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Las florecillas de San Francisco; El Cántico del sol

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Las florecillas de San Francisco

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ArribaAbajoSan Francisco de Asís y sus «florecillas»

Nace San Francisco de Asís en 1181, y después de una niñez vivida en un palazzo y de una juventud de hijo de ricos, un día echa de su casa tan coléricamente a un mendigo, que, arrepentido de su ira, decide dejar los devaneos del lujo y ser pobre peregrino caminante. Renuncia a sus bienes y comienza a predicar la pobreza: «Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». Al primero que convenció y logró que le siguiera fue a un amigo suyo, Bernardo de Quintavalle, «varón de consideración y de caudales». Por fin, rodeado de doce apóstoles, como Cristo, funda en un pobre rincón de las afueras la célebre Porciúncula (Porcioncilla), y de allí saldrá hacia el mundo en viajes que le llevan a peregrinaciones lejanas, entre ellas a España para visitar Santiago y predicar a los moros, pasando por Barcelona. La historia de su alma lírica y mística, de sus fundaciones y de sus viajes está poética y sencillamente descrita en Las florecillas de San Francisco y El Cántico del sol, ahora incluidas en Colección Austral. Se ve al inspirado Poverello en toda su grandeza y asistimos al canto al hermano lobo y al canto a los hermanos pájaros, que al levantar vuelo desde su ventana lo hacían en forma de cruz. Sueños y milagros, la señalada imposición de sus llagas, las heroicidades de sus doce compañeros, la desgracia de fray Junípero y los méritos de fray Egidio, el caso de San Antonio haciendo que asomen la cabeza para oírle los peces, ya que los descreídos se alejaban de su predicación, y muchos pormenores de santidad y gracia llenan de encanto las Fioretti de San Francisco. Oía la voz de las conciencias y su tictac silencioso como si fuera relojero del milagro, enderezando salvaciones con la elevación de las almas. Se siente morir y pide ser llevado a la Porciúncula, su primera fundación. Llegó a la agonía cuando divisaba las torres de Asís, muriendo el 3 de octubre de 1226, momento en el que, aun siendo de noche, una bandada de alondras se posó en su ventana y cantó para él como último homenaje de los pájaros a quien tanto los amó.



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ArribaAbajoIntroducción y ofrenda

Al ilustre académico de la Lengua, excelentísimo
señor don Leopoldo Eijo y Garay, obispo de
Madrid-Alcalá, respetuosamente.

A fuer de admirador y agradecido a V. E., acudo a vuestra bondad para ofreceros la presente versión castellana de I Fioretti di San Francesco, primera edición castellana emprendida después del cotejo de los más antiguos códices de la obra incomparable, teniendo a la vista las ediciones críticas más recientes. Confío que Vuestra Excelencia la recibirá amablemente con el cariño que siento al franciscanismo y aun por ser ofrenda de humildes, entre los cuales es forzoso contarme por derecho propio.

Harto sabido me tengo que, en el curso de los días, mi trabajo ha sido el de la abejuela; porque me sé hasta la hartura y huélgome de confesarlo, que trabajos de erudición y de crítica sin violencia de parte, no son para espíritus caprichosos como el mío, que se sugestionan con demasiado ímpetu, libando de prisa y de prisa ofreciendo cuanta delicia de verdad o de belleza encuéntrase apetitosa en los caminos de la vida; sino para aquellas almas selectas y reposadas que aciertan a frenar a tiempo y vigorosamente los nervios, acertando con ello a uncir heroicamente las propias actividades al yugo del estudio dilatado y profundo. ¿Hice yo tal? A duras penas; mis aptitudes antojadizas y tercas en la delectación literaria, más sabroso encontraron siempre el goce de la lectura que la crítica concienzuda; si es que no entendemos por crítica la que de ojos para dentro desenvuelve uno en la fecundidad deliciosa de sus propios pensamientos. Fuera de mi Abyla herculana. Introducción al estudio de la Etnogenia berberisca, de mis ensayos sobre la cuestión de Osio   —16→   y de Liberio y de algunos artículos volanderos aparecidos en revistas y periódicos, rara vez me he dedicado ahincadamente al estudio y cotejo de antiguos códices y documentos. En cuanto al presente trabajo, dado se ha el caso de aguijonearme con singular constancia, durante muchos años, los recuerdos deliciosos de I Fioretti, el primero de los libros italianos que manos amigas pusieron cariñosamente en las mías, allá en Roma, cuando la aridez escolar de los estudios metafísicos y la disciplina del Colegio Español reclamaba con urgencia leves remansos para la expansión lírica y más humanidad para el corazón de los rapaces estudiosos entre los cuales me contaba; y desde entonces me propuse la tarea de verter al castellano, con toda justeza, la incomparable obrita italiana. Comencé muy luego a traducir el Cántico del sol. Pero, ¡cuánto perdía el himno franciscano! ¡Cuánta galanura de menos! Ni aun doña Emilia Pardo Bazán pudo quedar satisfecha de su versión. Intenté la versión rimada;1 pero resultó empresa portentosa para mi ingenio de corista admirador de las habilidades misteriosas de los fáciles versificadores. Volví a los Fioretti; los releí muchas veces, en distintas ediciones, y pude percatarme de las diferencias existentes en ellas y aun de la falta de fijeza de frases enteras. Por fin, hace pocos años, comenzaron a publicarse en Italia las transcripciones de los antiguos códices y salieron las ediciones críticamente depuradas, con el mismo léxico medieval de que usaba tan sabrosamente el Amador de la Hermana Pobreza. Luego el encargo de los directores de la Biblioteca Universal me estimuló a retornar a la empresa de antaño, hasta dar por bien terminada la presente versión que corrige más o menos levemente y completa desde luego otras ediciones castellanas.

Las ediciones italianas más recientes son numerosas. Recordemos las siguientes que he tenido a la vista:

1.ª Según la lección del códice Fiorentino, editada por A. Manelli y publicada de nuevo por Luis Manzoni (2.ª ed., eu 8.º, páginas 293: Roma, 1902).

2.ª Edición de A. Cesari, Riscontrati su moderne stampe per cura di R. Fornaciari (págs. XX-483; Florencia).

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3.ª Edición de L. Amoni, raffrontati col testo di Biblioteca Angelica e coi codici della Laurenziana e Vaticana (págs. XI-400; Roma).

4.ª Edición de Passerini, ilustrada por Razzolini (en 16.ª, páginas XI-317; Milán, 1908).

5.ª Quinta edición de Padovan, annotata, riletta e migliorata (págs. XXXV-404; Milán, 1927).

6.ª Edición de Della-Torre (en 16.º, págs. 285; Turín, 1909).

7.ª Segunda edición corregida de Passerini, con ilustraciones (Florencia).

8.ª Edición de Gallerati-Scoti, secondo quella di A. Cesari, bellamente prologada (págs. XXXIV-484; Florencia, 1925).

9.ª Edición anotada por P. F. Sarri da un codice della Biblioteca Reale di Torino, con reproducción discretísima de unas 50 xilografías del siglo XVII (págs. 200; Vallecchi, Florencia).

10.ª I Fioretti di San Francesco, l’Addio alla Verna e Il Cantico delle creature. Introducción y nota de A. Mori (Società Ed. Intern. Turín).

Desde la versión incunable de Sevilla2 hasta la más reciente de las ediciones castellanas,3 todas adolecen de algo, en mayor o menor grado, por cuanto los textos renacentistas que solían utilizarse no eran, ni de mucho, modelos perfectos; ha sido preciso el cotejo de los viejos códices para que resultasen las recientes ediciones depuradas que hoy nos ofrece Italia para gala de su buen gusto y delicia nuestra. Las variantes se han mantenido con tanta insistencia que, aun en la reciente edición del padre Sala, sin duda la más exacta de las ediciones castellanas aparecidas, se han visto los editores en el caso de confesar con lealtad digna de todo encomio, que la versión «corresponde generalmente al texto italiano».4 Nosotros hemos tenido a la vista las ediciones antes citadas y nos hemos valido principalmente de la 5.ª edición de Padovan.5

Ni la escuela siciliana, en que alboreó la poesía italiana, ni Ciullo d’Alcamo, ni Folacchiero da Siena, habidos como progenitores, ni los autores del mecénico reinado de Federico II; ni la primitiva escuela toscana con Ciacco dell’Anguilara, la doncella Compiunta,   —18→   Dietaiuti, Guido Donati y Brunetto Latino, lograron ver difundidas sus cantilenas deliciosas, como el Cántico del sol de San Francisco; es difícil hallar una ciudad, un pueblo, una aldea italiana, donde no sepa recitarse, ni existe lengua culta que no ofrezca versiones más o menos discretas. Este himno, como I Fioretti, constituyen verdaderos testi di lingua, justamente apreciados en Italia como los más selectos, y por las culturas de fuera de Italia como incomparables. Sin I Fioretti sería incomprensible la vida y los hechos verdaderamente históricos de San Francisco; porque forman el libro de la sinceridad franciscana; y la sinceridad es lo que históricamente personificaron San Francisco y sus frailes; sinceridad que sólo encarna en espíritus arrebatados como los de ellos. Desde el Dante hasta Carducci y D’Annunzio, pasando por todas las literaturas europeas, siempre I Fioretti tendrán el lugar excepcional que les corresponde; porque es un hecho incontrovertible que sus condiciones emotivas nunca manifestáronse con tan sugestiva y pulcra suavidad en espíritus esmeradamente educados.

Constituye, desde luego, un hecho indudable la influencia de la poesía franciscana en nuestra literatura. Prescindiendo de las Crónicas seráficas, en que aletea el verdadero espíritu franciscano, del Caballero Asirio (poema que Gabriel Mata imprimiera tan donosamente en 1589) y de otras muchas obras del mismo género, el espíritu de San Francisco, todo él suavidad, anima las obras de nuestros grandes escritores, desde Raimundo Lulio, el asceta mallorquín; hasta Santa Teresa de Jesús, la Virgen castellana. Así, por ejemplo, revelan su filiación franciscana la Conserva espiritual, de Joaquín Romero de Cepeda;6 el Cancionero, de fray Ambrosio de Montesinos,7 predicador de los Reyes Católicos; las composiciones suavísimas de Damián de la Vega,8 para no citar más que algunas de las obras maravillosas casi desconocidas, olientes a vino añejo conservado en bien cosidos odres cubiertos de polvo centenario. El espíritu de I Fioretti vibra, como antaño y allende el   —19→   mar en las rimas de Fra Jacopone, en las de nuestros grandes clásicos. Aquellos sabrosos y lapidarios versos, por ejemplo:


del inferno no temere-ne del celo speme avere...



vibran con su mismo concepto e idéntica fuerza en las rimas de San Francisco Javier:


   No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido... etc.



