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La Galatea

Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra

Tomo I y Tomo II

Miguel de Cervantes Saavedra



Portada1



  —V→  

ArribaAbajoA la señora Phoebe Apperson Hearst, de California,

merced a cuya entusiasta inclinacion a favorecer las buenas artes, «mayormente las que, por su nobleza, no se abaten al servicio y granjerías del vulgo», se publican ahora las «Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra», dedican esta edicion, en testimonio del más profundo aprecio,

RODOLFO SCHEVILL, ADOLFO BONILLA.



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ArribaAbajoIntroducción

En fecha, si no en mérito, la Galatea es la primera de las novelas cervantinas. Publicose en Alcalá de Henares, patria del autor, el año 1585, con el título de Primera parte de la Galatea, dividida en seys libros, y, sin duda, después del 13 de marzo, fecha de la Tasa, que va a la vuelta de la portada2. Pero la obra estaba escrita algún tiempo antes (desde luego, con anterioridad a 1.º de febrero de 1584, data de la Aprobación), y, probablemente, acabada ya a fines de 1583. En el prólogo de la novela, el mismo Cervantes da a entender que había tenido en suspenso su publicación, cuando dice: «huyendo destos dos inconuinientes (la excesiva ligereza y la escrupulosa tardanza), no he publicado antes de aora este libro, ni tanpoco   —VIII→   quise tenerle para mí solo más tiempo guardado, pues para más que para mi gusto solo le compuso mi entendimiento». La dedicatoria a Ascanio Colona (cuyo escudo va en la portada de la edición de 1585) está escrita o corregida después de la Aprobación, y aun posteriormente al Privilegio (de 22 de febrero de 1584), pues en ella se alude a la muerte del padre de Ascanio, Marco Antonio Colonna, «que ayer nos quitó el cielo delante de los ojos», acaecida en Medinaceli el 1.º de agosto de 1584. Y no es inverisímil suponer que la novela fue redactada después que Cervantes volvió a Madrid (en diciembre de 1580) de su cautiverio en Argel. Puede colocarse, pues, entre primeros de 1581 y últimos de 1583, la época de elaboración de la Galatea.

Obtenido el Privilegio para la impresión y venta del libro, por tiempo de diez años, en la referida fecha de 22 de febrero de 1584, vendiolo Cervantes en Madrid, a 14 de junio del mismo año, al «mercader de libros» Blas de Robles, mediante el precio de 1336 reales, cantidad que el comprador no entregó íntegra en el acto del otorgamiento de la escritura; y así, en otro documento notarial autorizado en las mismas villa y fecha, Robles se obligó a pagar a Cervantes 250 reales que le debía en virtud del contrato anterior, pues el autor resultaba acreedor   —IX→   «en realidad de verdad», a pesar de haberse dado «por contento y pagado de todos los dichos maravedís», y de confesar haberlos recibido «realmente y con efecto» en el momento de otorgarse la primera escritura3.

En vida de Cervantes, sólo dos veces, que sepamos, se reimprimió la Galatea: la primera en Lisboa, el año 1590; la segunda y última en París, por Gilles Robinot, en 1611. La edición lisbonense, más rara que la primitiva, contiene numerosas omisiones de frases y aun de pasajes enteros, y carece por completo de autoridad literaria. La de París, calcada, con algunas variantes, sobre la de Lisboa, se debe al celo del benemérito hispanista César Oudin, el cual declara en el Prefacio que, habiendo venido a España, y queriendo buscar obras de gusto y entretenimiento, reparó principalmente en el libro de la Galatea. «Busquélo -dice- casi por toda Castilla, y aun por otras partes, sin poderle hallar, hasta que, pasando a Portugal, y llegando a una ciudad fuera de camino, llamada Evora, topé con algunos pocos ejemplares»4.

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Apenas se hallaba, pues, hacia 1610, un ejemplar de la primera edición de la Galatea, y escaseaban ya entonces los de la impresa en Lisboa el año 1590. Claro es que semejantes libros no eran de carácter popular, ni podían ser gustados sino de corto número de refinados lectores; pero, así y todo, el éxito bibliográfico de la Galatea resulta harto mísero, comparándolo, no ya con el de la Diana de Montemayor (1559?), cuya difusión fue realmente extraordinaria, sino con el de la Diana enamorada (Valencia, 1564) de Gil Polo, de la cual aparecieron ocho ediciones, por lo menos, entre 1564 y 1617, y aun con el de El pastor de Phílida, de Gálvez de Montalvo, que se imprimió cinco veces desde su publicación   —XI→   en Madrid, el año 1582, hasta la fecha de 1613.

Sin embargo, Cervantes tenía la profunda convicción de que había escrito una obra inmortal, y achacaba a ignorancia de los mercaderes y a malevolencia de los del oficio la escasa popularidad de su novela, diciendo a Delio en el Viage del Parnaso (Madrid, 1614; cap. IV):


      «No se estima,
señor, del vulgo vano el que te sigue
y al árbol sacro del laurel se arrima.
    La envidia y la ignorancia le persigue,
y así, envidiado siempre y perseguido,
el bien que espera por jamás consigue.
    Yo corté con mi ingenio aquel vestido
con que al mundo la hermosa Galatea
salió, para librarse del olvido.»



Y no sólo esto, sino que pensaba en una Segunda parte de la Galatea, prometida al final de la primera, y vuelta a prometer en la dedicatoria de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (Madrid, 1615), en el prólogo de la Segunda parte del Quixote (Madrid, 1615) y en la dedicatoria al conde de Lemos de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (Madrid, 1617), después de haberse estimulado a sí propio a escribirla en el capítulo VI de la Primera parte del Quixote (Madrid, 1605), donde el cura, refiriéndose   —XII→   a la Galatea y a Cervantes, dice: «Su libro tiene algo de buena inuencion: propone algo, y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete; quiça con la emienda alcançarà del todo la misericordia que aora se le niega

No se la negó, sin embargo, el conde de Lemos, que, según declaración de Cervantes, estaba aficionado de la Galatea. Ni tampoco aquellos caballeros franceses que acompañaban al embajador de su nación cuando éste recibió, en 25 de febrero de 1615, la visita del cardenal arzobispo de Toledo D. Bernardo de Sandoval y Rojas, en cuyo séquito iba el licenciado Márquez Torres, el cual, en la Aprobación de la Segunda parte del Quixote, cuenta que los susodichos caballeros, «tan corteses, como entendidos y amigos de buenas letras..., desseosos de saber que libros de ingenio andauan mas validos, y tocando a caso en este que yo estaua censurando, a penas oyeron el nombre de Miguel de Ceruantes, quando se començaron a hazer lenguas, encareciendo la estimacion en que, assi en Francia como en los reynos sus confinantes, se tenian sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria, la primera parte desta, y las Nouelas». Esos caballeros estaban, sin duda, bien preparados para celebrar la novela pastoril cervantina, si habían tomado   —XIII→   el gusto a la primera parte de L’Astrée (1607), de Honorato d’Urfé, cuyo principal modelo fue una obra española: la Diana de Montemayor5. Y antes que ellos, en 1613, Lope de Vega, en el tercer acto de La dama boba, había dicho, al describir los librillos de la académica y bachillera Nise, que ésta poseía y leía, entre otras cosas:

«Historia de dos amantes,
sacada de lengua griega;
Rimas de Lope de Vega,
Galatea de Cervantes,
el Camoes de Lisboa,
Los pastores de Belen,
Comedias de don Guillen
de Castro, liras de Ochoa,
.........................................
cien sonetos de Liñan,
Obras de Herrera el divino,
el libro del Peregrino,
y El picaro de Aleman»6.


Ni la afición de damas como Nise, ni la buena compañía en que Lope pone a Galatea, ni los autoelogios cervantinos, ni los ditirambos de   —XIV→   unos cuantos admiradores, ni el sonar los nombres de Elicio y de Galatea en dos romances muy conocidos del Dr. Juan de Salinas, publicados ya en 1591, han logrado entusiasmar a la generalidad de los lectores, para la cual la obra cervantina sigue siendo poco menos que un libro cerrado. No deja, en su consecuencia, de ser bastante cómico el amistoso consuelo que Alonso Fernández de Avellaneda, en el Prólogo de su Segvndo tomo del ingenioso hidalgo (Tarragona, 1614), dirige a Cervantes, después de haberle agraviado: «Conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que esto son las más de sus novelas.»

* * *

La Galatea es una novela pastoril, una «Égloga», como dice Cervantes; y nadie mejor que él formuló los defectos de semejante género literario, al advertir, por boca de Berganza, en el Coloquio de los perros, que esas descripciones poéticas de la vida bucólica no debían de ser verdad, porque los pastores reales no se pasaban cantando y tañendo melodiosamente, con gaitas, zampoñas, rabeles y chirumbelas, «desde que salía el sol en los brazos del Aurora hasta que se ponía en los de Tetis», sino espulgándose o remendando sus abarcas; y, si cantaban,   —XV→   no lo hacían con voces delicadas, sonoras y admirables, «sino con voces roncas, que, solas o juntas, parecía, no que cantaban, sino que gritaban o gruñían»; ni eran sus nombres Lisardos, Lausos, Jacintos ni Riselos, sino Antones, Domingos, Pablos o Llorentes: «por donde vine a entender -concluye el discreto Berganza- lo que pienso que deben de creer todos: que todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas, para entretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna».

«Cosas soñadas y bien escritas»: tales son, en efecto, estas narraciones pastoriles, y no sería fácil calificarlas de mejor manera. Presentan el aspecto de encantados panoramas, de luces suaves y adormecedoras, donde nadie piensa en otra cosa que en amar, y en los que parecen olvidadas todas las demás preocupaciones de la vida. El amor es también el tema constante de las novelas caballerescas del tipo de los Amadises y de los Palmerines, porque apenas se concibe en ellas un caballero andante desamorado, ni una aventura que no se halle motivada por esa pasión; pero el caballero, para alcanzar el objeto de sus ansias, necesita, por lo general, realizar proezas heroicas, y vencer con la fortaleza de su brazo descomunales y pavorosos peligros; mientras que en las obras bucólicas, aunque no se hallen por completo excluidos   —XVI→   los certámenes donde el vigor físico puede ostentarse, las principales armas del héroe son su zampoña y su rabel, la sonoridad de sus versos y la armonía de su palabra; y a fuerza de hablar bien, consigue lo que el caballero lograba descabezando jayanes y exterminando endriagos. Amadís, ante su señora Oriana, siente desmayársele el corazón; Elicio y Erastro, viendo venir a Galatea, se aprestan inmediatamente a entonar una canción interminable, o a exponer sus quejas en rotundos periodos de ciceroniana cadencia. En la novela caballeresca, en suma, es la acción lo que interesa; en la pastoril, los discursos de los que en ella intervienen: la una es dramática; la otra, oratoria. Por eso es más fácil hallar caracteres en la primera que en la segunda.

En lo que sí coinciden ambos géneros, es en el absoluto menosprecio de las condiciones de la vida real. La novela pastoril está, por lo común, bien escrita, mejor que la caballeresca, porque la preocupación formal es mayor en aquélla; pero ambas son cosas soñadas. Y si nada de particular tiene que un hombre del siglo XIV soñase con el rey Artús, con Lanzarote o con Galbán, es harto peregrino que los del siglo XVI, en uno de los períodos de mayor agitación intelectual y política que ofrece la Historia, se deleitaran, como no fuese por espíritu de   —XVII→   contraste, en aquellas delicadas y sentimentales retóricas, donde el pensamiento y la palabra suelen correr tan mansa y sosegadamente como las aguas del clásico río de Mitilene, donde Dafnis se bañaba mientras cantaba Cloe en competencia con los ruiseñores.

No menos de notar es otra característica de este movimiento literario: a pesar de ser pastores los personajes, y de que su ambiente es casi siempre el de la pura atmósfera que baña los campos y colinas, rara vez se echa de ver en estas obras el sentimiento de la Naturaleza, ni apenas encontramos en ellas un solo cuadro que nos produzca la impresión punzante y enérgica de las lozanas serranillas del arcipreste de Hita. Bien es verdad que tal defecto es bastante frecuente en toda la poesía bucólica: Virgilio es harto menos naturalista que Teócrito, y el sentimiento de la Naturaleza es más vivo en el autor de Dafnis y Cloe que en sus imitadores los novelistas bizantinos. Pero, así como en el movimiento literario bucólico de últimos del siglo XVIII y principios del XIX, late una aspiración social que alienta y justifica sus manifestaciones, en el del siglo XVI se trata de una imitación fundamentalmente literaria: la Arcadia de Jacobo Sannazaro es casi toda ella, como se ha dicho, un verdadero mosaico de recuerdos de la antigüedad clásica.

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En España, se debe principalmente a un portugués que escribió en castellano, Jorge de Montemayor (murió en 1561), la introducción de la nueva moda literaria, que poco antes había tenido un sentimental cultivador en su conterráneo Bernardim Ribeiro (murió hacia 1552), el autor de Menina e moça, no publicada hasta 1554. La Diana de Montemayor se imprimió hacia 1559, y alcanzó pronto una popularidad extraordinaria, influyendo notablemente en el desarrollo de la novela francesa y en algunos poetas ingleses (Shakespeare, entre ellos). Pronto comenzaron las imitaciones, y entre las mismas pueden citarse la Segunda parte de la Diana (1564), de Alonso Pérez; la Primera parte de Diana enamorada (1564), de Gaspar Gil Polo; Los diez libros de la fortuna d’Amor (1573), del sardo Antonio de Lo Frasso; y El pastor de Phílida (1582), de Luis Gálvez de Montalvo. Muy por encima de cualquiera de tales imitaciones está la obra de Gil Polo, cuyos espléndidos versos han sido raras veces igualados en la evolución de la poesía castellana7.

Quizá contribuyó también a la extensión de esta moda literaria la importante manifestación   —XIX→   pastoril del teatro español durante la primera mitad del siglo XVI. En Juan del Encina, en Lucas Fernández, y aun en Torres Naharro, el ambiente pastoril es notorio. Unas veces en forma de atildada corrección, como en la Comedia de Preteo y Tibaldo de Perálvarez de Ayllón; otras con torpe y desaliñado lenguaje, que toca en los linderos de la grosería, como en la Comedia Radiana de Agustin Ortiz, el pastor figura siempre en esa etapa de la evolución de nuestro teatro. Y si Juan del Encina, en su primera Egloga, parece lamentar que los demás «pensasen que toda su obra era pastoril», y aspirar a que «conociesen que a mas se estendia su saber», medio siglo después la tarea de escribir este género de obras, por lo menos en su aspecto novelesco, se estimaba muy adecuada para ejercitar los sutiles ingenios y los entendimientos delicados y cortesanos.

Tal vez -como ha hecho notar Menéndez y Pelayo -sea la Galatea la más original de todas estas imitaciones. Indudablemente, Cervantes conocía la Arcadia (Venecia, 1502) de Sannazaro, que de seguro leyó en italiano, pero que estaba traducida al castellano desde 1547 (Toledo) por el canónigo Diego López, el capitán Diego de Salazar y el racionero Blasco de Garay. Pero las imitaciones de Sannazaro que se han observado en la Galatea, son harto episódicas   —XX→   y de poca monta8. Tampoco puede negarse que Cervantes tuvo presentes las Dianas de Montemayor y de Gil Polo: si en la del primero, por ejemplo, Sireno y Silvano aparecen enamorados de Diana, en la Galatea, Elicio y Erastro lo están de la heroína; si, en la Diana enamorada de Gil Polo, intercala éste el Canto de Turia para celebrar a los ingenios valencianos, Cervantes introduce, con análogo fin, en el libro VI, el largo episodio del Canto de Caliope. Pero ¡qué diferencia entre uno y otro poeta! Gil Polo está en su elemento escribiendo versos, y   —XXI→   sabe hacerlos de la más dulce y regalada poesía; Cervantes, aunque se esfuerce por variar el metro y alargar las composiciones, por el prurito que siempre le aquejó, y al cual se refiere en el Viage del Parnaso (cap. I), cuando dice:


    «Yo, que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo...»,



rara vez logra convencernos de su inspiración. De lo que no nos deja duda es de su variedad métrica: octavas reales, quintillas, liras, sonetos, versos sueltos, redondillas, villancicos, tercetos, octavas de arte mayor, hasta la rima percossa o de consonantes interiores, usada por Sannazaro y por Gil Polo, se encuentran, con mayor frecuencia de la que el no curioso lector deseara, en las páginas de la novela, donde tampoco se olvida su autor (grandemente aficionado, como da a entender en el Prólogo de la Primera parte del Quixote, a la lectura de Judas Abrabanel) de reproducir, en el libro III y en la segunda mitad del IV, buena parte de la doctrina que Filón desenvuelve en los Dialoghi di Amore (1535) de León Hebreo9, excusándose en   —XXII→   el Prólogo, con el ejemplo de Virgilio, de «haber mezclado razones de filosofía entre algunas amorosas de pastores.»

Pero la influencia de la Diana de Montemayor es más honda en la Galatea que la de cualquier otro modelo literario. En el Quixote (I, 6), el cura es de parecer que la Diana «no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quedesele en ora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros». A pesar de tan displicente recuerdo, Cervantes debía más a Montemayor de lo que a primera vista parece. El desamado Silvano, lleno de tristeza por el desdén de Diana, mira unas veces «al cielo, otras al verde prado y hermosa ribera», como el desamado Elicio pide ayuda en sus quejas «al rio, al monte, al prado, al llano»; si, según Diana, «a la persona que quiere bien, todo el tiempo que gasta en oyr cosa fuera de sus amores le parece mal empleado», para Theolinda es «condicion de los amantes parecerles mal gastado el tiempo que en otra cosa que en ensalzar y alabar la causa de sus tristezas o contentos se gasta»; si los pastores de Montemayor cantan «con mucha gracia y suavidad», los de Cervantes suelen hacerlo «con suave y acordada voz», o «con gentil donaire y gracia»; si para Celia, «en males   —XXIII→   sin remedio, el no procurarselo es lo mejor», Crisio canta que «el remedio de los males -es el no esperar remedio»; si Montemayor finge la «fuente de los Alisos», Cervantes inventa el «arroyo de las Palmas», o la «fuente de las Pizarras»; si Filemón, en la Diana, «dio fin a sus palabras, y prinçipio a tantas lagrimas», Silerio cuenta, en la Galatea, que «el principio de aquella alegría fue... el fin de todos mis contentos», y sucede (lib. VI) que Tirsi, comenzada la dolorosa alegría, «fue el que le puso fin, sin que le pusiesen por un buen espacio a las lagrimas todos los que el lamentable canto escuchado habían»; el diálogo en verso de Silvano y Sireno, al final del libro VI de la Diana, se repite en el de Elicio y Erastro en el I de la Galatea; la reprensión de Elicio a Erastro, en el libro III, fundada en que el segundo quiere y ama a Galatea con intención de alcanzarla, y en eso para el fin de su deseo, «sin pasar adelante a querer su virtud», es un eco de aquellas palabras de Silvano, en el IV de la Diana, donde dice que «el amor de aquellos amantes cuyas penas çessan despues de auer alcançado lo que dessean, no proçede de la razon, sino de un apetito baxo y deshonesto»; los endecasílabos con que da principio la Galatea son evidente imitación de aquellos otros que empiezan:

  —XXIV→  

    «Cansado está de oyrme el claro rio;
el ualle y soto tengo importunados;
y están de oir mis quexas, ¡o amor mio!,
alisos, hayas, olmos, ya cansados»,



en el libro II de la Diana. Y no son éstas y otras muchas semejanzas por el estilo las que únicamente corroboran lo que decimos, sino algunos rasgos de técnica novelística, como el sistema de cuentos intercalados en la narración principal, el de las apariciones inesperadas, el de las glosas de canciones y villancicos, la irrestañable profusión de «lágrimas», ciertos nombres poéticos (Argasto = Erastro, Arsenio = Arsindo, Arsileo = Larsileo, etc.), que confirman lo mucho que Cervantes leyó y meditó la obra de su predecesor en el género.

