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Novela del Casamiento engañoso

Miguel de Cervantes Saavedra





  -fol. 233r-     —131→  

Salia del hospital de la Resurreccion1 - 2, que esta en Valladolid, fuera de la puerta del Campo3, vn soldado, que, por seruirle su espada de baculo, y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de su rostro, mostraua bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, deuia de auer sudado en veynte dias todo el humor que quiza4 grangeó en vna hora.

Yua haziendo pinitos y dando traspies, como conualeciente; y, al entrar por la puerta de la ciudad, vio que hazia el venia vn su amigo, a quien no auia visto en mas de seys meses, el qual, santiguandose, como si viera alguna mala vision, llegandose5- 6 a el le dixo:

«¿Que es esto, señor alferez Campuçano?7 ¿Es possible que esta vuessa merced en esta tierra? Como quien soy, que le hazia en Flandes, antes terciando alla la pica, que   -fol. 233v-   arrastrando aqui la espada. ¿Que color, que flaqueza es essa?»

A lo qual respondio Campuçano:

«A lo si estoy en esta tierra, o no, señor licenciado   —132→   Peralta, el verme en ella, le responde; a las demas preguntas no tengo que dezir, sino que salgo de aquel hospital, de sudar catorze cargas de bubas que me echó acuestas vna muger, que escogi por mia, que non deuiera.»

«¿Luego casose vuessa merced?», replicó Peralta.

«Si señor», respondio Campuçano.

«Seria por amores», dixo Peralta, «y tales casamientos traen consigo aparejada la execucion del arrepentimiento.»

«No sabre dezir si fue por amores», respondio el alferez, «aunque sabre afirmar que fue por dolores, pues de mi casamiento, o cansamiento, saqué tantos en el cuerpo y en el alma, que los del cuerpo, para entretenerlos, me cuestan quarenta sudores, y los del alma no hallo remedio para aliuiarlos siquiera. Pero porque no estoy para tener largas platicas en la calle, V. m. me perdone, que otro dia, con mas comodidad, le dare cuenta de mis sucessos, que son los mas nueuos y peregrinos que v. m. aura oydo en todos los dias de su vida.»

«No ha de ser assi», dixo el licenciado, «sino que quiero que venga conmigo a mi posada, y alli haremos penitencia juntos, que la olla es muy de enfermo; y aunque esta tassada para dos, vn pastel suplira con mi criado; y si la conualecencia lo sufre, vnas lonjas de jamon de Rute8 nos haran la salua, y sobre todo la buena voluntad con que lo ofrezco, no solo esta vez, sino todas las que v. m. quisiere.»

  —133→  

Agradecioselo Campuçano, y aceptó el combite y los ofrecimientos. Fueron a S. Llorente9, oyeron missa, lleuole Peralta a su casa, diole lo prometido, y ofrecioselo10 de nueuo, y pidiole, en acabando de comer, le contasse los sucessos que tanto le auia encarecido.

No se hizo de rogar Campuçano, antes començo a dezir desta manera:

«Bien se acordará v. m., señor licenciado Peralta, como yo hazia en esta ciudad camarada con el capitan Pedro de Herrera, que aora esta en Flandes.»

«Bien me acuerdo», respondio Peralta.

  -fol. 234r-  

«Pues vn dia», prosiguio Campuçano, «que acabauamos de comer en aquella posada de la Solana11 donde viuiamos, entraron dos mugeres de gentil parecer, con dos criadas: la vna se puso a hablar con el capitan en pie, arrimados a vna ventana, y la otra se sento en vna silla junto a mi, derribado el manto hasta la barba, sin dexar ver el rostro mas de aquello que concedia la raridad del manto; y aunque le supliqué que por cortesia me hiziesse merced de descubrirse, no fue possible acabarlo con ella, cosa que me encendió mas el desseo de verla. Y para acrecentarle mas, o ya fuesse de industria, [o] acaso12, sacó la señora vna muy blanca mano, con muy buenas sortijas. Estaua yo entonces bizarrissimo, con aquella gran cadena   —134→   que v. m. deuio de conocerme, el sombrero con plumas y cintillo, el vestido de colores, a fuer de soldado, y tan gallardo a los ojos de mi locura, que me daua a entender que las podia matar en el ayre.

