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ArribaAbajo- VI -

Sociología anglo-americana


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ArribaAbajo1. Inglaterra

Después de la muerte de Spencer pudo creerse que la Sociología se había apagado en Inglaterra. Von Wiese, al mantener esa opinión, sugiere que ese hecho quizá se deba a la ausencia de una enseñanza universitaria de la Sociología. Faltando la necesidad pedagógica de su exposición y cultivo, no existieron estímulos para la construcción de una ciencia todavía informe a causa de su juventud. Ello no quiere decir que no existan investigaciones de carácter sociológico por su contenido, pero éstas pertenecen a las distintas ciencias sociales particulares.

Siendo la obra de Spencer -añade Wiese- el resultado de un enorme esfuerzo de síntesis, cumplida ésta siguieron luego libres las distintas corrientes tradicionales del pensamiento inglés que la poderosa tarea había remansado en un momento.

Sin embargo, esto no es cierto del todo. Es verdad que Inglaterra no ha poseído hasta ahora la diversidad de direcciones sociológicas de Alemania, ni una escuela como la de Durkheim en Francia. Pero la Sociología siguió con investigadores tan considerables como Westermack y Hobhouse. Y esto haciendo caso omiso de la importantísima escuela antropológica (etnológica). En cuanto a la psicología social, la obra de Mac Dougall ha tenido una influencia decisiva, no sólo en la literatura de lengua inglesa, sino también en el pensamiento continental.

En la actualidad renace la Sociología en Inglaterra con paso acelerado, de tal manera que es posible prever,   —158→   en plazo breve, para ese país, la reconquista de una posición directora.

Aunque la mayor parte de la producción de Hobhouse es de carácter sociológico, su sistema se desarrolla en cuatro volúmenes de titulación independiente, que integran, en conjunto, sus Principios de Sociología:

1) La teoría metafísica del Estado.

2) El bien racional.

3) Los elementos de la justicia social; y

4) El desarrollo social.

No hay mejor resumen de intenciones que el que va al frente del cuarto tomo. El primero trata de la relación entre el individuo y la comunidad; el segundo, de los fines de las acciones humanas; el tercero, de las relaciones sociales que ayudan a dichos fines, y el cuarto, de las condiciones que soportan la vida de las sociedades y de su contribución al logro del fin racional. El conjunto es una síntesis de los métodos filosóficos y científicos de la investigación social. El más importante es el cuarto libro de los citados.

Ya en su Morals in evolution (1919), había analizado las fuerzas fundamentales que mantienen el nexo social. Esas fuerzas eran tres: 1) El principio de parentesco. 2) El principio de autoridad; y 3) El principio de ciudadanía (citizenship).

El principio de parentesco es el lazo básico de la sociedad primitiva. El de autoridad se patentiza en un hecho de dominación: permite la integración de las actitudes diversas dentro de un grupo. El principio de ciudadanía se realiza en la representación política. Obsérvese cómo a través de una diversa terminología se contienen elementos que se repiten en diversas escuelas y   —159→   que son la base de la teoría de las estructuras históricas en la sociología alemana, para indicar un problema ya apuntado.

En su verdadera sociología general, el tomo titulado Social Development-Its nature and conditions, expone, de un modo terso, las condiciones fundamentales de la evolución social. Las condiciones físicas, biológicas y las psicológicas. El factor social, verdadero objeto de la Sociología, lo considera un fenómeno de interacción psíquica. Sus productos son las diversas objetivaciones de la cultura. Y, en ese sentido, al estudiar la Sociología el desarrollo social, es asimismo y en gran parte una sociología de la cultura. La tesis central de su concepción es que «La Historia de la humanidad no es la Historia del desarrollo progresivo y regular del principio espiritual, desde su germen hasta la madurez, sino un conflicto incesante entre los elementos racionales e irracionales, en los espíritus de las multitudes...»

En sus propósitos, la obra de Hobhouse es un intento de síntesis de Spencer y Hegel.

Westermarck es otro representante del evolucionismo de base psicológica y de la sociología etnologista. Su preocupación esencial se enfoca siempre sobre la norma social (rule of conduct) ; de ahí sus investigaciones fundamentales sobre el matrimonio y las ideas morales. Su explicación de los fenómenos sociales se apoya en determinados elementos psicológicos permanentes de la naturaleza humana.

