había estado ausente, me parece tanto en el rostro, estatura, donaire y brío, si alguno tengo, que no sólo los de nuestro lugar, sino nuestros mismos padres muchas veces nos han desconocido, y a la una por la otra hablado; de manera que, para no caer en este engaño, por la diferencia de los vestidos, que diferentes   -fol. 61v-   eran, nos diferenciaban. En una cosa sola, a lo que yo creo, nos hizo bien diferentes la naturaleza, que fue en las condiciones, por ser la de mi hermana más áspera de lo que mi contento había menester, pues por ser ella menos piadosa que advertida, tendré yo que llorar todo el tiempo que la vida me durare.

»Sucedió, pues, que luego que mi hermana vino al aldea, con el deseo que tenía de volver al agradable pastoral ejercicio suyo, madrugó luego otro día más de lo que yo quisiera, y con las ovejas proprias que yo solía llevar se fue al prado; y, aunque yo quise seguirla, por el contento que se me seguía de la vista de mi Artidoro, con no sé qué ocasión, mi padre me detuvo todo aquel día en casa, que fue el último de mis alegrías. Porque aquella noche, habiendo mi hermana recogido su ganado, me dijo, como en secreto, que tenía necesidad de decirme una cosa que mucho me importaba. Yo, que cualquiera otra pudiera pensar de la que me dijo, procuré que presto a solas nos viésemos,   -fol. 62r-   adonde ella, con rostro algo alterado, estando yo colgada de sus palabras, me comenzó a decir: “No sé, hermana mía, lo que piense de tu honestidad, ni menos sé si calle lo que no puedo dejar de decirte, por ver si me das alguna disculpa de la culpa que imagino que tienes; y, aunque yo, como hermana menor, estaba obligada a hablarte con más respecto, debes perdonarme, porque en lo que hoy he visto hallarás la disculpa de lo que te dijere”. Cuando yo desta manera la oí hablar, no sabía qué responderle, sino decirle que pasase adelante con su plática. “Has de saber, hermana -siguió ella-, que esta mañana, saliendo con nuestras ovejas al prado, y yendo sola con ellas por la ribera de nuestro fresco Henares, al pasar por el alameda del Concejo, salió a mí un pastor que con verdad osaré jurar que jamás le he visto en estos nuestros contornos, y, con una estraña desenvoltura, me comenzó a hacer tan amorosas salutaciones que yo estaba con vergüenza y confusa, sin saber qué responderle;   -fol. 62v-   y él, no escarmentado del enojo que, a lo que yo creo, en mi rostro mostraba, se llegó a mí diciéndome: ‘¿Qué silencio es éste, hermosa Teolinda, último refugio de esta ánima que os adora?’. Y faltó poco que no me tomó las manos para besármelas, añadiendo a lo que he dicho un catálogo de requiebros, que parecía que los traía estudiados. Luego di yo en la cuenta, considerando que él daba en el error en que otros muchos han dado, y que pensaba que con vos estaba hablando, de donde me nació sospecha que si vos, hermana, jamás le hubiérades visto, ni familiarmente tratado, no fuera posible tener el atrevimiento de hablaros de aquella manera. De lo cual tomé tanto enojo, que apenas podía formar palabra para responderle; pero al fin respondí de la suerte que su atrevimiento merescía, y cual a mí me pareció que estábades vos, hermana, obligada a responder a quien con tanta libertad os hablara. Y si no fuera porque en aquel instante llegó la pastora Licea, yo le añadiera tales   -fol. 63r-   razones, que fuera bien arrepentido de haberme dicho las suyas. Y es lo bueno, que nunca le quise decir el engaño en que estaba, sino que así creyó él que yo era Teolinda como si con vos mesma estuviera hablando. En fin, él se fue llamándome ingrata, desagradecida y de poco conocimiento; y, a lo que yo puedo juzgar del semblante que él llevaba, a fe, hermana, que otra vez no ose hablaros, aunque más sola os encuentre. Lo que deseo saber es quién es este pastor y qué conversación ha sido la de entrambos, de do nasce que con tanta desenvoltura él se atreviese a hablaros”.

»A vuestra mucha discreción dejo, discretas pastoras, lo que mi alma sintiría, oyendo lo que mi hermana me contaba. Pero al fin, disimulando lo mejor que pude, le dije: “La mayor merced del mundo me has hecho, hermana Leonarda -que así se llama la turbadora de mi descanso-, en haberme quitado con tus ásperas razones el fastidio y desasosiego que me daban las importunas de ese pastor que dices, el cual   -fol. 63v-   es un forastero que habrá ocho días que está en esta nuestra aldea, en cuyo pensamiento ha cabido tanta arrogancia y locura que, doquiera que me vee, me trata de la manera que has visto, dándose a entender que tiene granjeada mi voluntad; y, aunque yo le he desengañado, quizá con más ásperas palabras de las que tú le dijiste, no por eso deja él de proseguir en su vano propósito; y a fe, hermana, que deseo que venga ya el nuevo día, para ir a decirle que si no se aparta de su vanidad, que espere el fin della que mis palabras siempre le han significado”. Y así era la verdad, dulces amigas, que diera yo porque ya fuera el alba cuanto pedírseme pudiera, sólo por ir a ver a mi Artidoro y desengañarle del error en que había caído, temerosa que con la aceda y desabrida respuesta que mi hermana le había dado, él no se desdeñase y hiciese alguna cosa que en perjuicio de nuestro concierto viniese.