»Con todo esto le rogue que se descubriesse, a lo que ella me respondio: “No seays importuno; casa tengo; hazed a vn page que me siga, que aunque yo soy mas honrada de lo que promete esta respuesta, todavia, a trueco de ver si responde vuestra discrecion a vuestra gallardia, holgaré de que me veays.”

»Besele las manos por la grande13 merced que me hazia, en pago de la qual le prometi montes de oro.

»Acabó el capitan su platica. Ellas se fueron; siguiolas vn criado mio. Dixome el capitan que lo que la dama le queria, era que le lleuasse vnas cartas a Flandes a otro capitan, que dezia ser su primo, aunque el sabia que no era sino su14 galan.

»Yo quedé abrasado con las manos de nieue que auia visto, y muerto por el rostro que desseaua ver, y assi, otro dia, guiandome mi criedo, dioseme libre entrada. Hallé vna casa muy bien adereçada, y vna muger de hasta treynta años, a quien conoci por las manos. No era hermosa en estremo; pero eralo de suerte, que podia enamorar comunicada, porque tenia vn tono de habla tan suaue, que se   —135→   entraua   -fol. 234v-   por los oydos en el alma. Passé con ella luengos y amorosos coloquios; blasoné, hendi, ragé, ofreci, prometi, y hize todas las demonstraciones que me parecio ser necessarias para hazerme bienquisto con ella. Pero como ella estaua hecha a oyr semejantes o mayores ofrecimientos y razones, parecia que les daua atento oydo, antes que credito alguno. Finalmente, nuestra platica se passó en flores quatro dias, que continué en visitalla15, sin que llegasse a coger el fruto que desseaua; en el tiempo que la visité, siempre hallé la casa desembaraçada, sin que viesse visiones en ella de parientes fingidos, ni de amigos verdaderos; seruiala vna moça, mas taymada que simple.

»Finalmente, tratando mis amores como soldado que esta en vispera de mudar, apuré a mi señora doña Estefania de Cayzedo -que este es el nombre de la que assi me tiene- y respondiome: “Señor alferez Campuçano, simplicidad seria si yo quisiesse venderme a v. m.16 por santa; pecadora he sido, y aun aora lo soy; pero no de manera que los vezinos me murmuren, ni los apartados me noten, ni de mis padres, ni de otro pariente heredé hazienda alguna; y con todo esto vale el menage de mi casa, bien validos, dos mil y quinientos escudos, y estos en cosas que, puestas en almoneda, lo que se tardare en ponellas17   —136→   se tardará en conuertirse en dineros. Con esta hazienda busco marido a quien entregarme, y a quien tener obediencia: a quien, juntamente con la enmienda de mi vida, le entregaré vna increyble solicitud de regalarle y seruirle, porque no tiene principe cozinero mas goloso, ni que mejor sepa dar el punto a los guisados, que le se dar yo, quando, mostrando ser casera, me quiero poner a ello. Se ser mayordomo en casa, moça en la cozina18, y señora en la sala; en efeto, se mandar, y se hazer que me obedezcan. No desperdicio nada, y allego mucho; mi real no vale menos, sino mucho mas, quando se gasta por mi orden. La ropa blanca   -fol. 235r-   que tengo, que es mucha y muy buena, no se sacó de tiendas, ni lenceros; estos pulgares y los de mis criadas la hilaron; y si pudiera texerse, en casa se texiera. Digo estas alabanças mias, porque no acarrean vituperio, quando es forçosa la necessidad de dezirlas. Finalmente, quiero dezir que yo busco marido que me ampare, me mande y me honre, y no galan que me sirua y me vitupere. Si vuessa merced gustare de aceptar la prenda que se le ofrece, aqui estoy moliente y corriente, sujeta a todo aquello que vuessa merced ordenare, sin andar en venta, que es lo mismo andar en lenguas de casamenteros, y no ay ninguno tan bueno para concertar el todo, como las mismas partes.”