Fuera de estas imitaciones, y de los lugares comunes, fácilmente apreciables, de toda composición pastoril10, Cervantes se muestra original, aunque falto de plan, en la invención, en la cual entremezcla, según su costumbre, algunos   —XXV→   recuerdos de su vida (como acontece al narrar la historia de Timbrio y Nísida, en el libro V). La prosa de su obra, harto superior a los versos, tiene trozos de admirable lenguaje; pero el estilo peca a veces de conceptuoso y afectado, no escaseando las inversiones violentas ni los latinismos. Abundan ciertas frases estereotipadas, algunas de las cuales obedecen a la propensión natural de Cervantes a repetirse a sí propio, y otras son anejas a toda poesía pastoril. Pero nunca hieren tanto esas repeticiones los oídos de un lector moderno, como en ciertas obras del mismo género que tuvieron gran boga en otras tierras11.

Cervantes, al escribir la Galatea, sometió su genio a la influencia de una tradición literaria, transitoria, sin duda, pero de eficaz predominio en su educación artística. Al dar la última mano a esta novela, había dejado atrás los años juveniles, encontrándose ya nel mezzo del cammin di nostra vita. Había regresado a su patria después de una larga estancia en Italia, la Italia del   —XXVI→   Renacimiento, el centro de cultura de la época, el teatro de los más interesantes acontecimientos del siglo XVI, en cuyo escenario figuraban los representantes más esclarecidos de los varios campos de la actividad humana. Volvía después de una existencia de luchas y privaciones, de brillantes campañas y de altas empresas, que llenaban su alma de soldado de patriótico orgullo. Tornaba, finalmente, pobre y olvidado, después de cinco años de cautiverio entre los enemigos más encarnizados de España. Y cuando la dura experiencia adquirida en diversas regiones del mundo debía de estar en él más viva; cuando más presentes habían de hallarse en su memoria los recuerdos de sus aventureras andanzas; cuando era de suponer que su espíritu estuviese más empapado de aquella realidad que tantas veces tocó, «sujeto a cada momento a los golpes de la mudable fortuna», Cervantes emprendió la tarea de escribir la única obra suya que apenas se relaciona en lo más mínimo con la pasada existencia del autor. ¿Cómo explicar que, inmediatamente después de tales etapas de vida, compusiese el libro más distante de la verdad de todos los suyos?

A pesar de frisar ya en la edad madura, Cervantes era un novicio en la esfera literaria. En medio de sus trabajos, debió de anhelar días de descanso para poder dedicarlos a su pluma. La   —XXVII→   ventura le impulsó a llevar armas; pero, sin duda, su inclinación le arrastraba a las letras, y singularmente a la poesía, que tanto amaba. No había logrado vivir a sus anchas en una atmósfera donde pudieran florecer las musas, y, de regreso a España, dedicose con entusiasmo al arte que tanto le atraía.

Siguió entonces una tradición literaria que debió de serle simpática, porque enlazaba las dos grandes corrientes del Renacimiento italiano y español, basándose en creaciones artísticas de suma importancia para ambos pueblos. Reflejaba la novela pastoril el carácter de semejante tradición, cuyos primeros elementos databan de los grandes clásicos griegos y latinos, y seguían viviendo a través de los siglos en las imperecederas creaciones de Boccaccio, Sannazaro, Montemayor y Gil Polo; creaciones que, siendo a la vez tributo rendido a la cultura clásica de la época, representaban el espíritu y el gusto nuevos del Renacimiento.

No es de esperar que los hombres de ahora penetren debidamente en el espíritu ni en el lenguaje de la novela pastoril. Jamás disfrutó ésta de la lozanía juvenil; nació vieja, porque se inspiraba en un arte exótico, en modelos de una época que había pasado, lejos de la verdad y de la vida, que no podían, por lo tanto, palpitar en ella. Su llanto no conmueve; su risa no se nos   —XXVIII→   contagia. Sus escenas y sus episodios se parecen a los de un tapiz: puede haber color en ellos, y a veces le hay; pero jamás alientan las figuras. El lenguaje es uniforme, como las emociones; las acciones lo son también; no hay razón para que un determinado personaje salga a escena o se retire de ella; todo parece extraño a la esfera de la motivación.

Un género así, necesariamente falso para nosotros, debe de tener su explicación, que radica en el modo de ser de una limitada parte de aquella sociedad. La Galatea representa la situación mental de cierto círculo de lectores, y para comprender su éxito entre esta minoría, sería preciso definir la condición estética de los que la formaban.

El tipo de la novela, por entonces, descansaba en la completa ausencia de ciertas verdades psicológicas: en permitir el vuelo de la fantasía hasta lo absurdo; en un concepto demasiado convencional de las relaciones entre los sexos, en virtud del cual se propendía más bien al discreteo sentimental que a las hondas y verdaderas emociones; en un contraste exagerado entre las nociones de bien y de mal; en la falta de humor, que se refugia en la modalidad picaresca; finalmente, en un criterio estético que no busca el natural desarrollo de los caracteres, sino que todo lo espera de una fuerza exterior,   —XXIX→   de la antigua tu/xh o fortuna, situada más allá del alcance humano. De esta suerte, la novela no podía ser «espejo de la Naturaleza».

Tal atmósfera respiraba Cervantes, y en ella buscó su espíritu un refugio transitorio. Pero la primera crítica transcendental de aquel medio procedió del mismo Cervantes, y no es ésta una de las menores excelencias de su genio.

* * *

La circunstancia de que Cervantes, en la salutación a los «Curiosos lectores», advirtiese, «como en el discurso de la obra alguna vez se hace, que muchos de los disfrazados pastores de ella lo eran sólo en el hábito», ha puesto a prueba el ingenio y la erudición de los cervantistas, para dar con los auténticos personajes a quienes el autor oculta bajo el rústico pellico del pastor.

No puede desconocerse que el mérito, poco o mucho, de la Galatea, es independiente de la personal representación de sus héroes, al revés de lo que acontece con las novelas de clave, que por esto mismo despiertan sólo un interés efímero, cual acontece en gran parte con El pastor de Phílida, de Gálvez de Montalvo. Cervantes no escribió un libro de semejante género, sino que aspiró, en ésta como en sus demás producciones,   —XXX→   a la descripción de tipos y afectos más universales y sustantivos. Como quiera que sea, parece seguro que hay en su novela tres nombres, por lo menos, que encubren los de otros tres personajes perfectamente históricos: es uno de ellos Tirsi, que sin duda oculta al divino Francisco de Figueroa, de quien el mismo Cervantes cita los primeros versos de tres composiciones que en las colecciones de sus Obras figuran; el segundo es el famoso pastor Meliso12, cuyas obsequias se celebran en el libro VI, y del cual constan pormenores en la Galatea que permiten identificarle con Diego Hurtado de Mendoza, de tan alta representación en la historia política y literaria del Renacimiento español; el tercero y último es el pastor Astraliano, de quien no debe dudarse que sea el propio D. Juan de Austria.

Cualquiera otra identificación es problemática. Podría, sin embargo, juzgarse, con bastante verisimilitud, que Larsileo, el amigo de Lauso, es Mateo Vázquez; Siralvo, Gálvez de Montalvo (que se disfrazó con tal seudónimo en su Pastor de Philida); Crisio, Cristóbal de Virués (que solía llevar ese nombre poético); Artidoro,   —XXXI→   Andrés Rey de Artieda; Silvano (también citado por Gálvez de Montalvo, y antes por Montemayor), Gregorio Silvestre o Damasio de Frías, cantor de Silvia13; y que los Matuntos, padre e hijo, músico el uno y poeta el otro, tienen relación con el «Matute» celebrado por López Maldonado en su elegía a D.ª Agustina de Torres. Damon, para Fernández de Navarrete14, es Pedro Láinez. En cuanto a Lauso, el mismo Navarrete opina que es Luis Barahona de Soto; aunque consideramos mucho más probable la conjetura de José María Asensio15, para quien Lauso, «verdadero amigo de Damon», y amante de Silena, es el propio Cervantes. En cuanto a Galatea, según Lope de Vega (Dorotea, II, 2) no fue una «dama imaginaria»; pero no hay fundamento sólido para identificarla con Catalina de Palacios Salazar y Vozmediano, con quien contrajo matrimonio Cervantes en Esquivias, el 12 de diciembre de 1584; como tampoco le hay para afirmar que Elicio sea el propio Cervantes. Otros nombres de la novela parecen recogidos por el autor en sus lecturas literarias: así, Carino (a quien vuelve a sacar Cervantes en el Persiles) constaba en la Arcadia de Sannazaro, y es además personaje   —XXXII→   de algunas comedias de Terencio; Thelesio es quizá reminiscencia del poeta y humanista italiano de ese nombre; Belisa aparece en Gálvez de Montalvo, y Galatea figuraba ya en Garcilasso. En otros casos, por último, los nombres parecen de pura invención. De todos modos, la identidad de seudónimos no autoriza para concluir nada seguro acerca de los personajes: así, Galatea, cantada por Garcilasso, lo fue también por Hernando de Acuña, Julián (o Julio) Íñiguez de Medrano, Fernando de Herrera, Argensola (Lupercio), Luis de Góngora y Damasio de Frías, y aparece como amada de Damon en el soneto de Figueroa que comienza:


«Vuelto Damon el rostro al occidente»;



Damon, a su vez, fue nombre poético usado por Hernando de Acuña, Diego de Mendoza, Francisco de la Torre y Baltasar del Alcázar; Amarili o Amarilis fue celebrada por Gutierre de Cetina, por Cristóbal de Mendoza, por Manuel Bocano y por Jerónimo Fernández de Mata; Artidoro es el nombre del fingido autor griego de Leandro el Bel, novela caballeresca atribuida a Pedro de Luxán, e impresa en Toledo el año 1563; Silvano es nombre poético usado por Pedro de Padilla en algunos romances de su Thesoro de varias poesias (Madrid, 1580); et sic de ceteris.

* * *

  —XXXIII→  

Hemos tomado por base de la presente edición la primera de 1585, de la cual se conserva ejemplar en la Biblioteca Nacional de Madrid. Reproducimos la ortografía, modernizando la puntuación, conservando los escasos acentos (graves todos) del original, y añadiendo algunos, cuando lo consideramos útil, en los vocablos homónimos de más de una sílaba, para facilitar la lectura. Cambiamos las mayúsculas en minúsculas, y viceversa, cuando el caso lo requiere, y anotamos cuantas erratas hemos observado en el texto, siempre que no estén salvadas en la lista de ellas que figura entre los preliminares de la edición de 1585; porque, si lo están, las corregimos desde luego en su lugar correspondiente. También deshacemos las abreviaturas, y unimos las palabras mal separadas, o separamos las mal unidas. Convertimos las «ss» largas en cortas. Nuestras propias adiciones van siempre encerradas entre corchetes, [ ]; e incluimos entre paréntesis, ( ), las letras o palabras del original que a nuestro parecer sobran. Las notas, que figuran al final de cada tomo, van señaladas en el texto con un asterisco, (*).

Madrid, abril de 1914.



  —XXXIV→     —XXXV→     —XXXIX→     —XL→     —XLI→     -[Cubierta]-     -[Cubierta]-     -[fol. Ir]-     -[fol. Iv]-  

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Personajes mencionados en la Galatea

  • AMARILI, amada de Damon.
  • ARMINDA, pastora.
  • ARSILDO (errata de la primera edicion, por Artidoro).
  • ARSINDO, anciano.
  • ARTANDRO, caballero aragonés, amante de Rosaura.
  • ARTIDORO, pastor forastero, amante de Theolinda e hijo de Briseno.
  • ASTOR (véase Silerio).
  • ASTRALIANO, famoso pastor.
  • AURELIO, el venerable, padre de Galatea.
  • BELISA, amada de Marsilio.
  • BLANCA, amante de Silerio, con quien se casa, y hermana de Nisida.
  • BRISENO, padre de Artidoro y de Galercio.
  • CARINO, el astuto, amigo de Crisaluo y pariente de Siluia.
  • —XXXVI→
  • CLARAURA, amada de Crysio.
  • CRISALUO, el cruel, hermano de Leonida.
  • CRYSIO, el ausente, amante de Claraura.
  • DAMON, amante de Amarili, oriundo de las montañas de León y educado en Madrid.
  • DARANIO, amante de Silueria, con quien se casa.
  • DARINTHO, caballero, amante de Blanca.
  • EANDRA, amada de Orfenio.
  • ELEUCO, anciano pastor.
  • ELICIO, pastor de las riberas de Tajo, y amante de Galatea.
  • ERANIO, famoso pastor.
  • ERASTRO, rústico ganadero, amante de Galatea.
  • EUGENIO, amante de Leocadia.
  • FILARDO, famoso pastor.
  • FILI, amada de Tyrsi.
  • FLORISA, amiga de Galatea.
  • FRANCENIO, famoso pastor, amigo de Lauso.
  • GALATEA, nacida en riberas de Tajo, y amada de Elicio y de Erastro.
  • GALERCIO, amante de Gelasia y hermano de Artidoro.
  • GELASIA, pastora desamorada.
  • GRISALDO, amante de Rosaura.
  • LARISEO (errata de la primera edición, por Larsileo).
  • LARSILEO, amigo de Lauso, y experimentado en negocios cortesanos.
  • LAURENCIO, padre de Grisaldo.
  • —XXXVII→
  • LAUSO, amante de Silena y antiguo amigo de Damon. Fué cortesano y guerrero, habiendo visitado Asia y Europa.
  • LEANDRA, pastora.
  • LENIO, pastor desamorado, y luego amante de Gelasia. Estudió en las riberas del Tormes.
  • LEOCADIA, hija de Lisalco.
  • LEONARDA, amante de Galercio y hermana de Theolinda; se casa con Artidoro.
  • LEONIDA, amante de Lisandro, nacida en las riberas de Bethis, e hija de Parmindro.
  • LEOPERSIA, amante de Grisaldo e hija de Marcelio.
  • LIBEO, pastor.
  • LICEA, pastora.
  • LIDIA, amada de Eugenio y amiga de Theolinda.
  • LISALCO, rabadán, padre de Leocadia.
  • LISANDRO, amante de Leonida, nacido en las riberas de Bethis.
  • LISARDO, famoso pastor del Tajo.
  • LISTEA, amada de Orompo.
  • MARCELIO, padre de Leopersia.
  • MARSILIO, el desamado, amante de Belisa.
  • MATUNTOS (los dos), músico el uno, y poeta el otro, ambos de las riberas del Tajo.
  • MAURISA, hermana de Galercio y de Artidoro.
  • MELISO, famoso pastor, cuyos funerales se celebran en el libro VI.
  • MIRENO, el desdichado, amante de Silueria.
  • —XXXVIII→
  • NISIDA, natural de Nápoles, y amante de Timbrio.
  • ORFENIO, el celoso, amante de Eandra.
  • OROMPO, el triste, amante de Listea.
  • PARMINDRO, padre de Leonida.
  • PASTOR LUSITANO (sin nombre), residente en las riberas del Lima.
  • PRANSILES, caballero, enemigo de Timbrio.
  • ROSAURA, amante de Grisaldo e hija de Roselio.
  • ROSELIO, padre de Rosaura.
  • SILENA, pastora, amada primero, y luego desamada de Lauso.
  • SILERIO (llamado también Astor), amante de Nisida, y después de Blanca, con quien se casa.
  • SILUANO, famoso pastor del Tajo.
  • SILUERIA, amante de Mireno, y luego esposa de Daranio.
  • SILUIA, amiga de Leonida.
  • SIRALUO, famoso pastor del Tajo.
  • THELESIO, sacerdote.
  • THEOLINDA, amante de Artidoro, nacida en las riberas del Henares.
  • TIMBRIO, caballero de Xerez, amante de Nisida.
  • TYRSI, natural de Alcalá de Henares, amante de Fili.


Yo, Miguel de Ondarça Çauala, escriuano de Camara e su Magestad, de los que residen en el su Consejo, doy fe que, auiendose visto por los dichos señores del Consejo vn libro que con priuilegio real imprimio Miguel de Cerbantes, intitulado los seys libros de Galatea, tassaron a tres marauedis el pliego escripto en molde, para que sin pena alguna se pueda vender. Y mandaron que esta tassa se ponga al principio de cada volumen de los que ansi fueren impressos, para que no se exceda ello; y, en fe dello, lo firmé de mi nombre. Fecha en Madrid, a treze dias del mes de Março de mil y quinientos y ochenta y cinco años.

Miguel de Ondarça Çauala16.



  -[fol. IIr]-  

Yo, el licenciado Varez de Castro, corrector por su Magestad en esta vniuersidad de Alcala, vi este libro, intitulado Primera parte de la Galatea, y le hallé bien impresso conforme a su original, sacadas las erratas arriba dichas; y por la verdad, di esta, firmada de mi nombre. Fecha oy postrero de Febrero de ochenta y cinco años.

El licenciado Varez de Castro.



  -[fol. IIv]-  

Por mandado de los señores del Real Consejo he visto este libro, intitulado los seys libros de Galatea, y lo que me parece es que se puede y deue imprimir, atento a   —XLII→   ser tratado apacible y de mucho ingenio, sin perjuyzio de nadie, assi la prossa como el verso; antes, por ser libro prouechoso, de muy casto estilo, buen romance y galana inuencion, sin tener cosa mal sonante, desonesta ni contraria a buenas costumbres, se le puede dar al autor, en premio de su trabajo, el priuilegio y licencia que pide. Fecha en Madrid, a primero de Hebrero de M.D.LXXXIIII.

Lucas Gracian de Antisco17.



  -[fol. IIIr]-  

Por quanto por parte de vos, Miguel de Cerbantes, estante en nuestra corte, nos ha sido hecha relacion que vos auiades18 compuesto vn libro intitulado Galatea, en verso y en prossa castellano, y que os auia costado mucho trabajo y estudio, por ser obra de mucho ingenio, suplicandonos os mandasemos dar licencia para lo poder imprimir, y priuilegio por doze años, o como la nuestra merced fuesse, lo qual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hizo en el dicho libro la diligencia que la pregmatica por nos aora nueuamente hecha sobre ello dispone, fue acordado que deuiamos mandar dar esta nuestra cedula para vos en la dicha razon, e nos tuuimoslo por bien, por lo qual vos damos licencia y facultad para que, por tiempo de diez años primeros siguientes, que corren y se quentan desde el dia de la data della, vos, o la persona que vuestro poder vuiere, podays imprimir y vender el dicho libro, que de suso se haze mencion, en estos nuestros Reynos, y por la presente damos licencia y facultad a qualquier impressor dellos que vos nombraredes para que por esta vez le pueda imprimir por el original que en el nue[stro] Consejo se vio, que van rubricadas las planas, y firmado al fin del de Miguel de Ondarça Çauala, nuestro escriuano de Camara de los que en el nuestro Consejo residen, y con que, antes que se venda, le traygays al nuestro Consejo juntamente con el original, para que se vea si la dicha impression està conforme   —XLIII→   a el, o trayays fe en pública forma en cómo por el corrector nombrado por nuestro mandado se vio y corrigio la dicha impression con el original, y se imprimio conforme a el, y quedan asimismo impressas las erratas por el apuntadas para cada vn libro de los que assi fueren impressos, y tasse el precio que por cada volumen vuieredes de auer, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la dicha   -[fol. IIIv]-   pregmatica y leyes de nuestros Reynos. Y mandamos que, durante el dicho tiempo, persona alguna, sin vuestra licencia, no lo pueda imprimir, so pena que, el que le imprimiere o vendiere en estos nuestros Reynos, aya perdido y pierda todos y qualesquier libros y moldes que del tuuiere y vendiere, y mas incurra en pena de cinquenta mil marauedis, la tercera parte para el denunciador, y la otra tercera parte para la nuestra Camara, y la otra tercera parte para el juez que lo sentenciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, Presidentes, Oydores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaziles de la nuestra casa y corte, y chancillerias, y a todos los corregidores, assistentes, gouernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros juezes y justicias qualesquier de todas las ciudades, villas y lugares de nuestros Reynos y señorios, assi a los que aora son como los que seran de aqui adelante, que vos guarden y cumplan esta cedula y merced que assi vos hazemos, y contra el tenor y forma della no vayan ni passen en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil marauedis para la nuestra Camara. Fecha en Madrid, a xxij. dias del mes de Febrero de mil y quinientos y ochenta y quatro años.