»Las largas noches del escabroso deciembre no dieron más pesadumbre al amante que del   -fol. 64r-   venidero día algún contento esperase, cuanto a mí me dio disgusto aquella, puesto que era de las cortas del verano, según deseaba la nueva luz, para ir a ver a la luz por quien mis ojos veían. Y así, antes que las estrellas perdiesen del todo la claridad, estando aún en duda si era de noche o de día, forzada de mi deseo, con la ocasión de ir a apacentar las ovejas, salí del aldea; y, dando más priesa al ganado de la acostumbrada para que caminase, llegué al lugar adonde otras veces solía hallar a Artidoro, el cual hallé solo y sin ninguno que dél noticia me diese, de que no pocos saltos me dio el corazón, que casi adevinó el mal que le estaba guardado. ¡Cuántas veces, viendo que no le hallaba, quise con mi voz herir el aire, llamando el amado nombre de mi Artidoro, y decir: “¡Ven, bien mío, que yo soy la verdadera Teolinda, que más que a sí te quiere y ama!”, sino que el temor que de otro que dél fuesen mis palabras oídas, me hizo tener más silencio del   -fol. 64v-   que quisiera. Y así, después que hube rodeado una y otra vez toda la ribera y el soto del manso Henares, me senté cansada al pie de un verde sauce, esperando que del todo el claro sol sus rayos por la faz de la tierra estendiese, para que con su claridad no quedase mata, cueva, espesura, choza ni cabaña que de mí mi bien no fuese buscado. Mas, apenas había dado la nueva luz lugar para discernir las colores, cuando luego se me ofreció a los ojos un cortecido álamo blanco, que delante de mí estaba, en el cual y en otros muchos vi escritas unas letras, que luego conocí ser de la mano de Artidoro allí fijadas; y, levantándome con priesa a ver lo que decían, vi, hermosas pastoras, que era esto:


    Pastora en quien la belleza
en tanto estremo se halla,
que no hay a quien comparalla
sino a tu mesma crüeza.
    Mi firmeza y tu mudanza  5
-fol. 65r-
han sembrado a mano llena
tus promesas en la arena
y en el viento mi esperanza.
    Nunca imaginara yo
que cupiera en lo que vi,  10
tras un dulce alegre ,
tan amargo y triste no.
    Mas yo no fuera engañado
si pusiera en mi ventura,
así como en tu hermosura,  15
los ojos que te han mirado.
    Pues cuanto tu gracia estraña
promete, alegra y concierta,
tanto turba y desconcierta
mi desdicha, y enmaraña.  20
    Unos ojos me engañaron,
al parecer pïadosos.
¡Ay, ojos falsos, hermosos!,
los que os ven, ¿en qué pecaron?
    Dime, pastora crüel:  25
-fol. 65v-
¿a quién no podrá engañar
tu sabio honesto mirar
y tus palabras de miel?
    De mí ya está conoscido
que, con menos que hicieras,  30
días ha que me tuvieras
preso, engañado y rendido.
    Las letras que fijaré
en esta áspera corteza
crecerán con más firmeza  35
que no ha crecido tu fe;
    la cual pusiste en la boca
y en vanos prometimientos,
no firme al mar y a los vientos,
como bien fundada roca.  40
    Tan terrible y rigurosa
como víbora pisada,
tan crüel como agraciada,
tan falsa como hermosa;
    lo que manda tu crueldad  45
cumpliré sin más rodeo,
-fol. 66r-
pues nunca fue mi deseo
contrario a tu voluntad.
    Yo moriré desterrado
porque tú vivas contenta,  50
mas mira que amor no sienta
del modo que me has tratado;
    porque, en la amorosa danza,
aunque amor ponga estrecheza,
sobre el compás de firmeza  55
no se sufre hacer mudanza.
    Así como en la belleza
pasas cualquiera mujer,
creí yo que en el querer
fueras de mayor firmeza;  60
    mas ya sé, por mi pasión,
que quiso pintar natura
un ángel en tu figura,
y el tiempo en tu condición.
    Si quieres saber dó voy  65
y el fin de mi triste vida,
-fol. 66v-
la sangre por mí vertida
te llevará donde estoy;
    y, aunque nada no te cale
de nuestro amor y concierto,  70
no niegues al cuerpo muerto
el triste y último vale;
    que bien serás rigurosa,
y más que un diamante dura,
si el cuerpo y la sepultura  75
no te vuelven piadosa.
    Y en caso tan desdichado
tendré por dulce partido,
si fui vivo aborrecido,
ser muerto y por ti llorado.  80

