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ArribaAbajoFederica Montseny y los ideales libertarios

M.ª Carmen Martín Granados


Granada



Toda una vida negado por los otros,
sin expresar a gritos que quiero libertad
para el bosque, las fuentes, los ríos y los campos.


LUIS ALBERTO QUESADA                



ArribaAbajo1. Las «memorias» como continuación de la resistencia

Evidentemente, si tuviéramos que preguntarnos por qué todos estos escritores del exilio se empeñan en retratar, por medio de sus memorias, aquella agonía social que fue la guerra y el exilio; si quisiéramos darle una explicación que aunara ese hecho común a tantos, el de escribir sus recuerdos de aquella barbarie, quizá encontráramos multitud de respuestas, o mejor dicho, respuestas a varios niveles. Siempre depende, como decía la Alicia de Carroll, de adónde queramos llegar.

En primer lugar, para demostrar la evidencia del hecho al que aludimos, citaremos unos cuantos textos que nos resultarán significativos. Podemos citar por ejemplo las memorias de Rafael Alberti, su Arboleda perdida, las de M.ª Teresa León y su Memoria de la melancolía. Incluso Azaña escribirá sus Memorias políticas y de guerra. Altolaguirre, El caballo griego, Francisco Ayala, sus Recueros y olvidos; Arturo Barea escribió La forja de un rebelde; Luis Buñuel, Mi último suspiro; José Luis Aranguren hará también unas memorias tituladas Memorias y esperanzas españolas; La Pasionaria también dejará escritos sus recuerdos, y, por supuesto, el libro que nos ocupa, las memorias de Federica Montseny, Mis primeros cuarenta años. Son sólo algunos ejemplos significativos.

Como podemos ver, todos estos autores, la mayoría desde el exilio, se empeñarán en dejar escrita su vida mirándola desde una doble distancia, la espacial del exilio, y la temporal del presente. La mirada que   —510→   se construye en los textos suele ser una mirada exiliada del espacio y del tiempo, la mirada del que ha sido negado y necesita hacerse visible. Así, Federica Montseny, escribirá su libro de memorias desde sus ochenta años y desde Toulouse, consciente de que quizá -como realmente fue- no le daría tiempo a escribir su segundo volumen, sus «segundos cuarenta años», pero esperando, desde el final de su vida, que alguien lo haga por ella. ¿Por qué es tan importante para estos autores dejar escrita la vida? Vayamos por partes.

Nos vamos a centrar en el texto de Federica, aunque muchos de los elementos que podemos comentar van a ser comunes a los otros textos y a los otros autores. Por algo sus vidas fueron la repetición del mismo desastre. Pues bien, Federica convertirá en literatura su experiencia. Quizá haya una especie de purificación de este episodio convirtiéndolo en letra impresa. Pero esto es, a todas luces, una explicación insuficiente.

Por otra parte, el recuerdo es siempre visto como una forma de conocimiento. El recuerdo y, por tanto, la literatura basada en él, serían formas de conocimiento, de investigación sobre la «realidad», de reflexión sobre el pasado y, por tanto, sobre el presente.

Si nos fijamos en el «yo» que protagoniza el relato, no es un yo personal, una simple individualidad, sino que es un «yo» colectivo protagonista de la Historia y no de una historia personal, pues si de algo fueron conscientes estos autores era de estar protagonizando la Historia con mayúscula, de estar interviniendo en el curso de esa Historia. Sus memorias, a esta luz, se convierten en memorias de todo un pueblo, pero no sólo de eso, sino que tenemos que situarnos en su momento, en el conflicto que las produce. Se trata de las memorias de una colectividad que no fueron los vencedores de la guerra, que fueron los expatriados, los desterrados, los anulados. Sus memorias cobran importancia porque eran necesarias para poder oponerlas a la historia oficial que siempre la construyen los vencedores. Pero aún podemos ir más allá, si hay un hilo que hilvane todas estas letras tejidas con la misma historia atroz, tendríamos que seguir situados en el referente que los produce, en la realidad que intentan relatar, la guerra, y sus consecuencias, que sesgó sus vidas. Situados en este conflicto sólo se nos ocurre seguir hablando de resistencia.

Las memorias de Federica Montseny, como la de tantos otros republicanos, son todavía una forma de resistencia que no acabó con la caída de Madrid o la de Barcelona. Tratan, después de todo aquello, de seguir insistiendo en la insumisión, en la no claudicación, de seguir resistiendo con la única arma que queda que es la de la verdad histórica, la de la memoria, la de la palabra. Y no se trata de alargar los conflictos, ni del rencor trasnochado, sino que se trata de una labor necesaria. Sus memorias son una forma de resistencia en el mismo   —511→   sentido en que lo era entonces su presencia en el frente, y lo es en más sentidos, porque también lo es ante la historia oficial, como hemos dicho, la de los vencedores de la contienda. Por eso su artificio consiste en construir el texto como escritura limpia, confesión directa, sin mediaciones ante el lector, con el «yo» y el pretérito perfecto. Las memorias de Federica Montseny son letras al desnudo, son un libro sobre todo «político» porque política es, como veremos, la división entre un sistema y su exterior, y, porque, contradictoriamente, la única realidad posible para estas vidas aparte es su identificación con un contexto «político», el «anarquismo». La única poesía, pues, que empaña estas páginas es la única poesía posible, la de lo perdido, la de lo inútil. Su necesariedad, a pesar de todo, vendrá legitimada por el derecho que les da a hablar el haber sido defensores de la libertad frente a los que se impusieron por la fuerza. Esto les legitima, les otorga la palabra, y la toman para decir que, a pesar de todo, el futuro con el que soñaban no se había truncado definitivamente, no había acabado con aquella resolución de la guerra. El futuro no había muerto. Su causa era justa y el tiempo debía darles la razón.




ArribaAbajo2. El exilio de Federica Montseny

«Jamás olvidaré -nos dice Montseny- lo que fue nuestra llegada a casa, la noche del 25 al 26 de enero de 1939. No había nada preparado, fieles a la consigna de resistencia. Mi madre estaba tranquila, convencida de los tres meses, como mínimo, de resistencia, que aseguraba Germinal, antes que cayese Barcelona. En casa todos dormían tranquilamente. Hubo que despertar a los niños, y luego convencer a mi madre (...).

«Hubo que recoger rápidamente algunas prendas de vestir, que volver a insistir para decir a mi madre, muy enferma, a emprender la marcha, a abandonar la casa lo antes posible. Primero, hasta Calella, donde vivía la madre de Germinal. Para ella, como para nosotros, aquello representaba el fin del mundo. Dejar los libros, la casa donde tantos años habíamos vivido. Mi hija Vida no quería abandonar una hermosa muñeca que le había regalado mi prima Elisa. Con ella en brazos subió al coche. Pero la muñeca, como el coche, se perdieron antes de llegar a la frontera francesa.

«(...) Estábamos todos convencidos, en aquellos días, que no tardaríamos en regresar y en volver a ver las cosas y los seres que habían formado parte de nuestra existencia. Por desgracia, hasta 1977, esto es treinta y ocho años después, no volvimos a ver esa calle Escornalbou y esa casa, en la que habíamos vivido durante más de doce años. Además de lo que había en casa, diré que al lado quedó el almacén donde había en depósito buena parte de las ediciones hechas por nosotros   —512→   durante más de quince años. Era el resultado del trabajo ímprobo de unas vidas dedicadas a la propaganda de unas ideas que creemos justas. A todo esto el franquismo le pegó fuego. Como no pudo quemarnos a nosotros, quemó nuestra obra. La Inquisición se reinstauraba en España»858. Federica narrará en El éxodo. Pasión y muerte de los españoles en Francia, lo que fue la entrada en este país de medio millón de personas huyendo de la guerra y de la persecución fascista. En Mis primeros cuarenta años también se nos cuenta esta entrada. La imagen que nos construye podemos igualarla, nosotros, hombres de los noventa, a los desfiles humanos que hemos visto huir de ciudades asediadas también por la guerra como Ruanda o cualquier otra, a los terribles campos de refugiados que nos destrozan y nos dejan indiferentes al mismo tiempo. Entonces, no existía esa ventana al mundo que es la televisión, ese acercamiento y ese distanciamiento que supone; el resto del mundo no tuvo las imágenes de la agonía de los españoles con su angustia encima, en fila, huyendo del fascismo y de la muerte. Pero existieron igualmente. «Todas las carreteras de Francia, desde la frontera hasta las primeras localidades francesas, a lo largo de toda la línea de los Pirineos, fueron cubiertas por esa masa humana, en la que se mezclaban civiles y militares, heridos e inválidos, y las colonias infantiles conducidas por maestras y maestros. Fue algo indescriptible, que jamás podrá ser narrado con toda su magnitud, con los contornos apocalípticos que revistió para cuantos lo vivimos»859. Igual que hoy día, los comités de Ayuda al Refugiado, la Solidaridad Internacional Antifascista y otros organismos de asistencia eran impotentes para atender y remediar tantas necesidades. La solución que el gobierno francés encontró tampoco podía ser -según Monstseny- más inhumana: canalizó a toda esa multitud hacia las playas de Argelès, de Barcarés, etc. donde no había nada habilitado para recibirlos. Recordemos que esto transcurría en pleno mes de enero, con frío y lluvias torrenciales, como nos cuenta nuestra autora. Miles de personas fueron hacinadas en las playas donde Federica nos recuerda que hoy se hacinan los veraneantes en las vacaciones, y que entonces sirvieron de lecho de muerte a muchos centenares de personas, viejos, niños o heridos a los que ni siquiera se atendió durante los primeros meses. De uno de estos campos de refugiados, o mejor dicho, playas de refugiados, fue sacado moribundo Antonio Machado, para morir en seguida en una humilde fonda de Colliure, en pleno invierno del destierro, guardando en su bolsillo un recuerdo de días azules. Así empezó el exilio y así empezó una nueva etapa de la vida   —513→   de Federica que parecía que iba a ser provisional y no fue así. Nada se pudo recuperar. Todo perdido para siempre.

Federico Urales se declararía anarquista y, por ello, sería encarcelado por ser considerado elemento peligroso; fue a parar a la cárcel de Saint-Laurent de Cerdans. Este era el principio de sus huidas y sus pasos por las cárceles francesas. Cuando Federica logró recuperar a su padre y a su compañero Germinal se marcharon a París pero les sobrevino la misma tragedia que habían dejado atrás en España, los alemanes entraron en París, y les pilló en zona ocupada. Hasta que lograron pasar a la zona libre pasó un tiempo lleno de dificultades. La extradición a España podía suponer la muerte y ellos lo sabían. En 1942 sería encarcelada, igual que Germinal, en la misma cárcel que Largo Caballero. España los requería. Afortunadamente, fue rechazada la demanda; quizá le ayudó el hecho de que a sus 37 años esperaba su tercer hijo. Fueron años de ocupar casas vacías, comer lo que iban encontrando, trabajando la tierra o andando diariamente kilómetros de distancia para llegar al pueblo más cercano, huyendo de un sitio a otro, todos juntos o intentando volver a encontrar el peculiar grupo que formaban, un anciano de largas barbas blancas al que algún oficial preguntó que si era un sabio, su padre, cada vez más demente, sin enterarse demasiado de lo que estaba ocurriendo, convertido en un niño; su madre, hasta que murió; varios niños, dos suyos y otro de María, su hermana adoptiva; Teodora, la madre de Germinal... en fin, mujeres, niños y viejos a través de la guerra, de las persecuciones, de los soldados.

Como ella termina diciendo en Mis primeros cuarenta años, el drama vivido por ella y por su familia se repitió al infinito, multiplicado por miles de vidas que vivieron la misma odisea. Les tocó vivir unos años trágicos, un momento de la Historia, en el que los valores más grandes y más excelsos del ser humano fueron sumergidos bajo una ola de barbarie difícil de comparar. El paso del nazi-fascismo en los países que cayeron bajo sus botas militares, fue uno de los grandes horrores vividos por la Humanidad. Si alguna función le otorga Federica a su testimonio es que sirva para que toda esta ignominia no se repita jamás.

