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Años después, y en ocasión que diré a su tiempo, tuve motivo de conocer y tratar a este benemérito ciudadano, en cuyo elogio mucho pudiera decir aún.

 

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No me es posible citar a Meléndez sin consignar aquí una circunstancia que me hace más halagüeña la memoria de este delicado poeta, el primero sin duda alguna de su tiempo y el sucesor inmediato de Garcilaso de la Vega. -Hallábase en 1816 de temporada en casa de mis padres, con quienes la ligaba estrecha amistad, la ilustre señora doña Rosa de la Nueva y Tapia, que solía habitar en el pueblo de Cantalapiedra, su patria, como las otras distinguidísimas familias de Onís, Salmón, etc., y que a pesar de sus sesenta años conservaba aún restos preciados de su asombrosa belleza. -Una noche en que yo, niño a la sazón de trece años, acababa de recitar, según mi costumbre, varias composiciones de los celebrados vates salmantinos, acerté a comprender entre ellas el bellísimo romance de Meléndez titulado «Rosana en los fuegos», y no bien lo hube acabado, cuando la señora doña Rosa, con las lágrima en los ojos y colmándome de besos y de abrazos, sacó de su escritorio un precioso retrato en tarjeta, delicadamente miniado, que representaba una singular beldad, con el cabello corto y ensortijado y un traje verdaderamente escultural; y dirigiéndose a mí -«Toma, hijo mío (me dijo), este retrato, grabado en París hace más de treinta años; -es el retrato de la Rosana de Meléndez, la misma que te lo regala, para que lo guardes en memoria suya y de su tierno cantor». -Así lo he hecho en efecto, y aún comunicádole a los insignes literatos a quienes he tratado después, desde el gran Quintana y el enérgico Gallego (que me dijeron haberla conocido en su juventud), hasta todos los contemporáneos que me favorecen hoy con su amistad, felicitándome todos por poseer este señalado recuerdo del gran poeta y de la incomparable beldad que acertó a inspirar la tierna lira de Batilo.

 

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Casi todos ellos, como los Sres. Martel, Hinojosa, Mintegui, Carrasco y González Alonso, vinieron de diputados a las Cortes de 1820 y 21, y muerto ya entonces mi padre, me distinguieron, aunque tan joven era, con su confianza y amistad. También obtuve la mima distinción del célebre deán de aquella Santa Iglesia, D. Benito Lobato y Caballero, que por sus ideas absolutistas exageradas venía a ser el Ostolaza de aquellas Cortes, hasta el punto de que en el célebre folleto titulado Condiciones y semblanzas de los diputados en aquella legislatura, le enderezasen la siguiente estrofa:


   «Defiende a los frailes,
Defiende los diezmos,
Defiende señores,
Defiende realengos,
Defiende prebendas,
Defiende abolengos,
Defiende baldíos,
Defiende mostrencos».



 

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Para probar esta actitud de la nueva generación ante las recientes ideas, permítaseme citar el hecho siguiente: En 25 de Febrero del mismo año 14 tuvo lugar en la capilla de los Estudios de San Isidro la inauguración de la nueva cátedra de Constitución, a que asistí con mi hermano mayor (de trece años), no menos entusiasta y de mayor talento que yo, y que falleció poco tiempo después. En dicha inauguración, el profesor, que lo era el insigne poeta D. Francisco Sánchez Barbero, leyó una magnífica oda a la Constitución, que electrizó a la infantil concurrencia en términos indescriptibles. Todos la aprendimos de memoria; todos repetíamos sus magníficos versos, y de mí sé decir que la he conservado en ella a pesar del trascurso de 64 años. -Como sería en extremo cansado el verterla aquí en toda su extensión de 144 versos, me limitaré a estampar las últimas estrofas, en que más especialmente se dirigía el autor a la juventud.

Helas aquí:


    «Hijos de España, juventud dichosa,
Si en aqueste Liceo
El grito retumbó del despotismo,
En aqueste, con fuerza prodigiosa,
Derrocado su altar, el patriotismo
Levanta su magnífico trofeo;
El fanático error vencido cede,
Y la sin par CONSTITUCIÓN sucede.
   »¡CONSTITUCIÓN! ¡CONSTITUCIÓN! resuena
Do quiera ya; CONSTITUCIÓN inflama
Los españoles pechos
Y contra el crimen espantosa truena.
   »¡Ven, ven, oh juventud! Ella te llama,
Tus sagrados derechos
A revelarte fiel. ¡Cómo desdeña
Al déspota y tirano!
¡Cómo a ser ciudadano
Y a conocer enseña
Tu excelsa dignidad y poderío!
   »Las ominosas trabas
Con que hasta aquí, de la opresión esclavas,
Las agraviadas artes lamentaron,
Con indecible brío
Desbarata y destroza,
Y en la común felicidad se goza.
   »¡Oh Jóvenes! Venid, y el ornamento
De vuestra patria sed; la patria os llama,
Que ya en vuestro heroísmo y docto acento
Su gloria y su baluarte
Mirando está; mirando
En cada cual un denodado Marte;
Y al tirano y al déspota doblando
A vuestros pies sus trémulas rodillas,
Y animarse en vosotros
A los Lanuzas ve y a los Padillas».