En dirección semejante está Graham Wallas. Su problema esencial es el de la «naturaleza humana» como fundamento de la sociedad. La marcha del pensamiento de Wallas sigue un rumbo semejante al de Hobhouse: comienza con una actitud predominantemente biológica,   —160→   para acabar en una posición más social y cultural. Desde esta perspectiva, su libro más afortunado y de mayor influencia es el dedicado a subrayar la «naturaleza social» del hombre: Our Social Heritage, en el cual está implícito ya en el título otro rasgo humano de resonante actualidad: su carácter histórico. Por su posición inicial, sin embargo, no podía llegar a una clara formulación de ese último aspecto. Insiste más bien en la modificación de lo biológico por lo social. «El hombre ha ido dependiendo, progresivamente, de su herencia social desde el comienzo del lenguaje convencional y del arte de tallar la piedra, es decir, desde hace quizá medio millón de años. Este hecho ha producido importantes modificaciones en nuestra heredada naturaleza biológica. Hemos llegado a ser cada vez más aptos biológicamente para vivir con ayuda de nuestra herencia social y menos para hacerlo sin su auxilio. Podría decirse que nos hemos transformado en parásitos biológicos de nuestra herencia social».

Ahora bien, los fundamentos psicológicos implícitos en los autores citados, fueron desarrollados y sistematizados por William Mac Dougall en su célebre obra Introduction to Social Psychology (1908). Este libro tuvo una gran resonancia; en el continente huellas claras de su influjo se encuentran en Scheler y Vierkandt. Con él se inicia la dirección instintivista de la Psicología social y como reacción ha suscitado, especialmente en Norteamérica, las tendencias más actuales dentro de aquella ciencia. Nos remitimos a las líneas generales de esa teoría dadas en otro lugar.

Una modificación de la posición instintivista ortodoxa supone la obra de Wilfred Trotter sobre el instinto gregario. Dentro de la escuela es una acentuación de la   —161→   naturaleza fundamentalmente social del hombre (Herd instinct = rebaño).

Por último, el método de la escuela francesa de Le Play fue transplantado y adaptado a Inglaterra por Víctor Brandford. Él y sus discípulos formaron la llamada escuela regional, o, mejor, de la Regional survey, que unía a sus fundamentos antropogeográficos, tendencias éticas y estéticas. El órgano del grupo fue la Sociological Review, cuya renovación hace bien poco la abre a un panorama mucho más amplio. Dirigida en la actualidad por A. M. Carr Saunders, Alexander Farquharson y Morris Ginsberg, es un exponente del renacimiento sociológico contemporáneo.

También los estudios sociográficos nacidos en Inglaterra vuelven ahora a su país de origen, luego de su desarrollo en América, con una renovación de las distintas formas de la Survey.

Morris Ginsberg colaborador con Hobhouse en The material and Social Institutions of simpler peoples (1915), puede, en realidad, considerarse como el continuador de su espíritu en el pensamiento inglés de nuestros días. El humanismo liberal de su maestro pervive en las intenciones y en las formas de su propia obra. Titular, hoy, de la Cátedra Martin White en la London School of Economics, concentra en su persona, las esperanzas de todos los que desean la continuidad de la tradición sociológica inglesa, tan importante como intermitente, y sin apoyo, hasta hace bien poco, de los medios académicos. La formación filosófica de Ginsberg, no sólo se manifiesta en su primer libro Psychology of Society, sino que transparece igualmente en su posición de sociólogo. Lo cual, ha sido objeto de algunas críticas de parte de los partidarios de un riguroso especialismo de tipo empírico.   —162→   Mas Ginsberg ha insistido, con razón, en subrayar el carácter sintético de la Sociología, como una necesidad cultural, cabalmente, de una época de riguroso especialismo. Carácter, que no implica, entiéndase bien, enciclopedismo o absorción, sino utilización adecuada de los resultados de otras ciencias, especialmente sociales, en el intento de comprender con rigor las conexiones recíprocas, existentes entre los distintos factores del todo social. Por lo demás, Ginsberg ha percibido, con justeza, el carácter equívoco que para muchos tiene la Sociología. «Probablemente una gran parte de la oposición mostrada en contra de la Sociología como una rama independiente, se debe al hecho de que para los filósofos no es suficientemente filosófica, y, en cambio, para los científicos empiristas no es suficientemente científica».