Toulouse sería liberada el 19 de agosto de 1944. A partir de aquí, Federica y los suyos pudieron reanudar su vida y su renaciente organización. Esta tendría -como ella explica- varias fases: recuperación ideológica, organización de la lucha en España -que creían a punto de ser liberada: se equivocaban- y del combate del movimiento confederal y libertario contra la dictadura franquista. En Francia continuó, pues, su actividad política, dirigiendo el semanario CNT convertido más tarde en Espoir, cuando las autoridades francesas lo prohibieron. Realizó múltiples viajes de propaganda a Suecia, a México, al Canadá,   —514→   a Inglaterra, a Italia, dio numerosos mítines y conferencias en Francia, presidió la Alianza Sindical establecida con la UGT y Solidaridad de los Trabajadores Vascos. La muerte de Franco en 1976, supuso una gran alegría y una inmensa esperanza para ellos, pero Federica no volvería definitivamente a España. Haría muchos viajes aquí siguiendo con su labor propagandística pero no se trasladaría definitivamente. Quizá la muerte de sus hija Blanca en 1977, y cuatro años después la de Germinal le impidieron afrontar con alegría una decisión así, o simplemente quiso permanecer al lado de sus seres queridos que ahora se encontraban allí. No olvidemos que en el 75, sumaban ya casi cuarenta años de exilio.




ArribaAbajo3. Los ideales libertarios como grieta o hendidura del sistema

Como resulta evidente, no podemos tratar la figura histórica de Federica Montseny sin hablar de su relación fundamental con el anarquismo. Serían, una vez más, muchas las ramificaciones que se desarrollarían a partir de esta enunciación del anarquismo de Federica. Podríamos, por ejemplo, hablar de su anarquismo, en primer lugar, como forma de vida, y nunca mejor dicho, porque ya nacería en una casa cuyos padres habían elegido esta moral. En segundo lugar, nos surge también la necesidad de comentar que Federica fue un personaje fundamental en este movimiento, en la CNT, y en la política española en general. Tema que se nos sigue complicando con el hecho, que tampoco se nos puede pasar por alto en esta época, de que la condición femenina no fue un obstáculo para el desarrollo de su carrera política. Federica impresionaba a hombres y a mujeres, se encargó toda su vida de labores propagandísticas por toda la geografía española e incluso internacional. Asimismo, colaboraba o se encargaba de la edición de los periódicos de la CNT, tanto en España como luego en Francia. Además de esto, es sabido que escribiría distintas obras, novelas cortas o pequeños ensayos sobre el anarquismo o algún tema social o político.

Si tuviéramos que buscar la lógica interna de toda esta ideología libertaria que rezuman sus textos tendríamos que plantearnos previamente algunas cosas. Por ejemplo, deberíamos considerar también el historicismo de este movimiento, es decir, que el anarquismo nace en la segunda mitad del siglo XIX producido por unas condiciones históricas dadas. Éstas, simplificando mucho, podrían ser el surgimiento de las masas obreras en este siglo, y su oposición a la clase burguesa que, una vez que había alcanzado plenamente el poder y su ideología se había hecho, por tanto, dominante, se alejó de sus posiciones más revolucionarias y se fue haciendo cada vez más conservadora (cosa que contradice, de alguna forma, su propia naturaleza, pero esto sería   —515→   otro tema). Pero lo que los anarquistas piensan sobre su «realidad» es también, como no puede ser de otra manera, ideológico. Sin medios rigurosos de pensamiento el pensador no es capaz de contradecir un sistema: sólo puede hacerlo si emplea los instrumentos existentes de transformación.

Con esto queremos decir que la ideología anarquista está inscrita en la ideología burguesa, producida por ella, y no puede ser de otro modo pues nace en el momento que hemos dicho. Pero, como también vamos a comentar más despacio, parte de ésta para utilizarla de la forma más inteligente posible. ¿A qué nos referimos con esta especie de enramada conceptual? ¿Adónde queremos llegar? Pues al hecho simple y claro de que la ideología burguesa dominante desde el Renacimiento y sobre todo desde el siglo XVIII se caracteriza precisamente por la enunciación del sujeto libre, nos produce como libres porque así nos necesita para mantener su sistema económico y social, aunque esta libertad pueda ser cuestionada y nos plantee las más cotidianas escisiones y contradicciones. Pues bien, por esta grieta, por esta hendidura, aprovecha para colarse la ideología del anarquismo. Si el sistema nos ha producido como libres (y sabemos que la ideología es mentira en cuanto histórica, porque esta producida por unas condiciones concretas, pero también sabemos que es verdad en cuanto que funciona realmente en la vida de cada día) podemos decir que el anarquismo exige esta condición a la vida, quiere llevar esta libertad a sus últimas consecuencias. El anarquismo, por tanto, se desarrolla en ese «límite» que separa el «mundo» de su «exterior», que separa el sistema de su transformación. Y este vivir en el «límite» va a ser determinante en toda la vida del anarquismo y, sobre todo, en este periodo que estudiamos por las razones que vamos a ir enunciando. Por eso toda la escritura de Federica Montseny va a ser, como ya hemos dicho, una escritura «política» porque política es esta división entre un sistema y su exterior. Por otra parte, la única realidad posible para estas vidas «aparte» es su identificación con un contexto político, con el anarquismo860. A esto, por supuesto, habría que añadir otras creencias básicas del anarquista como, por ejemplo, el hecho de creer que el hombre es bueno por naturaleza que tenemos que asociar con corrientes de pensamiento del XVIII y, sobre todo, con la corriente krausista que se puso de moda en aquel momento (la principal doctrina del krausismo era la del «racionalismo armonioso». Ésta combinaba los elementos más optimistas de la Ilustración y del idealismo germano. Abrazaba a la vez la Razón y la Evolución. Los krausistas encomiaban las ciencias naturales como clave de la comprensión de la armonía intelectual del universo. Y se interesaban aún más por las nuevas ciencias   —516→   sociales y la historia de las leyes. Si el universo era fundamentalmente armonioso, o al menos se desenvolvía en tal dirección, entonces la solución a los conflictos sociales era buscar en el pasado humano formas naturales de convivencia y revisar el sistema político-legal para conformarlo a tal convivencia)861. A pesar de estas doctrinas que pudieron influir en las ideas libertarias, podemos seguir entrelazando todo esto con el atentado contra el sistema que supone pensar que las causas de la injusticia social la tienen las leyes, el poder económico y el poder político. El germen de los males sociales para el anarquismo está en el capitalismo, en la autoridad y en las desigualdades derivadas de ellos. Ellos defenderán una sociedad libertaria sin sistema de gobierno ni propiedad privada. Ellos creerán en la posibilidad de una vida humana superior y racionalmente anarquista. Se trata de una interpretación universal e infinita de la libertad, entre otras cosas porque el relativismo también está en la base de su pensamiento, nadie posee la verdad absoluta, la historia lo ha demostrado862. Pero volvamos a la tesis que intentábamos defender, el anarquismo como forma de vida en el límite, como vida en el filo del sistema dominante y del exterior de ese sistema, digo que volvamos a esto porque desde aquí es desde donde podemos explicar muchas de las situaciones que más polémicas nos pueden parecer del movimiento anarquista. Y traemos aquí el tema porque afectó directamente a Federica Montseny con su participación en el Ministerio de Sanidad, pero no sólo a ella, ya que la participación en la guerra de los anarquistas era ya «incoherente» con su condición pacifista. Y ponemos «incoherente» entre comillas porque vamos a intentar exponer nuestra oposición a tal idea. La vida en el límite de un sistema y su exterior no permite otra forma de vida que la contradictoria, el límite es en sí contradictorio porque no permite estar totalmente al margen, en el exterior. Por eso, estar en la sociedad, con estas ideas supone estar de una forma contradictoria en ocasiones. Así, Federica, tendrá que aceptar estar en el gobierno después de muchas dudas y mucha polémica porque así lo exigían las circunstancias, también éstas exigían luchar en la guerra, así como defender la legitimidad de la República contra el fascismo, tuvieron que estar presentes en donde se tomaban las decisiones porque tampoco se fiaron nunca de dejar a los comunistas solos en el poder y en la guerra, ya sabemos que sus ideas sobre la revolución eran distintas. Por eso no podemos permitirnos hablar de incoherencias en ningún momento. Porque a pesar de la aspiración con respecto al futuro, la realidad se impone en muchas ocasiones; a pesar de su sociedad   —517→   ideal, viven en esta sociedad y, dentro de los sistemas posibles, también se ven obligados a preferir unos como menos malos que otros. A pesar del ideal se está determinado siempre por lo real, aunque el ideal sea necesario y como decía Mariategui, «bien alto».

Esta ha sido mi particular lectura de unas memorias y de una postura política admirable, sobre todo, en la época que estudiamos, y espero que también sea una modesta contribución a la construcción de esa memoria de todos los republicanos que tuvieron que salir del país y que fueron, conscientemente olvidados, lo mismo que antes habían sido negados. Aunque hablar de su memoria es hacerlo de la nuestra. Afortunadamente ya no hablamos de nada clandestino ni invisible, que no pueda ser nombrado, que necesite cuarenta nombres o seudónimos, camuflajes, identidades falsas, como recuerda Haro Tecglen, nada que haya que teñir de rubio como nos cuenta Federica que tuvo que hacer con su negro pelo.





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ArribaAbajoLa memoria fragmentada: el diario de Diego Martínez Barrio en el exilio francés

María-Gloria Núñez


Madrid, UNED


A finales del año 1945, concretamente el día 20 de noviembre, el recién elegido presidente interino de la república española en el exilio, Diego Martínez Barrio, cercano a cumplir los 62 años de edad, comienza en México D. F. un diario863 que continuaría escribiendo en Francia cuando allí se trasladó en marzo del año siguiente. El diario finaliza en 1955, aunque su autor continuaría escribiendo en torno a sus actividades políticas hasta 1962, fecha de su fallecimiento.

La característica principal del diario es que a diferencia de las memorias, su texto se centra en un pasado recientísimo y cualitativamente la vivencia relatada adquiere mayor proximidad y realidad, pero a la vez desde una perspectiva cuantitativa pierde amplitud y riqueza valorativa por no tener la profundidad de contrastación y análisis. Como ocurre con todos los diarios el que examinamos aquí tiene unas características formales peculiares diferenciadoras864. Una de ellas es que no puede englobarse dentro de los diarios suprimir tachado definidos como íntimos o privados, caso por ejemplo del diario de Azaña, pues el secretario particular de Martínez Barrio, Máximo Meyer, es quien pasaba a máquina los textos manuscritos y los documentos que le proporcionaba Martínez Barrio. En el primer párrafo del diario el secretario indica que recogerá «fiel y verazmente las actividades de su excelencia el Sr. Presidente de la república española». Efectivamente en las páginas siguientes el secretario recoge las actividades y las opiniones de Martínez Barrio relatándolas en tercera persona pero pronto aparecen   —520→   páginas redactadas en primera persona. En ellas aparecen reflexiones y frases que indudablemente pertenecen a la pluma de Martínez Barrio, lo cual significaría que el secretario se limitó a transcribir los manuscritos proporcionados por el presidente.