YO EL REY

Por mandado de su Magestad,

Antonio de Erasso.



  —XLIV→     —XLV→     -[fol. IVr]-  
Dedicatoria

Al illustrissimo señor Ascanio Colona19, Abbad de sancta Sofia

Ha podido tanto conmigo el valor de V. S. Illustrissima, que me ha quitado el miedo que, con razon, deuiera tener en osar offrescerle estas primicias de mi corto ingenio. Mas, considerando que el estremado de V. S. Illustrissima, no sólo vino a España para illustrar las mejores vniuersidades della, sino tambien para ser norte por donde se encaminen los que alguna virtuosa sciencia professan, especialmente los que en la de la poesia se exercitan, no he querido perder la occasion de seguir esta guia, pues se que en ella y por ella todos hallan seguro puerto y fauorable acogimiento. Hagale V. S. Illustrissima bueno a mi desseo, el qual embio delante, para dar algun ser a este mi pequeño seruicio. Y si por esto no lo meresciere, merezcalo, a lo menos, por auer seguido algunos años las vencedoras   -[fol. IVv]-   vanderas de aquel sol de la milicia que ayer nos quitó el cielo delante de los   —XLVI→   ojos, pero no de la memoria de aquellos que procuran tenerla de cosas dignas della, que fue el excellentissimo padre de V. S. Illustrissima. Iuntando a esto el effecto de reuerencia que hazian en mi ánimo las cosas que, como en prophecia, oy muchas vezes dezir de V. S. Illustrissima al cardenal de Aquauiua20, siendo yo su camarero en Roma, las quales aora no sólo las veo cumplidas, sino todo el mundo que goza de la virtud, christiandad, magnificiencia y bondad de V. S. Illustrissima, con que da cada dia señales de la clara y generosa estirpe do deciende, la qual en antiguedad compite con el principio y principes de la grandeza romana, y en las virtudes y heroycas obras con la mesma virtud y mas encumbradas hazañas, como nos lo certifican mil verdaderas historias, llenas de los famosos hechos del tronco y ramos de la real casa Colona, debaxo de cuya fuerça y sitio yo me pongo aora, para hazer escudo a los murmuradores que ninguna cosa perdonan; aunque si V. S. Illustrissima perdona este mi atreuimiento, ni   -[fol. Vr]-   tendre que temer, ni mas que dessear, sino que nuestro Señor guarde la Illustrissima persona de V. S. con el acrescentamiento de dignidad y estado que sus seruidores desseamos.

Illustrissimo señor,

B. L. M. de V. S.

su mayor seruidor,

Miguel de Cerbantes Saauedra.





  —XLVII→     -[fol. Vv]-  

ArribaAbajoCvriosos lectores

S.

La occupacion de escrebir eglogas en tiempo que, en general, la poesia anda tan desfauorescida, bien recelo que no será tenido por exercicio tan loable que no sea necessario dar alguna particular satisfacion a los que, siguiendo el diuerso gusto de su inclinacion natural, todo lo que es differente del estiman por trabajo y tiempo perdido. Mas, pues a ninguno toca satisfazer a ingenios que se encierran en terminos tan limitados, sólo quiero responder a los que, libres de passion, con mayor fundamento se mueuen a no admitir las differencias de la poesia vulgar, creyendo que, los que en esta edad tratan della, se mueuen a publicar sus escriptos con ligera consideracion, lleuados de la fuerça que la passion de las composiciones proprias suele tener en los autores dellas, para lo qual puedo alegar de mi parte la inclinacion que a la poesia siempre he tenido, y la edad, que,   -[fol. VIr]-   auiendo a penas salido de los limites de la juuentud, parece que da licencia a semejantes   —XLVIII→   occupaciones. De mas de que no puede negarse que los estudios desta facultad -en el passado tiempo, con razon, tan estimada- traen consigo mas que medianos prouechos, como son enriquecer el poeta considerando su propria lengua, y enseñorearse del artificio de la eloquencia que en ella cabe, para empresas mas altas y de mayor importancia, y abrir camino para que, a su imitacion, los animos estrechos, que en la breuedad del lenguaje antiguo quieren que se acabe la abundancia de la lengua castellana, entiendan que tienen campo abierto, fertil y espacioso, por el qual, con facilidad y dulçura, con grauedad y eloquencia, pueden correr con libertad, descubriendo la diuersidad de conceptos agudos, graues, sotiles y leuantados que en la fertilidad de los ingenios españoles la fauorable influencia del cielo con tal ventaja en diuersas partes ha produzido y cada hora produze en la edad dichosa nuestra, de lo qual puedo ser yo cierto testigo, que conozco algunos que, con justo   -[fol. VIv]-   derecho, y sin el empacho que yo lleuo, pudieran passar con seguridad carrera tan peligrosa. Mas son tan ordinarias y tan differentes las humanas difficultades, y tan varios los fines y las acciones, que vnos, con desseo de gloria, se auenturan; otros, con temor de infamia, no se atreuen a publicar lo que, vna vez descubierto, ha de sufrir el juyzio del vulgo, peligroso, y casi siempre engañado. Yo, no porque tenga razon para ser confiado, he dado muestras de atreuido en la publicacion deste libro,   —XLIX→   sino porque no sabria determinarme, destos dos inconuinientes, qual sea el mayor: o el de quien con ligereza, desseando comunicar el talento que del cielo ha rescebido21, temprano se auentura a offrescer los frutos de su ingenio a su patria y amigos, o el que, de puro escrupuloso, pereçoso y tardio, jamas acabando de contentarse de lo que haze y entiende, tiniendo sólo por acertado lo que no alcança, nunca se determina a descubrir y comunicar sus escriptos. De manera que, assi como la osadia y confiança del vno podria condemnarse por la licencia demasiada, que con seguridad se concede,   -[fol. VIIr]-   assimesmo el recelo y la tardança del otro es vicioso, pues tarde o nunca aprouecha con el fruto de su ingenio y estudio a los que esperan y dessean ayudas y exemplos semejantes para passar adelante en sus exercicios. Huyendo destos dos inconuinientes, no he publicado antes de aora este libro, ni tampoco quise tenerle para mi solo mas tiempo guardado, pues para mas que para mi gusto solo le compuso mi entendimiento. Bien se lo que suele condemnarse exceder nadie en la materia del estilo que deue guardarse en ella, pues el principe de la poesia latina fue calumniado en algunas de sus eglogas por auerse leuantado mas que en las otras, y assi, no temere mucho que alguno condemne auer mezclado razones de philosofia entre algunas amorosas de pastores, que pocas vezes se leuantan a mas que a tratar cosas del campo, y esto con su acostumbrada llaneza. Mas aduirtiendo -como   —L→   en el discurso de la obra alguna vez se haze- que muchos de los disfraçados pastores della lo eran sólo en el ábito, queda llana esta obiection. Las demas que en la inuencion y en la disposicion   -[fol. VIIv]-   se pudieren poner, disculpelas la intencion segura del que leyere, como lo hara siendo discreto, y la voluntad del autor, que fue de agradar, haziendo en esto lo que pudo y alcançó: que, ya que en esta parte la obra no responda a su desseo, otras offresce para adelante de mas gusto y de mayor artificio.

  —LI→     -[fol. VIIIr]-  


De Lvys Galvez de Montaluo22 al autor


Soneto


    Mientra del yugo sarracino anduuo
tu cuello preso y tu ceruiz domada,
y alli tu alma, al de la fe amarrada,
a mas rigor, mayor firmeza tuuo,

    gozóse el cielo; mas la tierra estuuo  5
casi viuda sin ti, y, desamparada
de nuestras musas, la real morada,
tristeza, llanto, soledad mantuuo.

    Pero despues que diste al patrio suelo
tu alma sana y tu garganta suelta  10
dentre las fuerças barbaras confusas,

    descubre claro tu valor el cielo,
gozase el mundo en tu felice buelta,
y cobra España las perdidas musas.




De don Lvys de Bargas Manrrique


Soneto


    Hizieron muestra en vos de su grandeza,
gran Ceruantes, los dioses celestiales,
y qual primera, dones immortales
sin tassa os repartio naturaleza.
—LII→

    Ioue su rayo os dio, que es la viueza  5
de palabras que mueuen pedernales;
-[fol. VIIIv]-
Diana, en exceder a los mortales
en castidad de estilo con pureza;

    Mercurio, las historias marañadas;
Marte, el fuerte vigor que el braço os mueue;  10
Cupido y Venus, todos sus amores;

    Apolo, las canciones concertadas;
su sciencia, las hermanas todas nueue;
y, al fin, el dios siluestre, sus pastores.




De Lopez Maldonado


Soneto


    Salen del mar, y bueluen a sus senos,
despues de vna veloz larga carrera,
como a su madre vniuersal primera,
los hijos della largo tiempo agenos.

    Con su partida no la hazen menos,  5
ni con su buelta mas soberuia y fiera,
porque tiene, quedandose ella entera,
de su humor siempre sus estanques llenos.

    La mar soys vos, ¡o Galatea estremada!;
los rios, los loores, premio y fruto  10
con que ensalçays la mas illustre vida.

    Por mas que deys, jamas sereys menguada,
y menos, quando os den todos tributo,
con el vendreys a veros mas crescida.







  —1→     -[fol. 1r]-  

ArribaAbajoTomo I


ArribaAbajoPrimero libro de Galatea



    Mientras que al triste lamentable accento
del mal acorde son del canto mio,
en Eco amarga23 de cansado aliento
responde el monte, el prado, el llano, el rio,
demos al sordo y pressuroso viento  5
las quexas que del pecho ardiente y frio
salen a mi pesar, pidiendo en vano
ayuda al rio, al monte, al prado, al llano.

    Crece el humor de mis cansados ojos
las aguas deste rio, y deste prado  10
las variadas flores son abrojos
y espinas que en el alma s’an entrado;
no escucha el alto monte mis enojos,
y el llano de escucharlos se ha cansado;
y assi, vn pequeño ahuio al dolor mio  15
no hallo en monte, en llano, en prado, en rio.

    Crey que el fuego que en el alma enciende
el niño alado, el lazo con que aprieta,
-[fol. 1v]-
la red sotil con que a los dioses prende,
y la furia y rigor de su saeta,  20
que assi offendiera como a mi me offende
al subgeto sin par que me subgeta;
mas contra vn alma que es de marmol hecha,
la red no puede, el fuego, el lazo y flecha.
—2→

    Yo si que al fuego me consumo y quemo,  25
y al lazo pongo humilde la garganta,
y a la red inuisible poco temo,
y el rigor de la flecha no me espanta:
por esto soy llegado a tal estremo,
a tanto daño, a desuentura tanta,  30
que tengo por mi gloria y mi sossiego
la saeta, la red, el lazo, el fuego.

Esto cantaua Elicio, pastor en las riberas de Tajo, con quien naturaleza se mostro tan liberal, quanto la fortuna y el amor escassos; aunque los discursos del tiempo, consumidor y renouador de las humanas obras, le truxeron a terminos, que tuuo por dichosos los infinitos y desdichados en que se auia visto,   -fol. 2r-   y en los que su desseo le auia puesto, por la incomparable belleza de la sin par Galatea, pastora en las mesmas riberas nacida, y, aunque en el pastoral y rustico exercicio criada, fue de tan alto y subido entendimiento, que las discretas damas en los reales palacios crescidas y al discreto tracto de la corte acostumbradas, se tuuieran por dichosas de parescerla en algo, assi en la discrecion, como en la hermosura. Por los infinitos y ricos dones con que el cielo a Galatea auia adornado, fue querida y con entrañable ahinco amada de muchos pastores y ganaderos que por las riberas de Tajo su ganado apascentauan: entre los quales se atreuio a quererla el gallardo Elicio, con tan puro y sincero amor, quanto la virtud y honestidad de Galatea permitia. De Galatea no se entiende que aborresciesse a Elicio, ni   —3→   menos que le amasse; porque a vezes, casi como conuencida y obligada a los muchos seruicios de Elicio, con algun honesto fauor le subia al cielo; y otras vezes, sin tener cuenta   -fol. 2v-   con esto, de tal manera le desdeñaua, que el enamorado pastor la suerte de su estado apenas conoscia. No eran las buenas partes y virtudes de Elicio para aborrecerse, ni la hermosura, gracia y bondad de Galatea para no amarse. Por lo vno, Galatea no desechaua de todo punto a Elicio; por lo otro, Elicio no podia, ni deuia, ni queria oluidar a Galatea. Paresciale a Galatea que, pues Elicio con tanto miramiento de su honra la amaua, que seria demasiada ingratitud no pagarle con algun honesto fauor sus honestos pensamientos. Imaginauase Elicio que, pues Galatea no desdeñaua sus seruicios, que tendrian buen successo sus desseos; y, quando estas imaginaciones le auiua[ua]n la esperança, hallauase tan contento y atreuido, que mil vezes quiso descubrir a Galatea lo que con tanta difficultad encubria. Pero la discrecion de Galatea conoscia bien, en los mouimientos del rostro, lo que Elicio en el alma traya; y tal el suyo mostraua, que al enamorado pastor se le elauan las palabras en   -fol. 3r-   la boca, y quedauase solamente con el gusto de aquel primer mouimiento, por parescerle que a la honestidad de Galatea se le hazía agrauio en tratarle de cosas que en alguna manera pudiessen tener sombra de no ser tan honestas, que la misma honestidad en ella[s]24 se transformasse. Con estos altibaxos de su vida, la passaua el   —4→   pastor tan mala, que a vezes tuuiera por bien el mal de perderla, a trueco de no sentir el que le causaua no acabarla. Y assi, vn dia, puesta la consideracion en la variedad de sus pensamientos, hallandose en medio de vn deleytoso prado, combidado de la soledad y del murmurio de vn deleytoso arroyuelo que por el llano corria, sacando de su çurron vn polido rabel, al son del qual sus querellas con el cielo cantando comunicaua, con voz en estremo buena cantó los siguientes versos:



    Amoroso pensamiento,
si te precias de ser mio,
camina con tan buen tiento25,
-fol. 3v-
que ni te humille el desuio,
ni ensoberuezca el contento;  5
ten vn medio -si se acierta
a tenerse en tal porfia-:
no huyas el alegria,
ni menos cierres la puerta
al llanto que amor embia.  10

    Si quieres que de mi vida
no se acabe la carrera,
no la lleues tan corrida,
ni subas do no se espera
sino muerte en la cayda;  15
essa26 vana presumpcion
en dos cosas parará:
la vna, en tu perdicion;
la otra, en que pagará
tus deudas el coraçon.  20

    Del naciste, y, en naciendo,
pecaste, y pagalo el;
—5→
huyes del, y, si pretendo
recogerte vn poco en el,
ni te alcanço ni te entiendo;  25
-fol. 4r-
esse buelo peligroso
con que te subes al cielo,
si no fueres venturoso,
ha de poner por el suelo
mi descanso y tu reposo.  30

    Diras que, quien bien se emplea
y se offrece a la ventura,
que no es possible que sea
del tal juzgado a locura
el brio de que se arrea;  35
y que, en tan alta occasion,
es gloria que par no tiene
tener tanta presumpcion,
quanto mas si le conuiene
al alma y al coraçon.  40

    Yo lo tengo assi entendido;
mas quiero desengañarte,
que es señal ser atreuido
tener de amor menos parte
qu’el humilde y encogido:  45
subes tras vna beldad
-fol. 4v-
que no puede ser mayor:
no entiendo tu calidad,
que puedas tener amor
con tanta desigualdad.  50

    Que si el pensamiento mira
vn subgeto leuantado,
contemplalo, y se retira,
por no ser caso acertado
poner tan alta la mira;  55
quanto mas que el amor nasce
junto con la confiança,
y en ella [se] ceba y pace,
—6→
y, en faltando la esperança,
como niebla se deshaze.  60

    Pues tu, que vees tan distante
el medio del fin que quieres,
sin esperança y constante
si en el camino murieres,
moriras como ignorante;  65
pero no se te de nada,
que, en esta empressa amorosa,
-fol. 5r-
do la causa es sublimada,
el morir es vida honrosa,
la pena, gloria estremada.  70

No dexara tan presto el agradable canto el enamorado Elicio, si no sonaran a su derecha mano las vozes de Erastro, que, con el rebaño de sus cabras, hazia el lugar donde el27 estaua se venia. Era Erastro vn rustico ganadero; pero no le valio tanto su rustica y seluatica suerte, que defendiesse28que de su robusto pecho el blando amor no tomasse entera possession, haziendole querer mas que a su vida a la hermosa Galatea, a la qual sus querellas, quando occasion se le offrecia, declaraua. Y, aunque rustico, era, como verdadero enamorado, en las cosas del amor tan discreto, que quando en ellas hablaua, parecia que el mesmo amor se las mostraua y por su lengua las proferia; pero, con todo esso29, puesto que de Galatea eran escuchadas, eran en aquella cuenta tenidas en que las cosas de burla se tienen. No le daua a Elicio   -fol. 5v-   pena la competencia de Erastro, porque entendía del ingenio de Galatea que a cosas mas   —7→   altas la inclinaua; antes tenia lástima y enuidia a Erastro: lástima, en ver que al fin amaua, y en parte donde era impossible coger el fruto de sus desseos; embidia, por parescerle que quiça no era tal su entendimiento, que diesse lugar al alma a que sintiesse los desdenes o fauores de Galatea, de suerte, o que los vnos le acabassen, o los otros lo enloqueciessen.

Venia Erastro acompañado de sus mastines, fieles guardadores de las simples ouejuelas, que debaxo de su amparo estan seguras de los carniceros dientes de los hambrientos lobos, holgandose con ellos, y por sus nombres los llamaua, dando a cada vno el título que su condicion y ánimo merescia: a quien llamaua Leon, a quien Gauilan, a quien Robusto, a quien Manchado; y ellos, como si de entendimiento fueran dotados, con el mouer las cabeças, viniendose para el, dauan a entender el gusto que de su gusto sentian. Desta manera llegó Erastro adonde   -fol. 6r-   de Elicio fue agradablemente rescibido, y aun rogado que, si en otra parte no hauia determinado de passar el sol de la calurosa siesta, pues aquella en que estauan era tan aparejada para ello, no le fuesse enojoso passarla en su compañia.

-Con nadie -respondio Erastro- la podria yo tener mejor que contigo, Elicio, si ya no fuesse con aquella que está tan enrobrescida a mis demandas, quan hecha enzina a tus continuos quexidos.

