Noticias históricas acerca del Monasterio de las Virtudes
José M.ª Soler García
Muy recientemente, el Ayuntamiento de nuestra Ciudad ha solicitado la inclusión del Santuario de las Virtudes en el catálogo de los Monumentos Histórico-Artísticos de la Nación. No le han faltado razones para ello, y lo verdaderamente extraño es que la Dirección General de Bellas Artes no se haya adelantado a esta petición, pues bien lo merece, por historia y arte, este bello ejemplar de nuestra arquitectura religiosa medieval, edificado sobre una ermita del siglo XV cuyos restos parecen conservarse todavía en la cripta del monasterio actual.
Desde la erección de esta antigua ermita hasta los tiempos que corren, por muchas vicisitudes ha pasado el magnífico santuario, y muchas irreparables pérdidas ha tenido que sufrir, de la que no es la menor la de la primitiva escultura de nuestra Patrona, obra de un imaginero del siglo XV cuya identidad será ya muy difícil descubrir.
Es curioso comprobar cómo ha evolucionado el culto a la personalidad del artista en el transcurso de los siglos, desde el anonimato de los tiempos primitivos hasta la tremenda egolatría, no ya de los verdaderos artistas, sino de algunos simples artesanos de los tiempos actuales. Cabe recordar, como anécdota significativa, que, hasta no hace mucho, hubo en las afueras de nuestra población un simplicísimo anuncio comercial, escrito a trepa en el muro de una vivienda, al que no le faltaba, claramente destacada, la firma de su pintor. No conocemos, en cambio, al magnífico arquitecto que edificó el templo de Santiago, joya del gótico final hispano, y hay dudas sobre el nombre del forjador de su maravillosa verja, que para el descontentadizo y poco dado al elogio que fue el novelista Pío Baroja, valía más que todas las de la catedral de Valencia. Sirva de estímulo esta valiosa opinión para cuantos se oponen a la reconstrucción de esta extraordinaria reja, que en concepto de cuantos curiosos y entendidos visitan el templo, deberían tener ya recompuestos sus afeados muñones.
En sus obras de fábrica, el Santuario de las Virtudes no sufrió los rigores de otros edificios similares durante la contienda civil de 1936, pero sí la pérdida de casi todos los objetos de culto que en él se fueron acumulando desde su fundación. Afortunadamente, se conservan muchos de los Inventarios que el ermitaño o prior del Convento estaba obligado a presentar al Consejo de la Ciudad, que era, y sigue siendo, Patrono indubitable del Santuario. Estos Inventarlos nos hacen ver que el culto a nuestra Patrona no era exclusivo de los propios villenenses. En el de 1575, por ejemplo, se nos dice que «una delantera de cama, con seis cintas», fue donada por la mujer de Juan Alonso, vecino de Murcia, y que «un pan de cera, de seis libras» lo dio «la de Morote, vecino de Chinchilla». Pero hay un caso más curioso, como es el de una vecina de Alicante que donó «una saya carmesí con trepa y cordoncillo blanco, de punto broslado», con la particularidad de que la mitad de dicha saya había de ser para la Virgen de las Virtudes y la otra mitad para la imagen de Nuestra Señora del Arrabal.
Abundan en estos inventarios las ropas para la Imagen o para el culto, como «manteles de lino, de algodón o de estopa», «tocas de seda», «almohadas de Ruán», que era una tela de algodón estampada en colores originaria de aquella ciudad francesa; «cofias de calicú», delgado tejido de seda así llamado por su procedencia de la ciudad india de Calcuta, castellanizada en Calicut o Calicud; «cofias adornadas con chapas y trenzados de oro y plata», «pañicos de cabeza, algunos de ellos con franjas de hilo de oro»; «palias de seda»; «saboyanas de filadiz», que eran unas basquiñas de seda abiertas por delante, y muchas otras prendas corrientes que sería prolijo enumerar.