Enemiga semejante persigue al sociólogo, cuando los diversos especialismos le sugieren afirmaciones unilaterales sobre la primacía de algún factor. Frente a esto, es deber, precisamente, del sociólogo el de resistir a la presión «de las tiránicas modas intelectuales del día», para ponderar con toda objetividad la significación respectiva, que en cada caso tengan los diversos factores que impulsan la vida social. La Sociología, reconoce Ginsberg, espera todavía su Newton o su Darwin, pero, entre tanto, es tarea de los demás mortales de menor talla, el de ir preparando la base para la unificación de las ciencias sociales, indispensable para regular racionalmente la marcha de la civilización. Tarea en la que reside, precisamente, la significación de la Sociología para la vida. Ella nos ha de permitir algún día, que los problemas humanos (Human affairs) puedan ser conducidos con la misma racionalidad, con que ya hoy nos enfrentamos con la naturaleza.

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En su último escrito (The problems and methods of Sociology, en la obra colectiva: The Study of Society, 1939), considera a los siguientes como los principales problemas de la Sociología: a) morfología social; b) control social; c) procesos sociales, y d) patología social. Los cuales, afirma, no han recibido hasta ahora un tratamiento parejo.

Fiel a la mejor tradición espiritual de su país y al influjo de su maestro, se plantea, también, Ginsberg, el problema de la evolución humana como progreso moral. Hay datos para creer que, a pesar de todas las regresiones temporales, ese progreso moral es un hecho. En todo caso puede afirmarse, que la vida humana carecería de sentido, si el proceso de la Humanidad no siguiera la dirección de un aumento en la cooperación libre entre los hombres, con una conciencia, cada vez más intensa, de lo que constituye su unidad y de la necesidad de conciliar, en todo el haz de la tierra, las exigencias de orden y libertad.

No puede quedar sin mencionar, por último, el gran historiador Arnod. G. Toynbee , cuya obra monumental A Study of History, todavía en curso de publicación, tiene una enorme importancia para los sociólogos. Sólo cuando esté conclusa podrán analizarse en su conjunto y en sus relaciones mutuas, las categorías de que se vale Toynbee para responder al problema que con su libro plantea: el del nacimiento, desarrollo y decadencia de las civilizaciones. Por lo pronto, en los primeros volúmenes ha demostrado de un modo convincente el valor decisivo de las condiciones naturales desfavorables en el nacimiento de las civilizaciones (Challenge and response). Su método comparativo, se aplica a veintiuna civilizaciones.



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ArribaAbajo2. Norteamérica

No obstante lo dicho en las líneas anteriores, es evidente que el cetro de la producción sociológica en lengua inglesa corresponde, en lo que va de siglo, a los Estados Unidos, en donde la Sociología alcanza un desarrollo extraordinario y tiene una significación positiva en la cultura y educación. De tal manera, que la historia de la Sociología en ese país está unida a la historia de su Universidad. En ese sentido, se señala la fecha de 1876, año en que se fundó la Universidad John Hopkins, como el momento en que se inicia el contacto entre el pensamiento sociológico y la actividad universitaria y en que comienza la trayectoria de la sociología norteamericana.

En sus comienzos, el pensamiento sociológico norteamericano está sometido al influjo poderoso de Spencer, el cual había escrito, precisamente para los americanos, su libro Study of Sociology. Los primeros años de la sociología americana son, por eso, de paulatina liberación, hasta adquirir, en un momento, independencia y caracteres propios.

En su conjunto tiene la sociología norteamericana características suyas que le prestan un tono peculiar muy acusado. Esas características, en sus líneas generales, afectan a su formación, a su espíritu y a su problemática. En cuanto al primer punto, ya hemos indicado antes la hermandad de destino de la Sociología y la Universidad. La producción sociológica crece y se desarrolla al compás de las necesidades pedagógicas, llegando a una especialización desconocida en Europa.

En la historia de la producción sociológica universitaria se destacan las Universidades de Columbia y Chicago, cuya rivalidad ha sido en extremo beneficiosa y   —165→   fecunda. Ambas tuvieron y mantienen peculiaridades de escuela, tan marcadas, que, según parece, reconocen los expertos con facilidad a los formados en una u otra. Ambas están, además, unidas a la obra y al recuerdo de un gran maestro de Sociología: la Universidad de Chicago a Small y la de Columbia a Giddins.

Hay que anotar la peculiaridad de que la Sociología, en esas Universidades y, por su influjo, en la mayoría de las demás, no se ha estudiado sino en conexión con el conjunto de las ciencias sociales. Esa agrupación de la Social Science se ha revelado enormemente fructífera, aunque quizá no hayan resuelto todavía los americanos el problema metodológico que implica.