»¿Qué palabras serán bastantes, pastoras, para daros a entender el estremo de dolor que ocupó mi corazón cuando claramente entendí que los versos que había leído eran de mi querido Artidoro? Mas no hay para qué encarescérosle, pues no llegó al punto que era menester para acabarme la vida, la cual,   -fol. 67r-   desde entonces acá tengo tan aborrecida, que no sentiría ni me podría venir mayor gusto que perderla. Los sospiros que entonces di, las lágrimas que derramé, las lástimas que hice, fueron tantas y tales, que ninguno me oyera que por loca no me juzgara.

»En fin, yo quedé tal que, sin acordarme de lo que a mi honra debía, propuse de desamparar la cara patria, amados padres y queridos hermanos, y dejar con la guardia de sí mesmo al simple ganado mío. Y, sin entremeterme en otras cuentas, mas de en aquellas que para mi gusto entendí ser necesarias, aquella mesma mañana, abrazando mil veces la corteza donde las manos de mi Artidoro habían llegado, me partí de aquel lugar con intención de venir a estas riberas, donde sé que Artidoro tiene y hace su habitación, por ver si ha sido tan inconsiderado y cruel consigo que haya puesto en ejecución lo que en los últimos versos dejó escripto; que si así fuese, desde aquí os prometo, amigas mías, que no sea menor el deseo y presteza con que   -fol. 67v-   le siga en la muerte, que ha sido la voluntad con que le he amado en la vida. Mas, ¡ay de mí, y cómo creo que no hay sospecha que en mi daño sea que no salga verdadera!, pues ha ya nueve días que a estas frescas riberas he llegado, y en todos ellos no he sabido nuevas de lo que deseo; y quiera Dios que cuando las sepa, no sean las últimas que sospecho.» Veis aquí, discretas zagalas, el lamentable suceso de mi enamorada vida. Ya os he dicho quién soy y lo que busco; si algunas nuevas sabéis de mi contento, así la fortuna os conceda el mayor que deseáis, que no me las neguéis.

Con tantas lágrimas acompañaba la enamorada pastora las palabras que decía, que bien tuviera corazón de acero quien dellas no se doliera. Galatea y Florisa, que naturalmente eran de condición piadosa, no pudieron detener las suyas, ni menos dejaron, con las más blandas y eficaces razones que pudieron, de consolarla, dándole por consejo que se estuviese algunos días en su compañía; quizá haría la fortuna   -fol. 68r-   que en ellos algunas nuevas de Artidoro supiese; pues no permitiría el cielo que, por tan estraño engaño, acabase un pastor tan discreto como ella le pintaba el curso de sus verdes años; y que podría ser que Artidoro, habiendo con el discurso del tiempo vuelto a mejor discurso y propósito su pensamiento, volviese a ver la deseada patria y dulces amigos; y que por esto, allí mejor que en otra parte podía tener esperanza de hallarle. Con estas y otras razones, la pastora, algo consolada, holgó de quedarse con ellas, agradeciéndoles la merced que le hacían y el deseo que mostraban de procurar su contento. A esta sazón, la serena noche, aguijando por el cielo el estrellado carro, daba señal que el nuevo día se acercaba; y las pastoras, con el deseo y necesidad de reposo, se levantaron y del fresco jardín a sus estancias se fueron. Mas, apenas el claro sol había con sus calientes rayos deshecho y consumido la cerrada niebla que en las frescas mañanas por el aire suele estenderse,   -fol. 68v-   cuando las tres pastoras, dejando los ociosos lechos, al usado ejercicio de apascentar su ganado se volvieron, con harto diferentes pensamientos Galatea y Florisa del que la hermosa Teolinda llevaba, la cual iba tan triste y pensativa que era maravilla. Y a esta causa, Galatea, por ver si podría en algo divertirla, le rogó que, puesta aparte un poco la melancolía, fuese servida de cantar algunos versos al son de la zampoña de Florisa. A esto respondió Teolinda:

-Si la mucha causa que tengo de llorar, con la poca que de cantar tengo, entendiera que en algo se menguara, bien pudieras, hermosa Galatea, perdonarme porque no hiciera lo que me mandas; pero, por saber ya por experiencia que lo que mi lengua cantando pronuncia mi corazón llorando lo solemniza, haré lo que quieres, pues en ello, sin ir contra mi deseo, satisfaré el tuyo.

Y luego la pastora Florisa tocó su zampoña, a cuyo son Teolinda cantó este soneto:

  -fol. 69r-  


TEOLINDA


    Sabido he por mi mal adónde llega
la cruda fuerza de un notorio engaño,
y cómo amor procura, con mi daño,
darme la vida qu’el temor me niega.