Luego los dos se sentaron sobre la menuda   —8→   yerua, dexando andar a sus anchuras el ganado despuntando con los rumiadores dientes las tiernas yerbezuelas del heruoso llano. Y como Erastro, por muchas y descubiertas señales, conocia claramente que Elicio a Galatea amaua, y que el merescimiento de Elicio era de mayores quilates que el suyo, en señal de que reconoscia esta verdad, en medio de sus pláticas, entre otras razones, le dixo las siguientes:

-No se, gallardo y enamorado Elicio, si aura sido causa de darte pesadumbre el amor que a Galatea tengo; y, si lo ha sido, deues   -fol. 6v-   perdonarme, porque jamas ymaginé de enojarte, ni de Galatea quise otra cosa que seruirla. Mala rauia o cruda roña consuma y acabe mis retoçadores chibatos, y mis ternezuelos corderillos, quando dexaren las tetas de las queridas madres, no hallen en el verde prado para sustentarse sino amargos [tueros]30y ponçoñosas adelfas, si no he procurado mil vezes quitarla de la memoria, y si otras tantas no he andado a los medicos y curas del lugar a que me diessen remedio para las ansias que por su causa padezco. Los vnos me mandan que tome no se que beuedizos de paciencia; los otros dizen que me encomiende a Dios, que todo lo cura, o que todo es locura. Permiteme, buen Elicio, que yo la quiera, pues puedes estar seguro que, si tu con tus abilidades y estremadas gracias y razones no la ablandas, mal podre yo con mis simplezas enternecerla. Esta licencia te pido, por lo que estoy obligado a tu merescimiento: que, puesto que   —9→   no me la diesses, tan impossible   -fol. 7r-   seria dexar de amarla, como hazer que estas aguas no mojassen, ni el sol con sus peynados cabellos no nos alumbrasse.

No pudo dexar de reyrse Elicio de las razones de Erastro y del comedimiento con que la licencia de amar a Galatea le pedia; y ansi, le respondio:

-No me pesa a mi, Erastro, que tu ames a Galatea; pesame bien de entender de su condicion que podran poco para con ella tus verdaderas razones y no fingidas palabras; dete Dios tan buen successo en tus desseos, quanto meresce la sinceridad de tus pensamientos; y de aqui adelante no dexes por mi respecto de querer a Galatea, que no soy de tan ruyn condicion que, ya que a mi me falte ventura, huelgue de que otros no la tengan: antes te ruego, por lo que deues a la voluntad que te muestro, que no me niegues tu conuersacion y amistad, pues de la mia puedes estar tan seguro como te he certificado; anden nuestros ganados juntos, pues andan nuestros pensamientos apareados; tu, al son de tu çampoña, publicarás el   -fol. 7v-   contento o pena que el alegre o triste rostro de Galatea te causare; yo, al de mi rabel, en el silencio de las sossegadas noches o en el calor de las ardientes siestas, a la fresca sombra de los verdes arboles de que esta nuestra ribera está tan adornada, te ayudaré a lleuar la pesada carga de tus trabajos, dando noticia al cielo de los mios. Y, para señal de nuestro buen proposito y verdadera amistad,   —10→   en tanto que se hazen mayores las sombras destos arboles, y el sol hazia el occidente se declina, acordemos nuestros instrumentos y demos principio al exercicio que de aqui adelante hemos de tener.

No se hizo de rogar Erastro; antes, con muestras de estraño contento por verse en tanta amistad con Elicio, sacó su çampoña, y Elicio su rabel, y començando el vno y replicando el otro, cantaron lo que sigue:




ELICIO

    Blanda, suaue, reposadamente,
ingrato amor, me subgetaste el dia
-fol. 8r-
que los cabellos de oro y bella frente
miré del sol que al sol escurecia;
tu tossigo cruel, qual de serpiente,  5
en las rubias madexas se escondia:
yo, por mirar el sol en los manojos,
todo vine a beuerle por los ojos.


ERASTRO

    Atonito quedé y embelesado,
como estatua sin voz de piedra dura,  10
quando de Galatea el estremado
donayre vi, la gracia y hermosura;
Amor me estaua en el siniestro lado,
con las saetas de oro -¡ay muerte dura!-,
haziendome vna puerta por do entrasse  15
Galatea, y el alma me robasse.


ELICIO

    ¿Con que milagro, amor, abres el pecho
del miserable amante que te sigue,
—11→
y de la llaga interna que le has hecho
crecida gloria muestra que consigue?  20
¿Cómo el daño que hazes es prouecho?
-fol. 8v-
¿Cómo en tu muerte alegre vida viue?
L’alma que prueua estos effectos todos
la causa sabe, pero no los modos.


ERASTRO

    No se ven tantos rostros figurados  25
en roto espejo, o hecho por tal arte,
que, si vno en el se mira, retratados
se ve vna multitud en cada parte,
quantos nacen cuydados y cuydados
de vn cuydado cruel que no se parte  30
del alma mia, a su rigor vencida,
hasta apartarse junto con la vida.


ELICIO

    La blanca nieue y colorada rosa,
qu’el verano no gasta, ni el inuierno;
el sol de dos luzeros, do reposa  35
el blando amor, y a do estara in eterno;
la voz, qual la de Orfeo poderosa
de suspender las furias del infierno,
y otras cosas que vi quedando ciego,
yesca me han hecho al inuisible fuego.  40


ERASTRO

    Dos hermosas mançanas coloradas,
-fol. 9r-
que tales me semejan dos mexillas,
y el arco de dos cejas leuantadas,
quel de Yris31 no llegó a sus marauillas,
dos rayos, dos hileras estremadas  45
de perlas entre grana, y si ay dezillas,
mil gracias que no tienen par ni cuento,
niebla m’an hecho al amoroso viento.
—12→


ELICIO
    Yo ardo y no me abraso, viuo y muero;
estoy lexos y cerca de mi mismo;  50
espero en solo vn punto y desespero;
subome al cielo, baxome al abysmo;
quiero lo que aborrezco, blando y fiero;
me pone el amaros parasismo32:
y, con estos contrarios, passo a passo,  55
cerca estoy ya del vltimo traspasso.


ERASTRO

    Yo te prometo, Elicio, que le diera
todo quanto en la vida me ha quedado
a Galatea, porque me boluiera
el alma y coraçon que m’a robado;  60
y, despues del ganado, le añadiera
mi perro Gauilan con el Manchado;
-fol. 9v-
pero, como ella deue de ser diosa,
el alma querra mas que no otra cosa.


ELICIO

    Erastro, el coraçon, qu’en alta parte  65
es puesto por el hado, suerte o signo,
quererle derribar por fuerça o arte
o diligencia humana, es desatino;
deues de su ventura contentarte,
que, aunque mueras sin ella, yo imagino  70
que no ay vida en el mundo mas dichosa
como el morir por causa tan honrosa.

Ya se aparejaua Erastro para seguir adelante en su canto, quando sintieron, por vn espesso montezillo que a sus espaldas estaua, vn no pequeño estruendo y ruydo; y leuantandose los dos   —13→   en pie por ver lo que era, vieron que del monte salia vn pastor corriendo a la mayor priessa del mundo, con vn cuchillo desnudo en la mano, y la color del rostro mudada; y que tras el venia otro ligero pastor, que a pocos passos alcançó al   -fol. 10r-   primero, y, asiendole por el cabeçon del pellico, leuantó el braço en el ayre quanto pudo, y vn agudo puñal que sin vayna traya se le escondio dos vezes en el cuerpo, diziendo:

-Recibe, ¡o mal lograda Leonida!, la vida deste traydor, que en vengança de tu muerte sacrifico.

Y esto fue con tanta presteza hecho, que no tuuieron lugar Elicio y Erastro de estoruarselo, porque llegaron a tiempo que ya el herido pastor daua el vltimo aliento, embuelto en estas pocas y mal formadas palabras:

-Dexarasme, Lisandro, satisfazer al cielo con mas largo arrepentimiento el agrauio que te hize, y despues quitarasme la vida, que agora, por la causa que he dicho, mal contenta destas33 carnes se aparta.

Y, sin poder dezir mas, cerró los ojos en sempiterna noche.

Por las quales palabras imaginaron Elicio y Erastro que no con pequeña causa hauia el otro pastor executado en el tan cruda y violenta muerte. Y por mejor informarse de todo el successo, quisieran preguntarselo al   -fol. 10v-   pastor homicida; pero el, con tirado passo, dexando al pastor muerto y a los dos admirados, se tornó a entrar por el montezillo adelante. Y queriendo   —14→   Elicio seguirle y saber del lo que desseaua, le vieron tornar a salir del bosque, y, estando por buen espacio desuiado dellos, en alta voz les dixo:

-Perdonadme, comedidos pastores, si yo no lo he sido en hauer hecho en vuestra presencia lo que haueys visto, porque la justa y mortal ira que contra esse traydor tenia concebida, no me dio lugar a mas moderados discursos; lo que os auiso es que, si no quereys enojar a la deidad que en el alto cielo mora, no hagays las obsequias ni plegarias acostumbradas por el alma traydora desse cuerpo que delante teneys, ni a el deys sepultura, si ya aqui en vuestra tierra no se acostumbra darla a los traydores.

Y diziendo esto, a todo correr se boluio a entrar por el monte, con tanta priessa, que quitó la esperança a Elicio de alcançarle aunque le siguiesse; y assi, se boluieron los dos con tiernas entrañas a   -fol. 11r-   hazer el piadoso officio, y dar sepultura como mejor pudiessen al miserable cuerpo que tan repentinamente hauia acabado el curso de sus cortos dias. Erastro fue a su cabaña, que no lexos estaua, y trayendo sufficiente adereço, hizo vna sepultura en el mesmo lugar do el cuerpo estaua, y dandole el vltimo vale, le pusieron en ella, y, no sin compassion de su desdichado caso, se boluieron a sus ganados, y, recogiendolos con alguna priessa, porque ya el sol se entraua a mas andar por las puertas de occidente, se recogieron a sus acostumbrados aluergues, donde no su sossiego dellos, ni el   —15→   poco que sus cuydados le concedian, podian apartar a Elicio de pensar que causas hauian mouido a los dos pastores para venir a tan desesperado trance; y ya le pesaua de no hauer seguido al pastor homicida, y saber del, si fuera possible, lo que desseaua. Con este pensamiento, y con los muchos que sus amores le causauan, despues de auer dexado en segura parte su rebaño, se salio de su cabaña, como otras vezes solia, y,   -fol. 11v-   con la luz de la hermosa Diana, que resplandeciente en el cielo se mostraua, se entró por la espessura de vn espesso bosque adelante, buscando algun solitario lugar adonde en el silencio de la noche con mas quietud pudiesse soltar la rienda a sus amorosas imaginaciones, por ser cosa ya aueriguada que, a los tristes imaginatiuos coraçones, ninguna cosa les es de mayor gusto que la soledad, despertadora de memorias tristes o alegres. Y assi, yendose poco a poco gustando de vn templado zefiro que en el rostro le heria, lleno del34 suauissimo olor que de las olorosas flores, de que el verde suelo estaua colmado, al passar por ellas blandamente robaua embuelto35 en el ayre delicado, oyo vna voz como de persona que dolorosamente se quexaua, y, recogiendo por vn poco en si mismo el aliento, porque el ruydo no le estoruasse de oyr lo que era, sintio que de vnas apretadas çarças, que poco desuiadas del estauan, la entristecida voz salia; y, aunque interrota36de infinitos sospiros, entendio que estas tristes razones pronunciaua:

  —16→  

-Cobarde y   -fol. 12r-   temeroso braço, enemigo mortal de lo que a ti mesmo deues; mira que ya no queda de quien tomar vengança sino de ti mesmo: ¿de que te sirue alargar la vida que tan aborrecida tengo? Si piensas que es nuestro mal de los que el tiempo suele curar, viues engañado, porque no ay cosa mas fuera de remedio que nuestra desuentura; pues, quien la pudiera hazer buena, la tuuo tan corta, que en los verdes años de su alegre juuentud offrecio la vida al carnicero cuchillo, que se la quitasse por la traycion del maluado Carino, que oy, con perder la suya, aura aplacado en parte a aquella venturosa alma de Leonida, si en la celeste parte donde mora puede caber desseo de vengança alguna. ¡Ha, Carino, Carino! Ruego yo a los altos cielos, si dellos las justas plegarias son oydas, que no admitan la disculpa, si alguna dieres, de la traycion que me heziste, y que permitan que tu cuerpo carezca de sepultura, assi como tu alma carecio de misericordia. Y tu, hermosa y mal lograda Leonida, recibe,   -fol. 12v-   en muestra del amor que en vida te tuue, las lagrimas que en tu muerte derramo, y no atribuyas a poco sentimiento el no acabar la vida con el que de tu muerte recibo, pues seria poca recompensa a lo que deuo y desseo sentir, el dolor que tan presto se acabasse. Tu verás, si de las cosas de aca tienes cuenta, como este miserable cuerpo quedará vn dia consumido del dolor poco a poco, para mayor pena y sentimiento, bien ansi como la mojada y encendida poluora, que, sin   —17→   hazer estrepito ni leuantar llama en alto, entre si mesma se consume, sin dexar de si sino el rastro de las consumidas cenizas. Dueleme quanto puede dolerme, ¡o alma del alma mia!, que, ya que no pude gozarte en la vida, en la muerte no puedo hazerte las obsequias y honrras que a tu bondad y virtud se conuenian; pero yo te prometo y juro que, el poco tiempo -que será bien poco- que esta apassionada ánima mia rigiere la pesada carga deste miserable cuerpo, y la voz cansada tuuiere aliento que la forme,   -fol. 13r-   de no tratar otra cosa en mis tristes y amargas canciones, que de tus alabanças y merescimientos.

A este punto cessó la voz, por la qual Elicio conocio claramente que aquel era el pastor homicida, de que recibio mucho gusto, por parecerle que estaua en parte donde podria saber del lo que desseaua; y queriendose llegar mas cerca, huuo de tornarse a parar, porque le parecio que el pastor templaua vn rabel, y quiso escuchar primero si al son del alguna cosa diria; y no tardó mucho que con suaue y acordada voz oyo que desta manera cantaua:




LISANDRO


    ¡O alma venturosa,
que del humano velo
libre al alta region viua bolaste,
dexando en tenebrosa
carcel de desconsuelo  5
—18→
mi vida, aunque contigo la lleuaste!
Sin ti, escura dexaste
la luz clara del dia,
-fol. 13v-
por tierra derribada
la esperança fundada  10
en el mas firme assiento de alegria;
en fin, con tu partida,
quedó viuo el dolor, muerta la vida.

    Embuelto en tus despojos
la muerte s’a lleuado  15
el mas subido estremo de belleza,
la luz de aquellos ojos
qu’en auerte mirado
tenian encerrada su riqueza;
con presta ligereza,  20
del alto pensamiento
y enamorado pecho
la gloria se’a deshecho,
como la cera al sol o niebla al viento;
y toda mi ventura  25
cierra la piedra de tu sepultura.

    ¿Cómo pudo la mano
inexorable y cruda,
y el intento cruel, facinoroso,
-fol. 14r-
del vengatiuo hermano,  30
dexar libre y desnuda
tu alma del mortal velo hermoso?
¿Por que tu[r]uó el reposo
de nuestros coraçones?
Que, si no se acabaran,  35
en vno se juntaran
con honestas y sanctas condiciones.
¡Hay, fiera mano esquiua!
¿Cómo ordenaste que muriendo viua?

    En llanto sempiterno  40
mi ánima mezquina
—19→
los años passará, meses y dias;
la tuya, en gozo eterno
y edad firme y contina,
no temera del tiempo las porfias;  45
con dulces alegrias
verás firme la gloria
que tu loable vida
te tuuo merescida;
y, si puede caber en tu memoria  50
del suelo no perderla,
-fol. 14v-
de quien tanto te amó deues tenerla.

    Mas, ¡ho, quan simple he sido,
alma bendita y bella,
de pedir que te acuerdes, ni aun burlando,  55
de mi, que t’e querido,
pues se que mi querella
se yra con tal fauor eternizando!
Mejor es que, pensando
que soy de ti oluidado,  60
me apriete con mi llaga,
hasta que se deshaga
con el dolor la vida, qu’a quedado
en tan estraña suerte,
que no tiene por mal el de la muerte.  65

    Goza en el sancto coro
con otras almas sanctas,
alma, de aquel seguro bien entero,
alto, rico thesoro,
mercedes, gracias tantas  70
que goza el que no huye el buen sendero;
alli gozar espero,
-fol. 15r-
si por tus passos37 guio,
contigo en paz entera
de eterna primauera,  75
sin temor, sobresalto ni desuio;
a esto me encamina,
pues sera hazaña de tus obras digna.
—20→

    Y pues vosotras, celestiales almas,
veys el bien que desseo,  80
creced las alas a tan buen desseo.

Aqui cessó la voz, pero no los sospiros del desdichado que cantado auia, y lo vno y lo otro fue parte de acrescentar en Elicio la gana de saber quien era. Y, rompiendo por las espinosas çarças, por llegar mas presto a do la voz salia, salio a vn pequeño prado, que, todo en redondo, a manera de theatro, de espessissimas e intrincadas matas estaua ceñido, en el qual vio vn pastor que, con estremado brio, estaua con el pie derecho delante y el yzquierdo atras, y el diestro braço leuantado, a guisa de quien esperaua hazer algun   -fol. 15v-   rezio tiro. Y assi era la verdad, porque, con el ruydo que Elicio al romper por las matas hauia hecho, pensando ser alguna fiera de la qual conuenia defenderse, el pastor del bosque se hauia puesto a punto de arrojarle vna pesada piedra que en la mano tenia. Elicio, conociendo por su postura su intento, antes que le effectuasse, le dixo:

-Sossiega el pecho, lastimado pastor, que, el que aqui viene, trae el suyo aparejado a lo que mandarle quisieres, y quien38 el desseo de saber tu ventura le ha hecho romper tus lagrimas y turbar el aliuio que de estar solo sete podria seguir.

Con estas blandas y comedidas palabras de Elicio, se sossego el pastor, y con no menos blandura le respondio, diziendo:

-Tu buen offrecimiento agradezco, qualquiera   —21→   que tu seas, comedido pastor; pero si ventura quieres saber de mi, que nunca la tuue, mal podras ser satisfecho.

-Verdad dizes -respondio Elicio-, pues, por las palabras y quexas que esta noche te he oydo, muestras bien claro la poca o ninguna que tienes;   -fol. 16r-   pero no menos satisfaras mi desseo con dezirme tus trabajos, que con declararme tus contentos; y assi la fortuna te los de en lo que desseas, que no me niegues lo que te suplico, si ya el no conocerme no lo impide, aunque, para assegurarte y mouerte, te hago saber que no tengo el alma tan contenta, que no sienta en el punto que es razon las miserias que me contares. Esto te digo, porque se que no ay cosa mas escusada y aun perdida, que contar el miserable sus desdichas a quien tiene el pecho colmo de contentos.

-Tus buenas razones me obligan -respondio el pastor- a que te satisfaga en lo que me pides, assi porque no imagines que de poco y acobardado ánimo nacen las quexas y lamentaciones que dizes que de mi has oydo, como porque conozcas que aun es muy poco el sentimiento que muestro, a la causa que tengo de mostrarlo.