Y claramente parece que Santa Teresa de Jesús, la mística avilesa, cuando escribía aquellos deliciosos versos:


Vivo sin vivir en mí...



tenía ante sus ojos profundos aquellas rimas deliciosas de uno de los sermones de San Francisco:


   Tanto él il bene chio aspetto
che ogni pena mi è diletto



San Francisco9 es considerado como «Padre de la Italia del presente y del porvenir»; y con esto lo es también del mundo entero; porque, recordando lo del Dante, él fue quien supo unirse a la misteriosa esposa que vivió sola en el desierto mil y cien años y que, después de muerta, retornó, esperando el tiempo en que los innovadores del nuevo siglo la reclamaran. La Humanidad no es ni más ni menos que una mujer infiel, olvidadiza de sus hijos, mientras que los acompaña a la «selva oscura», abandonándolos muy luego. En su egoísmo dinámico pierde de continuo la memoria, y el egoísmo vela demasiado pronto los mismos monumentos que un día fueron su gloria y su orgullo. Por esto el más grande de nuestros paleontólogos y escudriñadores de la «senda oscura», don Manuel Gómez Moreno,10 pudo escribir, dirigiéndose al investigador de hoy: «Bástate si has acertado a reconocer cadáveres...». Pero he aquí un caso notable: la Humanidad ha hecho una excepción con San Francisco; porque no solamente vive il Poverello en la memoria de los hombres, cristianos y no cristianos, sino que, por   —20→   raro prodigio, vive «tal cual fue su vida». Él creó su propia leyenda y, también por raro prodigio, esta leyenda es la verdad; la verdad poderosa y fecunda de la imagen de su vida y de la prolongación de su vida en los nuevos avatares, tal cual si viviera en la dulce campiña d’Ascesi. Y así dijo el citado Sabatier: «Leed los más eruditos estudios sobre Napoleón I y vereislo menos bien que veis a San Francisco a través de I Fioretti. La verdad de San Francisco es la verdad de todas las clases sociales; y por esto ultrapasa la gesta del Dante. San Francisco es tan poderoso y profundamente humano, que su vida constituye un supremo milagro de humanidad; es la simplicidad humana que triunfa, libre de trivialidades, austera, magnánima y fecunda, como cabe concebirla en el Paraíso terrenal. Tanto si se estudia la figura de San Francisco a través de los autores más ortodoxos, como de los más heterodoxos, siempre aparecerá sugestiva, sonriente, irradiando belleza y verdad». Y esta fuerza, única en la historia de los humanos, deriva, sin duda, de la simplicidad y transparencia con que toma puesto en el cuadro histórico de la vida humana. San Francisco y sus Fioretti, en una palabra, son absolutamente originales y excepcionalmente originales; San Francisco es el verdadero retrato de la augusta figura de Jesucristo, y su apostolado envuelve la redención de la Humanidad: y tan bien se retrata el Divino Maestro en San Francisco, que casi parece él una nueva encarnación de Cristo; aquella encarnación o personificación alegórica del consejo redentor: «Sed perfectos»; o aquella otra: «seas alter Christus!». Esta noción cristiana de la pobreza contenía el germen de una gran revolución o, si queréis, de una reforma capital de orden político, religioso y social. Era la evocación vibrante del himno glorioso de los ángeles sobre el pesebre de Belén: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»; paz a los pobres y a los ignorantes; y también paz a los ricos, a los poderosos y a los sabios, mediante el cumplimiento de las leyes divinas y la aceptación cordial de las pesadumbres de vivir; paz a todos los hombres, sean lo que fueren.

El concepto de la pobreza franciscana es original, porque no tiene por característica la abstinencia, ni la renuncia de la riqueza, sino que implica una verdadera toma de posesión. Si San Francisco y los frailes de I Fioretti rechazan las riquezas, no las desprecian con la arrogancia del orgulloso o el estoicismo supersuficiente de los faquires, sino como quien huye de una insidia. Humanamente hablando,   —21→   no se halla en el fondo más que una admirable vindicación de la libertad humana; de aquella santa libertad enseñada por el Divino Maestro, que tiene por norma el nihil habentes et omnia possidentes: con la victoria de esta libertad líbrase el corazón humano de los angustiosos cuidados, de las fútiles preocupaciones y de la vanidad. Así San Francisco y sus frailes fueron inmensamente ricos; porque pacíficamente todo lo poseían: el hermano Sol, la hermana Luna, el hermano Viento, el hermano Fuego, el hermano Lobo, las hermanas avecillas...; esta posesión no implicaba el poderío, es decir, el señorío insincero y egoísta, sino el afecto cordial a cuanto es bello, amable, tierno, poderoso, suave, fuerte; hermandad suavísima bajo la paternidad del Dios que viste a las flores de pétalos suaves y a las avecillas de plumaje irisado, y da su comida a las bestias y la sabiduría a los hombres y la armonía al Universo. La concepción cristiana de la paternidad, de la filiación y de la procedencia del bien, rima suavemente sus donosuras en la lira de I Fioretti. Y con esta verdad, esta santa libertad y esta santa bondad, verifícase, en el mundo y en la historia, aquella divina finalidad de la creación: «Hizo Dios al hombre a su imagen y semejanza»; esta finalidad constituyó el logro único de San Francisco y de sus frailes. Sus medios redujéronse a uno solo: sustituir la propiedad extrínseca de las cosas y de los hombres por una toma de posesión interna, afectiva, fraternal, de los hombres y de las cosas. Y esto es libertad. Porque la propiedad exterior es forzosamente muy limitada y embarazosos y, sobre serlo en tanto grado, hipoteca todas las facultades del propietario; la verdadera riqueza y la libertad del corazón exigen lo ilimitado; lo ilimitado con respecto al objeto de la propiedad y con respecto al sujeto de la propiedad. Y así no es la pobreza franciscana un medio, sino un fin que se confunde con la felicidad de los Beati pauperes...; es que alcanza la soberanía de la virtud, que es alegría, sobre lo pecaminoso, que es tristeza y dolor. Y por esto mismo hemos de considerar antitéticos el comunismo franciscano y el comunismo político de hoy (socialismo o bolchevismo); el primero no busca la riqueza sino la pobreza; dice a los ricos y poderosos: «Haceos pobres; conquistad la libertad de vuestro espíritu; sed inteligentes y virtuosos, porque en esto reside la verdadera riqueza que consiste en la libertad del corazón, mientras la riqueza mundanal importa la esclavitud»: y dice a los pobres: «Ya tenéis la pobreza, que es un don; conquistad el espíritu   —22→   de la pobreza, que es libertad». En cambio, el comunismo político de hoy exalta lo vanidoso de la vida y anula el individualismo cristiano para forjar el hombre-pieza, es decir, el ex hombre; luego tiende a la pérdida absoluta de la libertad. Y así también la revolución de San Francisco en el siglo XIII es radicalmente distinta de las reivindicaciones proletarias en boga que, en el fondo, no son sino la explosión de un egoísmo odioso. San Francisco extendía el amor entre sus enemigos; los amantes de la pobreza de hoy extienden solamente el odio: y el odio es siempre ciego e injusto, y poco consciente. La demagogia moderna dice: «Odio a los que fueron ricos y a los hijos de los ricos... Quemad, arrasad... Todos los medios serán legítimos». Decía San Francisco: «Hermanos ladrones: venid a nuestra casa y os haremos parte en nuestro yantar, de nuestro puchero y de nuestro vino». Y como si no bastase esta afectuosa invitación a los hijos del pecado, muy luego les llevaba a Borgo Sansepolcro los huevos y la carne que para ellos habían mendigado. Luego la venganza comunista de San Francisco no va inspirada más que por el amor; el amor a sus hermanos los hombres, sean los que sean.

Desde Wells hasta Spengler, numerosos filósofos tratan más o menos acertadamente de las causas inmediatas del malestar que hoy sufre el mundo; pero ninguno acierta a llegar a las causas capitales. La causa del malestar de hoy (teste historia) reside en la ambición desmesurada y la envidia vergonzosa. «¡Tú, injustamente, has llegado!... ¡Déjame! ¡Te odio porque has llegado! ¡Déjame llegar adonde tú has llegado!». Y por esto reina el odio entre aquéllos y éstos: y la hermana Povertade llora en el remanso de la historia envilecida por incomprensión.

V. E. ha comentado parte del Blanquerna, de nuestro Raimundo Lulio: éste y su Blanquerna, más que hermanos son hijos de la sinceridad franciscana; y si ha parecido utópica la narración luliana, su utopía es la misma utopía deliciosa de I Fioretti.

Besa respetuosamente al P. A. de V. E.

F. S. B.

4 de octubre de 1932. Festividad de San Francisco de Asís.

Códices cotejados: Fiorentino, Vaticano, Laurenciano y Angélico.





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ArribaAbajoPrimera parte

Florecillas de San Francisco y de sus frailes


En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo crucificado, y de su Madre la Virgen María. En este libro se contienen ciertas florecillas, milagros y ejemplos del glorioso Pobrecillo de Cristo, Meser San Francisco, y de algunos de sus santos compañeros. A loor de Jesucristo.

Amén.

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ArribaAbajoCapítulo I

De cómo y por qué San Francisco eligió sus 12 compañeros a imitación de Jesucristo; uno de los cuales se ahorcó, como Judas


En primer lugar es de considerar que el glorioso Meser San Francisco, en todos los actos de su vida fue conforme a Cristo bendecido; y que, así como Cristo, en los comienzos de su predicación eligió 12 Apóstoles que, despreciando toda cosa mundana, le siguieran en la pobreza y en las otras virtudes, en tal guisa San Francisco eligió, desde el principio del fundamento, a 12 compañeros poseedores de la altísima pobreza; y como uno de los 12 Apóstoles de Cristo, reprobado por Dios, a la fin ahorcose por la garganta, así también uno de los 12 compañeros de San Francisco, cuyo nombre fue de fray Juan de la Capilla, apostató y finalmente se ahorcó a sí mismo por la garganta. Y esto será de gran ejemplo para los elegidos y materia de humildad y de temor; considerando que ninguno puede tener la certeza de perseverar hasta la fin en la gracia de Dios.

Y como aquellos santos Apóstoles tan completamente maravillosos por su santidad y humildad fueron llenos del Espíritu Santo, así aquellos santísimos compañeros de San Francisco fueron hombres de gran santidad; de tal manera que desde los tiempos de los Apóstoles acá, en el mundo no hubo más maravillosos y santos hombres; pues, alguno de ellos, arrobado, llegó hasta el tercer cielo, como San Pablo; y éste fue fray Egidio; alguno de ellos, esto es, fray Felipe Lungo, fue tocado en sus labios por el Cordero, con el carbón de fuego, como Isaías profeta; alguno de ellos, esto es, fray Silvestre,   —26→   hablaba con Dios a la manera que un amigo habla con su amigo, a la manera de Moisés; alguno volaba por sutileza del entendimiento hasta la luz de la Divina Sabiduría, como el Águila, esto es, San Juan Evangelista; y éste fue fray Bernardo, humildísimo, quien exponía profundísimamente las Escrituras, alguno de ellos fue santificado por Dios y canonizado en el Cielo, viviendo aún en el mundo; y éste fue fray Rufino, gentilhombre de Asís; y fueron todos privilegiados con signo singular de santidad, como en el proceso se declara.




ArribaAbajoCapítulo II

De fray Bernardo de Quintavalle, primer compañero de San Francisco


El primer compañero de San Francisco fue fray Bernardo de Asís, el cual se convirtió de la siguiente manera.

Vistiendo aún San Francisco hábitos seglares, bien que ya había despreciado el mundo y bien apartado de él y mortificado por la penitencia, de modo que era por muchos reputado de necio y como un loco escarnecido y ahuyentando con piedras, y con fastidio apartado por los parientes y los extraños; mas él sufría la injuria y el escarnio con toda paciencia, como si fuese sordo y mudo. Meser Bernardo de Asís, que era uno de los más nobles, de los más sabios y de los más ricos de la ciudad, comenzó a estudiar sabiamente la persona de San Francisco, su excesivo desprecio del mundo y su gran paciencia en las injurias, cuando, desde hacía dos años, era abominado y despreciado de toda persona, pareciéndole siempre constante; y así comenzó a pensar y a decir para sí mismo: «No es posible de ningún modo que este fraile no tenga mucha gracia de Dios»; y aquella noche lo convidó a cenar y le ofreció albergue; y San Francisco aceptó y cenó con él y se albergó en su casa.