    Mi alma de las carnes se despega,  5
siguiendo aquella que, por hado estraño,
la tiene puesta en pena, en mal tamaño,
qu’el bien la turba y el dolor sosiega.

    Si vivo, vivo en fe de la esperanza,
que, aunque es pequeña y débil, se sustenta  10
siendo a la fuerza de mi amor asida.

    ¡Oh firme comenzar, frágil mudanza,
amarga suma de una dulce cuenta,
cómo acabáis por términos la vida!

No había bien acabado de cantar Teolinda el soneto que habéis oído, cuando las tres pastoras sintieron a su mano derecha, por la ladera de un fresco valle, el son de una zampoña, cuya suavidad era de suerte que todas se suspendieron y pararon, para con más atención gozar de la suave armonía. Y   -fol. 69v-   de allí a poco oyeron que al son de la zampoña el de un pequeño rabel se acordaba, con tanta gracia y destreza que las dos pastoras Galatea y Florisa estaban suspensas, imaginando qué pastores podrían ser los que tan acordadamente sonaban, porque bien vieron que ninguno de los que ellas conocían, si Elicio no, era en la música tan diestro. A esta sazón, dijo Teolinda:

-Si los oídos no me engañan, hermosas pastoras, yo creo que tenéis hoy en vuestras riberas a los dos nombrados y famosos pastores Tirsi y Damón, naturales de mi patria; a lo menos Tirsi, que en la famosa Compluto, villa fundada en las riberas de nuestro Henares, fue nacido. Y Damón, su íntimo y perfecto amigo, si no estoy mal informada, de las montañas de León trae su origen, y en la nombrada Mantua Carpentanea fue criado: tan aventajados los dos en todo género de discreción, sciencia y loables ejercicios, que no sólo en el circuito de nuestra comarca son conocidos, pero por todo el de la tierra conocidos   -fol. 70r-   y estimados. Y no penséis, pastoras, que el ingenio destos dos pastores sólo se estiende en saber lo que al pastoral estado se conviene, porque pasa tan adelante que lo escondido del cielo y lo no sabido de la tierra, por términos y modos concertados, enseñan y disputan. Y estoy confusa en pensar qué causa les habrá movido a dejar Tirsi su dulce y querida Fili, y Damón su hermosa y honesta Amarili: Fili de Tirsi, Amarili de Damón, tan amadas, que no hay en nuestra aldea, ni en los contornos della, persona, ni en la campaña, bosque, prado, fuente o río, que de sus encendidos y honestos amores no tengan entera noticia.

-Deja por agora, Teolinda -dijo Florisa-, de alabarnos estos pastores, que más nos importa escuchar lo que vienen cantando, pues no menor gracia me parece que tienen en la voz que en la música de los instrumentos.

-Pues ¿qué diréis -replicó Teolinda- cuando veáis que a todo eso sobrepuja la excelencia de su poesía, la cual es de manera que al uno ya le ha dado renombre   -fol. 70v-   de «divino» y al otro de «más que humano»?

Estando en estas razones las pastoras, vieron que por la ladera del valle por donde ellas mesmas iban, se descubrían dos pastores de gallarda dispusición y estremado brío, de poca más edad el uno que el otro; tan bien vestidos, aunque pastorilmente, que más parescían en su talle y apostura bizarros cortesanos que serranos ganaderos. Traía cada uno un bien tallado pellico de blanca y finísima lana, guarnecidos de leonado y pardo, colores a quien más sus pastoras eran aficionadas; pendían de sus hombros sendos zurrones, no menos vistosos y adornados que los pellicos; venían de verde laurel y fresca yerba coronados, con los retorcidos cayados debajo del brazo puestos. No traían compañía alguna, y tan embebecidos en su música venían, que estuvieron gran espacio sin ver a las pastoras, que por la mesma ladera iban caminando, no poco admiradas del gentil donaire y gracia de los pastores; los cuales, con concertadas voces,   -fol. 71r-   comenzando el uno y replicando el otro, esto que se sigue cantaban:




DAMÓN TIRSI



DAMÓN

    Tirsi, qu’el solitario cuerpo alejas,
con atrevido paso, aunque forzoso,
de aquella luz con quien el alma dejas:
    ¿cómo en son no te dueles doloroso,
pues hay tanta razón para quejarte  5
del fiero turbador de tu reposo?