De un inventario algo posterior hemos resumido las siguientes joyas: 13 arracadas de oro y plata; 3 collares con 123 cuentas de oro y 2 cañoncillos; 1 collar con nueve granos de ámbar; 4 collares con rastras de corales; 1 collar con cuentas de hueso, blancas y negras; 9 sortijas de oro; 4 sortijas de plata; 4 cabos de toca, de oro, con perlas y piedras coloradas y azules; un cabo de toca, de plata, y otros dos de plata sobredorada con piedra colorada; un cabo de toca, de plata sobredorada, con una piedra azul y otras dos piedras; 3 «apretadores» o diademas de hilo de oro tejido; 1 piedra verde engastada en oro; 1 piedra azul engastada en plata; 1 cañoncito de oro labrado a la morisca; 1 cordoncillo de oro a modo de sirpe; 1 lechuguilla de hilo de oro con veta de seda amarilla; 1 cinta de hilo de oro, de randa, y unos «pinos» de oro para cofia.
Los Mayordomos o Tesoreros del Santuario, que, como todos los cargos concejiles se renovaban anualmente por el día de San Juan, tenían facultad de enajenar algunas de estas joyas o prendas en caso de necesidad, pues vemos en notas marginales que un par de arracadas de oro se vendieron a Pedro Vicente; que de las nueve sortijas de oro se vendieron tres; que una toca de seda blanca, con guarnición de hito de oro, «vendióse a Palla Pérez», y otra, con guarnición de hilo de oro y granillos azules, a la hija de la anterior.
De todos los inventarlos que han llegado a nuestro conocimiento, el más antiguo corresponde al año de 1522. Es por tanto un importante documento que nos ilustra acerca del estado del Santuario y de sus bienes a los treinta años de erección de la primitiva ermita. Merece la pena reproducirlo íntegro para conocimiento de los estudiosos de nuestro pasado, cada vez más abundantes, por fortuna, y con más exigencias de rigor histórico.
Eran Alcaldes del Concejo en aquel año los honrados Jaime Ortín y Alonso Oliver; regidores, Antón de Medina, Martín Pardinas, Juan González de Herrera, Sancho González y Cristóbal de Mellinas, y jurado, Ginés Sánchez. El prior o ermitaño del convento era fray Juan de Hortiruela, de la diócesis de Burgos, y el inventario se hizo el 15 de mayo de 1522, ante el escribano Juan López y en presencia de los testigos Juan Sánchez, Miguel García y Luis Navarro, vecinos de Villena. Su contenido era el siguiente:
De este Inventario pueden deducirse datos muy interesantes. Se habla en él, por ejemplo, de un cáliz roto que se llevó para reparar «el señor Maestre-Escuela», que no es otro que don Sancho García de Medina, el constructor de Santiago. El fallecimiento de don Sancho antes de 1522 nos lo asegura la piadosa fórmula «que Dios perdone» que se hace figurar junto a su título, así como la nota marginal de que el cáliz estaba en poder de sus herederos. Que don Sancho intervino en la construcción del Santuario lo prueba, además, el escudo con sus armas que se conserva en una de las paredes del claustro superior.
Es seguro también que, en 1522, estaba construido en gran parte el Monasterio, aunque continuaban las obras dos años después, según se desprende de una partida consignada en el inventario de 1524, por la que consta que un tal Perpiñán, vecino de Elche, debía cuarenta reales que mandó librar «el señor Adelantado de Granada para la obra de Nuestra Señora». Lo cierto es que, en 1522 existían ya las rejas de las ventanas, que no pueden ser otras que las que miran a la ciudad; que ya sonaba la campana del tejado, llamada «Santa Bárbara» porque debía de utilizarse para alejar el peligro de las tormentas, y que también existía ya el «ronde de campanillas» que aún se conserva junto al altar mayor.