Creo que el peso, la fuerza de la memoria forma parte fundamental de la estructura temática del diario. Es constante el recuerdo de lo perdido y sobre todo el giro del pensamiento hacia los acontecimientos ocurridos en España durante los años treinta, la experiencia vivida durante la república y la guerra. Una memoria fragmentada en cada uno de los días que se decide a escribir y una memoria casi siempre trágica, puesto que predomina una visión desesperanzada del ayer y del mañana pero también una memoria viva pues Martínez Barrio quiere que le sirva para analizar, comprender, justificar y operar sobre las diversas facetas de sus sucesivos presentes. El día 14 de abril de 1946 escribe:

Recordar no es gozar o sufrir nuevamente, pues si las reacciones intelectuales y morales se limitaran al dolor o al goce, poco camino habríamos recorrido. Recordar impone analizar la conducta y los hechos pasados, sometiéndolos a la criba más severa. Quien no encuentra en sus propios actos motivos de meditación y rectificación, ya puede solicitar el retiro. Ciertamente no le restará ningún quehacer en las graves horas del futuro.



La memoria es para el político republicano un instrumento para explicar, por ejemplo, sus propias actuaciones y planteamientos políticos, la dificultad del entendimiento entre las fuerzas del exilio, la inviabilidad de la monarquía de don Juan de Borbón o la incomprensión y abandono internacional en que van cayendo desde el primer momento de su revitalización las instituciones republicanas. Sin duda la memoria es uno de los elementos vertebradores que sustentan y explican la trayectoria vital de Martínez Barrio entre 1939 a 1962, la biografía del político republicano sobre la que actualmente estoy trabajando865. Aunque el recuerdo frecuente de los acontecimientos y situaciones que originaron el exilio es un rasgo común a todos los españoles que pasaron la frontera en 1939, y más decisivo aún en quienes de éstos, continuaron ejerciendo actividades políticas, es obvio   —521→   que la memoria tendría constante reactualización en quien había sido nombrado presidente de la república española y diariamente trabajaba para la restauración del régimen republicano en España.

La memoria es asimismo para Martínez Barrio la facultad por la cual se convierten en inmortales las obras importantes de los hombres pues siguen vivas en las mentes de las sucesivas generaciones humanas. Cuando, en febrero de 1946, acude, junto con José Giral y otros republicanos, a Hyde Park, donde reposan los restos del presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, anota las impresiones que le causa la visita a lo que luego el historiador Pierre Nora denominaría genéricamente «lugares de memoria»:

¿Por qué se empequeñece el alma al ponerse en contacto con la muerte? ¿No conocemos, acaso, cuán inevitable es cumplir la ley? ¿Son los campos de soledad y sus mustios collados distintos en grandeza esencial a la pretérita de Itálica famosa? Pasan los hombres y las obras permanecen. Pasan también las obras, en cuanto significa contribución personal de este o aquel ser humano, o formas de una cultura. Hasta que la tempestad se desencadena, el fruto íntegro de las civilizaciones, compilado, se conserva, pero incluso cuando el viento lo dispersa, subyace la obra creada y de sus raíces se alimentan futuramente otras culturas y otros hombres.

¡Hyde Park! ¡Durante años, durante siglos, a despecho de las bombas atómicas por encima de ellas, tu monumento funerario y las cenizas que guarda, unidas o esparcidas, será faro y norte para las generaciones! El hombre que se llamó Franklin D. Roosevelt salvó un día la libertad de su pueblo y la de todos los pueblos. Por ello en el silencio de la historia resonará siempre, anónima o personal, esta voz encendida y apostólica, émula de las de Buda y Jesús866.



La imposibilidad de abordar los diversos registros de la memoria contenidos en el discurso del político republicano con el rigor y amplitud necesarias, dados los límites naturales de este trabajo, me obliga a referirme únicamente a varios de los temas más recurrentes durante 1946, primer año de la redacción del diario. He considerado oportuno transcribir algunos de los párrafos del diario para que así pueda examinarse sin mediatización, el reflejo concreto de la memoria a través de la escritura que es a la vez una indudable manifestación literaria. Contemplar directamente las palabras del autor resulta especialmente valioso en la medida en que el diario es inédito, aunque sí se han publicado algunas otras obras del político andaluz867.

Uno de los pensamientos plasmados repetidamente en el texto autobiográfico es el recuerdo de la república como un régimen de libertades   —522→   y democracia, un sistema que Martínez Barrio consideraba indispensable volver a instaurar en España ya que respetaba los derechos humanos fundamentales, en contraposición con la dictadura franquista que los había postergado. Para el político exiliado el fracaso de la república no radicaba en la falsedad de los principios en los que se asentaba sino en las desavenencias y enfrentamientos de los políticos que finalmente la hicieron inviable868:

...allá por el año de 1931, las campanas de España tocaron a gloria. Se había instaurado la república y el pueblo español, todos los pueblos españoles, desbordados de alegría, se entregaban al placer de sentirse libres, comunicarse el hecho de la libertad general y testimoniarse con el júbilo la realidad del milagro. Terminaba un ciclo histórico, en el que las torpezas y las vilezas aparecían entremezcladas, y se abría otro lleno de esperanzas. Los hombres del nuevo gobierno, salvo excepciones, gozaban de reputación y crédito en el país y algunos de ellos de merecida fama internacional. Cada grupo había destacado las personalidades más brillantes de sus cuadros [...]. Consciente o incoscientemente los republicanos repitieron en 1931 la experiencia de 1873 dando asilo en el Ministerio a los políticos conversos de la víspera. Según Marcelino Domingo las horas de abril eran propicias al ensayo de un Thiers nacional, capaz de enfrentarse simultáneamente con la extrema derecha y la extrema izquierda. Queríase que el alumbramiento de la república y su infancia estuvieran revestidos de las galas más bellas, sin un disturbio ni una mancha de sangre.

¿Por qué no se realizaron los bellos sueños? ¿Por qué al siguiente día de la elección de las Cortes Constituyentes se arrinconó a Thiers y se menospreció al Gambetta nacional que año tras año había predicado el evangelio de la república?... Los desvaríos populares obtienen siempre la absolución de la historia, a causa de la grandeza íntima que los motiva, pero a los errores del personal directivo la historia otorga trato distinto, seguramente porque no se debe eludir la ley de que gobernar es prevenir y encauzar, incluso remando contra la corriente de las pasiones y aunque el empeño comprometa la popularidad y la vida. ¿Estuvieron a esa altura los hombres de 1931? No. Ocho meses después de instaurado el régimen republicano, se rompieron las treguas políticas, y cada partido quiso hacer una república a su hechura y semejanza. Se desvanecieron las sombras de Jovellanos y de Argüelles; se olvidó la tremenda lección de las desaveniencias entre Pí, Castelar, Salmerón y Figueras; dudose o negose que pudiera atener émulos el general Pavía y sobre la cumbre del estado se desató la lucha iracunda de quienes querían galopar hacia lo desconocido y quienes procuraban sestear en las frondas del pasado. Extendida la enfermedad por el cuerpo social la izquierda organizó una sedición   —523→   popular y la derecha una rebelión militar. Así, entre Scila y Caribdis, navegó el bajel republicano hasta 1936869.



Para Martínez Barrio la actuación errónea de los políticos republicanos en los años treinta seguía repitiéndose en muchos de los que continuaban activos en 1946. Sobre todo son fuertes sus diatribas contra Prieto y Negrín870, líderes socialistas enfrentados desde la guerra civil, y que, decididos a llevar a cabo sus políticas particularistas que creían decisivas para conseguir el desmantelamiento de la dictadura franquista, no dudaban en tachar de inoperante al gobierno republicano en los ámbitos internacionales. En febrero de 1946, al recibir una carta del ministro de la república Manuel Irujo, donde le comentaba las maniobras de Negrín en la asamblea de la ONU, escribe:

La insolidaridad de los españoles y su espíritu anárquico son los manantiales de contrariedades y desdichas que han azotado a nuestros pueblos durante centurias, enfermedad ni curada, ni corregida, cuyos exponentes mayores se reclutaban, ayer en las gradas del trono, y hoy en los despachos ministeriales. Toda la historia de España está sembrada de episodios coincidentes. Desde el reino de las sombras, don Álvaro de Luna, podría aleccionarnos con el relato de su tragedia. «Esta es Castilla -dice el romancero- que saca a los hombres e los gasta».



¿Los gasta el medio social o se consumen ellos? ¿Es la demencia colectiva el agente o la soberbia individual? ¿Por qué la afición a prescindir de las autoridades legítimas hasta campar por los propios respetos? ¿Egotismo o deslealtad? Examinemos el caso del Sr. Negrín. Don Juan Negrín López, varón de letras y, a veces, de armas, ha sido presidente del Consejo de Ministros. Sus aciertos o errores, que no son del caso, se distinguieron sistemáticamente por un sello personal inconfundible. Ni los ministros de su Consejo, ni los partidos políticos y sindicales obreras representados en el gobierno, ni los militares de oficio o acción que hacían la guerra, ni el presidente de la república, pudieron inferir jamás la política del Sr. Negrín o hacer obra al margen de la que éste practicaba. Sostenía el jefe del gobierno el criterio de que, correspondiéndole la responsabilidad de los actos, le pertenecía, asimismo, una plena autoridad acerca de ellos, sujeta tan solo a la rendición del mandato y cuentas en el momento adecuado.

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No perdonó ocasión o medio de afirmarse en la conducta. Dos ministros que osaron discrepar fueron dimitidos; amenazados y desdeñados los partidos y directivas obreras, apenas insinuaban discrepancias; relevados los jefes y oficiales del ejército que, so pretexto de aclarar órdenes, querían discutir las recibidas, y desobedecido el propio presidente de la república cuando, en cierta memorable noche, litigaron los dos jerarcas sobre el alcance de sus respectivas facultades.

¿Es lícito que quien ha practicado tal doctrina contradecirla? ¿Qué hubiera pensado el Sr. Negrín del Sr. Giral, si éste, por los años de 1937-1938 hubiera realizado gestiones oficiosas cerca de las cancillerías para señalar rumbos a la política internacional relativa a España? El Sr. Negrín, legítimamente celoso de su autoridad, habría tomado serias metidas contra la intromisión y al político oficioso, y aún creo que, previa tanteadura del vado, le hubiera puesto frente a un pelotón de ejecución.

Los criterios válidos, y el de atribuir la autoridad a quien tiene la responsabilidad es un criterio válido, sirven para todos. Se lucran los gobernantes de la regla cuando ejercen el poder, pero les obliga cuando están en la oposición. Usar de medidas distintas, según quien ejerza la facultad, es peligrosamente arriesgado, porque la diferencia del trato no puede fundarse más que en las distintas condiciones de los que hayan de recibirlo, y aunque el Sr. Negrín admire, con legítimo motivo, su gallardía, y desdeñe, para no caer, la filosofía del refrán popular «donde menos se piensa, salta la liebre»871.

El trato hostil que las potencias democráticas dieron a la república española durante la guerra civil es otro de los penosos recueros que le trae el año 1946, cuando las Naciones Unidas decidían sobre el establecimiento de una política conjunta respecto al régimen dictatorial de Franco. Este recuerdo le sirve a Martínez Barrio para explicar la actitud de las autoridades francesas en enero de ese año cuando demoraban la concesión del visado de residencia al presidente y al gobierno republicano:

«La preocupación viva, quemante, de trasladarnos a Europa no me abandona como tampoco la indignación por no poderlo hacer. ¿Qué inextricable trama rodea a los españoles? ¿Dónde está escrito que los chivos expiatorios de 1936 deban ser los del 1946? ¿No ha ocurrido nada en el mundo durante el decenio? ¿La cruda luz de la verdad puede brillar o no sobre el celemín?»

Fundándose en razones especiosas, los franceses han negado o aplazado la concesión de permanencia en Francia a los señores Martínez Barrio y Giral, arruinando las ilusiones y la fe de quienes creían   —525→   en la inmediata solidaridad de los gobiernos democráticos. Es tanto más dolorosa la lección cuanto que se produce a la hora en que el gobierno dictatorial de Portugal ofrece las mayores facilidades al infante don Juan y su séquito para instalarse cerca de la frontera occidental española.