  —137→  

»Yo, que tenia entonces el juyzio, no en la cabeça, sino en los carcañares, haziendoseme el deleyte en aquel punto mayor de lo que en la imaginacion le pintaua, y ofreciendoseme tan a la vista la cantidad de hazienda, que ya la contemplaua en dineros conuertida, sin hazer otros discursos de aquellos a que daua lugar el gusto, que me tenia echados grillos al entendimiento, le dixe que yo era el venturoso y bien afortunado en auerme dado el cielo, casi lo por milagro, tal compañera para hazerla señora de mi voluntad y de mi hazienda, que no era tan poca, que no valiesse, con aquella cadena que traia al cuello, y con otras joyuelas que tenia en casa, y con deshazerme de algunas galas de soldado, mas de dos mil ducados, que juntos con los dos mil y quinientos suyos, era suficiente cantidad para retirarnos a viuir a vna aldea, de donde yo era natural, y a donde tenia algunas rayzes, hazienda tal, que sobrelleuada con el dinero, vendiendo los frutos a su tiempo, nos podia dar vna vida alegre y descansada.

»En resolucion, aquella vez se concerto nuestro desposorio, y se dio traza19 como los dos hiziessemos informacion de solteros; y en los tres dias de fiesta, que vinieron luego juntos   -fol. 235v-   en vna Pasqua, se hizieron las amonestaciones, y al quarto dia nos desposamos, hallandose presentes al desposorio dos amigos mios, y vn mancebo que ella dixo ser primo suyo, a quien   —138→   yo me ofreci por pariente con palabras de mucho comedimiento, como lo auian sido todas las que hasta entonces a mi nueua esposa auia dado, con intencion tan torzida20 y traydora, que la quiero callar, porque aunque estoy diziendo verdades, no son verdades de confession, que no pueden dexar de dezirse.

»Mudó mi criado el baul de la posada a casa de mi muger; encerre en el, delante della, mi magnifica cadena; mostrele otras tres o quatro, si no tan grandes, de mejor hechura, con otros tres o quatro cintillos de diuersas suertes; hizele patentes mis galas y mis plumas, y entreguele para el gasto de casa hasta quatrocientos reales, que tenia. Seys dias gozé del pan de la boda, espaciandome en casa, como el yerno ruyn en la del suegro rico. Pisé ricas alhombras, ahagé sabanas de olanda, alumbra[ua]me21 con candeleros de plata: almorçaua en la cama, leuantauame a las onze, comia a las doze, y a las dos sesteaua en el estrado; baylauanme22 doña Estefania y la moça el agua delante. Mi moço, que hasta alli le auia conocido pereçoso y lerdo, se auia buelto vn corço. El rato que doña Estefania faltaua de mi lado, la auian de hallar en la cocina toda solicita en ordenar guisados que me despertassen el gusto y me auiuassen el apetito. Mis camisas, cuellos, y pañuelos eran vn nueuo Aranjuez de flores, segun olian, bañados   —139→   en la agua de angeles23 y de azahar, que sobre ellos se derramaua. Passaronse estos dias bolado, como se passan los años que estan debaxo de la jurisdicion del tiempo, en los quales dias, por verme tan regalado y tan bien seruido, yua mudando en buena la mala intencion con que aquel negocio auia començado. Al cabo de los quales, vna mañana, que aun   -fol. 236r-   estaua con doña Estefania en la cama, llamaron con grandes golpes a la puerta de la calle.

»Assomose la moça a la ventana, y, quitandose al momento, dixo: “¡O que sea ella la bien venida! ¿Han visto, y como ha venido mas presto de lo que escriuio el otro dia?”

“¿Quien es la que ha venido, moça?” le pregunté.