Más importante es, sin duda, la nota de fondo, la que afecta a la actitud y al espíritu de la sociología norteamericana. Esta no es sino un reflejo de la concepción pragmática y activista de la vida. La sociología norteamericana, en este sentido, se caracteriza por su proximidad a los problemas vivos del instante y por su preocupación por las exigencias prácticas de una acción inteligente sobre la vida social. Por eso la sociología norteamericana ha huido, en general, y hasta hace bien poco, de las discusiones metodológicas y ha saltado en seguida, no sólo a la investigación concreta y al acopio de datos, sino al campo práctico de la aplicación de los conocimientos obtenidos. La Sociología, apenas madura, fue siempre instrumento de reforma social.

Desde el punto de vista de la construcción científica esa nota, no sólo se refleja en la evitación de una permanencia excesiva en los pródromos metodológicos, sino en el método mismo y en la ausencia, en general, de sistemas. Matter of fact es el lema y piedra de toque de la investigación sociológica: atenerse únicamente a las   —166→   inducciones que permitan los hechos y datos obtenidos, huyendo de toda construcción que no sea absolutamente objetiva. Por eso, si la sociología norteamericana ha evitado, en general, especulaciones sistemáticas arriesgadas, ha caído en muchos momentos en una manía clasificatoria no menos funesta en ocasiones.

Pues bien, unidas esa actitud metódica y las exigencias de la enseñanza, han dado lugar, con otros motivos, a la especialización y ramificación creciente de la Sociología. A las distintas ramas desprendidas de la sociología general se han añadido especializaciones producto de ciertas condiciones peculiares de la vida social americana, por ejemplo, las sociologías urbana y rural, nacidas al amparo de las surveys, realizadas con fines prácticos. Asimismo, la Ecología, etc.

En cuanto a la problemática de la sociología norteamericana ha sido hasta ahora clara expresión de una sociedad joven, de estructura abierta y fluida . De una sociedad cuyas formas no habían alcanzado aún la fijación y, en cierto sentido, osificación de la más vieja sociedad europea. Puede interpretarse por eso en muchos de sus puntos como la manifestación intelectual de una estructura social democrática y de un capitalismo inmaturo no obstante su extraordinario desarrollo técnico.

En este sentido, su preocupación esencial por el individuo, el posterior viraje hacia la socialización y la observación continuada de los procesos de conflicto y competencia, son ejemplos tan característicos como denotadores.

Pero, además de esta influencia general, la realidad social americana ofrece problemas de detalle que le son también peculiares, como se dan también, naturalmente, en otras sociedades del mismo tipo. De ellos, el más característico   —167→   es el de los contactos raciales y culturales, con toda la secuela de cuestiones que arrastran consigo. Por eso, en ciertos aspectos, ha tenido a mano el sociólogo americano un verdadero laboratorio en donde estudiar, casi en forma experimental, fenómenos y problemas inasequibles a sociólogos de otros países y culturas.

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Lester F. Ward es la primera figura de relieve en el desarrollo de la sociología norteamericana. Su obra pertenece todavía a la dirección de la llamada Sociología sistemático-enciclopédica.

Ward, hombre de preparación multiforme, botánico y naturalista esencialmente, nos ofrece en su sociología dinámica un sistema paralelo a los de Comte o Spencer, pues despliega, con poderoso aliento, una verdadera concepción del mundo, en donde amontona su saber cosmológico, biológico y psicológico. Su significación en la historia del pensamiento social está en haber sido el primer norteamericano que abandonó la posición del laisser-faire radical y que postuló la necesidad de una intervención consciente en la vida social. Aunque sea de pasada, es conveniente estudiar las posibles causas sociales de esa actitud. Ward pudo observar la profunda transformación de la vida económica americana en los días siguientes al período de 1870 a 1890, famoso por la implantación de una economía de rapiña, protegida por el Estado en beneficio de una pequeña minoría. En ese tiempo la renovación intelectual fue también intensa y repercutió en la Universidad y en la investigación científica. Su especial formación y las experiencias de esos años contribuyeron al nacimiento del impulso científico y la vocación social de Ward. «De esa manera, al   —168→   preconizar el abandono de la teoría del laisser-faire, y al sostener la posibilidad de un control consciente y de una dirección de las fuerzas sociales, merced al saber científico y en interés del bienestar humano, se convirtió en el portavoz de toda su generación.» Esas tendencias las expresó bien claramente el propio Ward en el prólogo de su primera obra: «El objeto real de la ciencia es el beneficio del hombre. Una ciencia que fracasa en esto, aunque su estudio sea muy agradable, es antivital; la Sociología, que es, entre las ciencias, la que más beneficio ha de rendir al hombre, está en peligro de caer en la clase de las ciencias muertas o de puro pasatiempo agradable. El objeto de esta obra es precisar el método mediante el cual el aire de la vida pueda respirarse a pleno pulmón.»

