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La Lozana Andaluza


Francisco Delicado


[Nota preliminar: edición digital a partir de Retrato de la Lozana Andaluza, Venecia, 1528, edición facsímil de Antonio Pérez Gómez, Valencia, Tipografía Moderna, 1950.

Hemos seguido los criterios ortográficos y de puntuación utilizados por Ángel Chiclana en su edición crítica publicada en Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 1988, que recomendamos para una correcta valoración de la obra. Dichos criterios pueden consultarse en la introducción de la citada edición (págs. 54-59). También debe consultarse el glosario (págs. 283-332). Con respecto a la citada edición crítica, hemos introducido un total de 43 variantes, casi todas ellas erratas subsanadas por nuestros correctores.

Para una versión modernizada del texto de Francisco Delicado recomendamos las ediciones de Bruno Damiani, Madrid, Castalia, 1969 y Madrid, Porrúa Turanzas, 1975. Asimismo, deben ser tenidas en cuenta la edición de Claude Allaigre, Madrid, Cátedra, 1985 y la de Joaquín del Val, Madrid, Taurus, 1967.]

  -[fol. 1r]-     -[fol. 1v]-     -[fol. 2r]-  

Illustre Señor:

Sabiendo yo que vuestra señoría toma plazer cuando oye hablar en cossas de amor, que deleitan a todo hombre, y máxime cuando siente dezir de personas que mejor se supieron dar la manera para administrar las cosas a él pertenecientes, y porque en vuestros tiempos podéis gozar de persona que para sí y para sus contemporáneas, que en su tiempo florido fueron de esta alma cibdad, con ingenio mirable y arte muy sagaz, diligencia grande, vergüenza y conciencia, «por el cerro de Úbeda» ha administrado ella y un su pretérito criado, como abaxo diremos, el arte de aquella muger que fue en Salamanca en tiempo de Celestino segundo; por tanto he derigido este retrato a vuestra señoría para que su muy virtuoso semblante me dé favor para publicar el retrato de la señora Loçana. Y mire vuestra señoría que solamente diré lo que oí y vi, con menos culpa que Juvenal, pues escribió lo que en su tiempo pasaba; y si, por tiempo, alguno se maravillare que me puse a escribir semejante materia, respondo por entonçes que epistola enim non erubescit, y assimismo que es passado el tiempo que estimaban los que trabajaban en cosas meritorias. Y como dize el coronista Fernando del Pulgar, «assí daré olvido al dolor», y también por traer a la memoria muchas cosas que en nuestros tiempos passan, que no son laude a los presentes ni espejo a los a venir. Y assí vi que mi intençión fue mezclar natura con bemol, pues los santos hombres por más saber, y otras vezes por desenojarse, leían libros fabulosos y cogían entre las flores las mejores. Y pues todo retrato tiene neçesidad de barniz, suplico a vuestra señoría se lo mande dar, favoreciendo mi voluntad, encomendando a los discretos lectores el plazer y gasajo que de leer a la señora Loçana les podrá suçeder.




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Argumento en el cual se contienen todas las particularidades que ha de haber en la presente obra

Dezirse ha primero la cibdad, patria y linaje, ventura, desgraçia y fortuna, su modo, manera y conversación, su trato, plática y fin, porque solamente gozará d'este retrato quien todo lo leyere.

  -[fol. 2v]-  

Protesta el autor que ninguno quite ni añada palabra ni razón ni lenguaje, porque aquí no compuse modo de hermoso dezir, ni saqué de otros libros, ni hurté elocuençia, porque: para dezir la verdad, poca elocuencia basta, como dize Séneca; ni quise nombre, sino que quise retraer muchas cosas retraiendo una, y retraxe lo que vi que se debría retraer, y por esta comparaçión que se sigue verán que tengo razón.

Todos los artífices que en este mundo trabajan dessean que sus obras sean más perfectas que ningunas otras que jamás fuessen. Y véese mejor esto en los pintores que no en otros artífices, porque cuando hazen un retrato procuran sacallo del natural, e a esto se esfuerçan, y no solamente se contentan de mirarlo e cotejarlo, mas quieren que sea mirado por los transeúntes e çircunstantes, y cada uno dize su parescer, mas ninguno toma el pinzel y emienda, salvo el pintor que oye y vee la razón de cada uno, y assí emienda, cotejando también lo que vee más que lo que oye; lo que muchos artífices no pueden hazer, porque después de haber cortado la materia y dádole forma, no pueden sin pérdida emendar. Y porque este retrato es tan natural, que no hay persona que haya conoscido la señora Loçana en Roma o fuera de Roma que no vea claro ser sacado de sus actos y meneos y palabras; y assimismo porque yo he trabajado de no escrebir cosa que primero no sacasse en mi dechado la labor, mirando en ella o a ella. Y viendo, vi muncho mejor que yo ni otro podrá escrebir, y diré lo que dixo Eschines, filósofo, leyendo una oración o processo que Demóstenes había hecho contra él; no pudiendo expremir la mucha más elocuencia que había en el dicho Demóstenes, dixo: «¿Qué haría si oyérades a él?», Quid si ipsam audissetis bestiam? Y por esso verná en fábula mucho más sabia la Loçana que no mostraba, y viendo yo en ella muchas vezes manera y saber que bastaba para caçar sin red, y enfrenar a quien mucho pensaba saber, sacaba lo que podía, para reduzir a memoria, que en otra parte más alta que una picota fuera mejor retraída que en la presente obra; y porque no le pude dar mejor matiz, no quiero que ninguno añada ni quite; que si miran en ello, lo que al principio falta se hallará al fin, de modo que, por lo poco, entiendan lo mucho más ser como dedución de canto llano; y quien al contrario hiziere, sea siempre enamorado y no querido. Amén.





  -[fol. 3r]-  
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La historia o retrato sacado del iure çevil natural de la señora Loçana; compuesto en el año mill y quinientos y veinte e cuatro, a treinta días del mes de junio, en Roma, alma cibdad; y como había de ser partido en capítulos, va por mamotretos, porque en semejante obra mejor conviene


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Parte I


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Mamotreto I

La señora Lozana fue natural compatriota de Séneca


La señora Loçana fue natural compatriota de Séneca, y no menos en su intelligencia y resaber, la cual desde su niñez tuvo ingenio y memoria y vivez grande, y fue muy querida de sus padres por ser aguda en servillos y contentallos. E muerto su padre, fue neçessario que acompañasse a su madre fuera de su natural, y esta fue la causa que supo y vido munchas cibdades, villas y lugares d'España, que agora se le recuerdan de cassi el todo, y tiñíe tanto intellecto, que cassi escusaba a su madre procurador para sus. negocios. Siempre que su madre la mandaba ir o venir, era presta, y como pleiteaba su madre, ella fue en Granada mirada y tenida por soliçitadora perfecta e prenosticada futura. Acabado el pleito, e no queriendo tornar a su propria cibdad, acordaron de morar en Xerez y pasar por Carmona. Aquí la madre quiso mostrarle   -[fol. 3v]-   texer, el cual officio no se le dio ansí como el ordir y tramar, que le quedaron tanto en la cabeça, que no se le han podido olvidar. Aquí conversó con personas que la amaban por su hermosura y gracia; assimismo, saltando una pared sin licençia de su madre, se le derramó la primera sangre que del natural tenía. Y muerta su madre, y ella quedando huérfana, vino a Sevilla, donde halló una su parienta, la cual le dezía: «Hija, sed buena, que ventura no's faltará»; y assimismo le demandaba de su niñez, en qué era estada criada, y qué sabía hazer, y de qué la podía loar a los que a ella conoscían. Entonçes respondíale desta manera: «Señora tía, yo quiero que vuestra merçed vea lo que sé hazer, que cuando era vivo mi señor padre, yo le guisaba guisadicos que le plazían, y no solamente a él, mas a todo el parentado, que, como estábamos en prosperidad, teníamos las cosas necessarias, no como agora, que la pobreza haze comer sin guisar, y entonçes las espeçias, y agora el apetito; entonçes estaba ocupada en agradar a los míos, y agora a los estraños.»




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Mamotreto II

Responde la tía y prosigue


  -Sobrina, más ha de los años treinta que yo no vi a vuestro padre, porque se fue niño, y después me dixeron que se casó por amores con vuestra madre, y en vos veo yo que vuestra madre era hermossa.

LOÇANA.-  ¿Yo, señora? Pues más paresco a mi agüela que a mi señora madre, y por amor de mi agüela me llamaron a mi Aldonça, y si esta mi agüela vivía, sabía yo más que no sé, que ella me mostró guissar, que en su poder deprendí hazer fideos empanadillas, alcuzcuçu con garbanzos, arroz entero, seco, grasso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde, que se conoscían las que yo hazía entre ciento. Mirá, señora tía, que su padre de mi padre dezía: «¡Éstas son de mano de mi hija Aldonça!» Pues, ¿adobado no hazía? Sobre que cuantos traperos había en la cal de la Heria querían proballo, y máxime cuando era un buen pecho de carnero. Y ¡qué miel! Pensá, señora, que la teníamos de Adamuz, y çafrán de Peñafiel, y lo mejor del Andaluzía venía en casa desta mi agüela. Sabía hazer hojuelas, prestiños, rosquillas de alfaxor, textones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, xopaipas, hojaldres, hormigos torçidos con azeite, talvinas, çahinas y nabos sin toçino y con comino; col murciana con alcaravea, y «olla reposada no la comía tal ninguna barba». Pues boronía ¿no sabía hazer?: ¡por maravilla! Y caçuela de berengenas moxíes en perfiçión; caçuela con su agico y cominico, y saborcico de vinagre, esta hazía yo sin que me la vezasen. Rellenos, cuajarejos de cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limón çeutí. Y caçuelas de pescado çecial con oruga, y caçuelas moriscas por maravilla, y de otros pescados que serían luengo de contar. Letuarios de arrope para en casa, y con miel para presentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berengenas, de nuezes y de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y de hierbabuena, para quien pierde el apetito. Pues ¿ollas en tiempo de ayuno? Éstas y las otras ponía yo tanta hemencia en ellas, que sobrepujaba a Platina, De voluptatibus, y a Apicio Romano, De re coquinaria, y dezía esta madre de mi madre: «Hija Aldonça, la olla sin çebolla es boda sin tamborín.» Y si ella me viviera, por mi saber y limpieza (dexemos   -[fol. 4r]-   estar hermosura), me casaba, y no salía yo acá por tierras agenas con mi madre, pues me quedé sin dote, que mi madre me dexó solamente una añora con su huerto, y saber tramar, y esta lançadera para texer cuando tenga premideras.

TÍA.-  Sobrina, esto que vos tenéis y lo que sabéis será dote para vos, y vuestra hermosura hallará axuar cosido y sorzido, que no os tiene Dios olvidada, que aquel mercader que vino aquí ayer me dixo que, cuando torne, que va a Cáliz, me dará remedio para que vos seáis casada y honrrada, mas querría él que supiésedes labrar.

LOÇANA.-  Señora tía, yo aquí traigo el alfilelero, mas ni tengo aguja ni alfiler, que dedal no faltaría para apretar, y por esso, señora tía, si vos queréis, yo le hablaré antes que se parta, porque no pierda mi ventura, siendo huérfana.



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Mamotreto III

Prosigue la Loçana y pregunta a la tía


  -¿Señora tía, es aquel que está paseándose con aquel que suena los órganos? ¡Por su vida, que lo llame! ¡Ay, cómo es dispuesto! ¡Y qué ojos tan lindos! ¡Qué çeja partida! ¡Qué pierna tan seca y enxuta! ¿Chinelas trae? ¡Qué pie para galochas y çapatilla zeyena! Querría que se quitase los guantes por verle qué mano tiene. Acá mira. ¿Quiere vuestra merçed que me asome?

TÍA.-  No, hija, que yo quiero ir abaxo, y él me verná a hablar, y cuando él estará abaxo, vos vernéis. Si os hablare, abaxá la cabeça y pasaos y, si yo os dixere que le habléis, vos llegá cortés y haçé una reverençia y, si os tomare la mano retraeos hazia atrás, porque, como dicen: «Amuestra a tu marido el copo, mas no del todo.» Y d'esta manera él dará de sí, y veremos qué quiere hazer.

LOÇANA.-  ¿Veislo? Viene acá.

MERCADER.-  Señora, ¿qué se haze?

TÍA.-  -Señor, serviros, y mirar en vuestra merçed la lindeza de Diomedes el Ravegnano.

MERCADER.-  Señora, pues ansí me llamo yo. Madre mía, yo querría ver aquella vuestra sobrina. Y por mi vida que será su ventura, y vos no perderéis nada.

TÍA.-  -Señor, está revuelta y mal aliñada, mas porque vea vuestra merçed cómo es dotada de hermosura, quiero que pase aquí abajo su telar y verála cómo texe.

DIOMEDES.-  Señora mía, pues sea luego.

TÍA.-  -¡Aldonça! ¡Sobrina! ¡Desçíos acá, y veréis mejor!

LOÇANA.-  Señora tía, aquí veo muy bien, aunque tengo la vista cordobesa, salvo que no tengo premideras.

TÍA.-  -Desçí, sobrina, que este gentilhombre quiere que le texáis un texillo, que proveheremos de premideras. Vení aquí, hazé una reverencia a este señor.

DIOMEDES.-  ¡Oh, qué gentil dama! Mi señora madre, no la dexe ir, y suplícole que le mande que me hable.

TÍA.-  -Sobrina, respondé a esse señor, que luego torno.

DIOMEDES.-  Señora, su nombre me diga.

LOÇANA.-  Señor, sea vuestra merçed de quien mal lo quiere. Yo me llamo Aldonça, a servicio y mandado de nuestra merçed.

DIOMEDES.-  ¡Ay, ay! ¡Qué herida! Que de vuestra parte cualque vuestro servidor me ha dado en el coraçón con una saeta dorada de amor.

LOÇANA.-  No se maraville vuestra merçed, que cuando me llamó que viniese abaxo, me parece que vi un muchacho, atado un paño por la frente, y me tiró no sé con qué. En la teta izquierda me tocó.

DIOMEDES.-  Señora, es tal ballestero, que de un mismo golpe nos hirió a los dos. Ecco adonque due anime in uno core. ¡Oh, Diana! ¡Oh, Cupido! ¡Socorred el vuestro siervo! Señora, si no remediamos con socorro de médicos   -[fol. 4v]-   sabios, dubdo la sanidad, y pues yo voy a Cáliz, suplico a vuestra merçed se venga conmigo.

LOÇANA.-  Yo, señor, verné a la fin del mundo, mas dexe subir a mi tía arriba y, pues quiso mi ventura, seré siempre vuestra más que mía.

TÍA.-  -¡Aldonça! ¡Sobrina! ¿Qué hazéis? ¿Dónde estáis? ¡Oh, pecadora de mí! El hombre deja el padre y la madre por la muger, y la muger olvida por el hombre su nido. ¡Ay, sobrina! Y si mirara bien en vos, viera que me habíedes de burlar, mas no tenéis vos la culpa, sino yo, que teniendo la yesca, busqué el eslabón. ¡Mirá qué pago, que si miro en ello, ella misma me hizo alcagüeta! ¡Va, va, que en tal pararás!



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Mamotreto IV

Prossigue el autor


  Juntos a Cáliz, y sabido por Diomedes a qué sabía su señora, si era concho o veramente asado, començó a imponella según que para luengos tiempos durasen juntos; y viendo sus lindas carnes y lindeza de persona, y notando en ella el agudeza que la patria y parentado le habían prestado, de cada día le creçía el amor en su coraçón, y ansí determinó que no dexalla. Y passando él en Levante con mercadançía, que su padre era uno de los primos mercaderes de Italia, llevó consigo a su muy amada Aldonça, y de todo cuanto tenía la hazía partícipe; y ella muy contenta, viendo en su caro amador Diomedes todos los géneros y partes de gentilhombre, y de hermosura en todos sus miembros, que le paresçía a ella que la natura no se había reservado nada que en su caro amante no hubiese puesto. E por esta causa, miraba de ser ella presta a toda su voluntad, y como él era único entre los otros mercadantes, siempre en su casa había concurso de personas gentiles y bien criadas, y como veían que a la señora Aldonça no le faltaba nada, que sin maestro tenía ingenio y saber, y notaba las cossas mínimas por saber y entender las grandes y arduas, holgaban de ver su elocuencia; y a todos sobrepujaba, de modo que ya no había otra en aquellas partes que en más fuesse tenida, y era dicho entre todos de su loçanía, ansí en la cara como en todos sus miembros. Y viendo que esta loçanía era de su natural, quedóles en fábula que ya no entendían por su nombre Aldonça, salvo la Loçana; y no solamente entre ellos, mas entre las gentes de aquellas tierras dezían la Loçana por cosa muy nombrada. Y si muncho sabía en estas partes, muncho más supo en aquellas provincias, y procuraba de ver y saber cuanto a su facultad pertenesçía. Siendo en Rodas, su caro Diomedes la preguntó:

-Mi señora, no querría se os hiziese de mal venir a Levante, porque yo me tengo de disponer a servir y obedeçer a mi padre, el cual manda que vaya en Levante, y andaré toda la Berbería, y principalmente donde tenemos trato, que me será fuerza de demorar y no tornar tan presto como yo querría, porque solamente en estas cibdades que agora oirés tengo de estar años, y no meses, como será en Alexandría, en Damasco, Damiata, en Barut, en parte de la Soría, en Chiple, en el Caire y en el Xío, en Constantinopoli, en Corintio, en Tesalia, en Boecia, en Candía, a Venecia y Flandes, y en otras partes que vos, mi señora, veréis si queréis tenerme compañía.

LOÇANA.-  ¿Y cuándo quiere vuestra merçed que partamos? ¡Porque yo no delibro de volver a casa por el mantillo!

Vista por Diomedes la respuesta y voluntad tan suscinta que le dio con palabras antipensadas, muncho se alegró y suplicóla que se esforçasse a no dexarlo   -[fol. 5r]-   por otro hombre, que él se esforçaría a no tomar otra por muger que a ella. Y todos dos, muy contentos, se fueron en Levante y por todas las partidas que él tenía sus tratos, e fue d'él muy bien tratada y de sus servidores y siervas muy bien servida y acatada. Pues ¿de sus amigos no era acatada y mirada? Vengamos a que, andando por estas tierras que arriba diximos, ella señoreaba y pensaba que jamás le había de faltar lo que al presente tenía y, mirando su loçanía, no estimaba a nadie en su ser y en su hermosura y pensó que, en tener hijos de su amador Diomedes, había de ser banco perpetuo para no faltar a su fantasía y triunfo, y que aquello no le faltaría in ningún tiempo. Y siendo ya en Candía, Diomedes le dixo:

-Mi señora Aldonça, ya vos veis que mi padre me manda que me vaya en Italia. Y como mi coraçón se ha partido en dos partes, la una en vos, que no quise ansí bien a criatura, y la otra en vuestros hijos, los cuales envié a mi padre; y el deseo me tira, que a vos amo, y a ellos deseo ver; a mí me fuerça la obediencia suya, y a vos no tengo de faltar, yo determino de ir a Marsella, y de allí ir a dar cuenta a mi padre y hazer que sea contento que yo vaya otra vez en España, y allí me entiendo casar con vos. Si vos sois contenta, vení conmigo a Marsella, y allí quedaréis hasta que yo torne; y vista la voluntad de mi padre y el amor que tiene a vuestros hijos, haré que sea contento con lo que yo le dixere. Y ansí veremos en nuestro fin deseado.

LOÇANA.-  Mi señor, yo iré de muy buena voluntad donde vos, mi señor, me mandáredes; que no pienso en hijos, ni en otra cosa que dé fin a mi esperanza, sino en vos, que sois aquélla; y por esto os demando de merçed que dispongáis de mí a vuestro talento, que yo tengo siempre de obedescer.

Assí vinieron en Marsella y, como su padre de Diomedes supo, por sus espías, que venía con su hijo Diomedes Aldonça, madre de sus hijos, vino él en persona, muy disimulado, amenazando a la señora Aldonça. Mas ya Diomedes le había rogado que fuesse su nombre Loçana, pues que Dios se lo había puesto en su formaçión, que muncho más le convenía que no Aldonça, que aquel nombre, Loçana, sería su ventura para el tiempo por venir. Ella consintió en todo cuanto Diomedes ordenó. Y estando un día Diomedes para se partir a su padre, fue llevado en prisión a instançia de su padre, y ella, madona Loçana, fue despojada en camisa, que no salvó sino un anillo en la boca. Y assí fue dada a un barquero que la echase en la mar, al cual dio çien ducados el padre de Diomedes, porque ella no paresciese; el cual, visto que era muger, la echó en tierra y, movido a piedad, le dio un su vestido que se cubriese. Y viéndose sola y pobre, y a qué la había traído su desgracia, pensar puede cada uno lo que podía hazer y dezir de su boca, ençendida de muncha pasión. Y sobre todo se daba de cabeçadas, de modo que se le siguió una gran alxaqueça, que fue causa que le veniese a la frente una estrella, como abaxo diremos. Finalmente, su fortuna fue tal, que vido venir una nao que venía a Liorna y, siendo en Liorna, vendió su anillo, y con él fue hasta que entró en Roma.



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Mamotreto V

Cómo se supo dar la manera para vivir, que fue menester que ussase audaçia pro sapientia


Entrada la señora Loçana en la alma cibdad y proveída de súbito consejo, pensó:

-Yo sé muncho; si agora no me ayudo en que sepan todos, mi saber será ninguno.

  -[fol. 5v]-  

Y siendo ella hermosa y habladera, y dezía a tiempo, y tiníe graçia en cuanto hablaba, de modo que embaía a los que la oían. Y como era plática y de gran conversación, e habiendo siempre sido en compañía de personas gentiles, y en muncha abundancia, y viéndose que siempre fue en grandes riquezas y convites y gastos, que la hazían triunfar, dezía entre sí:

-Si esto me falta seré muerta, que siempre oí dezir que el çibo usado es el provechoso.

Y como ella tenía gran ver e ingenio diabólico y gran conoscer, y en ver un hombre sabía cuánto valía, y qué tenía, y qué la podía dar, y qué le podía ella sacar. Y miraba también cómo hazían aquellas que entonçes eran en la çibdad, y notaba lo que le parescía a ella que le había de aprovechar, para ser siempre libre y no sujeta a ninguno, como después veremos. Y, acordándose de su patria, quiso saber luego quién estaba aquí de aquella tierra y, aunque fuesen de Castilla, se hazía ella de allá por parte de un su tío, y si era andaluz, mejor, y si de Turquía, mejor, por el tiempo y señas que de aquella tierra daba, y embaucaba a todos con su gran memoria. Halló aquí de Alcalá la Real, y allí tenía ella una prima, y en Baena otra, en Luque y en la Peña de Martos, natural parentela. Halló aquí de Arjona y Arjonilla y de Montoro, y en todas estas partes tenía parientas y primas, salvo que en la Torre don Ximeno que tenía una entenada, y pasando con su madre a Jaén, posó en su casa, y allí fueron los primeros grañones que comió con huessos de toçino. Pues, como daba señal de la tierra, halló luego quien la favoresció, y dieronle una cámara en compañía de unas buenas mugeres españolas. Y otro día hizo quistión con ellas sobre un jarillo, y echó las cuatro las escaleras abaxo; y fuese fuera, y demandaba por Pozo Blanco, y procuró entre aquellas camiseras castellanas cualque estançia o cualque buena compañía. Y como en aquel tiempo estuviesse en Pozo Blanco una muger napolitana con un hijo y dos hijas, que tenía por ofiçio hazer solimán y blanduras y afeites y çerillas, y quitar çejas y afeitar novias, y hazer mudas de açúcar candi y agua de açofeifas y, cualque vuelta, apretaduras, y todo lo que pertenesçía a su arte tenían sin falta, y lo que no sabían se lo hazían enseñar de las judías, que también vivían con esta plática, como fue Mira, la judía que fue de Murcia, Engraçia, Perla, Jamila, Rosa, Cufa, Cintia y Alfarutía, y otra que se dezía la judía del vulgo, que era más plática y tiníe más conversación. Y habéis de notar que pasó a todas éstas en este ofiçio, y supo más que todas, y diole mejor la manera, de tal modo, que en nuestros tiempos podemos dezir que no hay quien use el ofiçio mejor ni gane más que la señora Loçana, como abaxo diremos, que fue entre las otras como Avicena entre los médicos. Non est mirum acutissima patria.




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Mamotreto VI

Cómo en Pozo Blanco, en casa de una camisera, la llamaron


Una sevillana, muger viuda, la llamó a su casa, viéndola pasar, y le demandó:

-Señora mía, ¿sois española? ¿Qué buscáis?

LOÇANA.-  Señora, aunque vengo vestida a la ginovesa, soy española y de Córdoba.

SEVILLANA.-  ¿De Córdoba? ¡Por vuestra vida, ahí tenemos todas parientes! ¿Y a qué parte morábades?

LOÇANA.-  Señora, a la Cortiduría.

SEVILLANA.-  ¡Por vida vuestra, que una mi prima casó ahí con un cortidor rico! ¡Así goze de vos, que quiero llamar a mi prima Teresa de Córdoba, que os vea! ¡Mencía, hija! Va, llama a tu tía y a Beatriz de Baeça y Marina Hernández, que traigan sus costuras y se vengan acá. Dezíme, señora, ¿cuánto ha que venistes?

LOÇANA.-  Señora, ayer de mañana.

SEVILLANA.-  Y ¿dónde   -[fol. 6r]-   dormistes?

LOÇANA.-  Señora, demandando de algunas de la tierra, me fue mostrada una casa donde están siete o ocho españolas. Y como fui allá, no me querían acoger, y yo venía cansada, que me dixeron que el Santo Padre iba a encoronarse. Yo, por verlo, no me curé de comer.

SEVILLANA.-  ¿Y vísteslo, por mi vida?

LOÇANA.-  Tan lindo es, y bien se llama León décimo, que así tiene la cara.

SEVILLANA.-  Y bien, ¿diéronos algo aquellas españolas a comer?

LOÇANA.-  Mirá qué bellacas, que ni me quisieron ir a demostrar la plaça. Y en esto vino una que, como yo dixe que era de los buenos de su tierra, fueme por de comer, y después fue comigo a enseñarme los señores. Y como supieron quién yo y los míos eran, que mi tío fue muy conoscido, que cuando murió le hallaron en las manos los callos tamaños, de la vara de la justiçia, luego me mandaron dar aposento. Y envió comigo su moço, y Dios sabe que no osaba sacar las manos afuera por no ser vista, que traigo estos guantes, cortadas las cabeças de los dedos, por las encobrir.

SEVILLANA.-  ¡Mostrad, por mi vida! ¡Quitad los guantes! ¡Viváis vos en el mundo y aquel Criador que tal crió! ¡Lograda y enguerada seáis, y la bendiçión de vuestros pasados os venga! Cobrildas, no las vea mi hijo, y acabáme de contar cómo os fue.

LOÇANA.-  Señora mía, aquel moço mandó a la madre que me acogiese y me diese buen lugar, y la puta vieja barbuda, estrellera, dixo: «¿No veis que tiene grañimón?» Y ella, que es estada mundaria toda su vida, y agora que se vido harta y quita de pecado, pensó que, porque yo traigo la toca baxa y ligada a la ginovesa, y son tantas las cabeçadas que me he dado yo misma, de un enojo que he habido, que me maravillo cómo so viva; que como en la nao no tenía médico ni bien ninguno, me ha tocado entre çeja y çeja, y creo que me quedará señal.

SEVILLANA.-  No será nada, por mi vida. Llamaremos aquí.un médico que la vea, que pareçe una estrellica.



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Mamotreto VII

Cómo vienen las parientas y les dize la Sevillana


-Norabuena vengáis. Ansí goze yo de todas, que os asentéis y oiréis a esta señora que ayer vino y es de nuestra tierra.

BEATRIZ.-  Bien se le pareçe, que ansí son todas frescas, graçiosas y lindas, como ella, y en su loçanía se ve que es de nuestra tierra. ¿Cuánto ha, señora mía, que salistes de Córdoba?

LOÇANA.-  Señora, de onze años fui con mi señora a Granada, que mi padre nos dexó una casa en pleito por ser él muy putañero y jugador, que jugara el sol en la pared.

SEVILLANA.-  ¡Y duelos le vinieron! ¿Teniendo hijas donzellas, jugaba?

LOÇANA.-  ¡Y qué hijas! Tres éramos y traíamos çarçillos de plata. Y yo era la mayor. Fui festejada de cuantos hijos de caballeros hubo en Córdoba, que de aquéllos me holgaba yo. Y esto puedo jurar, que desde chiquita me comía lo mío, y en ver hombre se me desperezaba y me quisiera ir con alguno, sino que no me lo daba la edad; que un hijo de un caballero nos dio unas harracadas muy lindas, y mi señora se las escondió porque no se las jugase, y después las vendió ella para vezar a las otras a labrar, que yo ni sé labrar ni coser y el filar se ma ha olvidado.

CAMISERA.-  Pues, ¡guayas de mi casa!, ¿de qué vivís?

LOÇANA.-  ¿De qué, señora? Sé hazer alheña y mudas y tez de cara, que deprendí en Levante, sin lo que mi madre mo mostró.

CAMISERA.-  ¿Que sois estada en Levante? ¡Por mi vida, yo pensé que veníades de Génova!

LOÇANA.-  ¡Ay, señoras! Contaros he maravillas. Dexáme ir a verter aguas que, como eché aquellas putas viejas alcoholadas por las escaleras abaxo, no me   -[fol. 6v]-   paré a mis neçesidades. Y estaba allí una beata de Lara, el coño puto y el ojo ladrón, que creo hizo pasto a cuantos brunetes van por el mar Oçeano.

CAMISERA.-  ¿Y qué os hizo?

LOÇANA.-  No quiríe que me lavasse con el agua de su jarillo. Y estaba allí otra abaçera, que de su tierra acá no vino mayor rabanera, villana, tragasantos, que dize que viene aquí por una bulda para una ermita, y traye consigo un hermano fraire de la Merçed que tiene una nariz como asa de cántaro y el pie como remo de galera, que anoche la vino a compañar, ya tarde, y esta mañana, en siendo de día, la demandaba; y enviésela lo más presto que pude: rodando. Y, por el Dios que me hizo, que si me hablara, que estaba determinada comerle las sonaderas porque me paresçiera. Y viniéndome para acá, estaban cuatro españoles allí, cabe una grande plaça, y tiníen munchos dineros de plata en la mano, y díxome el uno: «Señora, ¿querésnos contentar a todos y torná?» Yo presto les repondí, si me entendieron.

CAMISERA.-  ¿Qué? ¡Por mi vida, ansí goçéis!

LOÇANA.-  Díxeles: «Hermanos, no hay çebada para tantos asnos.» Y perdonáme, que luego torno, que me meo toda.

BEATRIZ.-  Hermana, ¿vistes tal hermosura de cara y tez? ¡Si tuviese asiento para los antojos! Mas creo que si se cura, que sanará.

TERESA HERNÁNDEZ.-  ¡Andá ya, por vuestra vida, no digáis! Súbele más de mitad de la frente: quedará señala para cuanto viviere. ¿Sabéis qué podía ella haçer? Que. hay aquí en Campo de Flor munchos d'aquellos charlatanes que sabrían medicarla por abaxo de la banda izquierda.

CAMISERA.-  ¡Por vida de vuestros hijos, que bien dezís! Mas, ¿quién se lo osará dezir?

TERESA.-  Esso de quién, yo, hablando hablando, se lo diré.

BEATRIZ.-  ¡Ay, prima Hernández, no lo hagáis, que nos deshonrará como a mal pan! ¿No veis qué labia y qué osadía que tiene y qué dezir? Ella se hará a la usanza de la tierra, que verá lo que le cumple. No querría sino saber della si es confesa, porque hablaríamos sin miedo.

TERESA.-  ¿Y esso me dezís? Aunque lo sea, se hará cristiana linda.

BEATRIZ.-  Dexemos hablar a Teresa de Córdoba, que ella es burlona y se lo sacará.

TERESA.-  Mirá en qué estáis. Digamos que queremos torcer hormigos o hazer alcuzcuçu, y si los sabe torcer, ahí veremos si es de nobis, y si los tuerçe con agua o con azeite.

BEATRIZ.-  Viváis vos, que más sabéis que todas. No hay peor cosa que confesa nesçia.

SEVILLANA.-  Los cabellos os sé dezir que tiene buenos.

BEATRIZ.-  ¿Pues no veis que dize que había doze años que jamás le pusieron garvín ni albanega, sino una prinçeta labrada, de seda verde, a usanza de Jaén?

TERESA.-  Hermana, Dios me acuerde para bien, que por sus cabellos me he acordado, que çien vezes os lo he querido dezir: ¿Acordáisos el otro día, cuando fuimos a ver la parida, si vistes aquélla que la servía, que es madre de una que vos bien sabéis?

CAMISERA.-  Ya os entiendo. Mi hijo le dio una camisa de oro labrada y las bocas de las mangas con oro y azul. ¿Y es aquélla su madre? Más moça pareçe que la hija. ¡Y qué cabellos rubios que tenía!

TERESA.-  ¡Hi, hi! ¡Por el paraíso de quien acá os dexó, que son alheñados por cobrir la nieve de las navidades! Y las çejas se tiñe cada mañana, y aquel lunar, postizo es, porque, si miráis en él, es negro y unos días más grande que otros; y los pechos, llenos de paños para hazer tetas; y cuando sale, lleva más dixes que una negra, y el tocado muy plegado por henchir la cara, y piensa que todos la miran, y a cada palabra su reverençia; y cuando se asienta, no paresçe sino depósito mal pintado. Y siempre va con ella la otra Marixoríquez, la regatera, y la cabrera, que tiene aquella boca que no paresce sino tragacaramillos, que es más vieja que Satanás. Y sálense de noche de dos en dos, con sombreros, por festejadas, y no se osan descobrir, que no vean el ataúte   -[fol. 7r]-   carcomido.

BEATRIZ.-  Dezíme, prima, ¡muncho sabéis vos!, que yo soy una boba que no paro mientes en nada de todo esso.

TERESA.-  Dexáme dezir, que ansí dizen ellas de nosotras cuando nos ven que imos a la estufa o venimos: «¿Veis las camiseras? ¿Son de Pozo Blanco y batículo llevan?» Aosadas que no van tan espeso a missa y no se miran a ellas, que son putas públicas. ¿Y cuándo vieron ellas confessas putas y devotas? Ciento entre una.

CAMISERA.-  Dexá esso y notá que me dixo esta forastera que tenía un tío que murió con los callos en las manos, de la vara de la justiçia, y debíe de ser que sería cortidor.

TERESA.-  Callá, que viene. Si no, será peor que con las otras que echó a rodar.



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Mamotreto VIII

Cómo torna la Loçana y pregunta


-Señoras, ¿en qué habláis, por mi vida?

TERESA.-  En que para mañana querríamos hazer unos hormigos torçidos.

LOÇANA.-  ¿Y tenéis culantro verde? Pues dexá hazer a quien de un puño de buen harina y tanto hazeite, si lo tenéis bueno, os hará una almofía llena, que no los olvidéis aunque muráis.

BEATRIZ.-  Prima, ansí gozéis, que no son de perder. Toda cosa es bueno probar, cuanto más pues que es de tan buena maestra que, como dizen, «la que las sabe las tañe». (Por tu vida, que es de nostris.) Señora, sentáos y dezínos vuestra fortuna cómo os ha corrido por allá por Levante.

LOÇANA.-  Bien, señoras, si el fin fuera como el principio; mas no quiso mi desdicha, que podía yo paresçer delante a otra que fuera en todo el mundo de belleza y bienquista, delante a cuantos grandes señores me conoscían, querida de mis esclavas, de los de mi casa toda, que a la maravilla me querían ver cuantos de acá iban. Pues oírme hablar, no digo nada. Que agora este duelo de la cara me afea, y por maravilla venían a ver mis dientes, que creo que muger naçida tales los tuvo, porque es cosa que podéis ver, bien que me veis ansí, muy cubierta de vergüença, que pienso que todos me conoscen. Y cuando sabréis cómo ha pasado la cosa, os maravillaréis, que no me faltaba nada, y agora no es por mi culpa sino por mi desventura. Su padre de un mi amante, que me tenía tan honrada, vino a Marsella, donde me tenía para enviarme a Barçelona, a que lo esperase allí en tanto que él iba a dar la cuenta a su padre; y por mis duelos grandes, vino el padre primero y a él echó en prisión y a mi me tomó y me desnudó fin a la camisa, y me quitó los anillos, salvo uno que yo me metí en la boca, y mandóme echar en la mar a un marinero, el cual me salvó la vida viéndome muger y posóme en tierra; y assí, venieron unos de una nao y me vistieron y me traxeron a Liorna.

CAMISERA.-  ¡Y mala entrada le entre al padre d'esse vuestro amigo! ¿Y si mató vuestros hijos también, que le habíades enviado?

LOÇANA.-  Señora, no, que los quiere muncho. Mas porque lo quería casar a este su hijo, a mí me mandó de aquella manera.

BEATRIZ.-  ¡Ay, lóbrega de vos, amiga mía! ¿Y todo esso habéis pasado?

LOÇANA.-  Pues no es la mitad de lo que os diré, que tomé tanta malenconía que daba con mi cabeça por tierra, y porrazos me he dado en esta cara que me maravillo que esta aIxaqueca no me ha çegado.

CAMISERA.-  ¡Ay, ay! ¡Guayosa de vos! ¿Cómo no sois muerta?

LOÇANA.-  No quiero deziros más porque el llorar me mata, pues que soy venida a tierra que no faltará de qué vivir, que ya he vendido el anillo en nueve ducados, y di dos al harriero, y con est'otros me remediaré si supiese hazer melcochas o mantequillas.


  -[fol. 7v]-  

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Mamotreto IX

Una pregunta que haze la Loçana para se informar


-Dezíme, señoras mías, ¿sois casadas?

BEATRIZ.-  Señora, sí.

LOÇANA.-  ¿Y vuestros maridos, en qué entienden?

TERESA.-  El mío es cambiador, y el de mi prima lençero, y el de essa señora que está cabo vos es borzeguinero.

LOÇANA.-  ¡Vivan en el mundo! ¿Y casastes aquí o en España?

BEATRIZ.-  Señora, aquí. Mi hermana la viuda vino casada con un trapero rico.

LOÇANA.-  ¿Y cuánto ha que estáis aquí?

BEATRIZ.-  Señora mía, desde el año que se puso la Inquisiçión.

LOÇANA.-  Dezíme, señoras mías, ¿hay aquí judíos?

BEATRIZ.-  Munchos, y amigos nuestros. Si hubiéredes menester algo d'ellos, por amor de nosotras os harán honra y cortesía.

LOÇANA.-  ¿Y tratan con los cristianos?

BEATRIZ.-  Pues, ¿no los sentís?

LOÇANA.-  ¿Y cuáles son?

BEATRIZ.-  Aquellos que llevan aquella señal colorada.

LOÇANA.-  ¿Y ellas llevan señal?

BEATRIZ.-  Señora, no; que van por Roma adobando novias y vendiendo solimán labrado y aguas para la cara.

LOÇANA.-  Esso querría yo ver.

BEATRIZ.-  Pues id vos allí, a casa de una Napolitana, muger de Jumilla, que mora aquí arriba en Calabraga, que ella y sus hijas lo tienen por ofiçio, y aun creo que os dará ella recabdo, porque saben munchas cosas de señores que os tomarán para guarda de casa y compañía a sus mugeres.

LOÇANA.-  Esso querría yo si me mostrasse este niño la casa.

CAMISERA.-  Sí hará. Ven acá, Aguilarico.

LOÇANA.-  ¡Ay, señora mía! ¿Aguilarico se llama? Mi pariente debe ser.

BEATRIZ.-  Ya podría ser, pues ahí junto mora su madre.

LOÇANA.-  Beso las manos de vuestras merçedes, y si supieren algún buen partido para mí, como si fuesse estar con algunas donzellas, en tal que yo lo sirva, me avisen.

BEATRIZ.-  Señora, sí; andad con bendiçión. ¿Habéis visto? ¡Qué lengua, qué saber! Si a ésta le faltara n partidos, dezí mal de mí. ¡Mas beato el que le fiara su muger!

TERESA.-  Pues andaos a dezir gracias. No, sino gobernar donzellas, mas no mis hijas. ¿Qué pensáis que sería?: dar carne al lobo. Antes de ocho días sabrá toda Roma, que ésta en son la veo yo que con los cristianos será cristiana, y con los jodíos, jodía, y con los turcos, turca, y con los hidalgos, hidalga, y con los ginoveses, ginovesa, y con los franceses, françesa, que para todos tiene salida.

CAMISERA.-  No veía la hora que la enviásedes de aquí, que si viniera mi hijo no.la dexara partir.

TERESA.-  Esso quisiera yo ver, cómo hablaba y los gestos que hiziera, y por ver si se cubriera. Mas no curéis, que presto dará de sí como casa vieja, pues a casa va que no podría mejor hallar a su propósito, y endemás, la patrona, que pareçe a la judía de Çaragoza, que la llevará consigo y a todos contará sus duelos y fortuna.



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Mamotreto X

El modo que tuvo yendo con Aguilarico, espantándose que le hablaban en catalán, y dize un barbero, Mossén Sorolla:


-Ven asçí, mon cosín Aguilaret. Veníu asçí, mon fill. ¿On seu estat? Que ton pare t'en demana.

AGUILARET.-  Non vul venir, que vaich con aquesta dona.

SOROLLA.-  Ma comare, feu-vos asçí. Veureu vostron fill.

SOGORBESA.-  Vens asçí, tacañet.

AGUILARET.-  ¿Que voleu, ma mare? Ara ving.

SOGORBESA.-  ¡No t' cures, penjat, traidoret! Aquexa dona, ¿hon te ha tengut tot vuy?

LOÇANA.-  Yo, señora, agora lo vi, y le rogaron unas señoras que me enseñase aquí junto a una casa.

SOGORBESA.-  Anau al burdell i laxau estar mon fill.

LOÇANA.-  Id vos, y besaldo donde sabéis. ¡Mirá la çegijunta con qué me salió!

MALLORQUINA.-  Veniu açí, bona dona. N'os prengau ab aquexa dona, ma veína. On anau?

LOÇANA.-  Por mi vida, señora, que no sé el nombre del dueño de una casa por aquí que aquel niño me quería mostrar.

  -[fol. 8r]-  

MALLORQUINA.-  ¿Deveu de fer llabors o res? Que asçí ma filla vos fara tot quan vos le comenareu.

LOÇANA.-  Señora, no busco esso, y siempre halla el hombre lo que no busca, máxime en esta tierra. Dezíme, así viváis: ¿Quién es aquella hija de corcovado y catalana, que, no conoçiéndome, me deshonró? Pues ¡guay d'ella si soltaba yo la maldita! Ni vi su hijo, ni quisiera ver a ella.

MALLORQUINA.-  No us cureu, filla; anau vostron viaje y si vos manau res, lo farem nosaltres de bon cor.

LOÇANA.-  Señora, no quiero nada de vos, que yo busco una muger que quita çejas.

MALLORQUINA.-  ¡Anau en mal guañy! ¿I axò voliau? Çercau-la.

LOÇANA.-  ¡Válalas el diablo, y locas son estas mallorquinas! ¡En Valençia ligaros ían a vosotras! ¡Y herraduras han menester, como bestias! Pues no me la irán a pagar a la pellegería de Burgos.

[MALLORQUINA.-]  ¡Cul de sant Arnau! ¡Som segurs! ¡Quina gent de Deu!



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Mamotreto XI

Cómo llamó a la Loçana la Napolitana que ella buscaba y dize a su marido que la llame


[NAPOLITANA.-]  Oíslo, ¿quién es aquella muger que anda por allí? Ginovesa me pareçe. Mirá si quiere nada de la botica. Salí allá, quiçá que trae guadaño.

JUMILLA.-  .-Salí vos, que en ver hombre se espantará.

NAPOLITANA.-  .-Dame acá esse morteruelo de açófar. Dezí, hija, ¿echastes aquí el atanquía y las pepitas de pepino?

HIJA.-Señora, sí.

NAPOLITANA.-  .-¿Qué miráis, señora? ¡Con esa tez de cara no ganaríamos nosotros nada!

LOÇANA.-  Señora, no's maravilléis que solamente en oíros hablar me alegré.

NAPOLITANA.-  .-Ansí es, que no en balde se dixo «por do fueres, de los tuyos halles». Quizá la sangre os tira. Entrá, mi señora, y quitaos d'esse sol. ¡Ven acá, tu! Sácale aquí a esta señora con qué se refresque.

LOÇANA.-  No haze menester que, si agora comiesse, me ahogaría del enojo que traigo de aquesas vuestras vezinas. Mas si vivimos y no nos morimos, a tiempo seremos. La una porque su hijo me venía a mostrar a vuestra casa, y la otra porque demandé de vuestra merçed.

NAPOLITANA.-  .-¡Hi, hi! Son envidiosas y por esso mirá cuál va su hija el domingo afeitada de mano de Mira, la jodía, o como las que nosotras afeitamos, ni más ni al. Señora mía, «el tiempo os doy por testigo». La una es de Sogorbe y la otra mallorquina y, como dixo Juan del Enzina, que «cul y cap y feje y cos echan fuera a voto a Dios».

LOÇANA.-  ¡Mirá si las conoçí yo! Señora mía, ¿son donzellas estas vuestras hijas?

NAPOLITANA.-  .-Son y no son; sería largo de contar. Y vos, señora, ¿sois casada?

LOÇANA.-  Señora sí; y mi marido será agora aquí, de aquí a pocos días, y en este medio querría no ser conosçida y empeçar a ganar para la costa. Querría estar con personas honestas por la honra y quiero primero pagaros que me sirváis. Yo, señora, vengo de Levante y traigo secretos maravillosos, que, máxime en Grecia, se usan muncho las mugeres que no son hermosas procurar de sello y, porque lo veáis, póngase aquesto vuestra hija la más morena.

NAPOLITANA.-  .-Señora, yo quiero que vos misma se lo pongáis y, si eso es, no habíades vos menester padre ni madre en esta tierra, y esse vuestro marido que dezís será rey. ¡Oxalá fuera uno de mis dos hijos!

LOÇANA.-  ¿Qué, también tenéis hijos?

NAPOLITANA.-  .-Como dos pimpollos de oro; traviesos son, mas no me curo, que para esso son los hombres. El uno es rubio como unas candelas y el otro crespo. Señora, quedaos aquí y dormiréis con las donzellas y si algo quisiéredes hazer para ganar, aquí a mi casa vienen moros y jodíos que, si os conosçen, todos os ayudarán; y mi marido va vendiendo cada día dos, tres y cuatro çestillas d'esto que hazemos, y «lo que basta   -[fol. 8v]-   para una persona, basta para dos».

LOÇANA.-  Señora, yo lo do por resçebido. Dad acá si queréis que os ayude a esso que hazéis.

NAPOLITANA.-  .-Quitaos primero el paño y mirá si traés ninguna cosa que dar a guardar.

LOÇANA.-  Señora, no, sino un espejo para mirarme; y agora veo que tengo mi pago, que solía tener diez espejos en mi cámara para mirarme, que de mí misma estaba como Narcisso y agora como Tisbe a la fontana, y si no me miraba çien vezes, no me miraba una. Y he habido el pago de mi propia merçed. ¿Quién son estos que vienen aquí?

NAPOLITANA.-  .-Ansí goze de vos, que son mis hijos.

LOÇANA.-  Bien pareçen a su padre y si son éstos los pinos de oro, a sus ojos.

NAPOLITANA.-  ¿Qué dezís?

LOÇANA.-  Señora, que pareçen hijos de rey, naçidos en Badajoz. Que veáis nietos d'ellos.

NAPOLITANA.-  Ansí veáis vos de lo que paristes.

LOÇANA.-  Mançebo de bien, llegaos acá y mostráme la mano. Mirá que señal tenés en el monte de Mercurio y uñas de rapina. -Guardaos de tomar lo ageno, que peligrarés.

NAPOLITANA.-  A est'otro bizarro me mirá.

LOÇANA.-  Esse barbitaheño, ¿cómo se llama? Vení, vení. Este monte de Venus está muy alto. Vuestro peligro está señalado en Saturno, de una prisión, y en el monte de la Luna, peligro por mar.

RAMPÍN.-  «Caminar por do va el buey.»

LOÇANA.-  Mostrá es'otra mano.

RAMPÍN.-  ¿Qué queréis ver? Que mi ventura ya la sé. Dezíme vos, ¿dónde dormiré esta noche?

LOÇANA.-  ¿Dónde? Donde no soñastes.

RAMPÍN.-  No sea en la prisión, y venga lo que veniere.

LOÇANA.-  Señora, este vuestro hijo más es venturoso que no pensáis. ¿Qué edad tiene?

NAPOLITANA.-  De diez años le sacamos los braçicos y tomó fuerça en los lomos.

LOÇANA.-  Suplico's que le deis liçençia que vaya comigo y me muestre esta çibdad.

NAPOLITANA.-  Sí hará, que es muy servidor de quien lo mereçe.

Andá, meteos essa camisa y serví a essa señora honrada.


  -[fol. 9r]-  

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Mamotreto XII

Cómo Rampín le va mostrando la cibdad y le da ella un ducado que busque donde çenen y duerman, y lo que pasaron con una lavandera


LOÇANA.-  Pues hazé una cosa, mi hijo, que, por do fuéramos, que me digáis cada cosa qué es y cómo se llaman las calles.

RAMPÍN.-  Esta es la Çeca, do se haze la moneda, y por aquí se va a Campo de Flor y al Colisseo y acá es el puente, y éstos son los banqueros.

LOÇANA.-  ¡Ay, ay! No querría que me conosciesen, porque siempre fui mirada.

RAMPÍN.-  Vení por acá y mirá. Aquí se venden munchas cosas, y lo mejor que en Roma y fuera de Roma naçe se trae aquí.

LOÇANA.-  Por tu vida, que tomes este ducado y que compres lo mejor que te paresciere, que aquí jardín me pareçe más que otra cosa.

RAMPÍN.-  Pues adelante lo veréis.

LOÇANA.-  ¿Qué me dizes? Por tu vida, ¡que compres aquellas tres perdices, que çenemos!

RAMPÍN.-  ¿Cuáles, aquéstas? Astarnas son, que el otro día me dieron a comer de una en casa de una cortesana, que mi madre fue a quitar las çejas y yo le llevé los afeites.

LOÇANA.-  ¿Y dó vive?

RAMPÍN.-  Aquí abaxo, que por allí habemos de pasar.

LOÇANA.-  Pues todo esso quiero que vos me mostréis.

RAMPÍN.-  Sí haré.

LOÇANA.-  Quiero que vos seáis mi hijo, y dormiréis comigo. Y mirá no me lo hagáis, que esse boço d'ençima demuestra que ya sois capón.

RAMPÍN.-  Si vos me probásedes, no sería capón.

LOÇANA.-  ¡Por mi vida! ¡Hi, hi! Pues comprad de aquellas hostias un par de jullios, y acordá dónde iremos a dormir.

RAMPÍN.-  En casa de una mi tía

LOÇANA.-  ¿Y vuestra madre?

RAMPÍN.-  ¡Que la quemen!

LOÇANA.-  Llevemos un cardo.

RAMPÍN.-  Son todos grandes.

LOÇANA.-  Pues ¿qué se nos da? Cueste lo que costare, que, como dizen, «ayunar o comer truncha».