“¿Quien?” respondio ella; “es mi señora doña Clementa Bueso, y viene con ella el señor don Lope Melendez de Almendarez24, con otros dos criados, y Hortigosa, la dueña que lleuó consigo.”

“Corre moça, bien aya yo, y abrelos”, dixo a este punto doña Estefania, “y vos, señor, por mi amor, que no os alboroteys, ni respondays por mi a ninguna cosa que contra mi oyeredes.”

“¿Pues quien ha de deziros cosa que os ofenda, y mas estando yo delante? dezidme; ¿que gente es esta, que me parece que os ha alborotado su venida?”

“No tengo lugar de responderos”, dixo doña Estefania, “solo sabed que todo lo que aqui   —140→   passare es fingido, y que tira a cierto designio y efeto, que despues sabreys.”

»Y aunque quisiera replicarle a esto, no me dio lugar la señora D. Clementa Bueso, que se entró en la sala vestida de raso verde prensado, con muchos passamanos de oro, capotillo de lo mismo, y con la misma guarnicion; sombrero con plumas verdes, blancas, y encarnadas, y con rico cintillo de oro, y con vn delgado velo cubierta la mitad del rostro. Entró con ella el señor don Lope Melendez de Almendarez, no menos bizarro que ricamente vestido de camino.

»La dueña Hortigosa fue la primera que habló, diziendo: “¡Iesus!, ¿que es esto? ¿ocupado el lecho de mi señora doña Clementa, y mas con ocupacion de hombre? ¡Milagros veo oy en esta casa; a fe que se ha ydo bien del pie a la mano la señora doña Estefania, fiada en la amistad de mi señora!”

“Yo te lo prometo, Hortigosa”, replicó doña Clementa; “pero yo25 me tengo la culpa, que jamas escarmiente yo en tomar amigas que no lo saben ser, si no es quando les   -fol. 236v-   viene a cuento.”

»A todo lo qual respondio doña Estefania: “No reciba vuessa merced26 pesadumbre, mi señora doña Clementa Bueso, y entienda que no sin misterio vee lo que vee en esta su casa, que quando lo sepa, yo se que quedaré   —141→   desculpada27, y vuessa merced28 sin ninguna quexa.”

»En esto ya me auia puesto yo en calças y en jubon, y tomandome doña Estefania por la mano, me lleuó a otro aposento, y alli29 me dixo que aquella su amiga queria hazer vna burla a aquel don Lope, que venia con ella, con quien pretendia casarse, y que la burla era darle a entender que aquella casa, y quanto estaua en ella, era todo suyo, de lo qual pensaua hazerle30 carta de dote, y que, hecho el casamiento, se le daua poco que se descubriesse el engaño, fiada en el grande amor que el don Lope la tenia, y luego se me boluera lo que es mio, y no se le tendra a mal a ella, ni a otra muger alguna, de que procure buscar marido honrado, aunque sea por medio de qualquier embuste. Yo le respondi que era grande estremo de amistad el que queria hazer, y que primero se mirasse bien en ello, porque despues podria ser tener necessidad de valerse de la justicia para cobrar su hazienda. Pero ella me respondio con tantas razones, representando tantas obligaciones que la obligauan a seruir a doña Clementa, aun en cosas de mas importancia, que mal de mi grado, y con remordimiento de mi juyzio, huue de condecender con el gusto de doña Estefania, assegurandome ella que solos ocho dias podia durar el embuste, los quales estariamos en casa   —142→   de otra amiga suya. Acabamonos de vestir ella y yo, y luego, entrandose a despedir de la señora doña Clementa Bueso, y del señor don Lope Melendez de Almendarez, hizo a mi criado que se cargasse el baul y que la siguiesse, a quien yo tambien segui, sin despedirme de nadie.