 

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Entre las infinitas y cordiales felicitaciones que he recibido por la fidelidad de mis recuerdos infantiles, estimo sobremanera las de dos personas ilustres, entonces niños como yo, y amigos míos después: el señor D. Alejandro Oliván, que, recién salido del Colegio de Segovia a oficial de Artillería, formaba parte en la comitiva, y el hoy Teniente general Conde-Duque de Vistahermosa, hijo del inspector del arma Sr. Loygorri.

 

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El Conde de Toreno, uno de los pocos que lograron escapar, vio premiados sus distinguidos servicios en favor de la independencia nacional con una sentencia de muerte. -Argüelles, de acrisolada lealtad y severa elocuencia, fue destinado a servir en el fijo de Ceuta; Martínez de la Rosa y otros, al Peñón de la Gomera; Canga Argüelles y García Herreros, a Alhucemas; Gallego, Quintana, Beña y Sabiñón, ilustres cantores del Dos de Mayo, y hasta el eminente actor Isidoro Mayquez, que peleó en aquel glorioso día, fueron encarcelados y proscritos, y el insigne poeta Sánchez Barbero, autor de la famosa oda de que arriba hízose mención, fue lanzado a expiar su patriotismo en el presidio de Melilla, donde le cogió la muerte en los brazos de Calatrava.

 

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Este ilustre poeta murió pocos meses después en la Cárcel de la Corona, donde se hallaba preso por sus opiniones liberales.

 

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De la insignificante administración de este personaje, que duró dos años, desde 1814 a 1816, poco puede decirse que merezca aplauso ni censura, y sólo por memoria consignaré la celebridad que bajo otro aspecto adquirió en la opinión de los desocupados de Madrid -que solían ser entonces las dos terceras partes de la población-. S. E., en calidad de Juez protector de los teatros del reino, cuyo cargo iba anejo al Corregimiento de Madrid, no consta tampoco que adelantara ni protegiera al arte de Talía; pero era voz general que se esmeraba en proteger a una linda bailarina, llamada Antonia Molino, que formaba las delicias de los aficionados al bolero y la guaracha, el zapateado y el pas-pié. -Era tan general la opinión del devaneo del señor Corregidor, que los ciegos papeleros desenterraron, para abusar del retruécano, un añejo romance, que iban pregonando y cantando por las calles, en estos términos: A dos cuartos, el famoso romance de el Corregidor y la Molin... era, y luego rompían a cantar en el tonillo sobrado conocido:


   «En Jerez de la Frontera
Había un molinero honrado,
que ganaba su sustento
Con un molino arrendado.
   Y era casado
   Con una moza
   Como una rosa;
   Y era tan bella,
   Que el corregidor del pueblo
   Se prendó de ella».



De este romance ha formado mi amigo Alarcón su deliciosa leyenda de El Sombrero de tres picos.

 

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En los primeros meses de 1816 el Rey dio en frecuentar este paseo, y a consecuencia de ello, lo más escogido de la sociedad matritense se lanzaba, ataviada con sus mejores galas, a esta polvorosa y mal cuidada carretera. A cierto punto de ella, y donde llegaban los paseantes; hacia la esquina del Retiro, el Rey se apeaba, y con muy contadas personas se dirigía a pie hasta el Portazgo, o sea la venta del Espíritu Santo, con el objeto de dar un corto paseo para combatir los ataques de gota, de que ya estaba amagado. Pues este sitio, solitario y sombrío, fue, según se dijo, el escogido por un insensato obscuro, llamado Richard, para perpetrar un atentado contra la vida de Fernando; mas como no había periódico alguno, el pueblo no se enteró de ello hasta que, sustanciada la causa en breves días, vio a Richard subir al patíbulo, y su cabeza, encerrada en una jaula de hierro, colocada en este mimo sitio, con lo cual los paseantes cambiaron de rumbo, dejando a este en su antiguo aspecto y condición de solitaria carretera.

 

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Esta última circunstancia fue sin duda la causa de su estrepitosa caída en 1818, y su confinamiento al convento y desierto de las Batuecas, en donde tuve ocasión de verle en una excursión que con otros camaradas de Salamanca hice a este pintoresco sitio. -Hallábase arrodillado y en oración al pie del presbiterio, llamándonos la atención el mirarle ataviado con todas sus placas, cintas y condecoraciones, hasta que caímos en la cuenta de que era el día 14 de Octubre (cumpleaños del Rey), y el cortesano sacerdote estaba por esta razón de gala, aunque confinado entre pobres anacoretas y en un desierto a dos leguas de descenso. -En la borrascosa carrera de este hombre singular, también hubo de sufrir otras reclusiones en los Toribios de Sevilla y en las cárceles de la Inquisición de Murcia, de donde le sacó el movimiento constitucional de 1820, en compañía de sujetos tan opuestos como Romero Alpuente y Torrijos; pero él, siguiendo su turbulenta vida de perpetua conspiración, vino a parar, en 1835, en las cárceles de Serranos de Valencia, y un día de tumulto popular fue sacado de ellas y fusilado con otros desdichados.