Y tuvo entonces Meser Bernardo el corazón abierto contemplando su santidad; y con el fin de cerciorarse de ella le hizo acomodar una cama en su propio aposento iluminado de noche, pues siempre tenía encendido un velón. San Francisco, para ocultar su santidad, en cuanto entró en el aposento, se echó sobre la cama y aparentó dormirse; Meser Bernardo hizo de un modo semejante, echándose poco después en la cama y comenzado a roncar   —27→   fuertemente como si le hubiese rendido el más profundo sueño; por lo cual, creyendo San Francisco que Bernardo dormía en realidad el primer sueño, se levantó de la cama, púsose en oración, elevando los ojos y las manos al Cielo y con grandísima devoción y fervor decía:

-¡Dios mío!... ¡Dios mío!...

Y así diciendo lloraba mucho, permaneciendo de esa suerte hasta el amanecer, siempre repitiendo:

-¡Dios mío!... ¡Dios mío!...

Y no otra cosa decía San Francisco, contemplando y admirando la excelencia de la majestad Divina que se dignaba remediar al mundo que parecía, y por medio de su pobrecillo Francisco disponíase a poner remedio de salud a su alma y a la de los otros; y de esta suerte, iluminado por el Espíritu Santo, o más justamente con espíritu profético, preveía las grandes cosas que Dios había de obrar por medio de él y de su Orden; y considerando la insuficiencia y poca virtud suya, exclamaba y rogaba a Dios que, por su piedad y omnipotencia, sin la cual nada puede la humana fragilidad, supliese, ayudase y cumpliese lo que por sí mismo no podía.

Viendo Meser Bernardo, a la luz del velón, los devotísimos actos de San Francisco y considerando devotamente las palabras que decía, fue tocado e inspirado por el Espíritu Santo para que mudase de vida; por lo cual, en cuanto amaneció, llamó a San Francisco y le habló de esta manera:

Fray Francisco, yo tengo bien dispuesto el corazón para abandonar el mundo y seguirte en todo lo que me ordenares.

Mucho holgose San Francisco oyéndole, y se alegró en espíritu, y dijo:

Meser Bernardo, lo que decís es algo tan grande y difícil, que requiere antes buscar el consejo de Nuestro Señor Jesucristo y rogarle que le plazca manifestaros su voluntad sobre esto y enseñarnos cómo podríamos ponerlo en ejecución; y para esto vayamos los dos al obispado, donde hay un buen sacerdote, y haremos decir una misa; después instaremos en la oración hasta la hora de tercia, rogando a Dios que a la tercera vez que abramos el misal nos muestre la vida que quiere que elijamos.

Contestó Meser Bernardo que esto era muy de su gusto. De modo que partieron hacia el episcopado, y después de haber oído la Misa e instado en oración hasta la hora de tercia, el sacerdote, a   —28→   ruegos de San Francisco, tomó el misal, después de aspersionarlo con la señal de la Cruz santísima, lo abrió en nombre de Nuestro Señor Jesucristo tres veces; en la primera apertura aparecieron aquellas palabras que dijo Cristo en su Evangelio al joven que le interrogaba sobre la vía de perfección: Si tú quieres ser perfecto, vete, vende lo que tuvieres, dalo a los pobres y sígueme; en la segunda apertura ocurrieron aquellas palabras que Cristo dijo a los Apóstoles cuando les envió a predicar: No llevéis cosa alguna para el camino, ni bastón, ni alforjas, ni zapatos, ni dinero; queriendo significar con esto que debían poner en Dios toda su esperanza de vivir, sin otra intención que predicar el Santo Evangelio; a la tercera apertura del misal, ocurrieron aquellas palabras que Cristo había dicho: Quien quisiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame. Entonces San Francisco dijo a Meser Bernardo:

He aquí el consejo que Jesucristo nos da: ve y haz cuanto has oído y sea bendito Nuestro Señor Jesucristo porque se ha dignado enseñaros su vida evangélica.

Habiendo oído esto, partió Meser Bernardo y vendió cuanto tenía; y era muy rico, y con alegría distribuyó sus cosas entre las viudas, los huérfanos, los presidios, los ministerios, los hospitales y los peregrinos; y en todo San Francisco fiel y próvidamente le ayudaba. Y viendo uno, llamado Meser Silvestre, cómo San Francisco daba tanto dinero a los pobres o hacía darlo, constreñido por su avaricia, dijo a San Francisco:

-Tú no me pagaste enteramente aquellas piedras que me compraste para reparar la iglesia; ahora que tienes dinero, págame.

Entonces San Francisco, maravillándose de su avaricia y no queriendo disputar con él, como verdadero observador del Santo Evangelio, metió las manos en el bolsillo de Meser Bernardo y llenas las manos de dinero lo echó en el bolsillo de Meser Silvestre, diciéndole:

-Si más quisieras, más te daría.

Contento Meser Silvestre con lo que le había dado, partió y fuese a su casa; y en llegando la noche estuvo pensando en lo que había sucedido aquel día y arrepintiéndose de su avaricia y considerando el fervor de Meser Bernardo y la santidad de San Francisco: la noche siguiente y otras dos noches tuvo de Dios una semejante visión: de la boca de San Francisco salía una cruz de oro cuya cabeza llegaba al cielo y cuyos brazos se extendían desde levante hasta poniente;   —29→   por esta visión diole Dios a entender que quería se hiciese hermano menor; y en la Orden fue de tanta santidad y gracia, que hablaba con Dios como un amigo habla con su amigo, según muchas veces manifestó San Francisco y más abajo se declarará. Meser Bernardo, del mismo modo, tuvo tanta gracia divina que, con frecuencia, era arrebatado durante la contemplación; y San Francisco decía de él que era digno de toda reverencia y que él era quien realmente había fundado la Orden, puesto que fue el primero que dejó el mundo, no reservándose nada, sino dándolo todo a los pobres de Jesucristo. El cual sea bendecido de todos nosotros in secula seculorum. Amén.




ArribaAbajoCapítulo III

De cómo San Francisco, y por su falso juicio contra fray Bernardo, mandó al dicho fray Bernardo que, por tres veces, pasara sobre él, poniendo un pie sobre la garganta y otro sobre la boca


El devotísimo siervo del Crucificado, Meser San Francisco, por la aspereza de la penitencia y el continuo llorar, había quedado como ciego, pues poco veía. Una vez, entre otras, partió del lugar en que se hallaba para ir en busca de fray Bernardo, y hablar con él de las cosas divinas; y llegando al sitio, hallole en la selva puesto en oración, todo elevado y unido a Dios. Entonces el santo penetró en la selva y le llamó, diciendo:

-¡Ven y habla a este ciego!

Y fray Bernardo no contestó nada, porque, siendo hombre de mucha contemplación, tenía la mente suspendida y elevada a Dios, y como tenía singular gracia en hablar de Dios, según que San Francisco más de una vez había observado, éste deseaba hablar con él. Pasado un poco de tiempo lo llamó por segunda y por tercera vez, del mismo modo; y como fray Bernardo no le oía por eso no contestó ni fue hacia él. Por lo cual San Francisco se retiró de allí algo desconsolado, maravillándose y quejándose en su interior de que fray Bernardo, llamado por tres veces, no hubiese acudido. Partiéndose con estos pensamientos San Francisco, ya un poco alejado, dijo a su compañero:

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-Espérame aquí.

Y él prosiguió hasta internarse en la soledad donde, poniéndose en oración, rogó a Dios que le revelase la razón por que fray Bernardo no le había contestado; y, estando de esta suerte, oyó una voz de Dios que le decía: «¡Oh, hombrecillo! ¿De qué te turbas? ¿Debe el hombre dejar a Dios por la criatura? Cuando tú llamabas a fray Bernardo se hallaba conmigo y por esto no podía ir hacia ti, ni contestarte; no te maravilles, pues, si no te contestó, pues estaba fuera de sí y no oía ninguna de tus llamadas». Cuando San Francisco oyó estas palabras de Dios, con gran presteza y sin detenerse retornó al sitio al sitio donde se hallaba fray Bernardo para acusarse humildemente en su presencia del pensamiento que contra él había tenido. Viéndole venir hacia sí, fray Bernardo saliole al encuentro y se echó a sus pies, pero San Francisco le hizo levantar enseguida, manifestándole con gran humildad su pensamiento, la turbación que había tenido respecto de él y cómo Dios le había contestado, añadiendo luego:

-Mándote que, en virtud de la santa obediencia, hagas lo que te ordenare.

Temiendo fray Bernardo que San Francisco no le mandase alguna cosa excesiva, como solía hacer, quiso honestamente soslayar aquella obediencia, y por esto contestó:

-Aparejado estoy a cumplir vuestra obediencia si me prometéis hacer luego lo que yo os ordenare; y habiéndolo prometido San Francisco, fray Bernardo dijo: Decidme ahora, padre, qué es lo que queréis que haga.

Y díjole San Francisco:

-Yo te mando, en virtud de la santa obediencia, que, para castigar mi presunción y el ardimiento de mi corazón, al echarme en tierra boca arriba me pongas un pie sobre el cuello y otro sobre la boca, y así pasarás tres veces de un lado a otro diciéndome palabras de sonrojo y vituperio, y especialmente me dirás: «Aguanta, villano, hijo de Pedro Bernardón. ¿De dónde te ha venido tanta soberbia siendo tan vil criatura?».

Oyendo esto fray Bernardo, aunque mucho le resistía el hacerlo, por pura obediencia y con cuanto miramiento pudo, hizo lo que San Francisco le había mandado; y una vez hecho, dijo San Francisco:

-Ahora manda tú lo que quieras que haga, porque te he prometido obediencia.

  —31→  

-Te mando por santa obediencia que siempre que estemos juntos me reprendas y corrijas ásperamente de mis defectos.

De lo cual se maravilló mucho San Francisco, puesto que fray Bernardo era hombre de tanta santidad que solamente le inspiraba reverencia y no le consideraba digno de reprensión alguna. Por lo cual, de allí en adelante, se guardaba mucho de estar con él, por razón de la dicha obediencia, a fin de no verse obligado a decir ninguna palabra de corrección a quien reconocía como santo. Y cuando quería verle u oírle hablar de Dios, lo más pronto que podía se apartaba de él y se marchaba; y era de grandísima edificación el ver con cuánta caridad, reverencia y humildad el padre San Francisco trataba y hablaba con fray Bernardo, el hijito primogénito. A loor y gloria de Jesucristo y del pobrecito Francisco. Amén.




ArribaAbajoCapítulo IV

De cómo el Corderito de Dios propuso una cuestión a fray Elías, custodio de un lugar de Val de Spoleto, y porque fray Elías le contestó soberbiamente, partió y fuese camino de Santiago, donde halló a fray Bernardo y le contó esta historia


En el principio y comienzos de la Orden, cuando los frailes eran pocos y no tenían lugares fijos, fuese San Francisco, por su devoción, a Santiago de Compostela,11 llevándose consigo a algunos frailes, uno de los cuales fue fray Bernardo. Andando juntos de   —32→   esta suerte por el camino encontró en cierta tierra un pobrecito enfermo, apiadándose del cual dijo el santo a fray Bernardo:

-Hijo mío, quiero que permanezcas aquí para cuidar a este enfermo.

Fray Bernardo se arrodilló humildemente e inclinando la cabeza en señal de obediencia quedose en aquel lugar, y San Francisco y sus compañeros continuaron la peregrinación a Santiago.