»Paró doña Estefania en casa de vna amiga suya, y antes que entrassemos   -fol. 237r-   dentro estuuo vn buen espacio hablando con ella, al cabo del qual salio vna moça, y dixo que entrassemos yo y mi criado. Lleuonos a vn aposento estrecho, en el qual auia dos camas tan juntas, que parecian vna, a causa que no auia espacio que las diuidiesse, y las sabanas de entrambas se besauan. En efeto, alli estuuimos seys dias, y en todos ellos no se passó hora que no tuuiessemos pendencia, diziendole la necedad que auia hecho en auer dexado su casa y su hazienda, aunque fuera a su misma madre. En esto yua yo y venia por momentos, tanto, que la huespeda de casa, vn dia que doña Estefania dixo que yua a ver en que termino estaua su negocio, quiso saber de mi que era la causa que me mouia a reñir tanto con ella, y que cosa auia hecho que tanto se la afeaua, diziendole que auia sido necedad notoria mas que amistad perfeta.

»Contele todo el cuento, y quando llegué a dezir que me auia casado con doña Estefania, y la dote que truxo, y la simplicidad que auia hecho en dexar su casa y hazienda a doña Clementa, aunque fuesse con tan sana intencion   —143→   como era alcançar tan principal marido como don Lope, se començo a santiguar y a hazerse cruzes con tanta priessa y con tanto “¡Iesus, Iesus, de la mala hembra!”, que me puso en gran turbacion, y al fin me dixo: “Señor alferez, no se si voy contra mi conciencia en descubriros lo que me parece que tambien la cargaria si lo callasse; pero a Dios y auentura31, sea lo que fuere, viua la verdad y muera la mentira. La verdad es, que doña Clementa Bueso es la verdadera señora de la casa y de la hazienda de que os hizieron la dote; la mentira es todo quanto os ha dicho doña Estefania, que ni ella tiene casa, ni hazienda, ni otro vestido del que trae puesto. Y el auer tenido lugar y espacio para hazer este embuste, fue que doña Clementa fue a visitar vnos parientes suyos a la ciudad de Plasencia, y de alli fue a tener   -fol. 237v-   nouenas en nuestra Señora de Guadalupe32, y en este entretanto dexó en su casa a doña Estefania, que mirasse por ella, porque, en efeto, son grandes amigas, aunque, bien mirado, no ay que culpar a la pobre señora, pues ha sabido grangear a vna tal persona como la del señor alferez por marido.”

»Aqui dio fin a su platica, y yo di principio a desesperarme, y sin duda lo hiziera, si tantico se descuydara el angel de mi guarda en socorrerme, acudiendo a dezirme en el coraçon que mirasse que era christiano33, y que el mayor   —144→   pecado de los hombres era el de la desesperacion, por ser pecado de demonios. Esta consideracion, o buena inspiracion, me conortó algo; pero no tanto, que dexasse de tomar mi capa y espada, y salir a buscar a doña Estefania, con prosupuesto34 de hazer en ella vn exemplar castigo. Pero la suerte, que no sabre dezir si mis cosas empeoraua o mejoraua, ordenó que en ninguna parte donde pense hallar a doña Estefania, la hallasse. Fuyme a San Llorente, encomendeme a nuestra Señora, senteme sobre vn escaño, y con la pesadumbre me tomó vn sueño tan pesado, que no despertara tan presto, si no me despertaran. Fuy lleno de pensamientos y congoxas a casa de doña Clementa, y hallela con tanto reposo como señora de su casa; no le ossé35 dezir nada, porque estaua el señor don Lope delante; bolui en casa de mi huespeda, que me dixo auer contado a doña Estefania como yo sabia toda su maraña y embuste, y que ella le preguntó que semblante auia yo mostrado con tal nueua, y que le auia respondido que muy malo, y que, a su parecer, auia salido yo con mala intencion y con peor determinacion a buscarla. Dixome, finalmente, que doña Estefania se auia lleuado quanto en el baul tenia, sin dexarme en el sino vn solo vestido de camino. Aqui fue ello, aqui me tuuo de nueuo Dios de su mano; fuy a ver mi baul, y hallele abierto, y como sepultura   —145→   que esperaua   -fol. 238r-   cuerpo difunto, y a buena razon auia de ser el mio, si yo tuuiera entendimiento para saber sentir y ponderar tamaña desgracia.»