Líbrenos Dios de proferir en imprecaciones ni de descarriarnos por el camino de las profecías donde tantos ignaros, y aún lúcidos ingenios se despeñan, pero quédenos siquiera el derecho de hacer preguntas en voz alta. ¿Por qué esta conducta hostil y dura? Después del fracaso de la política de no intervención ¿por qué? Después de Narvick donde el heroísmo español suplió ajenas debilidades, ¿por qué? Después de la reconquista de los desiertos africanos, que ya han dejado de serlo según la cantidad de cadáveres que los pueblan, ¿por qué?... Después de la reconquista de París, jornadas épicas donde los españoles aspeados y heridos iban en vanguardia ¿por qué?»872



En mayo de 1946 cuando se discutió en el Consejo de Seguridad el problema del régimen de Franco, Martínez Barrio rememora la España de 1936, víctima del juego de las potencias, y piensa que la situación de 1946 vuelve a ser similar a la de diez años antes porque los intereses internacionales de las naciones más poderosas siguen estando por encima del derecho del pueblo español a elegir el gobierno deseado:

Anoche marchó a Nueva York y México el presidente del Consejo, don José Giral. En la ciudad norteamericana y ante la Subcomisión nombrada por el Consejo de Seguridad de la ONU presentará el rapport que han redactado los funcionarios de nuestro gobierno acerca de las características, actividades y política del actual régimen español [...]. De todas maneras, ni este documento, ni los apartados por la opinión internacional, tendrán fuerza decisiva en las resoluciones del Consejo de Seguridad. El derecho de los españoles sigue subordinado a las contingencias de la organización futura de Europa, y así como en 1936 se nos trituró entre los intereses contrarios del Eje italo-alemán y las democracias occidentales, ahora podremos resultar víctimas de la rivalidad de rusos e ingleses. España como nación descendió de rango desde que hubimos de emular a las Islas Británicas en su política de espléndido aislamiento, sin imitarlas en el esfuerzo económico y militar que tal política imponía. Aislarse del mundo es obra más para dicha que para realizada, y quienes, por no soportar los riesgos de las amistades, las rehuyen, corren el mayor de encontrarse solos en las peores contingencias.

La rebelión de 1936 tuvo un signo radicalmente contrario, ya que procuró situar al país en uno de los dos grandes bloques europeos, pero con tan desdichada suerte y sobre todo en forma tan abyecta que facilitó la posibilidad de que nuestro país se convirtiera en campo de   —526→   experimentación de armas militares para las que fueron blancos inmediatos las ciudades españolas.

Los réditos que hemos pagado por nuestro aislamiento internacional, se han multiplicado con los más onerosos aun de la insania franquista solicitando y obteniendo el concurso del extranjero para resolver querellas de la política interior.

Pasará mucho tiempo hasta que los destinos de España vuelvan a las manos de los españoles. Ayer interesábamos a Alemania porque podíamos actuar como la mosca impertinente en el cogote de Francia; hoy a Inglaterra, como los guardianes occidentales del prodigioso mar donde riñeron y riñen batallas las distintas formas de civilización...

A pesar de todo ¿acaso nuestro propio interés no cuenta? ¿Estará la libertad nacional a merced de la digestión solemne de las Islas Británicas o del hambre imperial de Rusia?

Cualquier español que se plantee el problema tendrá que examinarlo a la luz del interés permanente nacional, muy por encima de los transitorios de partidos o de régimen político. Sustraerse a esa realidad, o meramente intentarlo, sería un suicidio colectivo, prólogo de la servidumbre y la dispersión873.



A mediados de septiembre de 1946 Martínez Barrio con motivo del retraso de la sesión de la Asamblea de la ONU hasta diciembre -que significaba una dilación en la decisión sobre las medidas a tomar frente al régimen de Franco- menciona cómo en 1936 la actuación de hecho de las potencias democráticas significó el abandono de la república:

La Asamblea de la ONU que debía celebrarse el próximo 23 se ha aplazado hasta el 23 de octubre. Entre otras causas de menor cuantía ha primado la de que Bielorrusia no dispone de diplomáticos bastantes para simultanear la asistencia a dos asambleas internacionales, la denominada sarcásticamente de la Paz, con sede en París, y la de la ONU, a la que compete la organización del mundo, con sede en Nueva York.

Nuestros amigos de la URSS, bien que forzados por esta fastidiosa falta de personal idóneo, prestan un nuevo servicio al general Franco, parejo al del mes de julio cuando por otra respetable cuestión de procedimiento vetaron el acuerdo del Consejo de Seguridad que recomendaba a los estados miembros de la ONU cortaran las relaciones diplomáticas con el régimen franquista.

Desde 1936, los españoles estamos a merced de contingencias de esta índole. El gobierno francés de aquellos días, presidido por León Blum, declinó cumplir las obligaciones del tratado de comercio entre España y Francia, para seguir la atinada política de no intervención, a la misma hora que el Imperio británico, desentendiéndose de todos los deberes impuestos por el derecho internacional, atribuía oficiosamente   —527→   condición de beligerantes a nuestros militares sublevados. Tampoco los Estados Unidos de Norte-América quisieron privarse de contribuir a la crucifixión de la república española y, ya que no otra cosa, aprobaron y promulgaron la ley de embargo de armas, sutil manera de entregar el derecho legal y legítimo de un estado amigo a la voracidad de alemanes e italianos. Años más tarde, no muchos, franceses, ingleses y norteamericanos, habrían de saldar en los campos de batalla, mediante «sangre, sudor y lágrimas», la deuda contraída con España y con Dios.

Afortunadamente, es decir para la mejor tranquilidad de sus digestiones, los gobernantes de la URSS no creen en Dios y menos en la metafísica del derecho a la libertad de los españoles, gracias a lo cual pueden, sin gran remordimiento, acomodar los actos del gobierno soviético a las necesidades inmediatas, incluso a esta importantísima de que la libre y soberana República de Bielorrusia no pase por la amargura de tener en sus delegaciones diplomáticas dos secretarios menos que Egipto u Holanda, países igualmente libres y soberanos.

Pero, en fin, el 23 de octubre no es una fecha incierta ni remota. Las hojas del calendario irán cayendo, y salvo que surja otra posible complicación, el señalado día 23 hará su presentación puntual. Nuevamente, entonces, el derecho y el dolor de España, recobrarán palabra y fuero, y ante los ojos de los diplomáticos, flema inglesa, ingenuidad de Hollywood, y realismo ruso, se evocarán todas las páginas del régimen franquista. El penoso trabajo posterior de los zurcidores consistirá en acomodar el franquismo a la Carta del Atlántico, Biblia según parece de las Naciones Unidas y Desunidas»874.



En noviembre de 1946 Martínez Barrio vuelve a establecer la línea de continuidad entre lo ocurrido en esa fecha y durante la guerra civil:

¿Desánimo? ¿Amargura? ¿Pesimismo? Mezcla de malos humores. El destino de España viene truncado desde hace siglos y cualquier intento de renovación tropieza con accidentes inesperados, ajenos a las incidencias de la vida nacional. La guerra civil de 1936 se complicó, apenas comenzada, mejor dicho, antes de iniciarse, en las redes de la política hitleriana, cuyas directivas hicieron del problema interno de los españoles un poderoso peón con vistas al juego internacional. Fatalmente la política de no Intervención, aplicada al caso de España, habría de servir, luego, el designio de Alemania permitiéndole medir la capacidad de resistencia de Francia e Inglaterra. Todos los accidentes de la batalla se encadenaron: problema de los sudetes, Munich, anexión de Moravia y Bohemia, anexión de Austria y ocupación de Albania. Los españoles, chivos expiatorios de la gran empresa, señalábamos con nuestras proezas y reveses el nivel de las aguas. Al final de la tragedia, resultó evidente y lúcido que si en el camino de España no se hubieran atravesado los sueños imperiales de alemanes e italianos, la sublevación militar de 1936 habría quedado reducida a una revuelta infructuosa.

  —528→  

Igual, ahora. Por la fuerza de los acontecimientos, Franco debería estar ya proscrito o encadenado. Lo esperaba el mundo. Lo ansiaban los españoles. ¿Qué ha ocurrido para que se salve temporalmente? ¿Dónde se ha fraguado el milagro? No en España, ni en la voluntad nacional. El choque hegemónico de rusos y anglo-americanos ha determinado, entre otros efectos, este de sostener al pequeño tirano español, acólito ayer de Mussolini e Hitler y cortesano hoy de «las corrompidas democracias» que tan furiosamente denostaba. Por enésima vez se hace víctima a un pueblo -a un gran pueblo- de las conveniencias y temores ajenos, olvidando que la forzada solidaridad de las naciones conduciría si se respetaran los regímenes inicuos, a los peores peligros875.



En diciembre de 1946 cuando la asamblea de la ONU había decidido recomendar a sus miembros la retirada de embajadores en Madrid si el régimen de España no se democratizaba, Martínez Barrio opina que la medida era inoperante y escribía:

Termina mal el año. Termina, por lo que a mí se refiere, cuajado de preocupaciones. Conozco o creo conocer el camino recto que necesitaré seguir y cuáles son las características del deber inmediato. Por desgracia, entre las voces del diálogo, abundan las desentonadas, apasionadas e injuriosas. El político español no es distinto al amante español y sus reacciones desembocan, teóricamente claro está, en el asesinato o en el homicidio. «Mía o de nadie» dicen los españoles celosos. «Esta solución o ninguna, afirman los políticos rondadores de mejor fortuna. La exclusividad, exenta de matices, gana la mayoría de los ánimos, como si en la semirredondez de la tierra hubiera alguna verdad absoluta, homogénea e incambiable, gemela de la verdad de Dios, que también se presume, pero no se demuestra»876.



En conclusión espero que esta sucinta exposición y muestra del comienzo del diario de Martínez Barrio haya servido para advertir de qué forma la memoria de los trágicos acontecimientos en torno a 1936 se utiliza para iluminar la situación por la que atraviesan, diez años después, las revitalizadas instituciones republicanas. Un diario, por otra parte, lleno de referencias a la historia y literaturas españolas, escrito con cuidadosa atención estilística, independientemente de que, en ocasiones, sus trazos caigan en una excesiva retórica y ampulosidad. Es, además, uno de los textos más desesperanzadores escrito por los políticos republicanos del exilio. Reiteradamente vislumbra en el horizonte del futuro una derrota de la república, una derrota que se alimenta de la memoria del pasado. Un pensamiento, por otra parte, que no tendría más remedio que desechar de su mente cuando llegaba el momento de ejercer como presidente de la república, pero que sin duda lastraría el conjunto de su acción política.



  —529→  

ArribaAbajoFrancia: tierra de asilo

Eduardo Pons Prades


Barcelona



ArribaAbajoRetirada de Cataluña: 23 diciembre 1938 - 10 febrero 1939

A mediados de noviembre de 1938, el Comisario General del Ejército de Tierra republicano, Ossorio y Tafall, confiaba a uno de sus Subcomisarios Generales, José Robusté, la rápida organización de la Inspección General para la Evacuación de Heridos de Guerra. Dicha operación sería coordinada por el Comisario General de Sanidad de Guerra, Francisco Gómez de Lara. Y contaría con la colaboración de la Jefatura de Transportes Militares. En particular: con la 7.ª Compañía, bajo el mando del capitán Manuel Huet Piera.