Elicio se lo agradecio mucho, y, despues de hauer passado entre los dos mas palabras de comedimiento, dando señales Elicio de ser verdadero amigo   -fol. 16v-   del pastor del bosque, y conociendo el que no eran fingidos offrecimientos, vino a conceder lo que Elicio rogaua. Y, sentandose los dos sobre la verde yerua, cubiertos con el   —22→   resplandor de la hermosa Diana, que en claridad aquella noche con su hermano competir podia, el pastor del bosque, con muestras de vn interno dolor, començo a dezir desta manera:

-En las riberas de Bethis, caudalosissimo rio que la gran Vandalia enriquece, nacio Lisandro -que este es el nombre desdichado mio-, y de tan nobles padres, qual plu[g]uiera al soberano Dios que en mas baxa fortuna fuera engendrado; porque muchas vezes la nobleza del linaje pone alas y esfuerça el ánimo a leuantar los ojos adonde la humilde suerte no osara jamas leuantarlos, y de tales atreuimientos suelen succeder a menudo semejantes calamidades como las que de mi oyras si con atencion me escuchas. Nacio ansimesmo en mi aldea vna pastora, cuyo nombre era Leonida, summa de toda   -fol. 17r-   la hermosura que en gran parte de la tierra -segun yo imagino- pudiera hallarse: de no menos nobles y ricos padres nacida, que su hermosura y virtud merescian. De do nacio que, por ser los parientes de entrambos de los mas principales del lugar, y estar en ellos el mando y gouernacion del pueblo, la embidia, enemiga mortal de la sossegada vida, sobre algunas differencias del gouierno del pueblo vino a poner entre ellos cizaña y mortalissima discordia; de manera que el pueblo fue diuidido en dos parcialidades: la vna seguia la de mis parientes, la otra la de los de Leonida, con tan arraygado rencor y mal ánimo, que no ha sido parte para ponerlos en paz ninguna humana diligencia. Ordenó, pues,   —23→   la suerte, para echar de todo punto el sello a nuestra enemistad, que yo me enamorasse de la hermosa Leonida, hija de Parmindro, principal cabeça del vando contrario; y fue mi amor tan de veras, que, aunque procuré con infinitos medios quitarle de mis entrañas, el fin de todos venia   -fol. 17v-   a parar a quedar mas vencido y subgeto. Poniaseme delante vn monte de difficultades, que conseguir el fin de mi desseo me estoruauan, como eran el mucho valor de Leonida, la endurecida enemistad de nuestros padres, las pocas coyunturas, o ninguna, que se me offrecian para descubrirle mi pensamiento; y, con todo esto, quando ponia los ojos de la imaginacion en la singular belleza de Leonida, qualquiera difficultad se allanaua, de suerte que me parecia poco romper por entre agudas puntas de diamantes para llegar al fin de mis amorosos y honestos pensamientos. Hauiendo, pues, por muchos dias combatido conmigo mesmo, por ver si podria apartar el alma de tan ardua empresa, y viendo ser impossible, recogi toda mi industria a considerar con qual podria dar a entender a Leonida el secreto amor de mi pecho; y como los principios en qualquier negocio sean siempre dificultosos39, en los que tratan de amor son, por la mayor parte, difficultosissimos, hasta que   -fol. 18r-   el mesmo amor, quando se quiere mostrar fauorable, abre las puertas del remedio donde parece que estan mas cerradas. Y assi se parecio en mi, pues, guiado por su pensamiento el mio, vine a imaginar que ningun medio se offrecia   —24→   mejor a mi desseo que hazerme amigo de los padres de Siluia, vna pastora que era en estremo amiga de Leonida, y muchas vezes la vna a la otra, en compañia de sus padres, en sus casas se visitauan. Tenia Siluia vn pariente que se llamaua Carino, compañero familiar de Crisaluo, hermano de la hermosa Leonida, cuya bizarria y aspereza de costumbres le hauian dado renombre de cruel, y assi de todos los que le conoscian el cruel Crisaluo era llamado; y ni mas ni menos a Carino, el pariente de Siluia y compañero de Crisaluo, por ser entremetido y agudo de ingenio, el astuto Carino le llamauan: del qual y de Siluia, por parecerme que me conuenia, con el medio de muchos presentes y dadiuas forjé la amistad -al parecer- possible; a lo menos, de parte de Siluia fue mas firme de lo que yo quisiera,   -fol. 18v-   pues los regalos y fauores que ella con limpias entrañas me hazía, obligada de mis continuos seruicios, tomó por instrumentos mi fortuna para ponerme en la desdicha en que agora me veo.

»Era Siluia hermosa en estremo, y de tantas gracias adornada, que la dureza del crudo coraçon de Crisaluo se mouio a amarla, y esto yo no lo supe sino con mi daño, y de alli a muchos dias; y ya que con la larga experiencia estuue seguro de la voluntad de Siluia, vn dia, offreciendoseme comodidad, con las mas tiernas palabras que pude le descubri la llaga de mi lastimado pecho, diziendole que, aunque era tan profunda y peligrosa, no la sentia tanto, sólo   —25→   por imaginar que en su solicitud estaua el remedio della; aduirtiendole ansimesmo el honesto fin a que mis pensamientos se encaminauan, que era a40 juntarme por legítimo matrimonio con la bella Leonida; y que, pues era causa tan justa y buena, no se auia41 de desdeñar de tomarla a su cargo. En fin, por no serte prolixo, el amor me ministró tales palabras   -fol. 19r-   que le dixesse, que ella, vencida dellas, y mas por la pena que ella, como discreta, por las señales de mi rostro, conocio que en mi alma moraua, se determinó de tomar a su cargo mi remedio y dezir a Leonida lo que yo por ella sentia, prometiendo de hazer por mi todo quanto su fuerça e industria alcançasse, puesto que se le hazía difficultosa tal empressa, por la inimicicia grande que entre nuestros padres conocia, aunque, por otra parte, imaginaua poder dar principio al fin de sus discordias si Leonida conmigo se casasse. Mouida, pues, con esta buena intencion, y enternecida de las lagrimas que yo derramaua, como ya he dicho, se auenturó a ser intercessora de mi contento; y discurriendo consigo que entrada tendria para con Leonida, me mandó que le escriuiesse vna carta, la qual ella se offrecia a darla quando tiempo le pareciesse. Pareciome a mi bien su parecer, y aquel mesmo dia le embié vna que, por auer sido principio del contento que por su respuesta senti, siempre la   -fol. 19v-   he tenido en la memoria, puesto que fuera mejor no acordarme de cosas alegres en tiempo tan triste como es el en que agora me hallo. Recibio la   —26→   carta Siluia, y aguardaua occasion de ponerla en las manos de Leonida.

-No -dixo Elicio, atajando las razones de Lisandro-, no es justo que me dexes de dezir la carta que a Leonida embiaste, que, por ser la primera, y por hallarte tan enamorado en aquella sazon, sin duda deue de ser discreta. Y pues me has dicho que la tienes en la memoria, y el gusto que por ella grangeaste, no me lo niegues agora en no dezirmela.

-Bien dizes, amigo -respondio Lisandro-; que yo estaua entonces tan enamorado y temeroso, como agora descontento y desesperado, y por esta razon me parece que no acerte a dezir alguna, aunque fue harto acertamiento que Leonida las creyesse las que en la carta yuan. Ya que tanto desseas saberlas, dezia desta manera:

  -fol. 20r-  

LISANDRO A LEONIDA

«Mientras que he podido, aunque con grandissimo dolor mio, resistir con las proprias fuerças a la amorosa llama que por ti, ¡ho hermosa Leonida!, me abrasa, jamas he tenido ardimiento, temeroso del subido valor que en ti conozco, de descubrirte el amor que te tengo; mas ya que es consumida aquella virtud que hasta aqui me ha hecho fuerte, hame sido forçoso, descubriendo la llaga de mi pecho, tentar con escreuirte su primero y vltimo remedio. Que sea   —27→   el primero, tu lo sabes, y de ser el vltimo está en tu mano, de la qual espero la misericordia que tu hermosura promete y mis honestos desseos merescen. Los quales y el fin adonde se encaminan conosceras de Siluia, que esta te dara; y pues ella se ha atreuido, con ser quien es, a lleuartela, entiende que son tan justos quanto a tu merescimiento se deuen.»

No le parecieron mal a Elicio las razones de la carta de Lisandro, el qual, prosiguiendo la historia de sus amores, dixo:

-No   -fol. 20v-   passaron muchos dias sin que esta carta viniesse a las hermosas manos de Leonida, por medio de las piadosas de Siluia, mi verdadera amiga, la qual, junto con darsela, le dixo tales cosas, que con ellas templó en gran parte la ira y alteracion que con mi carta Leonida auia recebido: como fue dezirle quanto bien se siguiria si por nuestro casamiento la enemistad de nuestros padres se acabaua, y que el fin de tan buena intencion la hauia de mouer a no desechar mis desseos; quanto mas que no se deuia compadecer con su hermosura dexar morir sin mas respecto a quien tanto como yo la amaua; añadiendo a estas, otras razones que Leonida conocio que lo eran. Pero, por no mostrarse al primer encuentro rendida, y a los primeros passos alcançada, no dio tan agradable respuesta a Siluia como ella quisiera. Pero con todo esto, por intercession de Siluia, que a ello le forço, respondio con esta carta que agora te dire:

  —28→     -fol. 21r-  

LEONIDA A LISANDRO

»“Si entendiera, Lisandro, que tu mucho atreuimiento hauia nacido de mi poca honestidad, en mi mesma executara la pena que tu culpa meresce; pero por assegurarme desto lo que yo de mi conozco, vengo a conocer que mas ha procedido tu osadia de pensamientos ociosos que de enamorados; y aunque ellos sean de la manera que dizes, no pienses que me has de mouer a mi para remediallos como a Siluia para creellos, de la qual tengo mas quexa por auerme forçado a responderte, que de ti que te atreuiste a escreuirme, pues el callar fuera digna respuesta a tu locura. Si te retraes de lo començado, haras como discreto, porque te hago saber que pienso tener mas cuenta con mi honra, que con tus vanidades.”

»Esta fue la respuesta de Leonida, la qual, junto con las esperanças que Siluia me dio, aunque ella parecia algo aspera, me hizo tener   -fol. 21v-   por el mas bien afortunado del mundo. Mientras estas cosas entre nosotros passauan, no se descuydaua Crisaluo de solicitar a Siluia con infinitos mensajes, presentes y seruicios; mas era tan fuerte y desabrida la condicion de Crisaluo, que jamas pudo mouer a la de Siluia a que vn pequeño fauor le diesse; de lo qual estaua tan desesperado e impaciente, como vn agarrochado y vencido toro. Por causa de sus amores   —29→   hauia tomado amistad con el astuto Carino, pariente de Siluia, hauiendo los dos sido primero mortales enemigos, porque, en cierta lucha que vn dia de vna grande fiesta delante de todo el pueblo los çagales mas diestros del lugar tuuieron, Carino fue vencido de Crisaluo y maltratado: de manera que concibio en su coraçon odio perpetuo contra Crisaluo, y no menos lo tenia contra otro hermano mio, por auerle sido contrario en vnos amores, de los quales mi hermano lleuó el fruto que Carino esperaua. Este rancor y mala voluntad tuuo Carino secreta, hasta que el tiempo le descubrio ocasion como   -fol. 22r-   a vn mesmo punto se vengasse de entrambos por el mas cruel estilo que imaginarse puede. Yo le tenia por amigo, porque la entrada en casa de Siluia no se me impidiesse; Crisaluo le adoraua, porque fauoreciesse sus pensamientos con Siluia; y era de suerte su amistad, que todas las vezes que Leonida venia a casa de Siluia, Carino la acompañaua; por la qual causa le parecio bien a Siluia darle cuenta, pues era mi amigo, de los amores que yo con Leonida trataua, que en aquella sazon andauan ya tan viuos y venturosos, por la buena intercession de Siluia, que ya no esperauamos sino tiempo y lugar donde coger el honesto fruto de nuestros limpios desseos, los quales sabidos de Carino, tomó por instrumento para hazer la mayor traycion del mundo. Porque vn dia, haziendo del leal con Crisaluo, y dandole a entender que tenia en mas su amistad que la honra de su parienta,   —30→   le dixo que la principal causa porque Siluia no le amaua ni fauorescia, era por estar de mi enamorada, y que el lo sabia in(e)faliblemente; y que ya nuestros amores yuan tan al descubierto, que, si el no huuiera estado   -fol. 22v-   ciego de la passion amorosa, en mil señales lo huuiera ya conocido; y que para certificarse mas de la verdad que le dezia, que de alli adelante mirasse en ello, porque veria claramente como, sin empacho alguno, Siluia me daua extraordinarios fauores. Con estas nueuas deuio de quedar tan fuera de si Crisaluo, como parecio por lo que dellas sucedio. De alli adelante Crisaluo traya espias por ver lo que yo con Siluia passaua; y como yo muchas vezes procurasse hallarme solo con ella, para tratar, no de los amores que el pensaua, sino de lo que a los mios conuenia, eranle a Crisaluo referidas, con otros fauores que, de limpia amistad procedidos, Siluia a cada passo me hazia: por lo que vino Crisaluo a terminos tan desesperados, que muchas vezes procuró matarme; aunque yo no pensaua que era por semejante occasion, sino por lo de la antigua enemistad de nuestros padres. Mas por ser el hermano de Leonida, tenia yo mas cuenta con guardarme que con offenderle, teniendo por cierto que, si yo con su hermana   -fol. 23r-   me casaua, tendrian fin nuestras enemistades. De lo que el estaua bien ajeno: antes se pensaua que, por serle yo enemigo, auia procurado tratar amores con Siluia, y no porque yo bien la quisiesse; y esto le acrescentaua la colera y enojo de manera   —31→   que le sacaua de juyzio, aunque el tenia tan poco, que poco era menester para acabarselo. Y pudo tanto en el este mal pensamiento, que vino a aborrecer a Siluia tanto quanto la hauia querido, sólo porque a mi me fauorecia, no con la voluntad que el pensaua, sino como Carino le dezia; y assi, en qualesquier corrillos y juntas que se hallaua, dezia mal de Siluia, dandole titulos y42 renombres desonestos; pero como todos conoscian su terrible condicion y la bondad de Siluia, dauan43 poco o ningun credito a sus palabras.

»En este medio, hauia concertado Siluia con Leonida que los dos nos desposassemos, y que, para que mas a nuestro saluo se hiziesse, sería44 bien que vn dia que con Carino Leonida viniesse a su casa, no boluiesse por aquella noche a la   -fol. 23v-   de sus padres, sino que desde alli, en compañia de Carino, se fuesse a vna aldea que media legua de la nuestra estaua, donde vnos ricos parientes mios viuian, en cuya casa, con mas quietud, podiamos poner en effecto nuestras intenciones; porque si del successo dellas los padres de Leonida no fuessen contentos, a lo menos, estando ella ausente, seria mas facil el concertarse. Tomado, pues, este apuntamiento, y dada cuenta del a Carino, se offrecio, con muestras de grandissimo ánimo, que lleuaria a Leonida a la otra aldea, como ella fuesse contenta. Los seruicios que yo hize a Carino por la buena voluntad que mostraua, las palabras de offrecimiento que le dixe, los abraços que le di, me parece que bastaran   —32→   a deshazer en vn coraçon de azero qualquiera mala intencion que contra mi tuuiera. Pero el traydor de Carino, echando a las espaldas mis palabras, obras y promessas, sin tener cuenta con la que a si mesmo deuia, ordenó la traycion que agora oyras. Informado Carino de la voluntad de Leonida,   -fol. 24r-   y viendo ser conforme a la que Siluia le hauia dicho, ordenó que la primera noche que, por las muestras del dia, entendiessen que auia de ser escura, se pusiesse por obra la yda de Leonida, offreciendose de nueuo a guardar el secreto y lealtad possible. Despues de hecho este concierto que has oydo, se fue a Crisaluo, segun despues aca he sabido, y le dixo que su parienta Siluia yua tan adelante en los amores que conmigo traya, que en vna cierta noche hauia determinado de sacarla de casa de sus padres y lleuarla a la otra aldea, do mis parientes morauan, donde se le offrecia coyuntura de vengar su coraçon en entrambos: en Siluia, por la poca cuenta que de sus seruicios hauia hecho; en mi, por nuestra vieja enemistad y por el enojo que le auia hecho en quitarle a Siluia, pues por solo mi respecto le dexaua. De tal manera le supo encarecer y dezir Carino lo que quiso, que con mucho menos a otro coraçon no tan cruel como el suyo mouiera a qualquier mal pensamiento. Llegado, pues, ya el   -fol. 24v-   dia que yo pense que fuera el de mi mayor contento, dexando dicho a Carino, no lo que hizo, sino lo que auia de hazer, me fuy a la otra aldea a dar orden como recebir a Leonida. Y   —33→   fue el dexarla encomendada a Carino, como quien dexa a la simple corderuela en poder de los hambrientos lobos, o a la mansa paloma entre las vñas del fiero gauilan que la despedace. ¡Hay, amigo, que, llegando a este passo con la imaginacion, no se como tengo fuerças para sostener la vida, ni pensamiento para pensarlo, quanto mas lengua para dezirlo! ¡Hay, mal aconsejado Lisandro! ¿Como, y no sabias tu las condiciones dobladas de Carino? Mas ¿quien no se fiara de sus palabras, auenturando el tan poco en hazerlas verdaderas con las obras? ¡Hay, mal lograda Leonida! ¡Quan mal supe gozar de la merced que me heziste en escogerme por tuyo! En fin, por concluyr con la tragedia de mi desgracia, sabras, discreto pastor, que la noche que Carino auia de traer consigo a Leonida a la aldea donde yo la   -fol. 25r-   esperaua, el llamó a otro pastor, que deuia de tener por enemigo, aunque el se lo encubria debaxo de su falsa acostumbrada dissimulacion, el qual Libeo se llamaua, y le rogo que aquella noche le hiziesse compañia, porque determinaua lleuar vna pastora, su afficionada, a la aldea que te he dicho, donde pensaua desposarse con ella. Libeo, que era gallardo y enamorado, con facilidad le offrecio su compañia. Despidiose Leonida de Siluia con estrechos abraços y amorosas, lagrimas, como presaga que auia de ser la vltima despedida. Deuia de considerar entonces la sin ventura la traycion que a sus padres hazia, y no la que a ella Carino le ordenaua, y quan mala cuenta daua   —34→   de la buena opinion que della en el pueblo se tenia. Mas, passando de passo por todos estos pensamientos, forçado del enamorado que la vencia, se entregó a la guardia de Carino, que adonde yo la aguardaua la truxesse. ¡Quantas vezes se me viene a la memoria, llegando a este punto, lo que soñe el dia que le tuuiera yo   -fol. 25v-   por dichoso, si en el feneciera la cuenta de los de mi vida! Acuerdome que, saliendo del aldea vn poco antes que el sol acabasse de quitar sus rayos de nuestro orizonte45, me sente al pie de vn alto frexno, en el mesmo camino por donde Leonida hauia de venir, esperando que cerrasse algo mas la noche para adelantarme y recebilla, y, sin saber como y sin yo quererlo, me quedé dormido; y apenas huue entregado los ojos al sueño, quando me parecio que el arbol donde estaua arrimado, rindiendose a la furia de vn recissimo viento que soplaua, desarraygando las hondas rayzes de la tierra, sobre mi cuerpo se caya, y que, procurando yo euadirme del graue peso, a vna y a otra46parte me reboluia; y, estando en esta pesadumbre, me parecio ver vna blanca cierba junto a mi, a la qual yo ahincadamente suplicaua que, como mejor pudiesse, apartasse de mis hombros la pesada carga; y que queriendo ella, mouida de compassion, hazerlo, al mismo instante salio vn fiero leon del bosque, y, cogiendola   -fol. 26r-   entre sus agudas vñas, se metia con ella por el bosque adelante; y que, despues que con gran trabajo me hauia escapado del graue peso, la yua a buscar al monte, y la hallaua   —35→   despedaçada y herida por mil partes; de lo qual tanto dolor sentia, que el alma se me arrancaua sólo por la compassion que ella hauia mostrado de mi trabajo. Y assi comence a llorar entre sueños, de manera que las mismas lagrimas me despertaron, y hallando las mexillas bañadas del llanto, quedé fuera de mi, considerando lo que auia soñado; pero, con la alegria que esperaua tener de ver a mi Leonida, no eché de ver entonces que la fortuna en sueños me mostraua lo que de alli a poco rato despierto me auia de succeder.