«Bien grande fue», dixo a esta sazon el licenciado Peralta, «auerse lleuado doña Estafania tanta cadena y tanto cintillo, que, como suele dezirse, todos los duelos, &c.»

«Ninguna pena me dio essa falta», respondio el alferez, «pues tambien podre dezir: “Pensose don Simueque que me engañaua con su hija la tuerta, y, por el Dio, contrecho soy de vn lado”36

«No se a que proposito puede vuessa merced dezir esso», respondio Peralta.

«El proposito es», respondio el alferez, «de que toda aquella balumba y aparato de cadenas, cintillos y brincos, podia valer hasta diez o doze escudos.»

«Esso no es possible», replicó el licenciado, «porque la que el señor alferez traia al cuello mostraua pesar mas de dozientos ducados.»

«Assi fuera», respondio el alferez, «si la verdad respondiera al parecer; pero como no es todo oro lo que reluze37, las cadenas, cintillos, joyas y brincos, con solo ser de alquimia se contentaron; pero estauan tan bien38 hechas, que solo el toque o el fuego podia descubrir su malicia.»

«Dessa manera», dixo el licenciado, «entre   —146→   vuessa merced39 y la señora doña Estefania, pata es la trauiessa.»

«Y tan pata», respondio el alferez, «que podemos boluer a barajar; pero el daño esta, señor Licenciado, en que ella se podra deshazer de mis cadenas, y yo no de la falsia de su termino; y, en efeto, mal que me pese, es prenda mia.»

«Dad gracias a Dios, señor Campuçano», dixo Peralta, «que fue prenda con pies y que se os ha ydo, y que no estays obligado a buscarla.»

«Assi es», respondio el alferez; «pero con todo esso, sin que la busque, la hallo siempre en la imaginacion, y, adonde quiera que estoy, tengo mi afrenta presente.»

«No se que responderos», dixo Peralta, «si no es traeros a la memoria dos versos de Petrarcha, que dizen:

  -fol. 238v-  
   Che qui prende dicleto di far fiode,
non si de lamentar si altri l'ingana40

»Que responden en nuestro castellano: que el que tiene costumbre y gusto de engañar a otro, no se deue quexar quando es engañado.»

«Yo no me quexo», respondio el alferez, «sino lastimome; que el culpado, no por conocer su culpa dexa de sentir la pena del castigo. Bien veo que quise engañar y fuy engañado, porque me hirieron por mis propios filos: pero no puedo tener tan a raya el sentimiento, que   —147→   no me quexe de mi mismo. Finalmente, por venir a lo que haze mas al caso a mi historia, que este nombre se le puede dar al cuento de mis sucessos, digo que supe que se auia lleuado a doña Estefania el primo que dixe que se halló a nuestros desposorios, el qual, de luengos tiempos atras, era su amigo a todo ruedo. No quise buscarla, por no hallar el mal que me faltaua. Mudé posada, y mudé el pelo dentro de pocos dias: porque començaron a lo pelarseme las cejas y las pestañas, y poco a poco me dexaron los cabellos, y antes de edad me hize caluo, dandome vna enfermedad que llaman lupicia, y, por otro nombre mas claro, la pelarela. Halleme verdaderamente hecho pelon, porque ni tenia barbas que peynar, ni dineros que gastar. Fue la enfermedad caminando al paso41 de mi necessidad, y como la pobreza atropella a la honra, y a vnos lleua a la horca, y a otros al hospital, y a otros les42 haze entrar por las puertas de sus enemigos con ruegos y sumissiones, que es vna de las mayores miserias que puede suceder a vn desdichado, por no gastar en curarme los vestidos que me auian de cubrir y honrar en salud, llegado el tiempo en que se dan los sudores43 en el hospital de la Resurreccion44, me entré en el, donde he tomado quarenta sudores.   -fol. 239r-   Dizen que quedaré sano, si me guardo: espada tengo, lo demas, Dios lo remedie.»