La sociología dinámica contiene ya lo fundamental del pensamiento de Ward; sus libros posteriores no fueron sino aclaraciones y desarrollos de algunas de sus ideas ya conocidas.

La sociología dinámica es una obra de carácter enciclopédico, que avanza desde los principios cosmológicos hasta los fenómenos sociales. La idea fundamental afirma la existencia de una fuerza unitaria que va manifestándose de maneras diversas, una de las cuales es la aparición diferenciada de los distintos deseos o impulsos base y origen de las varias fuerzas sociales. El desarrollo de todo el sistema se apoya en un número determinado de principios que el propio Ward señala:

1º La ley de agregación, en cuanto distinguida de la de evolución.

2º La teoría de las fuerzas sociales y la antítesis fundamental que implican entre sentido y función.

3º El contraste entre esas fuerzas sociales verdaderas y las influencias directoras del intelecto que informan   —169→   la aplicación del método indirecto de realización de los impulsos (Indirect Method of Conation), y la naturaleza esencial de la invención, del arte y de la acción dinámica.

4º La superioridad de los procesos artificiales o teleológicos sobre los naturales o genéticos.

5º El reconocimiento y demostración de la necesidad suprema de una distribución igual y universal del saber existente sobre el mundo.

Uno de los puntos más importantes y originales de su sistema está en la distinción y jerarquía de los deseos, sustrato de las fuerzas sociales. Hay deseos de grado inferior, que se realizan directamente (por una direct conation), y otros, en cambio, que se realizan mediante el rodeo y la instrumentalidad (instrumentality) del intelecto. En este sentido están regidos y gobernados por la razón (indirect conation). Esta distinción es, en cierta manera, análoga a la oposición de Toennies de lo orgánico y creado a lo artificial y construido. Ward expresa esa contraposición con los términos de lo natural y lo artificial: growth and manufacture, genetic and telic. «El progreso a que apunta la sociología dinámica es un progreso artificial... Todo progreso se produce por adaptación..., pero la adaptación es de dos formas: una es pasiva o consensual; otra, activa o provisional. La primera representa el progreso natural; la última, el progreso artificial; la primera se produce en un crecimiento; la última, en una manufactura; la primera es un proceso genético; la otra, un proceso teleológico.»

La afirmación, pues, de una actividad télica o finalista es el pensamiento fundamental de Ward, y todo el problema y sentido de la Sociología consiste en añadir a la télesis individual una télesis colectiva que alcance el progreso (achievement) de la humanidad. La inteligencia,   —170→   por sí sola, es inoperante; pero, unida a los impulsos y deseos, se convierte en una fuerza social y logra así una posición directora en el mundo.

Sus dos libros posteriores (La Sociología pura y La Sociología aplicada) son el desarrollo de estas ideas. La sociología pura estudia las condiciones cósmicas, biológicas y psicológicas de la vida social, eliminando toda actitud télica, es decir, toda afirmación de deber ser o de valores ideales. La sociología aplicada, al contrario, acepta cabalmente esa actitud finalista con el propósito de ejercer en la vida social una acción de mejora y transformación: «Así como la Sociología pura pretende contestar a las preguntas ¿Qué? ¿Por qué? y ¿Cómo?, la Sociología aplicada intenta contestar a la pregunta ¿Para qué? La primera se preocupa de hechos, de causas y principios; la última, de los conceptos, objeto, finalidad y término. La Sociología pura trata del desarrollo espontáneo de la sociedad; la Sociología aplicada se preocupa de los medios artificiales de acelerar los procesos espontáneos de la naturaleza.»

La obra de Ward, ya sin influjo teórico importante, ha dejado, sin embargo, como herencia fecunda a la Sociología de su país, tanto la preocupación psicológica por los motivos de los impulsos humanos, como la actitud general de la sociología aplicada, exponente de la posición activista de los americanos ante la vida.

Franklin H. Giddins es la segunda gran figura de los comienzos de la sociología norteamericana. Su obra pertenece igualmente a la dirección enciclopédico-sistemática. Su primer libro importante, Principios de Sociología, nacido ya de su labor docente, fue en su tiempo muy conocido en Europa. En él se expone la evolución de la vida social desde las sociedades animales hasta la   —171→   sociedad contemporánea. En el sistema, las etapas del hecho social son las siguientes: asociación zoógena, antropógena, etnógena y demógena. En la última fase se encuentran los grandes pueblos modernos.