RAMPÍN.-  Por esta calle hallaremos tantas cortesanas juntas como colmenas.

LOÇANA.-  ¿Y cuáles son?

RAMPÍN.-  Ya las veremos a las gelosías. Aquí se dize el Urso. Más arriba veréis munchas más.

LOÇANA.-  ¿Quién es éste? ¿Es el obispo de Córdoba?

RAMPÍN.-  ¡Ansí viva mi padre! Es un obispo espigacensis de mala muerte.

LOÇANA.-  Más triunfo lleva un mamelluco.

RAMPÍN.-  Los cardenales son aquí como los mamellucos.

LOÇANA.-  Aquéllos se hazen adorar.

RAMPÍN.-  Y éstos también.

LOÇANA.-  Gran soberbia llevan.

RAMPÍN.-  El año de veinte y siete me lo dirán.

LOÇANA.-  Por ellos padesçeremos todos.

RAMPÍN.-  «Mal de munchos, gozo es.» Alçá los ojos arriba, y veréis la manifatura de Dios en la señora Clarina. Allí me mirá vos. ¡Aquélla es gentil muger!

LOÇANA.-  Hermano, «hermosura en puta y fuerça en bastajo».

RAMPÍN.-  Mirá esta otra.

LOÇANA.-  ¡Qué presente para triunfar! Por esso se dixo, «¿quién te hizo puta? El vino y la fruta».

RAMPÍN.-  Es favorida de un perlado. Aquí mora la Galán portuguesa.

LOÇANA.-  ¿Qué es, amiga de algún ginovés?

RAMPÍN.-  «Mi agüelo es mi pariente, de çiento y otros veinte.»

LOÇANA.-  ¿Y quién es aquella andorra que va con sombrero tapada, que va culeando y dos moças lleva?

RAMPÍN.-  ¿Ésa? Cualque cortesanilla por ahí. ¡Mirá qué traquinada dellas van por allá, que parescen enxambre, y los galanes tras ellas! A estas horas salen ellas desfraçadas.

LOÇANA.-  ¿Y dó van?

RAMPÍN.-  A perdones.

LOÇANA.-  ¿Si? Por demás lo tenían. ¿Putas y perdoneras?

RAMPÍN.-  Van por recoger para la noche.

LOÇANA.-  ¿Qué es aquello? ¿Qué es aquello?

RAMPÍN.-  Llévalas la justicia.

LOÇANA.-  Esperá, no's envolváis con essa gente.

RAMPÍN.-  No haré, luego vengo.

LOÇANA.-  ¡Mira agora dónde va Braguillas! ¡Guayas si la sacó Perico el Bravo! ¿Qué era, por mi vida, hijo?

RAMPÍN.-  No, nada, sino el tributo que les demandaban, y ellas han dado por no ser vistas, quién anillo, quién cadena, y después enviará cada una cualque litigante por lo que dio, y es una cosa, que pagan cada una un ducado al año al capitán de Torre Sabela.

LOÇANA.-  ¿Todas?

RAMPÍN.-  Salvo las casadas.

  -[fol. 9v]-  

LOÇANA.-  Mal hazen, que no habían de pagar sino las que están al burdel.

RAMPÍN.-  Pues por esso es la mayor parte de Roma burdel, y le dizen: «Roma putana.»

LOÇANA.-  ¿Y aquéllas qué son, moriscas?

RAMPÍN.-  ¡No, cuerpo del mundo, son romanas!

LOÇANA.-  ¿Y por qué van con aquellas almalafas?

RAMPÍN.-  Non son almalafas; son batículo o batirrabo, y paños listados.

LOÇANA.-  ¿Y qué quiere dezir que en toda la Italia llevan delante sus paños listados o velos?

RAMPÍN.-  Después acá de Rodriguillo español van ellas ansí.

LOÇANA.-  Esso quería yo saber.

RAMPÍN.-  No sé más de cuanto lo oí ansí, e os puedo mostrar al Rodriguillo españolo de bronzo, hecha su estatua en Campidolio, que se saca una espina del pie y está desnudo.

LOÇANA.-  ¡Por mi vida, que es cosa de saber y ver, que dizen que en aquel tiempo no había dos españoles en Roma, y agora hay tantos. Verná tiempo que no habrá ninguno, y dirán, «Roma mísera», como dizen «España mísera».

RAMPÍN.-  ¿Veis, allí la estufa dó salieron las romanas?

LOÇANA.-  ¡Por vida de tu padre que vamos allá!

RAMPÍN.-  Pues dexáme llevar esto en casa de mi tía, que cerca estamos, y hallarlo hemos aparejado.

LOÇANA.-  Pues ¿dónde me entraré?

RAMPÍN.-  Aquí, con esta lavandera milagrosa.

LOÇANA.-  Bueno será.

RAMPÍN.-  Señora mía, esta señora se quede aquí, así Dios os guarde, a reservirlo hasta que torno.

LAVANDERA.-  Intrate, madona; seate bien venuta.

LOÇANA.-  Beso las manos.

LAVANDERA.-  ¿De dove siate?

LOÇANA.-  Señora, so española; mas todo mi bien lo he habido de un ginovés que estaba para ser mi marido y, por mi desgraçia, se murió; y agora vengo aquí porque tengo de haber de sus parientes gran dinero que me ha dexado para que me case.

LAVANDERA.-  ¡Ánima mía, Dios os dé mejor ventura que a mí, que aunque me veis aquí, soy española!

LOÇANA.-  ¿Y de dónde?

LAVANDERA.-  Señora, de Nájara. Y soy estada dama de grandes señoras, y un traidor me sacó, que se había de casar comigo, y burlóme.

LOÇANA.-  No hay que fiar. Dezíme, ¿cuánto ha que estáis en Roma?

LAVANDERA.-  Cuando vino el mal de Françia, y ésta fue la causa que yo quedase burlada. Y si estoy aquí lavando y fatigándome, es para me casar, que no tengo otro deseo, sino verme casada y honrada.

LOÇANA.-  ¿Y los aladares de pez?

LAVANDERA.-  ¿Qué dezís, señora?

LOÇANA.-  Que gran pena tenéis en marcar.

LAVANDERA.-  ¡Ay, señora! La humildad d'esta casa me ha hecho pelar la cabeça, que tenía unos cabellos como hebras de oro, y en un solo cabello tenía añudadas sesenta navidades.

LOÇANA.-  ¿Y la humildad os haze hundir tanto la boca?

LAVANDERA.-  Es de mío, que todo mi parentado lo tiene, que cuando comen pareçe que mamillan.

LOÇANA.-  Mucho ganaréis a este lavar.

LAVANDERA.-  ¡Ay, señora!, que cuando pienso pagar la casa, y comer, y leña, y çeniza, y xabón y caldera, y tinas, y canastas, y agua, y cuerdas para tender, y mantener la casa de cuantas cosas son menester, ¿qué esperáis? Ningún amigo que tengáis os querrá bien si no le dais, cuándo la camisa, cuándo la capa, cuándo la gorra, cuándo los huevos frescos, y ansí de mano en mano, «do pensáis que hay toçinos no hay estacas». Y con todo esto, a mala pena quieren venir cada noche a teneros compañía, y por esto tengo dos, porque lo que'l uno no puede, supla el otro.

LOÇANA.-  Para tornar los gañivetes, ¿éste que se va de aquí quién es?

LAVANDERA.-  Italiano es, canavario o bottiller de un señor; siempre me viene cargado.

LOÇANA.-  ¿Y sábelo su señor?

LAVANDERA.-  No, que es casa abastada. ¡Pues estaría fresca si comprase el pan para mí, y para todas essas gallinas y para quien me viene a lavar, que son dos mugeres, y doiles un carlín, o un real y la despensa, que beben más que hilan! Y vino, que en otra casa beberían lo que yo derramo porque me lo traigan fresco, que en esta tierra se quiere beber como sale de la bota. Veis aquí do viene el otro mi amigo, y es español.

LOÇANA.-  A él veo engañado.

LAVANDERA.-  ¿Qué dezís?

LOÇANA.-  Que   -[fol. 10r]-   este tal mancebo quienquiera se lo tomaría para sí. ¡Y sobre mi cabeça, que no ayuna!

LAVANDERA.-  No, a osados, señora, que tiene buen señor.

LOÇANA.-  No lo digo por esso, sino a pan y vos.

LAVANDERA.-  Es como un ángel; ni me toma ni me da. ¿Qué quieres? ¿A qué vienes? ¿Dó eres estado hoy?

¡Guarda, no quiebres essos huevos!

ESPAÑOL.-  ¿Quién era essa señora?

LAVANDERA.-  Es quien es.

ESPAÑOL.-  ¡Oh, pese a la grulla, si lo sabía, callaba, por mi honra! ¡Essa fruta no se vende al Puente!

LOÇANA.-  No, por mi vida, señor, que agora pasé yo por allí y no la vi.

ESPAÑOL.-  «Bofetón en cara agena.»

LAVANDERA.-  ¿No te quieres ir de ahí? ¡Si salgo allá! ¿Qué os pareçe, señora? Otro fuera que se enojara. Es la misma bondad, y mirad que me ha traído çebada, que no tiene otra cossa, la que le dan a él para la mula de su amo.

LOÇANA.-  Otra cosa mejor pensé que os traía.

LAVANDERA.-  ¡Andá, señora, «harto da quien da lo que tiene»!

LOÇANA.-  Sí, verdad es, mas no lo que hurta.

LAVANDERA.-  Habláme alto, que me duele este oído.

LOÇANA.-  Digo que sí laváis a españoles solamente.

LAVANDERA.-  A todo hago por ganar, y también porque está aquí otra española, que me ha tomado muchas casas de señores, y lava ella a la italiana, y no haze tanta espesa como yo.

LOÇANA.-  ¿Qué differençia tiene el lavar italiano?

LAVANDERA.-  ¿Qué? ¡Grande! Nosotras remojamos y damos una mano de xabón y después encanastamos, y colamos, y se quedan los paños allí la noche, que cuele la lexía, porque de otra manera serían los paños de color de la lexía; y ellas al remojar no meten xabón y dexan salir la lexía, que dizen que come las manchas, y tornan la çeniza al fuego a requemar, y después no tiene virtud.

LOÇANA.-  Agora sé lo que no pensé. ¿Quién es ésta que viene acá?

LAVANDERA.-  Aquí junto mora, mi vezina.

VEZINA.-  Española, ¿por qué no atas aquel puerco? No te cures, será muerto.

LAVANDERA.-  ¡Anda, vete, bésalo en el buz del yerba!

VEZINA.-  Bien, yo te avisso.

LAVANDERA.-  Pues mira, si tú me lo miras o tocas, quiçá no seré puerco por ti. ¿Pensa tú que ho paura del tu esbirro? ¡A ti y a él os lo haré comer crudo!

VEZINA.-  Bien, espera.

LAVANDERA.-  ¡Va d'aquí, borracha, y a un[a] como tú he lavado yo la cara con cuajares!

LOÇANA.-  ¿Qué, también tenéis cochino?

LAVANDERA.-  Pues iré yo a llevar toda esta ropa a sus dueños y traeré la suzia. Y de cada casa, sin lo que me pagan los amos, me vale más lo que me dan los moços: carne, pan, vino, fruta, azeitunas sevillanas, alcaparras, pedaços de queso, candelas de sebo, sal, presuto, ventresca, vinagre, que yo lo do a toda esta calle, carbón, çeniza, y más lo que traigo en el cuerpo y lo que puedo garbear, como platos y escudillas, picheles, y cosas que el hombre no haya de comprar.

LOÇANA.-  Desa manera no hay galera tan proveída como las casas de las lavanderas desta tierra.

LAVANDERA.-  Pues no's maravilléis, que todo es menester; que cuando los moços se parten de sus amos, bien se lo pagamos, que nos lo ayudan a comer. Que este bien hay en esta tierra, que cada mes hay nuevos moços en casa, y nosotras los avisamos que no han de durar más ellos que los otros, que no sean ruines, que cuando el mundo les faltare, nosotras somos buenas por dos meses. Y también los enviamos en casa del tal, que se partió un moço, mas no sabe el amo que lo toma que yo se lo encaminé, y por esto ya el moço me tiene puesto detrás de la puerta el frasco lleno, y el resto, y si viene el amo que me lo ve tomar, digo que yo lo dexé allí cuando sobí. ¿Veis?, aquí viene aquel moçuelo que os dexó aquí.

RAMPÍN.-  ¿Qué se haze? ¡Sus, vamos! A vos, muchas graçias, señora.

LAVANDERA.-  Esta casa está a vuestro serviçio. Gana me viene de cantar:


Andá, puta, no será buena.
No seré, no, que so de Llerena.
-[fol. 10v]-
Yo te lo veo en esa piel nueva;
yo te he mirado
en ojo que no mentirá:
que tú ruecas de husos harás.

LOÇANA.-  Por mi vida, hermano, que he tomado plazer con esta borracha, amenguada como hilado de veuda. ¿Qué quiere dezir estrega, vos que lo sabéis? ¿Santochada?

RAMPÍN.-  Quiere dezir bruxa, como ella.

LOÇANA.-  ¿Qué es aquello que dize aquél?

RAMPÍN.-  Son chambelas que va vendiendo.

LOÇANA.-  ¿Y de qué se hazen estas rosquitas?

RAMPÍN.-  De harina y agua caliente, y sal, y matalahuva, y poco açúcar, y danles un bulle en agua y después metellas en el horno.

LOÇANA.-  Si en España se comiesen dirían que es pan çençeño.

RAMPÍN.-  Porque allá sobra la levadura.

LOÇANA.-  Entrá vos y mirá si está ninguno allá dentro.



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Mamotreto XIII

Cómo entran en la stufa Rampín y la Loçana y preguntan:


[RAMPÍN.-]  ¿Está gente dentro, hermano?

ESTUFERO.-  Andás aquí, andás; no hay más que dos.

RAMPÍN.-  Veislas, aquí salen.

LOÇANA.-  ¡Callente está, por mi vida! Tráeme agua fría, y presto salgamos de aquí.

RAMPÍN.-  También había bragas para vos.

LOÇANA.-  Poco sabéis, hermano; «al hombre braga de hierro, a la mujer de carne». Gana me viene de os açotar. Tomá esta navaja, tornásela, que ya veo que vos no la tenéis menester. ¡Vamos fuera, que me muero! Dame mi camissa.

RAMPÍN.-  Vení, vení, tomá una chambela.

¡Va, tú! Haz venir del vino. Toma. Págalo. Ven presto. ¿Eres venido?

ESTUFERO.-  Ecome que vengo. Señora, tomad, bebed, bebé más.

LOÇANA.-  Bebe tú, que torrontés pareçe.

RAMPÍN.-  Vamos fuera prestamente, que ya son pagados estos borrachos.

ESTUFERO.-  Señora, das aquí la mancha.

LOÇANA.-  Si tú no me la has echado no tenía yo mancha ninguna.

RAMPÍN.-  No dize esso el beúdo, sino que llama el aguinaldo mancha, que es usanza.

LOÇANA.-  Pues dalde lo que se suele dar, que gran bellaco paresçe.

RAMPÍN.-  Adio.

ESTUFERO.-  ¡Adio, cavallieros de castillos!

LOÇANA.-  ¿Por dó hemos de ir?

RAMPÍN.-  Por acá, que aquí çerca está mi

TÍA.-  Veisla a la puerta.

LOÇANA.-  ¿Y qué es aquello que compra? ¿Son rábanos y negros son?

RAMPÍN.-  No son sino romarachas, que -son como rábanos y dizen en esta tierra que «quien come la romaracha y va en Nagona torna otra vez a Roma».

LOÇANA.-  ¿Tan dulçe cosa es?

RAMPÍN.-  No sé; ansí se dize. Es refrán.

TÍA.-  -¡Caminá, sobrino, prestáme un cuatrín!

RAMPÍN.-  De buena gana. Y un julio.

TÍA.-  -¡Norabuena vengáis, reina mía! ¡Toda venís sudada y fresca como una rosa! ¿Qué buscáis, sobrino? Todo está aparejado sino el vino; id a por ello y vení. Çenaremos, que vuestro tío está volviendo el assador.

RAMPÍN.-  Pues laváme essa calabaça en que lo traiga, que en dos saltos vengo.

TÍA.-  -¿Qué os pareçe, señora, d'este mi sobrino, que ansí fue siempre serviçial?

LOÇANA.-  Señora, que querría que fuese venido mi marido para que lo tomase y le hiziese bien.

TÍA.-  -¡Ay, señora mía, que merçed ganaréis, que son pobres!

LOÇANA.-  No curéis, señora; mi marido les dará en qué ganen.

TÍA.-  -Por mi vida, y a mi marido también, que bien sabe de todo y es persona sabida, aunque todos lo tienen por un asno, y es porque no es maliçioso. Y por su bondad no es él agora cambiador, que está esperando unas receptas y un estuche para ser médico. No se cura de honras demasiadas, que aquí se está ayudándome a repulgar y echar caireles a lo que yo cosso. ¿Venís, sobrino? Asentaos aquí cabe mí. Comed, señora.

LOÇANA.-  Si haré, que hambre tengo.

TÍA.-  -¿Oíslo? Vení, asentaos junto a essa señora, que os tiene amor y quiere que os asentéis cabe ella.

VIEJO.-  Sí haré de buen grado.

RAMPÍN.-  ¡Paso, tío, cuerpo de sant, que echáis la mesa en tierra!   -[fol. 11r]-   ¡Alçá el braço, mirá que derramaréis! ¿Quién me lo dixo a mí que lo habíades de hazer?

TÍA.-  -Assí, ansí veis caído el banco. Y la señora se habrá hecho mal.

LOÇANA.-  No he, sino que todo el vino me cayó ençima. Buen señal.

TÍA.-  -Id por más. ¿Y veis lo hecho? ¡Passaos aquí, que siempre hazéis vuestras cosas pesadas! ¡No cortés! Que vuestro sobrino cortará. ¿Veis? ¡Ay, çape, çape! ¡Allá va! Lo mejor se lleva el gato. ¿Por qué no esperáis? ¡Que paresçe que no habéis comido!

VIEJO.-  Dexáme hazer y terné mejor aliento para beber.

TÍA.-  -¿Venís, sobrino?

RAMPÍN.-  Vengo por alguna cosa en que lo traiga.

TÍA.-  -¿Y las dos garrafas?

RAMPÍN.-  Caí y quebrélas.

TÍA.-  -Pues tomá este jarro.

RAMPÍN.-  Este es bueno. Y si me dize algo el tabernero, dalle he con él.

TÍA.-  -Ansí lo hazé. Señora mía, yo me querría meter en un agujero y no ver esto cuando hay gente forastera en casa. Mas vos, señora, habéis de mirar que esta casa es vuestra.

LOÇANA.-  Más gana tengo de dormir que de otra cosa.

TÍA.-  -Sobrino, çená vossotros en tanto que vo e la ayudo a desnudar.

RAMPÍN.-  Señora, sí.



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Mamotreto XIV

Cómo torna su tía y demanda dónde ha de dormir Rampín, y lo que passaron la Loçana y su futuro criado en la cama


[TÍA.-]  -Dime, sobrino, ¿has de dormir allí con ella? Que no me ha dicho nada y por mi vida que tiene lindo cuerpo.

RAMPÍN.-  ¡Pues qué, si la viérades vos desnuda en la estufa!

TÍA.-  -Yo quisiera ser hombre, tan bien me ha paresçido. ¡Oh, qué pierna de muger! Y el neçio de su marido que la dexó venir sola a la tierra de Cornualla. Debe de ser cualque babión, o veramente que ella debe de ser buena de su cuerpo.

RAMPÍN.-  Yo lo veré esta noche, que, si puedo, tengo de pegar con sus bienes.

TÍA.-  -A otro que tú habría ella de menester, que le hallase mejor la bezmellerica y le hinchese la medida.

RAMPÍN.-  Andá, no curés. Que debaxo yaze buen bebedor, como dizen.

TÍA.-  -Pues allá dexé el candil. Va pasico, que duerme. Y cierra la puerta.

RAMPÍN.-  Sí haré. Buenas noches.

TÍA.-  -Va en buen hora.

LOÇANA.-  ¡Ay, hijo! ¿Y aquí os echastes? Pues dormí y cobijaos, que harta ropa hay. ¿Qué hazéis? ¡Mirá que tengo marido!

RAMPÍN.-  Pues no está agora aquí para que nos vea.

LOÇANA.-  Sí, mas sabello ha.

RAMPÍN.-  No hará. Esté queda un poquito.

LOÇANA.-  ¡Ay, qué bonito! ¿Y d'ésos sois? ¡Por mi vida que me levante!

RAMPÍN.-  No sea d'essa manera, sino por ver si soy capón, me dexéis deziros dos palabras con el dinguilindón.

LOÇANA.-  ¡No haré! La verdad te quiero dezir, que estoy virgin.

RAMPÍN.-  ¡Andá, señora, que no tenéis vos ojo de estar virgen! ¡Dexáme agora hazer, que no paresçerá que os toco!

LOÇANA.-  ¡Ay, ay, sois muy muchacho y no querría hazeros mal!

RAMPÍN.-  No haréis, que ya se me cortó el frenillo.

LOÇANA.-  ¿No os basta besarme y gozar de mí ansí, que queréis también copo y condedura? ¡Catá que me apretáis! ¿Vos pensáis que lo hallaréis? Pues hago's saber que esse hurón no sabe caçar en esta floresta.

RAMPÍN.-  Abrilde vos la puerta, que él hará su ofiçio a la machamartillo.

LOÇANA.-  Por una vuelta soy contenta. ¿Mochacho eres tú? Por esto dizen «guárdate del moço cuando le naze el boço». Si lo supiera, más presto soltaba riendas a mi querer. Pasico, bonico, quedico, no me ahinquéis. Andá conmigo, ¡por ahí van allá! ¡Ay, qué priesa os dais, y no miráis que está otrie en pasamiento sino vos! Catá que no soy de aquellas que se quedan atrás. Esperá, vezaros he: ¡ansí, ansí, por ahí seréis maestro! ¿Veis como va bien? Esto no sabíedes vos; pues no se os olvide. ¡Sus,   -[fol. 11v]-   dalde, maestro, enlodá, que aquí se verá el correr d'esta lanza, quién la quiebra! Y mirá que, «por muncho madrugar, no amanesçe más aína». En el cosso te tengo, la garrocha es buena, no quiero sino vérosla tirar. Buen prinçipio lleváis. Caminá, que la liebre está echada. ¡Aquí va la honra!

RAMPÍN.-  Y si la venço, ¿qué ganaré?

LOÇANA.-  No curéis, que cada cosa tiene su premio. ¿A vos vezo yo, que naçistes vezado? Daca la mano y tente a mí, que el almadraque es corto. Aprieta y ava y ahoya y todo a un tiempo. ¡A las clines, corredor! ¡Agora, por mi vida, que se va el recuero! ¡Ay, amores, que soy vuestra muerta y viva! Quitáos la camissa, que sudáis. (¡Cuánto había que no comía cocho! Ventura fue encontrar el hombre tan buen partiçipio a un pasto. Este tal majadero no me falte, que yo apetito tengo dende que nasçí, sin ajo y queso, que podría prestar a mis vizinas. Dormido se ha. En mi vida vi mano de mortero tan bien hecha. ¡Qué gordo que es! Y todo parejo. ¡Mal año para nabo de Xerez! Pareçe bisoño de Frojolón. La habla me quitó, no tenía por dó resollar. ¡No es de dejar este tal unicornio!) ¿Qué habéis, amores?

RAMPÍN.-  Nonada, sino demandaros de merçed que toda esta noche seáis mía.

LOÇANA.-  No más, ansí gozéis.

RAMPÍN.-  Señora, ¿por qué no? ¿Falté algo en la pasada? Emendallo hemos, que la noche es luenga.

LOÇANA.-  Disponé como de vuestro, con tanto que me lo tengáis secreto. ¡Ay, qué miel tan sabrosa! ¡No lo pensé! ¡Aguza, aguza, dale si le das, que me llaman en casa! ¡Aquí, aquí, buena como la primera, que no le falta un pelo! Dormí, por mi vida, que yo os cobijaré. Quite Dios de mis días y ponga en los tuyos, que cuanto enojo traía me has quitado. (Si fuera yo gran señora, no me quitara jamás éste de mi lado.) ¡Oh, pecadora de mí! ¿y despertéos? No quisiera.

RAMPÍN.-  Andá, que no se pierde nada.

LOÇANA.-  ¡Ay, ay, así va, por mi vida, que también camine yo! ¡Allí, allí me hormiguea! ¿Qué, qué, pasaréis por mi puerta? Amor mío, todavía hay tiempo. Reposá, alçá la cabeça, tomá esta almohada. (¡Mira qué sueño tiene, que no puede ser mejor! Quiérome yo dormir.)

AUCTOR.-  Quisiera saber escribir un par de ronquidos, a los cuales despertó él y, queriéndola besar, despertó ella, y dixo:

LOÇANA.-  ¡Ay, señor! ¿Es de día?

RAMPÍN.-  No sé, que agora desperté, que aquel cardo me ha hecho dormir.

LOÇANA.-  ¿Qué hazéis? ¿Y cuatro? A la quinta canta el gallo. ¡No estaré queda, no estaré queda hasta que muera! Dormí, que ya es de día, y yo también. Matá aquel candil, que me da en los ojos. Echaos y tirá la ropa a vos.

AUCTOR.-  Allí junto moraba un herrero, el cual se levantó a media noche y no les dexaba dormir. Y él se levantó a ver si era de día y, tornándose a la cama, la despertó, y dixo ella:

LOÇANA.-  ¿De dó venís? Que no's sentí levantar.

RAMPÍN.-  Fui allí fuera, que estos vezinos hazen de la noche día. Están las Cabrillas sobre este horno, que es la punta de la media noche y no nos dexan dormir.

LOÇANA.-  ¿Y en cueros salistes? Frío venís.

RAMPÍN.-  Vos me escallentaréis.

LOÇANA.-  Sí haré, mas no d'essa manera. ¡No más, que estoy harta, y me gastaréis la çena!

RAMPÍN.-  Tarde acordastes, que dentro yaz que no rabea. Harta me decís que estáis, y pareçe que començáis agora. Cansada creería yo más presto, que no harta.

LOÇANA.-  Pues, ¿quién se harta que no dexe un rincón para lo que viniere? ¡Por mi vida, que tan bien batís vos el hierro como aquel herrero! ¡A tiempo y fuerte, que es azero! Mi vida, ya no más, que basta hasta otro día, que yo no puedo mantener la tela, y lo demás sería gastar lo bueno. Dormí, que almorçar quiero en levantándome.

RAMPÍN.-  No curéis, que mi tía tiene gallinas y nos dará de los huevos y muncha   -[fol. 12r]-   manteca y la calabaça llena.

LOÇANA.-  Señor, sí diré yo como dezía la buena muger después de bien harta.

RAMPÍN.-  ¿Y cómo dezía?

LOÇANA.-  Dixo: «Harta de duelos con muncha manzilla», como lo sabe aquélla que no me dexará mentir.

AUCTOR.-  Y señaló a la calabaça.

RAMPÍN.-  Puta vieja era essa,. a la manteca llamaba manzillalobos.

LOÇANA.-  Luenga vala, júralo moço, y ser de Córdoba me salva. El sueño me viene; reposemos.

RAMPÍN.-  Soy contento. A este lado, y metamos la ilesia sobre el campanario.

AUCTOR.-   (Prosigue.) Era mediodía cuando vino la tía a despertallos, y dize:

TÍA.-  -¡Sobrino, abrí, catá el sol que entra por todo! ¡Buenos días! ¿Cómo habéis dormido?

LOÇANA.-  Señora, muy bien, y vuestro sobrino como lechón de viuda, que no ha meneado pie ni pierna hasta agora, que yo ya me sería levantada sino por no despertallo. Que no he hecho sino llorar pensando en mi marido, qué haze o dó está que no viene.

TÍA.-  -No toméis fatiga, andá acá, que quiero que veáis mi casa agora que no está aquí mi marido. Veis aquí en qué paso tiempo. ¿Queréis que os las quite a vos?

LOÇANA.-  Señora, sí, y después yo os pelaré a vos porque veáis qué mano tengo.

TÍA.-  -Esperá, traeré aquel pelador o escoriador y veréis que no dexa vello ninguno, que las jodías lo usan muncho.

LOÇANA.-  ¿Y de qué se haze este pegote o pellejador?

TÍA.-  -¿De qué? De trementina y de pez greca, y de calçina virgen y çera.

LOÇANA.-  Aquí do me lo posistes se me ha hinchado y es cosa suzia. Mejor se haze con vidrio sotil y muy delgado, que lleva el vello y haze mejor cara. Y luego un poco de olio de pepitas de calabaça y agua de flor de habas a la veneciana, que haze una cara muy linda.

TÍA.-  -Esso quiero que me vezéis.

LOÇANA.-  Buscá una redomilla quebrada. Mirá qué suave que es, y es cosa limpia.

TÍA.-  -No curéis, que si os caen en el rastro las cortesanas, todas querrán probar, y con esso que vos le sabéis dar, una ligereza, ganaréis cuanto quisiéredes, Dios delante. ¿Veis aquí dó viene mi marido?

VIEJO.-  Estéis en buen hora.

LOÇANA.-  Seáis bien venido.

VIEJO.-  Señora, ¿qué os ha paresçido de mi sobrino?

LOÇANA.-  Señor, ni amarga ni sabe a fumo.

TÍO.-  ¡Por mi vida, que tenéis razón! Mas yo fuera más al propósito que no él.

TÍA.-  -¡Mirá que se dexará dezir! ¡Se pasan los dos meses que no me dize qué tienes ahí y se quiere agora hazer gallo! ¡Para quien no's conosçe tenéis vos palabra!

LOÇANA.-  Señora, no os alteréis, que mi bondad es tanta que ni sus palabras, ni su sobrino no me empreñarán. Vamos, hijo, Rampín, que es tarde para lo que tenemos que hazer.

TÍA.-  -Señora, id sana y salva, y tornáme a ver con sanidad.



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Mamotreto XV

Cómo fueron mirando por Roma, hasta que vinieron a la Judería, y cómo ordenó de poner casa


LOÇANA.-  ¿Por dó hemos de ir?

RAMPÍN.-  Por aquí, por Plaça Redonda, y verés el templo de Panteón, y la sepultura de Lucrecia Romana, y el aguja de piedra que tiene la ceniza de Rómulo y Rémulo, y la Colona labrada, cosa maravillosa, y veréis Setemzoneis, y reposarés en casa de un compaño mío que me conosce.

LOÇANA.-  Vamos, que aquel vuestro tío sin pecado podría traer albarda. Ella paresce de buena condiçión. Yo la tengo de vezar munchas cosas que sé.

RAMPÍN.-  Desso os guardá. No vezéis a ninguna lo que sabéis; guardadlo para cuando lo habréis menester, y si no viene vuestro marido, podréis vos ganar la vida, que yo diré a todas que sabéis más que mi madre. Y si queréis que esté con vos, os iré a vender lo que hiziéredes, y os pregonaré que traéis secretos de Levante.

LOÇANA.-  Pues vení acá, que esso mismo quiero yo, que vos estéis comigo. Mirá que yo no tengo marido ni péname el amor, y de aquí os digo que os terné vestido y harto como barba de rey. Y no quiero   -[fol. 12v]-   que fatiguéis, sino que os hagáis sordo y bobo, y calléis aunque yo os riña y os trate de moço, que vos llevaréis lo mejor, y lo que yo ganare sabeldo vos guardar, y veréis si habremos menester a nadie. A mí me quedan aquí cuatro ducados para remediarme. Id, y compráme vos solimán, y lo haré labrado, que no lo sepan mirar cuantas lo hazen en esta tierra, que lo hago a la cordobesa, con saliva y al sol, que esto dizen que es lo que haze la madre a la hija; essotro es lo que haze la cuñada a la cuñada, con agua y al fuego, y si miran que no salte, ni se queme, sería bueno, y desto haré yo para el común. Mas agora he menester que sea loada y, como la primera vez les hará buena cara, siempre diré que lo paguen bien, que es de muncha costa y gran trabajo.

RAMPÍN.-  Aquí es el Aduana, mira si querés algo.

LOÇANA.-  ¿Qué aduanaré? Vos me habés llevado la flor.

RAMPÍN.-  ¿Veis allí una casa que se alquila?

LOÇANA.-  Véamosla.

RAMPÍN.-  Ya yo la he visto, que moraba una putilla allí, y tiene una cámara y una saleta, y paga diez ducados de carlines al año, que son siete e medio de oro, y ella la pagaba de en tres en tres meses, que seríen veinte e çinco carlines por tres meses. Y buscaremos un colchón y una silla para que hincha la sala, y así pasaréis hasta que vais entendiendo y conosciendo.

LOÇANA.-  Bien dezís. Pues vamos a mercar un morterico chiquito para comenzar a hazer cualque cosa que dé prinçipio al arte.

RAMPÍN.-  Sea ansí. Yo os lo traeré. Vamos primero a hablar con un jodío, que se llama Trigo, que él os alquilará todo lo que habéis menester y aun tomará la casa sobre sí.

LOÇANA.-  Vamos. ¿Conoçés alguno?

RAMPÍN.-  Mirá, es judío plático; dexá hazer a él, que él os publicará entre hombres de bien que paguen la casa y aun el comer.

LOÇANA.-  Pues esso hemos menester. Dezíme, ¿es aquél?

RAMPÍN.-  No, que él no trae señal, que es judío que tiene favor, y lleva ropas de seda vendiendo, y ésse no lleva sino ropa vieja y çulfaroles.

LOÇANA.-  ¿Qué plaga es ésta?

RAMPÍN.-  Aquí se llama Nagona, y si venís el miércoles veréis el mercado, que quiçá desde que naçistes no habéis visto mejor orden en todas las cosas. Y mirá qué es lo que queréis, que no falta nada de cuantas cosas naçen en la tierra y en el agua, y cuantas cosas se puedan pensar que sean menester abundantemente, como en Venecia y como en cualquier tierra de acarreto.

LOÇANA.-  Pues esso quiero yo que me mostréis. En Córdoba se haze los jueves, si bien me recuerdo:


Jueves, era jueves,
día de mercado,
convidó Hernando
los comendadores.

¡Oh si me muriera cuando esta endecha oí! No lo quisiera tampoco, que bueno es vivir. Quien vive loa al Señor. ¿Quién son aquellos que me miraron? ¡Para ellos es el mundo! ¡Y lóbregos de aquellos que van a pie, que van sudando, y las mulas van a matacaballo y sus mugeres llevan a las ancas!

RAMPÍN.-  Esso de sus mugeres... Son cortesanas. Y ellos deben de ser grandes señores pues mirá que por esso se dize «Nota Roma, triunfo de grandes señores, paraíso de putanas, purgatorio de jóvenes, infierno de todos, fatiga de bestias, engaño de pobres, peçiguería de bellacos».

LOÇANA.-  ¿Qué predica aquél? Vamos allá.

RAMPÍN.-  Predica cómo se tiene de perder Roma y destruirse en el año XXVII, mas dízelo burlando. Este es el Campo de Flor, aquí es en medio de la çibdad. Éstos son charlatanes, sacamuelas y gastapotras, que engañan a los villanos y a los que son nuevamente venidos, que aquí los llaman bisoños.

LOÇANA.-  ¿Y con qué los engañan?

RAMPÍN.-  ¿Veis aquella raíz que él tiene en la mano? Está diziendo que quita el dolor de los dientes, y que lo dará por un bayoque, que es cuatro cuatrines. Hará más de çiento de aquéllos, si halla quien los   -[fol. 13r]-   compre: tantos bayoques hará. ¡Y mirá el otro cuero hinchado, aquel papel que muestra! Está diziendo que tiene polvos para vermes, que son lombrizes, y mirá qué priesa tiene, y después será cualque cosa que no vale un cuatrín, y dize mill farándulas y a la fin, todo nada. Vamos, que «un loco haze ciento».

LOÇANA.-  ¡Por mi vida, que no son locos! Dezíme, ¿quién mejor sabio que quien sabe sacar dinero de bolsa agena sin fatiga? ¿Qué's aquello, que están allí en torno aquél?

RAMPÍN.-  Son moços que buscan amos.

LOÇANA.-  ¿Y aquí vienen?

RAMPÍN.-  Señora, sí. Veis allí dó van dos con aquel caballero, que no ture más el mal año que ellos turarán con él.

LOÇANA.-  ¿Cómo lo sabéis vos? Aquella agüela de las otras lavanderas me lo dixo ayer, que cada día en esta tierra toman gente nueva.

RAMPÍN.-  ¿Qué sabe la puta vieja, çinturona segundina? Cuando son buenos los famillos y guardan la ropa de sus amos, no se parten cada día, mas si quieren ser ellos patrones de la ropa que sus amos trabajan, çierto es que los enviarán a Turullote. Mirá, los moços y las fantescas son los que diffaman las casas, que siempre van diziendo mal del patrón, y siempre roban más que ganan, y siempre tienen una caxa fuera de casa, para lo que urja. Y ellas quieren tener un amigo que venga de noche, y otramente no estarán, y la gran nesçesidad que tienen los amos se lo hazen comportar, y por esso mudan pensando hallar mejor, y solamente son bien servidos el primer mes. No hay mayor fatiga en esta tierra que es mudar moços, y no se curan, porque la tierra lo lleva, que si uno los dexa, otro los ruega, y así ni los moços hazen casa con dos solares, ni los amos los dexan sus herederos, como hazen en otras tierras. Pensá que yo he servido dos amos en tres meses, que estos çapatos de seda me dio el postrero, que era escudero y tiníe una puta, y comíamos comprado de la taberna, y ella era golosa y él pensaba que yo le comía unas sobras que habían quedado en la tabla, y por esso me despidió. Y como no hize partido con él, que estaba a discripçión, no saqué sino estos çapatos a la françessa. Esperança tenía que me había de hazer del bien si le sobraba a él.

LOÇANA.-  ¿Y dezísmelo de verdad? ¿Luego vos no sabéis que se dize que «la esperança es fruta de neçios», como vos, y majaderos como vuestro amo?



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Mamotreto XVI

Cómo entran a la Judería y veen las sinogas y cómo viene Trigo, Judio, a ponelle casa


LOÇANA.-  Aquí bien huele. Convite se debe hazer. ¡Por mi vida, que huele a porqueta asada!

RAMPÍN.-  ¿No veis que todos estos son judíos, y es mañana sábado que hazen el adafina? Mirá los braseros y las ollas ençima.

LOÇANA.-  Sí, por vuestra vida. Ellos sabios en guisar a carbón, que no hay tal comer como lo que se cozina a fuego de carbón y en olla de tierra. Dezíme, ¿qué es aquella casa que tantos entran?

RAMPÍN.-  Vamos allá y vello hés. Esta es sinoga de catalanes, y ésta de abaxo es de mugeres. Y allí son tudescos, y la otra françesses, y ésta de romanescos e italianos, que son los más neçios judíos que todas las otras naçiones, que tiran al gentílico y no saben su ley. Más saben los nuestros españoles que todos, porque hay entre ellos letrados y ricos y son muy resabidos. Mirá allá donde están. ¿Qué   -[fol. 13v]-   os paresçe? Ésta se lleva la flor. Aquellos dos son muy amigos nuestros, y sus mugeres las conozco yo, que van por Roma vezando oraçiones para quien se ha de casar, y ayunos a las moças para que paran el primer año.

RAMPÍN.-  Yo sé, mejor que no ellas, hazer esso espesso con el plomo derretido. Por ahí no me llevarán, que las moras de Levante me vezaron engañar bobas. En una cosa de vidrio, como es un orinal limpio, y la clara de un huevo, les haré ver maravillas para sacar dinero de bolsa agena diziendo los hurtos.

RAMPÍN.-  Si yo sabía esso cuando me hurtaron unos guantes que yo los había tomado a aquel mi amo, por mi salario, fueran agora para vos, que eran muy lindos. Y una piedra se le cayó a su amiga, y halléla. Veisla aquí. Que ha espendido dos ducados en judíos que endebinasen, y no le han sabido dezir que yo la tenía.

LOÇANA.-  Mostrá. ¡Este diamante es! Vendámoslo, y diré yo que lo traigo de Levante.

RAMPÍN.-  Sea ansí. Vamos al mesmo jodío, que se llama Trigo. ¿Veislo? Allá sale. Vamos tra él, que aquí no hablará si no dize la primera palabra «oro», porque lo tienen de buen agüero.

LOÇANA.-  «¡No es oro lo que oro vale!»

TRIGO.-  ¿Qué es esso que dezís, señora ginovesa? «El buen jodío, de la paja haze oro.» Ya no me puede faltar el Dío, pues que de oro habló. Y vos, pariente, ¿qué buscáis? ¿Venís con esta señora? ¿Qué ha menester? Que ya sabéis vos que todo se remediará, porque su cara muestra que es persona de bien. Vamos a mi casa. Entrá. ¡Tina! ¡Tina! ¡Ven abaxo, daca un coxín para esta señora, y apareja que coman algo de bueno!

LOÇANA.-  No aparejés nada, que hemos comido.

JODÍO.-  Haga buen pro, como hizo a Jacó.

LOÇANA.-  Hermano, ¿qué le diremos primero?

RAMPÍN.-  Dezilde de la piedra.

LOÇANA.-  ¿Veis aquí? Querría vender esta joya.

JODÍO.-  ¿Esto en la mano lo tenéis? Buen diamante fino paresçe.

LOÇANA.-  ¿Qué podrá valer?

JODÍO.-  Yo's diré; si fuese aquí cualque gran señor veneciano que lo tomasse, presto haríamos a despachallo. Vos, ¿en qué presçio lo tenéis?

LOÇANA.-  En veinte ducados.

JODÍO.-  No los hallaréis por él, mas yo's diré. Quédeseme acá hasta mañana, y veremos de serviros que, cuando halláremos quien quiera desbolsar diez, será maravilla.

RAMPÍN.-  Mirá; si los halláis luego, daldo.

JODÍO.-  Esperáme aquí. ¿Traés otra cosa de joyas?

LOÇANA.-  Non agora. ¿Veis que judío tan diligente?

RAMPÍN.-  Veislo, aquí torna.

JODÍO.-  Señora, ya se ha mirado y visto. El platero da seis solamente y, si no, veislo aquí sano y salvo, y no dará más, y aún dize que vos me habéis de pagar mi fatiga y corretaje y dixo que tornase luego. Si no, que no daría después un cuatrín.

LOÇANA.-  Dé siete y págueos a vos, que yo también haré mi débito.

JODÍO.-  Dessa manera ocho serán.

LOÇANA.-  ¿A qué modo?

JODÍO.-  Siete por la piedra y uno a mí por el corretaje, caro sería, y el primer lançe no se debe perder, que çinco ducados buenos son en Roma.

LOÇANA.-  ¿Cómo çinco?

JODÍO.-  Si me pagáis a mí uno, no le quedan a vuestra merçed sino çinco, que es el caudal de un judío.

RAMPÍN.-  Vaya, déselo, que estos jodíos, si se arrepienten, no haremos nada. Andá, Trigo, daldo, y mirá si podéis sacalle más.

JODÍO.-  Esso, por amor de vos, lo trabajaré yo.

RAMPÍN.-  Vení presto.

LOÇANA.-  Mirá qué casa tiene este judío. Este tabardo quiero que me cambie.

RAMPÍN.-  Sí hará. ¿Veislo? Viene.

JODÍO.-  Ya se era ido. Hezístesme detener. Agora no hallaré quien lo tome sino fiado. ¡Tina! Ven acá. Dame tres ducados de la caxa, que mañana yo me fatigaré aunque sepa perder cualque cosilla. Señora, ¿dó moráis, para que yo os lleve el resto? Y mirá qué otra cosa os puedo   -[fol. 14r]-   yo servir.

LOÇANA.-  Este mançebito me dize que os conosçe y que sois muy bueno y muy honrado.

JODÍO.-  Honrados días viváis vos y él.

LOÇANA.-  Yo no tengo casa; vos me habéis de remediar de vuestra mano.

JODÍO.-  Sí, bien. ¿Y a qué parte la queréis de Roma?

LOÇANA.-  Do veáis vos que estaré mejor.

JODÍO.-  Dexá hazer a mí. Vení vos comigo, que sois hombre. ¡Tina! Apareja un almofrex o matalaçe y un xergón limpio y essa silla pintada y aquel forçel.

TINA.-  ¿Qué forçel? No's entiendo.

JODÍO.-  Aquel que me daba diez y ocho carlines por él la Portuguesa que vino aquí ayer.

TINA.-  ¡Ya, ya!

JODÍO.-  ¿Queréis mudar vestidos?

LOÇANA.-  Sí, también.

JODÍO.-  Dexáme hazer, que esto os está mejor; volvéos. Si para vos se hiziera, no estuviera más a propósito. Esperá. ¡Tina! Daca aquel paño listado que compré de la Imperia, que yo te la haré a esta señora única en Roma.

LOÇANA.-  No curéis, que todo se pagará.

JODÍO.-  Todo os dize bien, si no fuesse por essa picadura de mosca. Graçia tenéis vos, que vale más que todo.

LOÇANA.-  Yo haré de modo que çegará a quien bien me quisiere, que «los duelos con pan son buenos». Nunca me mataré por nadie.

JODÍO.-  Procurá vos de no haber menester a ninguno, que como dize el judío, «no me veas mal pasar, que no me verás pelear».

LOÇANA.-  Son locuras dezir esso.

JODÍO.-  Mirá por qué lo digo, porque yo querría, si pudiesse ser, que hoy en este día fuéssedes rica.

LOÇANA.-  ¿Es el culantro hervir, hervir?

JODÍO.-  ¡Por vida d'essa cara honrada que más valéis que pensáis! Vamos a traer un ganapán que lleve todo esto.

RAMPÍN.-  Veis allí uno. Llamaldo vos, que la casa yo sé dó está. Tres tanto pareçéis mejor desa manera. Id vos delante, buen judío, que nosotros nos iremos tras vos.

JODÍO.-  ¿Y dónde es essa casa que dezís?

RAMPÍN.-  A la Aduana.

JODÍO.-  Bueno, ansí gozen de vos; pues no tardéis, que yo la pagaré. Y esta escoba para limpialla con buena manderecha.



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Mamotreto XVII

Informaçión que interpone el Autor para que se entienda lo que adelante ha de seguir


AUTOR.-  «El que siembra alguna virtud coge fama; quien dize la verdad cobra odio.» Por eso notad: estando escribiendo el pasado capítulo, del dolor del pie dexé este cuaderno sobre la tabla, y entró Rampín y dixo: «¿Qué testamento es éste?» Púsolo a enxugar y dixo: «Yo venía a que fuéssedes a casa, y veréis más de diez putas, y quién se quita las çejas y quién se pela lo suyo. Y como la Loçana no es estada buena jamás de su mal, el pelador no tenía harta atanquía, que todo era calçina. Hasse quemado una bolonesa todo el pegujar, y possímosle búturo y dímosle a entender que eran blanduras; allí dexó dos julios, aunque le pesó. Vení, que reiréis con la hornera que está allí, y dize que traxo a su hija virgen a Roma, salvo que con el palo o cabo de la pala la desvirgó; y miente, que el sacristán con el cirio pascual se lo abrió.»

AUTOR.-  ¿Cómo? ¿Y su madre la traxo a Roma?

RAMPÍN.-  Señor, sí, para ganar, que era pobre. También la otra vuestra muy querida dize che ella os sanará. Mirá que quieren hazer berengenas en conserva, que aquí llevo clavos de gelofe, mas no a mis espensas, que también sé yo hazer del neçio, y después todo se queda en   -[fol. 14v]-   casa. ¿Queréis venir? Que todo el mal se os quitará si las veis.

AUTOR.-  No quiero ir, que el tiempo me da pena; pero dezí a la Loçana que un tiempo fue que no me hiz:iera ella essos harrumacos, que ya veo que os envía ella, y no quiero ir porque dizen después que no hago sino mirar y notar lo que passa, para scribir después, y que saco dechados. ¿Piensan que si quisiesse dezir todas las cossas que he visto, que no sé mejor replicallas que vos, que ha tantos años que estáis en su compañía? Mas soyle yo servidor como ella sabe, y es de mi tierra o cerca d'ella, y no la quiero enojar. ¿Y a vos no's conosçí yo en tiempo de Julio segundo en Plaça Nagona, cuando sirvíedes al señor canónigo?

RAMPÍN.-  Verdad dezís, mas estuve poco.

AUTOR.-  Esso, poco. Allí os vi moliendo no sé qué.

RAMPÍN.-  Sí, sí, verdad dezís. ¡Oh, buena casa y venturosa! Más ganaba ella entonçes allí, que agora la meitad, porque passaban ellas desimuladas, y se entraban allí calla callando. ¡Mal año para la de los Ríos, aunque fue muy famosa! Mirá qué le acontesçió: no ha cuatro días vino allí una muger lombarda, que son bobas, y era ya de tiempo, y dixo que la remediase, que ella lo pagaría, y dixo: «Señora, un palafrenero que tiene mi amistad no viene a mi casa más ha de un mes. Quería saber si se ha envuelto con otra.» Cuando ella oyó esto, me llamó y dixo: «Dame acá aquel espejo de alinde.» Y miró y respondióle: «Señora, aquí es menester otra cosa que palabra; si mi traés las cosas que fueren menester, serés servida.» La lombarda dixo: «Señora, ved aquí çinco julios.» La Loçana dixo: «Pues andá vos, Rampín.» Yo tomé mis dineros, y traigo un maravedí de plomo, y vengo y digo que no hay leña, sino carbón, y que costó más, y ella dixo que no se curaba. Yo hize buen fuego, que teníamos de assar un ansarón para çenar, que venía allí una putilla con su amigo a çena, y ansí la hizo desnudar, que era el mejor deporte del mundo, y le echó el plomo por debaxo en tierra, y ella en cueros. Y mirando en el plomo, le dixo que no tenía otro mal sino que estaba detenido, pero que no se podía saber si era de muger o de otrie, que tornasse otro día y veríalo de más espacio. Dixo ella: «¿Qué mandáis que traiga?» Loçana: «Una gallina negra y un gallo que sea de un año, y siete huevos que sean todos nasçidos aquel día, y traéme una cosa suya.» Dixo ella: «¿Traeré una agujeta o una escofia?» La Loçana: «Sí, sí.» Y sorraba mi perrica. Y más contenta viene otro día cargada, e traxo otros dos julios, y metió ella la clara de un huevo en un orinal, y allí le demostró cómo él estaba abraçado con otra, que tenía una vestidura azul. Y hezímosle matar la gallina y lingar el gallo con su estringa, y assí le dimos a entender que la otra presto moriría, y que él quedaba ligado con ella y no con la otra, y que presto vernía. Y ansí se fue, y nosotros comimos una capirotada con muncho queso.

AUTOR.-  A éssa me quisiera yo hallar.

RAMPÍN.-  Vení a casa, que también habrá para vos.

AUTOR.-  ¡Andé, puerco!

RAMPÍN.-  «¡Tanto es Pedro de Dios!»

AUTOR.-  «¡Que no te medre Dios!»

RAMPÍN.-  Vení vos y veréis el gallo, que para otro día lo tenemos.

AUTOR.-  Pues sea ansí, que me llaméis, y yo pagaré el vino.

RAMPÍN.-  Sí haré. Saná presto. ¿No queréis vos hazer lo que hizo ella para su mal, que no cuesta sino dos ducados? Que por su fatiga no quería ella nada, que todo sería un par de calças para esta invernada. Mirá, ya ha sanado en Velitre a un español de lo suyo, y a cabo de ocho días se lo quiso hazer, y era persona   -[fol. 15r]-   que no perdiera nada, y porque andaban entonçes por desposarnos a mí y a ella, porque çessasse la peste, no lo hizo.