»A la sazon que yo desperte, acabaua de cerrar la noche, con tanta escuridad, con tan espantosos truenos y relampagos, como conuenia para cometerse con mas facilidad la crueldad que en ella se cometio. Assi como Carino salio de casa de Siluia con Leonida, se la entregó a Libeo, diziendole   -fol. 26v-   que se fuesse con ella por el camino de la aldea que he dicho; y aunque Leonida se alteró de ver a Libeo, Carino la asseguró que no era menor amigo mio Libeo que el proprio, y que con toda seguridad podia yr con el poco a poco, en tanto que el se adelantaua a darme a mi las nueuas de su llegada. Creyo la simple -en fin, como enamorada- las palabras del falso Carino, y, con menor recelo del que conuenia, guiada del comedido Libeo, tendia los temerosos passos para venir a buscar el vltimo de su vida, pensando hallar el mejor de su contento. Adelantóse Carino de los dos, como ya te he dicho, y vino a dar auiso a Crisaluo de lo que   —36→   passaua, el qual, con otros quatro parientes suyos, en el mesmo camino por donde auian de passar, que todo era cerrado de bosque, de vna y otra parte, escondidos estauan, y dixoles como Siluia venia, y solo yo que la acompañaua, y que se alegrassen de la buena occasion que la suerte les ponia en las manos para vengarse de la injuria que los dos les auiamos hecho, y   -fol. 27r-   que el seria el primero que en Siluia, aunque era parienta suya, prouasse los filos de su cuchillo. Apercibieronse luego los cinco crueles carniceros para colorarse en la innocente sangre de los dos que tan sin cuydado de traycion semejante por el camino se venian, los quales, llegados a do la celada estaua, al instante fueron con ellos los perfidos homicidas y cerraronlos en medio. Crisaluo se llegó a Leonida, pensando ser Siluia, y con injuriosas y turbadas palabras, con la infernal colera que le señoreaua, con seys47 mortales heridas la dexó tendida en el suelo, a tiempo que ya Libeo, por los otros quatro -creyendo que a mi me las dauan- con infinitas puñaladas se rebolcaua por la tierra. Carino, que vio quan bien hauia salido el traydor intento suyo, sin aguardar razones, se les quitó delante, y los cinco traydores, contentissimos, como si vuieran hecho alguna famosa hazaña, se boluieron a su aldea, y Crisaluo se fue a casa de Siluia a dar el mesmo a sus padres la nueua de lo que hauia hecho,   -fol. 27v-   por acrescentarles el pesar y sentimiento, diziendoles que fuessen a dar sepultura a su hija Siluia, a quien el hauia quitado la vida por   —37→   auer hecho mas caudal de la fria voluntad de Lisandro, su enemigo, que no de los continuos siruicios suyos. Siluia, que sintio lo que Crisaluo dezia, dandole el alma lo que auia sido, le dixo cómo ella estaua viua, y aun libre de todo lo que la imputaua, y que mirasse no vuiesse muerto a quien le doliesse mas su muerte que perder el mismo la vida. Y con esto le dixo que su hermana Leonida se auia partido aquella noche de su casa en trage no acostumbrado. Atonito quedó Crisaluo de ver a Siluia viua, teniendo el por cierto que la dexaua ya muerta, y con no pequeño sobresalto acudio luego a su casa, y no hallando en ella a su hermana, con grandissima confusion y furia boluio el solo a ver quien era la que hauia muerto, pues Siluia estaua viua. Mientras todas estas cosas passauan, estaua yo con vna ansia estraña esperando a Carino y Leonida, y pareciendome que ya   -fol. 28r-   tardauan mas de lo que deuian, quise yr a encontrarlos, o a saber si por algun caso aquella noche se auian detenido, y, no anduue mucho por el camino, quando oy vna lastimada voz que dezia: “¡O soberano hazedor del cielo! Encoje la mano de tu justicia y abre la de tu misericordia, para tenerla desta alma, que presto te dara cuenta de las offensas que te ha hecho. ¡Hay, Lisandro, Lisandro, y como la amistad de Carino te costará la vida, pues no es possible sino que te la acabe el dolor de auerla yo por ti perdido! ¡Hay, cruel hermano! ¿Es possible que, sin oyr mis disculpas, tan presto me quesiste dar la   —38→   pena de mi yerro?” Quando estas razones oy, en la voz y en ellas conoci luego ser Leonida la que las dezia, y, presago de mi desuentura, con el sentido turbado, fuy a tiento a dar adonde Leonida estaua embuelta en su propria sangre; y hauiendola conocido luego, dexandome caer sobre el herido cuerpo, haziendo los estremos de dolor possible, le dixe: “¿Que desdicha es esta, bien mio? Ánima mía, ¿qual fue la cruel mano   -fol. 28v-   que no ha tenido respecto a tanta hermosura?” En estas palabras fuy conocido de Leonida, y leuantando con gran trabajo los cansados braços, los echó por cima de mi cuello, y apretando con la mayor fuerça que pudo, juntando su boca con la mia, con flacas y mal pronunciadas razones, me dixo solas estas: “Mi hermano me ha muerto; Carino, vendido; Libeo está sin vida, la qual te de Dios a ti, Lisandro mio, largos y felices años, y a mi me dexe gozar en la otra del reposo que aqui me ha negado.” Y juntando mas su boca con la mia, auiendo cerrado los labios para darme el primero y vltimo beso, al abrillos se le salio el alma, y quedó muerta en mis braços. Quando yo lo senti, abandonandome sobre el elado cuerpo, quedé sin ningun sentido; y, si como era yo el viuo, fuera el muerto, quien en aquel trance nos viera, el lamentable de Pyramo y Thisbe truxera a la memoria. Mas, despues que bolui en mi, abriendo ya la boca para llenar el ayre de vozes y sospiros, senti que hazia donde   -fol. 29r-   yo estaua venia vno con apressurados passos, y llegandose cerca,   —39→   aunque la noche hazía escura, los ojos del alma me dieron a conoscer que el que alli venia era Crisaluo, como era la verdad, porque el tornaua a certificarse si por ventura era su hermana Leonida la que auia muerto; y, como yo le conoci, sin que de mi se guardasse, llegué a el como sañudo leon, y dandole dos heridas, di con el en tierra; y, antes que acabasse de espirar, le lleué arrastrando adonde Leonida estaua, y puniendo en la mano muerta de Leonida el puñal que su hermano traya, que era el mesmo con que ella hauia muerto, ayudandole yo a ello, tres vezes se le hinqué por el coraçon. Y consolado en algo el mio con la muerte de Crisaluo, sin mas detenerme, tomé sobre mis hombros el cuerpo de Leonida y lleuéle al aldea donde mis parientes viuian, y, contandoles el caso, les rogue le diessen honrada sepultura, y luego puse por obra y determiné de tomar en Carino la vengança que en Crisaluo; la qual, por auerse   -fol. 29v-   el ausentado de nuestra aldea, se ha tardado hasta oy, que le hallé a la salida deste bosque, despues de auer seys meses que ando en su demanda. El ha hecho ya el fin que su traycion merescia, y a mi no me queda ya de quien tomar vengança, si no es de la vida que tan contra mi voluntad sostengo. Esta es, pastor, la causa de do proceden los lamentos que me has oydo. Si te parece que es bastante para causar mayores sentimientos, a tu buena discrecion dexo que lo considere.

Y con esto dio fin a su plática, y principio a   —40→   tantas lagrimas, que no pudo dexar Elicio de tenerle compañia en ellas; pero, despues que por largo espacio hauian desfogado con tiernos sospiros, el vno la pena que sentia, el otro la compassion que della tomaua, Elicio començo con las mejores razones que supo a consolar a Lisandro, aunque era su mal tan sin consuelo, como por el successo del hauia visto. Y, entre otras cosas que le dixo, y la que a Lisandro mas le quadró, fue dezirle que, en los males sin remedio,   -fol. 30r-   el mejor era no esperarles ninguno; y que, pues de la honestidad y noble condicion de Leonida se podria creer -segun el dezia- que de dulce vida gozaua, antes deuia alegrarse del bien que ella hauia ganado, que no entristecerse por el que el hauia perdido. A lo qual respondio Lisandro:

-Bien conozco, amigo, que tienen fuerça tus razones para hazerme creer que son verdaderas; pero no que la tienen, ni la tendran las que todo el mundo dezirme pudiere, para darme consuelo alguno. En la muerte de Leonida començo mi desuentura, la qual se acabará quando yo la torne a ver; y pues esto no puede ser sin que yo muera, al que me induziere a procurar la muerte, tendre yo por mas amigo de mi vida.

No quiso Elicio darle mas pesadumbre con sus consuelos, pues el no los tenia por tales; sólo le rogo que se viniesse con el a su cabaña, en la qual estaria todo el tiempo que gusto le diesse, offreciendole su amistad en todo aquello   —41→   que podia ser buena para seruirle. Lisandro   -fol. 30v-   se lo agradecio quanto fue possible, y, aunque no queria accetar el venir con Elicio, todavia lo huuo de hazer forçado de su importunacion, y assi los dos se leuantaron y se vinieron a la cabaña de Elicio, donde reposaron lo poco que de la noche quedaua. Pero ya que la blanca Aurora dexaua el lecho del celoso marido y començaua a dar muestras del venidero dia, leuantandose Erastro, començo a poner en orden el ganado de Elicio y suyo, para sacarle al pasto acostumbrado. Elicio combidó a Lisandro a que con el se viniesse, y assi, viniendo los tres pastores con el manso rebaño de sus ouejas por vna cañada abaxo, al subir de vna ladera oyeron el sonido de vna suaue çampoña, que luego por Elicio y Erastro fue conocido que era Galatea quien la sonaua. Y no tardó mucho que por la cumbre de la cuesta se començaron a descubrir algunas ouejas, y luego tras ellas Galatea, cuya hermosura era tanta, que seria mejor dexarla en su punto, pues faltan palabras para encarecerla.   -fol. 31r-   Venia vestida a la serrana, con los luengos cabellos sueltos al viento, de quien el mesmo sol parescia tener embidia, porque, hiriendoles48con sus rayos, procuraua quitarles la luz si pudiera; mas la que la salia de la vislumbre dellos, otro nueuo sol semejaua. Estaua Erastro fuera de si mirandola, y Elicio no podia apartar los ojos de verla. Quando Galatea vio que el rebaño de Elicio y Erastro con el suyo se juntaua, mostrando no gustar de tenerles aquel dia compañia, llamó   —42→   a la borrega mansa de su manada, a la qual siguieron las demas, y encaminóla a otra parte differente de la que los pastores lleuauan. Viendo Elicio lo que Galatea hazía, sin poder sufrir tan notorio desden, llegandose a do la pastora estaua, le dixo:

-Dexa, hermosa Galatea, que tu rebaño venga con el nuestro, y, si no gustas de nuestra compañia, escoge la que mas te agradare, que no por tu ausencia dexarán tus ouejas de ser bien apacentadas, pues yo, que naci para seruirte, tendre mas cuenta dellas que de las mías proprias;   -fol. 31v-   y no quieras tan a la clara desdeñarme, pues no lo merece la limpia voluntad que te tengo, que, segun el viaje que trayas, a la fuente de las Piçarras le encaminauas, y, agora que me has visto, quieres torcer el camino; y si esto es assi, como pienso, dime adonde quieres oy y siempre apascentar tu ganado, que yo te juro de no lleuar alli jamas el mio.

-Yo te prometo, Elicio -respondio Galatea-, que no por huyr de tu compañia ni de la de Erastro he buelto del camino que tu imaginas que lleuaua, porque mi intencion es passar oy la siesta en el arroyo de las Palmas, en compañia de mi amiga Florisa, que alla me aguarda, porque desde ayer concertamos las dos de apascentar oy alli nuestros ganados; y, como yo venia descuydada sonando mi çampoña, la mansa borrega tomó el camino de las Piçarras, como della mas acostumbrado. La voluntad que me tienes y offrecimientos que me hazes te agradezco,   —43→   y no tengas en poco hauer dado yo disculpa a tu sospecha.

-¡Hay, Galatea -replicó Elicio-, y quan bien que finges lo que   -fol. 32r-   te parece, teniendo tan poca necessidad de vsar conmigo artificio, pues al cabo no tengo de querer mas de lo que tu quisieres! Ora vayas al arroyo de las Palmas, al soto del Concejo o a la fuente de las Piçarras, ten por cierto que no has de yr sola, que siempre mi alma te acompaña; y si tu no la vees, es porque no quieres verla, por no obligarte a remediarla.

-Hasta agora -respondio Galatea- tengo por ver la primera alma, y assi, no tengo culpa si no he remediado a ninguna.

-No se cómo puedes dezir esso -respondio Elicio-, hermosa Galatea, que las veas para herirlas, y no para curarlas.

-Testimonio me leuantas -replicó Galatea- en dezir que yo, sin armas, pues a mugeres no son concedidas, aya herido a nadie.

-¡Hay, discreta Galatea -dixo Elicio-, cómo te burlas con lo que de mi alma sientes, a la qual inuisiblemente has llagado, y no con otras armas que con las de tu hermosura! Y no me quexo yo tanto del daño que me has hecho, como de que le tengas en poco.

-En menos me tendria yo -respondio Galatea- si en mas le tuuiesse.

A esta sazon llegó   -fol. 32v-   Erastro, y viendo que Galatea se yua y les dexaua, le dixo:

-¿Adonde vas, o de quien huyes, hermosa   —44→   Galatea? Si de nosotros, que te adoramos, te alexas, ¿quien esperará de ti compañia? ¡Hay, enemiga, quan al deseayre te vas, triumphando de nuestras voluntades! El cielo destruya la buena que tengo, si no desseo verte enamorada de quien estime tus quexas en el grado que tu estimas las mias. ¿Rieste de lo que digo, Galatea? Pues yo lloro de lo que tu hazes.

No pudo Galatea responder a Erastro, porque andaua guiando su ganado hazia el arroyo de las Palmas, y abaxando desde lexos la cabeça en señal de despedirse, los dexó, y, como se vio sola, en tanto que llegaua adonde su amiga Florisa creyo que estaria, con la estremada voz que al cielo plugo darle, fue cantando este soneto:




GALATEA


    Afuera el fuego, el lazo, el yelo49 y flecha
de amor, que abrasa, aprieta, enfria y hiere;
que tal llama mi alma no la quiere,
-fol. 33r-
ni queda de tal ñudo satisfecha.

    Consuma, ciña, yele, mate, estrecha  5
tenga otra (la) voluntad quanto quisiere;
que por dardo, o por nieue, o red no ’spere
tener la mia en su calor deshecha.

    Su fuego enfriará mi casto intento,
el ñudo rompere por fuerça o arte,  10
la nieue deshara mi ardiente celo,

    la flecha embotará mi pensamiento;
y assi, no temere en segura parte
de amor el fuego, el lazo, el dardo, el yelo.

  —45→  

Con mas justa causa se pudieran parar los brutos, mouer los arboles y juntar las piedras a escuchar el suaue canto y dulce armonia de Galatea, que quando a la citara de Orfeo, lyra de Apolo y musica de Anfion los muros de Troya y Thebas por si mismos se fundaron, sin que artifice alguno pusiesse en ellos las manos, y las hermanas, negras moradoras del hondo chaos, a la estremada voz del incauto amante se ablandaron. El acabar el canto Galatea, y llegar adonde   -fol. 33v-   Florisa estaua, fue todo a vn tiempo, de la qual fue con alegre rostro recebida, como aquella que era su amiga verdadera y con quien Galatea sus pensamientos comunicaua. Y despues que las dos dexaron yr a su aluedrio a sus ganados a que de la verde yerua paciessen, combidadas de la claridad del agua de vn arroyo que alli corria, determinaron de labarse los hermosos rostros, pues no era menester para acrecentarles hermosura el vano y enfadoso artificio con que los suyos martyrizan las damas que en las grandes ciudades se tienen por mas hermosas. Tan hermosas quedaron despues de lauadas como antes lo estauan, excepto que, por auer llegado las manos con mouimiento al rostro, quedaron sus mexillas encendidas y sonroseadas, de modo que vn no se que de hermosura les acrescentaua, especialmente a Galatea, en quien se vieron juntas las tres Gracias, a quien los antiguos griegos pintauan desnudas, por mostrar, entre otros effectos, que eran señoras de la   -fol. 34r-   belleza. Començaron luego a coger diuersas   —46→   flores del verde prado, con intencion de hazer sendas guirnaldas con que recoger los desornados cabellos que sueltos por las espaldas trayan. En este exercicio andauan occupadas las dos hermosas pastoras, quando por el arroyo abaxo vieron al improuiso venir vna pastora de gentil donayre y apostura, de que no poco se admiraron, porque les parecio que no era pastora de su aldea ni de las otras comarcanas a ella, a cuya causa con mas atencion la miraron, y vieron que venia poco a poco hazia donde ellas estauan; y, aunque estauan bien cerca, ella venia tan embeuida y transportada en sus pensamientos, que nunca las vio hasta que ellas quisieron mostrarse. De trecho en trecho se paraua, y, bueltos los ojos al cielo, daua vnos sospiros tan dolorosos, que de lo mas intimo de sus entrañas parecian arrancados; torcia assimesmo sus blancas manos, y dexaua correr por sus mexillas algunas lagrimas, que liquidas perlas semejauan.   -fol. 34v-   Por los estremos de dolor que la pastora hazía, conocieron Galatea y Florisa que de algun interno dolor traya el alma occupada, y por ver en que parauan sus sentimientos, entrambas se escondieron entre vnos cerrados mirtos, y desde alli con curiosos ojos mirauan lo que la pastora hazía: la qual, llegandose al margen del arroyo, con atentos ojos se paró a mirar el agua que por el corria, y dexandose caer a la orilla del como persona cansada, corbando vna de sus hermosas manos, cogio en ella del agua clara, con la qual labandose   —47→   los humidos ojos, con voz baxa y debilitada dixo:

-¡Ay, claras y frescas aguas! ¡Quan poca parte es vuestra frialdad para templar el fuego que en mis entrañas siento! Mal podre esperar de vosotras, ni aun de todas las que contiene el gran mar Occeano, el remedio que he menester, pues aplicadas todas al ardor que me consume, hariades el mesmo effecto que suele hazer la pequeña cantidad en la ardiente fragua, que mas su llama acrecienta. ¡Ay, tristes ojos,   -fol. 35r-   causadores de mi perdicion, y en que fuerte punto os alcé para tan gran cayda! ¡Ay, fortuna, enemiga de mi descanso, con quanta velocidad me derribaste de la cumbre de mis contentos al abysmo de la miseria en que me hallo! ¡Ay, cruda hermana! ¿Cómo no aplacó la ira de tu desamorado pecho la humilde y amorosa presencia de Arsildo50? ¿Que palabras te pudo dezir el para que le diesses tan aceda y cruel respuesta? Bien parece, hermana, que tu no le tenias en la cuenta que yo le tengo: que, si assi fuera, a fe que tu te mostraras tan humilde quanto el a ti subgeto.

Todo esto que la pastora dezia, mezclaua con tantas lagrimas, que no huuiera coraçon que escuchandola no se enterneciera; y despues que por algun espacio huuo sossegado el afligido pecho, al son del agua que mansamente corria, acomodando a su proposito vna copia antigua, con suaue y delicada voz cantó esta glosa:

  —48→     -fol. 35v-  

   Ya la esperança es perdida,
y vn solo bien me consuela:
qu’el tiempo, que passa y buela,
lleuará presto la vida51.

    Dos cosas ay en amor  5
con que su gusto se alcança:
desseo de lo mejor,
es la otra la esperança,
que pone esfuerço al temor.
Las dos hizieron manida  10
en mi pecho, y no las veo;
antes en l’alma affligida,
porque me acabe el desseo,
ya la esperança es perdida.

   Si el desseo desfallece  15
quando la esperança mengua,
al contrario en mi parece,
pues, quanto ella mas desmengua,
tanto mas el s’engrandece.
Y no ay vsar de cautela  20
con las llagas que me atizan:
-fol. 36r-
que, en esta amorosa escuela,
mil males me martyrizan,
y vn solo bien me consuela.

   Apenas huuo llegado  25
el bien a mi pensamiento,
quando el cielo, suerte y hado,
con ligero mouimiento
l’an del alma arrebatado;
y si alguno ay que se duela  30
de mi mal tan lastimero,
al mal amayna la vela,
y al bien passa mas ligero
qu’el tiempo, que passa y buela.