  —148→  

Ofreciosele de nueuo el licenciado, admirandose de las cosas que le auia contado.

«Pues de poco se marauilla vuessa merced45, señor Peralta», dixo el alferez, «que otros sucessos me quedan por dezir, que exceden a toda imaginacion, pues van fuera de todos los terminos de naturaleza; no quiera vuessa merced46 saber mas, sino que son de suerte, que doy por bien empleadas todas mis lo desgracias, por auer sido parte de auerme puesto en el hospital, donde vi lo que aora dire, que es lo que aora, ni nunca, vuessa merced47 podra creer, ni aura persona en el mundo48- 49 que lo crea.»

Todos estos preambulos y encarecimientos que el alferez hazia, antes de contar lo que auia visto, encendian el desseo de Peralta, de manera que, con no menores encarecimientos, le pidio que luego luego50 le dixesse las marauillas que le quedauan por dezir.

«Ya vuessa merced aura visto», dixo el alferez, «dos perros que con dos lanternas andan de noche con los hermanos de la capacha51, alumbrandoles quando piden limosna.»

«Si he visto», respondio Peralta.

«Tambien aura visto, o oydo, vuessa merced», dixo el alferez, «lo que dellos se cuenta, que, si acaso echan limosna de las ventanas y se cae en el suelo, ellos acuden52 luego a   —149→   alumbrar y a buscar lo que se cae, y se paran delante de las ventanas donde saben que tienen costumbre de darles limosna; y con yr alli con tanta mansedumbre, que mas parecen corderos que perros, en el hospital son vnos leones, guardando la casa con grande cuydado y vigilancia.»

«Yo he oydo dezir», dixo Peralta, «que todo es assi, pero esso no me puede ni deue causar marauilla.»

«Pues lo que aora dire dellos es razon que la cause, y que, sin hazerse cruzes, ni alegar impossibles ni dificultades, vuessa merced se acomode a creerlo. Y es que yo ohi y casi vi con mis ojos a estos dos perros,   -fol. 239v-   que el vno se llama Cipion, y el otro Bergança, estar vna noche, que fue la penultima que acabé de sudar, echados detras de mi cama, en vnas esteras viejas, y a la mitad de aquella noche, estando a escuras y desuelado, pensando en mis passados sucessos y presentes desgracias, ohi hablar alli junto, y estuue con atento oydo escuchando, por ver si podia venir en conocimiento de los que hablauan y de lo que hablauan; y a poco rato vine a conocer, por lo que hablauan, los que hablauan, y eran los dos perros, Cipion y Bergança

Apenas acabó de dezir esto Campuçano, quando, leuantandose el licenciado, dixo:

«Vuessa merced quede mucho en buenora, señor Campuçano, que hasta aqui estaua en duda si creeria o no lo que de su casamiento   —150→   me auia contado; y esto que aora me cuenta, de que oyo hablar los perros, me ha hecho declarar por la parte de no creelle ninguna cosa. ¡Por amor de Dios, señor alferez, que no cuente estos disparates a persona alguna, si ya no fuere a quien sea tan su amigo como yo!»

«No me tenga vuessa merced por tan ignorante», replicó Campuçano, «que no entienda que, si no es por milagro, no pueden hablar los animales; que bien se que si los tordos, picazas y papagayos hablan, no son sino las palabras que aprenden y toman de memoria, y por tener la lengua estos animales comoda para poder pronunciarlas; mas no por esto pueden hablar y responder con discurso concertado, como estos perros hablaron, y assi muchas vezes, despues que los ohi, yo mismo no he querido dar credito a mi mismo, y he querido tener por cosa soñada lo que realmente estando despierto, con todos mis cinco sentidos, tales quales nuestro Señor fue seruido53 darmelos, ohi, escuché, noté y, finalmente, escriui54 sin faltar palabra por su concierto; de donde se puede tomar indicio bastante que mueua y persuada a creer esta verdad que digo. Las cosas   -fol. 240r-   de que trataron fueron grandes y diferentes, y mas para ser tratadas por varones sabios, que para ser dichas por bocas de perros. Assi que, pues yo no las pude inuentar de mio, a mi pesar, y contra mi opinion,   —151→   vengo a creer que no soñaua y que los perros hablauan.»