Llegados que hubieron allá, y pasando la noche en oración en la iglesia de Santiago, le fue revelado por Dios a San Francisco que debía ocupar muchos lugares en el mundo, porque la Orden suya debía extenderse y crecer en gran multitud de frailes, y por esta revelación comenzó San Francisco a fundar conventos en aquella comarca.12

Volviendo San Francisco por el mismo camino13 encontró a   —33→   fray Bernardo y al enfermo con el cual le había dejado, ya del todo curado, por lo cual San Francisco concedió a fray Bernardo que al año siguiente fuese en peregrinación a Santiago. San Francisco volvió al valle de Spoleto y estaba en un lugar desierto con fray Maseo, fray Elías y otros, los cuales cuidaban mucho de no molestar o estorbar a San Francisco en la oración; y esto hacíanlo por la gran devoción en que le tenían y por saber que Dios le revelaba grandes cosas en sus oraciones. Sucedió cierto día que, hallándose San Francisco en la selva orando, llegó a la puerta del convento un joven hermoso vestido de caminante, el cual llamó precipitadamente, con desusado modo de llamar. Fue fray Maseo y abrió la puerta y dijo a aquel joven:

-¿De dónde vienes, hijito, que no parece sino que nunca has estado aquí y has llamado tan desusadamente?

Respondió el joven:

Pues ¿cómo debo llamar?

Dijo fray Maseo:

-Da tres golpes despacio, el uno después del otro, y espera, pues el hermano rezará el Padre nuestro y vendrá a abrirte, y si en este intervalo no viniese, llama de nuevo.

Contestó el joven:

-Llevo mucha prisa y por esto llamé tan fuerte, porque he de hacer un largo viaje y he venido aquí para hablar con fray Francisco; mas como hállase ahora en la selva, haciendo oración, ve y llámame a fray Elías, porque quiero proponerle una cuestión, pues entiendo que es muy sabio.

Fuese fray Maseo y dijo a fray Elías que fuese a verse con el joven; mas éste se escandalizó y no quiso ir. Así las cosas, fray Maseo no sabía qué hacer, ni qué responder al caminante, pues si decía que fray Elías no podía salir, mentiría, y si decía que se había turbado y no quería ir, temía darle un mal ejemplo. Acongojado con estos pensamientos, el joven llamó de nuevo como la vez primera, y poco después volvió fray Maseo a la puerta y dijo al joven:

-No has cumplido mis instrucciones en tu llamada.

Contestó el joven:

-Fray Elías no quiere venir a hablar conmigo, pero vele y di a fray Francisco que yo he venido para hablar con él, y como no quiero impedirle la oración, dile que me envíe a fray Elías.

Entonces fue fray Maseo en busca de San Francisco, el cual   —34→   oraba en la selva con la cara vuelta al cielo, y manifestole la embajada del joven y la respuesta de fray Elías, y aquel joven era un ángel de Dios en forma humana. Entonces San Francisco, sin moverse de aquel lugar, y sin bajar la cabeza, dijo a fray Maseo:

-Ve a decirle a fray Elías que, por obediencia, vaya inmediatamente a recibir al joven.

Oyendo fray Elías el mandato de San Francisco fuese a la puerta muy turbado e impetuosamente y con gran ruido abrió aquélla y dijo al joven:

-¿Qué quieres?

Contestó el joven:

-Espera, hermano, que te pase la turbación con que ahora apareces, pues la ira transforma el ánimo y no deja entender la verdad.

Y dijo fray Elías:

-Dime lo que quieres de mí.

Contestó el joven:

-Quiero preguntarte si a los que observan el Santo Evangelio es lícito comer lo que les ponen delante, conforme a lo que Cristo dijo a sus discípulos; y te pregunto también si le es lícito a alguno mandar cosa contraria a la libertad evangélica.

Y fray Elías contestó con soberbia:

-Yo sé bien lo que me preguntas, pero no te quiero contestar; vete a cumplir tus deberes.

El joven añadió:

-Mejor sabría yo contestar a esta pregunta que tú.

Entonces fray Elías, muy turbado, cerró furiosamente la puerta y se retiró. Luego comenzó a pensar en la pregunta y a dudar entre sí mismo y no lo sabía resolver, y como era vicario de la Orden y había ordenado y hecho la constitución fuera del Evangelio y de la Regla de San Francisco, de que ningún fraile comiese carne, aquella pregunta parecía dirigida expresamente contra él. Por lo que, no sabiendo por sí mismo resolver la dificultad y recordando la modestia del joven que le había dicho que sabía resolver la cuestión mejor que él, volvió a la puerta con objeto de interrogarle sobre su pregunta; pero ya se había ausentado, porque la soberbia de fray Elías le hizo indigno de que hablase con aquel ángel.

Después de esto San Francisco, a quien Dios revelaba todas las cosas, volvió de la selva y con mucha energía y voz alta reprendió a fray Elías, diciendo:

  —35→  

-Mal hiciste, soberbio fray Elías, alejando de nosotros al santo ángel que venía a instruirnos. En verdad te digo que temo mucho que tu soberbia no te condene a morir fuera de la Orden.

Y así sucedió después, pues fray Elías murió fuera de la Orden. En el mismo día y hora en que el ángel se había ido, apareció en la misma forma a fray Bernardo, que volvía de Santiago, cuando hallábase a la vera de un gran río. Le saludó el ángel en su propia lengua, diciéndole:

-La paz de Dios sea contigo, buen hermano.

Y maravillándose mucho fray Bernardo y considerando la belleza del joven y la lengua de su patria con que le hablaba y había hecho la salutación pacífica, le preguntó con semblante alegre:

-¿De dónde vienes, buen joven?

Y el ángel respondió:

-Vengo del lugar donde vive San Francisco; fui a hablar con él, pero no he podido porque hallábase en la selva absorto en la contemplación de las cosas divinas y no he querido estorbarle. Moran en el mismo lugar fray Maseo, fray Gil y fray Elías. Fray Maseo me ha enseñado a llamar a la puerta según lo hacen los frailes, pero fray Elías no me quiso contestar a cierta pregunta que le hice, y aunque después se arrepintió y quiso verme y oírme, no lo ha logrado.

Después de estas palabras dijo el ángel a fray Bernardo:

-¿Por qué no pasas a la otra ribera del río?

-Porque -contestó fray Bernardo- temo el peligro que veo por la profundidad de las aguas.

El ángel replicó:

-Pasemos juntos y no temas.

Y tomándole de la mano, en un abrir y cerrar de los ojos púsole a la otra parte del río. Entonces fray Bernardo conoció que aquél era un ángel de Dios y con gran reverencia y alegría dijo en alta voz:

-¡Oh, ángel bendito de Dios! Dime: ¿Cuál es tu nombre?

A lo cual contestó el ángel:

¿Por qué quieres saber mi nombre, que es maravilloso?

Dicho lo cual desapareció el ángel y dejó a fray Bernardo muy consolado: tanto, que hizo el camino con mucha alegría, considerando el día y la hora en que el ángel se le había aparecido. Llegado al lugar donde se hallaba San Francisco con los referidos compañeros,   —36→   les contó por orden cuanto le había ocurrido; y todos conocieron ciertamente que aquel joven era el mismo ángel que se había aparecido el mismo día y a la misma hora a él y a los otros, y dieron gracias a Dios. Amén.




ArribaAbajoCapítulo V

De cómo el santo fray Bernardo de Asís fue enviado por San Francisco a Bolonia, donde tomó lugar


Como San Francisco y sus compañeros eran llamados y elegidos por Dios para llevar con el corazón y en las obras, y confesar con la lengua la cruz de Cristo, parecían y eran hombres crucificados, en lo referente a sus vestiduras, a su vida austera y en todas sus obras y operaciones; y más deseaban sufrir vergüenzas y oprobios por amor de Cristo, que obtener honores, reverencias y alabanzas mundanas; de manera que se alegraban de las injurias y se entristecían con las honras; y así andaban por el mundo como peregrinos y forasteros, no llevando consigo más que a Cristo crucificado; y siendo verdaderos sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, producían grandes y buenos frutos en las almas que ganaban para Dios. Sucedió en el principio de la religión que San Francisco mandó a fray Bernardo a Bolonia para que allí, según la gracia de Dios que le había sido concedida, alcanzase frutos para el Cielo; y fray Bernardo, después de persignarse con la señal de la Cruz, fuese y llegó a Bolonia por la santa obediencia. Y en viéndole los chiquillos en hábito tan desusado y grosero, le hicieron burla y muchas injurias como se harían a un loco; y fray Bernardo llevaba aquello con mucha paciencia y alegría por amor de Jesucristo; así que muchas veces poníase adrede en medio de la plaza de la ciudad para ser mejor escarnecido, y sentándose, se reunían en rededor suyo muchos hombres y rapaces, y quién le tiraba de la capucha por detrás, quién por delante, quién le arrojaba polvo y piedras, quién lo empujaba de un lado a otro. Fray Bernardo lo recibía todo sin alterarse, con rostro alegre y sin cambiar de postura, ni resguardarse de nada, y durante muchos días tornaba al mismo lugar para sufrir semejantes injurias. Y como la paciencia es obra de perfección y   —37→   prueba de la virtud, un sabio doctor en Leyes, viendo y considerando tanta constancia y virtud en fray Bernardo, que no se turbaba por ninguna molestia o injuria, dijo entre sí: «Imposible es que éste no sea un santo». Y acercándose a él le preguntó:

-¿Quién eres tú y por qué has venido aquí?

Fray Bernardo, por contestación, metió la mano en el seno y sacó la Regla de San Francisco, dándosela para que la leyese; y cuando la hubo leído, considerando su altísimo estado de perfección, con grandísimo estupor y admiración volviose a los compañeros y dijo:

-Verdaderamente es éste el más elevado estado de religión que jamás he oído; y como éste y sus compañeros son hombres santos entre los más santos del mundo, comete grandísimo pecado el que les injuria; antes se les debe honrar sumamente, considerando que son verdaderos amigos de Dios.

Y volviéndose a fray Bernardo, dijo:

-Si quieres tomar casa o fundar un convento donde puedas de un modo conveniente servir a Dios, por la salud de mi alma de buen grado te la doy.

Contestó fray Bernardo:

-Yo creo -mi señor- que esto os ha sido inspirado por Nuestro Señor Jesucristo y por esto la acepto con mucho gusto, para honra de Cristo.

Entonces el dicho juez, con mucha alegría y caridad llevó a fray Bernardo a su casa, y dándole posesión de aquel lugar la arregló y compuso a sus expensas, siendo en adelante el padre y defensor de fray Bernardo y compañeros. Y fray Bernardo, por su santa conversación, comenzó a ser muy honrado entre las gentes, en tanto grado que teníase por dichoso quien lograba tocarle o verle; mas siendo él verdadero discípulo de Cristo y del humilde San Francisco, temiendo que los honores del mundo le impidiesen la paz o la salud de su alma, se salió cierto día de la ciudad y volviendo adonde estaba San Francisco le habló de esta suerte:

-Padre, ya tenemos un lugar junto a la ciudad de Bolonia; envía frailes que lo mantengan y habiten, puesto que yo no hago ningún bien con los honores que allí recibo, y porque temo que allí antes de ganar, pierda.

Entonces San Francisco, ponderando punto por punto cuanto había oído, y cómo Dios por medio de fray Bernardo había obrado,   —38→   dio gracias a Dios porque así comenzaba a difundir los pobrecitos discípulos de la Cruz; y mandó algunos de sus compañeros a Bolonia y a Lombardía, donde establecieron muchos lugares.