Los heridos hospitalizados en los Hospitales de Sangre y de Campaña de Cataluña rondaban los 20.000 individuos. La mayor parte de ellos en Barcelona, Tarragona y La Garriga. Las primeras zonas a evacuar eran la leridana y la tarraconense, luego la barcelonesa y al final la gerundense. Además de los centros hospitalarios, se utilizarían los hoteles y balnearios. La evacuación se efectuaría por carretera y por vía férrea, con destino a Francia. Una cuarta parte de los heridos -heridos leves-, domiciliados en Cataluña fueron dados de alta. Y unos dos mil, considerados como intransportables, fueron acomodados en hospitales de Barcelona y de La Garriga. Otro millar se quedaría -en muchos casos, ante la negativa de los heridos a seguir siendo evacuados- en los hospitales de Mataró, Gerona y Figueras. A causa de los bombardeos y ametrallamientos -por parte de la aviación franquista de nuestras caravanas de ambulancias y trenes sanitarios -el n.° 1 y el n.° 7-, tuvimos innumerables bajas. Por lo que el número de heridos entrados en Francia apenas rebasaba los diez mil.

La evacuación de nuestros heridos fue una constante preocupación del mando republicano, ya desde agosto de 1936, a causa del asesinato, a bayoneta calada, por parte de tropas rifeños franquistas, en el   —530→   hospital de Toledo, en el que perecieron un centenar de heridos republicanos intransportables. Semejante salvajada se repetiría varias veces; siendo la última con Villarrobledo (Albacete) como escenario.

La plana mayor del Comisariado General de Sanidad de Guerra la integraban: el coronel Francisco Gómez de Lara, el comandante Julio del Águila y el oficial de enlace Carlos del Águila.

La de la Inspección General: el Subcomisario General, José Robusté, sus oficiales de enlace: Tomás Bargés Piñol, José Calvet Febrer y Eduardo Pons Prades. Y a su servicio, como chóferes: V. Fernández, J. París y J. Mercader. Y Evelino Xil, como motorista. (Bargés y Calvet morirían en los campos de exterminio alemanes de Rawa-Ruska, en Ucrania, y Gusen I, en Austria. Fernández y Xil desaparecerían durante la campaña de Francia, 1939-1940.)

Los múltiples contactos con las autoridades militares francesas -sobre todo al encontrarse los heridos en tierras gerundenses- en la misma línea fronteriza, sirvieron para informarles de la importancia de los efectivos evacuados de nuestros hospitales. Y las razones que teníamos para que no cayesen en manos del enemigo. Su escepticismo era comprensible, dado que en la Primera Guerra mundial (1914-1918), ambos ejércitos -el alemán y el francés- habían observado el máximo respeto a los heridos enemigos.

En los últimos días de enero y primeros de febrero de 1939, la evacuación sería accidentadísima. En primer lugar, a causa de los continuos cierres de los pasos fronterizos (Puigcerdà, Camprodón, La Junquera y Port-Bou). Y a causa de las dificultades para hacer entrar en razón a la población civil que invadía las carreteras y conseguir que dejasen libre la parte izquierda de la calzada. Hay testimonios gráficos de que esto último se logró. No así lo primero, ya que las autoridades francesas decían no poder admitir más que 2.500 ó 3.000 heridos. Y a condición de que cada herido estuviese en posesión de su ficha médica. Relatar las discusiones, encrespadas muchas veces -ya que el Subcomisario Robusté hablaba perfectamente el francés- nos obligaría a confeccionar un Libro Negro sobre la materia. Valga esta precisión: llegado el momento de la verdad, los franceses no habían previsto otro alojamiento para nuestros heridos que el de tres buques hospital, anclados en Port-Vendres, al sur de Perpiñán. En los que acomodaron, en condiciones pésimas, a algo más de mil heridos y donde -según el testimonio del doctor Julio del Águila- el material sanitario disponible era similar a la de un simple dispensario municipal...

Salvo unos centenares de heridos evacuados hacia los hospitales civiles de Perpiñán, Narbonne, Carcassonne y Béziers, los restantes, varios miles fueron internados en los campos de concentración de los Pirineos Orientales: Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien y Barcarés. Respecto las condiciones de vida en los citados campos son elocuentes los informes   —531→   del general médico francés Peloquin y del doctor Joaquín d'Harcourt, Jefe de la Sanidad de Guerra del Ejército republicano español. Señalaban que la disentería y la neumonía causaban verdaderos estragos -sobre todo en los internados con menores defensas como los heridos de guerra-, así como la tifoidea, la tuberculosis y en algunos casos la lepra. Que la tercera parte de los internados sufría tiña y sarna, siendo muy frecuente la ulceración de la piel y la inflamación de la garganta, debido a las violentas tempestades de arena que el viento originaba. Agregando el doctor d'Harcourt que los trastornos mentales y neuróticos constituían un problema mucho más grave que el resto de las enfermedades. Algo más tarde, este médico declararía a la escritora Isabel de Palencia que «a varios centenares de médicos españoles se nos prohibió terminantemente atender a nuestros heridos y enfermos».

Esta decisión de no dejar actuar a los médicos españoles fue una de las más arbitrarias e inhumanas que los franceses tomaron, tanto más cuanto las quejas sobre la carencia y la incompetencia de los médicos del país -tanto militares como civiles- era unánime. El doctor d'Harcourt y el enviado del Times (n.° del 24 de febrero de 1939), aseguraban que muchos soldados heridos republicanos habían sufrido amputaciones innecesarias, porque los médicos franceses no sabían poner escayolas e ignoraban también los nuevos métodos para prevenir las infecciones de las heridas, descubiertos durante la guerra civil española por el doctor Josep Trueta. Federico Montseny, en su libro Pasión y muerte de los españoles en Francia, da detalles de una epidemia de tifus declarada en el campo de concentración de Bram, a mediados de 1940: «El médico-jefe, el doctor Leboeuf, ordenó una vacunación general que, cuando los internados habían contraído ya la enfermedad, la agravaba sin remedio, lo cual produjo en pocos días medio centenar de muertes».

Por éstas y otras razones, los médicos y enfermeras de la Central Sanitaria Internacional, que desempeñaban el servicio de tres puestos de socorro, serían destituidos. La negligencia llegó a tales extremos que en la enfermería del campo de concentración de Gurs, donde estaban internados la mayor parte de los Internacionales, nuestros aviadores y un centenar de heridos, no había, a mediados de marzo de 1939, ni un simple termómetro. De otro campo -de castigo éste-, el de Vernet de Ariège, el escritor inglés, Arthur Koestler, en su libro La hez de la Tierra, remata su testimonio con estas palabras: «En cuanto a comodidad e higiene, Le Vernet tenía un nivel digno de la Edad de Piedra... inferior incluso al de los campos hitlerianos (algunos de los prisioneros habían estado internados en Dachau, en 1935). Había una cuarta parte de enfermos que no tenía platos ni cucharas, ni tenedores, ni jabón... La mitad de los prisioneros dormían, sin mantas, a diez   —532→   grados centígrados bajo cero. En el centígrado liberal, Le Vernet estaba en el cero de la infamia». Para completar el cuadro tenemos el testimonio de un sacerdote, mosén Jesús Arnal, que ha escrito: «De Francia, quiero hacer constar, no recibimos nada, absolutamente nada, ni siquiera agua, pues la tomada en las estaciones -siendo acompañante de heridos transportados hacia el interior del país- era como si la estuviésemos robando. En cambio, ellos sí que se aprovecharon de todo lo nuestro, y con mucha prisa. Las magníficas ambulancias Dodge -algunas donadas por los actores y actrices de Hollywood- de que estaba dotado el ejército gubernamental, llegaron a Bourg-Madame y al día siguiente vi correr varias con matrícula francesa y, para más detalles, algunas conducidas por monjas».

Durante algún tiempo nos estuvimos preguntando -tal era nuestra inagotable candidez si las autoridades francesas no habrían sido sorprendidas, realmente, por la rapidez de los acontecimientos y por la arrolladora avalancha de fugitivos que se desparramó en cosa de cuatro semanas por el Pirineo Oriental. La respuesta, clara y contundente e incontrovertible, nos sería dada, en mayo de 1940, en el curso de una retirada mucho más vertiginosa y desordenada que la nuestra; cuando adentraron en territorio francés más de tres millones de refugiados -la mayoría belgas, franceses del norte y holandeses-, en un par de semanas: del 10 al 25 de mayo. Pues bien, a pesar de la precipitación, ni uno solo de ellos fue a parar a un campo de concentración. Se requisaron hoteles, balnearios, castillos, mansiones deshabitadas... es decir: se hizo lo indecible para acogerlos decentemente y se consiguió.

El cinismo desplegado por los gobernantes franceses, para justificar lo injustificable, llegó a extremos inauditos. Así, en marzo de 1939, en la Asamblea de Diputados de París, el ministro del interior, Albert Sarrault, un radical socialista, explicaba su pasividad con estas palabras: «Los franceses no podían empezar a construir albergues para los refugiados, mientras los republicanos siguieron luchando; habría sido un insulto a su valentía. Si los preparativos hubiesen llegado a conocerse se habrían levantado multitud de protestas. Se me habría acusado de predecir el colapso del frente catalán y de contribuir a él con mi predicción; se me abría acusado de atraer a Francia un éxodo que, hasta el último minuto, he tratado de prevenir.» Sin embargo, La Dépêche de Toulouse, en su número del 5 de febrero de 1939, había publicado una fotografía de la agencia France Presse, que presentaba a soldados franceses de unidades montañeras cavando trincheras cerca de Osseja (en la Cerdaña), para tratar de interceptar la temida invasión de las tropas españolas y en las que se llegaron a instalar máquinas automáticas. Preguntamos: ¿con estas   —533→   medidas no se contribuía a aumentar la desmoralización de los republicanos españoles?

Más tarde se supo que algún diputado habría propuesto, a última hora, que se utilizase el material (barracones, camastros, mantas, servicios sanitarios, cocinas ambulantes...), de cuatro campos militares: el de La Valbonne, el de Caylus, el de Larzacy el de La Courtine, que estaban vacíos, enteramente equipados y bien situados geográficamente. Las autoridades consultadas se limitaron «a darse por enteradas».

Heridos de guerra, niños, mujeres y ancianos serían tratados con la misma frialdad e inhumanidad. He aquí dos testimonios que no son más que la cresta del iceberg. El primero es de un muchacho vasco, Gachón Gálvez Prieto: «Fuimos, otra vez, a peor, porque allí nos alojaron en una cárcel. Un auténtico presidio medieval, con altos muros, celdas húmedas y frías, grilletes -que no nos colocaron, menos mal- y unos enormes goznes. Luego supimos que era una prisión de los tiempos de la Revolución Francesa. A mí me tocó dormir en la celda de los condenados a muerte. Tenía como compañero a un hombre muy culto y tranquilizador, al señor Burgos, un alto funcionario del Ministerio de Agricultura. Y a un muchacho de Gijón, Luis Velázquez, de 17 años, valiente e indomable, al que había que frenar a menudo, pues a la más mínima se disparaba contra los que intentaban humillarnos. Alguna vez tuvieron que intervenir los gendarmes». (Véase mi libro Las guerras de los niños republicanos, Madrid, La compañía literaria, 1997).

El otro testimonio es de Amparo Marco de Hernando: «Un día vinieron a nuestro refugio a buscar unas cuantas mujeres para ocuparnos de un grupo de niños españoles que 'necesitaban cuidados especiales', nos dijeron. Primero nos preguntaron si entre las refugiadas había alguna doctora o enfermera. Con una, que era enfermera, nos ofrecimos a ir las que nos creíamos mejor preparadas o al menos con cierta experiencia maternal.