AUTOR.-  ¡Anda, que eres bobo! Que ya sé quién es y se lo hizo, y le dio un tabardo o caparela para que se desposasse. Ella misma nos lo contó.

RAMPÍN.-  ¿Pues veis ahí por qué lo sanó?

AUTOR.-  Esso pudo ser por graçia de Dios.

RAMPÍN.-  Señor, no, sino con su ungüento. Son más de cuatro que la ruegan, y porque no sea lo de Faustina, que la tomó por muerta y la sanó y después no la quiso pagar, dixo que un voto que hizo la sanó, y diole el paga: ¡nunca más empacharse con romanescas!

AUTOR.-  Ora andad en buena hora y encomendámela, y a la otra desvirgaviejos, que soy todo suyo. ¡Válaos Dios!

RAMPÍN.-  No, que no caí.

AUTOR.-  ¡Tenéos bien, que está peligrosa essa escalera! ¿Caíste? ¡Válate el diablo!

RAMPÍN.-  ¡Agora sí que caí!

AUTOR.-  ¿Hezistes os mal? Poneos este paño de cabeça.

RAMPÍN.-  Ansí me iré hasta casa que me ensalme.

AUTOR.-  ¿Qué ensalme te dirá?

RAMPÍN.-  El del mal francorum.

AUTOR.-  ¿Cómo dize?

RAMPÍN.-
«Eran tres cortesanas
y tenían tres amigos,
pajes de franquilano:
la una lo tiene público,
y la otra muy callado;
a la otra le vuelta
con el lunario.
Quien esta oración dixere
tres vezes a rimano,
cuando nace sea sano. Amén.»



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Mamotreto XVIII

Prossigue el Autor, tornando al décimosexto mamotreto. Que, veniendo de la Judaica, dize Rampín


RAMPÍN.-  Si aquel jodío no se adelantara, esta gelosía se vende, y fuera buena para una ventana. Y es gran reputaçión tener gelosía.

LOÇANA.-  ¿Y en qué veis que se vende?

RAMPÍN.-  Porque tiene aquel ramico verde puesto, que aquí a los caballos o a lo que quieren vender le ponen una hoja verde sobre las orejas.

LOÇANA.-  Para esso mejor será poner el ramo sin la gelosía y venderemos mejor.

RAMPÍN.-  ¿Más ramo queréis que Trigo, que lo dirá por cuantas casas de señores hay en Roma?

LOÇANA.-  Pues veis ahí, a vos quiero yo que seáis mi gelosía, que yo no tengo de ponerme a la ventana, sino cuando muncho asomaré las manos. ¡Oh, qué lindas son aquellas dos mugeres! Por mi vida, que son como matronas. No he visto en mi vida cosa más honrada ni más honesta.

RAMPÍN.-  Son romanas prinçipales.

LOÇANA.-  Pues ¿cómo van tan solas?

RAMPÍN.-  Porque ansí lo usan. Cuando van ellas fuera, unas a otras se acompañan, salvo cuando va una sola, que lleva una sierva, mas no hombres, ni más mugeres, aunque sea la mejor de Roma. Y mirá que van sesgas; y aunque vean a uno que conozcan, no le hablan en la calle, sino que se apartan de ellos y callan, y ellas no abaxan cabeça ni hazen mudança, aunque sea su padre ni su marido.

LOÇANA.-  ¡Oh, qué lindas son! Passan a cuantas naçiones yo he visto, y aun a Violante la hermosa, en Córdoba.

RAMPÍN.-  Por esso dizen:


«Vulto romano y cuerpo senés
andar florentín y parlar boloñés.»

LOÇANA.-  ¡Por mi vida, que en esto tienen razón! Essotro miraré después. Verdad es que las senesas son gentiles de cuerpo, porque las he visto que sus cuerpos pareçen torres iguales. Mirá allá cuál viene aquella vieja cargada de cuentas y más barbas que el Çid Ruy Díaz.

VIEJA.-  ¡Ay, mi alma, pareçe que os he visto y no sé dónde! ¿Por qué habés mudado vestidos? No me recordaba. ¡Ya, ya! Dezíme, ¿y habéis os hecho puta? ¡Amarga de vos, que no lo podéis çufrir, que es gran trabajo!

LOÇANA.-  ¡Mirá   -[fol. 15v]-   qué vieja raposa! ¡Por vuestro mal sacáis el ageno! ¡Puta vieja, çimitarra, piltrophera, soislo vos dende que naçistes, y pésaos porque no podéis! ¡Nunca yo medre si vos dezís todas essas cuentas!

VIEJA.-  No lo digáis, hija, que cada día las passo siete y siete, con su gloria al cabo.

LOÇANA.-  Ansí lo creo yo, que vos bebedardos sois. ¿Por qué no estáis a servir a cualque hombre de bien, y no andaréis de casa en casa?

VIEJA.-  Hija, yo no querría servir donde hay muger, que son terribles de comportar. Quieren que hiléis para ellas y que las acompañéis. Y «haz: aquí y toma allí, y esto no está bueno». Y «¿qué hazéis con los moços?» «¡Comé presto y vení acá!» «¡Enxaboná y mirá no gastéis muncho xabón!» «¡Xaboná estos perricos!» Y aunque xabonéis como una perla, mal agradeçido, y nada no está bien, y no miran si el hombre se vido en honra y tuvo quien la sirviesse, sino que bien dixo quien dixo que «no hay cosa tan incomportable ni tan fuerte como la muger rica». Ya cuando servís en casa de un hombre de bien, contento él y el canavario, contento todo el mundo. Y todos os dizen: «Ama, hiláis para vos.» Podéis ir a estaçiones y a ver vuestros conoçientes, que nadie no's dirá nada, y si tornáis tarde, los moços mismos os encubren, y tal casa de señor hay que os quedáis vos dona y señora. Y por esso me voy agora a buscar si hallase alguno, que le ternía limpio como un oro, y miraría por su casa, y no querría sino que me tomasse a salario, porque a discreçión no hay quien la tenga, por mis pecados. Y mirá, aunque soy vieja, so para revolver una casa.

LOÇANA.-  Yo lo creo, y aun una çibdad, aunque fuesse el Caire o Millán.

VIEJA.-  ¿Esta casa habés tomado? Sea en buen punto con salut. Mal ojo tiene: moça para Roma y vieja a Benavente. Allá la espero.

TRIGO.-  Sobí, señora, en casa vuestra. Veisla adereçada y pagada por seis messes.

LOÇANA.-  Esso no quisiera yo, que ya no me puede ir bien en esta casa, que aquella puta vieja, santiguadera, se desperezó a la puerta y dixo «afán, mal afán venga por ella». Y yo, por dar una coz a un perro que estaba allí, no miré y metí el pie izquierdo delante, y mirá qué numblo tornó en entrando.

JODÍO.-  No curéis, que «Habenrruiz y Abenrrey serán en Israel». Y por vuestra vida y de quien bien os quiere, porque so yo el uno, que iré y enviaré quien pague la casa y la çena. Y vos, pariente, aparejáme essos dientes. No's desnudéis, sino estaos así, salvo el paño listado, que no lo rompáis; y si alguno viniere, hazé vos como la de Castañeda, que «el molino andando gana».



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Mamotreto XIX

Cómo, después de ido Trigo, vino un mastresala a estar la siesta con ella y después un maçero, y el valijero de Su Señoría


LOÇANA.-  Por mi vida que me meo toda, antes que venga nadie.

RAMPÍN.-  Hazé presto que veis allí uno. Viene, que yo lo conosco.

LOÇANA.-  ¿Y quién es?

RAMPÍN.-  Un mastresala de secreto, hombre de bien. Vuestros çinco julios no's pueden faltar.

MASTRESALA.-  Dezí, mançebo, ¿está aquí una señora que es venida agora poco ha?

RAMPÍN.-  Señor, sí, mas está ocupada.

MASTRESALA.-  Dezilda que Trigo me mandó que veniesse a hablalla.

  -[fol. 16r]-  

RAMPÍN.-  Señor, está en el lecho, que viene cansada. Si queréis esperar, ella le hablará desde aquí.

MASTRESALA.-  ¡Andá! ¿Véola yo la mano y está nel lecho? ¡Pues ahí la querría yo! Dezí que no la quite, que de oro es y aun más preçiosa. ¡Oh, pese a tal con la puta, y qué linda debe de ser! Si me ha entendido aquel harbadanças, ducado le daré. ¿Qué dize essa señora? ¿Quiere que muera aquí?

RAMPÍN.-  Luego, señor.

MASTRESALA.-  Pues vení vos abaxo, mirá qué os digo.

RAMPÍN.-  ¿Qué es lo que manda vuestra merçed?

MASTRESALA.-  Tomá, veis ahí para vos, y soliçitá que me abra.

RAMPÍN.-  Señor, sí. Tiri, tiri, taña. Mirá para mí. Abriréle, que se enfría.

LOÇANA.-  Asomaos allí primero, mirá qué dize.

MASTRESALA.-  ¡Hola! ¿Es hora?

RAMPÍN.-  Señor, sí; que espere vuestra merçed, que quiere ir fuera, y ahí la hablará.

MASTRESALA.-  ¡No, pese a tal, que me echáis a perder! Sino ahí, en casa, que luego me salgo.

RAMPÍN.-  Pues venga vuestra ecellencia.

MASTRESALA.-  Beso las manos de vuestra merçed, mi señora.

LOÇANA.-  Yo las de vuestra merçed, que deseo me quita de un mi hermano.

MASTRESALA.-  Señora, para serviros, más que hermano. ¿Qué le pareçe a vuestra merçed de aquesta tierra?

LOÇANA.-  Señor, diré como forastera: «La tierra que me sé, por madre me la he. » Çierto es que hasta que vea, ¿por qué no le tomaré amor?

MASTRESALA.-  Señora, vos sois tal y haréis tales obras, que no por hija, mas por madre quedaréis desta tierra. Vení acá, mançebo, por vuestra vida, que me vais a saber qué hora es.

LOÇANA.-  Señor, ha de ir comigo a comprar çiertas cosas para casa.

MASTRESALA.-  Pues sea desta manera. Tomá, hermano; veis ahí un ducado. Id vos solo, que hombre sois para todo, que esta señora no es razón que vaya fuera a estas horas. Y vení presto, que quiero que vais comigo para que traigáis a esta señora çierta cosa que le plazera.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MASTRESALA.-  Señora, por mi fe, que tengo que ser vuestro y vos mía.

LOÇANA.-  Señor, mereçimiento tenéis para todo. Yo, señor, vengo cansada, ¿y vuestra merçed se desnuda?

MASTRESALA.-  Señora, puédolo hazer, que parte tengo en la cama, que dos ducados di a Trigo para pagalla, y más agora que soy vuestro yo y cuanto tengo.

LOÇANA.-  «Señor, dixo el çiego que deseaba ver.»

MASTRESALA.-  Esta cadenica sea vuestra, que me pareçe que os dirá bien.

LOÇANA.-  Señor, vos estos corales al braço, por mi amor.

MASTRESALA.-  Estos pondré yo en mi coraçón, y quede con Dios, y cuando venga su criado, vaya a mi estancia, que bien la sabe.

LOÇANA.-  Sí hará.

MASTRESALA.-  Este beso sea para empressa.

LOÇANA.-  Empressa con rescate de amor fiel, que vuestra presencia me ha dado, seré siempre leal a conservarlo. ¿Venís, calcotejo? Sobí. ¿Qué traés?

RAMPÍN.-  El espejo que os dexastes en casa de mi madre.

LOÇANA.-  Mostrá. Bien habéis hecho. ¿No me miráis la cadenica?

RAMPÍN.-  ¡Buena, por mi vida! ¡Hi, hi, hi! ¿Que's axó? Veis aquí dó vienen dos.

LOÇANA.-  Mirá quién son.

RAMPÍN.-  El uno conozco, que lleva la maça de oro y es persona de bien.

MACERO.-  A vos, hermano. ¡Hola! ¿Mora aquí una señora que se llama la Loçana?

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MACERO.-  Pues dezilda que venimos a hablalla, que somos de su tierra.

RAMPÍN.-  Señores, dize que no tiene tierra, que ha sido criada por tierras agenas.

MACERO.-  ¡Juro a tal, que a dicho bien, que «el hombre nasce y la muger donde va»! Dezí a su merçed que la deseamos ver.

RAMPÍN.-  Señores, dize que otro día la veréis que haga claro.

MACERO.-  ¡Voto a san, que tiene razón! Mas no tan claro como ella lo dize. Dezí a su señoría que son dos caballeros que la desean servir.

RAMPÍN.-  Dize que no podéis servir   -[fol. 16v]-   a dos señores.

MACERO.-  ¡Voto a mi, que es letrada! Pues dezilde a esa señora que nos mande abrir, que somos suyos.

RAMPÍN.-  Señores, que esperen un poco, que está ocupada.

MACERO.-  Pues vení vos abaxo.

RAMPÍN.-  Que me plaze.

MACERO.-  ¿Quién está con esa señora?

RAMPÍN.-  Ella sola.

MACERO.-  ¿Y qué haze?

RAMPÍN.-  Está llorando.

MACERO.-  ¿Por qué, por tu vida, hermano?

RAMPÍN.-  Es venida agora y ha de pagar la casa, y demándanle luego el dinero, y ha de comprar baratijas para la casa, y no se halla con mill ducados.

MACERO.-  Pues torná vos la mancha y rogá que nos abra, que yo le daré para que pague la casa, y este señor le dará para el resto. Andad, sed buen truxamante.

RAMPÍN.-  Señor, sí. Luego torno. Señora, mirá qué me dio.

LOÇANA.-  ¿Qué es eso?

RAMPÍN.-  La mancha. Y dará para la casa. ¿Queréis que abra?

LOÇANA.-  Asomaos y dezí que entre.

RAMPÍN.-  Pues mojaos los ojos, que les dixe que llorábades.

LOÇANA.-  Sí haré.

RAMPÍN.-  Señores, si les plaze entrar...

MACERO.-  ¡Oh, cuerpo de mí, no deseamos otra cosa! Besamos las manos de vuestra merçed.

LOÇANA.-  Señores, yo las vuestras. Siéntense aquí, sobre este cofre, que, como mi ropa viene por mar y no es llegada, estoy encogida, que nunca en tal me vi.

MACERO.-  Señora, vos en medio, porque sea del todo en vos la virtud, que la lindeza ya la tenéis.

LOÇANA.-  Señor, yo no soy hermossa, mas assí me quieren en mi casa.

MACERO.-  ¡No lo digo por esso, que lo sois, voto a mí, pecador! Señora, esta tierra tiene una condiçión: que quien toma plazer poco o asaz, vive muncho, y por el contrario. Así que quiero dezir que lo que se debe, este señor y yo lo pagaremos, y tomá por plazer. Y aunque sea descortesía, con liçençia y seguridad me perdonará.

LOÇANA.-  Así lo hazés. Más vale ese besso que la medalla que traés en la gorra.

MACERO.-  ¡Por mi vida, señora! ¿Súpo's bien?

LOÇANA.-  Señor, es beso de caballero, y no podía ser sino sabroso.

MACERO.-  Pues, señora, servíos de la medalla y de la gorra, por mi amor. Y por vida de vuestra merçed, que os dize bien. No en balde os dezís la Loçana, que todo os está bien. Señora, dad liçençia a vuestro criado que se vaya con este señor, mi amo, y me enviará otra con que me vaya.

LOÇANA.-  Vuestra merçed puede mandar como de suyo. Vaya donde mandare.

VALIJERO.-  Señora, ¿manda vuestra merçed que venga con mi valija?

LOÇANA.-  Señor, según la valija.

VALIJERO.-  Señora, llena, y verné a la noche.

LOÇANA.-  Señor, venid que antorcha hay para que os vays.

VALIJERO.-  Beso las manos de vuestra merçed. Vení vos, hermano, que lo manda su merçed.

RAMPÍN.-  Sí haré. Comiençe a caminar.

VALIJERO.-  Dezíme, hermano. ¿Esta señora tiene ninguno que haga por ella?

RAMPÍN.-  Señor, no.

VALIJERO.-  Pues, ¿quién la traxo?

RAMPÍN.-  Viene a pleitear çiertos dineros que le deben.

VALIJERO.-  Si ansí es, bien es. Tomá y llevalde esta gorra de grana a aquel caballero y dezí a la señora que çene esto por amor de mí, que sé que le sabrán bien, que son empanadas.

RAMPÍN.-  Señor, sí. Más estimará esto que si fuera otra cosa, porque es gran comedora de pescado.

VALIJERO.-  Por esso, mejor, que yo enviaré el vino, y será de lo que bebe su siñoría.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MACERO.-  Señora, a la puerta llaman.

LOÇANA.-  Señor, mi criado es.

MACERO.-  Pues esperá. Entra y çierra.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MACERO.-  Señora, yo me parto, aunque no quisiera.

LOÇANA.-  Señor, acá queda metido en mi ánima. Hadraga, ¿qué traéis?

RAMPÍN.-  ¡Maravillas, voto a mí! Y mirá qué gato soriano que hallé en el camino, si podía ser más bello.

LOÇANA.-  ¡Pareçe que es hembra!

RAMPÍN.-  No es, sino que está castrado.

LOÇANA.-  ¿Y cómo lo tomaste?

RAMPÍN.-  Eché la capa y él estuvo quedo.

LOÇANA.-  Pues hazé vos ansí siempre, que hinchiremos la casa a tuerto y a derecho. Esso me plaze, que sois hombre de la vida y no venís vazío a casa. Mirá quién llama y, si es el de la valija, entre,   -[fol. 17r]-   y vos dormiréis arriba, sobre el axuar de la frontera.

RAMPÍN.-  No curéis, que a todo me hallaréis, salvo a poco pan.

LOÇANA.-  Vuestra merçed sea el bienvenido, como agua por mayo.

VALIJERO.-  Señora, ¿habéis çenado?

LOÇANA.-  Señor, sí. Todas dos empanadas que me envió vuestra merçed comí.

VALIJERO.-  Pues yo me querría entrar, si vuestra merçed manda.

LOÇANA.-  Señor, y aun salir cuando quisiere. Daca el aguapiés, muda aquellas sábanas. Toma essa cabellera. Dale el escofia. Delcalça a su merçed. Sírvelo, que lo mereçe porque te dé la bienandada.

RAMPÍN.-  Sí, dí, dexá hazer a mí.



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Mamotreto XX

Las preguntas que hizo la Loçana aquella noche al Valigero y cómo la informó de lo que sabía


LOÇANA.-  Mi señor, ¿dormís?

VALIJERO.-  Señora, no; que pienso que estoy en aquel mundo donde no tenemos necessidad de dormir ni de comer ni de vestir, sino estar en gloria.

LOÇANA.-  Por vida de vuestra merçed, que me diga: ¿Qué vida tienen en esta tierra las mugeres amançebadas?

VALIJERO.-  Señora, en esta tierra no se habla de amançebadas ni de abarraganadas; aquí son cortesanas ricas y pobres.

LOÇANA.-  ¿Qué quiere dezir cortesanas ricas y pobres? ¿Putas del partido o mundarias?

VALIJERO.-  Todas son putas. Essa diferençia no's sabré dezir, salvo que hay putas de natura y putas usadas, de puerta herrada, y putas de gelosía, y putas d'empanada.

LOÇANA.-  Señor, si lo supiera, no comiera las empanadas que me enviastes, por no ser d'empanada.

VALIJERO.-  No se dize por esso, sino porque tienen ençerados a las ventanas, y es de más reputaçión. Hay otras que ponen tapetes y están más altas; éstas muéstranse todas, y son más festejadas de galanes.

LOÇANA.-  Quiçá no hay muger en Roma que sea estada más festejada que yo, y querría saber el modo y manera que tienen en esta tierra para saber escoger lo mejor, y vivir más honesto que pudiese con lo mío, que no hay tal ave como la que dizen «habe del tuyo». Y quien le haze la jaula fuerte, no se le va ni se le pierde.

VALIJERO.-  Pues dexáme acabar, que quiçá en Roma no podríades encontrar con hombre que mejor sepa el modo de cuántas putas hay, con manta o sin manta. Mirá, hay putas graçiosas más que hermosas, y putas que son putas antes que mochachas. Hay putas apassionadas, putas estregadas, afeitadas, putas esclareçidas, putas reputadas, reprobadas. Hay putas moçárabes de Çocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelphas, gibelinas, putas injuinas, putas de Rapalo, rapaínas. Hay putas de simiente, putas de botón griñimón, noturnas, diurnas, putas de çintura y marca mayor. Hay putas orilladas, bigarradas, putas combatidas, vençidas y no acabadas, putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Setentrión; putas convertidas, repentidas, putas viejas, lavanderas porfiadas, que siempre han quinze años como Elena; putas meridianas, ocidentales, putas máxcaras enmaxcaradas, putas trincadas, putas calladas, putas antes de su madre y después de su tía, putas de subientes e deçendientes, putas con virgo, putas sin virgo, putas el día del domingo, putas que guardan el sábado hasta que han xabonado, putas feriales, putas a la candela,   -[fol. 17v]-   putas reformadas, putas xaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia. Putas avispadas, putas terçeronas, aseadas, apuradas, gloriosas, putas buenas y putas malas, y malas putas. Putas enteresales, putas secretas y públicas, putas jubiladas, putas casadas, reputadas, putas beatas, y beatas putas, putas moças, putas viejas, y viejas putas de trintín y botín. Putas alcagüetas, y alcahuetas putas, putas modernas, machuchas, inmortales, y otras que se retraen a buen vivir en burdeles secretos y públiques honestos que tornan de principio a su menester.

LOÇANA.-  Señor, ésas putas reiteradas me pareçen.

VALIJERO.-  Señora, ¿y latín sabéis? «Reitero, reiteras...» Por tornároslo a hazer otra vez.

LOÇANA.-  Razón tiene vuestra merçed, que agora dio las siete.

VALIJERO.-  Tené punto, señora, que con ésta serán ocho. Que yo tornaré al tema dó quedamos.

LOÇANA.-  Dezíme, señor, ¿hay casadas que sean buenas?

VALIJERO.-  Quien sí, quien no. Y esse es bocado caro y sabroso y costoso y peligroso.

LOÇANA.-  Verdad es que todo lo que se haze a hurtadillas sabe mejor.

VALIJERO.-  Mirá, señora; habéis de notar que en esta tierra a todas sabe bien, y a nadie no amarga, y es tanta la libertad que tienen las mugeres, que ellas los buscan: llaman, porque se les rompió el velo de la honestidad, de manera que son putas y rufianas.

LOÇANA.-  ¿Y qué quiere dezir rofiana? ¿Rameras o cosa que lo valga?

VALIJERO.-  Alcagüetas, si no lo habéis por enojo.

LOÇANA.-  ¿Cómo? ¿Que no hay alcagüetas en esta tierra?

VALIJERO.-  Sí hay, mas ellas mismas se lo son las que no tienen madre o tía, o amiga muy amiga, o que no alcançan para pagar las rufianas; porque, las que lo son, son muy taimadas y no se contentan con comer y la parte de lo que hazen haber, sino que quieren el todo y ser ellas cabalgadas primero.

LOÇANA.-  Esso del todo no entiendo.

VALIJERO.-  Yo's diré. Si les dan un ducado que les lleven a las que se han de echar con ellos, dizen las rufianas: «El medio es para mí, por su parte de él. ¿Y vos no me habéis de pagar, que os he habido un hombre de bien, de quien podéis vos sacar cuanto quisiéredes? Amiga, yo no quiero avergonçar mis canas sin premio. Y, como os lo he habido para vos, si yo lo llevara a una que siempre me añade, en mi sesso estaba yo cuando no me quería empacher con pobres. ¡Esta y nunca más!» De manera que como pueden ellas a los prinçipios impedir, han paçiençia las pobretas, y se escusan el posible si pueden hazer sin ellas.

LOÇANA.-  Señor, mirá: para muger, muy mejor es por mano de otrie que de otra manera, porque pierde la vergüença y da más autoridad que cuantas empanadas hay o ençeradas, como vos dezís.

VALIJERO.-  Señora, no's enogéis. Que sean emplumadas cuantas aquí hay, por vuestro serviçio, y quien desea tal offiçio.



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Mamotreto XXI

Otra pregunta que hace la Loçana al Valigero cuando se levanta


LOÇANA.-  Dezíme, señor: ¿Essas putas o cortesanas o como las llamáis, son todas desta tierra?

VALIJERO.-  Señora, no; hay de todas las naçiones. Hay españolas castellanas, vizcaínas, montañessas, galiçianas, asturianas, toledanas, andaluzas, granadinas, portuguesas, navarras, catalanas y valençianas, aragonessas, mallorquinas, sardas, corças, çecilianas, napolitanas, bruçesas, pullesas, calabresas, romanescas, aquilanas, senessas, florentinas, pissanas, luquessas, boloñesas, veneçianas, milanesas, lombardas, ferraresas, modonesas, breçianas, mantuanas, raveñanas, pesauranas, urbinessas, paduanas, veronessas, vicentinas, perusinas, novaresas, cremonesas, alexandrinas, vercelesas, bergamascas, trevisanas, piedemontesas, savoianas, provençanas,   -[fol. 18r]-   bretonas, gasconas, françesas, borgoñonas, inglesas, flamencas, tudescas, esclavonas y albanesas, candiotas, bohemias, húngaras, pollacas, tramontanas y griegas.

LOÇANA.-  Ginovesas os olvidáis.

VALIJERO.-  Essas, señora, sonlo en su tierra, que aquí son esclavas o vestidas a la ginovesa por cualque respetto.

LOÇANA.-  ¿Y malaguessas?

VALIJERO.-  Todas son maliñas y de mala digestión.

LOÇANA.-  Dígame, señor: y todas éstas, ¿cómo viven y de qué?

VALIJERO.-  Yo's diré, señora: tienen sus modos y maneras, que sacan a cada uno lo dulçe y lo amargo. Las que son ricas, les falta qué espender y qué guardar. Y las medianas tienen uno aposta que mantiene la tela, y otras que tienen dos, el uno paga y el otro no escota. Y quien tiene tres, el uno paga la casa y el otro la viste y el otro haze la despensa y ella labra. Y hay otras que no tienen sino día e vito y otras que lo ganan a heñir, y otras que comen y escotan, y otras que les paresçe que el tiempo pasado fue mejor. Hay entrellas quien tiene seso y quien no lo tiene; y saben guardar lo que tienen, y éstas son las que van entre las que son ricas, y otras que guardan tanto que hazen ricos a munchos; y quien poco tiene haze largo testamento, y por abreviar cuando vaya al campo final, dando su postremería al arte militario, por pelear y tirar a terrero; y otras que a la vejez viven a Ripa. Y esto causan tres estremos que toman cuando son novicias, y es que no quieren casa si no es grande y pintada de fuera, y como vienen, luego se mudan los nombres con cognombres altivos y de grand sonido, como son, la Esquivela, la Cesarina, la Imperia, la Delfina, la Flaminia, la Borbona, la Lutreca, la Franquilana, la Pantasilea, la Mayorina, la Tabordana, la Pandolfa, la Dorotea, la Orificia, la Oropesa, la Semidama y Doña Tal, y Doña Andriana, y ansí discurren mostrando por sus apellidos el precio de su labor; la terçera, que por no ser sin reputa, no abren público a los que tienen por offiçio andar a pie.

LOÇANA.-  Señor, «aunque el dezidor sea neçio, el escuchador sea cuerdo». ¿Todas tienen sus amigos de su nasçión?

VALIJERO.-  Señora, al principio y al medio, cada una le toma como le viene; al último, françés, porque no las dexa hasta la muerte.

LOÇANA.-  ¿Qué quiere dezir que vienen tantas a ser putas a Roma?

VALIJERO.-  Vienen al sabor y al olor. De Alemaña son traídas y de Françia son venidas. Las dueñas d'España vienen en romeaje, y de Italia vienen con carruaje.

LOÇANA.-  ¿Cuáles son las más buenas de bondad?

VALIJERO.-  ¡Oh, las españolas son las mejores y las más perfectas!

LOÇANA.-  Ansí lo creo yo, que no hay en el mundo tal mugeriego.

VALIJERO.-  Cuanto son allá de buenas son acá de mejores.

LOÇANA.-  ¿Habrá diez españolas en toda Roma que sean malas de su cuerpo?

VALIJERO.-  Señora, catorze mill buenas, que han pagado pontaje en el golfo de León.

LOÇANA.-  ¿A qué vinieron?

VALIJERO.-  Por hombres para conserva.

LOÇANA.-  ¿Con quién vinieron?

VALIJERO.-  Con sus madres y parientas.

LOÇANA.-  ¿Dónde están?

VALIJERO.-  En camposanto.



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Mamotreto XXII

Cómo se despide el Valigero y deçiende su criado, y duermen hasta que vino Trigo


VALIJERO.-  Mi vida, dame liçençia.

LOÇANA.-  Mi señor, no me lo mandéis, que no quiero que de mí se parta tal contenteza.

VALIJERO.-  Señora, es tarde, y mi offiçio causa que me parta y quede aquí sempiterno servidor de vuestro mereçimiento.

LOÇANA.-  Por mi amor, que salga passico y çierre la puerta.

VALIJERO.-  Si haré, y besaros de buena gana.

LOÇANA.-  Soy suya.

VALIJERO.-  Mirá, hermano, abríme y guardá bien a   -[fol. 18v]-   vuestra ama, que duerme.

RAMPÍN.-  Señor, sí. Andá norabuena.

LOÇANA.-  ¡A tu tía essa çampoña!

RAMPÍN.-  ¿Haos pagado?

LOÇANA.-  ¿Y pues? Siete buenas y dos alevosas, con que me gané estas axorcas.

RAMPÍN.-  Bueno si durasse.

LOÇANA.-  Mirá, dolorido, que de aquí adelante, que sé cómo se baten las calderas, no quiero de noche que ninguno duerma comigo sino vos, y de día, comer de todo, y desta manera engordaré; y vos procurá de arcarme la lana si queréis que texca cintas de cuero. Andá, entrá y empleá vuestra garrocha. Entrá en coso, que yo's veo que venís como estudiante que durmió en duro, que contaba las estrellas.

RAMPÍN.-  ¿Y vos qué pareçéis?

LOÇANA.-  Dilo tú, por mi vida.

RAMPÍN.-  Pareçéis barqueta sobre las ondas con mal tiempo.

LOÇANA.-  A la par, a la par, lleguemos a Xódar. Duérmete y callemos, que sendas nos tenemos. Pareçe que siento la puerta. ¿Quién será?

RAMPÍN.-  Trigo es, por vida del Dío.

LOÇANA.-  Andá, abrilde.

TRIGO.-  ¿Cómo os va, señora? Que yo mi parte tengo del trabajo.

RAMPÍN.-  No curéis, que de aquí a poco no's habremos menester, que ya sabe ella más que todos.

TRIGO.-  Por el Dío, que un fraile me prometió de venilla a ver, y es procurador del convento, y sale de noche con cabellera. Y mirá que os proveerá a la mañana de pan e vino y a la noche de carne y las otras cosas. Todo lo toma a taja, y no le cuesta sino que vos vais al horno y al regatón y al carnicero, y assí de las otras cosas, salvo de la fruta.

LOÇANA.-  No curéis, hazeldo vos venir, que aquí le sabremos dar la manera. Fraile o qué, venga, que mejor a él que a Salomón enfrenaré, pues desos me echá vos por las manos, que no hay cosa tan sabrosa como comer de limosna.

TRIGO.-  Señora, yo os he hallado una casa de una señora rica que es estada cortesana, y agora no tiene sino dos señores que la tienen a su posta, y es servida de esclavas como una reina, que está parida y busca una compañía que le gobierne su casa.

LOÇANA.-  ¿Y dónde mora?

TRIGO.-  Allá, detrás de Bancos. Si is allá esta tarde, mirá que es una cassa nueva pintada y dos gelossías y tres ençerados.

LOÇANA.-  Sí haré, por conosçer y esperimentar y también por comer a espesas de otrie, que, como dizen, «¿Quién te enriquesçió? Quien te gobernó.»

TRIGO.-  Mirá, que está parida y no os dexará venir a dormir a casa.

LOÇANA.-  No me curo, que tragamalla dormirá aquí, y tornaremos una casa más çerca.

TRIGO.-  ¿Para qué, si ella os da casa y lecho y lo que habréis de menester?

LOÇANA.-  Andá, que todavía «mi casa y mi hogar çien ducados val». Mi casa será como faltriquera de vieja, para poner lo mal alçado y lo que se pega.

TRIGO.-  Con vos me entierren, que sabéis de cuentas. Ve do vas y como vieres, ansí haz, y como sonaren assí bailarás.



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Mamotreto XXIII

Cómo fue la Loçana en casa desta cortesana y halló allí un canónigo, su mayordomo, que la empreñó


LOÇANA.-  Paz sea en esta casa.

ESCLAVA.-  ¿Quién está ahí?

LOÇANA.-  Gente de paz, que viene a hurtar.

ESCLAVA.-  Señora, ¿quién sois, para que lo diga a mi ama?

LOÇANA.-  Dezí a su merçed que está aquí una española, a la cual le han dicho que su merçed está mala de la madre, y le daré remedio si su merçed manda.

ESCLAVA.-  Señora, allí está una gentil muger, que dice no sé qué de vuestra madre.

CORTESANA.-  ¿De mi madre? Vieja debe ser, porque mi madre murió de mi parto. ¿Y   -[fol. 19r]-   quién viene con ella?

ESCLAVA.-  Señora, un moçuelo.

CORTESANA.-  ¡Ay, Dios! ¿Quién será? Canónigo, por vuestra vida, que os asoméis y veáis quién es.

CANÓNIGO.-  ¡Cuerpo de mí, es más ábile, a mi ver, que santa Nefixa, la que daba su cuerpo por limosna!

CORTESANA.-  ¿Qué dezís? Essa no se debía morir. Andá, mirá sí es ella que habrá resusçitado.

CANÓNIGO.-  Mándela vuestra merçed subir, que poco le falta.

CORTESANA.-  Suba. Va tú, Penda, que esta marfuza no sabe dezir ni hazer embaxada.

ESCLAVA.-  Xeñora llamar.

LOÇANA.-  ¡Oh, qué linda tez de negra! ¿Cómo llamar tú? ¿Comba?

ESCLAVA.-  No, llamar Penda de xeñora.

LOÇANA.-  Yo dar a ti cosa bona.

ESCLAVA.-  Xeñora, xí. Venir, venir, xeñora dezir venir.

LOÇANA.-  Besso las manos, mi señora.

CORTESANA.-  Seáis la bien venida. Daca aquí una silla, pónsela, que se siente. Dezíme, señora, ¿conosçistes vos a mi madre?

LOÇANA.-  Mi señora, no; conosçerla he yo para servir y honrar.

CORTESANA.-  Pues, ¿qué me enviastes a dezir que me queríades dar nuevas de mi madre?

LOÇANA.-  ¿Yo, señora? Corruta estaría la letra, no sería yo.

CORTESANA.-  Aquella marfuza me lo ha dicho agora.

LOÇANA.-  Yo, señora, no dixe sino que me h dicho que vuestra merçed estaba doliente de la madre y que yo le daría remedio.

CORTESANA.-  No entiende lo que le dizen. No curés, que el canónigo tiene la culpa, que no quiere hazer a mi modo.

MAYORDOMO.-  ¿Qué quiere que haga? Que ha veinte días que soy estado para cortarme lo mío, tanto me duele cuando orino, y, segund dize el médico, tengo que lamer todo este año, y a la fin creo que me lo cortarán. ¿Piensa vuestra merçed que se me passarían sin castigo ni ella ni mi criado, que jamás torna do va? Ya lo he dicho a vuestra merçed, que busque una persona que mire por cassa, pues que ni vuestra merçed ni yo podemos, que cuando duele la cabeça todos los miembros están sentibles, y vuestra merçed se confía en aquel judío de Trigo, y mire cómo tornó con sí o con no.

LOÇANA.-  Señor, lo que Trigo prometió yo no lo sé, mas sé que él me dixo que viniesse acá.

MASTRO DE CASA.-  ¡Oh, señora! ¿Y sois vos la señora Loçana?

LOÇANA.-  Señor, sí, a su servicio y por su bien y mejoría.

CANÓNIGO.-  ¿Cómo, señora? ¡Seríaos esclavo!

LOÇANA.-  Mi señor, prometéme de no dallo en manos de médicos y dexá hazer a mí, que es miembro que quiere halagos y cariçias y no crueldad de médico cobdiçioso y bien vestido.

CANÓNIGO.-  Señora, desde agora lo pongo en vuestras manos, que hagáis vos lo que, señora, mandáredes, que él y yo os obedesçeremos.

LOÇANA.-  Señor, hazé que lo tengáis limpio, y untaldo con pupulión, que de aquí a çinco días no ternéis nada.

CANÓNIGO.-  Por çierto que yo os quedo obligado.

CORTESANA.-  Señora, y a mí, para la madre, ¿qué remedio me dais?

LOÇANA.-  Señora, es menester saber de qué y cuándo os vino este dolor de la madre.

CORTESANA.-  Señora, como parí, la madre me anda por el cuerpo como sierpe.

LOÇANA.-  Señora, sahumáos por abaxo con lana de cabrón, y si fuere de frío o que quiere hombre, ponelle un çerote sobre el ombligo, de gálbano y armoníaco y ençienço y simiente de ruda en una poca de grana, y esto la haze venir a su lugar, y echar por abaxo y por la boca toda la ventosidad. Y mire vuestra merçed que dizen los hombres y los médicos que no saben de qué procede aquel dolor o alteraçión. Metelle el padre y peor es, que si no sale aquel viento o frío que está en ella, más mal hazen hurgándola. Y con este çerote sana, y no nuez moscada y vino, que es peor. Y lo mejor es una cabeça de ajos asada y comida.

CORTESANA.-  Señora, vos no's habéis de partir de aquí, y quiero que todos os obedescan, y mireis por mi casa y seáis señora della, y a mi tabla y a mi bien y a mi mal, quiero que os halléis.

LOÇANA.-  Besso las manos por las merçedes que me hará y espero.




  -[fol. 19v]-  
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Parte II


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Mamotreto XXIV

Cómo comenzó a conversar con todos y cómo el Autor la conosçió por interçesión de un su compañero, que era criado de un embaxador milañés, al cual ella sirvió la primera vez con una moça no virgen, sino apretada. Aquí comiença la Parte segunda


SILVIO.-  ¿Quién me tuviera agora, que a aquella muger que va muy cubierta no le dixera cualque remoquete, por ver qué me respondiera y supiera quién es? ¡Voto a mí, que es andaluza! En el andar y meneo se conosçe. ¡Oh, qué pierna! En vellas se me desperezó la complissión. ¡Por vida del rey, que no está virgen! ¡Ay, qué meneos que tiene! ¡Qué voltar acá! Siempre que me vienen estos lances, vengo solo. Ella se para allí con aquella pastelera. Quiero ir a ver cómo habla y qué compra.

AUTOR.-  ¡Hola! ¡Acá, acá! ¿Qué hazéis? ¿Dó is?

SILVIO.-  Quiero ir allí a ver quién es aquella que entró allí, que tiene buen aire de muger.

AUTOR.-  ¡Oh, qué reñegar tan donoso! ¡Por vida de tu amo, di la verdad!

COMPAÑERO.-  ¡Hi, hi! Diré yo como de la otra, que las piedras la conosçíen.

AUTOR.-  ¿Dónde está? ¿Qué trato tiene? ¿Es casada o soltera? Pues a vos quiero yo para que me lo digáis.

COMPAÑERO.-  ¡Pese al mundo con estos santos sin aviso! Pasa cada día por casa de su amo, y mirá qué regatear que tiene, y porfía que no la conosçe. Miralda bien, que a todos da remedio de cualquier enfermedad que sea.

AUTOR.-   Esso es bueno. Dezíme quién es y no me habléis por çircunloquios, sino dezíme una palabra redonda, como razón de melcochero. ¡Dímelo, por vida de la corçeta!

COMPAÑERO.-  So contento. Esta es la Loçana, que está preñada de aquel canónigo que ella sanó de lo suyo.

AUTOR.-  ¿Sanólo para que la empreñasse? Tuvo razón. Dezíme, ¿es cortesana?

COMPAÑERO.-  No, sino que tiene ésta la mejor vida de muger que sea en Roma. Esta Loçana es sagaz y ha bien mirado todo lo que passan las mugeres en esta tierra, que son sujetas a tres cosas: a la pinsión de la casa   -[fol. 20r]-   y a la gola y al mal que después les viene de Nápoles. Por tanto, se ayudan cuando pueden con ingenio, y por esto quiere ésta ser libre. Y no era venida cuando sabía toda Roma y cada cosa por estenso. Sacaba dechados de cada muger y hombre, y quería saber su vivir, y cómo y en qué manera, de modo que agora se va por casas de cortessanas, y tiene tal labia que sabe quién es el tal que viene allí, y cada uno nombra por su nombre, y no hay señor que no desee echarse con ella por una vez. Y ella tiene su cassa por sí, y cuanto le dan lo envía a su casa con un moço que tiene, siempre se le pega a él y a ella lo mal alçado, de modo que se saben remediar. Y ésta haze embaxadas y mete en su cassa muncho almazén, y sábele dar la maña, y siempre es llamada señora Loçana, y a todos responde y a todos promete y çertifica, y haze que tengan esperança, aunque no la haya. Pero tien'esto: que quiere ser ella primero referendada, y no perdona su interés a ninguno, y si no queda contenta, luego los moteja de míseros y bien criados, y todo lo echa en burlas. D'esta manera saca ella más tributo que el capitán de Torre Sabela. Veisla allí, que pareçe que le hazen mal los assentaderos, que toda se está meneando, y el ojo acá, y si me ve, luego me conosçerá, porque sabe que sé yo lo que passó con mi amo el otro día, que una mochacha le llevó. Çinco ducados se ganó ésta, y más le dio la mochacha de otros seis, porque veinte le dio mi amo, y como no tiene madre, que es novicia, ella le sacaría las coradas, que lo sabe hazer. Y no perdona serviçio que haga, y no le queda por corta ni por mal echada, y ¡guay de laputa que le cae en desgraçia!, que más le valdría no ser nasçida, porque dexó el frenillo de la lengua en el vientre de su madre, y si no la contentasen, diría peor d'ellas que de carne de puerco, y si la toman por bien, beata la que la sabe contentar. Va diziendo a todos qué ropa es debaxo paños, salvo que es boba y no sabe. Condiçión tiene de ángel, y el tal señor la tuvo dos meses en una cámara, y dize por más encareçer: «Señor, sobre mí, si ella lo quiere hazer, que apretés con ella, y a mí también lo habéis de hazer, que de tal encarnadura so que si no me lo hazen, muerta so, que ha tres messes que no sé qué cosa es, mas con vos quiero romper la jura.» Y con estas chufletas gana. La mayor embaidera es que nasçió. Pues, ¿pensaréis que come mal?: siempre come asturión o cualque cosa. Come lo mejor, mas también llama quien ella sabe, que lo pagará más de lo que vale. Llegaos allá, y yo haré que no la conozco, y ella veréis que conocerá a vos y a mí, y veréis cómo no miento en lo que digo.

AUTOR.-  De vuestras camisas o pasteles nos mostrás, señora, y máxime si son de manos d'essa hermosa.

LOÇANA.-  ¡Por mi vida, que tiene vuestra merçed lindos ojos! Y ess'otro señor me pareçe conoçer, y no sé dó lo vi. ¡Ya, ya, por mi vida que lo conozco! ¡Ay, señora Silvana, por vida de vuestros hijos que lo conozco! Está con un mi señor milanés. Pues dezí a vuestro amo que me ha de ser compadre cuando me empreñe.

AUTOR.-  Cuanto más si lo estáis, señora.

LOÇANA.-  ¡Ay, señor, no lo digáais, que soy más casta que es menester!

AUTOR.-  Andá, señora, crecé y multiplicá, que llevéis algo del mundo.

LOÇANA.-  Señor, no hallo quien diga qué tienes ahí.

AUTOR.-  ¡Pues, voto a mí, que no se os pareçe!

LOÇANA.-  Mas antes sí, que ansí gozéis de vos, que engordo sin verde.

AUTOR.-  Cada día sería verde si por ahí tiráis. Seí ñora, suplícole me diga si es ésta su possada.

  -[fol. 20v]-  

LOÇANA.-  Señor, no, sino que soy venida aquí, que su nuera d'esta señora está de parto, y querría hazer que, como eche las pares, me las venda, para poner aquí a la vellutera y dalle ha cualque cossa para ayudá a criar la criatura. Y la otra tiene una niña del hospital y darémosle a ganar de su amigo çien ducados, y por otra parte ganará más de trezientos, porque ha de dezir que es de un gran señor que no desea otro sino hijos, y a esta señora le pareçe cosa estraña y no lo es. Dígaselo vuestra merçed, por amor de mí, y rueguénselo, que yo voy arriba.

AUTOR.-  Señora, en vuestra casa podéis hazer lo que mandáredes, mas a mí mal me pareçe. Y mirá lo que hazéis, que esta muger no's engañe a vos y a vuestra nuera. Porque «ni de puta buena amiga ni de estopa buena camisa». Notad: «la puta como es criada y la estopa como es hilada.» Digo esto porque, como me lo ha dicho a mí, lo dirá a otrie.

PASTELERA.-  Señor, miráme por la botica que luego abaxo.

COMPAÑERO.-  ¿Qué te paresçe? ¿Mentía yo? ¡Por el cuerpo de sant, que no es ésta la primera que ella haz! ¡Válgala, y qué trato que trae con las manos! Paresçe que cuanto dize es ansí como ella lo dize. En mi vida espero ver otra símile. Mirá, ¿qué hará de sus pares ella cuando parirá? Esta es la que dio la posta a los otros que tomasen al puente a la bonica, y mirá que treintón le dieron porque no quiso abrir a quien se lo dio. Y fue que, cuando se lo dieron, el postrero fue negro, y dos ducados le dieron para que se medicase, y a ésta más de diez.

AUTOR.-  ¡Oh, la gran mala muger! ¿Cómo no la açotan?

COMPAÑERO.-  Callá, que deçiende. Señora, ¿pues qué libráis?

LOÇANA.-  Señor, que quiero ir a aquella señora para que esté todo en orden, que la misma partera me las traerá.

AUTOR.-  A ella y a vos habían de encoroçar. Señora, ¿qué haré para que mi amiga me quiera bien?

LOÇANA.-  Señor, comed la salvia con vuestra amiga.

COMPAÑERO.-  Señora, ¿y yo, que muero por vos?

LOÇANA.-  Esso sin salvia se puede hazer. No me den vuestras merçedes empacho agora, que para esso tiempo hay, y cassa tengo, que no lo tengo de hazer aquí en la calle.

COMPAÑERO.-  ¡Señora, no! Mire vuestra merçed: ¿qué se le cae?

LOÇANA.-  Ya, ya: faxadores son para xabonar.

AUCTOR.-  ¡Voto a Dios, que son de manlleva para xabonar! No es naçida su par. ¡Mal año para caballo ligero, que tal sacomano sea! Ésta comprará offiçio en Roma, que benefiçio ya me paresçe que lo tiene curado, pues no tiene chimenea, ni tiene dó poner antojos.

COMPAÑERO.-  ¡Cómo va hazendossa! Lo que saca ella d'este engaño le sacaría yo si la pudiese conduzir a que se echase comigo, que ésta dará lo que tiene a un buen rufián, que fuese cordobés taimado.

AUTOR.-  Callemos, que torna a salir. ¿Qué mejor rufián que ella, si por cordobés lo habéis? Por vida suya, que también se dixo esse refrán por ellas como por ellos. Si no, miraldo si se sabe dar la manera en Alcalá o en Güete. ¿Qué es aquello que trae? Demandémoselo. ¿Qué priesa es essa, señora?

LOÇANA.-  Señores, como no saben en esta tierra, no proveen en lo neçessario, y quieren haçer la cossa y no le saben dar la maña. La parida no tiene peçones, como no parió jamás, y es menester ponelle, para que le salgan, este perrico, y negoçiar, por amor del padre, y después, como no tiene peçones, le pagaremos.

AUTOR.-  ¡Vuestra merçed es el todo, a lo que vemos! Mirá, señora, que esta tierra prueba los rezién   -[fol. 21r]-   venidos, no's amaléis, que os cerrarán cuarenta días.

LOÇANA.-  Señor, «de lo que no habéis de comer dexaldo cozer».

AUTOR.-  Y aun quemar.

SILVIO.-  ¿Esso me dezís? Con poco más me moriré. ¿Mas vuestra merçed no será de aquellas que prometen y no atienden?

LOÇANA.-  Dexáme passar, por mi vida, que tengo que hazer, porque es menester que sea yo la madre de la parida, y la botillera y lo demás, porque viene la más linda y favoresçida cortesana que hay en Roma por madrina, y más viene por contentarme a mí que por otra cosa, que soy yo la caxa de sus secretos, y vienen dos banqueros por padrinos. Sólo por vella no's partáis, que ya viene. ¿Veisla? Pues, ¿de la fruta no tenemos? Una mesa con presutos cochos y sobreassada, con capones y dos pavones y un faisán, y astarnas y mile cosas. Mirad si viéssedes a mi criado, que es ido a cassa, y díxele que truxese dos coxines vazíos para llevar faxadores y paños para dar a lavar, por meter entre medias de lo mejor, y no viene.

AUTOR.-  ¿Es aquel que viene con el otro, Sietecoñicos?

LOÇANA.-  Sí, por mi vida, y su pandero trae. Mill cantares nos dirá el bellaco. ¿Y no miráis, anillos y todo? ¡Muéranse los barberos!

SIETECOÑICOS.-  Mueran por çierto, que muy quexoso vengo de vuestro criado, que no me quiso dar tanticas de blanduras.

LOÇANA.-  ¡Anda, que bueno vienes, borracho! Alcohol y todo. No te lo sopiste poner. Calla, que yo te lo adobaré. Si te miras a un espejo, verás la una çexa más ancha que la otra.

SIETECOÑICOS.-  ¡Mirá qué norabuena! Algund çiego me querría ver.

LOÇANA.-  Anda, que pareçes a Françisca la Fajarda. Entra, que has de cantar aquel cantar que dixiste cuando fuimos a la viña a çenar la noche de marras.

SIETECOÑICOS.-  ¿Cuál? ¿Vai, Ondina?

LOÇANA.-  Sí, y el otro.

SIETECOÑICOS.-  ¿Cuál? ¿Bartolomé del Puerto?

LOÇANA.-  Sí, y el otro.

SIETECOÑICOS.-  Ya, ya. ¿Ferreruelo?

LOÇANA.-  Esse mismo.

SIETECOÑICOS.-  ¿Quién está arriba? ¿Hay putas?

LOÇANA.-  Sí, mas mira que está allí una que presume.

SIETECOÑICOS.-  ¿Quién es? ¿La de Toro? Pues razón tiene, «puta de Toro y trucha de Duero».

LOÇANA.-  Y la Sevillana.

SIETECOÑICOS.-  Las seis vezes villana, señores, con perdón.

AUTOR.-  Señora, no hay error. Subí vos, alcuza de santero.

LOÇANA.-  Señores, no se partan, que quiero mirar qué es lo que le dan los padrinos, que me va algo en ello.