ArribaAbajoCapítulo VI

De cómo San Francisco bendijo al santo fray Bernardo, dejándole como vicario suyo, cuando hubo de dejar la presente vida


Era fray Bernardo de tanta santidad que San Francisco le guardaba gran reverencia y lo alababa muchas veces. Cierto día, estando San Francisco en muy devota oración, le fue revelado por Dios que fray Bernardo, por permisión divina, tendría que sostener grandes batallas con los demonios; por lo que San Francisco, compadeciendo mucho a fray Bernardo, a quien amaba como a un hijo, oraba con frecuencia y con lágrimas en los ojos, pidiendo a Dios por él y recomendándolo a Jesucristo para que se dignase hacerle triunfar del demonio. Y orando San Francisco muy devotamente, Dios le habló de esta suerte: «Francisco, no temas, porque cuantas tentaciones haya de sufrir fray Bernardo son permitidas por Dios para que ejercite su virtud y se corone de méritos, y finalmente hallará victoria sobre sus enemigos, por ser uno de los comisarios del Reino de los Cielos». Esta respuesta llenó de alegría a San Francisco, por lo cual dio muchas gracias a Dios; y de allí en adelante le profesó mayor amor y reverencia, no solamente en su vida, sino en la hora de su muerte. Porque, habiendo llegado ésta, San Francisco, a la manera de aquel santo patriarca Jacob, teniendo a su alrededor a los devotos hijos doloridos y llorosos, viendo cercana la muerte de padre tan amable, preguntó: «¿Dónde está mi primogénito? ¡Ven aquí, hijo mío, para que te bendiga mi alma antes de que muera!». Entonces fray Bernardo, en secreto, dijo a fray Elías, que a la sazón era vicario de la Orden:

-Padre, ponte donde señala la mano derecha del santo para que te bendiga.

Y colocándose fray Elías al alcance de la mano derecha, San Francisco, que había perdido mucho la vista por sus abundantes lágrimas, puso la mano derecha sobre la cabeza de fray Elías, diciendo:

-Ésta no es la cabeza de mi primogénito fray Bernardo.

  —39→  

Entonces fray Bernardo púsose a su lado izquierdo, y San Francisco, cruzando sus brazos a la manera de la cruz, puso la mano derecha sobre la cabeza de fray Bernardo y la izquierda sobre la cabeza de fray Elías, y dijo a fray Bernardo:

-Bendígame Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo con toda la bendición espiritual y celestial, en Cristo; ya que fuiste el primogénito elegido en esta Orden santa para dar ejemplo evangélico y seguir a Jesucristo en la pobreza evangélica, porque no solamente diste lo tuyo y lo distribuiste entera y libremente a los pobres por amor de Jesucristo, sino porque también te ofreciste tú mismo a Dios en esta Orden, en sacrificio de suavidad. Seas, pues, bendecido por Nuestro Señor Jesucristo y por mí, su pobrecillo siervo, con bendiciones eternas, andando, orando, viajando, durmiendo, viviendo y muriendo; aquél a quien tú bendigas sea bendecido; y el que tú maldigas, no quede sin castigo. Seas tú el principal de tus hermanos, y todos los frailes obedezcan a tu mandato. Recibe facultad de admitir en esta Orden a quien tú quieras y ningún fraile tendrá superioridad sobre ti y te sea lícito ir y permanecer a donde a ti te plazca.

Y después de la muerte de San Francisco, los frailes amaban y reverenciaban a fray Bernardo como a su padre venerable. Y en llegando al trance de su muerte vinieron donde él estaba muchos frailes de diversas partes del mundo, entre los cuales estaba extático y como divinizado fray Gil, el cual viendo a fray Bernardo, con mucha alegría exclamó: ¡Sursum corda! Y fray Bernardo encargó secreto a un fraile que colocase a fray Gil de modo que le pudiese contemplar. Y habiendo llegado para Fray Bernardo la última hora de su vida, se hizo levantar y habló a los frailes que allí se hallaban, de la siguiente manera:

-Carísimos hermanitos: No quiero deciros muchas palabras, pero debéis considerar que el estado de la religión que yo he tenido, vosotros lo tenéis, y el que ahora tengo, vosotros lo tendréis; y eso hallo en mi alma: que en mil mundos semejantes a éste quisiera haber servido a Cristo Nuestro Señor y a vosotros, y de cualquier ofensa que haya cometido me acuso, arrepintiéndome, a mi Salvador Jesús y a vosotros. Ruégoos hermanos míos carísimos, que os améis los unos a los otros.14

  —40→  

Y después de estas buenas palabras y de dar buenas enseñanzas, cayendo de nuevo sobre el lecho, su cara quedó resplandeciente y alegre en gran manera, de modo que todos los frailes maravilláronse mucho, y con esta alegría, su alma santísima, coronada de gloria, pasó de la presente vida a la bienaventurada de los ángeles.




ArribaAbajoCapítulo VII

De cómo San Francisco pasó una Cuaresma en una isla del lago de Perusa, ayunando cuarenta días y cuarenta noches, no comiendo más de medio pan


El verdadero siervo de Cristo, San Francisco, como en ciertas cosas fuese casi otro Cristo dado al mundo para salvación de las gentes, Dios Padre quiso hacerle en muchas cosas conforme y semejante a su Hijo Unigénito, como lo demostró en el venerable colegio de los 12 compañeros, en el admirable misterio de las sagradas llagas y en el continuado ayuno de la Santa Cuaresma, la cual hacía del siguiente modo: Estando cierta vez, en día de Carnaval, junto al lago de Perusa, en casa de un su devoto, donde había pasado la noche, fue inspirado por Dios de ir a cumplir la Cuaresma en una isla del lago, por lo cual rogó San Francisco a su devoto que por amor de Cristo le llevase en su barca a una isla del lago que no estuviese habitada y que esto lo hiciese la noche del Miércoles de Ceniza, sin que nadie pudiese advertirlo; y el devoto, por el gran amor que a San Francisco tenía, atendió solícitamente su ruego y le llevó a la dicha isla. Y San Francisco no llevaba consigo más que dos panecillos. Llegaron junto a la isla, y al irse el amigo a su casa rogole San Francisco con encarecimiento que no revelase a nadie cómo estaba allí y que no volviese por él hasta el Jueves Santo. Con esta orden marchose el amigo y quedó solo San Francisco, y no habiendo allí ninguna casa donde albergarse se internó en una selva espesa en la cual muchos espinos y arbustos formaban como una covacha o cabaña, y en este sitio púsose en oración, contemplando las cosas celestiales. Allí pasó toda la Cuaresma sin beber ni comer más que la mitad de uno de aquéllos dos panecillos, como lo echó de ver su devoto amigo cuando el Jueves Santo tornó para recogerle,   —41→   hallando de los dos panecillos uno entero y el otro medio. Y aun se cree que San Francisco lo comió por reverencia al ayuno de Cristo bendito, que ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ningún alimento material; y así con aquel medio pan alejó de sí el veneno de la vanagloria y, a ejemplo de Cristo, ayunó cuarenta días y cuarenta noches.

Y en aquel lugar donde San Francisco habíase abstenido tan maravillosamente, hizo Dios por su mérito muchos milagros; por lo cual comenzaron a edificarse allí casas y habitar en ellas, de modo que en poco tiempo se hubo formado una buena y gran aldea, y allí establecieron los frailes una casa, la cual se llamó la Casa de la Isla, y hasta el día de hoy los hombres y las mujeres de aquella aldea tienen gran reverencia y devoción al lugar, porque San Francisco pasó en él aquella Cuaresma.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Cómo San Francisco, yendo de camino con fray León, expuso a éste las cosas que constituyen la perfecta alegría


Yendo cierta vez San Francisco desde Perusa a Santa María de los Ángeles con fray León, en tiempo de invierno, atormentándoles grandemente un frío crudísimo, llamó a fray León, que le iba un poco delante, y le habló de esta manera:

-Fray León, aun cuando los frailes menores diesen gran ejemplo de santidad y de edificación en toda la tierra, escribe y advierte que no está ahí la perfecta alegría.

Y caminando un poco más le llamó por segunda vez, diciéndole:

-¡Oh, fray León! Aunque los frailes menores diesen vista a los ciegos, curasen a los tullidos, diesen oído a los sordos, pies a los cojos, habla a los mudos y, lo que es mayor, resucitasen a los muertos de cuatro días, escribe y advierte que no se halla en esto la verdadera alegría.

Y siguiendo un poco más adelante, gritó San Francisco:

-¡Oh, fray León! ¡Ovejuela de Dios! Si los frailes menores supiesen todas las lenguas y todas las ciencias y toda la Escritura, aunque profetizasen y revelasen no solamente las cosas futuras,   —42→   sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no se halla en esto la verdadera alegría.

Y siguiendo un trecho mayor, San Francisco tornó a decir:

-¡Oh, fray León! Aun cuando los frailes menores supiesen predicar de modo que convirtiesen a todos los infieles a la fe de Cristo, escribe que no se halla en esto la perfecta alegría.

Y siguiendo un poco más, tornó a decir:

-¡Oh, fray León! ¡Ovejuela de Dios! Aunque los frailes menores hablasen con lengua de ángel y supiesen el curso de las estrellas y la virtud de todas las hierbas, y aunque les fuesen revelados todos los tesoros de la tierra y conociesen las propiedades de los pájaros y de los peces y de todos los animales y de todos los hombres, y de los árboles y de las piedras y de las raíces y de las aguas, escribe que no está en esto la alegría perfecta.

Y como continuase hablando de esta suerte unas dos millas, fray León, muy maravillado, preguntó a San Francisco:

-Padre, ruégote de parte de Dios que me digas dónde está la verdadera alegría:

Y San Francisco contestó:

-Cuando lleguemos a Santa María de los Ángeles, calados por el agua y helados por el frío y cubiertos de barro y afligidos por el hambre y llamemos a la puerta del lugar y el portero vendrá enfadado y nos dirá: «¿Quién sois?». Y cuando digamos nosotros: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él contestará: «Mentís; sois dos bribones que andáis por el mundo engañando y robando las limosnas de los pobres; fuera de aquí»; y no nos abrirá y nos hará quedar fuera, en medio de la nieve, del agua y del frío y con hambre hasta que sea de noche; entonces, si a tanta injuria, a tanta crueldad y a tantos vituperios nos sostenemos pacientemente sin turbarnos y sin murmurar de él, pensando humilde y caritativamente que aquel portero verdaderamente nos conoce y que Dios te hace hablar contra nosotros, ¡oh, fray León!, en esto estará la verdadera alegría. Y si perseveramos llamando a la puerta y sale él turbado y como a bergantes inoportunos nos eche con villanías y con bofetadas, diciendo: «Largo de ahí, ladronzuelos vilísimos; idos al hospital, que aquí no comeréis vosotros ni os albergaréis», y nosotros lo sostendremos pacientemente y con alegría y con amor, fray León, escribe que en esto habrá perfecta alegría. Y si acuciados por el hambre, por el frío y por la noche volvemos a tocar y llamemos y   —43→   roguemos por amor de Dios con gran llanto que nos abra y nos meta dentro, y aquél, escandalizado, diga: «Éstos son bribones inoportunos; ya les daré la paga que merecen», y sale fuera con un bastón nudoso y cogiéndonos por el capuchón nos eche al suelo sobre la nieve y nos golpee duramente; si entonces nosotros sostenemos todas estas cosas con alegría, pensando en las penas de Cristo bendito que debemos sostener por su amor, ¡oh, fray León!, escribe aquí se hallará la perfecta alegría; pero atiende a la conclusión, fray León: sobre todas las gracias y dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está la de vencerse a sí mismo y de buen grado sostener penas, injurias, oprobios y desprecios por su amor; porque no podemos gloriarnos de los demás dones, porque no son nuestros sino de Dios; de donde dice el Apóstol: «¿Qué tienes tú que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido, ¿por qué no te glorías como si fuese tuyo?». Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción nos podemos gloriar porque esto es nuestro, y por esto dice el Apóstol: «Yo no quiero gloriarme sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo».