Mire usted, cuando entramos en aquella destartalada sala nuestra indignación no tuvo límites. Usted imagínese a cerca de cien niños y niñas, que tendrían entre seis y catorce años, tendidos en el suelo, sobre las colchonetas, sin una sola sábana; los unos tapados con una manta y otros con dos, o con sus abriguitos, tosiendo sin parar que daba pena verlos. Por allí merodeaban varias mujeres -después nos enteramos de que eran de una asociación católica del lugar: de la villa de Le Puy- que no sabían a qué santo encomendarse. La muchacha enfermera confirmó enseguida el diagnóstico, que algunas de nosotras habíamos insinuado: aquellos niños sufrían tosferina aguda. Nosotras, apenas llegamos a la sala-dormitorio, al comprobar aquel abandono y desidia, como pudimos nos esforzamos por dar a entender a las 'damas' aquellas que era indigno de un país civilizado,   —534→   como Francia, el haber metido a nuestros niños en una antigua sala de espectáculos que no reunía ni las más mínimas condiciones de habitabilidad ni para personas mayores. Y que era vergonzoso e inhumano que, al declararse los primeros síntomas de la enfermedad no hubiesen llamado enseguida a los médicos. Nos respondieron que lo habían hecho y que esperaban su llegada de un momento a otro.

Para no perder más tiempo, otra chica y yo fuimos a ver al alcalde, para ponerle al corriente de lo que estaba pasando y pedirle que tomase medidas urgentes para atajar la epidemia de nuestros niños. Nos respondió que era la primera noticia que tenía de tan lamentable asunto y que iba a movilizar -eso dijo, sí: movilizar- a todos los médicos de los contornos. Pero, el primer médico que apareció por el «Centro de Acogida» -uno joven, que acababa de licenciarse, y que se desviviría por atender a nuestros enfermos- lo hizo tan sólo al día siguiente, a las veintitantas horas de haber visitado al alcalde. Ahora usted, amigo Pons Prades, imagínese aquél espectáculo. Cuando se nos echó la noche encima, aquella luz mortecina, improvisada, daba a la sala aires de un inmenso velatorio. Con el silencio en menos. Era algo dantesco: las cien gargantas infantiles sin parar de toser y aquellos cien pechos, tan frágiles, con sofocos que parecía que se les iba la vida. Y así toda una larga noche del mes de marzo de 1939. Una noche fría, glacial, como son todas las noches en el Macizo Central -esto sucedía en Le Puy, en el Haute Loire-, donde pasé las peores horas de mi vida en el exilio.

A los pocos días de haber sido evacuados hacia varios hospitales de la región, gracias a la enérgica intervención del joven médico, nos enteramos de que algunos de aquellos niños habían fallecido». (Véase mi libro: Las guerras de los niños republicanos).




ArribaAbajoLa Segunda Guerra Mundial (septiembre 1939-noviembre 1944)

Al estallar la Segunda Guerra Mundial -cuando la colonia exiliada republicana española sobrepasaba apenas los 300.000 individuos-, en pocas semanas más de cien mil de entre ellos participaba en el esfuerzo de guerra en Francia. Unos 8.000 en la Legión Extranjera; 27.000 en los Regimientos de Marcha (el autor combatió en el XIIIº como teniente de ametralladoras); unos 55.000 en las Compañías de Trabajo Militarizadas (Fortificadores); y unos 15.000 en la industria de guerra. Los alistamientos obedecían a los más diversos motivos. En general, para salir de los campos de concentración. Y no faltaron amenazas o coacciones de todo tipo...

En resumen: acabábamos de salir de una guerra y nos encontramos inmersos en otra, con apenas cinco meses de paz... Sin posibilidad alguna, en la inmensa mayoría de los casos, de convivir con la   —535→   población francesa, la cual, a causa de la intensa propaganda de la prensa europea contra la causa de la República Española, nos consideraba como «rojos peligrosos». Salvo, naturalmente, en los medios sindicales obreros. Por ejemplo: los ferroviarios, los empleados de Correos, Teléfonos y Telégrafos, y el cuerpo de la Enseñanza. O los militantes del Socorro Popular francés. De todos ellos recibiríamos incansables demostraciones de solidaridad.

Al ser derrotados los ejércitos aliados, en junio de 1940, y verse ocupada Francia por las tropas enemigas, empezó la andadura bélica más variopinta de los republicanos españoles del exilio. Los legionarios -a los que se añadirían cientos de soldados de los disueltos Regimientos de Marcha-, lucharían en Noruega, Camerún, Chad, Libia, Eritrea, Cercano Oriente, Túnez, Italia, Francia y Alemania. Y en la guerrilla de Francia -mientras otros luchaban en la soviética-, donde los destacamentos autónomos españoles llegaron a sumar unos diez mil hombres armados, en vísperas de la liberación del país, en agosto de 1944. (El autor era, entonces, Coordinador Regional de la Guerrilla española, en el Pirineo Oriental). El hecho de armas más recordado es el de la liberación de París. Los primeros autos-blindados que alcanzaron la Plaza del Ayuntamiento de la capital de Francia, el 24 de agosto de 1944, a las 21 h 22, pertenecían a la famosa Novena Compañía Motorizada integrada toda ella por ex soldados del Ejército Republicano español-, de la 2.°- División Blindada de la Francia Libre, al mando del legendario general Leclerc. Todos los vehículos en el radiador y en los flancos- llevaban inscritos nombres de batallas de la guerra de España: Madrid, Guadalajara, Jarama, Guernica, Brunete, Teruel, Belchite, Ebro y Don Quijote.

Además de los diez mil compatriotas nuestros inmolados en los campos de exterminio alemanes, los muertos y desparecidos de resultas de la guerra mundial (1939-1945) oscilan entre 20 y 25.000. Osea: aproximadamente la tercera parte de los alistados, en 1939-1940, en el bando aliado.

No deja de ser curioso que fuese gracias a su prestación bélica -notable ya durante los casi tres años de la guerra de España- como los republicanos españoles del exilio forzasen la admiración y el respeto de unos y otros... y de los franceses en particular. Mas, con la paz, al fin, reconquistada, todavía nos quedaba otra larga andadura por recorrer: la de demostrar, día a día, que éramos gentes que habíamos sido formados y educados para todas las tareas humanas posibles e imaginables. Y no para las guerras...




ArribaAbajoLa posguerra: desde 1945 a nuestros días...

El autor hizo dos viajes clandestinos a España: el 14 de octubre de 1944 -entrada: por Euskadi-, regresando el 11 de noviembre de   —536→   1944, por tierras catalanas. Y el otro: el 14 de diciembre de 1945 -con entrada y salida por el Pirineo Oriental-, regresando el 5 de enero de 1946. Visité Euskadi, Asturias, Madrid, Valencia y Cataluña, en plan informativo. Y asesorado y ayudado por militantes del Partido Sindicalista, a cuyas Juventudes pertenecía desde enero de 1937. Ya desde el otoño de 1944 -recién liberado el Mediodía de Francia y reorganizados partidos y sindicales españoles en el exilio-, se podía vislumbrar que, contrariamente a lo que parecían pensar los estados mayores de nuestro exilio, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial no nos ayudarían, decisivamente, para derribar la dictadura franquista. Algunos -los más jóvenes y decididos- considerábamos que los golpes decisivos contra el franquismo debían ser asestados en el «Interior», que es como designábamos nosotros el territorio español.

A mi regreso a Francia, en abril de 1948 -había sido detenido, en el Pirineo el 5 de enero de 1946, y tras una breve estancia en la cárcel, viví en España casi dos años con una falsa identidad-, me esforcé por persuadir a las gentes del exilio que nuestro objetivo fundamental debía ser el de centrar todas nuestras actividades en la ayuda a nuestros compañeros del «Interior». Y en particular a los grupos de guerrilleros libertarios, tanto urbanos como rurales. Pero fue como predicar en desierto.

Entre tanto, desde 1946 a 1953, se habían producido varios acontecimientos beneficiosos para el régimen franquista: retirada y retorno de embajadores de los países aliados... firma del pacto con los Estados Unidos y firma del nuevo Concordato con el Vaticano. Y, por consiguiente, de una forma u otra, la mayoría de los exiliados se fue instalando en el destierro. Mientras que los guerrilleros ibéricos -libertarios y comunistas- seguirían luchando hasta los primeros años sesenta.

A partir de febrero de 1956 -a raíz de los incidentes universitarios de Madrid-, el autor consideró llegado el momento de colaborar en las publicaciones del exilio (Solidaridad Obrera, Umbral, Suplemento Literario, España Libre, Cuadernos, Ibérica, Diálogo de las Españas...), para comentar y difundir las actividades de los antifranquistas del «Interior». A la vez que empezábamos a colaborar en revistas de España (Cinema Universitario, Afal, Índice, Ínsula, Papeles de Son Armadans...) y aprovechando cualquier circunstancia para establecer contactos entre el «Interior» y el «Exilio». Contactos que abarcaban tanto el campo de la cultura como el de la política.

Por aquellos años -fines de la década de los 50 y comienzos de los 60- el autor empezó a colaborar, sucesivamente, en L'Indépendant, de Perpiñán, Midi Libre, de Montpellier, y La Dépêche, de Toulouse, periódicos en los que me limité, casi exclusivamente, a reseñar y comentar el joven cine español, con los directores Bardem y Berlanga en cabeza,   —537→   y Saura y Ferreri al alimón. Puedo afirmar que la disecación, por ejemplo, de filmes como Bienvenido Mister Marshall, Muerte de un ciclista, Calabuig, Calle Mayor y La venganza, entre otras, daba pie a que los lectores franceses quedasen informados de que, en España, pese a todo, la oposición antifranquista luchaba en todos los frentes.

Estas colaboraciones nos abrirían las puertas de las Casas de la Juventud y de la Cultura -desde los Pirineos a los Alpes-, participando, como presentador de filmes, casi siempre españoles, o los mexicanos de Luis Buñuel. Presentaciones seguidas de coloquios, muy animados por lo regular, lo que nos permitía ilustrar las realidades de España.

Por este carril, el autor, en la villa de su residencia, Carcassonne, fue uno de los principales animadores del Festival de Arte Dramático de la Cité -creado en 1957-, que comentaba en Papeles de Son Armadans, reseñando obras de teatro y autores prohibidos en España. Fui, asimismo, uno de los fundadores y animadores del Festival Internacional de Cine Amateur de Carcassonne. Y, por las mismas fechas, formé parte de un modesto equipo de cortos metrajes titulado Cineastas de la cité, donde hice de guionista y de script... y de extra. Actualmente, el Festival de Arte Dramático sigue siendo uno de los más reputados de Francia. Colaboré en él hasta el verano de 1964, en que trasladé mi residencia a Madrid, como Jefe de Producción de Editorial Alfaguara -bajo la dirección de Camilo José Cela-, pero esto es ya otra historia...





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ArribaAbajoPautas metodológicas para reconstruir la memoria histórica: a propósito de las experiencias vividas por Victoria Kent en París (1940-1944)

M.ª Dolores Ramos


Universidad de Málaga


Sin memoria, cada noche es la primera noche, cada mañana la primera mañana, cada beso y cada roce son los primeros.


ALAN LIGHTMAN                


El pasado no es libre. El pasado es controlado, gestionado, conservado, explicado, contado, conmemorado, magnificado o envilecido, guardado


RÉGINE ROBIN                



ArribaAbajo1. Memoria y escritura autobiográfica

Afirma Walter Benjamin que un acontecimiento vivido puede considerarse terminado o encerrado en la esfera de la experiencia, pero que ese mismo acontecimiento al ser recordado, lejos de sufrir limitaciones, se convierte en llave de lo que acaeció antes después del mismo877; así, el recuerdo es un referente para ordenar el tiempo en un sentido horizontal, cronológico, ya que la memoria es un laberinto y para orientarse en él hay que recurrir a las asociaciones, los símbolos, las alegorías, los valores compartidos, incluso los valores rechazados, en fin hay que recurrir a todo lo que sirva para interpretar el pasado de un individuo o un grupo social878. Pero el eje cronológico no es el método natural de la memoria, más bien podríamos considerar que cada sector de la vida está construido con sus propios materiales y que   —540→   es el contenido temático el que permite identificar mejor los acontecimientos por orden cronológico879.