   ¿Quien ay que no se consuma  35
con estas ansias que tomo,
—49→
pues en ellas se ve en suma
ser los cuydados de plomo
y los plazeres de pluma?
Y aunque va tan decayda  40
mi dichosa buena andança,
en ella este bien se anida:
-fol. 36v-
que, quien lleuó la esperança,
lleuará presto la vida.

Presto acabó el canto la pastora, pero no las lagrimas con que lo solemnizaua; de las quales mouidas a compassion Galatea y Florisa, salieron de do escondidas estauan, y, con amorosas y corteses palabras, a la triste pastora saludaron, diziendole, entre otras razones:

-Assi los cielos, hermosa pastora, se muestren fauorables a lo que pedirles quisieres, y dellos alcances lo que desseas, que nos digas, si no te es enojoso, que ventura o que destino te ha traydo por esta tierra, que, segun la plática que nosotras tenemos della, jamas por estas riberas te hauemos visto. Y por auer oydo lo que poco ha cantaste, y entender por ello que no tiene tu coraçon el sossiego que ha menester, y por las lagrimas que has derramado, de que dan indicio tus humidos y hermosos ojos, en ley de buen comedimiento estamos obligadas a procurarte el consuelo que de nuestra parte fuere   -fol. 37r-   possible; y si fuere tu mal de los que no sufren ser consolados, a lo menos, conosceras en nosotras vna buena voluntad de seruirte.

-No se con que poder pagaros -respondio la forastera pastora-, hermosas zagalas, los corteses offrecimientos que me hazeys, si no es con   —50→   callar, y agradecello, y estimarlos en el punto que merescen, y con no negaros lo que de mi saber quisieredes, puesto que me seria mejor passar en silencio los successos de mi ventura, que no, con dezirlos, daros indicios para que me tengays por liuiana.

-No muestra tu rostro y gentil apostura, hermosa pastora -respondio Galatea-, que el cielo te ha dado tan grossero entendimiento, que con el hiziesses cosa que despues vuiesses de perder reputacion en dezirla; y pues tu vista y palabras en tan poco a hecho esta impression en nosotras, que ya te tenemos por discreta, muestranos, con contarnos tu vida, si llega a tu discrecion tu ventura.

-A lo que yo creo -respondio la pastora-, en vn ygual andan entrambas, si ya no me ha dado   -fol. 37v-   la suerte mas juyzio para que sienta mas los dolores que se offrecen; pero yo estoy bien cierta que sobrepujan tanto mis males a mi discrecion, quanto dellos es vencida toda mi habilidad, pues no tengo ninguna para saber remediallos; y porque la experiencia os desengañe, si quisieredes oyrme, bellas zagalas, yo os contaré con las mas breues razones que pudiere, como, del mucho entendimiento que juzgays que tengo, ha nascido el mal que le haze ventaja.

-Con ninguna cosa, discreta zagala, satisfaras mas nuestros desseos -respondio Florisa-, que con darnos cuenta de lo que te hemos rogado.

  —51→  

-Apartemonos, pues -dixo la pastora-, deste lugar, y busquemos otro, donde, sin ser vistas ni estoruadas, pueda deziros lo que me pesa de aueros prometido, porque adiuino que no estara mas en perderse la buena opinion que con vosotras he cobrado, que quanto tarde en descubriros mis pensamientos, si acaso los vuestros no han sido tocados de la enfermedad que yo padezco.

Desseosas de que la   -fol. 38r-   pastora cumpliesse lo que prometia, se leuantaron luego las tres, y se fueron a vn lugar secreto y apartado que ya Galatea y Florisa sabian, donde, debaxo de la agradable sombra de vnos acopados mirtos, sin ser vistas de alguno, podian todas tres estar sentadas, y luego, con estremado donayre y gracia, la forastera pastora començo a dezir desta manera:

-En las riberas del famoso Henares, que al vuestro dorado Tajo, hermosissimas pastoras, da siempre fresco y agradable tributo, fuy yo nascida y criada, y no en tan baxa fortuna que me tuuiesse por la peor de mi aldea. Mis padres son labradores, y a la labrança del campo acostumbrados, en cuyo exercicio les imitaua, trayendo yo vna manada de simples ouejas por las dehesas concegiles de nuestra aldea, acomodando tanto mis pensamientos al estado en que mi suerte me hauia puesto, que ninguna cosa me daua mas gusto que ver multiplicar y crecer mi ganado, sin tener cuenta con mas que con procurarle   -fol. 38v-   los mas fructiferos y abundosos pastos,   —52→   claras y frescas aguas que hallar pudiesse. No tenia ni podia tener mas cuydados que los que podian nascer del pastoral officio en que me occupaua. Las seluas eran mis compañeras, en cuya soledad muchas vezes, combidada de la suaue armonia de los dulces paxarillos, despedia la voz a mil honestos cantares, sin que en ellos mezclasse sospiros ni razones que de enamorado pecho diessen indicio alguno. ¡Ay, quantas vezes, sólo por contentarme a mi mesma y por dar lugar al tiempo que se passasse, andaua de ribera en ribera, de valle en valle, cogiendo aqui la blanca açucena, alli el cardeno lirio, aca la colorada rosa, aculla la olorosa clauellina, haziendo de todas suertes de odoriferas flores vna texida guirnalda, con que adornaua y recogia mis cabellos, y despues, mirandome en las claras y reposadas aguas de alguna fuente, quedaua tan gozosa de hauerme visto, que no trocara mi contento por otro alguno! Y ¡quantas hize burla de algunas   -fol. 39r-   zagalas que, pensando hallar en mi pecho alguna manera de compassion del mal que los suyos sentian, con abundancia de lagrimas y sospiros los secretos enamorados de su alma me descubrian! Acuerdome agora, hermosas pastoras, que llegó a mi vn dia vna zagala amiga mia, y, echandome los braços al cuello, y juntando su rostro con el mio, hechos sus ojos fuentes, me dixo: «¡Ay, hermana Theolinda -que este es el nombre desta desdichada-, y cómo creo que el fin de mis dias es llegado, pues amor no ha tenido la cuenta   —53→   conmigo que mis desseos merescian!» Yo, entonces, admirada de los estremos que la veya hazer, creyendo que algun gran mal le auia succedido de pérdida de ganado, o de muerte de padre o hermano, limpiandole los ojos con la manga de mi camisa, le rogue que me dixesse que mal era el que tanto la aquexaua. Ella, prosiguiendo en sus lagrimas y no dando tregua a sus sospiros, me dixo: «¿Que mayor mal quieres, ¡o Theolinda!, que me haya succedido, que el auerse ausentado   -fol. 39v-   sin dezirme nada el hijo del mayoral de nuestra aldea, a quien yo quiero mas que a los proprios ojos de la cara; y auer visto esta mañana en poder de Leocadia, la hija del rabadan52 Lisalco, vna cinta encarnada que yo hauia dado a aquel fementido de Eugenio, por donde se me ha confirmado la sospecha que yo tenia de los amores que el traydor con ella trataua?» Quando yo acabé de entender sus quexas, os juro, amigas y señoras mias, que no pude acabar conmigo de no reyrme y dezirle: «Mia fe, Lidia -que assi se llamaua la sin ventura-, pense que de otra mayor llaga venias herida, segun te quexauas; pero agora conozco quan fuera de sentido andays vosotras, las que presumis de enamoradas, en hazer caso de semejantes niñerias. Dime, por tu vida, Lidia amiga: ¿quanto vale vna cinta encarnada, para que te duela de verla en poder de Leocadia, ni de que se la aya dado Eugenio? Mejor harias de tener cuenta con tu honra y con lo que conuiene al pasto de tus ouejas, y no entremeterte   -fol. 40r-   en   —54→   estas burlerias de amor, pues no se saca dellas, segun veo, sino menoscabo de nuestras honras y sossiego.» Quando Lidia oyo de mi boca tan contraria respuesta de la que esperaua de mi piadosa condicion, no hizo otra cosa sino abaxar la cabeça, y, acrescentando lagrimas a lagrimas y solloços a solloços, se apartó de mi, y boluiendo a cabo de poco trecho el rostro, me dixo: «Ruego yo a Dios, Theolinda, que presto te veas en estado que tengas por dichoso el mio, y que el amor te trate de manera que cuentes tu pena a quien la estime y sienta en el grado que tu has hecho la mia.» Y con esto se fue, y yo me quedé riyendo53 de sus desuarios. Mas ¡ay, desdichada, y como a cada passo conozco que me va alcançando bien su maldicion, pues aun agora temo que estoy contando mi pena a quien se dolera poco de auerla sabido!

A esto respondio Galatea:

-Plu[g]uiera a Dios, discreta Theolinda, que, assi como hallarás en nosotras compassion de tu daño, pudieras hallar el remedio del: que presto perdieras la sospecha que de nuestro conocimiento tienes.

-Vuestra hermosa presencia   -fol. 40v-   y agradable conuersacion, dulces pastoras -respondio Theolinda-, me haze esperar esso; pero mi corta ventura me fuerça a temer estotro; mas succeda lo que succediere, que al fin aure de contaros lo que os he prometido. Con la libertad que os he dicho, y en los exercicios que os he contado, passaua yo mi vida tan alegre y sossegadamente,   —55→   que no sabia que pedirme el desseo, hasta que el vengatiuo amor me vino a tomar estrecha cuenta de la poca que con el tenia, y alcançóme en ella de manera que, con quedar su esclaua, creo que aun no está pagado ni satisfecho. Acaecio, pues, que vn dia -que fuera para mi el mas venturoso de los de mi vida, si el tiempo y las occasiones no vuieran traydo tal descuento a mis alegrias-, viniendo yo con otras pastoras de nuestra aldea a cortar ramos y a coger juncia y flores y verdes espadañas para adornar el templo y calles de nuestro lugar, por ser el siguiente dia solennissima fiesta, y estar obligados los moradores de nuestro pueblo por promessa y   -fol. 41r-   voto a guardalla, acertamos a passar todas juntas por vn deleytoso bosque que entre el aldea y el rio está puesto, adonde hallamos vna junta de agraciados pastores, que a la sombra de los verdes arboles passauan el ardor de la caliente siesta, los quales, como nos vieron, al punto fuymos dellos conoscidas, por ser todos, qual primo, y qual hermano, y qual pariente nuestro; y saliendonos al encuentro, y entendido de nosotras el intento que lleuauamos, con corteses palabras nos persuadieron y forçaron a que adelante no passassemos, porque algunos dellos tomarian el trabajo de traer hasta alli los ramos y llores porque yuamos. Y assi, vencidas de sus ruegos, por ser ellos tales, huuimos de conceder lo que querian, y luego seys de los mas moços, apercebidos de sus ozinos, se partieron con gran contento a traernos los   —56→   verdes despojos que buscauamos. Nosotras, que seys eramos, nos juntamos donde los demas pastores estauan, los quales nos recibieron con el comedimiento possible, especialmente   -fol. 41v-   de vn pastor forastero que alli estaua, que de ninguna de nosotras fue conoscido, el qual era de tan gentil donayre y brio, que quedaron todas admiradas en verle; pero yo quedé admirada y rendida. No se que os diga, pastoras, sino que, assi como mis ojos le vieron, senti enternecerseme el coraçon, y començo a discurrir por todas mis venas vn yelo que me encendia, y, sin saber cómo, senti que mi alma se alegraua de tener puestos los ojos en el hermoso rostro del no conocido pastor; y en vn punto, sin ser en los casos de amor experimentada, vine a conoscer que era amor el que salteado me auia; y luego quisiera quexarme del, si el tiempo y la occasion me dieran lugar a ello. En fin, yo quedé qual aora estoy, vencida y enamorada, aunque con mas confiança de salud que la que aora tengo. ¡Ay, quantas vezes en aquella sazon me quise llegar a Lidia, que con nosotras estaua, y dezirle: «Perdoname, Lidia hermana, de la dessabrida respuesta que te di el otro dia, porque te hago saber que ya   -fol. 42r-   tengo mas experiencia del mal de que te quexauas, que tu mesma.» Vna cosa me tiene marauillada, de como quantas alli estauan no conocieron, por los mouimientos de mi rostro, los secretos de mi coraçon; y deuiolo de causar que todos los pastores se boluieron al forastero, y le rogaron que acabasse de cantar   —57→   vna cancion que hauia començado antes que nosotras llegassemos: el qual, sin hazerse de rogar, siguio su començado canto con tan estremada y marauillosa voz, que todos los que la escuchauan estauan trasportados en oyrla. Entonces acabé yo de entregarme de todo en todo a todo lo que el amor quiso, sin quedar en mi mas voluntad que si no la vuiera tenido para cosa alguna en mi vida; y puesto que yo estaua mas suspensa que todos escuchando la suaue armonia del pastor, no por esso dexé de poner grandissima atencion a lo que en sus versos cantaua, porque me tenia ya el amor puesta en tal estremo, que me llegara al alma si le oyera cantar cosas de enamorado, que   -fol. 42v-   imaginara que ya tenia occupados sus pensamientos, y quiça en parte que no tuuiessen alguna los mios en lo que desseauan. Mas lo que el entonces cantó no fueron sino ciertas alabanças del pastoral estado y de la sossegada vida del campo, y algunos auisos vtiles a la conseruacion del ganado, de que no poco quedé yo contenta, pareciendome que, si el pastor estuuiera enamorado, que de ninguna cosa tratara que de sus amores, por ser condicion de los amantes parecerles mal gastado el tiempo que en otra cosa que en ensalçar y alabar la causa de sus tristezas o contentos se gasta. Ved, amigas, en quan poco espacio estaua ya maestra en la escuela de amor. El acabar el pastor su canto, y el descubrir los que con los ramos venian, fue todo a vn tiempo; los quales, a quien de lexos los miraua, no parecian   —58→   sino vn pequeño montezillo que con todos sus arbores se mouía, segun venian pomposos y enramados; y llegando ya cerca de nosotras, todos seys entonaron sus vozes, y començando el vno y respondiendo   -fol. 43r-   todos, con muestras de grandissimo contento, y con muchos plazenteros alaridos, dieron principio a vn gracioso villancico. Con este contento y alegría llegaron mas presto de lo que yo quisiera, porque me quitaron la que yo sentía de la vista del pastor. Descargados, pues, de la verde carga, vimos que traya cada vno vna hermosa guirnalda enroscada en el braço, compuesta de diuersas y agradables flores, las quales con graciosas palabras a cada vna de nosotras la suya presentaron, y se offrecieron de lleuar los ramos hasta el aldea. Mas, agradeciendoles nosotras su buen comedimiento, llenas de alegria, queriamos dar la buelta al lugar, quando Eleuco, vn anciano pastor que alli estaua, nos dixo: «Bien será, hermosas pastoras, que nos pagueys lo que por vosotras nuestros zagales han hecho, con dexarnos las guirnaldas, que demasiadas lleuays de lo que a buscar veniades; pero ha de ser con condicion que de vuestra mano las54 deys a quien os pareciere.» «Si con tan pequeña paga   -fol. 43v-   quedareys de nosotras satisfechas -respondio la vna-, yo por mi soy contenta.» Y tomando la guirnalda con ambas manos, la puso en la cabeça de vn gallardo primo suyo. Las otras, guiadas deste exemplo, dieron las suyas a differentes zagales que alli estauan, que todos sus parientes eran.   —59→   Yo, que a lo vltimo quedaua, y que alli deudo alguno no tenia, mostrando hazer de la desembuelta, me llegué al forastero pastor, y puniendole la guirnalda en la cabeça, le dixe: «Esta te doy, buen zagal, por dos cosas: la vna, por el contento que a todos nos has dado con tu agradable canto; la otra, porque en nuestra aldea se vsa honrar a los estrangeros.» Todos los circunstantes recibieron gusto de lo que yo hazia; pero ¿que os dire yo de lo que mi alma sintio viendome tan cerca de quien me la tenia robada, sino que diera qualquiera otro bien que acertara a dessear en aquel punto, fuera de quererle, por poder ceñirle con mis braços al cuello, como le ceñi las sienes   -fol. 44r-   con la guirnalda? El pastor se me humilló, y con discretas palabras me agradecio la merced que le hazía; y, al despedirse de mi, con voz baxa, hurtando la occasion a los muchos ojos que alli hauia, me dixo: «Mejor te he pagado de lo que piensas, hermosa pastora, la guirnalda que me has dado: prenda lleuas contigo que, si la sabes estimar, conoceras que me quedas deudora.» Bien quisiera yo responderle; pero la priessa que mis compañeras me dauan era tanta, que no tuue lugar de replicarle.

»Desta manera me bolui al aldea, con tan diferente coraçon del con que auia salido, que yo mesma de mi mesma me marauillaua. La compañia me era enojosa, y qualquiera pensamiento que me viniesse, que a pensar en mi pastor no se encaminasse, con gran presteza procuraua luego de desecharle de mi memoria, como indigno   —60→   de occupar el lugar que de amorosos cuydados estaua lleno. Yo no se cómo en tan pequeño espacio de tiempo me transformé en otro ser del que   -fol. 44v-   tenia; porque yo ya no viuia en mi, sino en Artidoro -que ansi se llama la mitad de mi alma que ando buscando-: do quiera que boluia los ojos, me parecia ver su figura; qualquiera cosa que escuchaua, luego sonaua en mis oydos su suaue musica y armonia; a ninguna parte mouia los pies, que no diera por hallarle en ella mi vida, si el la quisiera; en los manjares no hallaua el acostumbrado gusto, ni las manos acertauan a tocar cosa que se le diesse. En fin, todos mis sentidos estauan trocados del ser que primero tenian, ni el alma obraua por ellos como era acostumbrada. En considerar la nueua Theolinda que en mi hauia nacido, y en contemplar las gracias del pastor, que impressas en el alma me quedaron, se me passó todo aquel dia y la noche antes de la solemne fiesta, la qual venida, fue con grandissimo regozijo y aplauso de todos los moradores de nuestra aldea y de los circunuecinos lugares solemnizada. Y, despues de acabadas en el templo las sacras oblaciones, y cumplidas las deuidas ceremonias,   -fol. 45r-   en vna ancha plaça que delante del templo se hazía, a la sombra de quatro antiguos y frondosos alamos que en ella estauan, se juntó casi la mas gente del pueblo, y haziendose todos vn corro, dieron lugar a que los zagales vezinos55 y forasteros se exercitassen, por honra de la fiesta, en algunos pastoriles exercicios. Luego en el instante se   —61→   mostraron en la plaça vn buen numero de dispuestos y gallardos pastores, los quales, dando alegres muestras de su juuentud y destreza, dieron principios a mil graciosos juegos, ora tirando la pesada barra, ora mostrando la ligereza de sus sueltos miembros en los desusados saltos, ora descubriendo su crescida fuerça e industriosa maña en las intricadas luchas, ora ensenando la velocidad de sus pies en las largas carreras, procurando cada vno de ser tal en todo, que el primero premio alcançasse de muchos que los mayorales del pueblo tenian puestos para los mejores que en tales exercicios se auentajassen. Pero en estos que he contado, ni   -fol. 45v-   en otros muchos que callo por no ser prolixa, ningunos de quantos alli estauan, vezinos56 y comarcanos, llegó al punto que mi Artidoro, el qual con su presencia quiso honrar y alegrar nuestra fiesta, y lleuarse el primero honor y premio de todos los juegos que se hizieron. Tal era, pastoras, su destreza y gallardia, las alabanças que todas le dauan eran tantas, que yo mesma me ensoberuecia, y vn desusado contento en el pecho me retoçaua, sólo en considerar quan bien auia sabido occupar mis pensamientos; pero, con todo esto, me daua grandissima pesadumbre que Artidoro, como forastero, se auia de partir presto de nuestra aldea, y que si el se yua sin saber, a lo menos, lo que de mi lleuaua -que era el alma-57, ¿que que vida seria la mia en su ausencia, o cómo podria yo aliuiar mi pena siquiera con quexarme, pues no tenia de quien,   —62→   sino de mi mesma? Estando yo, pues, en estas imaginaciones, se acabó la fiesta y regozijo, y queriendo Artidoro despedirse de los pastores sus amigos, todos ellos juntos le rogaron que, por los   -fol. 46r-   dias que auia de durar el octauario de la fiesta, fuesse contento de passarlos con ellos, si otra cosa de mas gusto no se lo impidia. “Ninguna me la puede dar a mi mayor, graciosos pastores -respondio Artidoro-, que seruiros en esto y en todo lo que mas fuere vuestra voluntad; que, puesto que la mia era por agora querer buscar a vn hermano mio que pocos dias ha falta de nuestra aldea, cumplire vuestro desseo, por ser yo el que gano en ello.” Todos se lo agradecieron mucho, y quedaron contentos de su quedada; pero mas lo quedé yo, considerando que en aquellos ocho dias no podia dexar de offrecerseme occasion donde le descubriesse lo que ya encubrir no podia.