ArribaAbajoCapítulo IX

De cómo San Francisco enseñaba a fray León la manera de contestar, y nunca pudo decir sino lo contrario de lo que San Francisco quería


Estando una vez San Francisco, en los comienzos de la Orden, con fray León en cierto lugar donde no había libros para rezar el Oficio divino, llegando la hora de Maitines, así habló San Francisco a fray León:

-Carísimo: No tenemos breviario con que podamos rezar Maitines; pero a fin de que no perdamos el tiempo, destinado a loar al Señor Dios, yo diré y tú responderás como yo te enseñaré; y ten cuidado de no cambiar las palabras del modo como yo te las enseñe. Yo diré así: «¡Oh, fray Francisco! Tú hiciste tantos males y tantos pecados en el siglo, que mereces el infierno»; y tú, fray León, contestarás: «Es cosa verdadera que tú mereces el infierno profundísimo».

  —44→  

Y fray León, con simplicidad de paloma, contestó:

-De buen grado, padre. Comienza, pues, en el nombre de Dios. Entonces comenzó San Francisco, diciendo:

-¡Oh, fray Francisco! Obraste tantos males y tantos pecados en el siglo, que eres digno del infierno.

Y fray León respondió:

-Dios obrará por ti tantos bienes que irás al Paraíso.

Dijo San Francisco:

-No digas esto, fray León; sino que, cuando yo diga: «Hermano Francisco, tú has cometido tantas iniquidades contra Dios, que eres digno de ser maldecido de Dios»; contestarás así: «Verdaderamente eres digno de estar entre los réprobos».

Y fray León contestó:

-Así lo haré, padre, de buen grado.

Entonces San Francisco, con muchas lágrimas, gemidos y golpes de pecho, dijo en alta voz:

-¡Oh, Señor del cielo y de la tierra! He cometido tantas iniquidades y tantos pecados contra Ti, que ciertamente soy digno de tu reprobación eterna.

Y fray León contestó:

-¡Oh, San Francisco! Dios obrará en ti de tal modo que, entre los benditos, serás singularmente bendecido.

Y san Francisco, maravillándose de que fray León contestara lo contrario de lo que le había ordenado, le reprendió, diciendo:

¿Por qué no contestas según yo te he enseñado? Yo te mando, por santa obediencia, que contestes como yo te enseñaré: Yo diré así: «Oh, fray Francisco, maldito, ¿piensas tú que Dios tendrá misericordia de ti después de haber cometido tantos pecados contra el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, y que serás digno de alcanzar misericordia?». Entonces, tú, fray León, ovejuela, contestarás: «De ningún modo eres digno de alcanzar misericordia».

Pero cuando San Francisco dijo: «¡Oh, fray Francisco! Desdichado, etc.», fray León contestó:

Dios Padre, cuya misericordia es infinitamente mayor que tu pecado, hará contigo gran misericordia y, además, te colmará de innumerables gracias.

Cuando San Francisco oyó la respuesta, dulcemente enfadado y pacientemente turbado, dijo a fray León:

  —45→  

-¿Y por qué tienes la presunción de obrar contra la obediencia, puesto que tantas veces contestas lo contrario de lo que te he mandado?

Y con mucha humildad y reverencia contestó fray León:

-Dios sabe, padre mío, que cada vez he tenido voluntad de contestar como me ordenabas, pero Dios me hace hablar como le place y no como me pluguiera a mí.

De lo cual maravillose mucho San Francisco y dijo a fray León:

-Yo te ruego carísimamente que esta vez me respondas como yo te dije.

Y dijo fray León:

-Di lo que te plazca en nombre de Dios, que yo te aseguro que esta vez contestaré como quieres.

Entonces San Francisco, arrasado en llanto, dijo:

-¡Oh, miserable fray Francisco! ¿Crees tú que Dios tendrá misericordia de ti?

Fray León contestó:

-Antes bien recibirás de Dios y te exaltará y glorificará eternamente, porque el que se humilla será exaltado, y yo no puedo decir otra cosa, puesto que Dios habla por mi boca.

Y de esta suerte, en tan humilde porfía, con abundantes lágrimas y mucho consuelo espiritual, vigilaron hasta el amanecer del día.




ArribaAbajoCapítulo X

De cómo fray Maseo dijo a San Francisco, como en proverbios, que todo el mundo le iba detrás; contestando el Santo que esto era para confusión del mundo y gracia de Dios


Cierta vez, viviendo San Francisco en el lugar de la Porciúncula con fray Maseo de Marignano, hombre de gran santidad, discreción y gracia en hablar de Dios, por lo cual San Francisco le amaba mucho, un día, volviendo San Francisco del bosque y de la oración, hallábase a la salida del mismo el dicho fray Maseo y queriendo probar cuán humilde fuese San Francisco, se hizo el encontradizo, y casi regañando, dijo:

-¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?

San Francisco le respondió:

  —46→  

-¿Qué es lo que quieres decir?

Fray Maseo añadió:

-Digo, ¿por qué todo el mundo viene derecho hacia ti, y todas las gentes parece que desean verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, tú no posees gran ciencia, tú no eres noble. ¿De dónde, pues, viene que todo el mundo vaya detrás de ti?

Oyéndole, San Francisco, muy alegre en su espíritu, levantó la cara al cielo y por largo rato estuvo con la mente en Dios, y después que volvió en sí se arrodilló y dio gracias y alabanzas al Señor, y luego, con gran fervor, se volvió a fray Maseo y dijo:

-¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué todo el mundo viene detrás de mí? Esto me viene de aquellos ojos del Altísimo Dios, los cuales en todas partes contemplan lo bueno y lo malo, y como estos ojos santísimos no han visto entre los pecadores ninguno más vil, ni más capaz, ni más pecador que yo, y como para llevar a cabo la obra maravillosa que piensa hacer, no ha encontrado criatura más vil sobre la tierra, por eso me ha elegido a mí para confundir la nobleza y la grandeza, y la fortaleza, y la hermosura y la sabiduría del mundo; para que se conozca que toda virtud y todo bien procede de Él y no de la criatura, y ninguna persona se puede gloriar en su presencia, y si se gloria, gloríese en el Señor, a quien pertenece toda gloria y todo honor por toda la eternidad.

Entonces fray Maseo, al oír tan humilde respuesta, dicha con gran fervor, se admiró y conoció ciertamente que San Francisco estaba fundado en verdadera humildad.




ArribaAbajoCapítulo XI

De cómo San Francisco hizo dar vueltas a fray Maseo, marchando luego a Siena


Yendo un día San Francisco por un camino con fray Maseo, iba éste un poco delante, y llegando a un paraje donde había tres caminos, por los cuales se podía ir a Florencia, a Siena o a Arezzo, fray Maseo dijo:

-Padre, ¿qué camino debemos seguir?

A lo que contestó San Francisco:

  —47→  

Por el que Dios quiera.

Fray Maseo replicó:

¿Y cómo podremos conocer la voluntad de Dios?

A lo que contestó San Francisco:

-Por la señal que yo te indicaré. Te mando por el mérito de la santa obediencia que en esta encrucijada, sobre el lugar que tienes los pies, des vueltas a la redonda como hacen los muchachos, y no dejes de darlas hasta que yo te mande.

Entonces fray Maseo comenzó a dar vueltas, y tantas dio que, turbándosele la cabeza, como suele suceder, vino muchas veces en tierra; pero San Francisco no le decía que parase, y quería fielmente obedecerle, volvía a levantarse y empezaba de nuevo. Por fin, cuando estaba girando con más fuerza, dijo San Francisco:

-Párate y no te muevas.

Y enseguida paró, y le preguntó San Francisco:

-¿Hacia qué parte tienes la cara?

-Hacia Siena -contestó fray Maseo.

-He aquí el camino -dijo San Francisco- por donde quiere que vayamos.

Yendo por él, fray Maseo se maravillaba de lo que San Francisco le había mandado hacer, como si fuera un chiquillo, y en presencia de las gentes que pasaban; no obstante, por reverencia, no se atrevía a decir nada al santo padre.

Al acercarse a Siena se enteraron los de aquella ciudad que el santo llegaba y le salieron al encuentro; y fue tanta la devoción del pueblo, que a él y a su compañero les llevaron a casa del obispo sin dejarles tocar con los pies en el suelo.

En aquel momento algunos hombres de Siena se estaban peleando y ya habían muerto dos de ellos. Llegando San Francisco, les predicó tan devota y santamente que los redujo a la paz, uniéndolos en estrecha amistad.

Por este motivo, el obispo de Siena, después que oyó tan santa acción obrada por San Francisco, le hospedó con muchísimo honor aquel día y aquella noche.

A la mañana siguiente, San Francisco, verdaderamente humilde, no buscando sino la gloria de Dios, se levantó muy temprano con su compañero sin saberlo el obispo, por lo cual fray Maseo murmuraba en su interior, diciéndose por el camino:

«¿Qué es lo que ha hecho este buen hombre? Me hizo dar vueltas   —48→   como un muchacho, y al obispo, que tanto le ha honrado, no le ha dicho una palabra de agradecimiento». Y le parecía a fray Maseo que San Francisco no había obrado discretamente.

Pero volviendo fray Maseo en sí mismo, se reprendió muy mucho de corazón, diciendo:

-Eres muy soberbio, porque juzgas las obras divinas y te haces digno del infierno por tu indiscreta soberbia, porque en el día de ayer fray Francisco ha hecho tan santas obras, que si las hubiese hecho un ángel no hubieran sido más maravillosas; por esto, si te mandase que tirases piedras deberías hacerlo y obedecerle, porque lo que ha hecho en este camino proviene de la voluntad divina, como lo prueba el resultado de todo; porque si no hubiese apaciguado a los que combatían entre sí, no sólo hubiesen muerto muchos al filo de las espadas, sino que también muchas almas hubiera llevado el demonio; por lo cual se prueba que eres muy necio y soberbio cuando murmuras de lo que deriva manifiestamente de la voluntad de Dios.

Y todas estas cosas que fray Maseo decía en su corazón yendo delante, le fueron reveladas a San Francisco, por lo cual, acercándose éste a su compañero, le dijo:

-Afírmate en lo que estás pensando, que es bueno y útil y Dios te lo inspira; pero la primera murmuración era ciega y vana y soberbia y sugerida por el demonio.

Entonces fray Maseo entendió claramente que San Francisco conocía los secretos de su corazón y que el espíritu de la ciencia divina guiaba los actos de su santo padre.




ArribaAbajoCapítulo XII

De cómo San Francisco puso a fray Maseo en el oficio de portero, de la limosna y de la cocina. Después, a ruegos de algunos frailes, lo relevó de estos cargos


San Francisco, queriendo humillar a fray Maseo, porque eran muchos los dones y las gracias que Dios le concedía, a fin de que no tuviese vanagloria, sino que con humildad creciese de virtud en virtud, cierta vez que vivían con sus compañeros en un lugar solitario,   —49→   todos ellos verdaderamente santos, dijo a fray Maseo delante de todos:

-¡Oh, fray Maseo! Todos tus compañeros tienen la gracia de predicar la palabra de Dios y de contentar al pueblo, y como yo quiero que todos podamos atender a la contemplación, he resuelto que tú hagas los oficios de la puerta y de la cocina, y cuando los demás frailes coman, tú lo harás fuera de la puerta del convento; de suerte que aquéllos que vengan al convento, antes de llamar, tú les digas alguna buena palabra de Dios y así no habrá necesidad de que ninguno salga fuera sino tú. Harás esto por el mérito de la santa obediencia.