Aunque en la órbita todavía de Spencer, se separa ya, sin embargo, de éste con la negación radical de la sociedad como organismo. Su concepto fundamental es el de la «conciencia de la especie» (conciousness of kind). Entiende por ésta «un estado de conciencia en el cual cada ser, esté alto o bajo en la esfera de la vida, reconoce a otro ser consciente como semejante». Se ha querido interpretar este concepto como una construcción ideal del hombre social semejante al homo oeconomicus de los economistas. La agrupación de los hombres depende del grado de desarrollo en ellos de esa conciencia.

Giddins, en sus últimas obras, califica su sistema como una «teoría de la conducta pluralista». Su tesis afirma la dificultad de captar las reacciones privativas del individuo a las excitaciones de su medio, y la posibilidad, por el contrario, de observar y medir las reacciones semejantes de los individuos pertenecientes a un mismo grupo. «La conducta pluralista -dice- es el objeto de la Psicología social, llamada también Sociología: una ciencia con método estadístico que se propone, en primer lugar, estudiar los factores de la conducta pluralista, y, en segundo lugar, su génesis, integración, diferenciación y funcionamiento, contando para ello como variables la excitación y la semejanza (mayor o menor) entre sí de los mecanismos reactivos.» En cuanto un grupo de individuos reacciona de una manera semejante, penetra en éstos la conciencia de la especie y de   —172→   su idéntica situación, y nace entonces el deseo de reafirmar y mantener la coherencia del grupo por medio de la ayuda mutua.

Albion W. Small es el único de los maestros de la vieja escuela. Casi toda su producción está dedicada a investigaciones metodológicas. Gran parte también de su esfuerzo se aplicó a romper el particularismo de la sociología norteamericana, con exposiciones de los sistemas clásicos y de los sociológicos más importantes de su tiempo.

Su aportación metodológica más importante fue el reconocimiento de las conexiones de la Sociología con las demás ciencias sociales y de éstas entre sí. Desde entonces no se ha abandonado esta posición por los investigadores norteamericanos, con mayor o menor claridad y profundidad en su fundamentación teórica. Por lo menos, domina la convicción de que no es posible captar el complejo mundo social sin una cooperación y ayuda consciente de todas las ciencias sociales.

Su libro Sociología general es propiamente una exposición de las doctrinas sociológicas desde Spencer hasta Ratzenhofer. Representa una criba de los resultados válidos de la literatura sociológica inmediatamente anterior.

La aportación más importante de Small es la adaptación y mejora de la teoría del interés de Ratzenhofer. «En el comienzo fueron los intereses». Estos forman seis grupos: 1) Salud (todos los intereses satisfechos en el ejercicio de las fuerzas corporales, alimentación, sexo, trabajo, etc.) 2) Bienestar (satisfechos en la acción y poder sobre las cosas). 3) Sociabilidad (intercambio de estímulos de naturaleza espiritual). 4) Saber (impulsos de curiosidad). 5) Belleza. 6) Justicia. «Todos   —173→   los hombres, desde el más salvaje al más civilizado, hacen lo que hacen: primero, por causa de las variaciones en las circunstancias de su medio, tanto físico como social, y, segundo, a causa de las variaciones y cambios de sus seis intereses elementales.»

Como todos los intereses tienden a una satisfacción absoluta, nace un conflicto universal entre ellos. De ahí surge el proceso social, en el cual se forman constantemente grupos e instituciones en torno a determinados intereses. El problema social fundamental está en la realización, lo más racional posible, de todos los intereses.

Y como la Sociología tiende a ser siempre la conciencia de una sociedad determinada, Small, dentro de su tendencia, sostiene también que «el problema sociológico fundamental, desde la perspectiva del progreso futuro, es el problema de determinar el conflicto real de intereses en la sociedad presente».

Más que con sus investigaciones metodológicas, influyó Small en su país con la actitud psicológica de su teoría de los intereses. Predomina desde entonces, por algún tiempo, la tendencia psicológico-social, y es un problema característico de esa psicología social la generalización de los modos reactivos típicos de las acciones humanas en relación con situaciones también típicas. Como todo esto está ya en Small, Andreas Walther ha subrayado las concomitancias de esta posición con la dirección metodológica de Max Weber. Por otra parte, la teoría concreta de los intereses ha persistido, más o menos modificada, hasta la actualidad.

De los viejos maestros son también patentes todavía las huellas de W. G. Summer. Su obra está dentro de la dirección etnológica. Y de su libro Folkways ha quedado la distinción entre folkways y mores. Los usos sociales   —174→   (folkways) son modos de acción. Nacen del intento de satisfacción de necesidades por el método de ensayo y error. Las costumbres (mores) son usos sostenidos y reforzados por una convicción. Ambos son productos de una actividad irracional.