AUTOR.-  Dezíme, ¿qué dan los padrinos?

COMPAÑERO.-  Es una ussança en esta tierra que cada uno da a la madre segund puede, y hazen veinte padrinos, y cada uno le da.

AUCTOR.-  Pues no iban allí más de dos con la criatura. ¿Cómo hazen tantos?

SILVIO.-  Mirad, aquella garrafa que traen de agua es la que sobró en el baçín cuando se lavaron los que tienen la criatura, y traenla a casa, y de allí envíanla al Tal y a la Tal, y ansí a cuantos quieren, y dizen que por haberse lavado con aquel agua son compadres, y assí envían, quién una cana de rasso, quién una de paño, quién una de damasco, quién un ducado o más, y d'esta manera es como cabeça de lobo para criar la criatura hasta que se casse o se venda, si es hija. Pues notá otra cláusula que hazen aquí las cortessanas: prometen de se vestir de blanco o pardillo, y dizen que lo han de comprar de limosnas. Y ansí van vestidas a expessas del compaño. Y esto de los compadres es assí.

AUTOR.-  No se lo consentirían, esto y otras mill superstiçiones que hazen, en España.

SILVIO.-  Pues por esso es libre Roma, que cada uno haze lo que se le antoja agora, sea bueno o malo, y mirá cuánto, que, si uno quiere ir vestido de oro o de seda, o desnudo o calçado, o comiendo o riendo, o cantando, siempre vale por testigo y no hay quien os diga mal hazéis ni bien hazéis, y esta libertad encubre munchos males. ¿Pensáis vos que se dize en balde por Roma Babilón, sino por   -[fol. 21v]-   la muncha confusión que causa la libertad? ¿No miráis que se dize Roma meretrice, siendo capa de pecadores? Aquí, a dezir la verdad, los forasteros son muncha causa, y los naturales tienen poco del antiguo natural, y de aquí naçe que Roma sea meretriçe y concubina de forasteros y, si se dize, ¡guay quien lo dize!, haz tú y haré yo y mal para quien lo descubrió. Hermano, ya es tarde; vámonos y haga y diga cada uno lo que quisiere.

AUTOR.-  Pues «año de veinte e siete dexa a Roma y vete».

COMPAÑERO.-  ¿Por qué?

AUTOR.-  Porque será confusión y castigo de lo pasado.

COMPAÑERO.-  ¡A huir quien más pudiere!

AUTOR.-  Pensá que llorarán los barbudos y mendicarán los ricos, y padescerán los susurrones, y quemarán los públicos y aprobados o canonizados ladrones.

COMPAÑERO.-  ¿Cuáles son?

AUTOR.-  Los registros del Jure cevil.



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Mamotreto XXV

Cómo el Autor, dende a pocos días, encontró en casa de una cortesana favorida a la Loçana y la habló


AUTOR.-  ¿Qué's esto, señora Loçana? ¿Ansí me olvidáis? Al menos, mandános hablar.

LOÇANA.-  Señor, hablar y servir. Tengo que hazer agora, mandáme perdonar, que esta señora no me dexa, ni se halla sin mí, que es mi señora, y mire V. M., por su vida, qué caparela que me dio nueva, que ya no quiere su merçed traer paño y su presençia no es sino para brocado.

AUTOR.-  Señora Loçana, dezíme vos a mí cosas nuevas, que esso ya me lo sé y soyle yo servidor a essa señora.

LOÇANA.-  ¡Ay, ay, señora! ¿Y puede vuestra merçed mandar a toda Roma y no se estima más? Por vida de mi señora, que ruegue al señor dotor cuando venga que le tome otras dos infantescas, y un moço más, que el mío quiero que vaya a caballo con vuestra merçed, pues vuestra fama vale más que cuanto las otras tienen. Mirá, señora, yo quiero venir cada día acá y miraros toda la casa, y vuestra merçed que se esté como señora que es, y que no entienda en cosa ninguna.

CORTESANA.-  Mira quién llama, Madalena, y no tires la cuerda si no te lo dize la Loçana.

LOÇANA.-  ¡Señora, señora! ¡Assomaos! ¡Assomaos, por mi vida! ¡Guayas, no! ¡Él, él! ¡El traidor! ¡Ay, qué caballadas que da! ¡Él es que se appea! ¡Por mi vida y vuestra, abre, abre! ¡Señor mío de mi coraçón! Mirá aquí a mi señora, que ni come ni bebe, y si no viniérades se moría. ¿Vuestra señoría es d'esa manera? Luego vengo, luego vengo, que yo ya me sería ¡da, que la señora me quería prestar su paño listado, y por no dexalla descontenta, esperé a vuestra señoría.

CABALLERO.-  Tomá, señora Loçana, comprá paño y no llevéis prestado.

LOÇANA.-  Bésole las manos, que señor de todo el mundo le tengo de ver. Bésela vuestra señoría y no llorará, por su vida, que yo çierro la cámara. ¿Oyes, Madalena? No abras a nadie.

MADALENA.-  Señora Loçana, ¿qué haré, que no me puedo defender d'este paje del señor caballero?

LOÇANA.-  ¿De cuál? ¿De aquél sin barbas? ¿Qué te ha dado?

MADALENA.-  Unas mangas me dio por fuerça, que yo no las quería.

LOÇANA.-  Calla y toma, que eres necia. Vete tú arriba y déxamelo hablar, que yo veré si te cumple. A vos, galán, una palabra.

PAJE.-  Señora Loçana, y aun dos.

LOÇANA.-  Entrá y çerrá passico.

PAJE.-  Señora, merçedes son que me haze. Siéntese, señora.

LOÇANA.-  No me puedo sentar, porque yo os he llamado, que quiero que me hagáis un serviçio.

PAJE.-  Señora, mándeme vuestra merçed, que muncho ha que os deseo servir.

LOÇANA.-  Mirá, señor, esta pobreta de Madalena es más buena que no's lo puedo dezir, y su ama le dio un ducado a guardar y unos guantes nuevos con dos granos almizcle, y todo lo ha perdido, y yo no puedo estar de cossas que haze la mezquina. Querríaos rogar que me empeñásedes esta caparela en cualque amigo vuestro, que yo la quitaré presto.

PAJE.-  Señora, el ducado veislo aquí, y essotras cossas yo las traeré antes que sea una hora, y   -[fol. 22r]-   vuestra merçed le ruegue a Madalena de mi parte que no me olvide, que la deseo muncho servir.

LOÇANA.-  ¡Hi, hi, hi! ¿Y con qué la deseáis servir? Que sois muy mochacho y todo lo echáis en creçer.

PAJE.-  Señora, pues d'eso reniego yo, que me creçe tanto que se me sale de la bragueta.

LOÇANA.-  Si no lo pruebo no diré bien d'ello.

PAJE.-  Como vuestra merçed mandare, que merçedes son que reçibo, aunque sea sobre mi capa.

LOÇANA.-  ¡Ay, ay, que me burlaba! ¡Paresçe píldora de Torre Sanguina, que ansí labora! ¿Es lagartija? ¡Andar, por dó passa moja! Esta es tierra que no son salidos del caxcarón y pían. ¡Dámelo, barbiponiente, si quieres que me aproveche! Entraos allá, deslavado, y callá vuestra boca... ¡Madalena, ven abaxo, que yo me quiero ir! El paje del señor caballero está allí dentro, que se passea por el jardín. Es carideslavado; si algo te dixere, súbete arriba y dile que si yo no te lo mando, que no lo tienes de hazer. Y dexa hazer a mí, que mayores secretos sé yo tener que este tuyo.

PAJE.-  Señora Madalena, ¡cuerpo de mí!, siempre me echás unos encuentros como broquel de Barçelona. Mirá bien que esta puta güelfa no's engañe, que es d'aquellas que dizen «Marica, cuézelo con malvas».

MADALENA.-  ¡Estad quedo, ansí me ayude Dios! Más me sobajáis vos que un hombre grande. Por esso los páxaros no viven muncho. ¿Qué hazés? ¿Todo ha de ser esso? Tomá, bebeos estos tres huevos, y sacaré del vino. Esperá, os lavaré todo con este vino griego que es sabrosso como vos.

PAJE.-  Esta y no más, que me duele el frenillo.

MADALENA.-  ¿Heos hech'yo mal?

PAJE.-  No, sino la Loçana.

MADALENA.-  Dexalda torne la encruzijada.



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Mamotreto XXVI

Cómo la Loçana va a su casa, y encuentra su criado y responde a cuantos la llaman


LOÇANA.-  ¿Es posible que yo tengo de ser faltriguera de bellacos? ¿Venís, Azuaga? Es tiempo. No sabéis dar vuelta por do yo estó? Andá allí adonde yo he estado, y dezí a Madalena que os dé las mangas que dixo que le dio el paje, que yo se las guardaré, no se las vea su ama, que la matará. Y vení presto.

RAMPÍN.-  Pues caminá vos, que está gente en casa.

LOÇANA.-  ¿Quién?

RAMPÍN.-  Aquel canónigo que sanastes de lo suyo, y dize que le duele un compañón.

LOÇANA.-  ¡Ay, amarga! ¿Y por qué no se lo vistes vos si era peligrosso?

RAMPÍN.-  ¿Y qué sé yo? No me entiendo.

LOÇANA.-  ¡Mirá qué gana tenéis de saber y aprender! ¿Cómo no miraríades como hago yo? Que estas quieren graçia y la melezina ha de estar en la lengua, y aunque no sepáis nada, habéis de fingir que sabéis y conoçéis para que ganéis algo, como hago yo, que en dezir que Avicena fue de mi tierra, dan crédito a mis melezinas. Sólo con agua fría sanará, y si él viera que se le amansaba, cualque cosa os diera. Y mirá que yo conosco al canónigo, que el verná a vaziar los barriles, y ya passó solía que, por mi vida, si no viene cayendo, que ya no hago credençia, y por esso me entraré aquí y no iré allá, que si es mal de cordón o cosón, con las habas cochas en vino, puestas encima bien deshechas, se le quitará luego. Por esso, andá, dezígelo, que allí os espero con mi compadre.

MARIO.-  Señora Loçana, acá y hablaremos de cómo las alcagüetas son sutiles.

LOÇANA.-  Señor, por agora me perdonará, que vó de priesa.

GERMÁN.-  ¡Ojo, adiós, señora Loçana!

LOÇANA.-  Andá, que ya no's quiero bien, porque dexaste a la Dorotea, que os hazía andar en gresca, por tomar a vuestra Lombarda, qu'es más dexativa que menestra de calabaça.

GERMÁN.-  ¡Pues pese al mundo malo! ¿Habían de turar   -[fol. 22v]-   para siempre nuestros amores? Por vida del embaxador, mi señor, que no passaréis de aquí si no entráis.

LOÇANA.-  No me lo mande vuestra merçed, que voy a pagar un par de chapines allí, a Batista chapinero.

GERMÁN.-  Pues entrá, que buen remedio hay. Ven acá, llama tú a aquél chapinero.

SURTO.-  Señor, sí.

GERMÁN.-   ¡Oh, señora Loçana, qué venida fue ésta! Sentaos. Ven acá. Sac' aquí cualque cosa que coma.

LOÇANA.-  No, por vuestra vida, que ya he comido, sino agua fresca.

GERMÁN.-  Va, qu'eres neçio. Sácale la conserva de melón que enviaron ayer las monjas lombardas, y tráele de mi vino.

LOÇANA.-  Por el alma de mi padre, que ya sé que sois Alixandro, que si fuéssedes español, no seríades proveído de melón, sino de buenas razones. Señor, con vos estaría toda mi vida, salvo que ya sabéis que aquella señora quiere barbiponientes y no jubileos.

GERMÁN.-  ¿Qué me dezís, señora Loçana? Que más cariçias me haze que si yo fuesse su padre.

LOÇANA.-  Pues mire vuestra merçed, que ella me dixo que quería bien a vuestra merçed porque paresçía a su agüelo, y no le quitaba tajada.

GERMÁN.-  Pues veis ahí, mirá otra cosa, que cuando como allá, si yo no le meto en boca no come, que para mí no me siento mayor fastidio que vella enojada, y siempre cuando yo voy, su fantesca y mis moços la sirven mal.

LOÇANA.-  No se maraville vuestra merçed, que es fantástiga, y querría las cosas prestas y querría que vuestra señoría fuesse de su condiçión, y por esso ella no tiene sufrimiento.

GERMÁN.-  Señora, concluí que no hay escudero en toda Guadalajara más mal servido que yo.

LOÇANA.-  Señor, yo tengo que hazer. Suplícole no me detenga.

GERMÁN.-  Señora Loçana, ¿pues cuándo seréis mía todo un día?

LOÇANA.-  Mañana. Que no lo sepa la señora.

GERMÁN.-  Só contento, y a buen tiempo, que me han traído de Tívuli dos truchas, y vos y yo las comeremos.

LOÇANA.-  Beso sus manos, que si no fuera porque vó a buscar a casa de un señor un pulpo, que sé yo que se los traen de España, y tollo y oruga, no me fuera, que aquí me quedara con vuestra señoría todo hoy.

GERMÁN.-  Pues tomá, pagaldo y no vengáis sin ello.

LOÇANA.-  Bésole las manos, que siempre me haze merçedes como a servidora suya que so.



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Mamotreto XXVII

Cómo va por la calle y la llaman todos, y un Portugués que dize:


PORTUGUÉS.-  Las otras besso.

LOÇANA.-  Y yo las suyas, una y boa.

PORTUGUÉS.-  Señora, sí. ¡Rapá, la graçia de Deus, so vuestro!

LOÇANA.-  ¿D'eso comeseremos? Pagá si queréis, que no hay coño de balde.

CANAVARIO.-  ¿A quién digo, señora Loçana? ¿Tan de priesa? Soy forrier de aquélla.

LOÇANA.-  Para vuestra merçed no hay priesa, sino vagar y como él mandare.

GUARDARROPA.-  Me encomiendo, mi señora.

LOÇANA.-  Señor, sea vuestra merçed de sus enemigos.

CANAVARIO.-  ¿De dónde, por mi vida?

LOÇANA.-  De buscar compañía para la noche.

GUARDARROPA.-  Señora, puede ser, mas no lo creo, que «quien menea la miel, panales o miel come».

LOÇANA.-  ¡Andá, que no en balde sois andaluz, que más ha de tres meses que en mi casa no se comió tal cosa. Vos, que sois guardarropa y tenéis mill cosas que yo desseo, y tan mísero sois agora como antaño, pensáis que ha de durar siempre. No seáis fiel a quien piensa que sois ladrón.

GUARDARROPA.-  Señora, enviáme aquí a vuestro criado, que no seré mísero para serviros.

LOÇANA.-  Viváis vos mill   -[fol. 23r]-   años, que burlo, por vuestra vida. Veis viene aquí mi moço, que pareçe y que hué pariente de Algezira.

GUARDARROPA.-  Alegre viene; pareçe que ha tomado la paga. Caminá, pariente, y enfardeláme essas quixadas, que entraréis do no pensastes.

LOÇANA.-  Señor, pues yo os quedo obligada.

GUARDARROPA.-  Andá, señora, que, si puedo, yo verné a deziros el sueño y la soltura.

LOÇANA.-  Cuando mandáredes.

PIERRETO.-  Cabo d'escuadra de vuestra merçed, señora Loçana. Adio, adio.

LOÇANA.-  A Dios va quien muere.

SOBRESTANTE.-  Señora, una palabra.

LOÇANA.-  Diziendo y andando, que vo de priesa.

SOBRESTANTE.-  Señora, cuerpo del mundo, ¿por qué no queréis hazer por mí pues lo puedo yo pagar mejor que nadie?

LOÇANA.-  Señor, ya lo sé, mas voy agora de priesa. Otro día habrá, que vo a comprar para essa vuestra favorida una çinta

NAPOLITANA.-  verde, por hazer despecho al cortezero, que ya lo ha dexado.

SOBRESTANTE.-  ¿Es posible? Pues él era el que me quitaba a mí el favor. Tomá y comprá una para ella y otra para vos. Y más os pido de merçed: que os sirváis d'esta medalla y hagáis que se sirva ella de mí, pues que está «sede vacante», que yo, señora Loçana, no's seré ingrato a vuestros trabajos.

LOÇANA.-  Señor, vení a mi casa esta tarde que ella viene ahí, que ha de pagar un mercader, y allí se trabajará en que se vea vuestro extrato.

SOBRESTANTE.-  Sea ansí, me encomiendo.

LOÇANA.-  Si sois comendador, seldo en buen hora, aunque sea de Córdoba.

COMENDADOR.-  Señora Loçana, ¿por qué no os servís de vuestros esclavos?

LOÇANA.-  Señor, porque me vençés de gentileza y no sé qué responda, y no quise bien en este mundo sino a vuestra merçed, que me tira el sangre.

COMENDADOR.-  ¡Oh, cuerpo de mí! ¿Y por ahí me tiráis? Soy perro viejo y no me dexo morder, pero si vos mandáis, sería yo vuestro por servir de todo.

LOÇANA.-  Señor, yo me llamo Sancho.

COMENDADOR.-  ¿Qué come esse vuestro criado?

LOÇANA.-  Señor, lo que come el lobo.

COMENDADOR.-  Esso es porque no hay patrón ni perro que lo defienda.

LOÇANA.-  Señor, no, sino que la oveja es mansa. Y perdóname, que todo comendador, para ser natural, ha de ser portugués o galiziano.

COMENDADOR.-  ¡Dola a todos los diablos! ¡Y qué labia tiene, si tuviera chimenea!

NOTARIO.-  Señora Loçana, ¿assí os pasáis?

LOÇANA.-  Señor, no miraba y voy corriendo porque mi negro criado se enoja, que no tiene dinero para gastar y vóyselo a dar, que están en mi caxa seis julios y. medio, que dize que quiere pagar çierta leña.

NOTARIO.-  Pues vení acá, Peranzules, tomá. Id vos y pagá la leña. Y quedaos vos aquí, que quiero que veáis una emparedada.

LOÇANA.-  Por vida de vuestra merçed, que passé por su cassa y sospeché que no estaba allí, que suelo yo vella, y con la priesa no puse mientes. ¡Por mi vida, que la tengo de ver!

NOTARIO.-  Entrá allá dentro, que está haziendo carne de bembrillos.

LOÇANA.-  Es valenziana y no me maravillo.

NOTARIO.-  ¿Qué te pareçe, germaneta? La Loçana passó por aquí y te vido.

BEATRICE.-  ¿Y por qué no entró la puta moça? ¿Pensó que estaba al potro?

LOÇANA.-  ¡Ay, ay! ¿Ansí me tratáis? Más vale puta moça que puta jubilada en el públique. ¡Por vida del Señor que, si no me dais mi parte, que no haga la paz.



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Mamotreto XXVIII

Cómo va la Loçana en casa de un gran señor y pregunta si, por dicha, le querrían reçebir uno de su tierra que es venido y possa en su casa


LOÇANA.-  Dezíme, señores, ¿quién tiene cargo de tomar moço en casa d'este señor?

PALAFRENERO.-  ¡Voto a Dios que es vuestra merçed española!

LOÇANA.-  Señor, sí, ¿por qué no? ¿Soy por ventura tuerta o çiega? ¿Por qué me tengo de spreçiar de ser española? Muy agudillo salistes, como la hija del herrero, que peó a su padre en los   -[fol. 23v]-   cojones. Tornaos a sentar.

PALAFRENERO.-  Señora, tenéis razón.

ESCUDERO.-  Señora, si no le pesa a vuestra merçed, ¿es ella el moço? Que todos la tomaremos.

LOÇANA.-  ¡Por Dios, sí, que a vos busco yo! Sé que no soy lecho que me tengo de alquilar.

BADAJO.-  No lo digo por tanto, sino porque no veo venir ninguno con vuestra merçed. Pensé que queríades vos, señora, tomarme a mí por vuestro servidor.

LOÇANA.-  Déxesse d'esso, y respóndame a lo que demando.

OTRO.-  Señora, el mastro de stala lo tomará, que lo ha menester.

LOÇANA.-  Señor, por su vida, que me lo muestre.

BADAJO.-  Señora, agora cabalgó. Si lo quiere esperar, éntrese aquí y hará colaçión.

LOÇANA.-  Señor, merçed me hará que, cuando venga esse señor, me lo envíe a mi casa y allí verá el moço si le agradare, que es un valiente mançebo, y es estado toda su vida rufián, que aquí ha tráido dos mugeres, una de Écija y otra de Niebla. Ya las ha puesto a ganar.

OTRO.-  ¿Dónde, señora? ¿En vuestra casa?

LOÇANA.-  Señor, no, mas ahí junto.

EL SEÑOR DE LA CASA    (dize:)  ¿Quién es esta muger? ¿Qué busca?

ESCUDERO.-  Monseñor, no sé quién es; ya se lo quería demandar.

MONSEÑOR.-  Etatem habet?

LOÇANA.-  Monseñor, soy buena hidalga y llámome la Loçana.

MONSEÑOR.-  Sea norabuena. ¿Sois de nuestra tierra?

LOÇANA.-  Monseñor, sí.

SEÑOR.-  ¿Qué os plaze d'esta casa?

LOÇANA.-  Monseñor, el patrón d'ella.

MONSEÑOR.-  Que se os dé, y más, si más mand'aredes.

LOÇANA.-  Besso las manos de vuestra señoría reverendíssima. Quiero que me tenga por suya.

MONSEÑOR.-  De buena gana; tomá y venínos a ver.

LOÇANA.-  Monseñor, yo sé hazer butifarros a la ginovessa, gatafurias y albóndigas, y capirotada y salmorejo.

SEÑOR.-  Andá, hazeldo, y traénoslo vos misma mañana para comer. ¡Cuánto tiempo ha que yo no sentí dezir salmorejo! Déxala entrar mañana cuando venga, y vai tu allá, que sabrás compralle lo neçessario, y mira si ha menester cualque cosa, cómprassela. ¡Oh, qué desenvuelta muger!

DESPENSERO.-  Señora, si queréis cualque cossa dezímelo, que soy el despensero.

LOÇANA.-  Señor, solamente carbón y será más sabroso.

DESPENSERO.-  Pues, ¿dó moráis? Y enviaros he dos cargas por la mañana.

LOÇANA.-  Señor, al burgo do moraba la de los Ríos, si la conoçístes.

DESPENSERO.-  Señora, sí. Esperá un poco y tal seréis vos como ella. Mas sobre mí que no compréis vos casa, como ella, de solamente quitar çejas y componer novias. Fue muy querida de romanas. Esta fue la que hazía la esponja llena de sangre de pichón para los virgos. Esto tenía, que no era interesal, y más ganaba por aquello. Y fue ella en mejor tiempo que no esta sinsonaderas, que fue tiempo de Alexandro VI, cuando Roma triunfaba, que había más putas que frailes en Venecia, y filósofos en Grecia, y médicos en Florençia, cirúgicos en Francia, y maravedís en España, ni estufas en Alemaña, ni tiranos en Italia, ni soldados en Campaña. Y vos, siempre moço, ¿no la conoçistes? Pues cualque cosa os costaría, y esta Loçana nos ha olido que ella os enfrenará. ¡A mi fidam ni, miralda, que allí se está con aquel puto viejo rapaz!

VALIGERO.-  ¡Sí la conozco!, me dize el borracho del despensero Yo fui el que dormí con ella la primera noche que puso casa, y le pagué la casa por tres messes. ¡Por vida de monseñor mío, que juraré que no vi jamás mejores carnes de muger! Y las preguntas que me hizo aquella noche me hizieron desvalijar todos los géneros de putas que en esta tierra había, y agora creo que ella lo sabe mejor por su espiriençia.

BADAJO.-  Ésta «no haze jamás colada sin sol».



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Mamotreto XXIX

Cómo torna su criado. Que venga presto que la esperan una hija puta y su madre vieja


LOÇANA.-  ¿A qué tornáis, Malurde? ¿Hay cosa nueva?

RAMPÍN.-  Acabá, vení, que es venida aquella madre.

LOÇANA.-  Callá, callá, que ya os entiendo. ¿Vazía verná, segund Dios la hizo?

  -[fol. 24r]-  

RAMPÍN.-  No, ya me entendéis, y bueno.

LOÇANA.-  ¿Uno solo?

RAMPÍN.-  Tres y otras dos cosas.

LOÇANA.-  ¿Qué, por mi vida?

RAMPÍN.-  Ya lo veréis. Caminá, que yo quiero ir por lo que dexó tras la puerta de su casa, y veis aquí su llave.

SENÉS, PAJE.-  ¡Señora Loçana, acá, acá! Mirá acá arriba.

LOÇANA.-   Ya, señor, os veo, mas poco provecho me viene de vuestra vista, y estoy enojada porque me contrahizistes en la comedia de carnaval.

SENÉS.-  Señora Loçana, no me culpéis, porque, como vi vuestra saya y vuestro tocado, pensé que vos lo habíades prestado.

LOÇANA.-  Yo lo presté, mas no sabía para qué. Aossadas, que si lo supiera, que no me engañaran. Pero de vos me quexo porque no me avisastes.

SENÉS.-  ¿Cómo dezís esso? A mí me dixeron que vos estovistes allí.

LOÇANA.-  Sí estuve, mas dixéronme que me llamaba monseñor vuestro.

SENÉS.-  ¿No vistes que contrahizieron allí a munchos? Y ninguna cosa fue tan plazentera como vos a la gelosía, reputando al otro de potroso, que si lo hiziera otrie, quiçá no mirara ansí por vuestra honra como yo. Por esso le suplico me perdone, y sírvase d'estas mangas de velludo que mi padre me mandó de Sena.

LOÇANA.-  Yo's perdono porque sé que no sois maliçiosso. Vení mañana a mi casa, que ha de venir a comer comigo una persona que os plazerá.

OTRO PAJE.-  So caballo ligero de vuestra merçed.

LOÇANA.-  ¡Ay, cara de putilla sevillana, me encomiendo, que voy de priesa!

HIJA.-  ¿Tiro la cuerda? Esperá, que ni hay cuerda ni cordel.

LOÇANA.-  Pues vení abaxo.

HIJA.-  Ya va mi señora madre.

GRANADINA.-  Vos seais la bien venida.

LOÇANA.-  Y vos la bien hallada, aunque vengo enojada con vos.

MADRE.-  ¿Y por qué comigo, sabiendo vos que os quiero bien, y no vernía yo con mis nesçesidades y con mis secretos a vos si os quisiesse mal?

LOÇANA.-  ¿Cómo, vois mi amiga y mi coraçón, y venísme cargada a casa, sabiendo que haría por vos y por vuestra hija otra cosa que estas apretaduras, y tengo yo para vuestro serviçio un par de ducados?

GRANADINA.-  Señora Loçana, mirá que con las amigas habéis de ganar, que estáis preñada y todo será menester, y cuanto más, que a mi hija no le cuesta sino demandallo, y tal vuelta se entra ella misma en la guardarropa de monseñor, y toma lo que quiere y envía a casa que, como dizen, «más tira coño que soga». Estos dos son agua de ángeles, y éste es azahar, y éste cofín son dátiles, y ésta toda es llena de confiçión, todo venido de Valençia, que se lo envía la madre de monseñor. Y mirá, señora Loçana, a mí me ocurre otro lançe que para con vos se puede dezir.

LOÇANA.-  ¿Qué, señora?

GRANADINA.-  Un señor no me dexa a sol ni a sombre, y me lo paga bien, y me da otro que mi hija no me dará, y no sé cuándo terné nesçessidad. Mirá, ¿qué me aconsejáis?

LOÇANA.-  Lo que os aconsegé siempre, que si vos me creyérades, más ha de un año que habíades de començar, que en Roma todo passa sin cargo de conciencia. Y mirá qué os perdiste en no querer más que no's dará esse otro, y era peloso y hermoso como la plata, y no quería sino viudas honradas como vos.

GRANADINA.-  Señora Loçana, mirá, como se dize lo uno, se diga todo. Y os diré por qué no lo hize. Que bien estaba yo martela por él, mas porque se echó con mi hija, no quise pecar dos vezes.

LOÇANA.-  No seríades vos la primera quesso haze en Roma sin temor. ¡Tantos ducados tuviéssedes! Esso bien lo sabía yo, mas por esso no dexé de rogároslo, porque veía que era vuestro bien, y si lo veo, le tengo de dezir que me hable. Por esso es bueno tener vos un amiga cordial que se duele de vos, que perdéis lo mejor de vuestra vida. ¿Qué, pensáis que estaís en Granada, do se haze por amor? Señora, aquí a pesso de dineros, daca y toma, y como dizen, «El molino andando gana», que «guayas tiene quien no puede». ¿Qué haze   -[fol. 24v]-   vuestra hija? ¿Pússose aquello que le di?

GRANADINA.-  Señora, sí, y dize que muncho le aprovechó, que le dixo monseñor: «¡Qué coñico tan bonico!»

LOÇANA.-  Pues tenga ella avertençia que, cuando monseñor se lo quiera meter, le haga estentar un poco primero.

GRANADINA.-  Sí hará, que ya yo la avissé, aunque poco sé d'esso, que a tiento se lo dixe.

LOÇANA.-  Todas sabemos poco, mas «a la nesçessidad no hay ley». Y mirá que no coma vuestra hija menestra de çebolla, que abre muncho, y cuando se toca, tire la una pierna y encoxa la otra.



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Mamotreto XXX

Cómo viene su criado, y con él un su amigo, y ven salir las otras de casa


ULIXES.-  ¿Quién son aquellas que salen de casa de la Loçana?

RAMPÍN.-  No sé. Dezíaos yo que caminássemos, y vos de muncha reputaçión.

ULIXES.-  Pues no quiero ir allá, pues no hay nadie.

RAMPÍN.-  Andá, vení, que os estaréis jugando con madona.

AMIGO.-  Digo's que no quiero, que bien sabe ella, si pierde, no pagar, y si gana, hazer pagar, que ya me lo han dicho más de cuatro que solían venir allí; y siempre quiere porqueta y berengenas, que un julio le di el otro día para ellas, y nunca me convidó a la pimentada que me dixo. Todo su hecho es palabras y hamamuxerías. Andá, poneos del lodo vos y ella, que su casa es regagero de putas, y no para mí. ¡Pese a tal con el judío, mirá cómo me engañaba! No se cure, que a ella tengo de hazer que le pujen la casa; y a él, porque es çensal de neçios, le tengo de dar un día de çapatazos. Esta ha sido la causa que se echase mi amiga con dos hermanos. Es turca, y no hay más que pedir. Pues venga a monseñor con sus morçillas o botifarros, que no quiero que su señoría coma nada de su mano. ¿Compadre me quería hazer? ¡Pese a tal con la puta sin sonaderas!

COMPAÑERO VALERIAN.-  ¿Qué hazés, caballero, aquí solo? ¿Hay caça o posta, o sois de guardia hoy de la señora Loçana?

ULIXES.-  Señor, antes estoy muy enojado con su señorança.

COMPAÑERO.-  Esso quiero oír, que martelo tenéis, o muncha razón.

ULIXES.-  Antes muncha razón, que sé yo castigar putas lo mejor del mundo.

VALERIAN.-  Sois hidalgo y estáis enojado y «el tiempo halla las cosas», y ella está en Roma y se domará. ¿Sabéis cómo se da la difiniçión a esto que dizen: «Roma, la que los locos doma»? Y a las vezes las locas. Si miráis en ello, a ellos doman ellas, y a ellas doma la carreta. Assí que vamos por aquí, veamos qué haze, que yo también ando tras ella por mis pecados, que cada día me promete y jamás me atiende.

ULIXES.-  Mirá, si imos allá, voto a Dios que tenemos de pagar la çena, segund Dios la hizo. Mas no me curo por serviros, que guay de quien pone sus pleitos en manos de tales procuradores como ella.

VALERIAN.-  Mirá que mañana irá a informar. Por esso soliçitémosla hoy. Tif, taf. ¡Señora Loçana, mandános abrir!

LOÇANA.-  ¡Anda! ¿Quién es? Que me paresçe que es loco o privado. Familiares son. Tira essa cuerda.

VALERIAN.-  ¿Qué se haze, señora?

LOÇANA.-  Señores, çerner y amasar y ordenar de pellejar.

ULIXES.-  Esso de pellejar, que me plaze: pellejedes, pellejón, pelléjame este cosón.

LOÇANA.-  Vivas y adivas, siempre coplica..

VALERIAN.-  Señora, salí acá fuera. A teneros palaçio venimos.

LOÇANA.-  Soy   -[fol. 25r]-   contenta, si queréis jugar dos a dos.

VALERIAN.-  Sea ansí. Mas vuestro criado se pase allá y yo aquí, y cada uno ponga.

LOÇANA.-  Yo porné mi papo.

VALERIAN.-  ¿Cuál, señora?

LOÇANA.-  Todos dos, que hambre tengo.

VALERIAN.-  Pues yo porné por vuestra merçed.

LOÇANA.-  Yo me porné por vos a peligro donde vos sabéis.

VALERIAN.-  Señora, esso fuesse y mañana Pascua. Pues pon tú.

RAMPÍN.-  So contento. Prestáme vos, compañero.

ULIXES.-  ¡Voto a Dios que no me toméis por ahí, que no quiero prestar a nadie nada!

LOÇANA.-  Por mi vida que le prestes, que yo te los pagaré en la Garça Montessina.

[ULIXES.-]  Dos julios le daré, que no tengo más.

LOÇANA.-  Hora jugá, que nosotros somos dos y vosotros veinte y cuatro, como jurados de Jaén.



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Mamotreto XXXI

Cómo la Loçana soñó que su criado caía en el río, y otro día lo llevaron en prissión


LOÇANA.-  Agora me libre Dios del diablo con este soñar que yo tengo, y si supiesse con qué quitármelo, me lo quitaría. Querría saber cualque encantamiento para que no me viniesen estos sobresaltos, que querría haber dado cuanto tengo por no haber soñado lo que soñé esta noche. El remedio sería que no durmiesse descubierta ni sobre el lado izquierdo, y dizen que cuando está el estómago vazío, que entonçes el hombre sueña, y si ansí es, lo que yo soñé no será verdad. Mas munchas vezes he yo soñado, y siempre me ha salido verdad, y por esso estó en sospecha que no sea como la otra vez que soñé que se me caían los dientes y moví otro día. Y vos, cuando os metistes debaxo de mí, que soñábades que vuestros enemigos os querían matar, ¿no vistes lo que me vino a mí aquel día? Que me querían saltear los porquerones de Torre Sabela, cuando lo del tributo, que la señora Apuleya, por reír ella y verme bravear, lo hizo. Esto que soñé, no querría que fuesse verdad. Mirá no vais en todo hoy al río, no se me ensuelva el sueño.

RAMPÍN.-  Yo soñaba que venía uno, y que me daba de çapatazos, y yo determinaba de matallo, y desperté.

LOÇANA.-  Mirá, por esso sólo, meteré vuestra espada do no la halléis, que no quiero que me amanzilléis. Si solamente vos tuviéssedes tiento y hiriéssedes a uno o a dos, no se me daría nada, que dineros y favor no faltarían, mas, como començáis pensáis que estáis en la rota de Rávena; y por el sacrosanto saco de Florencia, que si no os emendáis de tanta bravura, ¿cómo hago yo por no besar las manos a ruines? Que más quiero que me hayan menester ellos a mí que no yo a ellos. Quiero vivir de mi sudor, y no me empaché jamás con casadas ni con virgos, ni quise vender moças ni llevar mensaje a quien no supiesse yo çierto que era puta, ni me soy metida entre hombres cassados, para que sus mugeres me hagan desplazer, sino de mi ofiçio me quiero vivir. Mirá, cuando vine en Roma, de todos los modos de vivir que había me quise informar, y no supe lo que sé agora, que si como me entremetí entre cortesanas, me entremetiera con romanas, «mejor gallo me cantara que no me canta», como hizo la de los Ríos, que fue aquí en Roma peor que Çelestina, y andaba a la romanesca vestida con batículo y entraba por todo, y el hábito la hazía liçenciada, y manaba en oro, y lo que le enviaban las romanas valía más que cuanto yo gano: cuándo grano o leña, cuándo tela, cuándo lino, cuándo vino, la bota entera. Mas como yo no   -[fol. 25v]-   miré en ello, començé a entrar en casas de cortesanas, y si agora entro en casa de alguna romana, tiénelo por vituperio, no porque no me hayan munchas menester; y porque so tan conoçida, me llaman secretamente. Andá vos, comprá esso que os dixe anoche, y mirá no's engañen, que yo me voy a la Judería a hablar a Trigo, por ver la mula que parió, que cualque prenóstico es parir una mula casa de un cardenal.

OLIVERO.-  ¡A vos, mançebo! ¿Qué haze la señora Loçana?

RAMPÍN.-  Señor, quiere ir fuera.

COMPAÑERO.-  Y vos ¿dó is?

RAMPÍN.-  A comprar ciertas berenjenas para hazer una pimentada.

OLIVERO.-  Pues no sea burla que no seamos todos en ella.

RAMPÍN.-  Andad acá, y compradme vos las espeçias y los huevos, y vení a tiempo, que yo sé que os plazerán. Veislas allí buenas. ¿Cuántas das?

OLIVERO.-  Comprálas todas.

RAMPÍN.-  ¿Quanto voi de tuti?

PEÇIGEROLO.-  Un carlín.

RAMPÍN.-  Un grosso.

FRUTAROLO.-  ¿No quieres?

RAMPÍN.-  Seis bayoques.

PEÇIGEROLO.-  Señor, no. Lassa estar.

RAMPÍN.-  ¿Quién te toca?

PEÇIGEROLO.-  Mete qui quese.

RAMPÍN.-  ¡Va borracho, que no son tuyas, que yo las traía!

PEÇIGEROLO.-  ¡Pota de santa Nula! ¡Tú ne mente per la cana de la gola!

RAMPÍN.-  ¡Va da qui, puerco! ¿Y rásgasme la capa? ¡Assí vivas tu como son tuyas!

PEÇIGEROLO.-  ¡Pota de mi madre! ¿Io no te vidi? ¡Espeta, verai, si lo dirò al barrachelo!

BARRACHELO.-  ¡Espera, espera, español, no huyas! Tómalo y llévalo en Torre de Nona. ¿De aqueste modo compras tú y robas al pobre hombre? ¡Va dentro, no te cures! Va, di tú al capitán que lo meta en secreta.

ESBIRRO.-  ¿En qué secreta?

BARRACHELO.-  En la mazmorra o en el forno.

GALINDO.-  Hecho es.



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Mamotreto XXXII

Cómo vino el otro su compañero corriendo y avissó la Loçana, y va ella radiando, buscando favor


COMPAÑERO.-  Señora Loçana, vuestro criado llevan en prisión.

LOÇANA.-  ¡Ay! ¿Qué me dezís? ¡Que no se me había de ensolver mi sueño! ¿Y cuántos mató?

COMPAÑERO.-  Señora, esso no sé yo cuántos ha él muerto. Por un revendedor creo que le llevan.

LOÇANA.-  ¡Ay, amarga de mí, que también tenía tema con regateros! Es un diablo traviesso, infernal, que si no fuesse por mí, çiento habría muerto; más como yo lo tengo limpio, no encuentra con sus enemigos. No querría que nadie se atravesasse con él, porque no cata ni pone, sino como toro es cuando está comigo. Mirá qué hará por allá fuera. Es que no es usado a relevar. Si lo supistes el otro día cuando se le cayó la capa, que no le dexaron cabello en la cabeça y guay dellos si le esperaran, aunque no los conosçió, con la priesa que traía, y si yo no viniera, ya estaba debaxo la cama buscando su espada. Señor, yo voy aquí en casa de un señor que lo haga sacar.

OLIVERO.-  Pues mire vuestra merçed, si fuere menester favor, a monseñor mío pornemos en ello.

LOÇANA.-  Señor, ya lo sé. Salen los cautivos cuando son vivos. ¡Ay, pecadora de mí! Bien digo yo: a mi hijo loçano no me lo çerquen cuatro.

MALSÍN.-  Mirá cómo viene la trujamana de la Loçana. ¡Voto a Dios, no paresçe sino que va a informar auditores, y que vienen las audiençias tras ella! ¿Qué's esso, señora Loçana? ¿Qué rabanillo es esse?

LOÇANA.-  Tomá, que noramala para quien me la tornare. ¿No miráis vos como yo vengo, amarga como la retama, que me quieren ahorcar a mi criado?

MALSÍN.-  Tenés, señora, razón,   -[fol. 26r]-   tal maçorcón y cétera, para que no estéis amarga si lo perdiéssedes. Allá va la puta Loçana. Ella nos dará que hazer hoy. ¿Veis, no lo digo yo? Monseñor quiere cabalgar. Para putas sobra caridad. Si fuera un pobre, no fuéramos hasta después de comer. ¡Oh, pese a tal con la puta que la parió, que la mula me ha pisado! ¡Ahorcado sea el barrachelo, si no lo ahorcare antes que lleguemos! No parará nuestro amo hasta que se lo demande al senador. Caminad, que deçiende monseñor y la Loçana.

MONSEÑOR.-  Señora Loçana, perdé cuidado, que yo lo traeré conmigo, aunque sean cuatro los muertos.

LOÇANA.-  Monseñor, sí, que yo voy a cassa de la señora Velasca para que haga que vaya el abad luego a Su Santidad, porque si fueren más los muertos que cuatro, que a mi criado yo lo conozco, que no se contentó con los enemigos, sino que si se llegó alguno a despartir, también los llevaría a todos por un rasero.

POLIDORO.-  Señora Loçana, ¿qué es esto, que is enojada?

LOÇANA.-  Señor, mi criado me mete en estos pleitos.

POLIDORO.-  ¿En qué, señora mía?

LOÇANA.-  Que lo quieren ahorcar por castigador de bellacos.

POLIDORO.-  Pues no's fatiguéis, que yo os puedo informar mejor lo que sentí dezir delante de Su Santidad.

LOÇANA.-  ¿Y qué, señor? Por mi vida que soy yo toda vuestra, y os haré cabalgar de balde putas honestas.

POLIDORO.-  Soy contento. El arçobispo y el abad y el capitán que envió la señora Julia, demandaban al senador de merçed vuestro criado, y que no lo ahorcassen. Ya su excelençia era contento que fuesse en galera, y mandó llamar al barrachelo, y se quiso informar de lo que había hecho, si mereçía ser ahorcado. El barrachelo se rió. Su excelençia dixo: «Pues ¿qué hizo?» Dixo el barrachelo que, estando comprando merenzane o berengenas, hurtó cuatro; y ansí todos se rieron, y su exçelençia mandó que luego lo sacassen. Por esso, no estéis de mala voluntad.

LOÇANA.-  Señor, ¡guay de quien poco puede! Si yo me hallara allí, por la leche que mamé, que al barrachelo yo le hiziera que mirara con quién vivía mi criado. Soy vuestra; perdóneme, que quiero ir a mi casa, y si es venido mi criado enviallo he al barrachelo que lo bese en el trancahilo él y sus çaphos.



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Mamotreto XXXIII

Cómo la Loçana vido venir a su criado y fueron a casa; y cayó él en una privada, por más señas


LOÇANA.-  ¿Salistes, chichirimbache? ¿Cómo fue la cosa? ¡No me queréis vos a mí creer! Siempre lo tuvo el malogrado ramaçote de vuestro agüelo. Caminá, mudáos, que yo verné luego.

RAMPÍN.-  Venid a casa. ¿Dó queréis ir? ¿Fuistes a la Judería?

LOÇANA.-  Sí que fui, mas estaban en Pascua los judíos. Ya les dixe que mala pascua les dé Dios. Y vi la mula parida, lo que parió muerto.

TRINCHANTE.-  Señora Loçana, ¿qué es esso? ¡Alegre viene vuestra merçed!

LOÇANA.-  Señor, veislo aquí, que cada día es menester hazer pazes con tres o con dos, que a todos quiere matar, y sábeme mal mudar moços, que de otra manera no me curaría.

TRINCHANTE.-  ¡El bellaco Diego Maçorca, cómo sale gordo!

LOÇANA.-  Señor, la gabia lo hizo. Eran todos amigos míos, por esso se dize «el tuyo allégate   -[fol. 26v]-   a la peña mas no te despeña». Entrá y mirá la casa, que con este señor quiero hablar largo, y tan largo que le quiero contar lo que passó anoche el embaxador de Françia con una dama corsaria que esta mañana, cuando se levantaba, le puso tres coronas en la mano, y ella no se contentaba, y él dixo: «¿Cómo, señora? ¿Sírvese al rey un mes por tres coronas, y vos no me serviréis a mí una noche? Dámelas acá.»

TRINCHANTE.-  ¡Voto a Dios que tuvo razón, que por mí ha passado, que las putas no se quieren contentar con tres julios por una vez, como que no fuese plata! ¡Pues, voto a Dios, que oro no lo tengo de dar sino a quien lo meresciere a ojos vistas! Poné mientes que essas tales vienen a cuatro torneses o a dos sueldos, o diez cuatrines, o tres maravedís. Señora, yo siento rumor en vuestra casa.

LOÇANA.-  ¡Ay, amarga! ¿Si vino alguien por los tejados y lo mata mi criado? ¡Sobí, señor!

TRINCHANTE.-  ¿Qué cosa, qué cosa? ¡Sobí, señora, que siento llamar y no sé dónde!

LOÇANA.-  ¡Ay de mí! Agora subió mi criado. ¿Dónde está? ¡Escuchá! ¿Dónde estáis? ¡Adalí, fodolí!

TRINCHANTE.-  ¡Para el cuerpo de mí, que lo siento! Señora, mirá allá dentro.

LOÇANA.-  Señor, ya he mirado y no está en toda la cámara, que aquí está su espada.

TRINCHANTE.-  Pues, ¡voto a Dios que no se lo comió la Papa Resolla, que yo lo siento! ¡Mirá, cuerpo de Dios, está en la privada y andámoslo a buscar! ¡Sorbe, no te ahogues! Dad acá una cuerda. ¿Estás en la mierda?

RAMPÍN.-  ¡Tirá, tirá más!

TRINCHANTE.-  ¡Ássete, pesse a tal contigo, que agora saliste de prisión y veniste a caer en la mierda!

RAMPÍN.-  ¡Así, bien! ¿Qué hazéis? ¡Tirá, tirá!

TRINCHANTE.-  ¡Tira tú como bellaco, tragatajadas! Vení acá, señora, ayudáme a tirar este puerco.

RAMPÍN.-  ¡Tirá más, que me desvaro! ¡Tirá bien, no soltés!

TRINCHANTE.-  ¡Va allá! ¡Pesse a tal con quien te parió, que no te lavarás en cuanta agua hay en Tíber! Dalde en qué se envuelva el conde de Carrión.

LOÇANA.-  ¿Cómo caíste?

RAMPÍN.-  Por apartarme de una rata grande caí.

TRINCHANTE.-  ¡Señora, voto a Dios que esto vale mill ducados! Salir de prisión y caer en la melcocha, por no morir malogrado a las uñas de aquella leona.

LOÇANA.-  Señor, es desgraçiado y torpe el malaventurado.

TRINCHANTE.-  Yo me voy. Váyase a lavar al río.

LOÇANA.-  Vení, señor, y tomá un poco de letuario.

TRINCHANTE.-  No puedo, que tengo que trinchar a mi amo.

LOÇANA.-  ¡Buen olor lleváis vos para trinchar! ¡Is oliendo a mierda perfeta! Trinchá lo que vos quisiéredes, por esso no dexo de ser vuestra.

TRINCHANTE.-  Yo, de vuestra merçed. Y acuérdese.

LOÇANA.-  Soy contenta. ¿Veisla? Está a la gelosía. Cara de rosa, yo quiero ir aquí a casa de una mi parroquiana; luego torno.

SALAMANQUINA.-  Por mi vida, Loçana, que no paséis sin entrar, que os he menester.

LOÇANA.-  Señora, voy de priesa.

SALAMANQUINA.-  Por vida de la Loçana, que vengáis para tomar un consejo de vos.

LOÇANA.-  Si entro me estaré aquí más de quinze días, que no tengo casa.

SALAMANQUINA.-  Mira, puta, qué compré, y más espero. Siéntate, y estáme de buena gana, que ya sé que tu criado es salido, que no te costó nada, que el abad lo sacó. Que él passó por aquí y me lo dixo, y le pessó porque no estaba por otra cosa más, para que vieras tú lo que hiziera.

LOÇANA.-  A vos lo agradezco, mas no queda por esso, que más de diez ducados me cuesta la burla.

SALAMANQUINA.-  Yo te los sacaré mañana cuando jugaren, al primer resto. ¡Sús, comamos y triunfemos, que esto nos ganaremos! De cuanto trabajamos, ¿qué será? Ellos a hoder y nosotras a comer, como soldados que están alojados a discriçión. El despachar de las buldas lo pagará todo, o cualque minuta. Ya sabes, Loçana, como vienen los dos mill ducados del abadía, los mill son míos y el resto poco a poco.


  -[fol. 27r]-  

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Mamotreto XXXIV

Cómo va buscando casa la Loçana


ESCUDERO.-  ¿Qué buscáis, señora Loçana? ¿Hay en qué pueda el hombre servir a vuestra merçed? Mirá por los vuestros, y servíos d'ellos.

LOÇANA.-  Señor, no busco a vos, ni os he menester, que tenéis mala lengua vos y todos los d'essa casa, que pareçe que os preçiáis en dezir mal de cuantas passan. Pensá que sois tenidos por maldizientes, que ya no se ossa passar por esta calle por vuestras malsinerías, que a todas queréis pasar por la maldita, reprochando cuanto llevan ençima, y todos vossotros no sois para servir a una, sino a usança de putería, el dinero en la una mano y en la otra el tú m'entiendes, y oxalá fuese ansí. Cada uno de vosotros piensa tener un duque en el cuerpo, y por esso no hay puta que os quiera servir ni oír. Pensá cuánta fatiga passo con ellas cuando quiero hazer que os sirvan, que mill vezes soy estada por dar con la carga en tierra y no oso por no venir en vuestras lenguas.

ESCUDERO.-  Señora Loçana, ¿tan cruel sois? ¿Por dos o tres que dizen mal, nos metéis a todos vuestros servidores? Catad que la juventud no puede pasar sin vos, porque la pobreza la acompaña, y es menester ayuda de vezinos.

LOÇANA.-  No digan mal, si quieren coño de balde.

ESCUDERO.-  ¡Señora, mirá que se dize que a nadie haze injuria quien honestamente dize su razón! Dexemos esto. ¿Dónde se va, que gozés?

LOÇANA.-  A empeñar estos anillos y estos corales, y buscar casa a mi propósito.

ESCUDERO.-  ¿Y por qué quiere vuestra merçed dexar su vezindad?

LOÇANA.-  Señor, «quien se muda, Dios lo ayuda».

ESCUDERO.-  No se enmohecerán vuestras baratijas ni vuestras palomas fetarán.

LOÇANA.-  No me curo, que no soy yo la primera. Las putas cada tres messes se mudan por pareçer fruta nueva.

ESCUDERO.-  Verdad es, mas las favoridas no se mudan.

LOÇANA.-  Pues yo no so favorida, y quiero buscar favor.

ESCUDERO.-  Señora Loçana, buscáis lo que vos podéis dar. ¿Quién puede favoreçer al género masculino ni al femenino mejor que vos? Y podéis tomar para vos la flor.

LOÇANA.-  Ya passó solía y vino tan buen tiempo que se dize «presa y paga»: éste es todo el favor que os harán todas las putas. Hállase que en ellas se espenden çiento mill ducados, y no lo tomés en burla, que un banquero principal lo dio por cuenta a Su Santidad.