»Toda aquella noche casi se nos passó en bayles y juegos, y en contar vnas a otras las prueuas que auiamos visto hazer a los pastores aquel dia, diziendo: “Fulano bayló mejor que Fulano, puesto que el tal sabia mas mudanças que el tal; Mingo derribó a Bras, pero Bras corrio mas que Mingo.” Y al fin, fin, todas concluyan que Artidoro,   -fol. 46v-   el pastor forastero, hauia lleuado la ventaja a todos, loandole cada vna en particular sus particulares gracias: las quales alabanças, como ya he dicho, todas en mi contento redundauan. Venida la mañana del dia despues de la fiesta, antes que la fresca aurora   —63→   perdiesse el rocio aljofarado de sus hermosos cabellos, y que el sol acabasse de descubrir sus rayos por las cumbres de los vezinos montes, nos juntamos hasta vna dozena de pastoras, de las mas miradas del pueblo, y, asidas vnas de otras de las manos, al son de vna gayta y de vna çampoña, haziendo y deshaziendo intricadas bueltas y bayles, nos salimos de la aldea a vn verde prado que no lexos della estaua, dando gran contento a todos los que nuestra enmarañada dança mirauan; y la ventura, que hasta entonces mis cosas de bien en mejor yua guiando, ordenó que en aquel mesmo prado hallassemos todos los pastores del lugar, y con ellos a Artidoro, los quales, como nos vieron, acordando luego el son de vn tamborino   -fol. 47r-   suyo con el de nuestras çampoñas, con el mesmo compas y bayle nos salieron a recebir, mezclandonos vnos con otros confusa y concertadamente, y, mudando los instrumentos el son, mudamos el bayle, de manera que fue menester que las pastoras nos desassiessemos y diessemos las manos a los pastores; y quiso mi buena dicha que acerte yo a dar la mia a Artidoro. No se cómo os encarezca, amigas, lo que en tal punto senti, si no es deziros que me turbé de manera que no acertaua a dar passo concertado en el bayle; tanto, que le conuenia a Artidoro lleuarme con fuerça tras si, porque no rompiesse, soltandome, el hilo de la concertada dança; y tomando dello occasion, le dixe: “¿En que te ha offendido mi mano, Artidoro, que ansi la aprietas?” El   —64→   me respondio, con voz que de ninguno pudo ser oyda: “Mas, ¿que te ha hecho a ti mi alma, que assi la maltratas?” “Mi offensa es clara -respondi yo mansamente-; mas la tuya, ni la veo ni podra verse.” “Y aun ay está el daño -replicó Artidoro-: que tengas   -fol. 47v-   vista para hazer el mal, y te falte para sanarle.” En esto cessaron nuestras razones, porque los bayles cessaron, quedando yo contenta y pensatiua de lo que Artidoro me hauia dicho; y, aunque consideraua que eran razones enamoradas, no me assegurauan si eran de enamorado. Luego nos sentamos todos los pastores y pastoras sobre la verde yerua, y auiendo reposado vn poco del cansancio de los bayles passados, el viejo Eleuco, acordando su instrumento, que vn rabel era, con la çampoña de otro pastor, rogo a Artidoro que alguna cosa cantasse, pues el mas que otro alguno lo deuia hazer, por auerle dado el cielo tal gracia, que seria ingrato si encubrirla quisiesse. Artidoro, agradeciendo a Eleuco las alabanças que le daua, començo luego a cantar vnos versos que, por auer(me) puesto en mi sospecha [a]que[l]las palabras que antes me auia dicho58, los tomé tan en la memoria, que aun hasta agora no se me han oluidado: los quales, aunque os de pesadumbre oyrlos, sólo porque hazen al caso para que entendays   -fol. 48r-   punto por punto por los que me ha traydo el amor al desdichado en que me hallo, os los aure de dezir, que son estos:

  —65→  

    En aspera, cerrada, escura noche,
sin ver jamas el esperado dia,
y en continuo crecido amargo llanto,
ageno de plazer, contento y risa,
meresce estar, y en vna viua muerte,  5
aquel que sin amor passa la vida.

    ¿Que puede ser la mas alegre vida,
sino vna sombra de vna breue noche,
o natural retrato de la muerte,
si en todas quantas horas tiene el dia,  10
puesto silencio al congoxoso llanto,
no admite del amor la dulce risa?

    Do viue el blando amor, viue la risa,
y adonde muere, muere nuestra vida,
y el sabroso plazer se buelue en llanto,  15
y en tenebrosa sempiterna noche
la clara luz del sossegado dia,
-fol. 48v-
y es el viuir sin el amarga muerte.

    Los rigurosos trances de la muerte
no huye el amador; antes con risa  20
dessea la occasion y espera el dia
donde pueda offrescer la cara vida
hasta ver la tranquila vltima noche,
al amoroso fuego, al dulce llanto.

    No se llama de amor el llanto, llanto,  25
ni su muerte llamarse deue muerte,
ni a su noche dar título de noche;
[que] su risa llamarse deue risa,
y su vida tener por cierta vida,
y sólo festejar su alegre día.  30

    ¡O venturoso para mi este dia,
do pudo poner freno al triste llanto,
y alegrarme de auer dado mi vida
a quien darmela puede, o darme muerte!
—66→
¿Mas, que puede esperarse, si no es risa,  35
de vn rostro que al sol vence y buelue en noche?
-fol. 49r-
Buelto a59 mi escura noche en claro dia
amor, y en risa mi crescido llanto,
y mi cercana muerte en larga vida.

Estos fueron los versos, hermosas pastoras, que con marauillosa gracia y no menos satisfaction de los que le escuchauan aquel dia cantó mi Artidoro, de los quales, y de las razones que antes me hauia dicho, tomé yo ocasion de imaginar si por ventura mi vista algun nueuo accidente amoroso en el pecho de Artidoro auia causado; y no me salio tan vana mi sospecha, que el mesmo no me la certificasse al boluernos al aldea.

A este punto del cuento de sus amores llegaua Theolinda, quando las pastoras sintieron grandissimo estruendo de vozes de pastores y ladridos de perros, que fue causa para que dexassen la començada plática y se parassen a mirar por entre las ramas lo que era; y assi vieron que, por vn verde llano que a su mano derecha estaua, atrauessauan vna multitud de perros, los quales venian siguiendo vna temerosa liebre,   -fol. 49v-   que a toda furia a las espessas matas venia a guarecerse; y no tardó mucho que, por el mesmo lugar donde las pastoras estauan, la vieron entrar y yrse derecha al lado de Galatea, y alli, vencida del cansancio de la larga carrera, y casi como segura del cercano peligro, se dexó caer en el suelo con tan cansado aliento, que parecia que faltaua poco para dar el espiritu. Los   —67→   perros, por el olor y rastro, la siguieron hasta entrar adonde estauan las pastoras; mas Galatea, tomando la temerosa liebre en los braços, estoruó su vengatiuo intento a los cobdiciosos perros, por parecerle no ser bien si dexaua de defender a quien della hauia querido valerse. De alli a poco llegaron algunos pastores, que en seguimiento de los perros y de la liebre venian, entre los quales venia el padre de Galatea, por cuyo respecto, ella, Florisa y Theolinda le salieron a rescebir con la deuida cortesia. El y los pastores quedaron admirados de la hermosura de Theolinda, y con desseo de saber quien fuesse, porque bien conocieron   -fol. 50r-   que era forastera. No poco les pesó desta llegada a Galatea y Florisa, por el gusto que les auia quitado de saber el successo de los amores de Theolinda, a la qual rogaron fuesse seruida de no partirse por algunos dias de su compañia, si en ello no se estoruaua acaso el cumplimiento de sus desseos.

-Antes, por ver si pueden cumplirse -respondio Theolinda-, me conuiene estar algun dia en esta ribera; y assi por esto, como por no dexar imperfecto mi començado cuento, aure de hazer lo que me mandays.

Galatea y Florisa la abraçaron y le offrecieron de nueuo su amistad, y de seruirla en quanto sus fuerças alcançassen. En este entretanto, hauiendo el padre de Galatea y los otros pastores en el margen del claro arroyo tendido sus gauanes y sacado de sus çurrones algunos rusticos   —68→   manjares, combidaron a Galatea y a sus compañeras a que con ellos comiessen. Acetaron ellas el combite, y sentandose luego, desecharon la hambre, que, por ser ya subido el dia, començaua a fatigarles. En estos   -fol. 50v-   y en algunos cuentos que, por entretener el tiempo, los pastores contaron, se llegó la hora acostumbrada de recogerse al aldea. Y luego Galatea y Florisa, dando buelta a sus rebaños, los recogieron, y en compañia de Theolinda y de los otros pastores hazia el lugar poco a poco se encaminaron, y al quebrar de la cuesta, donde aquella mañana auian topado a Elicio, oyeron todos la çampoña del desamorado Lenio, el qual era vn pastor en cuyo pecho jamas el amor pudo hazer morada, y desto60 viuia el tan alegre y satisfecho, que, en qualquiera conuersacion y junta de pastores que se hallaua, no era otro su intento sino dezir mal de amor y de los enamorados, y todos sus cantares a este fin se encaminauan; y por esta tan estraña condicion que tenia, era de los pastores de todas aquellas comarcas conocido, y de vnos aborrecido, y de otros estimado. Galatea y los que alli venian se pararon a escuchar, por ver si Lenio, como de costumbre tenia, alguna cosa cantaua; y luego vieron que, dando su çampoña   -fol. 51r-   a otro compañero suyo, al son della començo a cantar lo que se sigue:

  —69→  


LENIO


    En61 vano, descuydado pensamiento,
vna loca altanera fantasia,
vn no se que, que la memoria cria,
sin ser, sin calidad, sin fundamento;

    vna esperança que se lleua el viento,  5
vn dolor con renombre de alegria,
vna noche confusa62 do no ay dia,
vn ciego error de nuestro entendimiento,

    son las rayzes proprias de do nasce
esta quimera antigua celebrada  10
que amor tiene por nombre en todo el suelo.

    Y el alma qu’en amor tal se complaze,
meresce ser del suelo desterrada,
y que no la recojan en el cielo.

A la sazon que Lenio cantaua lo que aueys oydo, auian ya llegado con sus rebaños Elicio y Erastro, en compañia del lastimado Lisandro, y pareciendole a Elicio que la lengua   -fol. 51v-   de Lenio en dezir mal de amor a mas de lo que era razon se estendia, quiso mostrarle a la clara su engano, y, aprouechandose del mesmo concepto de los versos que el auia cantado, al tiempo que ya llegauan Galatea, Florisa y Theolinda y los demas pastores, al son de la çampoña de Erastro, començo a cantar desta manera:

  —70→  


ELICIO


   Meresce quien en el suelo
en su pecho a amor no encierra,
que lo desechen del cielo
y no le suffra la tierra.

    Amor, que es virtud entera,  5
con otras muchas que alcança,
de vna en otra semejança
sube a la causa primera;
y meresce el que su celo
de tal amor le destierra,  10
que le desechen del cielo
y no le acoja la tierra.
-fol. 52r-

   Vn bello rostro y figura,
aunque caduca y mortal,
es vn traslado y señal  15
de la diuina hermosura;
y el que lo hermoso en el suelo
desama y echa por tierra,
desechado sea del cielo
y no le suffra la tierra.  20

    Amor tomado en si solo,
sin mezcla de otro accidente,
es al suelo conuiniente,
como los rayos de Apolo;
y el que tuuiere recelo  25
de amor que tal bien encierra,
meresce no ver el cielo
y que le trague la tierra.

    Bien se conoce que amor
está de mil bienes lleno,  30
pues haze del malo bueno,
y del qu’es bueno, mejor;
—71→
y assí el que díscrepa vn pelo
-fol. 52v-
en limpia amorosa guerra,
ni meresce ver el cielo,  35
ni sustentarse en la tierra.

    El amor es infinito,
si se funda en ser honesto,
y aquel que se acaba presto,
no es amor, sino apetito;  40
y al que, sin alçar el buelo,
con su voluntad se cierra,
matele rayo del cielo,
y no le cubra la tierra.

No recibieron poco gusto los enamorados pastores de ver quan bien Elicio su parte defendia; pero no por esto el desamorado Lenio dexó de estar firme en su opinion: antes queria de nueuo boluer a cantar, y a mostrar en lo que cantasse de quan poco momento eran las razones de Elicio para escurecer la verdad tan clara que el a su parecer sustentaua; mas el padre de Galatea, que Aurelio el venerable se llamaua, le dixo:

-No te   -fol. 53r-   fatigues por agora, discreto Lenio, en querernos mostrar en tu canto lo que en tu coraçon sientes, que el camino de aqui al aldea es breue, y me parece que es menester mas tiempo del que piensas para defenderte de los muchos que tienen tu contrario parescer. Guarda tus razones para lugar mas oportuno, que algun dia te juntarás tu y Elicio con otros pastores en la fuente de las Piçarras, o arroyo de las Palmas, donde con mas comodidad y sossiego   —72→   podays arguyr y aclarar vuestras differentes opiniones.

-La que Elicio tiene es opinion -respondio Lenio-; que la mia no es sino sciencia aueriguada, la qual en breue o en largo tiempo, por traer ella consigo la verdad, me obligo a sustentarla; pero no faltará tiempo, como dizes, mas aparejado para este effecto.

-Esse procuraré yo -respondio Elicio-, porque me pesa que tan subido ingenio como el tuyo, amigo Lenio, le falte quien le pueda requintar y subir de punto, como es el limpio y verdadero amor, de quien te muestras tan enemigo.

  -fol. 53v-  

-Engañado estás, ¡o Elicio! -replicó Lenio-, si piensas con affeytadas y sofisticas palabras hazerme mudar de lo que no me tendria por hombre si me mudasse.

-Tan malo es -dixo Elicio- ser pertinaz en el mal, como bueno perseuerar en el bien; y siempre he oydo dezir a mis mayores que de sabios es mudar consejo.

-No niego yo esso -respondio Lenio-, quando yo entendiesse que mi parecer no es justo; pero, en tanto que la esperiencia y la razon no me mostraren el contrario de lo que hasta aqui me han mostrado, yo creo que mi opinion es tan verdadera, quanto la tuya falsa.

-Si se castigassen los hereges de amor -dixo a esta sazon Erastro-, desde agora començara yo, amigo Lenio, a cortar leña con que te abrasaran, por el mayor herege y enemigo que el amor tiene.

  —73→  

-Y aun si yo no viera otra cosa del amor, sino que tu, Erastro, le sigues, y eres del vando de los enamorados -respondio Lenio-, sola ella me bastara a renegar del con cien mil lenguas, si cien mil lenguas tuuiera.

-Pues ¿parecete, Lenio   -fol. 54r-   -replicó Erastro-, que no soy bueno para enamorado?

-Antes me parece -respondio Lenio- que, los que fueren de tu condicion y entendimiento, son proprios para ser ministros suyos; porque quien es coxo, con el mas minimo traspie da de ojos, y el que tiene poco discurso, poco ha menester para que le pierda del todo. Y los que siguen la vandera deste vuestro valeroso capitan, yo tengo para mi que no son los mas sabios del mundo; y si lo han sido, en el punto que se enamoraron dexaron de serlo.

Grande fue el enojo que Erastro recibio de lo que Lenio le dixo, y assi le respondio:

-Pareceme, Lenio, que tus desuariadas razones merescen otro castigo que palabras; mas yo espero que algun dia pagarás lo que agora has dicho, sin que te valga lo que en tu defensa dixeres.

-Si yo entendiesse de ti, Erastro -respondio Lenio-, que fuesses tan valiente como enamorado, no dexarian de darme temor tus amenazas; mas como se que te quedas tan atras en lo vno como vas adelante en lo otro, antes me causan   -fol. 54v-   risa que espanto.

Aqui acabó de perder la paciencia Erastro, y, si no fuera por Lisandro y por Elicio, que en   —74→   medio se pusieron, el respondiera a Lenio con las manos; porque ya su lengua, turbada con la colera, apenas podia vsar su officio. Grande fue el gusto que todos recibieron de la graciosa pendencia de los pastores, y mas de la colera y enojo que Erastro mostraua, que fue menester que el padre de Galatea hiziesse las amistades de Lenio y suyas, aunque Erastro, si no fuera por no perder el respecto al padre de su señora, en ninguna manera las hiziera. Luego que la question fue acabada, todos con regozijo se encaminaron al aldea; y, en tanto que llegauan, la hermosa Florisa, al son de la çampoña de Galatea, cantó este soneto:




FLORISA


    Crezcan las simples ouejuelas mias
en el cerrado bosque y verde prado,
y el caluroso estio e inuierno elado
abunde en yeruas verdes y aguas frias.
-fol. 55r-

    Passe en sueños las noches y los dias,  5
en lo que toca al pastoral estado,
sin que de amor vn minimo cuydado
sienta, ni sus ancianas niñerias.

    Este mil bienes del amor pregona;
aquel publica del vanos cuydados;  10
yo no se si los dos andan perdidos,

    ni sabre al vencedor dar la corona:
se bien que son de amor los escogidos
tan pocos, quanto muchos los llamados.

  —75→  

Breue se les hizo a los pastores el camino, engañados y entretenidos con la graciosa voz de Florisa, la qual no dexó el canto hasta que estuuieron bien cerca del aldea y de las cabañas de Elicio y Erastro, que con Lisandro se quedaron en ellas, despidiendose primero del venerable Aurelio, de Galatea y Florisa, que con Theolinda al aldea se fueron, y, los demas pastores, cada qual adonde tenia su cabaña. Aquella mesma noche pidio el lastimado Lisandro licencia a Elicio para boluerse a su tierra, o adonde pudiesse, conforme   -fol. 55v-   a sus desseos, acabar lo poco que, a su parecer, le quedaua de vida. Elicio, con todas las razones que supo dezirle, y con infinitos offrecimientos de verdadera amistad que le offrecio, jamas pudo acabar con el que en su compañia, siquiera algunos dias, se quedasse; y assi, el sin ventura pastor, abraçando a Elicio, con abundantes lagrimas y sospiros se despidio del, prometiendo de auisarle de su estado donde quiera que estuuiesse. Y auiendole acompañado Elicio hasta media legua de su cabaña, le tornó a abraçar estrechamente, y tornandose a hazer de nueuo nueuos offrecimientos, se apartaron, quedando Elicio con harto pesar del que Lisandro lleuaua. Y assi, se boluio a su cabaña a passar lo mas de la noche en sus amorosas imaginaciones, y a esperar el venidero dia para gozar el bien que de ver a Galatea se le causaua. La qual, despues que llegó a su aldea, desseando saber el successo de los amores de   -fol. 56r-   Theolinda, procuró   —76→   hazer de manera que aquella noche estuuiessen solas ella y Florisa y Theolinda; y, hallando la comodidad que desseaua, la enamorada pastora prosiguio su cuento, como se verá en el segundo libro.


 
 
FIN DEL PRIMERO LIBRO DE GALATEA
 
 


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