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Sólo de estas clases recuerdo los de Abrantes, Oñate, Arión, Noblejas, Altamira, Alcañices, Miraflores, Pontejos, Rubianes, Frías, el Parque, Gor, Floridablanca, Iturbieta, Perales, Clavijo, etc., etc.
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La letrilla de esta canción, que en un principio se aplicaba a una música tan insípida como enojosa, decía en su primera estrofa:
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Más adelante se adoptaron infinidad de variaciones en la letra y en la música, a cual más insultante, como la siguiente:
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Y hasta se arregló para bandas de música con diferente compás y esta letrilla:
Esta funesta canción, que vino a ser el ça-irà de la revolución española, la hizo más daño que todas las bandas de facciosos.
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Recordando yo estas palabras al fogoso tribuno en mi primer viaje a Francia e Inglaterra en 1833, cuando aún quedaban allí los emigrados exceptuados de la amnistía, me decía sonriendo: «¡Qué buena memoria tiene usted! Entonces tenía yo su edad y lo veía todo de color de fuego... ¡Y que por ese libraco -y señalaba la Constitución de 1812, que estaba sobre la chimenea- estemos aquí tantos hombres de bien!».
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Titulábase este famoso folleto Condiciones y semblanzas de los Sres. Diputados a Cortes en la legislatura de 1820 y 21, y por entonces y mucho tiempo después fue absolutamente ignorado el nombre de su autor. Mis investigaciones particulares me producen la convicción de que fue escrito por D. Gregorio González Azaola, famoso naturalista, y uno de los diputados retratados en él.
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Titulábase este Galería en miniatura de los periodistas, folletinistas y articulistas de Madrid, por dos bachilleres y un dómine (D. Manuel Eduardo de Gorostiza, célebre poeta dramático).
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Y más adelante se dijo:
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Algunos años después oí de boca del mismo juez de la causa, D. Juan García Arias, que desempeñaba el cargo de Agente fiscal del Supremo Consejo de las Indias, la narración desapasionada de este suceso; diciendo lo absurdo del plan, lo verosímil de la casi demencia y monomanía de Vinuesa, y que cuando él se determinó a sentenciarle a la grave pena de presidio, fue contra su convicción y sólo por apaciguar en algún modo la excitación popular; pero esto no le aprovechó para conseguir su intento; antes bien sólo le sirvió para quedar mal con su conciencia y con el populacho, el cual, después de inferido el sacrílego asesinato, corrió a casa del mismo juez, que vivía en Puerta de Moros, con objeto de sacrificarle también, lo que afortunadamente pudo evitar, salvándose por el tejado.
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No se puede decir con más delicadeza a una mujer que es fea. Alúdese al rondó final de la ópera L'Elisabetha, que cantaba admirablemente la Naldi.
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Si no sobre un volcán, parte del público, en la noche del 3 de Febrero de aquel año, danzó sobre un foso, y aun se hundió en él, quebrándose la parte del tablado correspondiente a la escena en el teatro del Príncipe, y bajando por escotillón centenares de máscaras, con no pocos quebrantamientos de piernas y cabezas. El baile, sin embargo, continuó como si tal cosa.
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Todos han muerto ya, con la única excepción de uno de ellos, cadete a la sazón agregado al regimiento de caballería de Farnesio, y hoy teniente general, ex-ministro y ex-presidente del Supremo Consejo de la Guerra, mi querido y casi secular amigo, D. José María Marchessi.