ESCUDERO.-  Son prestameras holgadas, no es maravilla. Para ellas litigamos todo el día por reposar la noche. Son dineros de benefiçio sin cura.

LOÇANA.-  Y aun pinsiones remotadas entre putas.

ESCUDERO.-  ¿A qué modo se les da tanto dinero, o para qué?

LOÇANA.-  Yo's diré. En pinssiones o alquiler de casas la una ha envidia a la otra, y dexan pagada aquélla por cuatro o çinco meses, y todo lo pierden por mudar su fantasía, y en comer, y en moços, y en vestir y calçar, y leña y otras provisiones, y en infantescas, que no hay cortesana, por baxa que sea, que no tenga su infantesca. Y no pueden mantenerse assí, y todavía procuran de tenerla, buena o mala. Y las siervas, como son o han sido putas, sacan por partido que quieren tener un amigo que cada noche venga a dormir con ellas y ansí roban cuanto pueden.

ESCUDERO.-  Señora, el año de veinte y siete ellas serán fantescas a sus criadas. Y perdonáme que os he detenido, porque no querría jamás careçer de vuestra vista. Mirá que allí vi yo esta mañana puesta una locanda, y es bonica   -[fol. 27v]-   casa, aparejada para que cuando passen puedan entrar sin ser vistas vuestras feligresas.

LOÇANA.-  ¡Callá, malsín! ¿Queríades vos allí para que entrasen por contadero? Yo sé lo que me cumple.

ESCUDERO.-  ¡Oh, qué preçiosa es este diablo! Yo quería espedir gratis, mas es taimada andaluza, y si quiere hazer por uno, vale más estar en su graçia que en la del gran Soldán. ¡Mirá cuál va su criado tras ella! ¡Adiós, çarpilla!

RAMPÍN.-  Me recomiendo, caballero: el caballo no se comprerá hogano. Piensan estos puercos, revestidos de chamelotes, hidalgos de Cantalapiedra, villanos, atestados de paja çevadaza, que porque se alaben de grandes caramillos, por esso les han de dar de cabalgar las pobres mugeres. ¡Voto a san Junco, que a éstos yo los haría pagar mejor! Como dixo un loco en Porcuna: «este monte no es para asnos».

JULIO.-  ¿Qu'es esso, Rodrigo Roído? ¿Hay negoçios? ¿Con quién las habéis?

RAMPÍN.-  No, con nadie, sino serviros. ¿Habéis visto la Loçana?

JULIO.-  Dezí vuestra ama, no's avergonzéis. Andá, que allí entró. Hazelda salir, que la espero. Y dezí que le quiero dar dineros, porque salga presto.

FALILLO.-  ¿Quién es?

RAMPÍN.-  Yo so. ¿Está acá ella?

FALILLO.-  ¿Quién ella? ¡Dezid, duelos os vengan, vuestra ama la señora Loçana, y esperá, cabrón! Señora Loçana, vuestro criado llama.

LOÇANA.-  Abrildo, mi alma, que él no habrá comido, y veréis cuál lo paro.

FALILLO.-  Sube, Abenámar.

LOÇANA.-  ¿Qué queréis? ¿Por dinero venís? Pues tan blanco el ojo. Caminá.¿No's di ayer tres julios? ¿Ya los gastastes? ¿So yo vuestra puta? ¡Andá, tornaos a casa!

OROPESSA.-  Señora Loçana, llamaldo, que yo le daré dineros que espenda. Ven acá, Jacomina; va, saca diez julios y dáselos, que coma, que su ama aquí se estará esta semana. Y dale a comer, no se vaya. Ven acá, Rampín. Va, come allí con aquellos moços, duelos te vengan. Vosotros no llamaréis a nadie por comer y reventar.

MOÇOS.-  Señora, venga, que él de casa es. Ven acá, come. Pues que veniste tarde, milagro fue quedar este bocado del jamón. Corta y come, y beberás.

RAMPÍN.-   Ya he comido. No quiero sino beber.

FALILLO.-  Pues, ¡cuerpo de tal contigo! ¿En ayunas quieres beber, como bestia? Señora Loçana; mandalde que coma, que ha vergüenza.

LOÇANA.-  Come presto un bocado y despacha el cuerpo de la salud.

FALILLO.-  ¿Qué esperas? ¡Come, pese a tal con quien te parió! ¿Piensas que te tenemos de rogar? Ves ahí vino en essa taça de plata. ¡Passo, passo! ¿Qué diablos has? ¡Oh, pese a tal contigo! ¿Y las tripas echas? ¡Sal allá, que no es atriaca! ¡Ve d'aquí, oh, cuerpo de Dios, con quien te bautizó, que no te ahogó por grande que fueras! ¿Y no te podías apartar? ¡Sino manteles y platos y taças, todo lo allenó este vuestro criado, cara de repelón trasnochado!

LOÇANA.-  ¿Qué es esto de que reviesa? ¿Algo vido suzio? Que él tiene el estómago liviano.

FALILLO.-  ¿Qué es esso que echa? ¿Son lombrizes?

MOÇOS.-  Agora, mi padre, son los bofes en sentir el toçino.

LOÇANA.-  Denle unas pasas para quese le quite el hipar, no se ahogue.

MOÇOS.-  ¡Guay d'él si comiera más! Dios quiso que no fue sino un bocado.

OROPESSA.-  No será nada.

LOÇANA.-  Señora, no querría que le quebrasse en çiçiones, porque su padre las tuvo siete años, de una vez que lo gustó.

FALILLO.-  ¡Amarga de ti, Guadalajara! Señora Loçana, no es nada, no es nada, que lleva la cresta hinchada.

LOÇANA.-  Hijo mío, ¿toçino comes? ¡Guay de mi casa, no te m'ahogues!

FALILLO.-  ¡Quemado sea el venerable tocino!



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Mamotreto XXXV

Cómo, yendo a casa de otra cortesana, vino su criado, y lo hizo vestir entre sus conoçidos


  -[fol. 28r]-  

LOÇANA.-  Mira, Jacomina, no despiertes a la señora; déxala dormir, que el abad no la dexó dormir esta noche. Ya se fue a cançillería por dineros. Allá desollará cualque pobre por estar en gratia de tu ama. Yo me salí pasico. Çierra la puerta y mira: si me demanda, di que fui a mi casa.

JACOMINA.-  Sí haré, mas acordaos de mí.

LOÇANA.-  ¿De qué?

JACOMINA.-  Que me traigáis aquello para quitar el paño de la cara.

LOÇANA.-  ¿Y qué piensas? ¿Por dos jullios te habían de dar los porçelletes, y limón, y agraz estilado, y otras cosas que van dentro? Hermana, es menester más dineros si quieres que te traya buena cosa.

JACOMINA.-  Tomá, veis ahí çinco julios, y no lo sepa mi señora. Que mi vizcaíno me dará más si fueren menester.

LOÇANA.-  ¿Por qué no le dizes tú a esse tu vizcaíno, que me hable, que yo te lo haré manso, que te dará más, y no le digas que me has dado nada, que yo haré que pague él el agua y la fatiga. Y a mi moço quiero que le dé una espada de dos manos, liviana. Mañana te lo trairé, que para una romana lo tengo de hazer, que es muy morena, y me ha de dar uvas para colgar, y más que sacaré calla, callando. Y tú, si quieres ser hermosa, no seas mísera de lo que puedes ser larga. Saca d'ese tu namorado lo que pudieres, que en mi casa te lo hallarás. Y de tu señora me puedes dar mill cosas, que ella lo tome en plazer. Ansí se ayudan las amigas. ¿Quién sabe si tú algún tiempo me habrás menester? Que las amas se mueren y las amigas no faltan, que tú serás aún con el tiempo cortesana, que esse lunar sobre los dientes dize que serás señora de tus parientes, y todos te ayudaremos, que ventura no te faltará, sino que tú estás çiega con este vizcaíno, y yo sé lo que me sé y lo que más de dos me han dicho, sino que no quiero que salga de mí, que yo sé dónde serías tú señora, y mandarías y no serías mandada. Yo me vo, que tengo que hazer. Aquí verná mi moço. Dale tú aquello que sabes qu'escondimos. Veslo, aquí viene. ¿Venís? Es hora, merdohem. Entrá allá con Jacomina y después id a casa y çerrá bien y vení, que me hallaréis en casa de la señora del solaçio.

BLASÓN.-  Señora Loçana, ¿dónde, dónde tan de priesa?

LOÇANA.-  Señor, ya podéis pensar: muger que es estada cuatro sábados mala y sin ayuda de nadie, mirá si tengo de darme priessa a rehazer el tiempo perdido. ¿Qué pensáis, que me tengo de mantener del viento, como camaléon? No tengo quien se duela de mí, que vosotros sois palabras de presente y no más.

BLASÓN.-  ¡Oh, señora Loçana! Sabe bien vuestra merçed que soy palabras de pretérito y futuro servidor vuestro. Mas mirando la ingratitud de aquella que vos sabéis, diré yo lo que dixo aquel lastimado: patria ingrata, non habebis ossa mea, que quiere dezir «puta ingrata, non intrabis in corpore meo». ¿Cómo, señora Loçana, si yo le doy lo que vos misma mandastes, y más, cómo se ve que no son venidos los dineros de mis benefiçios cuando se los echo ençima y le pago todas sus deudas? ¿Por qué aquella muger no ha de mirar que yo no soy Lazarillo, el que cabalgó a su agüela, que me trata peor, voto a Dios?

LOÇANA.-  En esso tiene vuestra merçed razón, mas mirá que con el grande amor que os tiene, ella haze lo que haze y no puede más, que ella me lo dixo, y si no fuese porque voy agora de priesa a buscar unos dineros prestados para comprar a mi criado una capa mediana sin ribete, yo haría estas pazes.

BLASÓN.-  Señora Loçana, no quiero que sean pazes, porque yo determino   -[fol. 28v]-   de no vella en toda mi vida. Mas por ver qué dize y en qué términos anda la cosa, os ruego que vais allá, y miréis por mi honra como vos, señora, soléis, que yo quiero dar a vuestro criado una capa de Perpiñán, que no me sirvo della y es nueva, y a vuestra merçed le enviaré una çintura napolitana.

LOÇANA.-  ¿Y cuándo?

BLASÓN.-  Luego, si luego viene vuestro criado.

LOÇANA.-  Veislo, viene. ¡Caminá, albanir de putas, que veis ahí vuestro sueño suelto! Este señor os quiere honrar, id con él y vení donde os dixe.

BLASÓN.-  Señora, hazé el ofiçio como soléis.

LOÇANA.-  Andá, perdé cuidado, que ya sé lo que vos queréis. ¡Basta, basta!  (un SUSTITUTO la llama.) 

UN SUSTITUTO.-  ¡Señora Loçana, acá, acá! ¡Oh, pese al turco si en toda mi vida os hube menester, agora más que nunca!

LOÇANA.-  Ya sé que me queréis. Yo no puedo serviros porque pienso en mis neçessidades, que no hay quien las piense por mí, que yo y mi criado no tenemos pelo de calça ni con qué defendernos del frío.

SUSTITUTO.-  Señora Loçana, esso es poca cosa para vuestra merçed. Yo daré una cana de medida d'estameña fina, y çapatos y chapines, y dexáme luego la medida, que mañana, antes que vos, señora, os levantéis, os lo llevarán. Y vuestro moço enviámelo aquí, que yo le daré la devisa de mi señora y mi vida, aunque ella no me quiere ver.

LOÇANA.-  ¿Y de cuándo acá no's quiere ver? Que no dize ella esso, que si esso fuera, no me rogara ella a mí que fuesse con ella disimulada a dar de chapinazos a la otra con quien os habéis envuelto, mas no con mi consejo, que para esso no me llama vuestra merçed a mí, porque hay diferençia d'ella a la señora Virgilia. Y mirá, señor, essa es puta salida, que en toda su casa no hay alhaja que no pueda dezir por esta graçia de Dios, que todo está empeñado y se lo come la usura, que Trigo me lo dixo. Quiere vuestra merçed poner una alcatraça con aquélla, que su graçia y su reposso y su casa llena y su saber basta para hazer tornar locos a los sabios. Y si vuestra merçed dará la devisa a mi moço, será menester que yo me empeñe para dalle jubón de la misma devisa.

SUSTITUTO.-  Andá, señora Loçana, que no suelo yo dar devisa que no dé todo. En esto verá que no la tengo olvidada a mi señora Virgilia, que voto a Dios que mejor sé lo que tengo en ella que no lo que tengo en mi caxa. Veis, aquí viene el malogrado de vuestro criado con capa; pareçe al superbio de Perusa, que a nadie estima. Quédese él aquí, y vaya vuestra merçed buen viaje.

LOÇANA.-  ¡Cuántas maneras hay en vosotros los hombres por sujetar a las sujetas, y matar a quien muere! Allá esperaré al señor mi criado, por ver cómo le dize la librea de la señora Virgilia.



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Mamotreto XXXVI

Cómo un caballero iba con un embaxador napolitano, travestidos, y vieron de lexos a la Loçana y se la dio a conoçer el caballero al embaxador


[CABALLERO.-]  Monseñor, ¿ve vuestra señoría aquella muger que llama allí?

EMBAXADOR.-  Sí.

CABALLERO.-  Corramos y tomémosla en medio, y gozará vuestra señoría de la más excelente muger que jamás vido, para que tenga vuestra señoría qué contar. Si la goza por entero y si toma conosçiençia con ella, no habrá menester otro solaçio, ni quien le diga mejor cuántas hermosas hay, y cada   -[fol. 29r]-   una en qué es hermosa. Que tiene el mejor ver y judicar que jamás se vido, porque bebió y passó el río de Nilo y conoçe sin espejo, porque ella lo es, y como las tiene en plática, sabe cada una en qué puede ser loada. Y es muy universal en todas las otras cosas que para esto de amores se requiere, y mírela en tal ojo que para la condiçión de vuestra señoría es una perla. Désta se puede muy bien dezir mulier que fuit in urbe habens septem mecanicas artes. Pues, a las liberales jamás le faltó retórica ni lógica para responder a quien las estudió. El mirable ingenio que tiene da que hazer a los que la oyen. Monseñor, vamos desta parte. Esperemos a ver si me conosçe.

EMBAXADOR.-  ¡Al cuerpo de mí, esta dona yo la vi en Bancos, que parlaba muy dulçe y con audaçia, que pareçía un Séneca!

CABALLERO.-  Es parienta del Ropero, conterrana de Séneca, Lucano, Marçial y Avicena. La tierra lo lleva, está in agibilibus, no hay su par, y tiene otra exçelençia, que lustravit provincias.

EMBAXADOR.-  ¿Es posible? Como reguarda in qua.

LOÇANA.-  Ya, ya conoçido es vuestra merçed, por mi vida, que, aunque se cubra, que no aprovecha, que ya sé que es mi señor. ¡Por mi vida, tantico la cara, que ya sé que es de ver y de gozar! Este señor no lo conozco, mas bien veo que debe ser gran señor. A seguridad le suplico que me perdone, que yo lo quiero forçar, por mi vida, que son matadores essos ojos. ¿Quién es este señor? ¡Que lo sirva yo, por vida de vuestra merçed y de su tío y mi señor!

CABALLERO.-  Señora Loçana, este señor os suplica que le metáis debaxo de vuestra caparela, y entrará a ver la señora Angelica porque vea si tengo razón en dezir que es la más acabada dama que hay en esta tierra.

LOÇANA.-  A vuestra señoría metelle he yo ençima, no debaxo, mas yo lo trabajaré. Esperen aquí, que si su merçed está sola yo la haré poner a la ventana, y si más mandaren, yo verné abaxo. Bien estaré media hora; paséense un poco, porque le tengo de rogar primero que haga un poco por mí, que estoy en gran neçesidad, que me echan de la casa y no tengo de qué pagar, que el borracho del patrón no quiere menos de seis messes pagados antes.

CABALLERO.-  Pues no os detengáis en nada deso, que la casa se pagará. Enviáme a vuestro criado a mi posada que yo le daré con que pague la casa, porque su señoría no es persona que debe esperar.

LOÇANA.-  ¿Quién es, por mi vida?

CABALLERO.-  Andá, señora Loçana... Que persona es que no perderéis nada con su señoría.

LOÇANA.-  Sin esso y con esso sirvo yo a los buenos. Esperen.

CABALLERO.-  Monseñor, ¿qué le pareçe de la señora Loçana? Sus inxertos siempre toman.

EMBAXADOR.-  Me pareçe que es astuta, que, çierto, «ha de la sierpe e de la paloma». Esta muger sin lágrimas parará más insidias que todas las mugeres con lágrimas. ¡Por vida del visorrey, que manana coma comigo, que yo le quiero dar un brial!

CABALLERO.-  Mírela vuestra señoría a la ventana. No hay tal Loçana en el mundo. Ya abre; veamos qué dize. Cabeçea que entremos donde ni fierro ni fuego a la virtud empeçe.

EMBAXADOR.-  ¡Qua più bella la matre que la filla!

CABALLERO.-  Monseñor, ésta es Cárcel de Amor; aquí idolatró Calisto, aquí no se estima Melibea, aquí poco vale Celestina.



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Mamotreto XXXVII

Cómo de allí se despidió la Loçana y se fue en casa de un hidalgo que la buscaba, y estando solos se lo hizo porque diese fe a otra que lo sabía hazer


  -[fol. 29v]-  

LOÇANA.-  Señores, aquí no hay más que hazer. La prissión es seguríssima, la prisionera piadosa, la libertad no se compra. La sujeçión aquí se estima porque hay merecimiento para todo. Vuestra señoría sea muy bien venido y vuestra merçed me tenga la promessa, que esta tarde irá mi criado a su posada, y si vuestra merçed manda que le lleve una prenda de oro o una toca toniçí, la llevará porque yo no falte de mi palabra, que prometí por todo hoy. A este señor yo lo vissitaré.

CABALLERO.-  Señora Loçana, no enviéis prenda, que entre vos y mí «no se pueden perder sino los barriles». Enviá, como os dixe, y no curéis de más. Y mirá que quiere su señoría que mañana vengáis a verlo.

LOÇANA.-  Beso sus manos y vuestros pies, mas mañana no podrá ser, porque tengo mi guarnelo lavado y no tengo qué me vestir.

CABALLERO.-  No curéis, que su señoría os quiere vestir a su modo y al vuestro. Vení ansí como estáis, que os convida a comer; y no a esperar, que su señoría come de mañana.

LOÇANA.-  ¡Por la luz de Dios, no estuviese sin besar tal cara como éssa, aunque supiesse enojar a quien lo ve!

ANGELICA.-  ¡Ansí, Loçana, no curéis! ¡Andá, dexaldo, que me enojaré, aunque su merçed no me quiere ver!

CABALLERO.-  Señora, deseo's yo servir; por tanto, le suplico que a monseñor mío le muestre su casa y sus joyas, porque su señoría tiene munchas y buenas, que puede servir a vuestra merçed. Señora Loçana, mañana no se os olvide de venir.

LOÇANA.-  No sé si se me olvidará, que soy desmemoriada después que moví, que si tengo de hazer una cosa es menester ponerme un señal en el dedo.

CABALLERO.-  Pues vení acá, tomá este anillo, y mirá que es un esmeralda, no se os caiga.

LOÇANA.-  Sus manos beso, que más la estimo que si me la diera la señora Angelina dada.

ANGELINA.-  Andá, que os la do, y traelda por mi amor.

LOÇANA.-  No se esperaba menos desa cara de luna llena. ¡Ay, señora Angelina, míreme, que paresco obispo! ¡Por vida de vuestra merçed y mía, que no estoy más aquí! Ven a çerrar, Matehuelo, que me esperan allí aquellos moços del desposado de Hornachuelos, que no hay quien lo quiera, y él porfiar y con todas se cassa y a ninguna sirve de buena tinta.

MATEHUELO.-  Cerrar y abriros, todo a un tiempo.

MOÇOS.-  ¿Venís, señora Loçana? ¡Caminá, cuerpo de mí, que mi amo se desmaya   -[fol. 30r]-   y os espera, y vos todavía queda! Sin vos no valemos nada, porque mi amo nunca se ríe sino cuando os ve, y por esso mirá por nosotros y sednos favorable agora que le son venidos dineros, antes que se los huelan las bagasas, que, voto a Dios, con putas y rufianas y tabaquinas no podemos medrar. Por esso, ayúdemos vuestra merçed y haga cuenta que tiene dos esclavos.

LOÇANA.-  Callá, dexá hazer a mí, que yo lo porné del lodo a dos manos. Vuestro amo es como el otro que dizen: «cantar mal y porfiar». Él se piensa ser Pedro Aguilocho, y no lo pueden ver putas más que al diablo. Unas me dizen que no es para nada, otras que lo tiene tan luengo que pareçe anadón, otras que arma y no desarma, otras que es mísero, y aquí firmaré yo, que primero que me dé lo que le demando, me canso, y al cabo saco dél la mitad de lo que le pido, que es trato cordobés. Él quiere que me esté allí con él y yo no quiero perder mis ganançias que tengo en otra parte. Y mirá qué tesón ha tenido conmigo, que no he podido sacar dél que, como me daba un julio por cada hora que estoy allí, que me dé dos. Que más pierdo yo en otras partes que no vivo yo de entrada, como el que tiene veinte pieças, las mejores de Cataluña, y no sé en qué se las espende, que no reluzen, y siempre me cuenta deudas. ¡Pues mándole yo que putas lo han de comer a él y a ello todo! No curés, que ya le voy cayendo en el rastro. ¿Veis el otro moço dó viene?

MARÇOCO.-  ¿Qué es esso? ¿Dó is, señora?

LOÇANA.-  A veros.

MARÇOCO.-  Hago saber a vuestra merçed que tengo tanta penca de cara de ajo...

LOÇANA.-  Essa sea la primera alhaja que falte en tu casa, y aun como a ti llevó la landre. ¡Tente allá, bellaco! ¡Andando se te caiga!

MARÇOCO.-  Señor, ya viene la Loçana.

PATRÓN.-  «Bien venga el mal si viene solo», que ella siempre vendrá con cualque demanda.

LOÇANA.-  ¿Qué se haze, caballeros? ¿Háblase aquí de cosas de amores o de mí o de cualque señora a quien sirvamos todos? ¡Por mi vida, que se me diga! Porque si es cosa a que yo pueda remediar, lo remediaré, porque mi señor amo no tome pasión, como suele por demás, y por no dezir la verdad a los médicos. ¿Qué es esso? ¿No me quiere hablar? Ya me vo, que ansí como ansí aquí no gano nada.

MOÇOS.-  Vení acá, señora Loçana, que su merçed os hablará y os pagará.

LOÇANA.-  No, no, que ya no quiero ser boba, si no me promete dos julios cada hora.

MARÇOCO.-  Vení, que es contento, porque más mereçéis, máxime si le socorréis que está amorado.

LOÇANA.-  ¿Y de quién? ¡Catá que me corro si de otra se enamoró! Mas como todo es viento su amor, yo huelgo que ame y no sea amado.

MARÇOCO.-  ¿Cómo, señora Loçana? ¿Y quién es aquel que ama y no es amado?

LOÇANA.-  ¿Quién? Su merçed.

MARÇOCO.-  ¿Y por qué?

LOÇANA.-  Esso yo me lo sé. No lo diré sino a su merçed solo.

MARÇOCO.-  Pues ya me voy. Vuestras çien monedas agora, Dios lo dixo.

LOÇANA.-  Andá, que ya no es el tempo de Maricastaña.

PATRÓN.-  Dexá dezir, señora Loçana, que no tienen respeto a nadie. Entendamos en otro: yo muero por la señora Angelica, y le daré seis ducados cada mes, y no quiero sino dos noches cada semana. Ved vos si mereçe más, y por lo que vos dixéredes me regiré.

LOÇANA.-  Señor, digo que no es muncho, aunque le diéissedes la meatad de vuestro offiçio de penitencería. Mas ¿cómo haremos?, que si vuestra merçed tiene çiertos defectos que dizen, será vuestra merçed perder los ducados y yo mis passos.

PATRÓN.-  ¿Cómo, señora Loçana? ¿Y suelo yo pagar mal a vuestra merçed? Tomá, veis ahí un par de ducados, y hazé que sea la cosa de sola signatura.

LOÇANA.-  Soy contenta, mas no me entiende vuestra merçed.

PATRÓN.-  ¿Qué cosa?

LOÇANA.-  Digo que si vuestra merçed no tiene de hazer sino besar, que me bese a mí.

PATRÓN.-  ¿Cómo besar? ¡Que la quiero cabalgar!

LOÇANA.-  ¿Y adónde quiere ir a caballar?

PATRÓN.-  Andá, para puta zagala burláis.

LOÇANA.-  ¡No   -[fol. 30v]-   burlo, por vida desa señora honrada a quien vos queréis cabalgar, y armar y no desarmar!

PATRÓN.-  ¡Oh, pese a tal! ¿Y eso dezís? ¡Por vida de tal, que lo habéis de probar, porque tengáis que contar!

LOÇANA.-  ¡Ay, ay, por el siglo de vuestro padre, que no me hagáis mal, que ya basta!

PATRÓN.-  ¡Mal le haga Dios a quien no's lo metiere todo, aunque sepa ahogaros! ¡Y veréis si estoy ligado! ¡Y mirá cómo desarmo!

LOÇANA.-  ¡Tal frojolón tenés! Esta vez no la quisiera perder, aunque supiera hallar mi anillo que perdí agora cuando venía.

PATRÓN.-  Tomá, veis aquí uno que fue de monseñor mío, que ni a mí se me olvidará, ni a vos se os irá de la memoria de hablar a essa señora, y dezilde lo que sé hazer.

LOÇANA.-  ¡Por mi vida, señor, que como testigo de vista, diré el aprieto en que me vi! ¡Ay, ay! ¿Y déssos sois? Desde aquí voy derecha a contar a su merçed vuestras virtudes.

PATRÓN.-  Sí, mas no ésta, que tomará çelos su porfía.

LOÇANA.-  Muncho hará a vuestro propósito, aunque estáis çiego. Que segund yo sé y he visto, essa señora que pensáis, que es a vuestra vista hermosa, no se va al lecho sin çena.

PATRÓN.-  ¿Cómo? ¡Por vida de la Loçana!

LOÇANA.-  Que su cara está en mudas cada noche, y las mudas tienen esto, que si se dexan una noche de poner, que no valen nada. Por esso se dize que cada noche daba de çená a la cara.

PATRÓN.-  Y essas mudas, ¿qué son?

LOÇANA.-  Çerillas hechas de uvas asadas. Mas si la veis debaxo de los paños, lagartixa pareçe.

PATRÓN.-  ¡Callá, señora Loçana, que tiene graçia en aquel menear de ojos!

LOÇANA.-  Esso yo me lo tengo, que no soy puta, cuanto más ella, que vive desso.

PATRÓN.-  «Quien a otra ha de dezir puta, ha de ser ella muy buena muger», como agora vos.



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Mamotreto XXXVIII

Cómo la Loçana entra en la batería de los gentiles, y dize


LOÇANA.-  Algo tengo yo aquí, que el otro día cuando vine, por no tener favor, con seis ducadillos me fui, de un resto que hizo el faraute, mi señor. Mas agora que es el campo mío, restos y resto mío serán.

OCTAVIO.-  Señora Loçana, resto quexosso será el mío.

LOÇANA.-  ¡Andá, señor, que no de mí!

AURELIO.-  Vení acá, señora Loçana, que aquí se os dará el resto y la suerte principal.

LOÇANA.-  ¡Viva essa cara de rosa, que con essa magnifiçençia las hazés esclavas siendo libres! Que el resto dizen que es poco.

AURELIO.-  ¿Cómo poco? ¡Tanto, sin mentir!

LOÇANA.-  Cresca de día en día, porque gozés tan florida moçedad.

AURELIO.-  Y vos, señora Loçana, gozéis de lo que bien queréis.

LOÇANA.-  Yo, señor, quiero bien a los buenos y caballeros que me ayudan a pasar mi vida sin dezir ni hazer mal a nadie.

OCTAVIO.-  Esso tal sea este resto, porque es para vos. Tomaldo, que para vos se ganó.

LOÇANA.-  Sepamos, ¿cuánto es?

OCTAVIO.-  Andá, callá y cogé, que todos dizen amén, amén, sino quien perdió, que calla.

LOÇANA.-  Soy yo capellana de todos, y más de su señoría.

ORAÇIO.-  Cogé, señora Loçana, que si los pierdo, en habellos vos los gano, aunqu'el otro día me motejastes delante de una dama.

LOÇANA.-  ¿Yo, señor? Lo que dixe entonçes digo agora, que ellas me lo han dicho, que diz que tenéis un diablo que pareçe conjuro de sacar espíritus.

ORAÇIO.-  ¡Oh, pese a tal! ¿Y esso dizen ellas? No saben bien la materia.

LOÇANA.-  Si no saben la materia, saben la forma.

ORAÇIO.-  ¡No hay ninguno malo, moças!

LOÇANA.-  Señor, no, sino que unos tienen más fuerça que otros.

MILIO.-  Señora Loçana, hazé parte a todos de lo que sabéis. ¿De mí, qué dizen, que no me quieren ver ni oír?

LOÇANA.-  ¡Ay, pecador! Sobre que dizen que vuestra merçed es el que muncho hizo.

SALUSTIO.-  ¿Y yo, señora Loçana?

LOÇANA.-  Vuestra merced el que poco y bueno, como de varón.

  -[fol. 31r]-  

CAMILO.-  A mí, señora Loçana, ¿qué?

LOÇANA.-  Vos, señor, el que no hizo nada que se pareçiesse.

CAMILO.-  Porque cayó en mala tierra, que son putas insaciables. ¿No le basta a una puta una y dos, y un beso, tres, y una palmadica, cuatro, y un ducado, çinco? Son piltracas.

LOÇANA.-  Sí para vos, mas no para nos. ¿No sabés que uno que es bueno, para sí es bueno, mas mejor es si su bondad aprovecha munchos?

CAMILO.-  Verdad dezís, señora Loçana, mas «el pecado callado, medio perdonado».

LOÇANA.-  Si por ahí tiráis, callaré, mas siempre oí dezir que las cosas de amor avivan el ingenio, y también quieren plática. «El amor sin conversaçión es bachiller sin repetidor.» Y voyme, que tengo que hazer.

AURELIO.-  Mirá, señora Loçana, que a vos encomiendo mis amores.

LOÇANA.-  ¿Y si no sé quién son?

AURELIO.-  Yo's lo diré si vos mandáis,, que çerca están y yo lexos.

LOÇANA.-  Pues dexáme agora, que voy a ver si puedo hallar quien me preste otros dos ducados para pagar mi casa.

AURELIO.-  ¡Voto a Dios, que si los tuviera que os los diera! Mas dexé la bolsa en casa por no perder, y también porque se me quebraron los çerraderos. Mas sed çierta que esto y más os dexaré en mi testamento.

LOÇANA.-  ¿Cuándo? Soy vuestra sin esso y con esso. Véngasse a mi casa esta noche y jugaremos castañas, y probará mi vino, que raspa. Sea a çená. Haré una caçuela de pexe, que dizen que venden unas azedías frescas vivas, y no tengo quién me vaya por ellas y por un cardo.

AURELIO.-  Pues yo enviaré a mi moço esta tarde con todo.

LOÇANA.-  Vuestra merçed será muy bien venido. Nunca me encuentra Dios sino con míseros lazerados. El caerá, que para la luz de Dios, que bobo y hidalgo es.

GUARDIÁN.-  ¿Qué se dize, señora Loçana? ¿Dó bueno?

LOÇANA.-  Señor, a mi casa.

GUARDIÁN.-  Llegáos aquí al sol, y sacáme un arador, y contáme cómo os va con los galanes deste tiempo, que no hay tantos bobos como en mis tiempos, y ellas creo que también se retiran.

LOÇANA.-  ¿Y cómo? Si bien supiese vuestra merçed, no hay puta que valga un maravedí, ni dé de comer a un gato, y ellos, como no hay saco de Génova, no tienen sino el maullar, y los que algo tienen piensan que les ha de faltar para comer, y a las vezes sería mejor hoder poco que comer muncho. ¡Cuántos he visto enfermos de los riñones por miseria de no espender! Y otros que piensan que por cesar han de vivir más, y es al contrario, que semel in setimana no hizo mal a nadie.

ALCAIDE.-  ¡Por mi vida, señora Loçana, que yo semel in mense y bis in anno!

LOÇANA.-  Andá ya, que ya lo sé, que vuestra merçed haze como viejo y paga como moço.

GUARDIÁN.-  Esso del pagar, mal pecado, nunca acabó, porque cuando era moço pagaba por entrar, y agora por salir.

LOÇANA.-  Viva vuestra merçed munchos años, que tiene del peribón. Por esso, dadme un alfiler, que yo os quiero sacar diez aradores.

ALCAIDE.-  Pues sacá, que por cada uno os daré un grueso.

LOÇANA.-  Ya sé que vuestra merçed lo tiene grueso, que a su puta beata lo oí, que le metíades las paredes adentro. Dámelo de argento.

ALCAIDE.-  Por vida de mi amiga, que si yo los hubiesse de comprar, que diesse un ducado por cada uno, que uno que retuve me costó más de çiento.

LOÇANA.-  Lofa sería. Esse no haze para mí. Quiérome ir con mi honra.

ALCAIDE.-  ¡Vení acá, traidora! ¡Sacáme uno no más de la palma!

LOÇANA.-  No sé sacar de la palma ni del codo.

GUARDIÁN.-  ¿Y de la punta de pa picaraçada?

LOÇANA.-  De ahí sí. Buscallo mas no hallarlo.

GUARDIÁN.-  ¡Oh, cuerpo de mí, señora Loçana! ¿Que no sabéis de la palma y estáis en tierra que los sacan de las nalgas con putarolo, y no sabéis vos sacallos al sol   -[fol. 31v]-   con buena aguja?

LOÇANA.-  Sin aguja los saco yo, cuando son de oro o de plata, que des'otras suertes o maneras no me entiendo. Mejor hará vuestra merçed darme un barril de mosto para hazer arrope.

GUARDIÁN.-  De buena gana. Enviá por ello y por leña para hazello y por membrillos que cozgáis dentro. Y mirá si mandáis más, que a vuestro servicio está todo.

LOÇANA.-  Soy yo suya toda.

ALCAIDE.-  Y yo vuestro hasta las trencas.



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Mamotreto XXXIX

Cómo la señora Terencia vido passar a la Loçana y la manda llamar


TERENCIA.-  Ves allí la Loçana que va de priessa, Migallejo. Va, assómate y llámala.

MIGALLEJO.-  ¡Señora Loçana! ¡Señora Loçana! Mi señora le ruega que se llegue aquí.

LOÇANA.-  ¿Quién es la señora?

MIGALLEJO.-  La del capitán.

LOÇANA.-  ¿Aquí se ha pasado su merçed? Yo huelgo con tal vezina. Las manos, señora Terencia.

TERENCIA.-  Las vuestras vea yo en la picota y a vos encoroçada sin proçeso, que ya sin pecado lo mereçe, mas para su vejez se le guarda. Miralda cuál viene, que pareçe corralario de putas y xarahiz de neçios. Dile que suba.

MIGALLEJO.-  Sobí, señora.

LOÇANA.-  ¡Ay, qué cansada que vengo y sin provecho! Señora, ¿cómo está vuestra merçed?

TERENCIA.-  ¡A la fe, señora Loçana, enojada, que no me salen mis cosas como yo querría! Di a hilar y hame costado los ojos de la cara porque el capitán no lo sienta. Y agora no tengo trama.

LOÇANA.-  Señora, no's maravilléis, que cada tela quiere trama. El otro día no quesistes oír lo que yo os dezía; que de allí sacárades trama.

TERENCIA.-  Callá, que sale el capitán.

CAPITÁN.-  ¿Qué es, señora?

LOÇANA.-  Señor, servir a vuestra merçed.

CAPITÁN.-  ¿Oué mundo corre?

LOÇANA.-  Señor, bueno, sino que todo vale caro, porque compran los pobres y venden los ricos. Duelos tienen las repúblicas cuando son los señores mercadantes y los ricos revenden. Este poco de culantro seco me cuesta un bayoque.

CAPITÁN.-  ¡Hi, hi, hi! ¡Comprándolo vos, cada día se sube! Mas dezíme, ¿qué mercado hay agora de putas?

LOÇANA.-  Bueno, que no hay hambre dellas, mas todas son míseras y cada una quiere avanzar para el cielo. Señor, no quiero más putas, que harta estó dellas. Si me quisieren, en mi casa estaré, como hazía Galaço, que a Puente Sisto moraba, y allí le iban a buscar las putas para que las aconchase, y si él tenía buena mano, yo la tengo mejor. Y él era hombre y muger, que tenía dos naturas, la de hombre como muleto y la de mujer como de vaca. Dizen que usaba la una, la otra no sé; salvo que lo conoçí, que hazía este ofiçio de aconchar, al cual yo le sabré dar la manera mejor, porque tengo más conversaçión que no cuantas han sido en esta tierra.

CAPITÁN.-  Dexá esso. Dezíme cómo os va, que muncha más conversaçión tiene el Çopín que no vos, que cada día lo veo con vestidos nuevos y con libreas, y siempre va medrado. No sé lo que haze, que toda conversaçión es a Torre Sanguina.

LOÇANA.-  ¡Señor, maravíllome de vuestra merçed, quererme igualar con el Çopín, que es fiscal de putas y barrachel de regantío y rufián magro, y el año pasado le dieron un treintón como a puta! No pensé que vuestra merçed me tenía en essa possessión. Yo puedo ir con mi cara descubierta por todo, que no hize jamás vileza, ni alcagüetería, ni mensaje a persona vil, a caballeros y a putas de reputaçión. Con mi honra procuré de interponer palabras, y amansar iras, y reconçiliar las partes, y hazer pazes   -[fol. 32r]-   y quitar rencores, examinando partes, quitar martelos viejos, haziendo mi persona albardán por comer pan. Y esto se dirá de mí, si alguno que querrá poner en fábula: «Muncho supo la Loçana, más que no demostraba.»

CAPITÁN.-  Señora Loçana, ¿cuántos años puede ser una muger puta?

LOÇANA.-  Dende doze hasta cuarenta.

CAPITÁN.-  ¿Veinte y ocho años?

LOÇANA.-  Señor, sí: hartarse hasta reventar. Y perdonadme, señora Terencia.



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Mamotreto XL

Cómo, yendo su camino, encuentra con tres mugeres y después con dos hombres que la conoçen de luengo tiempo


LOÇANA.-  ¿Para qué es tanto ataparse? Que ya veo que no pudo el baño hazer más que primero había, sino lavar lo limpio y ençender color donde no fue menester arrebol.

GRIEGA.-  ¡Hi, hi, hi! Vuestra casa buscamos y si no os encontrábamos, perdíamos tiempo, que imos a çená a una viña y si no passamos por vuestra mano, no valemos nada, porque tenemos de ser miradas, y van otras dos venecianas, y es menester que vos, señora Loçana, pongáis en nosotras todo vuestro saber, y pagaos. Ansí mismo vaya vuestro criado con nosotras, y verná cargado de todo cuanto en el banquete se diere, y avisaldo que se sepa ayudar porque cuando venga traiga qué roçar.

LOÇANA.-  Señoras mías, en fuerte tiempo me tomáis, que en toda mi casa no hay cuatrín ni maravedí ni cosa aparejada para serviros, mas por vuestro amor, y por començar a aviar la gente a casa, yo iré y buscaré las cosas neçesarias para de presto serviros. Mi criado irá, más por hazeros plazer que por lo que puede traer; vosotras miráme bien por él, y no querría que hiziesse quistión con ninguno, porque tiene la mano pessada, y el remedio es que, cuando se ençiende como berraco, quien se halla allí más presto le ponga la mano en el çerro, y luego amansa y torna como un manso. Veislo, viene anadeando. ¿Qué cosa?, ¿qué cosa? ¿En qué están las alcabalas? Como se ve festivo, que pareçe dominguillo de higueral, no estima el resto. Volveos, andá derecho, ¡ansí relumbre la luna en el rollo como este mi novio! Andá a casa, y tenémela limpia, y guardá no rompáis vos essa librea. Colgalda. Señoras, id a mi casa, que allí moro junto al río, passada la vía Assinaria, más abaxo. Yo voy aquí a una espeçiería por çiertas cosas para vuestro serviçio, aunque sepa dexar una prenda.

GRIEGA.-  Señora Loçana, tomá, no dexéis prenda, que después contaremos. Caminá.

LOÇANA.-  ¡Ay, pecadora de mí! ¿Quién son estos? Aquí me ternán dos horas, ya los conozco. ¡Oxalá me muriera cuando ellos me conoçieron! ¡Beata la muerte cuando viene después de bien vivir! Andar, siempre oí dezir que en las adversidades se conoçen las personas fuertes. ¿Qué tengo de hazer? Haré cara, y mostraré que tengo ánimo para saberme valer en el tiempo adverso.

GIRALDO.-  Señora Loçana, ¿cómo está vuestra merçed? No menos poderosa ni hermosa os conoçí siempre, y, si entonçes mejor, agora os suplicamos nos tengáis por hermanos, y muy aparejados para vuestro serviçio.

LOÇANA.-  Señores, ¿cuándo dexé yo de ser presta para servir essas caras honradas? Que agora y en todo tiempo tuvieron mereçimiento para ser de mí muy honrados, y no solamente agora que estoy en mi libertad, mas siendo sujeta no me faltaba inclinaçión para servirles muy afiçionada. Bien que yo y mi casa seamos pobres, al menos aparejada siempre para lo que sus merçedes me quisieren mandar.

GIRALDO.-  Señora, servir.

LOÇANA.-  Señores, beso las manos de vuestras merçedes mill vezes, y suplícoles que   -[fol. 32v]-   se sirvan de mi pobreza, pues saben que soy toda suya. ¡Por vida del rey, que no me la vayan a penar al otro mundo los puercos! Que les he hecho mill honras cuando estábamos en Damiata y en Túnez de Berbería, y agora con palabras prestadas me han pagado. ¡Dios les dé el mal año! Quisiera yo, ¡pese al diablo!, que metieran la mano a la bolsa por cualque dozena de ducados, como hazía yo en aquel tiempo, y si no los tenía se los hazía dar a mi señor Diomedes, y a sus criados los hazía vestir, y agora a mala pena me conoçen, porque sembré en Porcuna. Bien me dezía Diomedes: «Guárdate, que éstos a quien tu hazes bien te han de hazer mal.» ¡Mirá qué canes renegados, villanos secretos, capotes de terçiopelo! Por estos tales se debía dezir: «Si te vi, no me acuerdo. Quien sirve a munchos no sirve a ninguno.»





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Parte III


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Mamotreto XLI

Aquí comiença la tercera parte del retrato y serán más graciosas cosas que lo pasado. Cómo tornó a casa y afeitó con lo que traía Las sobredichas, y cómo se fueron, y su criado con ellas, y quedó sola y contaba to do lo que había menester para su trato que quería començar. Y de aquí adelante le daremos fin


LOÇANA.-  Agora que me arremangué a poner trato en mi casa, vale todo caro. Andar, pase por agora por contentar estas putas, que después yo sabré lo que tengo de hazer.

GRIEGA.-  ¡Mirámela cuál viene, que le nazcan barbas, narizes de medalla!

LOÇANA.-  Pareçe mi casa atalaya de putas. Más puse del mío que no me distes.

  -[fol. 33r]-  

GRIEGA.-  ¡Sús, a mí primero, señora Loçana!

LOÇANA.-  Andá, no curéis, que esso haze primero para esto que a la postre. Vení acá vos, gaitero, id con ellas y mirá que es convite de catalanes, una ves en vida y otra en muerte. Apañá lo que pudiéredes, que liçençia tenés plomada destas señoras putas, que sus copos lo pagarán todo. Garbeá y traer de cara casa, y no palos. Caminá delante. Id cantando.

RAMPÍN.-  ¿Qué dirán que guardo, mal logrado? ¿Qué dirán que guardo?

LOÇANA.-  ¡Bueno, por mi vida, bueno como almotaçén de mi tierra! Aquí me quedo sola; desseo tenía de venir a mi casa, que, como dizen, «mi casa y mi hogar çien ducados val». Ya no quiero andar tras el rabo de putas. Hasta agora no he perdido nada, de aquí adelante quiero que ellas me busquen; no quiero que de mí se diga «puta de todo trançe, alcatara a la fin». Yo quiero de aquí adelante mirar por mi honra, que, como dizen, «a los audaces la fortuna les ayuda». Primeramente, yo tengo buena mano ligera para quitar çejas, y sélo hazer mejor que yo me pienso, y tengo aquí esta casa al paso, y tengo este hombre que mira por mi casa, y me escalienta, y me da dentro con buen ánimo, y no se sabe sino que sea mi moço y nunca me demanda çelos, y es como un ciervo ligero. Ansí mesmo tengo muncha plática con quien yo tengo de usar este offiçio. Yo soy querida y amada de cuantas cortesanas favoridas hay, yo so conoçida ansí en Roma como en el vulgo y fuera de Roma de munchos a quien yo he favoresçido, y me traerán presentes de fuera, que terné mi casa abasteçida. Y si amuestro favor a villanos, vernán sus mugeres y, porque las enseñe cómo se han de hazer bellas, me traerán paxitas de higos y otras mill cosas, como la tibulesa por el cuatrín del sublimato que le vendí, y como le prometí que otra vez le daría otra cosa mejor, porque secretamente se afeitase, pensó que hurtaba bogas y envióme olivas y munchas mançanas y granadas que de Baena no podían ser mejores. Pues si una villana me conosçe, ¿qué haré cuando todas me tomen en plática? Que mi casa será colmena y también, si yo asiento en mi casa, no me faltarán munchos que yo tengo ya domados, y mitirillo por encarnaçar, y será más a mi honra y a mi provecho, que no tomo sabor en casa de otrie, y si quisiere comer en mi casa, será a costa de otrie y sabráme mejor. Que no verná hombre aquí que no saque dél cuándo de la leña, otro el carbón, y otro el vino, y otro el pan, y otro la carne, y ansí, de mano en mano, sacaré la expesa, que no se sentirá, y esto, riendo y burlando, que cada uno será contento de dar para estas cosas, porque no pareçe que sean nada cuando el hombre demanda un bayoque para peras y, como le sea poquedad sacar un bayoque, sacarán un julio y un carlín, y por ruín se tiene quien saca un groso. Ansí que, si yo quiero saber vivir, es menester que muestre no querer tanto cuanto me dan, y ellos no querrán tomar el demás, y ansí quedará todo en casa. Otros vernán que traerán el seso en la punta del caramillo, y con éstos se ganará más, porque no tienen tiempo hasta variar su pasión, y demandándoles darán cuanto tienen. Y vernán otros, que, con el amor que tienen, no comen, y hazelles he comprar de comer y pagar lo comprado, y hazelle he que corte, y comeré yo y mi criado, y assí si castigan los neçios. Y vernán otros que no serán salamones, y afrentallos luego en dos o tres julios para cartas, y vernán otros noviçios que agora vuelan. A estos tales no demandalles nada, sino fingir que si ellos tuviessen que yo no passaria neçesidad, y darme han fin a las bragas, y cuanto más si los alabo de valientes   -[fol. 33v]-   y que son amados de la tal, y que no vinieron a tiempo, y que el enamorado ha de ser gastador como el tal y no mísero como el tal, y alabarlos que tienen gran cosa, que es esto para muchachos hazellos reyes. Y a todos mirar de qué grado y condiçión son, y en qué los puedo yo coger y a qué se estiende su facultad, y ansí sacaré provecho y pagamiento, si no en dineros en otras cosas, como de pajes rapina y de hijos de mercaderes robaína, y ansí daré a todos melezina. Yo sé que si me dispongo a no tener empacho y vo por la calle con mi çestillo y llevo en él todos los aparejos que se requieren para aconchar, que no me faltará la merçed del Señor, y si soy vergonçosa seré pobre, y como dizen, «mejor es tener que no demandar». Assí que, si tengo de hazer este ofiçio, quiero que se diga que no fue otra que mejor lo hiziese que yo. ¿Qué vale a ninguno lo que sabe si no lo procura saber y hazer mejor que otrie? Exemplo gratia: si uno no es buen jugador, ¿no pierde? Si es ladrón bueno, sábese guardar que no lo tomen. Ha de poner el hombre en lo que se haze gran diligençia y poca vergüenza y rota conçiençia para salir con su empresa al corrillo de la gente.



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Mamotreto XLII

Cómo, estando la Loçana sola, diçiendo lo que le convenía hazer para tratar y platicar en esta tierra sin servir a nadie, entró el Autor callando y disputaron los dos. Y diçe el Autor:


AUTOR.-  -Si está en casa la Loçana, quiero vella y demandalle un poco de algalia para mi huéspeda qu'está sorda. En casa está. ¡Dame! ¿Con quién habla? ¡Voto a mí, que debe de estar enojada con cualque puta! Y agora todo lo que dize será nada, que después serán amigas antes que sea noche, porque ni ella sin ellas, ni ellas sin ella no pueden vivir. Sabello tengo, que cualque cosa no le han querido dar, y por esto son todas estas braverías o braveaduras. «¿Quién mató la leona, quién la mató? Matóla vuestro yerno, marido de vuestra hija.» Assí será esta quistión. Su criado habrá muerto cualque ratón, y pensará que sea leona. Otra cosa es, agora la entiendo. ¿Qué dize de sueños? También sabe de agüeros, y no sé qué otra cosa dixo de urracas y de tordos que saben hablar y que ella sabría vivir. ¿El Persio he oído? ¡Oh, pesse a san, con la puta astuta! ¡Y no le bastaba Ovidio, sino Persio! Quiero sobir, que no es de perder, sino de gozar de sus desparates, y quiero atar bien la bolsa antes que suba, que tiene mala boca, y siempre mira allí. Creo que sus ojos se hizieron de bolsa agena, aunque yo siempre oí dezir que los ojos de las mugeres se hizieron de la bragueta del hombre, porque siempre miran allí, y ésta a la bolsa; de manera que para con ella «no basta un ñudo en la bolsa y dos gordos en la boca», porque huele los dineros donde están.

Señora Loçana, ¿tiene algo de bueno a que me convide? Que vengo cansado, y pareçióme que no hazía mi deber si no entraba a veros, que, como vos sabéis, os quiero yo muncho por ser de hazia mi tierra. Bien sabéis que los días passados me hezistes pagar unas calças a la Maya, y no quería yo aquello, sino cualque viuda que me hiziesse un hijo y pagalla bien, y vos que no perdiéssedes nada en avisarme de cosa limpia sobre todo, y haremos un depósito que cualquier muger se contente, y vos primero.

LOÇANA.-  Señor, «a todo hay remedio sino   -[fol. 34r]-   a la muerte». Asentáos, y haremos colaçión con esto que ha traído mi criado, y después hablaremos. Va por vino.¿Qué dizez? ¡Oh, buen grado haya tu agüelo! ¿Y de dos julios no tienes cuatrín? ¡Pues busca, que yo no tengo sino dos cuatrinos!

AUTOR.-  Dexá estar. Toma, cambia, y trae lo que has de traer.