TIRSI

    Damón, si el cuerpo miserable parte
sin la mitad del alma en la partida,
dejando della la más alta parte,
    ¿de qué virtud o ser será movida  10
mi lengua, que por muerta ya la cuento,
pues con el alma se quedó la vida?
    Y, aunque muestro que veo, oigo y siento,
fantasma soy por el amor formada,
que con sola esperanza me sustento.  15


DAMÓN

    ¡Oh Tirsi venturoso, y qué invidiada
es tu suerte de mí con causa justa,
por ser de las de amor más estremada!
    A ti sola la ausencia te disgusta,
-fol. 71v-
y tienes el arrimo de esperanza  20
con quien el alma en sus desdichas gusta.
    Pero, ¡ay de mí!, que adonde voy me alcanza
la fría mano del temor esquiva
y del desdén la rigurosa lanza.
    Ten la vida por muerta, aunque más viva  25
se te muestre, pastor; que es cual la vela,
que cuando muere, más su luz aviva.
    Ni con el tiempo que ligero vuela,
ni con los medios que el ausencia ofrece,
mi alma fatigada se consuela.  30


TIRSI

    El firme y puro amor jamás descrece
en el discurso de la ausencia amarga;
antes en fe de la memoria crece.
    Así que, en el ausencia, corta o larga,
no vee remedio el amador perfecto  35
de dar alivio a la amorosa carga.
    Que la memoria puesta en el objecto
que amor puso en el alma, representa
la amada imagen viva al intelecto.
    Y allí en blando silencio le da cuenta  40
de su bien o su mal, según la mira
amorosa, o de amor libre y esenta.
-fol. 72r-
    Y si ves que mi alma no sospira,
es porque veo a Fili acá en mi pecho,
de modo que a cantar me llama y tira.  45


DAMÓN

    Si en el hermoso rostro algún despecho
vieras de Fili, cuando te partiste
del bien que así te tiene satisfecho,
    yo sé, discreto Tirsi, que tan triste
vinieras como yo cuitado vengo,  50
que vi al contrario de lo que tú viste.


TIRSI

    Damón, con lo que he dicho me entretengo,
y el estremo del mal de ausencia tiemplo,
y alegre voy, si voy, si quedo o vengo.
    Que aquella que nasció por vivo ejemplo  55
de la inmortal belleza acá en el suelo,
digna de mármol, de corona y templo,
    con su rara virtud y honesto celo
así los ojos codiciosos ciega,
que de ningún contrario me recelo.  60
    La estrecha sujeción que no le niega
mi alma al alma suya, el alto intento,
que sólo en la adorar para y sosiega,
    el tener deste amor conocimiento
Fili, y corresponder a fe tan pura,  65
-fol. 72v-
destierran el dolor, traen el contento.


DAMÓN

    ¡Dichoso Tirsi, Tirsi con ventura,
de la cual goces siglos prolongados
en amoroso gusto, en paz segura!
    Yo, a quien los cortos implacables hados  70
trujeron a un estado tan incierto,
pobre en el merecer, rico en cuidados,
    bien es que muera; pues, estando muerto,
no temeré a Amarili rigurosa,
ni del ingrato amor el desconcierto.  75
    ¡Oh más que el cielo, oh más que el sol hermosa,
y para mí más dura que un diamante,
presta a mi mal y al bien muy perezosa!
    ¿Cuál ábrego, cuál cierzo, cuál levante
te sopló de aspereza, que así ordenas  80
que huiga el paso y no te esté delante?
    Yo moriré, pastora, en las ajenas
tierras, pues tú lo mandas, condemnado
a hierros, muertes, yugos y cadenas.


TIRSI

    Pues con tantas ventajas te ha dotado,  85
Damón amigo, el pïadoso cielo
de un ingenio tan vivo y levantado,
    tiempla con él el llanto, tiempla el duelo,
-fol. 73r-
considerando bien que no contino
nos quema el sol ni nos enfría el yelo.  90
    Quiero decir, que no sigue un camino
siempre con pasos llanos reposados
para darnos el bien nuestro destino;
    que alguna vez, por trances no pensados,
lejos, al parecer, de gusto y gloria,  95
nos lleva a mil contentos regalados.
    Revuelve, dulce amigo, la memoria
por los honestos gustos que algún tiempo
amor te dio por prendas de victoria;
    y si es posible, busca un pasatiempo  100
que al alma engañe, en tanto que se pasa
este desamorado airado tiempo.


DAMÓN

    Al yelo que por términos me abrasa,
y al fuego que sin término me yela,
¿quién le pondrá, pastor, término o tasa?  105
    En vano cansa, en vano se desvela
el desfavorecido que procura
a su gusto cortar de amor la tela,
que si sobra en amor, falta en ventura.

  -fol. 73v-  

Aquí cesó el estremado canto de los agraciados pastores, pero no el gusto que las pastoras habían recebido en escucharle; antes quisieran que tan presto no se acabara, por ser de aquellos que no todas veces suelen oírse. A esta sazón, los dos gallardos pastores encaminaban sus pasos hacia donde las pastoras estaban, de que pesó a Teolinda, porque temió ser dellos conocida; y por esta causa rogó a Galatea que de aquel lugar se desviasen. Ella lo hizo, y ellos pasaron, y, al pasar, oyó Galatea que Tirsi a Damón decía:

-Estas riberas, amigo Damón, son en las que la hermosa Galatea apascienta su ganado, y adonde trae el suyo el enamorado Elicio, íntimo y particular amigo tuyo, a quien dé la ventura tal suceso en sus amores, cuanto merescen sus honestos y buenos deseos. Yo ha muchos días que no sé en qué términos le trae su suerte; pero, según he oído decir de la recatada condición de la discreta Galatea, por quien él muere, temo que más aína debe de estar quejoso que satisfecho.