Régine Robin subdivide el tiempo en unidades horizontales establecidas por un hecho a partir del cual se establece un «antes» y un «después», y también en unidades verticales ligadas a algún acontecimiento contemporáneo que bien podría estar relacionado con el poder y las instituciones, con la respuesta colectiva a determinados conflictos sociales y naturales: bombardeos, huelgas, catástrofes; o con determinadas vivencias personales y familiares consideradas traumáticas: detenciones, despidos, problemas que afectan a los refugiados y exilados. Estas tres modalidades a veces se sobreponen en la memoria individual y colectiva, otras veces se alzan como fronteras inaccesibles en la vida de las personas880. En cualquier caso, «la memoria colectiva puede estar informada por el saber histórico, dominada por la memoria nacional, pero tiene su propio dominio específico, lo legendario del grupo, una memoria tenaz y borrosa a la vez (...). A veces, de recuerdo pantalla en recuerdo-pantalla, se desplazan los decorados, los vestuarios, los acontecimientos»881.

Sin embargo, frente a la memoria colectiva, la historia interroga, plantea hipótesis, explica, interpreta y relaciona hechos diversos; es duración y cambio; se estructura en coyunturas y ciclos diferenciados. Por este motivo, y debido a que todo acontecimiento tiene unos orígenes y unas consecuencias, hay que preguntarse de qué modo actúa un hecho histórico sobre la memoria individual y colectiva y cómo este mismo hecho es elaborado, transformado e interpretado en la «larga duración» de la tradición oral y escrita. Dicho de otro modo: a pesar de que las grandes rupturas sociales marcan la vida de las personas, los sucesos individuales conllevan a menudo una gran carga dramática que afecta a la cotidianeidad de los seres humanos882. La historia de la privacidad no puede resultar ajena a esa tensión ni a esos conflictos personales. «Se ha señalado -con razón- que la mejor obra de un autor es su propia vida y que ésta queda plasmada, a veces, en la escritura autobiográfica -narración del yo frente a la narración de lo(s) otro(s), en sus diversas manifestaciones (autobiografías, memorias, diarios, epistolarios, autorretratos, etc.)883. Estos escritos son una fuente documental de gran interés para la historia, la literatura, la sociología, la filosofía y la cultura en general»884.

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La memoria autobiográfica surgida en el contexto de la guerra civil española y la posguerra es un género histórico-literario en el que se manifiestan vivencias, recuerdos, justificaciones políticas e ideológicas. Es «el lenguaje de los perdedores»885, la «declaración del vencido»886, el testimonio mediante el cual el sujeto se pone en orden consigo mismo y ante los demás887. Es, según Teresa del Valle, una estrategia creativa que sirve de catarsis a la persona que la elabora888, apreciación en la que coincide con Philippe Lejeune, pues ambos piensan que lo importante es «poder decir lo que se moriría de no poder decir»889. La confesión es una forma privilegiada de fortalecer la identidad, o quizá tan sólo de sobrevivir en un mundo hostil890. En Manuel Azaña, Rafael Alberti, Ángel Osorio, Federica Montseny, Mª Teresa León, Victoria Kent y Dolores Ibarruri, por no citar más que unos cuantos nombres, se manifiestan estas tenencias que unas veces adoptan la forma de historia externa y otras los rasgos de una historia interna, más intimista891. En uno y otro caso, el número de memorias autobiográficas y epistolarios escritos en España es escaso en comparación con el de otros países.

Consuelo Berges, en el prólogo al libro de Victoria Kent Siano Cuatro años de mi vida, 1940-1944, objeto de las reflexiones metodológicas tratadas en esta comunicación, afirma que la mayor parte de las vicisitudes padecidas por los exiliados españoles en Francia han sido silenciadas consciente o inconscientemente: «Tal situación la vivieron y sufrieron centenares, millares de españoles. La mayor parte de ellos no   —542→   pueden ya contarlo. Contado lo dejaron algunos que encontraron revistas o editoriales hispanoamericanas donde imprimirlo. Una gran mayoría de los supervivientes, algunos en España desde hace más o menos tiempo, algunos en la propia Francia o en diversos países europeos; otros, los más, en las Américas, en la de nuestra lengua sobre todo, se diluyeron en los batallones del olvido y del silencio, arrellanados o azacaneados en o tras el disfrute del dinero. Ahora, en el despertar de la pesadilla -un despertar no muy tranquilo y no muy lúcido, han ido y van surgiendo artículos y libros descriptivos de aquellos negros años»892. El libro de Victoria Kent, aunque no aparece en la selección sobre escritura autobiográfica realizada por José Romera Castilla recientemente893, es crucial para entender la tremenda realidad histórica de los refugiados españoles, una realidad que Victoria Kent «fue recogiendo y transmutando (...) tan serenamente, tan sobriamente, tan poéticamente»894.

El género autobiográfico articula al sujeto que escribe con la historia, el poder, la temporalidad y la memoria, con la imaginación, la representación y el lenguaje. Règine Robin habla de la «novela memorial» aclarando que en ella el pasado se modifica, se desplaza y deforma, pues «no hay memoria colectiva (...), sin esa hibridez de formas, de sincretismo de lo real ya semiotizado, tomado en el orden del lenguaje, la representación y lo imaginario; no hay separación estanco entre lo científico y el mito, lo explicativo y el relato, lo legendario y lo histórico»895. Lo que quiere decir que de la memoria personal autobiográfica a la novela memorial sólo hay un paso. El Plácido de Cuatro años en París es una metáfora del yo, un disfraz, una construcción a través de la cual Victoria Kent se proyecta hacia fuera. Un personaje en el que lo ficticio y lo autobiográfico se funden en el lenguaje896. En cualquier caso, «el pacto autobiográfico» convierte a la autora en narradora y protagonista a la vez, de modo que su «yo es un otro»897. Victoria Kent se transforma en Plácido898. Subida/o a su bicicleta, con el pelo cortado a lo garçon, sortea los peligros en la calle, o   —543→   espera agazapada junto a un árbol a que termine el toque de queda para volver a su escondite. Mientras tanto, reflexiona sobre lo vivido, aprisiona momentos, cata sentimientos y rescata olvidos. Victoria Kent sabe que Plácido «da quizás al relato cierto cariz de divagación literario-filosófica, y la historia toma aires de novela. Pero así fue surgiendo esta especie de diario, escrito gracias a esos resortes vitales que nos equilibran en momentos especiales de nuestra vida»899.

Es significativa esta transformación de la protagonista-narradora en el hombre que escribe en tercera persona. Silonie Smith considera que el sujeto de la autobiografía se concibe siempre en masculino, ya que la mujer está adscrita a la no-historia, al ámbito privado, y por esta razón su identidad no puede compararse a la del hombre900. Pero la cuestión hay que enfocarla no sólo desde punto de vista de la crítica feminista sino desde el prisma de las relaciones de poder y los mecanismos de control directo o indirecto que ejercen las instituciones sobre las personas. Volvamos al París ocupado de los años cuarenta. Los colaboracionistas, la duda permanente sobre la identidad de los vecinos, la vigilancia de la Gestapo, las incursiones nocturnas de la policía franquista, todo eso sirve para diversificar las redes de poder y segmentar el yo, para convertir ciertas rutas en muy peligrosas, para fomentar las identidades ocultas y multiplicar los momentos prohibidos.

También Shari Benstock opina que frente a los modelos clásicos masculinos, en las autobiografías de mujeres el yo está descentrado, dividido, incluso ausente901. Pero debemos recordar que este hecho afecta a todos los grupos oprimidos y a las minorías en general. Las mujeres suelen proyectar «un yo en sus autobiografías, que no es ni una entidad aislada, individualista, ni un ente colectivo, sino una combinación de ambos, lo cual resulta de su alienación con respecto a las imágenes culturales de sí misma que se le han pretendido imponer históricamente»902.

Es verdad que las vivencias de Victoria Kent (Málaga, 1892-1987) rompen el molde de esas imágenes culturales; primero en Málaga y Madrid; después en París, Méjico y Nueva York. Desde niña había interiorizado la trayectoria histórica de la ciudad donde nació (liberalismo, cantonalismo, republicanismo, tradición librepensadora). Por otra parte su formación intelectual -bachillerato, estudios de magisterio, derecho, doctorado en esta especialidad- distará mucho de las   —544→   clases de bordado y piano que recibían las chicas de clase media. Su familia frecuentaba los círculos culturales de la Sociedad Malagueña de Ciencias y la Institución Libre de Enseñanza, especialmente la amistad de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes. Una vez en Madrid, Victoria Kent ingresa en la Residencia de Señoritas y establece relaciones con María de Maeztu, Julia Iruretagoyena de Meabe y Elena Soriano. De su temprano compromiso social da una idea el que se incorporara a la Juventud Universitaria Feminista, a la Liga de Derechos del Hombre y a la Unión Nacional de Estudiantes Españoles, representando a esta última en el Congreso Internacional de Estudiantes de Praga celebrado en 1921. Tras obtener el doctorado de Derecho en 1924 e ingresar en el Colegio de Abogados, funda con María de Maeztu el Lyceum Club en 1926, y se convierte en abogada del Sindicato Nacional Ferroviario. En política será siempre republicana. Pero fue su labor al frente de la Dirección General de Prisiones, caracterizada por una importante reforma penitenciaria, lo que le dio popularidad, al punto que Victoria Kent quedó inmortalizada en el chotis de «Las Leandras» que cantaba Celia Gámez como un personaje fuerte, libre, rupturista, casi masculino, en relación con los arquetipos femeninos de la época. Esta es la mujer que se desdobla en «otro» para escribir a escondidas su diario en la Francia ocupada903.

Los lugares de la memoria, en expresión de Pierre Nora, ayudan a conservar los recuerdos, refuerzan la genealogía, otorgan valor a las cenizas ilustres o anónimas, pues toda búsqueda se sitúa en unas coordenadas espacio-temporales muy precisas904. Victoria Kent rastrea, desde su escondite parisino, los paisajes de su infancia en Málaga: el barrio de la Victoria, calle Lagunillas, la plaza de la Merced; busca las azoteas blancas desde donde se adivina el mar azul, rememora el sabor de los cítricos, las pasas y almendras, los olores de la tierra natal. Esa memoria de los paisajes, los seres y cosas conduce inevitablemente a la nostalgia del tiempo perdido. Con estos materiales se compone un   —545→   relato, se crea un discurso dirigido a uno mismo y a los demás, casi siempre plagado de reflexiones sobre el pasado y el presente. Victoria Kent arroja con valentía ese discurso al rostro de sus lectores.

Uno de los rasgos característicos de la escritura autobiográfica es el que confiere valor a lo personal, creándose así un espacio donde la subjetividad y la reflexión se dan la mano y en el que la fuerza emocional surge de situaciones como el miedo, la huida, los golpes, el sufrimiento tísico, la tortura psicológica, el dolor, la muerte905. Pero toda mirada retrospectiva tiene una estructura variable, según los contextos mediatos e inmediatos y el estado de ánimo de la persona que rememora un acontecimiento. Evidentemente, entre 1940 y 1944 Victoria Kent atravesó la época más difícil de su vida: «Yo no estaba en Francia como refugiada. Mi Gobierno me había nombrado secretaria de la Embajada española en París con la misión especial de ocuparme de los niños españoles según iba cayendo el Norte de nuestro país (...). Esta labor mía, a la que me entregué en cuerpo y alma, me impidió salir de Francia cuando todavía era tiempo. Y, ya abonado el pasaje para Méjico, a la hora de tomar el barco las compañías de navegación habían suspendido los viajes. Francia estaba invadida por los nazis»906. Atrás quedaban los tiempos en que Valencia fue escenario del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura en 1937. En él, los intelectuales protestaron contra lo que se consideró una agresión del fascismo internacional a la República española, triste «prólogo de lo que sería la II Guerra Mundial»907. Cuando se cumplió el pronóstico, Victoria Kent sobrevivió en la clandestinidad y rodeada de enemigos; no obstante, su intuición la ayudará a guiarse en una ciudad tomada por espías y delatores. Primero tuvo que adaptarse a la rutina de su encierro en la embajada de Méjico; después, cuando incluso la inviolabilidad diplomática resultó insuficiente para conservar la libertad y quien sabe si la vida, tuvo que aprender a vivir en un apartamento cercano al Bois de Boulogne. Victoria «olvida» su nombre. Ahora es Plácido (también Madame Duval). Otras personas de nacionalidad española se vieron obligadas, como ella, a llevar una doble vida, muchas fueron internadas en campos de concentración, algunas se tiraron de los trenes en marcha para alcanzar la «libertad»: «Qu'ils nous cassent les pieds, ces espagnols! Rien à faire avec eux»908.