Así fray Maseo se echó la capucha, inclinó la cabeza y recibió humildemente y ejerció desde entonces los oficios de la puerta, la limosna y la cocina. Por lo cual los compañeros, iluminados por Dios, comenzaron a sentir en su corazón gran remordimiento, considerando que fray Maseo era hombre de gran perfección como ellos o más y que sobre él cargaba todo el peso del convento; movidos de un mismo deseo rogaron al santo padre que se dignase distribuir entre todos aquellos oficios, porque su conciencia no consentía que fray Maseo llevase tanta fatiga. Oyendo lo cual San Francisco atendió este ruego y llamando a fray Maseo, le dijo:

-Fray Maseo, tus compañeros quieren compartir los oficios que te he dado y por eso quiero que se dividan.

Fray Maseo contestó con gran humildad y mucha paciencia:

-Lo que me mandas, padre, en parte y en todo lo considero como si fuese ordenado por Dios.

Y San Francisco, viendo la caridad de sus hermanos y la humildad de fray Maseo, les hizo un sermón maravilloso de ta Santa Humildad, enseñándoles que cuanto mayores dones y gracias nos da Dios, tanto más hemos de ser humildes, porque sin humildad, ninguna virtud es aceptable por Dios. Y hecho este sermón distribuyó los oficios con grandísima caridad.



  —50→  

ArribaAbajoCapítulo XIII

De cómo San Francisco y fray Maseo pusieron el pan que habían recogido sobre una piedra, a la vera de una fuente, y San Francisco alabó mucho la pobreza. Después rogó a Dios y a San Pedro y San Pablo que les infundiese más amor a la santa pobreza; y de cómo les aparecieron San Pedro y San Pablo


El maravilloso siervo y seguidor de Cristo, San Francisco, para conformarse enteramente en todas las cosas a Quien, según dice el Evangelio, envió a sus discípulos, de dos en dos, por las ciudades y aldeas, para predicar sus doctrinas; a este ejemplo de Cristo, cuando San Francisco hubo reunido a sus 12 compañeros, los envió por el mundo, de dos en dos, a predicar. Y para darles el ejemplo de verdadera obediencia, él fue el primero que empezó a peregrinar, a ejemplo también de Cristo; el cual comenzó por obrar antes de enseñar. Por esto, habiendo señalado a sus compañeros diversas partes del mundo, tomó él por compañero a fray Maseo y se puso en camino hacia el reino de Francia.

Y llegando un día a una ciudad, muy hambrientos, anduvieron, según la Regla, mendigando el pan por amor de Dios, y San Francisco fue por un barrio mientras fray Maseo iba por otro. Pero San Francisco era un hombre despreciable y pequeño de cuerpo; los que no le conocían le reputaban por un pobrecillo vil, y de aquí que no recogiese más que unos pobres mendrugos de pan seco; pero fray Maseo, como era alto y bello de cuerpo, recogió muchos y buenos pedazos, y aun panes enteros.

Después que hubieron mendigado se reunieron fuera de la villa para comer en un sitio donde había una hermosa fuente y al lado una gran piedra larga y hermosa, sobre la cual, cada uno echó toda la limosna que había recogido. Y viendo San Francisco que los pedazos de fray Maseo eran más, y también más excelentes y mayores que los suyos, dio muestras de grande alegría, y dijo:

-¡Oh, fray Maseo! No somos dignos de tan gran tesoro.

Y repitió esta frase muchas veces, hasta que fray Maseo contestó:

-Padre, ¿cómo se puede llamar tesoro donde hay tanta pobreza y faltan tantas cosas de que tenemos necesidad? Nos falta mantel, cuchara, cuchillo, platos, casa, mesa y criado o criada.

  —51→  

Dijo entonces San Francisco:

-Pues esto es lo que yo reputo gran tesoro, porque aquí no hay ninguna cosa preparada por la industria humana, sino dispuesto ninguna todo por la Providencia divina, como se ve claramente en el pan mendigado, en la mesa de piedra tan bella y en la fuente tan saludable y tan clara; y por eso quiero que pidamos a Dios que el tan rico tesoro de la santa pobreza, que tiene por guardador a Dios, nos lo haga amar el Señor con todo nuestro corazón.

Y dichas estas palabras hicieron oración, yantaron y se pusieron de nuevo en camino para Francia. Al pasar por una iglesia dijo San Francisco a su compañero:

-Entremos en esta iglesia a orar.

Fuese San Francisco detrás del altar y allí se puso en oración, en la cual recibió de la Divina gracia tan excesivo fervor que inflamó ardientemente su alma en el santo amor de la pobreza, y en el color de su semblante y en el mover de sus labios parecía echar llamas de amor. Y dirigiéndose, así enardecido a su compañero, le dijo:

-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Fray Maseo, acércate a mí.

Y repitió esta frase tres veces; a la tercera vez San Francisco levantó con el aliento a fray Maseo, experimentando éste grandísimo estupor. Y contó después a sus compañeros que en aquella elevación y empuje con el aliento que recibió de San Francisco, experimentó tanta dulzura en el ánimo y tales consuelos del Espíritu Santo, que en toda su vida no los había experimentado semejantes.

Hecho esto, dijo San Francisco:

-Compañero mío, vayamos a San Pedro y San Pablo y roguémosles que nos ayuden a poseer el tesoro inestimable de la santa Pobreza, porque es tesoro tan elevado y tan divino, que no somos dignos de conocerlo en nuestros cuerpos vilísimos, conociendo que ésta es virtud celestial, por la cual todas las cosas terrenas y transitorias se desprecian y se quitan del alma todos los estorbos para que pueda libremente unirse con Dios eterno. Ésta es aquella virtud por la cual el alma, aun viviendo en la tierra, se comunica con los ángeles del Cielo; ésta es la que acompañó a Cristo en la Cruz, con la que Cristo fue sepultado, con la que Cristo resucitó y subió a los Cielos; la cual en poseyéndola en esta vida otorga a las almas que están enamoradas de ella agilidad suma para remontarse al Cielo; ella es, en fin, el arma poderosa con que se defienden la Humanidad y la Caridad. Y por esto roguemos a los santos Apóstoles   —52→   de Cristo, que fueron perfectos amadores de esta perla evangélica, que nos alcancen esta gracia de Nuestro Señor Jesucristo, y que por su santísima misericordia nos concedan merecer que seamos verdaderos amadores, guardadores y humildes discípulos de la preciosísima, amantísima y angélica Pobreza.

En estas pláticas llegaron a Roma y entraron en la iglesia de San Pedro, y San Francisco se puso en oración en un rincón de la iglesia y fray Maseo en otro, y estando absortos en la oración, con muchas lágrimas y devoción, se aparecieron a San Francisco los santos Apóstoles Pedro y Pablo con gran esplendor, y le dijeron:

-Puesto que pides y deseas observar aquello que Cristo y los santos Apóstoles observaron, Nuestro Señor Jesucristo nos manda anunciarte que tu oración ha sido escuchada, y Dios te concede a ti y a los que te sigan el tesoro de la santísima Pobreza. Y ahora, de su parte, te decimos también que cualquiera que a tu ejemplo abrigue tan noble deseo puede estar seguro de alcanzar la bienaventuranza eterna, y tú y todos tus seguidores seréis benditos de Dios. Diciendo estas palabras desaparecieron, dejando a San Francisco lleno de dulcísimo consuelo. Y cuando se levantó de la oración fue en busca de su compañero y le preguntó si Dios le había revelado alguna cosa; éste contestó que no.

Entonces San Francisco le contó cómo los santos Apóstoles se le habían aparecido y qué cosas le habían revelado. Por lo cual, ambos compañeros determinaron volverse al valle de Spoleto, dejando el camino de Francia.




ArribaAbajoCapítulo XIV

De cómo estando San Francisco con sus frailes hablando de Dios, Cristo apareció en medio de ellos


Estando San Francisco, en los comienzos de su religión, con sus compañeros hablando de Cristo con todo el fervor de su espíritu, mandó a uno de ellos que en nombre de Dios abriese su boca y hablase de Dios lo que el Espíritu Santo le inspirase. Obedeciendo al mandato, el fraile habló de Dios maravillosamente; pero muy luego San Francisco le impuso silencio y mandó a otro de los frailes que hiciese lo mismo. Obedeciendo éste habló de Dios sutilmente, y   —53→   San Francisco, del mismo modo, le impuso silencio y mandó a un tercero que hablase de Dios, el cual, del mismo modo, comenzó a hablar con tanta profundidad de los misterios de Dios que claramente comprendió San Francisco que éste, como los otros dos, hablaban por inspiración del Espíritu Santo, lo cual se demostró por señal expresa, porque estando en esta plática se apareció Cristo bendito en medio de ellos bajo la forma de un joven bellísimo; los bendijo a todos y los llenó de tales dulzuras, que por largo espacio de tiempo estuvieron fuera de sí mismos, caídos como muertos, sin sentir nada de las cosas de este mundo. Y después que volvieron en sí, les dijo San Francisco:

-Hermanos míos carísimos, dad gracias a Dios que ha querido, por boca de los sencillos, revelarnos los tesoros de la sabiduría divina, porque Dios es tal que abre la boca a los mudos y la lengua de los sencillos, haciendo hablar sapientísimamente.




ArribaAbajoCapítulo XV

De cómo Santa Clara comió con San Francisco y con sus compañeros los frailes en Santa María de los Ángeles


San Francisco, cuando estaba en Asís, visitaba muchas veces a Santa Clara, dándole santos consejos. Y teniendo ella grandísimo deseo de comer una vez con él, se lo rogó en varias ocasiones, pero San Francisco no quería concederla nunca este consuelo, y conociendo sus compañeros el deseo de Santa Clara, dijeron a San Francisco:

-Padre, nos parece que esta rigidez no es conforme a la caridad divina: porque a la hermana Clara, virgen tan santa y tan amada de Dios, debías complacerla en cosa tan pequeña como es el comer contigo, especialmente considerando que ella, por tu predicación, dejó las riquezas y pompas del mundo. Y en verdad que si ella te pidiese mayor gracia que ésta se la deberías hacer como a tu planta especial.

Entonces San Francisco respondió:

-¿Os parece a vosotros que debo complacerla?

Respondieron los compañeros:

-Sí, padre; es bien que le concedas este consuelo.

Dijo entonces San Francisco:

  —54→  

-Pues que así os parece a vosotros, también me lo parece a mí. Pero a fin de que ella sea más consolada, quiero que tengamos esta comida en Santa María de los Ángeles; y como ella lleva mucho tiempo retirada en San Damián, se alegrará mucho de ver el convento de Santa María, adonde ella fue llevada y hecha esposa de Jesucristo; y aquí comeremos juntos en nombre de Dios.