Dicen los norteamericanos que en los anales de su Sociología hay que señalar el año 1908 con tinta roja. En ese año aparecen las Psicologías sociales de Mac Dougall y Ross y, uno más tarde, el libro de Cooley, Organización social. Es decir, en torno a la fecha citada se produce una renovación del pensamiento sociológico con el surgir de nuevas figuras y con la publicación, en pocos años, de numerosas e importantes obras. En esta etapa queda abandonada la vieja escuela enciclopédica y evolucionista y se inicia el predominio de una dirección fundamentalmente psicológica. Por eso algunos, precisando más, señalan la publicación de la citada obra de Cooley como el momento límite entre los dos períodos.

El que ahí se inicia está, asimismo, representado fundamentalmente por tres sociólogos, emparentados por la fundamentación psicológica de su obra, si bien en ninguno de ellos se disuelve la Sociología en una Psicología social. Esta etapa llega hasta los años de la postguerra en que comienzan nuevos aspectos y direcciones en la sociología norteamericana, abriendo una nueva época presente ante nosotros ahora en su floración.

La obra de Charles H. Cooley recibe en estos últimos años un aprecio que no tuvo en los días de su publicación. Pues representa una postura espiritual que no podía tener resonancia en la época ascensional de la prosperity, de un individualismo desenfrenado. Su idea fundamental es, en efecto, la unidad entrelazada de individuo y sociedad. Estos son partes inseparables de un   —175→   todo orgánico. Renueva así la posición mantenida años antes por James M. Baldwin, que podría considerarse como la versión psicológica de la bipolaridad del fenomenólogo Litt o de algunos análisis existenciales. «Un individuo separado es una abstracción desconocida para la experiencia, y no lo es menos la sociedad considerada como un todo aparte de los individuos. La única cosa real es la vida humana que no puede considerarse ni en su aspecto individual ni en el social, es decir, en su aspecto general, sino que es siempre, como hecho de experiencia (matter of fact) ambas cosas: individual y general».

Desde esa perspectiva intenta resolver la mayoría de los problemas sociológicos, señalando siempre la acción recíproca entre los dos elementos, en la cual son ambos, al propio tiempo, causa y efecto y ninguno alcanza la significación de una constante.

Cooley, en su Naturaleza humana y orden social, estudia las reacciones del «yo» en la vida de los grupos; su Organización social desarrolla, fundamentalmente, la naturaleza de los «grupos primarios», y en El proceso social descompone y analiza los factores que juegan en el fenómeno que el título señala.

Su concepto fundamental es el de comunicación (communication). Representa el mecanismo psicológico mediante el cual existen y se desarrollan las relaciones humanas. El análisis de ese mecanismo es muy importante e ilumina la interpretación psico-social de muchos fenómenos, entre ellos, la «personalidad». Esta se origina, en parte, en la «corriente de la comunicación». El término y, en cierto sentido, este concepto de «comunicación», se emplea actualmente en algunas filosofías existenciales (Jaspers, Berdiaief). Sin embargo, el concepto   —176→   que más ha influido en la sociología norteamericana posterior y que ha quedado quizá definitivamente incorporado, es el de «grupo primario». Según Cooley, la importancia de los grupos primarios, familia, camaradería (play group) y la vecindad, estriba en que constituyen la base de la conformación social del individuo. El análisis psico-social de este tipo de grupos recuerda determinadas categorías y conceptos empleados por otros sociólogos, entre ellos, la «comunidad» de los alemanes. Véase si no el siguiente párrafo: «Entiendo por grupos primarios aquellos caracterizados por una asociación y cooperación íntima y personal (face to face). Son primarios en diversos sentidos, pero, particularmente, en que son fundamentales para la conformación de la naturaleza social y de los ideales del individuo. El producto psicológico de la asociación íntima es una fusión de las individualidades en un todo común; de tal manera, que el verdadero yo, para muchos al menos, está en la vida común y en los propósitos del grupo. Quizá el modo más sencillo de describir esa totalidad esté en decir que es un nosotros, pues implica el tipo de simpatía y de identificación mutua de que el término nosotros es la natural expresión...»

Charles A. Ellwood continúa en igual dirección psicológica, si bien con una mayor acentuación del interés por problemas estrictamente sociológicos: grupos y procesos sociales y, últimamente, la sociología de la cultura.