LOÇANA.-  ¡Por mi vida, no le deis nada, qu'él buscará! D'essa manera no le faltará a él qué jugar. ¡Caminá pues! ¡Vení presto! ¿Sabéis, señor, qué he pensado? Que quiçá Dios os ha traído hoy por aquí. A mí me ha venido mi camisa, y quiero ir esta tarde al estufa, y como venga, que peguemos con ello, y yo soy d'esta complisión, que como yo quiero, luego encaxo, y mirá, llegar y pegar todo será uno. Y bástame a mí que lo hagáis criar vos, que no quiero otro depósito. Y sea mañana, y veníos acá, y comeremos un medio caprieto, que sé yo hazer apedreado.

AUTOR.-  ¡Hi, hi! Veis, viene el vino, in quo est luxuria.

LOÇANA.-  Dame a beber, y da el resto del ducado a su dueño.

RAMPÍN.-  ¿Qué resto? Veislo ahí, todo es guarnacha y malvasía de Candía, que cuesta dos julios el bocal, ¿y queréis resto?

LOÇANA.-  ¡Mirá el borracho! ¿Y por fuerça habéis vos de traer guarnacha? ¡Traxérades corso o griego, y no espendiera tanto!

AUTOR.-  Anda, hermano, que bien hezistes traer siempre de lo mejor. Toma, tráeme un poco de papel y tinta, que quiero notar aquí una cosa que se me recordó agora.

LOÇANA.-  ¡Mirá, mançebo, sea esse julio como el ducado! ¡Hazé de las vuestras! Señor, si él se mete a jugar no torna acá hoy, que yo lo conosco.

AUTOR.-  ¿En qué pasáis tiempo, mi señora?

LOÇANA.-  Cuando vino vuestra merçed, estaba diziendo el modo que tengo de tener para vivir, que quien veza a los papagayos a hablar, me vezará a mí a ganar. Yo sé ensalmar y encomendar y santiguar cuando alguno está aojado, que una vieja me vezó, que era saludadera y buena como yo. Sé quitar ahitos, sé para lombrizes, sé encantar la terçiana, sé remedio para la cuartana y para el mal de la madre. Sé cortar frenillos de bobos y no bobos, sé hazer que no duelan los riñones y sanar las renes, y sé medicar la natura de la muger y la del hombre; sé sanar la sordera y sé ensolver sueños; sé conoçer en la frente la fissionomía y la quiromançia en la mano, y prenosticar.

AUTOR.-  Señora Loçana, a todo quiero callar, mas a esto de los sueños ni mirar en abusiones, no lo quiero comportar. Y pues sois muger de ingenio, notá que el hombre, cuando duerme sin cuidado y bien cubierto y harto el estómago, nunca sueña y, al contrario, assimismo, cuando duerme el hombre sobre el lado del coraçón, sueña cosas de gran tormento, y cuando despierta y se halla que no cayó de tan alto como soñaba, está muy contento; y si miráis en ello veréis que sea verdad. Y otras vezes sueña el hombre que comía o dormía con la tal persona, que ha gran tiempo que no la vido, y otro día verála o hablarán d'ella, y piensa que aquello sea lo que soñó, y son los humos del estómago que fueron a la cabeça, y por esso conforman los otros sentidos con la memoria. Ansí que, como dizen los maestros que vezan los niños en las materias, «munchas vezes acaheçe qu'el muchacho sueña dineros y a la mañana se le ensuelven en açotes». También dezís que hay aojados; esto quiero que os quitéis de la fantasía, porque no hay ojo malo, y si me dezís cómo yo vi una muger que dixo a un niño que su madre criaba muy lindo, y dixo la otra: «¡Ay, qué lindo hijo y qué gordico!», y alora el niño no alçó cabeça; esto no era mal ojo, mas mala lengua y dañada intençión y venenosa maliçia, como sierpe que trae el veneno en   -[fol. 34v]-   los dientes, que si dixera «¡Dios sea loado, que lo crió!», no le pudiera empeçer. Y si me dezís cómo aquella muger lo pudo empeçer con tan dulçe palabra, digo que la culebra con la lengua haze cariçias, y da el veneno con la cola y con los dientes. Y notá: habéis de saber que todas vosotras, por la mayor parte, sois más prestas al mal y a la envidia que no al bien, y si la maliçia no reinase más en unas que en otras, no conoçeríamos nosotros el remedio que es signarnos con el signo de la + contra la maliçia y dañada intençión. De aquéllas digo que, lícitamente, se podrían dezir miembros del diablo. A lo que de los agüeros y de las suertes dezís, digo que si tal vos miráis, que hazéis mal, vos y quien tal cree, y para esto notá que munchos de los agüeros en que miran, por la mayor parte, son alimañas o aves que vuelan. A esto digo que es suziedad creer que una criatura criada tenga poder de hazer lo que puede hazer su Criador, que tú que viste aquel animal que se desperezó y has miedo, mira que si quieres, en virtud de su Criador, le mandarás que reviente y reventará. Y por esso tú debes creer en el tu Criador, que es omnipotente, y da la potencia y la virtud, y no a su criatura. Ansí que, señora, la + sana con el romero, no el romero sin la +, que ninguna criatura os puede empeçer tanto cuanto la + os puede defender y ayudar. Por tanto, os ruego me digáis vuestra intençión.

LOÇANA.-  Cuanto vos me habéis dicho es santo y bueno, mas mirá bien mi respuesta, y es que, para ganar de comer, tengo que dezir que sé muncho más que no sé, y afirmar la mentira con ingenio por sacar la verdad. ¿Pensáis vos que si yo digo a una muger un sueño, que no le saco primero cuanto tiene en el buche? Y dígole yo cualque cosa que veo yo que allí tiene ella ojo, y tal vuelta el ánima apassionada no se acuerda de sí misma, y yo dígole lo que ella otra vez ha dicho, y como ve que yo acierto en una cosa, piensa que todo es ansí, que de otra manera no ganaría nada. Mirá el prenóstico que hize cuando murió el emperador Maximiliano, que dezían «¿quién será emperador?». Dixe, «yo oí aquel loco que passaba diziendo: «Oliva d'España, d'España, d'España», que más de un año turó, que otra cosa no dezían sino «d'España, d'España». Y agora que ha un año que pareçe que no se dize otro sino «Carne, carne, carne salata», yo digo que gran carneçería se ha de hazer en Roma.

AUTOR.-  Señora Loçana, yo me quiero ir y estó siempre a vuestro serviçio. Y digo que es verdad un dicho que munchas vezes leí, que, «Quidquid agunt homines, intentio salvat onmes». Donde se ve claro que vuestra intinçión es buscar la vida en diversas maneras, de tal modo que otro cría las gallinas y vos coméis los pollos sin perjudiçio ni sin fatiga. Feliçe Loçana, que no habría putas si no hubiesse rufianas que las inxiriessen a las buenas con las malas.



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Mamotreto XLIII

Cómo salía el Autor de casa de la Loçana, y encontró una fantesca cargada y un villano con dos asnos cargados, uno de çebollas y otro de castañas, y después se fue el Autor con un su amigo,contándole las cosas de la Loçana


AUTOR.-  ¿Qué cosa es esto que traés, señoreta?

JACOMINA.-  Bastimento para la çena, que viene aquí mi señora y un su amigo notario, y agora verná su moço, que trae dos cargas de leña. Señor, ¿es vuestra merçed de casa? Ayúdeme a descargar, que se me cae el bote de la mostaza.

AUTOR.-  Sube, que arriba está   -[fol. 35r]-   la Loçana. ¿Qué quieres tú? ¿Vendes essas cebollas?

VILLANO.-  Señor, no, que son para presentar a una señora que se llama la Fresca, que mora aquí, porque me sanó a mi hijo del ahito.

AUTOR.-  Llama, que ahí está. ¿Essas castañas son para que se ahite ella, y tú con sus pedos?

VILLANO.-  Miçer, sí.

AUTOR.-  ¡Pues voto a Dios, que no hay letrado en Valladolid que tantos cliéntulos tenga! Pues aquellas ocultas allá van, que por ella demandan. Y no me partiré de aquí sin ver el trato que esta muger tiene. Allá entra la una. Y otra muger con dos ánades. Aquélla no es puta, sino mal de madre; yo lo sabré al salir. Ya se va el villano. Ya viene la leña para la çena. Milagros haze, que la quiere menuda. Ya van por más leña; dize que sea seca. Al moço envía que traiga espeçias y açúcar, y que sean hartas y sin moler. Que traiga candelas de sebo de las gordas, y que traiga hartas, por su amor, que será tarde, que han de jugar. Yo me maravillaba si no lo sabía dezir, a mi fidamani, que ella çene más de tres noches con candelas de notario y a costa de cualque monitorio. ¿Veis dó sale la de los anadones? Quiero saber qué cosa es. Dezíme, madre, ¿cómo os llamáis?

VITORIA.-  Fijo, Vitoria, enferma de la madre, y esta señora española me ha dado aqueste çerote para poner al ombligo.

AUTOR.-  Dezíme, señora, ¿qué mete dentro, si vistes?

VITORIA.-  Yo's lo diré. Gálbano y armoníaco, que consuma la ventosidad. Y Perdonáme, que tengo priesa.

AUTOR.-  Ándate en buen hora. Yo me quiero estar aquí y ver aquel palafrenero a qué entra allá, que no estará muncho, que ya viene el notario, o novio que será. ¡Cardico y moxama le trae el ladrón! Bueno, pues entra, que aquí te quiero yo; que mejor notario es ella que tú, que ya está matriculada. Ya sale el otro; italiano es, más bien habla español y es mi conoçido. ¡A vos, Penacho! ¿Qué se dize? ¿Sois serviçial a la señora Loçana? ¿Qué cosa es eso que lleváis?

PENACHO.-  ¡Juro a Dios, cosas buenas para el rabo! Guarda que tú no lo dizes a otro. Questo es para l'himorroide que tiene monseñor mío. Adío.

AUTOR.-  Va norabuena, que aquí viene quien yo deseaba. Si vuestra merçed viniera más presto viera maravillas, y entre las otras cosas oyera un remedio que la señora Loçana ha dado para çierta enfermedad.

SILVANO.-  Pues d'esso me quiero reír, que os maravilléis vos de sus remedios sabiendo vos que remedia la Loçana a todos de cualquier mal o bien. A los que a ella venían, no sé agora cómo haze, mas en aquel tiempo que yo la conosçí embaucaba las gentes con sus palabras y, por çierto, que dos cosas le vi hazer: la una a un señor que había comido tósigo, y ella majó presto un rábano sin las hojas y metiólo en vinagre fuerte y púsoselo sobre el coraçón y pulsos. Y cuando fue la peste, ella en Velitre hizo esto mismo en vino bueno, y que tomase siempre plazer y que no se curase de otras píldoras ni purgas. Cada mes de mayo come una culebra; por esso está gorda y fresca la traidora, aunque ella de suyo lo era.

AUTOR.-  ¿No veis qué prisa se dan a entrar y salir putas y notarios?

SILVANO.-  Vámonos, que ya son vacaçiones, pues que çierran la puerta.



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Mamotreto XLIV

Cómo fue otro día a visitarla este su conoçido Silvano, y las cosas que allí contaron


SILVANO.-  Señora Loçana, no se maravelle, que «quien viene no viene tarde» y el deseo grande vuestro me ha traído, y también por ver si hay páxaros en los nidos d'antaño.

LOÇANA.-  Señor, nunca faltan palomas al palomar. Y a quien bien os quiere no le faltarán   -[fol. 35v]-   palominos que os dar.

SILVANO.-  No sean de camisa, que todo cuanto vos me dezis os creo. ¡Dios os bendiga, qué gorda estáis!

LOÇANA.-  Hermano, como a mis espesas y sábeme bien, y no tengo envidia al Papa, y gánolo y esténtolo y quiéromelo gozar y triunfar, y mal año para putas, que ya las he dado de mano, que, por la luz de Dios, que si me han menester que vienen cayendo, que ya no soy la que solía. Mirá qué casa y en qué lugar, y qué paramentos y qué lecho que tengo. Salvo que esse bellaco me lo gasta cada noche, que no duerme seguro y yo que nunca estoy queda; y vos que me entendéis, que somos tres. ¡Hi, hi! ¿Acordáisos de aquellos tiempos passados cómo triunfábamos? Y había otros modos de vivir, y eran las putas más francas y los galanes de aquel tiempo no compraban offiçios ni escuderatos como agora, que todo lo espendían con putas y en plazeres y convites. Agora no hay sino maullantes, overo, como dizen en esta tierra, fotivento, que todo el año hazen hebrero, y ansí se pasan. No como cuando yo me recuerdo, que venía yo cada sábado con una dozena de ducados ganados en menos tiempo que no ha que venistes; y agora, cuando traigo doze julios, es muncho. Pues Sábado Santo me recuerdo venir tan cansada, que estaba toda la Pascua sin ir a estaçiones ni ver parientas ni amigas, y agora este Sábado Santo con negros ocho ducadillos me ençerré, que me maravillo cómo no me ahorqué. ¡Pues las Navidades de aquel tiempo, los aguinaldos y las manchas que me daban! Como agora, çierto nunca tan gran estrechura se vido en Cataluña ni en Florençia como agora hay en Roma. Y si miráis en ello, entonçes traían unas mangas bobas y agora todos las traen a la perladesca. No sé, por mí lo digo; que me maravillo cómo pueden vivir munchas pobres mugeres que han servido esta corte con sus haçiendas y honras, y puesto su vida al tablero por honrar la corte y pelear y batallar, que no las bastaban puertas de hierro, y ponían sus copos por broquel y sus oídos por capaçetes, combatiendo a sus espesas y a sus acostamientos de noche y de día. Y agora, ¿qué méritos les dan?, salvo que unas, rotos braços, otras, gastadas sus personas y bienes, otras, señaladas y con dolores, otras, paridas y desmamparadas, otras, que siendo señoras son agora siervas, otras, estacioneras, otras, lavanderas, otras, estableras, otras, cabestro de símiles, otras, alcahuetas, otras, parteras, otras, cámara locanda, otras, que hilan y no son pagadas, otras, que piden a quien pidió y sirven a quien sirvió, otras que ayunan por no tener, otras por no poder, ansí que todas esperan que el Senado las provea a cada una segund el tiempo que sirvió y los méritos que debe haber, que sean satisfechas. Y segund piensan y creen, que harán una taberna meritoria, como antiguamente solían tener los romanos y agora la tienen veneçianos, en la cual todos aquellos que habían servido o combatido por el senado romano, si venían a ser viejos o quedaban lissiados de sus miembros por las armas o por la defensión del pueblo, les daban la dicha taberna meritoria, en la cual les proveían de vito e vestito. Esto alhora era bueno, que el senado cobraba fama y los combatientes tenían esta esperança, la cual causaba en ellos ánimo y lealtad. Y no solamente entonçes, mas agora se espera que se dará a las combatientes, en las cuales ha quedado el arte militario, y máxime a las que con buen ánimo han servido y sirven en esta alma çibdad, las cuales, como dixe, pusieron sus personas y fatigas al carro del triunfo passado por mantener la tierra y tenella abastada y honrada con sus personas, viniendo   -[fol. 36r]-   de lexos y luengas partidas de diversas naçiones y lenguajes, que, si bien se mira en ello, no hay tantos lenguajes en Babilonia, adonde yo soy estada en mi juventud. Ansí que, si esto se hiçiese, munchas más vernían y sería como en las batallas, cuando echan delante la gente armada y, a la postre, cuando van faltando éstos, los peones y hombres d'armas, y esles fuerça pelear a ellos y a los otros que esperaban seguir vitoria, que si bien venzen el campo, no hay quien lo regozije como en la de Rávena, ni quien favoresca el plazer que consiguen por ser pocos y solos, que no tienen quien los ayude a levantar. Y así esperan la luna de Boloña, que es como el socorro de Scalona. Ansí que, tornando al propósito, quiero dezir que, cuando a las personas lisiadas y pobres y en senetud constitutas, no les dan el premio o mérito que mereçen, serán causa que no vengan munchas que vinieran a relevar a las naturales las fatigas y cansançios y combates, y esto causará la ingratitud que con las passadas usaron, y de aquí redundará que los galanes requieran a las casadas y a las vírgenes d'esta tierra, y ellas darán de sus casas joyas, dinero y cuanto ternán a quien las encubra y a quien las quiera, de modo que quedarán los naturales ligeros como çiervos asentados a la sombra del alcornoque, y ellas contentas y pobres, porque se quiere dexar hazer tal offiçio a quien lo sabe manear.



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Mamotreto XLV

Una respuesta que haze este Silvano, su conoçido de la Loçana


SILVANO.-  -¡Por mi vida, señora Loçana, que creo que si fuérades vos la misma teórica no dixérades más de lo dicho! Mas quiero que sepáis que la taberna meritoria para essas señoras ya está hecha archihospital, y la honra, ayuda y triunfo que ellas dan al senato es como el grano que siembran sobre las piedras, que como naçe se seca. Y si oístes dezir que antiguamente, cuando venía un romano o emperador con vitoria, lo llevaban en un carro triunfante por toda la çibdad de Roma, y esto era en gran honra, y en señal de forteza una corona de hojas de roble, y él asentado encima, y si alguna señal tenía de las heridas que en las batallas y combates hobiese resçebido la mostraba públicamente, de manera que entonçes el carro y la corona y las heridas eran su gloria, y después su renombre, fama y gloria, ¿qué mejor ni más largo os lo puedo yo dar a entender, señora Loçana, de lo que vos misma podéis ver? Que, como se hazen françesas o grimanas, es neçessario que, en muerte o en vida, vayan a Santiago de las Carretas, y allí el carro y la corona de flores y las heridas serán su mérito y renombre a las que vernán, las cuales tomarán audibilia pro visibilia. Ansí que, señora Loçana, a vos no's ha de faltar sin ellas de comer, que ayer, hablando, con un mi amigo, hablamos de lo que vos alcançáis a saber, porque me recordé cuando nos rompistes las agallas a mí y a cuantos estábamos en el banco de ginoveses.

LOÇANA.-  Y si entonçes las agallas, agora los agallones. Y oídme dos razones.


  -[fol. 36v]-  

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Mamotreto XLVI

Respuesta que da la Loçana en su laude


LOÇANA.-  -Aquél es loado que mira y nota y a tiempo manifiesta. Yo he andado en mi juventud por Levante, so estada en Nigroponte y he visto y oído munchas cosas, y entonçes notaba y agora saco de lo que entonçes guardé. ¿No se os acuerda, cuando estaba por ama de aquel hijo de vuestro amo, qué concurrençia tenía de aquellos villanos que me tenían por médica, y venían todos a mí, y yo les dezía: «Andaos a vuestra casa y echaos un ayuda», y sanaban? Acontesçió que una vieja había perdido una gallina que munchos días había que ponía huevos sobre una pared, y como se encocló, echóse sobr'ellos; y vino la vieja a mí que le dixese de aquella gallina, y yo estaba enojada y díxele: «Andá, id a vuestra casa y traéme la yerba canilla que naçe en los tejados.» Y díxeselo porque era vieja, pensando que no subiría; en fin, subió y halló la gallina. Y publicóme que yo sabía hazer hallar lo perdido. Y assí un villano perdió una borrica; vino a mí que se la encomendase, porque no la comiesen lobos. Mandéle que se hiziese un cristel de agua fría y que la fuese a buscar. Él hízolo y, entrando en un higueral a andar del cuerpo, halló su borrica. Y d'esta manera tenía yo más presentes que no el juez. Dezíme, por mi vida, ¿quién es esse vuestro amigo que dezís que ayer hablaba de mí? ¿Conóscolo yo? ¿Reísos? Quiérolo yo muncho porque me contrahaze tan natural mis meneos y autos, y cómo quito las çejas, y cómo hablo con mi criado, y cómo lo echo de casa, y cómo le dezía cuando estaba mala: «Andá por essas estaçiones y mirá essas putas cómo llevan las çejas», y cómo bravea él por mis duelos, y cómo hago yo que le hayan todos miedo, y cómo lo hago moler todo el día solimán. Y el otro día (no sé quién se lo dixo), que mi criado hazía quistión con tres, y yo, porque no los matase, salí y metílo en casa y çerré la puerta; y él metióse debaxo del lecho a buscar la espada, y como yo estaba afanada porque se fuesen antes qu'él saliese, entré y busquélo; y él tiene una condiçión: que cuando tiene enojo, si no lo desmuele, luego se duerme. Y como lo veo dormido debaxo de la cama, me alegré y digo: «En este medio, los otros huirán.» Y cómo lo halago, que no se me vaya; y cómo reñimos porque metió el otro día lo suyo en una olla, que yo la tenía media de agua de mayo, y, como armó dentro por causa del agua, traía la olla colgada. Y yo quise más perder la olla y el agua, que no que se le hiziese mal. Y el otro día, que estaban aquí dos mochachas como hechas de oro, pareçe que el bellaco armó; y tal armada que todas dos agujetas de la bragueta rompió, que eran de gato soriano. Y cómo yo lo hago dormir a los pies, y él cómo se sube poco a poco... Y otras mill cosas que, cuando yo lo vi contrahazerme, me pareçía que yo era. Si vos lo viérades aquí, cuando me vino a ver que estaba yo mala, que dixe a esse cabrón de Rampín que fuese aquí, a una mi vezina, que me prestase unos manteles. Dixo que no los tenía; dixe yo simplemente: «¡Mira qué borracha, qu'está ella sin manteles! Toma, vé, cómprame una libra de lino, que yo me los hilaré y ansí no la habré menester.» Señor: yo lo dixe y él lo oyó; no fue menester más, como él a tiempo, cuando yo no pensaba en ello, me contrahizo, que quedé espantada.



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Mamotreto XLVII

Cómo se despide el conoçido de la señora Loçana, y le da señas de la patria del Autor


  -[fol. 37r]-  

AUTOR.-  -Señora Loçana, quisiera que acabáramos la materia començada de la meritoria, mas como no tuvo réplica mandá vuestra merçed que digamos reliqua, para que se sienten y vayan reposadas donde la rueda de la carreta las acabará. Y tornando a responderos de aquel señor que de vuestras cosas haze un retrato, quiero que sepáis que so estado en su tierra y daréos señas d'ella. Es una villa çercada y cabeça de maestradgo de Calatrava, y antiguamente fue muy gran cibdad, dedicada al dios o planeta Marte. Como dize Apuleyo, cuando el planeta Mercurio andaba en el cielo, al dios Marte aquella peña era su trono y ara, de donde tomó nombre la Peña de Marte, y, al presente, de los Martos, porque cada uno de los que allí moran son un Marte en batalla, que son hombres inclinados al arte de la milicia y a la agricultura, porque remedan a los romanos, que reedificaron donde agora se habita, al pie de la dicha peña, porque allí era sacrificado el dios de las batallas. Y ansí, son los hombres de aquella tierra muy actos para armas. Como si oístes dezir lo que hizieron los Cobos de Martos en el reino de Granada, por tanto que dezían los moros que el Cobo viejo y sus çinco hijos eran de hierro y aun de azero, bien que no sabían la causa del planeta Marte, que en aquella tierra reinaba de nombre y de hecho. Porque allí puso Hércules la terzera piedra o colona, que al presente es puesta en el templo. Hallóse el año MDIIII. Y la Peña de Martos nunca la pudo tomar Alexandro Magno ni su gente porque es inexpuñábile a quien la quisiesse por fuerça. Ha sido siempre honra y defensión de toda Castilla. En aquella tierra hay las señales de su antigua grandeza en abundançia. Esta fortíssima peña es tan alta que se ve Córdoba, que está catorze leguas de allí. Ésta fue sacristía y conserva cuando   -[fol. 37v]-   se perdió España, al pie de la cual se han hallado atahutes de plomo y marmóreos escritos de letras gódicas y egipciacas, y hay una puerta que se llama la Puerta del Sol, que guarda al oriente, dedicada al planeta Febo. Hay otra puerta, la Ventosilla, que quiere dezir que allí era la silla del solícito elemento Mercurio, y la otra, Puerta del Viento, dedicada a este tan fuerte elemento aéreo; por tanto, el fortíssimo Marte dedicó a este elemento dos puertas que guardasen su altar. Todas dos puertas de Mercurio guardan al Poniente. Hay un albollón, que quiere dezir salida de agua, al baluarte do reposa la diosa Ceresa. Hay dos fortalezas, una en la altíssima peña y otra dentro de la villa, y el Almedina, que es otra fortaleza, que haze cuarenta fuegos, y la villa de Santa María, que es otra forteza que haze cien fuegos, y toda la tierra haze mill y quinientos, y tiene buenos vinos torrontesses y albillos y aloques; tiene gran campiña, donde la diosa Ceressa se huelga. Tiene monte, donde se coge muncha grana, y grandes términos y muy buenas aguas vivas. Y en la plaça, un altar de la Madalena y una fuente y un alamillo y otro álamo delante de la puerta de una iglesia, que se llama la solícita y fortíssima y santíssima Marta, huéspeda de Cristo. En esta ilesia está una capilla que fue de los Templares, que se dize de San Benito. Dizen que antiguamente se dezía Roma la Vieja. Todas estas cosas demuestran su antigua grandeza, máxime que todas las ciudades famosas del Andaluzía tienen la puerta Martos, que dize su antigua fortaleza, salvo Granada, porque mudó la Puerta Elvira. Tiene ansimismo una fuente marmórea con çinco pilares, a la puerta de la villa, edificada por arte mágica en tanto spacio cuanto cantó un gallo, el agua de la cual es salutífera. Está en la vía que va a la cibdad de Mentessa, alias Jaén. Tiene otra al pie de Malvezino, donde Marte abrevaba sus caballos, que agora se nombra la fuente Santa Marta, salutífera contra la fiebre. La mañana de San Juan sale en ella la cabelluda, que quiere dezir que allí munchas vezes apareció la Madalena. Y más arriba está la peña la Sierpe, donde se ha visto Santa María defensora, la cual allí miraculosamente mató un ferocíssimo serpiente, el cual devoraba los habitatores de la cibdad de Marte, y ésta fue la principal causa de su despoblación. Por tanto, el templo lapídeo y fortíssima ara de Marte fue y es al presente consagrado a la fortíssima Santa Marta, donde los romanos, por conservar sus mugeres en tanto que ellos eran a las batallas, otra vez la fortificaron; de modo que toda la honestidad y castidad y bondad que han de tener las mugeres, la tienen las de aquel lugar, porque traen el orígine de las castíssimas romanas, donde munchas y munchas son de un solo marido contentas. Y si en aquel lugar, de poco acá, reina alguna invidia o malicia es por causa de tantos forasteros que corren allí por dos cosas: la una, porque redundan los torculares y los copiossos graneros, juntamente con todos los otros géneros de vituallas, porque tiene cuarenta millas de términos, que no le falta salvo tener el mar a torno; la segunda, que en todo el mundo no hay tanta caridad, hospitalidad y amor proximal cuanta en aquel lugar, y cáusalo la caritativa huéspeda de Cristo. Allí poco lexos está la sierra de Ailló, antes de Alcahudete.

LOÇANA.-  Alcahudete, el que haze los cornudos a ojos vistas.

SILVANO.-  Finalmente, es una felice patria donde, siendo el rey, personalmente mandó despeñar los dos hermanos Carvajales, hombres animosíssimos, acusados falsamente de tiranos, la cuya sepultura o mausoleo permaneçe en la capilla de Todos los Santos, que antiguamente se dezía la Santa Santorum, y son en la dicha capilla   -[fol. 38r]-   los huesos de fortíssimos reyes y animosos maestres de la dicha orden de Calatrava.

LOÇANA.-  Señor Silvano, ¿qué quiere dezir que el autor de mi retrato no se llama cordobés, pues su padre lo fue, y él nació en la diócesi?

SILVANO.-  Porque su castíssima madre y su cuna fue en Martos y, como dizen: «no donde naces sino con quien paces». Señora Loçana, veo que viene gente y si estoy aquí os daré empacho. Dadme liçençia y mirá cuándo mandáis que venga a serviros.

LOÇANA.-  Mi señor, no sea mañana ni el sábado, que terné priessa, pero sea el domingo a çena y todo el lunes, porque quiero que me leáis, vos que tenéis graçia, las copias de Fajardo y la comedia Tinalaria y a Celestina, que huelgo de oír leer estas cosas muncho.

SILVANO.-  ¿Tiénela vuestra merçed en casa?

LOÇANA.-  Señor, velda aquí. Mas no me la leen a mi modo, como haréis vos. Y traé vuestra vihuela y sonaremos mi pandero.

SILVANO.-  Contempláme essa muerte.



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Mamotreto XLVIII

Cómo vinieron diez cortesanas a se afeitar, y lo que pasaron, y después otras dos, casadas, sus amigas, camiseras


DOROTEA.-  Señora Loçana, más cara sois vos de haber que la muerte cuando es deseada. Mirá cuántas venimos a serviros, porque vos no's dexáis ver después que os enriqueçisteis y habemos de comer y dormir todas con vos.

LOÇANA.-  Sea norabuena, que «cuando amaneçe, para todo el mundo amaneçe». ¿Quién diría de no a tales convidadas? ¡Por mi vida que se os pareçe que estáis pellejadas de mano de otrie que de la Loçana! Así lo quiero yo, que me conozcáis. Que pagáis a otrie bien por mal pelar. ¡Por vida de Rampín, que no tengo de perdonar a hija de madre, sino que me quiero bien pagar! ¡Mirá qué çeja ésta! ¡No hay pelo con pelo! ¿Y quién gastó tal çeja como ésta, por vida del rey, que mereçía una cuchillada por la cara porque otra vuelta mirara lo que hazía? ¡Mirá si hubiera un mes que yo estuviera en la cama cuando en quinze días os han puesto del lodo! Y vos, señora, ¿qué paño es esse que tenéis? Essa agua fuerte y solimán crudo fue. Y vuestra prima, ¿qué es aquello, que todos los cabellos se le salen? ¡La judía anda por aquí! No me curo, que por esso se dize «a río vuelto, ganançia de pescadores». Vení acá vos. ¿Qué manos son éssas? Entrá allá y dame aquel boteçillo de oro. ¡Y manos eran éstas para dexar gastar! Tomá y teneldo hasta mañana y veréis qué manos sacaréis el domingo. Si estuviera aquí mi criado, enviara a comprar çiertas cosas para vosotras. Mas torná por aquí, que yo lo enviaré a comprar si me dexáis dineros, que, a deziros la verdad, éstos que me habéis dado bien los he ganado, y aún es poco, que, cuando os afeito cada sábado, me dais un julio y agora mereçía dos por haber emendado lo que las otras os gastaron.

TERESA NARBÁEZ.-  Mirá bien y contá mejor, que no hay entre todas nosotras quien os haya dado menos de dos.

LOÇANA.-  Bien, mas no contáis vosotras lo que yo he puesto de mi casa. A vos, azeite de adormideras y olio de almendras   -[fol. 38v]-   amargas perfetíssimo. Y a ella, unto de culebra. Y a cada una segundo vi que tenía menester. Por mi honra, que quiero que las que yo afeito vayan por todo el mundo sin vergüença y sean miradas. ¡Por el siglo de vuestro padre, señora Dorotea!, ¿qué os pareçe qué cara llevan todas? Y a vos, ¿cómo se os ha pasado el fuego que traíades en la cara con el olio de calabaça que yo's puse? Id en buena hora, que no quiero para con vosotras estar en un ducado, que otro día lo ganaré que vernés mejor aperçebidas.

NARBÁEZ.-  ¡Oh, qué cara es este diablo! ¡Ésta y nunca más! Si las jodías me pelan por medio carlín, ¿por qué ésta ha de comer de mi sudor? ¡Pues antes de un año Teresa Narbáez quiere saber más que no ella!

LOÇANA.-  ¿Quién son éstas que vienen a la romanesca? ¡Ya, ya! Acá vienen.

LEONOR.-  ¡Abrí, puta vieja, que a saco os tenemos de dar! ¿Paréçeos bien que ha un mes que no visitáis a vuestras amigas? En puntos estamos de daros de masculillo. ¡Ay, qué gorda está esta putana! Bien pareçe que come y bebe y triunfa, y tiene quien bien la cabalgue para el otro mundo.

LOÇANA.-  Tomá una higa, porque no me aojéis. ¿Qué viento fue este que por acá os echó? Mañana quería ir a Pozo Blanco a veros.

LEONOR.-  Mirá, hermana: tenemos que ir a unas bodas de la hija de Paniagua con el Izquierdo y no valemos nada sin ti. Tú has de poner aquí toda tu çiencia. Y más, que no puedo comportar a mi marido los sobacos. Dame cualque menjurje que le ponga, y vézanos a mí y a esta mi prima cómo nos rapemos los pendejos, que nuestros maridos lo quieren ansí, que no quieren que parezcamos a las romanas, que jamás se lo rapan. Y págate a tu modo: ves aquí çinco julios y después te enviaremos el resto.

LOÇANA.-  Las romanas tienen razón, que no hay en el mundo mugeres tan castas ni tan honestas. Andá, quitá allá vuestros julios, que no quiero de vosotras nada. Enviá a comprar lo que es neçessario y dexá poner a mí el trabajo.

LEONOR.-  Pues sea ansí. Enviemos a vuestro moço que lo compre.

LOÇANA.-  Bien será menester otro julio, que no se lo darán menos de seis.

LEONOR.-  Tomá, veis ahí. Vaya presto.

LOÇANA.-  ¿Cómo estáis por allá? Que acá muy ruinmente lo passamos. Por mí lo digo, que no gano nada. Mejor fuera que me casara.

LEONOR.-  ¡Ay, señora, no lo digáis, que sois reina ansí como estáis! ¿Sabéis qué dezía mi señor padre, en requia sea su alma? Que la muger que sabía texer era esclava a su marido y que el marido no la había de tener sugeta sino en la cama. Y con esto nos queremos ir, que es tarde, y el Señor os dé salud a vos y a Rampín y os lo dexe ver barrachel de campaña, amén.

LOÇANA.-  Ansí veáis de lo que más queréis, que si no fuera aquella desgraçia qu'el otro día le vino, ya fuera él alcalde de la hermandad de Velitre. Y si soy viva el año que viene, yo lo haré porquerón de Bacano, que no le falta ánimo y manera para ser esso y más. Andad sanas y encomendáme toda la ralea.



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Mamotreto XLIX

Cómo venieron a llamar a la Loçana que fuese a ver un gentilhombre nuevamente venido, que estaba malo, y dize ella entre sí, por las que se partieron


LOÇANA.-  Yo doy munchas graçias a Dios porque me formó en Córdoba más que en otra tierra y me hizo muger sabida y no bestia, y de naçión española y no de otra. Miraldas cuáles van después de la Çeca y la Meca y la Val d'Andorra. Por esso se dize, «sea marido aunque sea de palo, que por ruin que sea, ya es marido». Estas están ricas y no tienen sus maridos, salvo el uno una pluma y el otro una aguja; y trabajan de día y de noche porque se den sus mugeres buen tiempo. Y ellos trampear,   -[fol. 39r]-   y de una aguja hazen tres. Y ellas al revés. Yo me recuerdo haber oído en Levante a los cristianos de la çintura, que contaban cómo los moros reprehendían a los cristianos en tres cosas: la primera, que sabían escrebir y daban dineros a notarios y a quien escribiese sus secretos; y la otra, que daban a guardar sus dineros y hazían ricos a los cambiadores; la otra, que hazían fiesta la terçia parte del año. Las cuales son para hazer al hombre siempre en pobreza y enriqueçer a otrie que se ríe de gozar lo ajeno. Y no me curo, porque, como dizen, «no hay cosa nueva debaxo del sol». Querría poder lo que quiero, pero, como dixo Séneca, «graçias hago a este señal que me dio mi fortuna, que me costriñe a no poder lo que no debo de querer». Porque de otra manera, yo haría que me mirassen con ojos de alinde.

RAMPÍN.-  ¿Qué hazéis? Mirá, que os llama un moço de un noviçio bisoño.

LOÇANA.-  Vení arriba, mi alma. ¿Qué buscáis?

HERGETO.-  Señora, a vuestra merçed, porque su fama vuela.

LOÇANA.-  ¿De qué modo, por vida de quien bien queréis? Que vos nunca os hezistes sosegadamente, que el aire os lo da, y si no, os diese çien besos en esos ojos negros. Mi rey, dezíme, ¿y quién os dixo mal de mí?

HERGETO.-  Señora, en España nos dixeron mill bienes de vuestra merçed y en la nao unas mugeres que tornan acá con unas niñas que quedan en Çivitavieja, y ellas vezan a las niñas vuestro nombre porque, si se perdieren, que vengan a vos porque no tienen otro mamparo. Y vienen a ver el año santo, que, segund dizen, han visto dos y con éste serán tres, y creo que esperarán el otro por tornar contentas.

LOÇANA.-  Deben de ser mis amigas y por esso saben que mi casa es alhóndiga para servirlas y habrán dicho su bondad.

HERGETO.-  Señora Loçana, mi amo viene de camino y no está bueno. Él os ruega que le vais a ver, que es hombre que pagará cualquier serviçio que vuestra merçed le hiziere.

LOÇANA.-  Vamos, mi amor. A vos digo, Rampín. No's partáis, que habéis de dar aquellos trapos a la galán portuguesa.

RAMPÍN.-  Sí haré. Vení presto.

LOÇANA.-  Mi amor, ¿dó posáis?

HERGETO.-  Señora, hasta agora yo y mi ami habemos posado en la posada del señor don Diego o Santiago a dormir solamente, y comer en la posada de Bartoleto; que siempre salimos sospirando de sus manos, pero tienen esto: que siempre sirven bien. Y allí es otro estudio de Salamanca y otra Sapiençia de París y otras Gradas de Sevilla y otra Loja de Valençia y otro Drageto a Rialto en Venecia y otra barbería de cada tierra y otro Chorrillo de Nápoles: que más nuevas se cuentan allí que en ninguna parte d'estas que he dicho, por munchas que se digan en Bancos. En fin, hemos tenido una vita dulçedo y agora mi amo está aquí en casa de una que creo que tiene bulda firmada de la cancillería de Valladolid para dezir mentiras y loarse y dezir qué fue y qué fue, y, voto a Dios, que se podía dezir de quinze años, como Elena.

LOÇANA.-  ¿Y a qué es venido vuestro amo a esta tierra?

HERGETO.-  Señora, por corona. Dezíme, señora, ¿quién es aquella galán portuguesa que vos dexistes?

LOÇANA.-  Fue una muger que mandaba en la mar y en la tierra, y señoreó a Nápoles, tiempo del Gran Capitán, y tuvo dineros más que no quiso, y vesla allí asentada demandando limosna a los que passan.

HERGETO.-  ¿Aquélla es? Temor me pone a mí, cuanto más a las que ansí viven. Y mirá, señora Loçana, como dizen en latín, non praeposuerunt Deum ante conspectum suum,que quiere dezir que no pusieron a Dios las tales delante a sus ojos. Y nótelo vuestra merçed esto.

LOÇANA.-  Sí haré. Entremos presto, que tengo que hazer. ¿Aquí posáis, casa d'essa puta vieja lengua d'oca?

HERGETO.-  Doña Inés: çagala como espada del Cornadillo.

LOÇANA.-  ¡Ésta sacó de pila a la donzella Teodor!


  -[fol. 39v]-  

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Mamotreto L

Cómo la Loçana va a ver a este gentilhombre, y dize subiendo


LOÇANA.-  «Más sabe quien muncho anda que quien muncho vive», porque quien muncho vive cada día oye cosas nuevas, y quien muncho anda ve lo que ha de oír. ¿Es aquí la estançia?

HERGETO.-  Señora, sí. Entrá en aquella cámara, que está mi amo en el lecho.

LOÇANA.-  Señor mío, no conoçiéndo's quise venir por ver gente de mi tierra.

TRUJILLO.-  Señora Loçana, vuestra merçed me perdone, que yo había de ir a homillarme delante de vuestra real persona, y la pasión corporal es tanta que puedo dezir que es interlineal. Y por esto me atreví a suplicalla me visitase malo, porque yo la visite a ella cuando sea bueno, y con su visitaçión me sane. ¡Va, tú! Compra confites para esta señora.

LOÇANA.-  ¡Nunca en tal me vi! Mas veré en qué paran estas longuerías castellanas.

TRUJILLO.-  Señora, alléguese acá y contalle he mi mal.

LOÇANA.-  Diga, señor, y en lo que dixere veré su mal, aunque debe ser luengo.

TRUJILLO.-  Señora, más es ancho que luengo. Yo, señora, oí dezir que vuestra casa era aduana y, para despachar mi mercadançia, quiero ponella en vuestras manos para que entre essas señoras, vuestras contemporáneas, me hagáis conoçer para desempachar y hazer mis hechos. Y como yo, señora, no estó bueno munchos días ha, habéis de saber que tengo lo mío tamaño y, después que venistes, se me ha alargado dos o tres dedos.

LOÇANA.-  ¡En boca de un perro! Señor, si el mal que vos tenéis es natural, no hay ensalme para él; mas si es açidental, ya se remediará.

TRUJILLO.-  Señora, querría aduanallo por no perdello. Meté la mano y veréis si hay remedio.

LOÇANA.-  ¡Ay, triste! ¿De verdad tenéis esto malo? ¡Y cómo está valiente!

TRUJILLO.-  Señora, yo he oído que tenéis vos muy lindo lo vuestro y quiérolo ver por sanar.

LOÇANA.-  ¡Mis pecados me metieron aquí! Señor, si con vello entendéis sanar, veislo aquí. Mas a mí porque vine, y a vos por cuerdo, nos habían de escobar.

TRUJILLO.-  Señora, no hay que escobetear, que mi huéspeda escobeteó esta mañana mi ropa. Lléguese vuestra merçed acá, que se vean bien, porque el mío es tuerto y se despereza.

LOÇANA.-  Bien se ven si quieren.

TRUJILLO.-  Señora, bésense.

LOÇANA.-  Basta haberse visto.

TRUJILLO.-  Señora, los tocos y el tacto es el que sana, que así lo dixo Santa Nefixa, la que murió suave.



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Mamotreto LI

Cómo se fue la Loçana corrida, y decía muy enojada


LOÇANA.-  Esta venida a ver este guillote me porná escarmiento para cuanto viviere. «Nunca más perro a molino», porque era más el miedo que tenía yo que no el gozo que hube, que no osaba ni sabía a qué parte me echase. Este fue el mayor   -[fol. 40r]-   aprieto que en mi vida pasé; no querría que se supiese por mi honra. ¡Y dizen que vienen d'España muy grosseros! ¡A fe, éste más supo que yo! Es trujillano. Por eso dizen: «perusino en Italia y trujillano en España, a todas naciones engaña». Este majadero ha querido descargar en mí por no pagar pontaje, y veréis que a todas hará d'esta manera y a ninguna pagará. Yo callaré por amor del tiempo. ¡La vejez de la pimienta le venga! Engañó a la Loçana, como que fuera yo Santa Nefixa, que daba a todos de cabalgar en limosna. ¡Pues no lo supiera ansí hordir Hernán Çenteno! Si yo esto no lo platicase con alguno no sería ni valdría nada si no lo çelebrásemos al dios de la risa, porque yo sola me sonrío toda de cómo me tomó a manos. Y mirá que si yo entendiera a su criado, bien claro me lo dixo, que bien mirado, ¿qué me podía a mí dar uno que es estado en la posada del señor don Diego sino fruta de hospital pobre? En fin, «la codiçia rompe el saco». Otro día no me engañaré..., aunque bien me supo. Mas quisiera comer semejante bocado en plazer y en gasajo. Pedro de Urdemalas no supiera mejor enredar como ha hecho este bellacazo desflorador de coños. Las paredes me metió adentro. Ansí me vea yo gran señora, que pensé que tenía mal en lo suyo, y dixe: «aquí mi ducadillo no me puede faltar». Y él pensaba en otro. No me curo, que en él va el engaño, pues me quedan las paredes enhiestas. Quiero pensar qué diré a mi criado para que mire por él, mas no lo vi vestido. ¿Qué señas daré d'él, salvo que a él le sobra en la cara lo que a mí me falta?

RAMPÍN.-  Caminá, que es venida madona Diviçia, que viene de la feria de Requenate y trae tantos cuchillos que es una cosa de ver.

LOÇANA.-  ¿Qué los quiere hazer?

RAMPÍN.-  Dize que gratis se los dieron y gratis los quiere dar.

LOÇANA.-  ¿Veis aquí? «Lo que con unos se pierde con otros se gana.»



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Mamotreto LII

Cómo la Loçana se encontró, antes que entrase en su casa, con un vagamundo llamado Sagüesso, el cual tenía por offiçio jugar y cabalgar de balde, y dize


SAGÜESSO.-  Si como yo tengo a Çelidonia, la del vulgo, de mi mano, tuviesse a esta traidora colmena de putas, yo sería duque del todo. Mas aquel azemilón de su criado es causa que pierda yo y otros tales el susidio d'esta alcatara de putas y alcançía de bobas y alambique de cortesanas. Juro a Dios que la tengo de hazer dar a los leones, que quiero dezir que Çelidonia sabe más que no ella y es más rica y vale más, aunque no es maestra de enxambres.

LOÇANA.-  ¿Dónde is vos por aquí? ¿Hay algo que malsinar o que baratar? Ya es muerto el duque Valentino, que mantenía los haraganes y vagabundos.

SAGÜESSO.-  Señora Loçana, siempre lo tovistes de dezir lo que queréis. Es porque demostráis el amor que tenéis a vuestros servidores, máxime a quien os desea servir hasta la muerte. Vengo que me arrastran estas çejas.

LOÇANA.-  Agora te creo menos. Yo deseo ver dos cosas en Roma antes que muera, y la una es que los amigos fuesen amigos en la prosperidad y en la adversidad, y la otra, que la caridad sea exerçitada y no offiçiada, porque, como veis, va en officio y no en exerçiçio y nunca se ve sino escrita o pintada o por oídas.

SAGÜESSO.-  En esso y en todo tenéis razón. Mas ya me pareçe que la señora Çelidonia os sobrepuja casi en el todo porque en el vulgo no hay casa tan frecuentada como la suya y está rica   -[fol. 40v]-   que no sabe lo que tiene, que ayer solamente, porque hizo vender un sueño a uno, le dieron de corretaje cuatro ducados.

LOÇANA.-  ¿Sabes con qué me consuelo? Con lo que dixo Rampín, mi criado: que en dinero y en riquezas me pueden llevar, mas no en linage ni en sangre.

SAGÜESSO.-  Voto a mí que tenéis razón, mas para saberlo çierto será menester sangrar a las dos, para ver cuál es mejor sangre. Pero una cosa veo: que tiene gran fama, que dizen que no es naçida ni naçerá quien se le pueda comparar a la Çelidonia, porque Celestina la sacó de pila.

LOÇANA.-  D'eso me querría yo reír, de la puta cariacochillada en la cuna que no me fuesse a mí tributaria. ¡La puta vieja otogenaria! Será menester hazer con ella como hizieron los romanos con el pópulo de Herusalén.

SAGÜESSO.-  ¿Qué, por vuestra vida, señora Loçana?

LOÇANA.-  Cuando los romanos vençieron y señorearon toda la tierra de Levante, ordenaron que, en señal de tributo, les enviasen doze hijos primogénitos, los cuales, viniendo muy adornados de joyas y vestidos, traían sus banderas en las manos y por armas un letrero que dezía en latín «¿Quis mayor unquam Israel?», y ansí lo cantaban los niños hierosolimitanos. Los romanos, que sintieron la cançión, hizieron salir sus niños vestidos a la antigua y con las banderas del Senado en las manos y como los romanos no tenían sino una + blanca en campo rojo, que Constantino les dio por armas, hazen poner debaxo de la + una S y una P que y una R, de manera que, como ellos dezían «¿Quién fue jamás mayor que el pueblo israelítico?», estotros les repondienron con sus armas diziendo «Senatus Populusque Romanus». Ansí que, como vos dezís, que quién se halla mayor que la Çelidonia, yo digo «Loçana y Rampín en Roma».

SAGÜESSO.-  ¡Por vida del gran maestro de Rodas, que me convidéis a comer sólo por entrar debaxo de vuestra bandera!

LOÇANA.-  ¿Por qué no? Entrá en vuestra casa y mía y de todos los buenos, que más ventura tenéis que seso. Pero entrá cantando: «¿Quién mayor que la Çelidonia? Loçana y Rampín en Roma.»

SAGÜESSO.-  Soy contento, y aun bailar como osso en colmenar alojado a discriçión.

LOÇANA.-  ¡Calla, loco, caxcos d'agua, qu'está arriba madona Diviçia y alojarán tu caballo!

SAGÜESSO.-  Beso las manos de sus alfardillas que, voto a Dios, que os arrastra la caridad como gramalla de luto.

LOÇANA.-  Y a ti la ventura, que naçiste de pies.

SAGÜESSO.-  ¡Voto a mí, que naçí con lo mío delante!

LOÇANA.-  Bien se te pareçe en esse remolino. Çierra la puerta y sube pasico y ten discreçión.

SAGÜESSO.-  Así goze yo de vos, que esta mañana me la hollé, que me sobra y se me cae a pedaços.



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Mamotreto LIII

Lo que passa entre todos tres, y dize la Loçana a Diviçia


-¡Ay, cómo vienes fresca, puta! ¿Haste dado solaçio y buen tiempo por allá? ¿Y los dientes de plata? ¿Qué son d'ellos?

DIVIÇIA.-  Aquí los traigo en la bolsa, que me hizieron éstos de hueso de çiervo y son mejores, que como con ellos.

LOÇANA.-  ¡Por la luz de Dios, que se te pareçe la feria! ¿Chamelotes son éssos u qué?

DIVIÇIA.-  Mira, hermana, más es el deseo que traigo de verte que cuanto gané. Siéntate y comamos, que por el camino coheché estas dos liebres. Dime, hermana, ¿quién es éste que sube?

LOÇANA.-  Un hombre de bien que comerá con nosotras.

SAGÜESSO.-  Esté norabuena esta galán compañía.

LOÇANA.-  Mira, Sagüeso. ¡Qué pierna de puta y vieja!

DIVIÇIA.-  ¡Está queda, puta Loçana, que no lo conosco y quieres que me vea!

LOÇANA.-  ¡Mira qué ombligo! ¡Por el siglo   -[fol. 41r]-   de tu padre, que se lo beses! ¡Mira qué duro tiene el vientre!

SAGÜESSO.-  Como hierba de çien hojas.

LOÇANA.-  ¡Mira si son sesenta años éstos!

DIVIÇIA.-  Por cierto que paso, que cuando vino el rey Carlo a Nápoles, que comenzó el mal incurable el año de mill y cuatroçiento y ochenta y ocho, vine yo a Italia, y agora estoy consumida de cabalgar, que jamás tengo ya de salir de Roma sino para mi tierra.

LOÇANA.-  ¡Andá, puta refata! ¿Agora quieres ir a tu tierra a que te digan puta jubilada? Y no querrán que traigas mantillo sino bernia. Gózate, puta, que agora viene lo mejor, y no seas tú como la otra que dizía: «Si de aquí salgo con mi honra, nunca más al burdel, que ya estoy harta.»

SAGÜESO.-  Agora está vuestra merçed en el adolecençia, que es cuando apuntan las barbas, que en vuestra pueriçia otrie gozó de vos, y agora vos de nos.

DIVIÇIA.-  ¡Ay, señor, que tres enfermedades que tuve siendo niña me desmedraron! Porque en Medina ni en Burgos no había quien se me comparase. ¿Pues en Çaragoza?; más ganaba yo que puta que fuese en aquel tiempo, que por exçelencia me llevaron al públique de Valençia, y allí combatieron por mí cuatro rufianes y fui libre. Y desde entonçes tomé reputaçión y, si hubiese guardado lo ganado, ternía más riquezas que Feliçiana.