Llegado el día convenido, Santa Clara salió del monasterio con una hermana y acompañada, además, de compañeros de San Francisco. Vino a Santa María de los Ángeles, saludó devotamente a la Virgen María delante de su altar, donde había sido tonsurada y velada, y la llevaron luego a ver el convento en tanto que llegaba la hora de comer. En este intermedio San Francisco hizo preparar la mesa sobre la desnuda tierra, como se acostumbraba hacer. Llegada la hora de la comida se sentaron juntos San Francisco y Santa Clara y uno de los compañeros de San Francisco con la compañera de Santa Clara, y luego los demás frailes se fueron acercando humildemente a la mesa. Como primera vianda San Francisco comenzó a hablar de Dios tan suave y maravillosamente que, descendiendo sobre ellos la abundancia de la Divina gracia, todos fueron arrebatados en Dios. Y estando así arrebatados, con los ojos y con las manos levantadas al cielo, los hombres de Asís y de Betona y de toda aquella comarca vieron que Santa María de los Ángeles y todo el convento y el bosque, que estaba entonces junto a la casa, ardían tan intensamente que parecía que la iglesia, el convento y la selva estaban hechos una llama, por lo cual los vecinos de Asís, con gran presteza, corrieron al lugar para apagar el fuego, creyendo verdaderamente que todo aquello ardía. Pero al llegar al sitio y no encontrar fuego alguno, entraron en el convento y vieron a San Francisco con Santa Clara y todos sus compañeros arrebatados a Dios por la contemplación y sentados en torno de la humilde mesa. Por lo que claramente entendieron que lo que ellos habían visto era fuego divino y no material, que Dios había hecho aparecer milagrosamente para significar y demostrar el fuego del divino amor en el cual ardían las almas de aquellos santos frailes y santas monjas; por lo cual salieron de allí con el corazón consolado y lleno de santa edificación. Después de largo rato, volviendo en sí San Francisco y Santa Clara y todos los demás, sintiéronse muy confortados con el alimento espiritual y se cuidaron poco del alimento del cuerpo. Y así, terminado aquel desayuno, Santa Clara, muy acompañada,   —55→   volvió a San Damián, y al verla sus hermanas se alegraron mucho, porque temían que San Francisco la hubiese enviado a fundar algún otro monasterio, como había mandado a sor Inés, su santa hermana, como abadesa para gobernar el monasterio de Monticelli, en Florencia. Y San Francisco había dicho muchas veces a Santa Clara:

-Vive preparada por si necesito mandarte a algún convento. Y ella, como hija de santa obediencia, había contestado:

-Padre, yo siempre estoy dispuesta a ir donde vos me mandéis.

Y por esto las hermanas se alegraron mucho cuando la vieron. Y Santa Clara vivió en adelante muy consolada.




ArribaAbajoCapítulo XVI

De cómo San Francisco recibió el consejo de Santa Clara y del santo fray Silvestre de predicar para convertir a mucha gente, y de cómo constituyó la Tercera Orden y predicó a los pájaros y mantuvo quietas a las golondrinas


El humilde siervo de Cristo, San Francisco, poco tiempo después de su conversión, habiendo ya reunido muchos compañeros, que entraron en la Orden, tuvo grandes pensamientos sobre lo que debía hacer; si debía emplearse solamente en la oración o predicar algunas veces, y sobre esto deseaba conocer la voluntad de Dios. Y como la santa humildad que había en él no dejaba presumir de sí ni en sus oraciones pensó indagar la divina voluntad por medio de las oraciones de los demás. Por lo cual llamó a fray Maseo y le dijo:

-Vete a ver a la hermana Clara y dile de mi parte que, con algunas de las demás espirituales compañeras suyas ruegue devotamente al Señor que se digne manifestarme lo que es más conveniente: que yo me dedique a predicar o solamente a orar. Vete después a fray Silvestre y dile lo mismo.

Este fray Silvestre era quien, viviendo todavía en el mundo, había visto una cruz de oro salir de la boca de San Francisco, tan alta que tocaba al cielo, y tan ancha que abrazaba las extremidades del mundo; y era el tal Silvestre hombre de devoción y santidad tan sublimes que siempre Dios escuchaba sus ruegos, y lo que pedía se lo concedía, y muchas veces hablaba familiarmente con Dios; por   —56→   esto San Francisco le tenía mucha devoción. Fue fray Maseo y, según el mandato de San Francisco, hizo primero el encargo a Santa Clara y después a fray silvestre, el cual, recibido que lo hubo, se puso inmediatamente en oración, y orando obtuvo la Divina respuesta y volvió donde estaba fray Maseo y le dijo:

-Esto dice Dios que digas a fray Francisco: que Él no le ha llamado solamente a este estado para sí, sino para que alcance el fruto de las almas y sean muchas las por él salvadas.

Obtenida esta respuesta, fray Maseo volvió a Santa Clara a saber lo que había conseguido de Dios, y Santa Clara le contestó que ella y sus compañeras habían logrado de Dios la misma respuesta que fray Silvestre. Con esto tornó fray Maseo a San Francisco, el cual le recibió con grandísima caridad, lavándole los pies y preparándole el desayuno y la comida; y después de comer llamó el santo a fray Maseo a la selva y allí se arrodilló delante de él, se quitó el hábito y poniendo los brazos en cruz, preguntó:

-¿Qué quiere mi Señor Jesucristo que yo haga?

Fray Maseo contestó:

-Lo mismo fray Silvestre que sor Clara me han dicho que Cristo ha contestado y revelado que su voluntad es que vayas a predicar, porque no te ha elegido para ti solo, sino también para salud de los demás.

Cuando San Francisco hubo oído esta contestación, conociendo que ésta era la voluntad de Dios, levantose y dijo con grandísimo fervor:

-¡Vayamos en nombre de Dios!

Y tomó por compañeros a fray Maseo y a fray Ángel, hombres de santidad, y caminando a impulsos del espíritu, sin escoger de antemano camino o senda, llegaron a un castillo llamado Carmano, donde San Francisco se puso a predicar, mandando a las golondrinas que cantaban que guardasen silencio en tanto que predicaba. Obedecieron las golondrinas, y él predicó tan fervorosamente que todos los hombres y mujeres de aquel castillo querían seguirle por devoción, desamparando sus hogares, pero San Francisco no quiso, diciéndoles:

-No tengáis prisa y no os vayáis, que yo ordenaré lo que debéis hacer para salud de vuestras almas.

Y entonces pensó fundar la Orden Tercera para universal salud de todos. Y, así, dejándolos muy consolados y bien dispuestos a la   —57→   penitencia, se partió de allí, yendo de Carmano a Brevagna. Caminando con gran fervor levantó los ojos y vio algunos árboles al lado del camino, entre cuyo ramaje posaban gran número de avecillas. Maravillose mucho de esto San Francisco y dijo a su compañero:

-Espérame en el camino, porque voy a predicar a las avecillas.

Y se metió en el campo y comenzó a predicar a las avecillas que se posaron en el suelo. Inmediatamente las que estaban entre el ramaje vinieron hacia él y rodeándole permanecieron quietecillas mientras San Francisco les predicaba; y terminado que hubo el sermón tampoco se fueron hasta que San Francisco las bendijo. Y según después refirió fray Maseo a fray Jacobo de Massa, yendo San Francisco entre ellas tocándolas con su manto, ninguna se movía. El contenido de la predicación fue como sigue:

-Pájaros, hermanitos míos, vosotros estáis muy obligados a Dios, vuestro Criador, y siempre y en todo lugar debéis alabarle porque os ha dado vestido doblado y triplicado y libertad para ir a todas partes, y también guardó vuestro linaje en el Arca de Noé, a fin de que vuestra especie no pereciese en el mundo. También le estáis obligados por el elemento aire que os ha señalado. Además de esto, no sembráis ni segáis y Dios os alimenta dándoos ríos y fuentes para vuestra bebida, montes y valles para vuestro refugio y árboles elevados para hacer vuestros nidos, y sabiendo que no sabéis hilar ni coser, Dios os viste a vosotros y a vuestros hijos; por todo lo cual os ama mucho vuestro Criador, supuesto que os hace tantos beneficios; por esto guardaos, pajaritos míos, de no caer en el pecado de la ingratitud, sino que alabad siempre a Dios.

Habiendo hablado San Francisco de esta suerte, las avecillas que le rodeaban comenzaron a abrir los picos, a bajar los cuellos, a extender las alitas y a inclinar reverentemente las cabezas hacia la tierra y con acciones y trinos indicaron que el santo padre les daba mucho placer; y asimismo San Francisco se alegraba y regocijaba, maravillándose de tanta multitud de pajarillos, de su bellísima variedad y de la atención y familiaridad que le habían prestado, por lo cual alababa por ello devotamente al divino Criador. Finalmente, concluido que hubo su predicación, San Francisco hizo la señal de la Cruz y dio licencia a las avecillas para que se fuesen, y remontaron el vuelo con deliciosos trinos; y según la cruz que había hecho San Francisco, dividiéronse en cuatro bandadas: una hacia levante, otra hacia poniente, la tercera hacia el mediodía y la cuarta hacia   —58→   el septentrión, y cada bandada cantaba maravillosamente, en lo cual mostrábase que así como San Francisco, portaestandarte de la Cruz de Cristo, les había predicado, según la cual se desperdigaron por las cuatro partes del mundo, así también la predicación de la Cruz de Cristo, renovada por San Francisco, la extenderían él y sus frailes por todo el mundo; los cuales, a semejanza de los pajaritos, no poseyendo nada propio en el mundo, debían confiar su vida a la Divina Providencia.




ArribaAbajoCapítulo XVII

De cómo un frailecito vio a San Francisco orando de noche, y de cómo le aparecieron Jesucristo, la Virgen María y muchos santos, hablando con él


Cierto jovencito muy puro e inocente fue recibido en la Orden, viviendo San Francisco, y estaba en un pequeño convento en el cual los frailes por necesidad tenían que dormir teniendo por cama la dura tierra. Cierta vez San Francisco fuese a aquel convento y por la tarde, rezadas las Completas, se fue a dormir para poderse levantar de noche a orar, cuando los otros frailes dormían, según tenía por costumbre. El dicho jovencito entró en deseos de espiar solícitamente las obras de San Francisco para poder conocer su santidad y especialmente lo que hacía de noche cuando se levantaba. Y a fin de que el sueño no le venciese se puso aquel joven a dormir cerca de San Francisco y ató su cordón al del santo para sentirlo cuando se levantase, sin que San Francisco advirtiese nada. Pero en medio de la noche, cuando todos estaban en el primer sueño, se levantó San Francisco y encontró su cordón atado; entonces el santo, calladamente, lo desató, para que el niño no lo sintiese, y se fue a la selva que había cerca del convento y en una cueva que allí había se puso devotamente a orar. Después de un rato despertó el jovencito, y al encontrar la cuerda desatada y que San Francisco se había ido, se levantó y fue silenciosamente a buscarle. Se dirigió a la puerta del convento que conducía al bosque y hallándola abierta sospechó que San Francisco habría salido por allí para internarse en la espesura del bosque. Llevado de su deseo, llegó al lugar donde San Francisco oraba y comenzó a oír hablar, y acercándose más para ver y entender mejor lo que oía descubrió una luz milagrosa   —59→   envolviendo a San Francisco, y en ella vio a Jesucristo y a la Virgen María y a San Juan Bautista y al Evangelista y a gran multitud de ángeles que hablaban con San Francisco. Viendo y oyendo esto el jovencito cayó desmayado. Luego, acabado el misterio de aquella santa aparición, volvió San Francisco al convento, y en el camino toparon sus pies con el cuerpo del jovencito, que yacía como muerto, y por compasión lo levantó y cogiéndole en brazos se lo llevó, como el buen pastor lleva a su ovejita. Después supo el santo, por boca del mismo joven, que había presenciado la referida visión, y le mandó que no lo dijese a nadie mientras estuviese vivo. Creció el niño en gracia de Dios y en devoción de San Francisco y fue uno de los más insignes miembros de la Orden; y sólo después de la muerte de San Francisco reveló a los frailes la referida visión.



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