De entre las obras de arte desaparecidas, aparte de la Imagen, debemos lamentar el lienzo del altar mayor con la Salutación de Nuestra Señora; los retablos de la Aparición del Señor a la Virgen y el de las Virtudes de Nuestra Señora; los oratorios del Desclavamiento, de Santa Quiteria (?) de Santa Lucía y de la Piedad; los lienzos o cuadros de San Cosme y San Damián y el de San Antonio de Padua; el de los Siete Misterios de la Pasión, y la verónica de seda sobre terciopelo.
Se menciona en el inventario el «retablo mayor de la Virgen, con su tabernáculo», que no era el actual, pero nada se dice de las pinturas del camarín ni de las que adornaban las paredes del templo, recientemente aparecidas. Que son de tiempos posteriores lo asegura también el estilo barroco de su concepción y la pluralidad de pintores que indudablemente intervinieron en la decoración de la bella estancia.
La librería no era muy nutrida por entonces, aunque aumentó bastante en años sucesivos. Los volúmenes más interesantes parecen ser el «libro de cantoría» de los oficios de Nuestra Señora, en cinco cuadernos de pergamino; el misal del Obispado, también en pergamino, y el romano de papel.
El pequeño órgano «de cinco palmos de ala» estaba por entonces en la iglesia de Santiago, quizás como préstamo por deterioro del que ya existía en la Arciprestal, documentado en los Estatutos de fundación por don Sancho García de Medina. Que hacía falta «un órgano pequeño nuevo» en Santiago lo demuestra el que hubo de comprar un «regalejo» en 1688 por la suma de 300 reales, aparte del órgano grande, por el que se habían pagado 143.915 maravedís en 1673.
Las joyas y objetos de metales nobles no eran muy abundantes por aquellas fechas, si se comparan con las que poseía el Santuario cincuenta años después, según más arriba hemos relacionado.
La artesanía morisca estaba todavía vigente, lo que no debe extrañar si pensamos que, todavía en octubre de 1490, probable fecha de erección de la primitiva ermita, los Reyes Católicos tomaron bajo su amparo a los moros que quisieran venirse a vivir a Villena, y facultaron a la villa para hacer una «morería» en la que pudieran habitar hasta 150 moros. Por eso vemos mencionados «paños moriscos de riza o terciopelo», «gorgueras moriscas», «un cañoncito de oro labrado a la morisca», «delantecamas, colchas, alforjas y tovallolas moriscas» y «una manga de seda morisca con cintas de seda de grana labrada». Alfombras, tovallolas, ceñidores y trapos moriscos siguen apareciendo en el inventario de 1524.
De aquella «morería» villenense, emplazada en las cuevas de la sierra de la Villa y en las que acaban de descubrirse bajo el castillo de la Atalaya, de tan subido interés, hablaremos en otra ocasión.
Como seguiremos hablando de estos Inventarios del Santuario de las Virtudes, únicos testimonios fehacientes de lo que el tiempo se llevó implacablemente y que nos hablan, no sólo de lujos y ornamentos, sino de la vida misma de los moradores del convento con su sencilla y elocuente enumeración de camas, sillas, ollas, cántaros, calderas, candiles, azadas, martillos, perpales, arados y tantas otras cosas del humilde menaje casero que nos descubren la verdadera dimensión humana de aquellos monjes varados a la orilla de la antigua laguna y que se veían obligados muchas veces a vender asnos, bueyes, ovejas, colmenas y algunas joyas de Nuestra Señora para poder subsistir. Precisamente por no tener «las cosas necesarias a la sustentación» y por las tentaciones humanas que ello comportaba es por lo que tuvieron que abandonar el convento los Agustinos de Andalucía en 1542.
Esperemos que la Dirección General de Bellas Artes acoja con interés la petición que se le ha hecho y ayudemos todos mientras tanto a la conservación de este bello Monasterio, que aún nos tiene reservadas muchas sorpresas y ha de ser, a no dudarlo, una importante escala en el turismo provincial.