SAGÜESSO.-  Harta riqueza tenéis, señora, en estar sana.

LOÇANA.-  ¡Yo quería saber cuánto tiempo ha que no comí salmorejo mejor hecho!

SAGÜESSO.-  ¡De tal mano está hecho! ¡Y, por Dios, que no me querría morir hasta que comiesse de su mano una capirotada o una lebrada! Aunque en esta tierra no se toma sabor en el comer ni en el hoder, que en mi tierra es más dulçe que el cantar de la serena.

DIVIÇIA.-  Pues yo os convido para mañana.

SAGÜESSO.-  Mi sueño ensuelto.

LOÇANA.-  ¿Quiéreslo vender?

SAGÜESSO.-  ¡No, voto a Dios!

LOÇANA.-  Guarda, que tengo buena mano. Que el otro día vino aquí un escobador de palaçio y dixo que soñó que era muerto un canónigo de su tierra, y estaba allí un soliçitador y hize yo que se lo comprase y que le dixese el nombre del canónigo que soñó. Y fue el soliçitador y demandó este canonigado y diéronselo; y al cabo de quinze días vino el aviso al escobador y teníalo ya el otro y quedóse con él. Y yo con una caparela.

SAGÜESSO.-  Dexáme beber y después hablaremos.

LOÇANA.-  Siéntate para beber, que te temblarán las manos.

SAGÜESSO.-  ¿Y d'eso viene el temblar de las manos? No lo sabía. Y cuando tiembla la cabeça, ¿de qué viene?

LOÇANA.-  Esso viene de hazer aquella cosa en pie.

SAGÜESSO.-  ¡Oh, pesse a tal! ¿Y si no puede habello el hombre de otra manera?

LOÇANA.-  Dime, Sagüesso: ¿por qué no estás con un amo, que te haría bien?

SAGÜESSO.-  ¿Qué mejor amo que tenellos a todos por señores, y a vos y a las putas por amas que me den leche, y yo a ellas suero? Yo, señora Loçana, soy gallego y criado en mogollón, y quiero que me sirvan a mí y no servir a quien, cuando esté enfermo, me envíe al hospital. Que yo me sé ir sin que me envíen. Yo tengo en Roma sesenta canavarios por amigos, que es revoluçión por dos meses.

LOÇANA.-  Mira cómo se te durmió Diviçia ençima de la pierna.

SAGÜESSO.-  Mirá la mano dó la tiene.

LOÇANA.-  Fuésele ahí. Es señal de que te quiere bien. Tómala tú y llévala a essotra cámara y échala sobre el lecho, que su usança es dormir sobre el pasto. Espera, te ayudaré yo, que pesa.

SAGÜESSO.-  ¡Oh, pese a mí! ¿Y pensáis que no me la llevaré espetada, por más pesada que sea? Cuanto más que estoy tan usado que se me antoja que no pesa nada. ¿Cómo haré, señora Loçana, que me duermo todo? ¿Queréis que me entre en vuestra cámara?

LOÇANA.-  Echate cab'ella, que no se espantará.

SAGÜESSO.-  Mirá que   -[fol. 41v]-   me llaméis, porque tengo de ir a nadar, que tengo apostado que paso dos vezes el río sin descansar.

LOÇANA.-  Mira no te ahogues, qu'este Tíber es carniçero como Tormes, y paréçeme que tiene éste más razón que no el otro.

SAGÜESSO.-  ¿Por qué éste más que los otros?

LOÇANA.-  Haz de saber que esta agua que viene por aquí era partida en munchas partes y el emperador Temperio quiso juntarla y que viniese toda junta, y por más exçelençia quiso hazer que jamás no se perdiese ni faltase tan exçelente agua a tan manífica çibdad, y hizo hazer un canal de piedras y plomo debaxo, a modo d'artessa, y hizo que de milla a milla pusiesen una piedra, escrita de letras de oro su nombre, Temperio. Y andaban dos mil obreros en la labor cada día. Y como los arquimaestros fueron a la fin, que llegaban a Ostia Tiberina, antes que acabasen vinieron que querían ser pagados. El emperador mandó que trabajasen fin a entrar en la mar; ellos no querían porque, si acababan, dubitaban lo que les vino, y demandaron que se les diese su hijo primogénito, llamado Tiberio, de edad de diez y ocho años, porque de otra manera no les pareçía estar seguros. El emperador se lo dio y por otra parte mandó soltar las aguas, y ansí el agua con su ímpetu los ahogó a maestros y laborantes y al hijo, y por esto dizen que es y tiene razón de ser carnizero Tíber, a Tiberio. Por esso, guárdate de nadar, no pagues la manifatura.

SAGÜESSO.-  Esso que está escrito no creo que lo leyese ningúnd pueta sino vos, que sabéis lo que está en las honduras, y Lebrixa, lo que está en las alturas, exçeto lo que estaba escrito en la fuerte Peña de Martos, y no alcanzó a saber el nombre de la çibdad que fue allí edificada por Hércules, sacrificando al dios Marte, y de allí le quedó el nombre de Martos, a Marte fortíssimo. Es esta peña hecha como un huevo, que ni tiene prinçipio ni fin, ni tiene medio, como el planeta, que se le atribuye estar en medio del cielo y señorear la tierra, como al presente, que no reina otro planeta en Italia. Mas vos que sabéis, dezíme: ¿qué hay debaxo de aquella peña tan fuerte?

LOÇANA.-  En torno d'ella te diré que no hay cosa mala de cuantas Dios crió sobre la tierra, porque en todas las otras tierras hay en parte lo que allí hay junto, como podrás ver si vas allá, que es buena tierra para forasteros, como Roma.

SAGÜESSO.-  Todo me duermo, perdonáme.

LOÇANA.-  Guarda, no retoçes essa rapazeja.

SAGÜESSO.-  ¡Cómo duerme su antigüedad!

LOÇANA.-  Quiero entender en hazer aguas y olios, porque mañana no me darán hado ni vado, que se casan ocho putas, y madona u Septuaginta querrá que yo no me parta d'ella para dezille lo que tiene de hazer. Ya es tarde. Quiero llamar aquel caxcafrenos, porque, como dizen, «al bueno porque te honren y a este tal porque no me deshonre», que es un atreguado y se sale con todo cuanto haze. Ya me pareçe que los siento hablar.

DIVIÇIA.-  ¡Ay, Sagüeso! ¿Qué me has hecho, que dormía?

SAGÜESSO.-  De çintura arriba dormíades, que estábades quieta.

DIVIÇIA.-  La ussança es casi ley: soy ussada a mover las partes inferiores en sintiendo una pulga.

SAGÜESSO.-  ¡Oh, pesse al verdugo! ¿Y arcando con las nalgas oxeáis las pulgas?

DIVIÇIA.-  Si lo que me heziste durmiendo me quieres reiterar yo te daré un par de cuchillos que en tu vida los viste más lindos.

SAGÜESSO.-  Sé que no só d'azero. Mostrá los cuchillos.

DIVIÇIA.-  Veslos aquí, y si tú quieres, en tanto que no tienes amo, ven, que yo te haré triunfar. Y mira por mí y yo por lo que tú has menester.

SAGÜESSO.-  ¿Os contento donde os llego? No será hombre que ansí os dé en lo vivo como   -[fol. 42r]-   yo. Quedá norabuena. ¡Señora Loçana! ¿Mandáis en qué os sirva?

LOÇANA.-  Que no nos olvidéis.

DIVIÇIA.-  No hará, que yo le haré venir aunque esté en cabo del mundo.

LOÇANA.-  Siéntate, puta hechizera, que más verná por comer que por todos tus encantes.



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Mamotreto LIV

Cómo platicaron la Loçana y Diviçia de munchas cosas


LOÇANA.-  ¡Oh, Diviçia! ¿Oíste nunca dezir «entre col y col, lechuga»? ¿Sabes qué quiere dezir? Afanar y guardar para la vejez, que «más vale dexar en la muerte a los enemigos, que no demandar en la vida a los amigos».

DIVIÇIA.-  ¿Qué quieres dezir?

LOÇANA.-  Quiero dezir que un hortolano ponía en una haça coles y las coles ocupaban todo el campo. Y vino su muger y dixo: «Marido, entre col y col, lechuga, y ansí este campo nos frutará lo que dos campos nos habían de frutar.» Quiero dezir que vos no deis lo que tenéis, que si uno no's paga, que os hagáis pagar de otro doblado, para que el uno frute lo que el otro goza. ¿Qué pensáis vos que ha de hazer aquel naziado de aquellos cuchillos? Jugallos ha, y ansí los perderéis.

DIVIÇIA.-  No perderé, que en los mismos cuchillos van dichas tales palabras que él tornará.

LOÇANA.-  ¡Ándate ahí, puta de Tesalia, con tus palabras y hechizos! Que más sé yo que no tú ni cuantas naçieron, porque he visto moras, judías, zíngaras, griegas y çeçilianas, que éstas son las que más se perdieron en éstas cosas, y vi yo hazer munchas cosas de palabras y hechizos, y nunca vi cosa ninguna salir verdad, sino todo mentiras fingidas. Y yo he querido saber y ver y probar, como Apuleyo, y en fin hallé que todo era vanidad y cogí poco fruto, y ansí hazen todas las que se pierden en semejantes fantasías. Dezíme, ¿por qué pensáis que las palabras vuestras tienen efeto, y lleváselas el viento? Dezíme, ¿para qué son las plumas de las aves sino para volar? Quitaldas y ponéoslas vos, veamos si volaréis. Y ansí las palabras dichas de la boca de una ostinada vieja antigualla como vos. Dezíme, ¿no dezís que os acontesçió ganar en una noche çiento y diez y ocho cuartos abrochados? ¿Por qué no les dixistes essas palabras para que tornasen a vos sin ganallos otra vez?

DIVIÇIA.-  ¿Y vos los pelos de las çejas, y dezís las palabras en algarabía, y el plomo con el çerco en tierra, y el orinal y la clara del huevo, y dais el coraçón de la gallina con agujas y otras cosas semejantes?

LOÇANA.-  A las bobas se da a entender essas cosas, por comerme yo la gallina. Mas por esso vos no habéis visto que saliesse nada çierto, sino todo mentira, que si fuera verdad, más ganara que gallina. Mas si pega, pega.

DIVIÇIA.-  Quítame este pegote o xáquima, qu'el barboquexo de la barba yo me lo quitaré.

LOÇANA.-  Pareçes borrica enfrenada.

DIVIÇIA.-  Acaba presto, puta, que me muero de sed.

LOÇANA.-  No bebas d'essa, qu'es del pozo.

DIVIÇIA.-  ¿Qué se me da?

LOÇANA.-  Porque todos los pozos de Roma están entredichos a efeto que no se beba el agua de ellos.

DIVIÇIA.-  ¿Por qué?

LOÇANA.-  Era muy dulçe de beber, y como venían los peregrinos y no podían beber del río, que siempre viene turbia o suzia, demandaban por las casas agua, y por no sacalla no se la querían dar. Los pobres rogaron a Dios   -[fol. 42v]-   que el agua de los pozos no la pudiesen beber y ansí se gastaron. Y es menester que se compre el agua tiberina de los pobres, como veis, y tiene esta exçelençia, que ni tiene color, ni olor ni sabor, y cuanto más estantiva o reposada está el agua d'este río Tíber, tanto es mejor.

DIVIÇIA.-  ¿Como yo?

LOÇANA.-  No tanto, que hedería o mufaría como el trigo y el vino romanesco, que no es bueno sino un año, que no se puede beber el vino como passa setiembre y el pan como passa agosto, porque no lo guarden de los pobres, y si lo guardan, ni ellos ni sus bestias lo pueden comer porque, si lo comen las gallinas, mueren.

DIVIÇIA.-  ¡Por tu vida y mía, yo lo vi hogaño echar en el río y no sabía por qué!

LOÇANA.-  Porque lo guardaron para el diluvio, que había de ser este año en que estamos de mill e quinientos y veinte y cuatro, y no fue.

DIVIÇIA.-  Hermana, ¿qué quieres que meta en estas apretaduras, que hierven en seco?

LOÇANA.-  Mete un poco de agua, que la retama y la xara y los marrubios y la piña si no nadan en el agua, no valen nada. No metas d'ésa, qu'es de río y alarga. Mete de pozo, que aprieta, y saca un poco y proba si os aprieta a vos. Aunque tenéis seis texaredecas, que ya no's ha de servir esse vuestro sino de mear.

DIVIÇIA.-  ¡Calla, puta de quis vel qui!

LOÇANA.-  ¡Y tú puta de tres cuadragenas menos una!

DIVIÇIA.-  ¡Calla, puta de candoque, que no vales nada para venderme ni para ser rufiana!

LOÇANA.-  ¡A tal puta tal rufiana! ¿Ves? Viene Apariçio, tu padrino.

DIVIÇIA.-  Cual Valderas el malsín, es de nuestra cofradía.

LOÇANA.-  ¿Cofradía tenés las putas?

DIVIÇIA.-  ¿Y si agora sabes tú que la cofradía de las putas es la más noble cofradía que sea porque hay de todos los linages buenos que hay en el mundo?

LOÇANA.-  Y tú eres la priosta. Va, que te llama. Y dexa subir aquella otra puta vieja, rufiana sarracina con su batirrabo, que por apretaduras verná.

DIVIÇIA.-  Subí, madre, que arriba está la señora Loçana.

LOÇANA.-  Vení acá, madona Doméstica, ¿qué buscáis?

DOMÉSTICA.-  Hija mía, habés de saber que çerca de mi casa está una pobre mochacha, y está virgen, la cual si pudiesse o supiéssedes cualque español hombre de bien que la quisiesse, qu'es hermosa, porque le diesse algún socorro para casalla.

LOÇANA.-  ¡Vieja mala escanfarda! ¿Qué español ha. de querer tan gran cargo de corromper una virgen?

DOMÉSTICA.-  Esperá, que no es muncho virgen, que ya ha visto de los otros hombres; mas es tanto estrecha que pareçe del todo virgen.

LOÇANA.-  A tal persona podrías engañar con tus palabras antepensadas que te chinfarase a ti y a ella. ¡Oh, hi de puta! ¿Y a mí me venías, que só matrera? ¡Mirá qué çalagarda me traía pensada! ¡Va con Dios, que tengo que hazer!

DIVIÇIA.-  ¿Qué quería aquella sabandija?

LOÇANA.-  ¡Tres bayoques de apretaduras, ansí la agoten! Conmigo quiere ganar, que la venderé yo por más vieja astuta que sea.

DIVIÇIA.-  A casa de la Çelidonia va.

LOÇANA.-  ¿Qué más Çelidonia o Celestina que ella? Si todas las Çelidonias o Celestinas que hay en Roma me diesen dos carlines al mes, como los médicos de Ferrara al Gonela, yo sería más rica que cuantas mugeres hay en esta tierra.

DIVIÇIA.-  Dezíme esso de Gonela.

LOÇANA.-  Demandó Gonela al duque que los médicos de su tierra le diesen dos carlines al año. El duque, como vido que no había en toda la tierra arriba de diez, fue contento. El Gonela, ¿qué hizo? Atóse un paño al pie y otro al braço y fuesse por la tierra. Cada uno le dezía «¿Qué tienes?», y él les respondía «Tengo hinchado esto». E luego le dezían: «Va, toma la tal hierba, y tal cosa, y póntela y sanarás.» Después escrebía el nombre de cuantos le dezían el remedio y fuesse al duque y mostróle cuántos médicos había hallado en su tierra. Y el duque dezía   -[fol. 43r]-   «¿Has tú dicho la tal medizina al Gonela?» El otro respondía: «Señor, sí». «Pues pagá dos carlines, porque sois médico nuevo en Ferrara.» Assí querría yo hazer por saber cuántas Çelidonias hay en esta tierra.

DIVIÇIA.-  Yo's diré cuántas conozco yo. Son treinta mill putanas y nueve mill rufianas sin vos. Contaldas. ¿Sabéis, Loçana, cuánto me han apretado aquellas apretaduras? Hanme hecho lo mío como bolsico con çerraderos.

LOÇANA.-  ¿Pues qué si metieras de aquellas sorbas secas dentro? No hubiera hombre que te lo abriera por más fuerza que tuviera, aunque fuera miçer puntiagudo, y al cabo como el muslo.

DIVIÇIA.-  Yo querría, Loçana, que me rapases este pantano, que quiero salir a ver mis amigos.

LOÇANA.-  Espera que venga Rampín, que él te lo raerá como frente de calvo. No viene ninguna puta, que deben xabonar el bien de Francia. Dime, Diviçia, ¿dónde començó o fue el prinçipio del mal francés?

DIVIÇIA.-  En Rapolo, una villa de Génova, y es puerto de mar, porque allí mataron los pobres de San Lázaro y dieron a saco los soldados del rey Carlo cristianíssimo de Françia aquella tierra y las casas de San Lázaro, y uno que vendió un colchón por un ducado, como se lo pusieron en la mano, le salió una buba ansí redonda como el ducado, que por esso son redondas. Después aquél lo pegó a cuantos tocó con aquella mano y luego incontinente se sentían los dolores acerbíssimos y lunáticos, que yo me hallé allí y lo vi. Que por esso se dize «el Señor te guarde de su ira», que es esta plaga, que el sexto ángel derramó sobre casi la meatad de la tierra.

LOÇANA.-  ¿Y las plagas?

DIVIÇIA.-  En Nápoles comenzaron, porque también me hallé allí cuando dizen que habían enfençionado los vinos y las aguas. Los que las bebían luego se aplagaban, porque habían echado la sangre de los perros y de los leprosos en las çisternas y en las cubas. Y fueron tan comunes y tan invisibles que nadie pudo pensar de adónde proçedían. Munchos murieron, y como allí se declaró y se pegó la gente que después vino d'España llamábanlo mal de Nápoles. Y éste fue su prinçipio y este año de veinte y cuatro son treinta e seis años que començó. Ya comiença a aplacarse con el legño de las Indias Ocidentales. Cuando sean sesenta años que començó, alhora cessará.



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Mamotreto LV

Cómo la Loçana vido venir a un joven desbarbado, de diez y ocho años, llamado Coridón, y le dio este consejo como supo su enfermedad


LOÇANA.-  Mi alma, ¿dó bueno? Vos me pareçéis un Absalón y Dios puso en vos la hermosura del gallo. Vení arriba, buey hermoso. ¿Qué habéis, mi señor Coridón? Dezímelo, que no hay en Roma quien os remedie mejor. ¿Qué traés aquí? Para comigo no era menester presente, pero porque yo's quiera más de lo que os quiero, vos, mi alma, pensáis que, por venirme cargado, lo tengo de hazer mejor. Pues no soy d'ésas, que más haré viéndo's penado porque sé en qué caen estas cosas, porque no solamente el amor es mal que atormenta a las criaturas raçionales mas a las bestias priva de sí mismas. Si no, veldo por essa gata, que ha tres días que no me dexa dormir, que ni come ni bebe ni tiene reposo. ¿Qué más hará un mochacho como vos, que os hierve la sangre, y más el amor que os tiene consumido? Dezíme   -[fol. 43v]-   vos a mí dónde y cómo y quién, y yo veré cómo os tengo de socorrer. Y vos contándomelo aplacaréis y gozaréis del humo, como quien huele lo que otro guisa o assa.

DOMÉSTICA.-  Señora Loçana, yo me vine de mi tierra, qu'es Mantua, por esta causa. El primero día de mayo, al hora cuando Jove el carro de Fetonte intorno giraba, yo venía en un caballo blanco y vestido de seda verde. Había cogido munchas flores y rosas y traíalas en la cabeça sin bonete, como una guirnalda, que quien me veía se namoraba. Vi a una ventana de un jardín una hija de un cibdadano. Ella de mí y yo d'ella nos enamoramos, mediante Cupido, que con sus saetas nos unió haziendo de dos ánimos un solo coraçón. Mi padre, sabiendo la causa de mi pena, y siendo par del padre de aquella hermosa donzella Polidora, demandóla por nuera. Su parentado y el mío fueron contentos, mas la miseria vana estorbó nuestro honrado matrimonio, que un desgraciado viejo, vano de ingenio y rico de thesoro, se casó con ella, descontenta. Yo, por no verme delante de mi mal, y por excusar a ella infelice pena y tristiçia, me partí por mejor. Y al presente es venido aquí un espión que me dize que el viejo va en officio de senador a otra cibdad. Querría que vuestra señoría me remediasse con su consejo.

LOÇANA.-  Amor mío, Coridón dulçe, récipe el remedio: va, compra un veste de villana que sea blanca y unas mangas verdes, y vayte descalço y suzio y loqueando, que todos te llamarán loca, y di que te llamas Jaqueta, que vas por el mundo reprehendiendo las cosas mal hechas, y haz a todos servicios y no tomes premio ninguno sino pan para comer. Y va munchas vezes por la calle d'ella, y coge serojas, y si su marido te mandare algo, hazlo, y viendo él que tú no tomas ni quieres salario, salvo pan, ansí te dexará en casa para fregar y çerner y xabonar. Y cuando él sea partido, limpia la casa alto y baxo y haz que seas llamada y rogada de cuantas amas terná en casa, por bien servir y a todas agradar con gentil manera. Y si te vieren solo con essa tu amante Polidora, haz vista que siempre lloras y si te demandare por qué, dile: «Porque jamás mi naçión fue villana. Sabé que soy gentildona breçiana y que me vi que podía estar a par con Diana y con cualquier otra dama que en el mundo fuesse estada.» Ella te replicará que tú le digas: «¿Por qué vas ansí, mi cara Jaqueta?» Tu le dirás: «Cara madona, voy por el mundo reprochando las cosas mal hechas. Sabed que mi padre me casó con un viejo como vuestro marido, calvo, floxo como un niño, y no me dio a un joven que me demandaba como donzella, el cual se fue desperado, que yo voy por el mundo a buscallo.» Si ella te quiere bien, luego lo verás en su hablar. Y si te cuenta a ti lo mismo, dile cómo otro día te partes a buscallo. Si ella te ruega que quedes, haz que seas rogada por sus amas que su marido le dexó, y assí, cuando tú vieres la tuya y siendo seguro de las otras, podrás gozar de quien tanto amas y deseas penando.

DOMÉSTICA.-  ¡Oh, señora Loçana! Yo's ruego que toméis todos mis vestidos, que sean vuestros, que yo soy contento con este tan remediable consejo que me habéis dado. Y suplíco's que me esperéis a esta ventana, que verné por aquí y veréis a vuestra Jaqueta cómo va loqueando a sus bodas. Y reprehenderé mucho más de lo que vos habéis dicho.

LOÇANA.-  ¿Y a mí, qué me reprehenderás?

DOMÉSTICA.-  A vos no siento qué, salvo que diré que vivís arte et ingenio.

LOÇANA.-  Coridón, mira que quiere un loco ser sabio. Que cuanto dixeres e hizieres sea sin   -[fol. 44r]-   seso y bien pensado porque, a mi ver, más seso quiere un loco que no tres cuerdos, porque los locos son los que dizen las verdades. Di poco y verdadero y acaba riendo y suelta siempre una ventosidad, y si soltares dos, serán sanidad, y si tres, assinidad. ¿Y qué más? Me dirás CELESTIAL sin tartamudear.

DOMÉSTICA.-  CE LES TI NAL.

LOÇANA.-  ¡Ay, amarga, muncho tartamudeas! Di ALCATARA.

DOMÉSTICA.-  AL CA GO TA RA.

LOÇANA.-  ¡Ay, amarga! ¡No ansí! ¡Y tanto çeçeas! ¡Lengua d'estropajo tienes! Entendamos en lo que dirás a tu amiga cuando esté sola, y dilo en italiano, que te entienda: «Eco, madona, el tuo caro amatore. Se tu voi que yo mora soy contento. Eco colui que con perfeta fede, con lacrime, pene y estenti te ha sempre amato e tenuta esculpita in suo core. Yo son Coridone, tuo primo servitore. ¡Oh, mi cara Polidora, fame el corpo felice y seró sempre tua Jaqueta, dicta Beatrice!» Y ansí podrás hazer tu voluntad.

DOMÉSTICA.-  Mirá si lo que os digo a vos está bien.

LOÇANA.-  No, porque tú no piensas la maliçia que otrie entenderá. Haz locuras y calla, no me digas nada que tienes trastrabada la lengua, que muncho estropajo comiste, pues no puedes dezir en español ARROFALDA, ALCATARA, ÇELESTIAL.

DOMÉSTICA.-  A RRO FIA NA DA. AL CA GO TA RA. ÇE LES TI NAL.

LOÇANA.-  Calla, que por dezirme taimada me dixiste tabaquinara, y por dezirme canestro me dizes cabestro. Y no me curo, que no se entiende en español qué quiere dezir. Mas, por la luz de Dios, que si otro me lo dixera y Rampín lo supiesse, que poco tenemos que perder, y soy conoçida en todo Levante y Poniente, y «tan buen cuatrín de pan nos hazen allá como acá». Coridón, esto podrás dezir, que es cosa que se ve claro: «¡Vittoria, vittoria, el emperador y rey de las Españas habrá gran gloria!»

DOMÉSTICA.-  No quería ofender a nadie.

LOÇANA.-  No se ofende porque, como ves, Dios y la fortuna les es favorable. Antiguo dicho es «Teme a Dios y honra tu rey». Mira qué prenóstico tan claro, que ya no se usan vestes ni escarpes francesses, que todo se usa a la española.

DOMÉSTICA.-  ¿Qué podría dezir como ignorante?

LOÇANA.-  Di que sanarás el mal francés y te judicarán por loco del todo, que ésta es la mayor locura que uno puede dezir, salvo que el legno salutífero.



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Mamotreto LVI

Cómo la Loçana estaba a su ventana y dos galanes vieron salir dos mugeres y les demandaron qué era lo que negoçiaban.


OVIDIO.-  ¡Mirámela cuál está atalayando putas! ¡Mirá el alfaquí de su foxco marido que compra grullos! Ella parece que escandaliça truenos. Ya no se desgarra como solía, que pareçía trasegadora de putas en bodegas comunes. Estemos a ver qué quieren aquellas que llaman, que ella de todo sabe tanto que revienta, como Petrus in cunctis, y tiene del natural y del positivo y es universal in agibilibus.

GALÁN.-  ¿No veis su criado negoçiando, que parece enforro de almiherez? Librea trae fantástiga. Pareçe almorafán en çinto de cuero.

OVIDIO.-  Callá, que no pareçe sino cairel de puta pobre, que es de seda, aunque gorda. Ya sale una muger. ¿Cómo harémos   -[fol. 44v]-   para saber qué negoçió?

GALÁN.-  Vamos y dexámela interrogar a mí. Madona, ¿sois española?

PRUDENCIA.-  Fillolo, no. Mas sempre ho voluto ben a spañoli. Questa española me ha posto olio de ruda para la sordera.

GALÁN.-  Madona, ¿cómo os demandáis?

PRUDENCIA.-  Fillolo, me demando Prudença.

GALÁN.-  Madona Prudençia, andá en buen hora.

OVIDIO.-  ¿Qué os pareçe si la señora Loçana adorna esta tierra? En España no fuera ni valiera nada. Veis. Sale la otra con un mochacho en braços. Por allá va. Salgamos a essotra calle.

GALÁN.-  ¡A vos, señora! ¿Sois española?

CRISTINA.-  Señor, sí, de Çeçilia, a vuestro comando.

OVIDIO.-  Queríamos saber quién queda con la señora Loçana.

CRIS TINA.-  Señor, su marido, o criado pretérito o amigo secreto o esposo futuro, porque mejor me entendáis. Yo soy ida a su casa no a far mal, sino bien, que una mi vezina, cuya es esta criatura, me rogó que yo veniese a pedille de merçed que santiguase este su hijo, que está aojado, y ella lo hizo por su virtud. Y no quería tomar unos huevos y unas granadas que le traxe.

GALÁN.-  Dezínos, señora, que vos bien habréis notado las palabras que dixo.

CRISTINA.-  Señor, yo's diré. Dixo: «Si te dio en la cabeça, válate Santa Elena. Si te dio en los hombros, válante los apóstolos todos. Si te dio en el coraçón, válgate el Salvador.» Y mandóme que lo sahumase con romero y ansí lo haré por contentar a su madre y por dalle ganançia a la Loçana, que en esta quemadura me ha puesto leche de narizes.

GALÁN.-  Mas no de las suyas.

CRISTINA.-  Y vuestras merçedes queden con Dios.

OVIDIO.-  Señora Cristina, somos a vuestro serviçio. Id con la paz de Dios.

GALÁN.-  «Quien no se arriesga no gana nada.» Son venidas a Roma mill españolas que saben hazer de sus manos maravillas y no tienen un pan que comer; y esta plemática de putas y arançel de comunidades, que, voto a Dios que no sabe hilar, y nunca la vi coser de dos puntos arriba, su moço friega y barre, a todos da que hazer y nunca entiende sino «¿Qué guisaremos? ¿Qué será bueno para comer? La tal cosa yo la sé hazer. Y el tal manjar cómprelo vuestra merçed, que es bueno. Y daca espeçia, açúcar. Trae canela, miel, manteca. Ve por huevos. Trae tuétanos de vaca, açafrán. Y mira si venden culantro verde...» ¡No çesa jamás! ¡Y todo de bolsa agena!

OVIDIO.-  ¡Oh, pese al turcho! Pues veis que no siembra y coge, no tiene ganado y tiene quesos, que aquella vieja se los traxo, y la otra, granadas, sin tener huerto, y huevos sin tener gallinas, y otras munchas cosas, que su audaçia y su no tener la hazen afortunada.

GALÁN.-  Es porque no tiene pleitos ni letigios que le turen de una audiençia a la otra, como nosotros, que no bastan las bibalías que damos a notarios y procuradores, que también es menester el su soliçitar para nuestros negoçios acabar.

OVIDIO.-  Es alquivio de putas y trae difiniçiones con sentençias, oxalá sin dilaçiones, y d'esta manera no batiendo moneda la tiene, y huerta y pegujar, y roça sin roçar, como hazen munchos que, como no saben sino espender lo ganado de sus passados, cuando se ven sin arte y sin pecunia, métense frailes por comer en común.



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Mamotreto LVII

Cómo salió la Loçana con su canastillo debaxo, con diversas cosas para su offiçio, y fue en casa de cuatro cortesanas favoridas y sacó de cada una, en partes, provisión de quien más podía


  -[fol. 45r]-  

LOÇANA.-  ¿Quién son aquellos tres galanes que están allí? Cúbranse cuanto quisieren, que de saber tengo si son pleiteantes. ¡Andá ya, por mi vida! ¿Para mí todas essas cosas? Descubrí, que lo sirva yo. Que un beso ganarés.

GALÁN.-  ¿Y yo, señora Loçana?

LOÇANA.-  Y vos beso y abraçijo. ¿Qué cosa es ésta? ¿Quién os dixo que yo habría de ir a casa de la señora Xerezana? Ya sé que le distes anoche música de fálutas de açiprés, porque huelan, y no sea menester que intervenga yo a poner bemol. Hazé cuanto quisiéredes, que a las manos me vernés.

OVIDIO.-  ¿Cuándo?

LOÇANA.-  Luego vengan vuestras merçedes, cuando yo sea entrada, que me tengo de salir presto, que es hoy sábado y tengo de tornar a casa que, si vienen algunas putas orientales y no me hallan, se van enojadas y no las quiero perder, que no valgo nada sin ellas, máxime agora que son pocas y locas.

GALÁN.-  Señora Loçana, dezí a la señora Xerezana que nos abra y terçiá vos los que pudiéredes. Y veis aquí la turquina que me demandastes.

LOÇANA.-  Pues miren vuestras merçedes que si fuere cosa que podéis entrar, yo porné este mi paño listado a la ventana, y entonçes llamá.

GALÁN.-  Sea ansí. ¡Alegre va la puta vieja encruçijada! ¡Voto a Dios, mejor cosa no hize en mi vida que dalle esta turquina! Que ésta es la hora que me haze entrar en su graçia, cossa que no podía acabar con cuanto he dado a sus moços y fantescas, que no me han aprovechado nada, tanto como hará agora la Loçana, que es la mejor acordante que nunca nació. Y pareçe que no pone mano en ello. Vello hemos. Ya llama. Y la señora está a la ventana. Vámonos por acá, que volveremos.

XEREZANA.-  ¡Hola, moços! ¡Abrí allí, que viene la Loçana y sus adherentes! Mirá, vosotros id abaxo y hazelda rabiar, y dezí que es estada aquí una jodía que me afeitó, y que agora se va y que va en casa de la su favorida, la Pempinela, si queremos ver lidia de toros. Y yo diré que, porque se tardó, pensé que no viniera.

CORILLÓN.-  ¿Quién es? ¡Passo, passo! ¡Que no somos sordos! ¡Señora Loçana! ¿Y vos sois? Vengáis norabuena. Y tan tarde, que la señora quiere ir fuera.

LOÇANA.-  ¿Y dó quiere ir su merçed? ¿No esperará hasta que la afeite?

CORILLÓN.-  No lo digo por esso, que ya está afeitada, que una jodía la afeitó. Y si antes viniérades la hallárades aquí, para agora se va a casa de la Pimpinela.

LOÇANA.-  ¡Mal año para ti y para ella, que no fuese más tu vida como dizes la verdad! La Pimpinela me tiene pagada por un año. Mirá cómo se dexará afeitar de una jodía. Mas si la señora se ha dexado tocar (y gastar, que no podía ser menos), por la luz de Dios, ella se arrepentirá. Mas yo quiero ver esta afeitadura cómo está. Dime, ¿su merçed está sola?

CORILLÓN.-  Sí, que quiere ir en casa de   -[fol. 45v]-   monseñor, que ya está vestida de regaço y va a pie.

ALTOBELO.-  Señora Loçana, sobí, que su merçed os demanda, que os quiere hablar antes que se parta.

LOÇANA.-  ¿Dónde está la señora? ¿En la anticámara o en la recámara?

ALTOBELO.-  Entrá allá a la loja, que allá está sola.

LOÇANA.-  Señora, ¿qué quiere dezir que vuestra merçed haze estas novedades? ¿Cómo? ¿He yo servido a vuestra merçed desde que venistes a Roma, y a vuestra madre hasta que murió, que era ansí linda cortesana como en sus tiempos se vido, y por una vuelta que me tardo llamáis a quien más presto os gasten la cara, que no adornen como hago yo? Mas no me curo, que no son cosas que turan, que su fin se traen como cada cosa. Esta me porná sal en la mollera y a la jodía yo le daré su mereçer.

XEREZANA.-  Vení acá, Loçana, no's vais. Que essos bellacos os deben haber dicho cualque cosa por enojaros. ¿Quién me suele a mí afeitar sino vos? Dexá dezir, que, como habéis tardado un poco, os dixeron esso. No's curéis, que yo me contento. ¿Queréis que nos salgamos allá, a la sala?

LOÇANA.-  Señora, sí, que traigo este paño listado mojado y lo meteré a la finestra.

XEREZANA.-  Pues sea ansí. ¿Qué es esto que traés aquí en esta garrafeta?

LOÇANA.-  Señora, es un agua para lustrar la cara, que me la mandó hazer la señora Montesina, que cuesta más de tres ducados y yo no la quería hazer, y ella la pagó. Y me prometió una carretada de leña y dos barriles de vino dulçe para esta invernada.

XEREZANA.-  ¿Tenéis más que ésta?

LOÇANA.-  Señora, no.

XEREZANA.-  Pues ésta quiero yo. Y pagalda, veis aquí los dineros. Y enviá por una bota de vino y hazé dezir a los mulateros de monseñor que toda esta semana vayan a descargar a vuestra casa.

LOÇANA.-  ¡Ay, señora, que soy perdida! Que me prometió que si era perfetta que me daría un sayo para mi criado.

XEREZANA.-  Mirá, Loçana, sayo no tengo. Aquella capa de monseñor es buena para vuestro criado. Tomalda y andá norabuena. Y vení más presto otro día.

LOÇANA.-  Señora, no sé quién llama. Miren quién es, porque, cuando yo salga, no entre alguno.

XEREZANA.-  Va, mirá quién es.

MONTOYA.-  Señora, los dos señores janíçeros.

XEREZANA.-  Di que no so en casa.

LOÇANA.-  Haga, señora, que entren y contarán a vuestra merçed cómo les fue el convite que hizo la Flaminia a cuantos fueron con ella, que es cosa de oír.

XEREZANA.-  ¿Qué podía ser, poco más o menos? Que bien sabemos sus cosas de ella.

LOÇANA.-  Mande vuestra merçed que entren, y oirá maravillas.

XEREZANA.-  ¡Hora! ¡Sus! Por contentar a la Loçana, va. Ábrelos.



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Mamotreto LVIII

Cómo va la Loçana en casa de la Garça Montesina y encuentra con dos rufianes napolitanos y lo que le dizen


  -¡Pese al diablo con tanta justiçia como se haze de los que poco pueden, que vos mía habíades de ser para ganarme de comer! Mas como va el mundo al revés, no se osa el hombre alargar, sino quitaros el bonete y, con gran reverençia, poneros sobre mi cabeça.

LOÇANA.-  Quitaos allá, hermanos. ¿Qué cosas son essas? Ya soy casada. No's cale burlar, que castigan a los locos.

RUFIÁN.-  Señora, perdoná, que razón   -[fol. 46r]-   tenéis. Mas en el bosque de Velitre os quisiera hazer un convite.

LOÇANA.-  Mirá si queréis algo de mí, que voy de priesa.

RUFIÁN.-  Señora, somos todos vuestros servidores. Y máxime si nos dais remedio para un açidente que tenemos: que toda la noche no desarmamos.

LOÇANA.-  Cortados y puestos al pescueço por lómina, que éssa es sobra de sanidad. «A Puente Sisto t'he visto. «

RUFIÁN.-  Ahí os querría tener para mi serviçio, por ganar la romana perdonança. Dezínos, señora Loçana, ¿quién son agora las más altas y más grandes señoras entre las cortesanas? Y luego os iréis.

LOÇANA.-  ¡Mira qué pregunta tan necia! Quien más puede y más gana.

RUFIÁN.-  Pues esso queremos saber, si es la Xerezana como más galana.

LOÇANA.-  Si miramos en galanerías y hermosura, éssa y la Garça Montesina pujan a las otras. Mas dezíme: de favor o pompa, y fausto y riqueza, callen todas con madona Clarina, la favorida, y con madona Aviñonesa, que es rica y poderosa. Y vosotros, ladrones, cortados tengáis los compañones. Y quedaos ahí.

RUFIÁN.-  ¡Válala el que lleva los pollos, y qué preçiosa que es! Allá va, a casa de la Garça Montesina.

MONTESINA.-  Señora Loçana, sobí, que a vos espero. ¿Ya os passábades? ¿No sabéis que hoy es mío? ¿Dónde íbades?

LOÇANA.-  Señora, luego tornara, que iba a dar una cosa aquí a una mi amiga.

MONTESINA.-  ¿Qué cosa y a quién, por mi vida, si me queréis bien?

LOÇANA.-  No se puede saber. Asiéntese vuestra merçed más acá a la lumbre, que me da el sol en los ojos.

MONTESINA.-  ¡Por mi vida, Loçana, que no llevéis de aquí el canestico si no me lo dezís!

LOÇANA.-  ¡Paso, señora! No me derrame lo que está dentro, que yo se lo diré.

MONTESINA.-  Pues dezímelo luego, que estó preñada. ¿Qué es esto que está aquí dentro en este botezico de cristal?

LOÇANA.-  Paso, señora, que no es cosa para vuestra merçed, que ya sois vos harto garrida.

MONTESINA.-  ¡Mirá, Loçana, catá que lo quebraré si no me lo dezís!

LOÇANA.-  ¡Pardiós, más niña es vuestra merçed que su ñetezica! Deve estar lo que no es para ella.

MONTESINA.-  Agora lo verés. Sacaldo de mi cofre y séase vuestro.

LOÇANA.-  Sáquelo vuestra merçed, que quiero ir a llevallo a su dueño, que es un licor para la cara que quien se lo pone no envejeze jamás. Y madona Clarina, la favorida, ha más de cuatro meses que lo espera y agora se acabó de estilar y se lo quiero llevar por no perder lo que me prometió por mi fatiga, que ayer me envió dos ducados para que lo acabase más presto.

MONTESINA.-  ¡Y cómo, Loçana! ¿Soy yo menos, o puede pagallo ella mejor que yo? ¿Quédaos algo en vuestra casa d'este licor?

LOÇANA.-  Señora, no, que no se puede hazer si las culebras que se estilan no son del mes de mayo. Y soy perdida porque, como es tan favorida, si sabe que di a otrie este licor habiendo ella hecho traer las culebras çerbunas y gobernádolas de mayo acá, y más el carbón que me ha enviado, y todo lo vendí cuando estuve mala, que si lo tuviera dixera que las culebras se me habían huido y como viera el carbón me creyera.

MONTESINA.-  Dexá hazer a mí, que yo sabré remediar a todo. Ven aquí, Garparejo. Va, di a tu señor que luego me envíe diez cargas de carbón muy bueno del salvático. Y, mira, ve tú con el que lo truxere y hazlo descargar a la puerta de la Loçana. Esperá, Loçana, que otra paga será ésta que no la suya. Veis ahí seis ducados. Y llamá los moços que os lleven estos cuatro barriles o toneles a vuestra casa. Éste es semulela y éste de fideos çeçilianos, y éste de alcaparras alexandrinas y éste de almendras ambrosinas. Y tomá: veis ahí dos cofines de pasas de Almuñécar, que me dio el provisor de Guadix. Ven aquí, Margarita. Va, descuelga dos presutos y dos somadas. Y de la guardarropa dos quesos   -[fol. 46v]-   mallorquinos y dos parmesanos. Y, presto, vosotras, lleváselos a su casa.

LOÇANA.-  Señora, ¿quién osará ir a mi casa? Que luego me matará mi criado, que le prometió ella misma una capa.

MONTESINA.-  Capa no hay en casa que se le pueda dar, mas mirá si le verná bueno este sayo, que fue del protonotario.

LOÇANA.-  Señora, llévemela el moço, porque no vaya yo cargada. No se me ensuelva el sueño en todo, que esta noche soñaba que caía en manos de ladrones.

MONTESINA.-  Andá, no miréis en sueños que, cuando veníades acá, os vi yo hablar con cuatro.

LOÇANA.-  ¡Buen paraíso hay quien acá os dexó! Que, verdad es, esclava soy a vuestra merçed, porque no basta ser hermosa y linda, mas cuanto dize hermosea y adorna con su saber. ¡Quién supiera hoy hazerme callar y amansar mi deseo! Que tenía de ver qué me había de dar madona Clarina, la favorida, por mi trabajo y fatiga. La cual vuestra merçed ha satisfecho en parte y, como dizen, la buena voluntad con que vuestra merçed me lo ha dado vale más que lo muncho más que ella me diera. Y, sobre todo, sé yo que vuestra merçed no me será ingrata. Y bésole las manos, que es tarde. Mírese vuestra merçed al espejo y verá que no so pagada según lo que meresco.



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Mamotreto LIX

Cómo la Loçana fue a casa de madona Clarina, favorida, y encontró con dos médicos, y el uno era çirúgico,y todos dos dizen


  -¡Señora Loçana! ¿Adónde se va? ¿Qué espeçiería es éssa que debaxo lleváis? ¿Hay curas? ¿Hay curas? Danos parte.

LOÇANA.-  Señores míos, la parte por el todo y el todo por la parte. Y yo que soy presta para sus serviçios.

FÍSICO.-  Señora Loçana, habéis de saber que, si todos los médicos que al presente nos hallamos en Roma nos juntásemos de acuerdo, que debíamos hazer lo que antiguamente hizieron nuestros anteçesores: en la vía de San Sebastián estaban unas tres fosas llenas de agua, la cual agua era natural y tenía esta virtud: que cuantas personas tenían mal de la cintura abaxo iban allí tres vezes una semana y entraban en aquellas fosas de pies, y estaban allí dos horas por vuelta y ansí sanaban de cualquier mal que tuviessen en las partes inferiores, de modo que los médicos de aquel tiempo no podíen medicar sino de la cintura arriba. Visto esto, fueron todos y çegaron estos fosos o manantíos y hizieron que un arroyo que iba por otra parte que pasasse por ençima porque no se hallassen. Y agora aquel arroyo tiene la misma virtud para los caballos y mulas represas y, finalmente, a todas las bestias represas que allí meten sana, como habéis visto si habéis pasado por allí. Esto digo que debíamos hazer pues que ni de la çintura arriba ni de la cintura abaxo no nos dais parte.

CIRÚGICO.-  Señora Loçana,   -[fol. 47r]-   nosotros debíamos hazer con vos como hizo aquel médico pobre que entró en Andújar, que, como vido y probó los munchos y buenos rábanos que allí nacen, se salió y se fue a otra tierra porque allí no podía él medicar, que los rábanos defendían las enfermedades. Digo que me habéis llevado de las manos más de seis personas que yo curaba que, como no les duelen las plagas con lo que vos les habés dicho, no vienen a nosotros, y nosotros, si no duelen las heridas, metemos con qué duelan y escuezgan porque vean que sabemos algo cuando les quitamos aquel dolor. Asimismo a otros ponemos ungüento egipçiaco, que tiene vinagre.

LOÇANA.-  Como a caballos, ungüento de albéitares.

MÉDICO.-  A los dientes no hay remedio sino pesallos a çera, y vos mandáis que traigan maxcando el almástiga y que se los limpien con raízes de malvas cochas en vino, y mandáislos lavar con agua fría, que no hay mejor cosa para ellos y para la cara y manos: lavar con agua fría y no callente. Mas si lo dizimos nosotros no tornarán los pacientes. Y assí, es menester que huyamos de vos porque no concuerda vuestra medicaçión con nuestra cúpida intençión.

LOÇANA.-  Señores míos, ya veo que me queréis motejar. Mis melezinas son «si pega, pega». Y míroles a las manos como haze quien algo sabe. Señores, concluí que el médico y la medicina los sabios se sirven d'él y d'ella, mas no hay tan asno médico como el que quiere sanar el griñimón, que Dios lo puso en su disposiçión. Si vuestras merçedes quieren un poco de favor con madona Clarina en pago de mi malefiçio, esperen aquí y haré a su señoría que hable a vuestras merçedes, que no será poco. Y si tiene que medicarse en su fuente, entrarán vuestras merçedes aunque sea de rodillas.

CIRÚGICO.-  Pues sea ansí, señora Loçana. «Diga barba qué haga.» No querría que más valiese mi capa de lo que ésta gana. Ya es entrada. Esperemos y veremos la clareza que Dios puso en esta italiana, que dizen que, cuando bebe, se le pareçe el agua y se le pueden contar las venas. ¿Veislas las dos? Hable vuestra merçed, que yo no sé qué le dezir.

MÉDICO.-  Madona Clarina, séale recomendada la señora Loçana.

CLARINA.-  Oída. Me recomiendo. Dime, Loçana, ¿quién son aquéllos?

LOÇANA.-  Señora, el uno es de Orgaz y el otro de Jamilena, que medicaba y iba por leña y metía todas las orinas juntas por saber el mal de la comunidad. Señora, vamos a la loja.

CLARINA.-  Andemos. Dezíme, ¿qué cosa hay aquí en aquesta escátula?

LOÇANA.-  Madona, son unos polvos para los dientes, que no se caigan jamás.

CLARINA.-  ¿Y esto?

LOÇANA.-  Para los ojos.

CLARINA.-  Dime, española, ¿es para mí?

LOÇANA.-  Madona, no, que es para madona Albina, la de Aviñón.

CLARINA.-  ¡Vaya a la horca! ¡Dámelo a mí!

LOÇANA.-  No lo hagáis, señora, que si vos supiésedes lo que a ella le cuesta, que dos cueros de olio se han gastado, que ella compró que eran de más de çien años, por hazer esto poquito.

CLARINA.-  No te curar, Loçana, que non vollo que lei sea da tanto que abia questo, que yo te daró olio de duzenti ani que me donó a mí miçer incoronato mio, trovato sota terra. Dime, ¿ha ella casa ni viñar como que ho yo?

LOÇANA.-  Sea d'esta manera: tomad vos un poco y dadme a mí otro poco porque le lleve porque yo no pierda lo que me ha prometido. Que la pólvora no se halla ansí a quien la quiere, que se haze en el paraíso terrenal y me la dio a mí un mi caro amante que yo tuve, que fue mi señor Diomedes, el segundo amor que yo tuve en este mundo, y a él se la dieron los turcos, que van y vienen cassi a la continua. Y piense vuestra señoría que tal pólvora como éssa no me la quitaría yo de mí por dalla a otrie si no tuviese gran nesçesidad, que no tengo   -[fol. 47v]-   pedaço de camisa ni de sábana, y sobre toda la nesçesidad que tengo de un pabellón y de un tornalecho, que si no fuesse esto que ella me prometió para cuando se lo llevasse, no sería yo osada a quitar de mí una pólvora tan exçelente, que si los dientes están bien apretados con ella no se caerán jamás.

CLARINA.-  Vení acá, Loçaza. Abrí aquella caxa grande, tomá dos pilas de tela romanesca para un pabellón. Va, abre aquel forçel e tomá dos pieças de tela de Lodi para hazer sábanas y tomá hilo malfetano para coserlo todo. Va, abre el otro forçel y tomá dos pieças de cortinela para que hagáis camisas. Y tomá otra pieça de tela romanesca para hazer camisas a vuestro nuevo marido.

LOÇANA.-  Señora, mire vuestra señoría que yo de todo esto me contento, mas ¿cómo haremos, que el poltrón de mi preterido criado me descubrirá, porque ella misma le prometió unas calças y un jubón?

CLARINA.-  Bien va. Abre aquella otra caxa y tomá un par de calças nuevas y un jubón de raso, que hallarás cuatro. Tomá el mejor y llamá la Esclavona que tome un canestro y vaya con vos a llevaros estas cosas a vuestra casa. Y id presto porque aquel azemilero no os tome el olio, que se podría hazer bálsamo, tanto es bueno. Y guardá, española, que no des a nadie d'esto que me has dado a mí.

LOÇANA.-  Madona, no. Mas haré d'esta manera, que pistaré el almáçiga y la grana y el alumbre y se lo daré, y diré que sea essa misma. Y haré un poco de olio de habas y diré que se lo ponga con el colirio, que es apropiado para los ojos. Y ansí no sabrá que vuestra señoría tiene lo más perfeto.

CLARINA.-  Andá y hazé ansí, por mi amor, y no de otro modo. Y recomendáme a vuestro marido, Miçer Rampín.



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Mamotreto LX

Cómo fue la Loçana en casa de la Imperia, aviñonesa, y cómo encontró con dos juristas letrados que ella conosçía, que se habían hecho cursores o emplazadores


LOÇANA.-  Estos dos que vienen aquí, si estuviesen en sus tierras, serían alcaldes y aquí son mandatarios, solicitadores que emplazan. Y si fuessen sus hermanas casadas con quien hiziese aquel offiçio, dirían que más las querrían ver putas que no de aquella manera casadas, porque ellos fueron letrados o bueitres de rapiña. Todo su saber no vale nada, a lo que yo veo, que más ganan ellos con aquellas varillas negras que con cuanto estudiaron en jure. Pues yo no estudié y sé mejor el jure çevil que traigo en este mi canastillo que no ellos en cuantos capítulos tiene el çevil y el criminal. Como dixo Apuleyo, «Bestias letrados».

JURISTA.-  ¡Aquí! ¡Aquí somos todos! Señora Loçana, hodie hora vigessima en casa vuestra.