  -fol. 74r-  

-No me maravillaría yo deso -respondió Damón-, porque con cuantas gracias y particulares dones que el cielo enriqueció a Galatea, al fin fin la hizo mujer, en cuyo frágil subjeto no se halla todas veces el conocimiento que se debe, y el que ha menester el que por ellas lo menos que aventura es la vida. Lo que yo he oído decir de los amores de Elicio, es que él adora a Galatea sin salir del término que a su honestidad se debe, y que la discreción de Galatea es tanta, que no da muestras de querer ni de aborrecer a Elicio. Y así, debe de andar el desdichado subjeto a mil contrarios accidentes, esperando en el tiempo y la fortuna, medios harto perdidos, que le alarguen o acorten la vida, de los cuales está más cierto el acortarla que el entretenerla.

Hasta aquí pudo oír Galatea de lo que della y de Elicio los pastores tratando iban, de que no recibió poco contento, por entender que lo que la fama de sus cosas publicaba era lo que a su limpia intención se debía. Y, desde aquel punto, determinó   -fol. 74v-   de no hacer por Elicio cosa que diese ocasión a que la fama no saliese verdadera en lo que de sus pensamientos publicaba. A este tiempo, los dos bizarros pastores, con vagarosos pasos, poco a poco hacia el aldea se encaminaban, con deseo de hallarse a las bodas del venturoso pastor Daranio, que con Silveria «de los verdes ojos» se casaba. Y ésta fue una de las causas por que ellos habían dejado sus rebaños y al lugar de Galatea se venían. Pero, ya que les faltaba poco del camino, a la mano derecha dél sintieron el son de un rabel que acordada y suavemente sonaba; y parándose Damón, trabó a Tirsi del brazo, diciéndole:

-Espera y escucha un poco, Tirsi, que si los oídos no me mienten, el son que a ellos llega es del rabel de mi buen amigo Elicio, a quien dio naturaleza tanta gracia en muchas y diversas habilidades, cuanto las oirás si le escuchas y conocerás si le tratas.

-No creas, Damón -respondió Tirsi-, que hasta agora estoy por conocer las buenas partes de Elicio,   -fol. 75r-   que días ha que la fama me las tiene bien manifiestas. Pero calla agora, y escuchemos si canta alguna cosa que del estado de su vida nos dé algún manifiesto indicio.

-Bien dices -replicó Damón-, mas será menester, para que mejor le oigamos, que nos lleguemos por entre estas ramas, de modo que, sin ser vistos dél, de más cerca le escuchemos.

Hiciéronlo ansí, y pusiéronse en parte tan buena que ninguna palabra que Elicio dijo o cantó dejó de ser de ellos oída, y aun notada. Estaba Elicio en compañía de su amigo Erastro, de quien pocas veces se apartaba por el entretenimiento y gusto que de su buena conversación recibía, y todos o los más ratos del día en cantar y tañer se les pasaba. Y, a este punto, tocando su rabel Elicio y su zampoña Erastro, a estos versos dio principio Elicio:




ELICIO


    Rendido a un amoroso pensamiento,
con mi dolor contento,
sin esperar más gloria,
-fol. 75v-
sigo la que persigue mi memoria,
porque contino en ella se presenta  5
de los lazos de amor libre y esenta.

    Con los ojos del alma aun no es posible
ver el rostro apacible
de la enemiga mía,
gloria y honor de cuanto el cielo cría;  10
y los del cuerpo quedan, sólo en vella,
ciegos por haber visto el sol en ella.

    ¡Oh dura servidumbre, aunque gustosa!
¡Oh mano poderosa
de Amor, que así pudiste  15
quitarme, ingrato, el bien que prometiste
de hacerme, cuando libre me burlaba
de ti, del arco tuyo y de tu aljaba!

    ¡Cuánta belleza, cuánta blanca mano
me mostraste, tirano!  20
¡Cuánto te fatigaste
primero que a mi cuello el lazo echaste!
Y aun quedaras vencido en la pelea,
si no hubiera en el mundo Galatea.

    Ella fue sola la que sola pudo  25
rendir el golpe crudo
-fol. 76r-
el corazón esento,
y avasallar el libre pensamiento,
el cual, si a su querer no se rindiera,
por de mármol o acero le tuviera.  30

    ¿Qué libertad puede mostrar su fuero
ante el rostro severo,
y más quel sol hermoso,
de la que turba y cansa mi reposo?
¡Ay rostro, que en el suelo  35
descubres cuanto bien encierra el cielo!

    ¿Cómo pudo juntar naturaleza
tal rigor y aspereza
con tanta hermosura,
tanto valor y condición tan dura?  40
Mas mi dicha consiente
en mi daño juntar lo diferente.