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Arriba2. Los caminos de la memoria: A propósito del «diario» de Victoria Kent en París (1940-1944)

En toda búsqueda retrospectiva hay que señalar tres importantes aspectos: el efecto revelador del paso del tiempo, el poder evocador de ciertos acontecimientos, objetos y personas, y los mecanismos que mueven los recuerdos.

En el primero encontramos las claves del pasado, los hechos que pueden explicar las situaciones del presente. Así, en su encierro parisino, Plácido percibe la posibilidad de tener que afrontar la muerte en cualquier momento, lo que le lleva a volver la vista atrás, primero a la niñez y adolescencia vividas en Málaga -la edad de la inocencia-, después hacia el drama vivido en la guerra civil española. El problema, una vez asumida la posibilidad de morir, es cómo encarar la muerte: «Morir en aquel patio blanco, soleado, alegre, era distinto; morir en su patria era dejar riqueza en buenas manos, semilla en buena tierra. Pero morir en un camino sin fisonomía, en el filo de una esquina, en un patio lóbrego en esa hora fría del alba, en país extranjero... No, no. Morir en mi país, eso sí, aunque deba morir a manos de los otros»909. La verdad revelada ahora es la de dos Españas enfrentadas, el odio suscitado por la Guerra civil y sus secuelas: el exilio, la cárcel, los fusilamientos, la represión. Mecanismos para reafirmar el poder de los vencedores, para borrar el rastro de las ideologías vencidas, para evitar resquebrajaduras políticas y fomentar la unanimidad entre los supervivientes: «En España la guerra terminó; no importa, la España «totalitaria» sigue matando. La palabra de orden es «limpiar», y se va matando aldea por aldea, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad. La hipoteca apremia y se sigue matando a los vencidos allí donde se encuentren: no existen fronteras cuando se cuenta con eficaces colaboradores»910. Ahí reside la clave para entender la angustia de Victoria Kent; la clave para temer la llamada a la puerta en horas intempestivas y sufrir los registros cuando la ciudad duerme, para esperarlo todo.

La fuerza del poder evocador de acontecimientos, objetos y personas ayudan a Victoria Kent a rescatar «los satélites de la memoria»:   —547→   calles, olores, paisajes. El calendario impone sus fechas. Frío intenso en París; la nieve comienza a cubrir los árboles y un cedro cualquiera toma el aspecto de árbol de Noël. Mucho más lejos, en el recuerdo surgen las Navidades tibias y soleadas de la infancia, los Belenes de barro, quizá de exageradas proporciones a los ojos de la niña que pasea por una plaza dorada: «¡Aquella feria que cada año se establecía en la plaza, qué alegre y tranquila era y cómo mantenía una ilusión durante los doce meses!» Bien es verdad que la plaza parecía hecha para aquella fiesta: aquí un puesto de turrones, al lado la tómbola, más allá las figuritas de barro para el Nacimiento, tiestos de flores, ramas de naranjo cargadas de auto, limones, peras, madroños, higos, almendras, dátiles, pitos, zambombas, panderetas... Era difícil establecer una preferencia delante de tantas cosas con las que se había soñado tanto tiempo»911. Ese es el papel de la memoria: traer a la conciencia estos hechos, aprehender el tiempo, fijarlo, grabarlo. Tener conocimiento de la historia familiar, de la ciudad y del barrio a través de las experiencias propias y de las de otras personas vivas o muertas. Para reconstruirla hay que transitar ciertos caminos.

Entre las pautas metodológicas que pueden sernos útiles a la hora de elaborar y «transcribir» la escritura autobiográfica, hay que señalar, siguiendo el esquema propuesto por Teresa del Valle, los hitos, las intersecciones, las articulaciones y los intersticios. Aplicaremos estas pautas al análisis del libro de Victoria Kent Cuatro años en París.

Los mecanismos que mueven los recuerdos se ordenan alrededor de un punto de partida, al que seguirán sucesivamente otros puntos de mira. Son los hitos que establecen un antes y un después, reordenando el tiempo y las vivencias912. Quiere esto decir que la ocupación de París por los nazis cambió la fisonomía de la ciudad, transformó las costumbres, llenó a la gente de interrogantes. Algunas personas no volvieron a sus casas, entre ellas Victoria Kent, a la que «le dolía aquella separación, le dolía porque el día de la catástrofe (...) había visto abandonada (la ciudad), exhausta después de una semana de sangría ininterrumpida; había visto derramarse su vida por todos los caminos, caminos que no conducían a ninguna parte»913. La vida cambió su ritmo cotidiano. La soledad se instaló en las calles. Muchas personas no sabían dónde ir. Estas vivencias serán destacadas después como señales de referencia. A veces se perciben desde el principio, otras se llega a ese convencimiento con el paso del tiempo. En cualquier caso, los hitos son como peldaños de una escalera914.

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Pero en la vida, como en la memoria, aparecen intersecciones, es decir, encrucijadas, bifurcaciones, estableciendo la línea divisoria entre lo que se hizo y lo que se dejó de hacer. El recuerdo nos lleva a tener conciencia de que en un momento de nuestra existencia tuvimos que elegir a despecho de perder la libertad o de poner la vida en peligro. Victoria Kent lo relata así: «En realidad tengo delante de mí dos caminos, mejor dicho, un camino: abrir esta puerta y la otra y sumergirme en la ciudad, o la soledad. A mi ciudad, como las otras invadidas, muertas también, ¿qué puedo ofrecerle? Y ella ¿qué puede darme? Mi esfuerzo en nada puede modificar su vida, su pobre vida gris y saturada de pólvora»915. Plácido, el otro yo de Victoria Kent, tiene que decidir en soledad o posponer su decisión, también puede dejarse ayudar por ciertas personas. Finalmente, la acción será sólo suya: «Decididamente, la habitación era pequeña. Subió a la galería, bajó la escalera y, sin saber cómo, se encontró en la calle (...). Por primera vez después de diez meses, Plácido sentía el aire libre; se quitó la chaqueta, quedó inmóvil. El viento pasaba por sus ropas y atravesaba su cuerpo. Creó que no podía respirar, le costaba trabajo adaptar la violencia del aire al ritmo de su respiración»916. La decisión de salir a la calle, por impremeditada que fuera, deja a Victoria Kent a merced de sensaciones que hacía tiempo no experimentaba: «El viento corría y Plácido corrió con él; corría con él, se detenía, volvía a correr. Unas veces se dejaba arrastrar; otras, corría en dirección contraria (...). Plácido entraba en la borrachera del aire, del aire puro, que es ligereza hasta no sentir el propio peso. Tuvo la impresión de que no tenía músculos»917. Y es que frente al tiempo que marca el reloj, con sus horarios y exigencias, al tiempo corporal es un tiempo subjetivo; «en él las personas atienden los latidos de su corazón, el ritmo de sus deseos y estados de ánimo»918.

Las articulaciones pueden percibirse en la memoria como los momentos en que se adoptan decisiones, se producen encuentros y surgen respuestas a determinadas situaciones. Hay que adaptarse al medio; sopesar los apoyos, los obstáculos, las pérdidas; establecer el grado de consonancia o disonancia de un grupo social o de un individuo con los valores y expectativas del entorno. Para sobrevivir acorralado hay que tener coraje y recurrir a ciertas estrategias: «Plácido había llenado muchas horas de muchos meses con un ejercicio que suplía su inactividad. Durante aquel invierno, más duro que de ordinario,   —549→   había combatido el frío gracias a esas horas en que el desván le servía de frontón. Aquel hombre peligroso, vigilado primero con guante blanco por la policía, sin que él se diera cuenta, buscado después por los invasores en estrecha colaboración con sus compatriotas, sentía una especie de agradecimiento hacia aquella modesta y bonachona pelota, resignada a vivir en un desván en espera de que, a determinadas horas del día, una mano amiga la cogiera para lanzarla contra aquellas paredes polvorientas»919. Una pelota, un juguete capaz de plegarse a los deseos de una persona. Un objeto capaz de producir reajustes en una situación difícil.

Victoria Kent nos dice que el enlace de un hombre aislado con el mundo que lo aísla depende de algo tan simple como dar o no dar «la vuelta al conmutador del aparato de radio (...) con sus explosiones de mentiras», patrañas que, por otra parte, la exasperan: «Escuchaba y al mismo tiempo leía; es decir, leía más que escuchaba. Retiró la mirada del libro y la dirigió al aparato; prestó atención, daban noticias de España. Bruscamente se levantó, dejando caer lo que tenía en las manos: dos amigos más habían sido fusilados. ¿Hasta cuándo?»920. Victoria Kent decide no silenciar este hecho, prefiere denunciarlo921, así se rebela y se redime a la vez en un proceso de catarsis; pero su denuncia no está exenta de peligro, sobre todo si esas páginas autobiográficas hubieran caído en manos de la policía.

En la incursión por los pliegues de la memoria vamos a tropezar también con los intersticios, es decir, con las vivencias de carácter innovador que preceden a los cambios y las nuevas formas de vida. Pueden presagiar la luz o las sombras. Para Plácido, algo aparentemente tan simple como dar un paseo por las calles supone la búsqueda de un espacio de «libertad» y riesgo: «En la tarde, cuando no se distingue el hilo blanco del negro (...) abría su puerta y vagabundeaba hasta las doce, hora en que quedaba prohibida toda circulación. Después de aquella primera salida, él se había dado una consigna: no caer a lo tonto. Gozaba de unas horas de aire libre...»922. Sentía que las circunstancias le llevaban en direcciones opuestas. Confiado en su aislamiento y a la vez receloso de ese vacío, se veía a sí mismo cerca y lejos de la brutalidad y la sospecha. Era como si, convaleciente de una enfermedad, percibiera la necesidad de establecer distancias entre el mundo y él. En realidad, «de una manera oscura, a tientas en sí mismo, buscaba una solución: penosamente, sin darse cuenta, se despedía de su soledad»923. El miedo a las consecuencias, más que ninguna   —550→   otra cosa, era lo único que podía frenarlo, lo que evitaría que pudiera dar pasos en falso.

Al reflexionar sobre estas pautas metodológicas, se evidencia la dificultad de establecer una «historia personal» única, así como la pluralidad de enfoques con que ésta puede ser abordada, los vacíos, cortes, olvidos y justificaciones de quien actúa y relata. De ahí la necesidad de contar con múltiples testimonios de un momento histórico concreto. Hay que tener presente que muchas de las personas que narran sus experiencias viven apegadas al pasado, convertidas, según palabras de Lightman, en «exiliadas del tiempo», pendientes del tren que pasó y se perdió, arrastrando la melancolía de lo que pudo ser y no fue924. Esta situación es aplicable sobre todo a los exiliados, a quienes han padecido torturas físicas, vejaciones y sufrimientos de todo tipo. El desdoblamiento típico de «pacto autobiográfico» puede llegar a ser insoportable para ellos: «No puedes saber tú lo que se siente al oír la vida de uno en pocas horas».