«¡Cuerpo de mi», replicó el licenciado, «si se nos ha buelto el tiempo de Maricastaña55, quando hablauan las calabaças, o el de Ysopo, quando departia el gallo con la zorra, y vnos animales con otros!»

«Vno dellos seria yo, y el mayor», replicó el alferez, «si creyesse que esse tiempo ha buelto. Y aun tambien lo seria, si dexasse de creer lo que ohi, y lo que vi, y lo que me atreuere a jurar con juramento que obligue y aun fuerce a que lo crea la misma incredulidad. Pero puesto caso que me aya engañado, y que mi verdad sea sueño, y el porfiarla disparate, ¿no se holgara vuessa merced, señor Peralta, de ver escritas en vn56 coloquio las cosas que estos perros, o sean quien fueren, hablaron?»

«Como vuessa merced», replicó el licenciado, «no se canse mas en persuadirme que oyo hablar a los perros, de muy buena gana oyre esse coloquio, que por ser escrito y notado del buen ingenio del señor alferez, ya le juzgo por bueno.»

«Pues ay en esto otra cosa», dixo el alferez, «que, como yo estaua tan atento, y tenia delicado el juyzio, delicada, sotil57, y desocupada la memoria, merced a las muchas passas y almendras que auia comido, todo lo tomé de coro, y casi por58 las mismas palabras que auia   —152→   oydo lo escriui otro dia, sin buscar colores retoricas para adornarlo, ni que añadir, ni quitar, para hazerle gustoso. No fue vna noche sola la platica, que fueron dos consecutiuamente, aunque yo no tengo escrita mas de vna, que es la vida de Bergança, y la del compañero Cipion pienso escriuir, que fue la que se conto la noche segunda, quando viere, o que esta se crea, o a lo menos no se desprecie. El coloquio traygo en el seno: puselo   -fol. 240v-   en forma de coloquio, por ahorrar de “dixo Cipion”, “respondio Bergança”, que suele alargar la escritura.»

Y, en diziendo esto, sacó del pecho vn cartapacio, y le puso en las manos del licenciado, el qual le tomó riyendose, y como haziendo burla de todo lo que auia oydo y de lo que pensaua leer.

«Yo me recuesto», dixo el alferez, «en esta silla, en tanto que vuessa merced lee, si quiere, essos sueños o disparates, que no tienen otra cosa de bueno, si no es el poderlos dexar quando enfaden.»

«Haga vuessa merced su gusto», dixo Peralta, «que yo con breuedad me despedire desta letura.»

Recostose el alferez, abrió el licenciado el cartapacio, y en el principio vio que estaua puesto este titulo:

  —153→  

NOVELA Y COLOQUIO
que passó entre Cipion y Bergança
,
perros del hospital de la Resureccion59,
que esta en la ciudad de Valladolid,
fuera de la Puerta del Campo, a quien
comunmente llaman los perros
de Mahudes60.

  -fol. 274r-     —249→  

El acabar el coloquio el licenciado, y el despertar el alferez, fue todo a vn tiempo, y el licenciado dixo:

«Aunque este coloquio sea fingido y nunca aya passado, pareceme que esta tan bien61 compuesto, que puede el señor alferez passar adelante con el segundo.»

«Con esse parecer», respondio el alferez, «me animare y disporne a escriuirle62, sin ponerme mas en disputas con v. m. si hablaron los perros o no.»

A lo que dixo el licenciado:

«Señor alferez, no boluamos mas a essa disputa; yo alcanço el artificio del coloquio y la inuencion, y basta; vamonos al Espolon63 a   —250→   recrear los ojos del cuerpo, pues ya he recreado los del entendimiento.»

«Vamos», dixo el alferez; y con esto se fueron.


 
 
FIN64
 
 




 
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