    Esle tan fácil a mi corta suerte
ver con la amarga muerte
junta la dulce vida,  45
y estar su mal a do su bien se anida,
que entre contrarios veo
que mengua la esperanza y no el deseo.

  -fol. 76v-  

No cantó más el enamorado pastor, ni quisieron más detenerse Tirsi y Damón; antes, haciendo de sí gallarda e improvisa muestra, hacia donde estaba Elicio se fueron; el cual, como los vio, conociendo a su amigo Damón, con increíble alegría le salió a rescebir, diciéndole:

-¿Qué ventura ha ordenado, discreto Damón, que la des tan buena con tu presencia a estas riberas, que grandes tiempos ha que te desean?

-No puede ser sino buena -respondió Damón-, pues me ha traído a verte, ¡oh Elicio!, cosa que yo estimo en tanto, cuanto es el deseo que dello tenía, y la larga ausencia y la amistad que te tengo me obligaba. Pero si por alguna cosa puedes decir lo que has dicho, es porque tienes delante al famoso Tirsi, gloria y honor del castellano suelo.

Cuando Elicio oyó decir que aquél era Tirsi, dél solamente por fama conocido, rescibiéndole con mucha cortesía, le dijo:

-Bien conforma tu agradable semblante, nombrado Tirsi, con lo que de tu valor y discreción en las cercanas y apartadas tierras la parlera fama   -fol. 77r-   pregona. Y así, a mí, a quien tus escriptos han admirado e inclinado a desear conocerte y servirte, puedes, de hoy más, tener y tratar como verdadero amigo.

-Es tan conocido lo que yo gano en eso -respondió Tirsi-, que en vano pregonaría la fama lo que la afición que me tienes te hace decir que de mí pregona, si no conociese la merced que me haces en querer ponerme en el número de tus amigos; y, porque entre los que lo son las palabras de comedimiento han de ser escusadas, cesen las nuestras en este caso, y den las obras testimonio de nuestras voluntades.

-La mía será contino de servirte -replicó Elicio-, como lo verás, ¡oh Tirsi!, si el tiempo o la fortuna me ponen en estado que valga algo para ello; porque el que agora tengo, puesto que no le trocaría con otro de mayores ventajas, es tal, que apenas me deja con libertad de ofrecer el deseo.

-Tiniendo como tienes el tuyo en lugar tan alto -dijo Damón-, por locura tendría procurar bajarle a cosa que menos fuese. Y así, amigo Elicio, no digas   -fol. 77v-   mal del estado en que te hallas, porque yo te prometo que, cuando se comparase con el mío, hallaría yo ocasión de tenerte más envidia que lástima.

-Bien parece, Damón -dijo Elicio-, que ha muchos días que faltas destas riberas, pues no sabes lo que en ellas amor me hace sentir; y si esto no es, no debes conocer ni tener experiencia de la condición de Galatea; que si della tuvieses noticia, trocarías en lástima la envidia que de mi tendrías.

-Quien ha gustado de la condición de Amarili, ¿qué cosa nueva puede esperar de la de Galatea? -respondió Damón.

-Si la estada tuya en estas riberas -replicó Elicio- fuere tan larga como yo deseo, tú, Damón, conocerás y verás en ella, y oirás en otros, cómo andan en igual balanza su crueldad y gentileza: estremos que acaban la vida al que su desventura trujo a términos de adorarla.

-En las riberas de nuestro Henares -dijo a esta sazón Tirsi- más fama tiene Galatea de hermosa que de cruel; pero, sobre todo, se dice que es discreta; y si esta es la verdad, como lo debe   -fol. 78r-   ser, de su discreción nasce conocerse, y de conocerse estimarse, y de estimarse no querer perderse, y del no querer perderse viene el no querer contentarte; y viendo tú, Elicio, cuán mal corresponde a tus deseos, das nombre de crueldad a lo que debrías llamar honroso recato; y no me maravillo, que, en fin, es condición propria de los enamorados poco favorescidos.

-Razón tendrías en lo que has dicho, ¡oh Tirsi! -replicó Elicio-, cuando mis deseos se desviaran del camino que a su honra y honestidad conviene; pero si van tan medidos como a su valor y crédito se debe, ¿de qué sirve tanto desdén, tan amargas y desabridas respuestas, y tan a la clara esconder el rostro al que tiene puesta toda su gloria en sólo verle?

-¡Ay, Tirsi, Tirsi! -respondió Elicio-, y cómo te debe tener el amor puesto en lo alto de sus contentos, pues con tan sosegado espíritu hablas de sus efectos. No sé yo cómo viene bien lo que tú agora dices con lo que un tiempo decías cuando cantabas:


    «¡Ay, de cuán ricas esperanzas vengo
al deseo   -fol. 78v-   más pobre y encogido!»;

con lo demás que a esto añadiste.