LOÇANA.-  No sé si seré a tiempo, mas traé qué rogar, que allá está mi Rampín que lo guise. Y mirá no faltés porque de buena razón ellas han de venir hoy que es sábado. Mas yo creo que vosotros ya debéis y no os deben.

JURISTAS.-  ¿Qué cosa es esso de deber o que nos deben? ¡Cuerpo del mundo! ¿El otro día no llevamos buen pexe y buen vino? Y más: dormimos con ellas y las pagamos muy bien.

LOÇANA.-  No lo digo por esso, que ya sé que traxístes todo esso y que bebistes hasta que os emborrachastes. Mas otra cosa es menester que traer y beber, que esso de jure antiguo se está. Sino «que os deben o debéis» quiere dezir que era una jodía vieja de noventa años y tenía dos nueras mujeres burlonas y venían a su suegra cada mañana y dezían: «Buenos días, señora.» Y respondía ella: «¡Vosotras tenéis los buenos días y habéis las buenas noches!» Y como ellas veían esta respuesta   -[fol. 48r]-   siempre dixeron a sus maridos: «Vuestra madre se quiere casar.» Y dezían ellos: «¿Cómo es possible?» Dezían ellas: «Casalda y vello hés, que no dize de no.» Fueron y casáronla con un jodío viejo y médico. ¿Qué hizieron las nueras? Rogaron al jodío que no la cabalgase dos noches; él hízolo ansí, que toda la noche no hizo sino contalle todas sus deudas que tenía. Vinieron las nueras otro día y dixo la vieja: «¿Qué quiero hazer d'este viejo, que no es bueno sino para comer y tiene más deudas que no dineros, y será menester que me destruya a mí y a mis hijos?» Fueron las nueras al jodío y dixéronle que hiziesse aquella noche lo que pudiese y él, como era viejo, caminó y passó tres colchones. Viniendo la mañana, vienen las nueras y dizen a la suegra: «¡Señora, albricias, que vuestras hijas os quieren quitar este jodío pues que tanto debe!» Respondió la vieja: «Mirad, hijas: la vejez es causa de sordedad, que yo no oyo bien. Que le deben a él, que le deben a él, que él no debe nada.» Ansí que, señores, ¿vosotros debés o deben os?

JURISTA.-  ¡Voto a Dios, que a mí que me deben d'esssa manera más que no es de menester! Acá, a mi compañero, no sé. Demandaldo a ella, que bien creo que passa todos los dedos y aun las tablas de la cama.

CURSOR.-  No me curo, que «la obra es la que alaba al maestro». Señora Loçana, torná presto, por vuestra fe, que nosotros vamos a pescaría.

LOÇANA.-  Gente hay en casa de la señora Imperia. Mejor para mí, que pescare yo aquí sin iure. ¿Qué hazés ahí, Medaldo? ¡Va, abre, que vo a casa!

MEDALDO.-  Andá, que Nicolete es de guardia y él os abrirá. Llamá.

LOÇANA.-  ¡Nicolete, hijo mío! ¿Qué hazes?

NICOLETE.-  Soy de guardia. Y mirá, Loçana, qué pedaço de caramillo que tengo.

LOÇANA.-  ¡Ay, triste! ¿Y estás loco? ¡Está quedo, beodo, que nos oirán!

NICOLETE.-  Callá, que todos están arriba. Sacá los calçones, que yo os daré unos nuevos de raso encarnado.

LOÇANA.-  Haz a plazer, que vengo cansada, que otro que calçones quiero.

NICOLETE.-  ¿Qué, mi vida, de cara arriba?

LOÇANA.-  Yo te lo diré después.

NICOLETE.-  ¡No, sino agora! ¡No, sino agora! ¡No, sino agora!

LOÇANA.-  ¡Oh, qué bellaco que eres! Va arriba y di a la señora cómo estoy aquí.

NICOLETE.-  Sobí vos y tomallos: es sobre-tabla y haréis colaçión.

LOÇANA.-  Por munchos años y buenos halle yo a essas presencias juntas. ¿Qué emperatriz ni gran señora tiene dos aparadores, como vuestra señoría, de contino aparejados a estos señores reyes del mundo?

Dize el CORONEL.-  Española, fa colaçión aquí con nos. Quiero que bebes con esta copina, que sea la tua, porque quieres bien a la señora Imperia, mi patrona.

IMPERIA.-  Todo es bien empleado en mi Loçana. ¡Moços! Serví allí todos a la Loçana y esperen las amas y los escuderos hasta que ella acabe de comer. Loçana mía: yo quiero reposar un poco. Entre tanto hazte servir, pues lo sabes hazer.

LOÇANA.-  Yo quiero comer este faisán y dexar esta astarna para Nicoleto porque me abrió la puerta d'abaxo. Estos pasteles serán para Rampín, aunque duerme más que es menester.



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Mamotreto LXI

Cómo un médico, familiar de la señora Imperia, estuvo con la Loçana hasta que salió de reposar la Imperia


MÉDICO.-  Dezí, señora Loçana, ¿cómo os va?

LOÇANA.-  Señor, ya veis: fatigar y no ganar nada. Estóme en mi casa, la soledad y la pobreza están mal juntas, y no se halla lino a comprar, aunque el hombre quiere hilar, por no estar oçiosa, que querría ordir unos manteles por no andar a pedir prestados cada día.

MÉDICO.-  Pues vos, señora Loçana, que hazéis y dais mill remedios a villanos, ¿por qué no les   -[fol. 48v]-   encargáis que os traigan lino?

LOÇANA.-  Señor, porque no tomo yo nada por cuanto hago, salvo presentes.

MÉDICO.-  Pues yo querría más vuestros presentes que mi ganançia,-que es tan poca que valen más las candelas que gasté estudiando que cuanto he ganado después endevinando pulsos. Mas vos, ¿qué estudiastes?

LOÇANA.-  Mirá qué me acontesçió ayer. Vinieron a mi casa una muger piamontesa con su marido romañolo y pensé que otra cosa era: traxeron una llave de cañuto, la cual era llena de cera y no podían abrir, pensaron que estaban hechizados. Rogáronme que lo viese yo: yo hize lo que sabía y diéronme dos julios y prometiéronme una gallina que me truxeron hoy, y huevos con ella. Y ansí pasaré esta semana con este presente.

MÉDICO.-  Pues dezíme, señora Loçana, ¿qué hezistes a la llave? ¿Cualque silogismo o qué?

LOÇANA.-  Yo's diré. Como sacaron ellos la cera, no pudo ser que no se pegase cualque poca a las paredes de la llave; fui yo presto al fuego y escallentéla hasta que se consumió la çera; y vine abaxo y dísela y dixe que todo era nada. Fuéronse, y abrieron y cabalgaron, y ganéme yo aquel presente sofísticamente. Dezíme por qué no tengo yo de hazer lo que sé sin perjuiçio de Dios y de las gentes. Mirá, vuestro saber no vale si no lo mostráis que lo sepa otrie. Mirá, señor: por saber bien hablar gané agora esta copica de plata dorada, que me la dio su merçed del coronel.

MÉDICO.-  Esse bien hablar adular incóñito le llamo yo.

LOÇANA.-  Señor Salomón, sabé que cuatro cosas no valen nada si no son partiçipadas o comunicadas a menudo: el plazer, y el saber, y el dinero y el coño de la muger, el cual no debe estar vacuo, según la filosofía natural. Dezíme, ¿qué le valdría a la Xerezana su galantería si no la partiçipase? ¿Ni a la Montesina su hermosura, aunque la guardase otros sesenta años, que jamás muriese, si tuviese su coño puesto en la guardarropa? ¿Ni a madona Clarina sus riquezas, si no supiesse guardar lo que tiene? ¿Y a la señora Aviñonesa qué le valdrían sus tratos si no los partiçipase y comunicase con vuestra merçed y comigo, como con personas que antes la podemos aprovechar? ¿Qué otra cosa veis? Aquí yo pierdo tiempo, que sé que en mi casa me están esperando, y porque la señora sé que me ha de vestir a mí y a mi criado, callo.

MÉDICO.-  No puedo pensar qué remedio tener para cabalgar una mi vizina lombarda, porque es casada y está preñada.

LOÇANA.-  Dexá hazer a mí.

MÉDICO.-  Si hazés como a la otra, mejor os pagaré.

LOÇANA.-  Esto será más fácil cosa de hazer porque diré que a la criatura le faltan los dedos y que vuestra merçed los hará.

MÉDICO.-  Yo lo doy por hecho, que no es ésta la primera que vos sabés hazer.

LOÇANA.-  Yo's diré. Son lombardas de buena pasta: fuime esta semana a una y díxele: «¿Cuándo viene vuestro marido, mi compadre?» Dice: «Mañana.» Digo yo: «¿Por qué no's is al baño y acompañaros he yo?» Fue, y como era noviçia, apañéle los anillos y dile a entender que le eran entrados en el cuerpo. Fuime a un mi compadre, que no deseaba otra cosa, y dile los anillos y di orden que se los sacase uno a uno. Cuando fue al último, ella le rogaba que le sacase también un caldero que le había caído en el pozo. Y en esto, el marido llamó. Dixo ella al marido: «En toda vuestra vida me sacastes una cosa que perdiesse, como ha hecho vuestro compadre, que si no viniérades me sacara el caldero y la cadena que se cayó el otro día en el pozo.» Él, que consideró que yo habría tramado la cosa, amenazóme si no le hazía cabalgar la muger del otro. Fuime allá diziendo que era su parienta muy cercana, a la cual demandé que cuánto tiempo había que era preñada, y si su marido estaba fuera. Dixo que de seis meses. Yo, astutamente, como quien ha gana de no verse en vergüença,   -[fol. 49r]-   le di a entender la criatura no tener orejas ni dedos. Ella, que estimaba el honor, rogóme que si lo sabía o podía que le ayudase, que sería d'ella pagada. «Aquí está», digo yo, «el marido de la tal, que por mi amor os servirá, y tiene exçelençia en estas cosas». Finalmente, que hizo dedos y orejas, cosa por cosa. Y venido su marido, ella lo reprehende haber tan poca avertençia, antes que se partiera, a no dexar acabada la criatura. D'esta manera podemos servirnos, máxime que, diziendo que sois físico eximio, pegará mejor nuestro engrudo.

MÉDICO.-  No quería ir por lana y que hiziéssedes a mi muger hallar una saya que estotro día perdió.

LOÇANA.-  ¡Por el sacrosanto saco de F[lorencia] que quiero otro que saya de vuestra merçed!



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Mamotreto LXII

Cómo la señora Imperia, partido el médico, ordenó de ir a la estufs ella y la Loçana, y cómo encontraron a uno que dezía «Oliva, oliva d'España», el cual iba en máxcara, y dize la Imperia al médico


  ¿Qué se dize, maestro Arresto? ¿Retoçábades a la Loçana o veramente hazéis partido con ella que no os lleve los provechos? Ya lo hará si se lo pagáis. Por esso, antes que se parta, sed de acordo con ella.

MÉDICO.-  Señora, entre ella y mí el acuerdo será que partiésemos lo ganado y partiçipásemos de lo por venir, mas Rampín despriva a munchos buenos que querían ser en su lugar. Mas si la señora Loçana quiere, ya me puede dar una espetativa en forma común para cuando Rampín se parta que entre yo en su lugar, porque, como ella dize, no esté lugar vaçío, la cual razón conviene con todos los filósofos que quieren que no haya lugar vacuo. Y, después d'esto, verná bien su conjunçión con la mía que, como dizen, «segund que es la materia que el hombre manea, ansí es más exçelente el maestro que la opera». Porque çierta cosa es que más exçelente es el médico del cuerpo humano raçional que no el albéitar, que medica el cuerpo irraçional; y más exçelente el miembro del ojo que no el dedo del pie, y mayor milagro hizo Dios en la cara del hombre o de la muger que no en todo el hombre ni en todo el mundo, y por esso no se halla jamás que una cara sea semejante a otra en todas las partículas, porque, si se pareçe en la nariz no se pareçe en la barba, y assí de singulis. De manera que yo al cuerpo y ella a la cara, como más exçelente y mejor artesana de caras que en nuestros tiempos se vido, estaríamos juntos y ganaríamos para la vejez poder pasar, yo sin récipe y ella sin hic et hec et hoc, el alcohol. Y amigos, como de antes. Y beso las manos a vuestra merçed y a mi señora Loçana la boca.

LOÇANA.-  Yo la vuestra ençucarada. ¿Qué me dezís? Cuando vos quisiéredes regar mi manantío, está presto y a vuestro serviçio, que yo sería la dichosa.

IMPERIA.-  «Más vale asno que os lleve que no caballo que os derrueque.» De Rampín hazéis vos lo que queréis y sirve de todo. Y dexá razones y vamos a la estufa.

LOÇANA.-  Vamos, señora, mas siempre es bueno saber. Que yo tres o cuatro cosas no sé que deseo conocer. La una, qué vía hazen o qué color tienen los cuernos de los hombres. Y la otra, querría leer lo que entiendo. Y la otra, querría que en mi tiempo se perdiese el temor y la vergüença para que cada uno pida y haga lo que quisiere.

IMPERIA.-  Esso postrero no entiendo, de temor y vergüença.

LOÇANA.-  Yo,   -[fol. 49v]-   señora, yo's lo diré. Cierto es que si yo no tuviese vergüença, que cuantos hombres passan querría que me besasen, y si no fuese el temor, cada uno entraría y pediría lo vedado. Mas el temor de ser castigados los que tal hiziesen, no se atreven; porque la ley es hecha para los transgressores. Y assí de la vergüença, la cual ocupa que no se haga lo que se piensa. Y si yo supiesse o viesse estas tres cosas que arriba he dicho, sabría más que Juan d'Espera en Dios, de manera que cuantas putas me viniesen a las manos les haría las çejas a la chançilleresca, y a mi marido se los pornía verdes, que sinifican esperança, porque me metió el anillo de cuerno de búfalo. Y la cuarta, que penitus iñoro es: ¿de quién me tengo de empreñar cuando alguno me empreñe? Señora, vaya Jusquina delante y lleve los adereços. Vamos por aquí, que no hay gente. Señora, ya comiençan las máxcaras. ¡Mire vuestra merçed cuál va el bellaco de Hércoles enmaxcarado! ¡Y oliva, oliva d'España, aquí vienen y hazen quistión, y van cantando! ¡Agora me vezo sonar de reçio! Entre vuestra merçed y salgamos presto, que me vernán a buscar más de cuatro agora que andan máxcaras, que aquí ganaré yo cualque ducado para dar la parte a mastro Arresto. Él debe trala, que medicó el asno y meritó el albarda. ¡Pues vaya a la horca, que no me ha de faltar hombre, aunque lo sepa hurtar!



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Mamotreto LXIII

Cómo la Loçana fue a su casa y envió por un sastre, y se vistió del paño que le dieron en casa del coronel, y lo que pasó con una boba. Y dize la Loçana


LOZANA.-  ¿Dónde metéis essa leña? ¿Y el carbón? ¿Está abaxo? ¿Mirastes si era bueno? ¿Sobistes arriba los barriles, los presutos y quesos? ¿Contastes cuántas pieças de tela vinieron? ¿Vistes si el olio está seguro que no se derrame? Pues andá: llamá a maestro Gil, no sea para esotra semana. Y mirá que ya comiençan las máxcaras a andar en torno. Estas carrastollendas tenemos de ganar. Torná presto porque prestéis essos vestidos a quien os los pagare. ¿Veis? Viene madona Pelegrina, la simple, a se afeitar. Aunque es boba, siempre me da un julio; y otro que le venderé de solimán, serán dos. Entrá, ánima mía cara. ¿Y con este tiempo venís, ánima mía dulçe, saporida? ¡Mirá qué ojos y qué dientes! Bien pareçe que sois de buena parte. Bene mío, assentáos que venís cansada. Que vos sois española, por la vida. Y podría ser, que los españoles por do van siembran, que viente años ha que nos los tenés allá por essa Lombardía. ¿Estáis grávida, mi señora?

PELEGRINA.-  Señora, no. Mas si vos, señora Loçana, me supiésedes dezir con qué me engravidase, yo's lo satisfaría muy bien, que no deseo en este mundo otro.

LOÇANA.-  ¡Ay, ánima mía ençucarada! Récipe lo que sé que es bueno, si vos lo podéis hazer. Tomá sábana de fraile que no sea quebrado y halda de camisa de clérigo macho y reçincháoslas a las caderas con uñas de sacristán marçolino, y veréis qué hijo haréis.

PELEGRINA.-  Señora Loçana, vos que sabéis en qué caen estas cosas, dezíme, ¿qué quiere dezir que cuando los hombres hazen aquella cosa se dan tanta prisa?

LOÇANA.-  Habéis de saber que me plaçe. Porque el discípulo que no dubda ni pregunta no sabrá jamás nada, y esta tierra haze los ingenios sotiles y vivos, máxime vos, que sois de la Marca. Muncho más sabréis interrogando que no adevinando. Habéis de saber que fue un emperador que, como viese que las mugeres tenían antiguamente cobertera en el ojo de cucharica de plata y los hombres fuesen eunucos, mandó que de la cobertera hiziessen compañones a los hombres.   -[fol. 50r]-   Y como hay una profeçía que dize Merlín que ha de tornar cada cosa a su lugar, como aquéllos al cufro de la muger, por esso se dan tanta priessa, por no quedar sin ellos, y beata la muger a quien se le pegaren los primeros. Por tanto, si vos me creéis, hazé d'esta manera: alçá las nalgas y tomaldo a él por las ancas y apretá con vos y quedaréis con cobertera y preñada. Y esto hazed hasta que açertéis.

PELEGRINA.-  Dezíme, señora Loçana, ¿qué quiere dezir que los hombres tienen los compañones gordos como huevos de gallina, de paloma y de golondrina, y otros que no tienen sino uno?

LOÇANA.-  Si bien los mirastes, en ellos vistes las señales. Habéis de saber que los que no tienen sino uno perdieron el otro desvirgando mugeres ançianas. Y los que los tienen como golondrinas se los han desminuido malas mugeres cuando sueltan su artillería. Y los que los tienen como paloma, esos te saquen la carcoma. Y los que los tienen como gallina es buena su manida.

PELEGRINA.-  Dezíme, señora Loçana, ¿qué quiere dezir que los moços tienen más fuerza y mejor que sus amos, por más hombres de bien que sean?

LOÇANA.-  Porque somos las mugeres bobas. Çierta cosa es que para dormir de noche y para sudar nos hazéis camisa sotil, que luego destexe. El hombre, si está bien vestido, contenta al ver, mas no satisfaçe la voluntad. Y por esto valen más los moços que sus amos en este caso. Y la camisa sotil es buena para las fiestas, y la gorda a la continua. Que la muger sin hombre es como fuego sin leña. Y el hombre machucho que la ençienda y que coma torreznos, porque haga los mamotretos a sus tiempos. Y su amo que pague el alquilé de la casa y que dé la saya. Y ansí, pelallos y popallos y cansarlos, y después de pelados, dexallos enxugar.



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Mamotreto LXIV

Cómo vinieron cuatro palafreneros a la Loçana, si quería tomar en su casa un gentilhombre que venía a negociar, y traía un asnico sardo llamado Robusto y ensalmóles los encordios. Y dize uno


  Señora Loçana, nosotros, como somos huérfanos y no tenemos agüelas, venimos con nuestros tencones en las manos a que nos ensalméis, y yo, huérfano, a que me beséis.

LOÇANA.-  Amigos, «este monte no es para asnos», comprá mulos. ¡Qué gentileza! Hazéme subir la calamita. ¡Si os viera hazer esso Rampín, el bravo, que es un diablo de la peña Camasia! ¿Pensáis que soy yo vuestra Ginebra, que se afeita ella misma por no dar un julio a quien la haría pareçer moça?

PALAFRENERO.-  Puta ella y vos también, ¡guay de ti, Jerusalén!

CAMARINO.-  Señora Loçana, ensalmános estos encordios y veis aquí esta espada y estos estafiles: vendeldos vos para melezinas.

LOÇANA.-  Vení uno a uno. Dexáme poner la mano.

CAMARINO.-  ¡Ay! Que estáis fría.

LOÇANA.-  Vos seréis abad, que sois medroso. Vení vos. ¡Oh, qué tenéis de pelos en esta forma! Dios la bendiga. Vería si tuviesse çejas.

PALAFRENERO.-  Señora Loçana, si tuviese tantos esclavos que vender, a vos daría el mejor.

LOÇANA.-  Andá, que vos seréis mercader cobdiçioso. Vení vos. Esperá. Meteré la mano.

SARACÍN.-  Meté, señora, mas mirá que estoy derecho.

LOÇANA.-  ¡Por mi vida que sois caballero y hidalgo, aunque pobre! Y si tanto direcho tuviésedes a un benefigio sería vuestra la sentençia. Esperá, diré las palabras y tocaré, porque en el tocar está la virtud.

SARACÍN.-  Pues dígalas vuestra merçed alto que las oigamos.

LOÇANA.-  So contenta.


Santo Ensalmo se salió,
y contigo encontró
y su vista te sanó.
Ansí como   -[fol. 50v]-   esto es verdad,
ansí sanes de este mal. Amén.

Andá, que no será nada, que pecado es que tengáis mal en tal mandragulón.

PALAFRENERO.-  Mayor que el Rollo de Éçija, servidor de putas.

LOÇANA.-  Mala putería corras, «como Margarita Corillón, que corrió los burdeles de Oriente y Poniente y murió en Setentrión, sana y buena como yo».

PALAFRENERO.-  Dezínos agora. ¿Cómo haréis? Que dizen que habrá guerra, que ya con la peste passada cualque cosa ganábades.

LOÇANA.-  Mal lo sabéis. Más quiero yo guerra que no peste, al contrario del duque de Saboya, que quiere más peste en su tierra que no guerra. Yo, si es peste, por huir como de lo ganado y si hay guerra, ganaré con putas y comeré con soldados.

PALAFRENERO.-  ¡Voto a Dios, que bien dize el que dixo que «de puta vieja y de tabernero nuevo me guarde Dios»! Digámosle a la señora Loçana a lo que más venimos. Vuestra merced sabrá que aquí en Roma es venido un gentilhombre y en su tierra rico y trae consigo un asnico que entiende como una persona, y llámalo Robusto, y no querría posar sino solo. Y pagará bien el serviçio que a él y a Robusto le harán y por estar çerca del río, adonde Robusto vaya a beber. Por tanto, querríamos rogar a vuestra perniquitençia que, pagándoslo, fuésedes contenta por dos meses de darle posada, porque pueda negoçiar sus hechos más presto y mejor.

LOÇANA.-  Señores, yo siempre deseé de tener plática con estaferos, por munchos provechos que d'ellos se pueden haber. Y viendo que, si hago esto que me rogáis, no solamente terné a esse señor mas a todos vosotros, por esso digo que la casa y la persona a vuestro serviçio. Avisaldo que, si no sabe, sepa que no hay cosa tan vituperosa en el hombre como la miseria, porque «la miseria es sobrina de la envidia», y en los hombres es más notada que en las mugeres y más en los nobles que no en los comunes, y siempre la miseria daña la persona en quien reina y es adversa al bien común. Y es señal de natura, porque luego se conoçe el rico mísero ser de baxa condiçión, y esta regla es infalible segundo mi ver. Y avisaldo, que «no se hazen los negoçios de hongos, sino con buenos dineros redondos».



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Mamotreto LXV

Cómo vino el asno de miçer Porfirio por corona y se graduó de bachiller, y dize entre sí, mirando al Robusto, su asnico


PORFIRIO.-  No hay en este mundo quien ponga mientes a los dichos de los viejos que, si yo me recuerdo, siempre oí dezir que ni fíes ni porfíes ni prometas lo inçierto por lo çierto. Bien sé yo que a este Robusto le falta lo mejor, que es el leer, y si en esto lo examinan primero, no verán que sabe cantar y ansí me lo desecharán sin grado, y yo perderé mi apuesta. ¡Robusto canta!

  -Ut, re, mi, fa, sol, la.

  -¡Di comigo! ¡Más baxo, bellaco! ¡Otra vez! Comiença del la, sol, fa. Híncate de rodillas, abaxa la cabeça. Di un texto entre dientes y luego comerás.

  -Aza, aza, aza, ro, ro, ro, as, as, as, no, no, no.

  -¡Ansí! Comed agora y sed limpio. ¡Oh, Dios mío y mi Señor! Como Balán hizo hablar a -su asna, ¿no haría Porfirio leer a su Robusto? Que solamente la paçiençia que tuvo cuando le corté las orejas me haze tenelle amor. Pues vestida la veste talar y asentado y vello cómo tiene las patas como el asno d'oro Apuleyo, es para que le diesen benefiçios, cuanto más graduallo bacalario.

LOÇANA.-  Señor Porfirio, véngase a çenar y dígame qué pasión tiene y por qué está ansí pensoso.

PORFIRIO.-  Señora, no's osso dezir mi pena y tormento que tengo, porque temo que no me lo ternéis secreto.

LOÇANA.-  No haya vuestra merçed miedo que yo jamás lo descubra.

PORFIRIO.-  Señora, bien que me veis ansí solo no so de los ínfimos de mi tierra, mas la honra me costriñe, que, si pudiese, querría salir con   -[fol. 51r]-   una apuesta que con otros hize, y es que, si venía a Roma con dinero, que ordenaba mi Robusto de bacalario. Y siendo venido y proveído de dinero y vezado a Robusto todas las cosas que han sido posible vezar a un su par, y agora, como veo que no sabe leer, no porque le falte ingenio, mas porque no lo puede expremir por los mismos impedimentos que Luçio Apuleyo cuando diventó asno y retuvo siempre el intelecto de hombre raçional, por ende estoy mal contento y no querría comer ni beber ni hazer cosa en que me fuese solaçio.

LOÇANA.-  Miçer Porfirio, estad de buena gana que yo os lo vezaré a leer y os daré orden que despachés presto para que os volváis a vuestra tierra. Id mañana y hazed un libro grande de pergamino y traédmelo, y yo le vezaré a leer e yo hablaré a uno que, si le untáis las manos, será notario y os dará la carta del grado. Y hazé vos con vuestros amigos que os busquen un caballerizo que sea pobre y joven y que tenga el seso en la bragueta, que yo le daré persona que se lo acabe de sacar. Y d'esta manera vençeremos el pleito y no dubdéis que d'este modo, se hazen sus pares bacalarios. Mirá, no le deis de comer al Robusto dos días, y, cuando quisiere comer, metelde la çebada entre las hojas, y ansí lo enseñaremos a buscar los granos y a voltar las hojas, que bastará. Y diremos que está turbado y ansí el notario dará fe de lo que viere y de lo que cantando oyere. Y assí, omnia per pecunia falsa sunt. Porque creo que basta harto que llevéis la fe, que no os demandarán si lee en letras escritas con tinta o con olio o iluminadas con oro. Y si les pareçiere la voz gorda dezí que está resfriado, que es usanza de músicos. Una mala noche los enronqueçe. Assimismo, que itali ululant, hispani plangunt, gali canunt. Que su merçed no es gallo sino asno, como veis, que le sobra la sanidad.



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Mamotreto LXVI

Cómo la Loçana se fue a vivir a la ínsula de Lípari, y allí acabó muy santamente ella y supretérito criado Rampín, y aquí se nota su fin y un sueño que soñó


  -¿Sabéis, venerábile Rampín, qué he soñado? Que veía a Plutón caballero sobre la Sierra Morena y, voltándome enverso la tramontana, veía venir a Marte debaxo una niebla y era tanto el estrépito que sus ministros hazían que casi me hazían caer las tenazuelas de la mano. Yo, que consideraba qué podría suceder, sin otro   -[fol. 51v]-   ningún detenimiento cabalgaba en Mercurio que, de repente, se me acostó, el cual me pareçía a mí que hiziese el más seguro viaje que al presente se halle en Italia, en tal modo que navegando llegábamos en Venecia, donde Marte no puede estender su ira. Finalmente desperté, y no pudiendo quietar en mí una tanta alteración, traxe a la memoria el sueño que aun todavía la maginativa lo retenía. Considerando, consideraba cómo las cosas que han de estar en el profundo, como Plutón, que está sobre la Sierra Morena, y las altas se abaten al baxo, como milano, que tantas vezes se abate hasta que no dexa pollo ni polla, el cual diablo de milano ya no teme espantajos, que cierto las gallinas ya no pueden hazer tantos pollos como él consuma. En conclussión, me recordé haber visto un árbor grandíssimo sobre el cual era uno asentado, riendo siempre y guardando el fruto, el cual ninguno seguía, debaxo del cual árbor vi una gran compañía que cada uno quería tomar un ramo del árbor de la locura, que por bienaventurado se tenía quien podía haber una hoja o una rameta: quién tiraba d'acá, quién de allá, quién cortaba, quién rompía, quién cogía, quién la corteza, quién la raíz, quién se empinaba, quién se ponía sobre las puntillas, ansí buenos como medianos y más chicos, ansí hombres como mugeres, ansí griegos como latinos, como tramontanos o como bárbaros, ansí religiosos como seculares, ansí señores como súbditos, ansí sabios como iñorantes, cogían y querían del árbor de la vanidad. Por tanto dizen que «el hombre aperçibido medio combatido». Ya vistes que el astrólogo nos dixo que uno de nosotros había de ir a paraíso, porque lo halló ansí en su arismética y en nuestros passos, más este sueño que yo he soñado. Quiero que éste sea mi testamento. Yo quiero ir a paraíso y entraré por la puerta que abierta hallare, pues tiene tres, y soliçitaré que vais vos, que lo sabré hazer.

RAMPÍN.-  Yo no querría estar en paraíso sin vos. Mas mejor será a Nápoles a vivir, y allí viviremos como reyes y aprenderé yo a hazer guaçamalletas y vos venderés regaliçia y allí será el paraíso que soñastes.

LOÇANA.-  Si yo vo, os escribiré lo que por el alma habéis de hazer con el primero que venga, si viniere, y si veo la Paz, que allá está continua, la enviaré atada con este ñudo de Salomón. Desátela quien la quisiere. Y ésta es mi voluntad, porque sé que tres suertes de personas acaban mal, como son soldados y putanas y usuarios; si no ellos, sus descendientes. Y por esto es bueno fuir romano por Roma, que voltadas las letras dize amor, y entendamos en dexar lo que nos ha de dexar. Y luego vamos en casa de la señora Guiomar López, que mañana se parte madona Sabina. Vamos con ella, que no podemos errar, al ínsula de Lípari con nuestros pares, y mudaréme yo el nombre y diréme la Vellida, y ansí más de cuatro me echarán menos, aunque no soy sola, que más de cuatro Loçanas hay en Roma. Y yo seré salida de tanta fortuna pretérita, continua y futura y de oír palabradas de neçios, que dizen no lo hagáis y no os lo dirán, que a ninguno haze injuria quien honestamente dize su razón. Ya estoy harta de meter barboquejos a putas y poner xáquinas de mi casa, y pues he visto mi ventura y desgraçia y he tenido modo y manera y conversaçión para saber vivir, y veo que mi trato y plática ya me dexan, que corren como solían, haré como haze la Paz, que huye a las islas, y como no la buscan, duerme quieta y sin fastidio, pues ninguno se lo da, que todos son ocupados a romper ramos del sobrescrito árbor, y cogiendo las hojas será mi fin. Estarme he   -[fol. 52r]-   reposada y veré mundo nuevo, y no esperar que él me dexe a mí, sino yo a él. Ansí se acabará lo pasado y estaremos a ver lo presente, como fin de Rampín y de la Loçana. Fenezca la historia compuesta en retrato, el más natural que el Autor pudo, y acabóse hoy, primo de diziembre, año de mill e quinientos e veinte e cuatro, a laude y honra de Dios trino y uno. Y porque reprendiendo los que rompen el árbor de la vanidad seré causa de moderar su fortuna, porque no sería quien está encima de los que truxere y conduxere a no poder vivir sin semejantes compañías, y porque siendo por la presente obra avisados, que no ofendan a su Criador, el cual sea rogado que perdone a los pasados y a nosotros, que dezimos: AVERTE, DOMINE, OCULOS MEOS NNE VIDEANT VANITATEM SINE PRAEJUDICIO PERSONARUM.

IN ALMA URBE, MDXXIV.







 
 
FINIS
 
 



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Cómo se escusa el Autor en la fin del Retrato de la Loçana, en laude de las mugeres

Sin dubda, si ningún hombre quisiesse escrebir el audaçia de las mugeres, no creo que bastassen plumas de veloçes escritores; y si, por semejante, quisiesse escrebir la bondad, honestidad, devoçión, caridad, castidad y lealtad que en las claras mugeres se halla y hemos visto, porque las que son buenas no son tanto partiçipadas en común. Por tanto, munchas virtudes están táçitas y ocultas que serían espejo a quien las oyese contar. Y como la muger sea jardín del hombre y no hay cosa en este mundo que tanto realegre al hombre esterior, y que tanto y tan presto le regocije, porque no solamente el ánima del hombre se alegra en ver y conversar muger, mas todos sus sentidos, pulsos y miembros se revivifican incontinente. Y si hobiese en la muger modestia y en el hombre temperança honesta, gozarían con temor lo que, con temerosa audaçia, ciega la impaçiençia, ansí al hombre raçional como a la frágile muger. Y çierto que si este tal jardín que Dios nos dio para recreaçión corporal, que si no castamente, al menos cautamente lo gozásemos en tal manera que naçiesen en este tal jardín frutos de bendiçión, porque toda obra loa y alaba a su Hazedor cuando la preçede el temor, y este tal fruto aprovecha en laude a su Criador, máxime a quien lo sabe moderar.

La señora Loçana fue muger muy audace, y como las mugeres conosçen ser solaçio a los hombres y ser su recreaçión común, piensan y hazen lo que no harían si tuviesen el prinçipio de la sapiençia, que es temer al Señor. Y la que alcança esta sapiençia o inteligençia es más preciosa que ningún diamante; y ansí, por el contrario, muy vil. Y sin dubda, en esto quiero dar gloria a la Loçana, que se guardaba muncho de hazer cosas que fuessen ofensa a Dios ni a sus mandamientos, porque, sin perjuizio de partes, procuraba comer y beber sin ofensión ninguna. La cual se apartó con tiempo y se fue a vivir a la ínsula de Lípari y allí se mudó el nombre y se llamó la Vellida. De manera que gozó tres nombres: en España, Aldonza, y en Roma, La Loçana y en Lípari, la Vellida. Y si alguno quisiere saber del autor cuál fue su intinçión de retraer reprehendiendo a la Loçana y a sus secaçes, lean el principio del retrato. Y si quisieren reprehender que por qué no van munchas palabras en perfeta lengua castellana, digo que, siendo andaluz y no letrado y escribiendo para darme solaçio y passar mi fortuna que en este tiempo el Señor me había dado, conformaba mi hablar al sonido de mis orejas, que es la lengua materna   -[fol. 52v]-   y su común hablar entre mugeres. Y si dizen que por qué puse algunas palabras en italiano, púdelo hazer escribiendo en Italia, pues Tulio escribió en latín y dixo munchos vocablos griegos y con letras griegas. Si me dizen que por qué no fui más elegante, digo que soy iñorante y no bachiller. Si me dizen cómo alcançé a saber tantas particularidades, buenas o malas, digo que no es muncho escrebir una vez lo que vi hazer y dezir tantas vezes. Y si alguno quisiere dezir que hay palabras maliçiosas, digo que no quiera nadie glosar maliçias imputándolas a mí, porque yo no pensé poner nada que no fuesse claro y a ojos vistas. Y si alguna palabra hobiere, digo que no es maliçiosa sino malencónica, como mi passión antes que sanasse. Y si dixeren que por qué perdí el tiempo retrayendo a la Loçana y a sus secaçes, respondo que, siendo atormentado de una grande y prolixa enfermedad, pareçía que me espaçiaba con estas vanidades. Y si, por ventura, os veniere a las manos un otro tratado, De consolaçione infirmorum, podéis ver en él mis pasiones para consolar a los que la fortuna hizo apassionados como a mí. Y en el tratado que hize del leño del India sabréis el remedio mediante el cual me fue contribuida la sanidad y conoçeréis el autor no haber perdido todo el tiempo, porque, como vi coger los ramos y las hojas del árbor de la vanidad a tantos, yo, que soy de chica estatura, no alcançé más alto: asentéme al pie hasta pasar, como pasé, mi enfermedad.

Si me dezís por qué en todo este retrato no puse mi nombre, digo que mi offiçio me hizo noble, siendo de los mínimos de mis conterráneos, y por esto callé el nombre, por no vituperar el offiçio escribiendo vanidades con menos culpa que otros que compusieron y no vieron como yo. Por tanto, ruego al prudente letor, juntamente con quien este retrato viere, no me culpe, máxime que, sin venir a Roma, verá lo que el viçio de ella causa. Ansimismo, por este retrato sabrán munchas cosas que deseaban ver y oír, estándose cada uno en su patria, que cierto es una grande feliçidad no extimada. Y si alguno me dirá algún improperio en mi ausencia al ánima o al cuerpo imperet sibi Deus, salvo iñorante, porque yo confieso ser un asno, y no de oro.

Valete con perdón y notá esta conclusión: el ánima del hombre desea que el cuerpo le fuesse par perpetuamente. Por tanto, todas aquellas personas que se retraerán de caer en semejantes cosas, como éstas que en este retrato son contadas, serán pares al espíritu y no a la voluntad ni a los viçios corporales. Y siendo, dispares o desiguales a semejantes personas, no serán retraídas. Y serán y seremos gloria y laude a aquel infinito Señor que para Sí nos preservó y preservará. Amen.

Son por todas las personas que hablan en todos los mamotretos o capítulos çiento y veinte e çinco.

Va dividido en mamotretos sesenta e seis. Quiere dezir mamotreto libro que contiene diversas razones o copilaçiones ayuntadas.

Ansimismo, porque en semejantes obras seculares no se debe poner nombre ni palabra que se apertenga a los libros de sana y santa dotrina, por tanto en todo este retrato no hay cosa ninguna que hable de religiosos, ni de santidad, ni con iglesias ni eclesiásticos, ni otras cosas que se hazen que no son de dezir.

Ítem, ¿por qué más se fue la Loçana a vivir a la ínsula de Lípari que a otra parte? Porque antiguamente aquella ínsula fue poblada de personas que no había sus pares, d'adonde se dixeron li pari, los pares. Y dizen en italiano «li pari loro non si trovano», que quiere dezir «no se hallan sus pares».   -[fol. 53r]-   Y era que, cuando un hombre hazía un insigne delito no le daban la muerte, mas condenábanlo a la ínsula de Lípari.

Ítem, ¿por qué más la llamé Loçana que otro nombre? Porque Loçana es nombre más común y comprehende su nombre primero, Aldonça (o Alaroça, en lengua arábica), y Vellida lo mismo. De manera que Loçana significa lo que cada un nombre d'estos otros significan. Ansí que Vellida y Alaroça y Aldonça particularmente demuestran cosa garrida o hermosa, y Loçana generalmente loçanía, hermosura, lindeza, fresqueza y belleza.

Por tanto, digo que para gozar d'este retrato y para murmurar del autor, que primero lo deben bien leer y entender, sed non legatur in escolis.

(No metí la tabla, aunque estaba hecha, porque esto basta por tabla.)

Esta epístola añadió el Autor el año de mill e quinientos e veinte e siete, vista la destruición de Roma y la gran pestilençia que suçedió, dando gracias a Dios que le dexó ver el castigo que méritamente Dios permitió a un tanto pueblo.

¿Quién jamás pudo pensar (¡Oh Roma, oh Babilón!), que tanta confusión pusiessen en ti estos tramontanos ocidentales y de Aquilón, castigadores de tu error? Leyendo tus libros verás lo que más mereçe tu poco temor.

¡Oh, qué fortuna vi en ti! Y hoy, habiéndote visto triunfante y agora te veo y con el dedo te cuento, dime, ¿dónde son los galanes, las hermosas que con una chica fossa en diez días cobriste y encerraste, dando fin a las favoridas, pues una sábana envolvió sus cuerpos pestíferos? Las que no se pudíe vivir con ellas ya son sepultas. Yo las vi.

¡Oh, Loçana! ¿Qué esperas? Mira la Garça Montesina, que la llevan sobre una escalereta por no hallar, ni la hay, una tabla en toda Roma. ¿Dónde es el favor? ¿Cómo van sin lumbre, sin son y sin llanto? Mira los galanes que se atapan las narizes cuando con ellas pasan. ¡Oh, Dios! ¿Pensólo nadie jamás tan alto secreto y juizio como nos vino este año a los habitadores que offendíamos a tu Magestad? No te offendieron las paredes y por esso quedaron enhiestas. Y lo que no hizieron los soldados heziste tú, Señor, pues enviaste después del saco y de la ruína pestilençia inaudita con carbones péssimos e sevíssimos, hambre a los ricos, hechos pobres mendigos. Finalmente que vi el fin de los munchos juizios que había visto y escrito.

¡Oh, cuánta pena mereció tu libertad y el no templarte, Roma, moderando tu ingratitud a tantos benefiçios reçebidos! Pues eres cabeça de santidad y llave del cielo y colegio de doctrina y cámara de sacerdotes y patria común, ¿quién vido la cabeça hecha pies y los pies delante? ¡Sabroso prinçipio para tan amargo fin.

¡Oh, vosotros, que vernés tras los castigados, mirá este retrato de Roma y nadie o ninguno sea causa que se haga otro! Mirá bien éste y su fin, que es el castigo del çielo y de la tierra, pues los elementos   -[fol. 53v]-   nos han sido contrarios. Gente contra gente, terremotos, hambre, pestilençia, presura de gentes, confussión del mar, que hemos visto no solamente persseguirnos sus cursos y raptores, pero este presente diluvio de agua, que se enssoberbeció Tíber y entró por toda Roma, año de mill e quinientos y veinte e ocho, ansí que llegó al mismo señal que fue puesto el año de mill e quinientos e quinze, donde están escritos estos versos:


Bis denos menses X peragente Leone,
idibus huc Tiberis unda Novembris adest.

No se puede huir la Providençia divina, pues con lo sobre dicho cessan los delicuentes con los tormentos, mas no cessarán sol, luna y estrellas de prenosticar la meritoria que cada uno habrá. Por cierto no fui yo el primero que dixo «Ve tibi, civitas meretrix!».

Por tanto, señor Capitán del felicíssimo exército imperial, si yo recibiesse tanta merçed que se dilatasse demandar este retrato en público, ser me ía a mí disculpa y al retrato previlegio y gracia. La cual, desde agora, la nobleza y caballería de vuestra merçed se la otorgó, pues mereçió este retrato de las cosas que en Roma passaban presentarse a vuestra clara prudençia para darle sombra y alas a volar sin temor de los vituperadores que más atilado lo supieran componer. Mas no siendo obra sino retrato, cada día queda facultad para borrar y tornar a perfilarlo, segund lo que cada uno mejor verá. Y no pudiendo resistir sus reproches y pinzeles acutíssimos de los que remirarán no estar bien pintado o compuesto, será su defensión altíssima y fortíssima inexpuñable el planeta Marte que al presente corre, el cual planeta contribuirá favor al retrato en nombre del autor. Y si alguno quisiere combatir con mi poco saber, el suyo muncho y mi ausençia me defenderá. Esto digo, noble señor, porque los reprochadores conozcan mi cuna, a los cuales affetuosíssimamente desseo informar de las cosas retraídas, y a vuestra merçed servir y darle solaçio, la cual Nuestro Señor próspero, sano y alegre conserve munchos y felicíssimos tiempos.

Ruego a quien tomare este retrato que lo enmiende antes que vaya en público, porque yo lo escribí para enmendallo por poder dar solaçio y plazer a letores y audientes, los cuales no miren mi poco saber sino mi sana intençión y entreponer el tiempo contra mi enfermedad.

Soy vuestro y a vuestro serviçio. Por tanto, todos me perdonaréis.






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Carta de excomunión contra una cruel donzella de sanidad


   De mí, el vicario Cupido,
de linea celestial,
por el Dios de Amor elegido
y escogido en todo lo temporal,
y muy gran administrador,
a todas las tres edades
de cualesquier calidades
donde su ley sucedió,
salud y gratia:

    Sepades que ante mí
paresció un amador
que se llama de remedio despedido,
el cual se me querelló
de una muy graçiosa dama.
Dize que, con su beldad
y con gracias muy extrañas,
le robó la libertad
de dentro de sus entrañas.

    Dize que le desclavó
la clavada cerradura
con que su sesso guardaba,
y también que le tomó
toda junta la cordura.
Cuál fortuna   -[fol. 54r]-   le guiaba
que le mató el sosiego,
sin volverle ningún ruego,
ni saber ni discrición.
Por la cual causa está çiego
y le arden en muy vivo fuego
las telas del coraçón.

    Este dios de affiçión,
cuyo lugar soy teniente,
manda sin dilatión
que despache este acto presente.

    Cappellanes y grandes curas
desde palacio real
de Amor y sus alturas,
hazed esta denunçiaçión
porque no aclame cautela,
desde agora apercibiendo
por tres conominationes.
Y porque le sean notorios
los sacros derechos y vías,
por término peremptorio
yo le asiño nueve días,
porque es término complido,
como antedicho es,
ya pronunçiado y sabido.

    Del templo luego la echéis,
como miembro desipado
de nuestra ley tan bendita.
Todos cubiertos de luto,
con los versos acostumbrados
que se cantan al defunto,
las campanas repicando,
y el cura diga: «Muera
su ánima en fuerte fragua
como esta lumbre de çera
veréis que muere en el agua.»

    Véngale luego a deshora
la tan gran malditión
de Sodoma y Gomora
y de Atam y Abirón.
Véngale tal confusión
en su dicho cuerpo
y, si no en su cuerpo,
en conclusión,
como a nadie le vino.

    Maldito lo que comiere,
pan y vino y agua y sal.
Maldito quien se lo diere,
nunca le fallesca mal.
Y la tierra que pissare
y la cama en que durmiere,
y quien luego no lo dixere
que la misma pena pene.

    Sus cabellos tan luzidos,
ante quien el oro es fusco,
tornen negros y encogidos
que parezcan de giunco.
Y sus cejas delicadas,
con la resplandeciente frente,
se tornen tan espantables
como de un fiero serpiente.
Y sus ojos matadores
con que robó mis entrañas
hínchense de aradores
que le pelen las pestañas.
Y su nariz delicada
con que todo el gesto area
se torne grande y quebrada
como de muy fea negra.
Y su boca tan donosa
con labrios de un coral
se le torne spumosa
como de gota coral.
Y sus dientes tan menudos
y enzías de un carmesí
se le tornen grandes y agudos,
parescan de jabalí.
Su garganta y su manera,
talle, color y blancura,
se tornen de tan mal aire
como toda su figura.
Y sus pechos tan apuestos,
testigos de cuanto digo,
tornen secos y deshechos
con tetas hasta el ombligo.
Y sus braços delicados,
cobditiosos de abraçar,
se le tornen consumidos,
no hallen de qué tomar.
Y lo demás y su natura,
por más honesto hablar,
se torne de tal figura
que d'ello no pueda gozar.

    Denle demás la cuerda
que ligue su coraçón.

Dada mes y año el día de vuestra querella.




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Epístola de la Loçana a todas las que determinaban venir a ver campo de flor en Roma

Amigas y en amor hermanas:

Deseando lo mismo, pensé avisaros cómo, habiéndome detenido por vuestro amor esperándo's, sucedió en Roma que entraron y nos castigaron y atormentaron y saquearon catorze mill teutónicos bárbaros; siete mill spañoles sin armas, sin çapatos, con hambre y sed; italianos mill y quinientos; napolitanos reamistas dos mill. Todos éstos infantes. Hombres d'armas seicientos; estandartes de ginetes treinta y cinco; y más los gastadores.   -[fol. 54v]-   Que cassi lo fueron todos, que si del todo no es destruida Roma es por el devoto femenino sexu y por las limosnas y el refugio que a los peregrinos se hazía. Agora a todo esto se ha puesto entredicho, porque entraron lunes a días seis de mayo de mill y quinientos y veinte y siete, que fue el escuro día y la tenebrosa noche para quien se halló dentro, de cualquier nación o condición que fuesse, por el poco respeto que a ninguno tuvieron, máxime a los perlados, sacerdotes, religiosos, religiosas, que tanta diferencia hazían de los sobredichos como haría yo de vostras, mis hermanas. Profanaron sin duda cuanto pudiera profanar el gran Sofí si se hallara presente. Digo que no's maravillés porque murió su capitán, por voluntad de Dios, de un tiro romano; d'adonde sucedió nuestro daño entrando sin pastor, donde la voluntad del Señor y la suya se conformó en tal modo que no os cale venir, porque no hay para qué ni a qué. Porque si venís por ver abades, todos están desatando sus compañones; si por mercaderes, ya son pobres; si por grandes señores, están ocupados buscando la paz que se perdió y no se halla; si por romanos, están reedificando y plantando sus viñas; si por cortesanos, están tan cortos que no alcançan al pan. Si por triunfar, no vengáis, que el triunfo fue con las passadas. Si por caridad, acá la hallarés pintada, tanta que sobra en la pared.

Por ende, sosegad, que sin duda por munchos años podés hilar velas largas y luengas. Sed ciertas que si la Loçana pudiesse festejar lo passado o dezir sin miedo lo presente, que no se ausentaría de vosotras ni de Roma, máxime que es patria común que, voltando las letras, dize Roma A M O R.




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Digressión que cuenta el autor en Venecia

Cordialíssimos letores:

Pienso que munchas y munchas tragedias se dirán de la entrada y salida de los soldados en Roma, donde estuvieron diez meses a discreción y aun sin ella, que, como dizen, amicus Socrates, amicus Plato, magis amicus veritas. Digo sin ella porque eran inobedientes a sus nobilíssimos capitanes y crueles a sus naciones y a sus compatriotas. ¡Oh, gran juizio de Dios, venir un tanto exécito sub nube y sin temor de las maldiciones generales sacerdotales! Porque Dios les hazía lumbre la noche y sombra el día para castigar los habitatores romanos y por probar sus siervos, los cuales somos muncho contentíssimos de su castigo, corrigiendo nuestro malo y viçioso vivir, que si el Señor no nos amara no nos castigara por nuestro bien. Mas, ¡guay por quien viene el escándalo! Por tanto me aviso que he visto morir munchas buenas personas y he visto atormentar munchos siervos de Dios como a su Santa Magestad le plugo.

Salimos de Roma a diez días de febrero por no sperar las crueldades vindicativas de naturales, avisándome que, de los que con el felicíssimo exército salimos, hombres pacíficos, no se halla, salvo yo, en Venecia esperando la paz, que me acompañe a visitar nuestro santíssimo protetor, defensor fortíssimo de una tanta nación, gloriosíssimo abogado de mis antecessores, ¡Santiago y a ellos!, el cual siempre me ha ayudado, que no hallé otro español en esta ínclita çibdá.

Y esta neçessidad me compelió a dar este retrato a un estampador por remediar mi no tener ni poder, el cual retrato me valió más que otros cartapacios que yo tenía por mis legítimas obras. Y éste, que no era ligítimo por ser cosas ridiculosas, me valió a tiempo, que de otra manera no lo publicara hasta después de mis días y hasta que otrie que más supiera lo emendara.

Spero en el Señor eterno que será verdaderamente retrato para mis próximos, a los cuales m'encomiendo, y en sus devotas oraçiones, que quedo rogando a Dios por buen fin y paz y sanidad a todo el pueblo cristiano. Amén.






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