Hasta este punto había estado callando Erastro, mirando lo que entre los pastores pasaba, admirado de ver su gentil donaire y apostura, con las muestras que cada uno daba de la mucha discreción que tenía. Pero, viendo que, de lance en lance, a razonar de casos de amor se habían reducido, como aquél que tan experimentado en ellos estaba, rompió el silencio y dijo:

-Bien creo, discretos pastores, que la larga experiencia os habrá mostrado que no se puede reducir a continuado término la condición de los enamorados corazones, los cuales, como se gobiernan por voluntad ajena, a mil contrarios accidentes están subjetos. Y así, tú, famoso Tirsi, no tienes de qué maravillarte de lo que Elicio ha dicho, ni él tampoco de lo que tú dices, ni traer por ejemplo aquello que él dice que cantabas; ni menos lo que yo sé que cantaste cuando dijiste:


«La amarillez y la flaqueza mía»;

donde claramente mostrabas el afligido estado que entonces poseías;   -fol. 79r-   porque de allí a poco llegaron a nuestras cabañas las nuevas de tu contento, solemnizadas en aquellos versos tan nombrados tuyos, que si mal no me acuerdo comenzaban:


«Sale el aurora y de su fértil manto»;

por do claro se conoce la diferencia que hay de tiempos a tiempos, y cómo con ellos suele mudar amor los estados, haciendo que hoy se ría el que ayer lloraba y que mañana llore el que hoy ríe. Y, por tener yo tan conocida esta su condición, no puede la aspereza y desdén zahareño de Galatea acabar de derribar mis esperanzas, puesto que yo no espero della otra cosa si no es que se contente de que yo la quiera.

-El que no esperase buen suceso de un tan enamorado y medido deseo como el que has mostrado, ¡oh pastor! -respondió Damón-, renombre más que de desesperado merescía. Por cierto que es gran cosa la que de Galatea pretendes. Pero dime, pastor, así ella te la conceda: ¿es posible que tan a regla tienes tu deseo, que no se adelanta a desear más de lo que has dicho?

-Bien   -fol. 79v-   puedes creerle, amigo Damón -dijo Elicio-, porque el valor de Galatea no da lugar a que della otra cosa se desee ni se espere; y aun ésta es tan difícil de obtenerse, que a veces a Erastro se entibia la esperanza y a mí se enfría, de manera que él tiene por cierto, y yo por averiguado, que primero ha de llegar la muer te que el cumplimiento della. Mas, porque no es razón rescebir tan honrados huéspedes con los amargos cuentos de nuestras miserias, quéde[n]se ellas aquí y recojámonos al aldea, donde descansaréis del pesado trabajo del camino, y con más sosiego, si dello gustáredes, entenderéis el desasosiego nuestro.

Holgaron todos de acomodarse a la voluntad de Elicio, el cual y Erastro, recogiendo sus ganados, puesto que era algunas horas antes de lo acostumbrado, en compañía de los dos pastores, hablando en diversas cosas, aunque todas enamoradas, hacia el aldea se encaminaron. Mas, como todo el pasatiempo de Erastro era tañer y cantar, así por esto como por el deseo que tenía de saber   -fol. 80r-   si los dos nuevos pastores lo hacían tan bien como dellos se sonaba, por moverlos y convidarlos a que otro tanto hiciesen, rogó a Elicio que su rabel tocase, al son del cual así comenzó a cantar:




ERASTRO


    Ante la luz de unos serenos ojos
que al sol dan luz con que da luz al suelo,
mi alma así se enciende, que recelo
que presto tendrá muerte sus despojos.

    Con la luz se conciertan los manojos  5
de aquellos rayos del señor de Delo:
tales son los cabellos de quien suelo
adorar su beldad puesto de hinojos.

    ¡Oh clara luz, oh rayos del sol claro,
antes el mesmo sol! De vos espero  10
sólo que consintáis que Erastro os quiera.

    Si en esto el cielo se me muestra avaro,
antes que acabe del dolor que muero,
haced, ¡oh rayos!, que de un rayo muera.

  -fol. 80v-  

No les pareció mal el soneto a los pastores, ni les descontentó la voz de Erastro; que, puesto que no era de las muy estremadas, no dejaba de ser de las acordadas. Y luego Elicio, movido del ejemplo de Erastro, le hizo que tocase su zampoña, al son de la cual este soneto dijo:




ELICIO


    ¡Ay, que al alto designio que se cría
en mi amoroso firme pensamiento,
contradicen el cielo, el fuego, el viento,
la agua, la tierra y la enemiga mía!

    Contrarios son de quien temer debría,  5
y abandonar la empresa el sano intento;
mas, ¿quién podrá estorbar lo qu’el violento
hado implacable quiere, amor porfía?

    El alto cielo, amor, el viento, el fuego,
la agua, la tierra y mi enemiga bella,  10
cada cual con fuerza, y con mi hado,

    mi bien estorbe, esparza, abrase y luego
deshaga mi esperanza; que, aun sin ella,
imposible es dejar lo comenzado.