Las bases psicológicas de la interacción social están en determinadas características individuales: espontaneidad, instintos, emociones, conciencia y espíritu. Según él, este último (mind) es un producto de la vida social.

Su concepto fundamental es también el de comunicación, al que añade, entre otros y como más importantes,   —177→   los conceptos de interestímulo, interacción, adaptación recíproca, actitud y valor. En sus estudios sobre la evolución de la cultura, divulgó un concepto de constante empleo posterior: el de «rasgos culturales» (cultural pattern-social pattern, etc.). El progreso y el orden de una sociedad dada significan siempre un ajuste y adaptación recíprocos de los distintos valores y actitudes originados en esa sociedad. Y la finalidad de la civilización es la transmisión de los distintos rasgos culturales, que aseguran la continuidad histórica en la vida de los grupos. Por eso, uno de los problemas que Ellwood estudió con mayor atención es el del cambio social (social change). Este, según él, tiene doble carácter: consciente e inconsciente. El último, característico de los estados primitivos de la sociedad; el primero, dominante en los grados superiores. Es el problema, siempre renovado, de lo racional e irracional en la vida de la sociedad.

Ellwood trató también de fijar los elementos de que se compone lo que diríamos en lenguaje de Wallas, nuestra herencia social: 1) un conjunto de valores espirituales y éticos, provenientes del judaísmo; 2) un grupo de conceptos estéticos y filosóficos, recibidos de los griegos; 3) una serie de formas legales y administrativas, heredadas de los romanos; 4) determinadas ideas de libertad individual legadas por los germanos; 5) un espíritu científico y una técnica nacida en el Renacimiento; 6) actitudes de eficacia económica, producto de la revolución industrial; y 7) determinados valores humanitarios forjados en el siglo XIX.

E. A. Ross es quizá el sociólogo más importante de este segundo grupo o, por lo menos, para ser más justos, el que mayor resonancia ha tenido, no sólo en su país, sino en Europa. Von Wiese ha reconocido todo lo   —178→   que debe a este pensador, considerándolo como un representante de la teoría de las relaciones.

Con su primera obra, Social control, inicia un tema trabajado posteriormente con cierta frecuencia por la sociología norteamericana. El problema es otra vez el de individuo y sociedad y el de los medios de mantener el equilibrio entre la dominación de la sociedad por el individuo (individual ascendency) y la dominación del individuo por la sociedad (social ascendency). El libro desarrolla un estudio particularizado de los distintos agentes del control social. En la primera parte analiza los fundamentos del control social, y el papel, entre otros, de la simpatía y la sociabilidad. En la segunda especifica los distintos medios del control social (opinión pública, derecho, fe, sugestión social y educación; costumbre, religión, convicciones personales, ceremonial, arte, personalidad, ilustración, ilusión y valoraciones sociales). Y en la tercera desarrolla el sistema y los límites del control social. Según Ross, los problemas fundamentales del control social son dos: ¿cuáles son los mejores medios del control social? ¿Cómo deben aplicarse éstos?

La Psicología social está todavía dentro de las tendencias y características de la dirección entonces predominante. Pero sólo el hecho de su publicación simultánea con la obra del mismo título de Mac Dougall contribuyó a popularizar la concepción de una Psicología social como ciencia independiente distinta, tanto de la Psicología general como de la Sociología.

Su permanencia en el camino tradicional se patentiza haciendo resaltar tan solo que por una parte insiste en la teoría de los impulsos y en que, por otra, no hace sino desarrollar y modificar la teoría de Tarde del proceso básico de la sugestión-imitación.

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Los impulsos los divide en naturales y culturales. Los naturales forman cinco grupos desde el hambre hasta los impulsos recreativos y de juego. Los impulsos culturales son los religiosos, los estéticos y los intelectuales. Se mantiene en una posición clasificatoria) sin intentar resolver el problema de las conexiones, por lo menos, de esas dos grandes clases de impulsos.

En cuanto al segundo punto, nos dice Karpf: «La discusión de temas como sugestión, masa, psicología de las multitudes, moda, convencionalismo, costumbre e imitación racional, interferencia y conflicto, unión y acumulación, etc., constituye una brillante reinterpretación y adaptación de la doctrina de la imitación de Tarde como principio eje de la vida social, añadida a un basamento dado por las teorías biológicas contemporáneas respecto a la naturaleza humana y combinada con otros elementos ciertamente importantes, como la teoría de la sugestión social desarrollada por Le Bon y otros investigadores de la psicología de las multitudes.»

Su libro más importante, Principios de Sociología, tiene también un fundamento psicológico. Las fuerzas sociales proceden de determinados intereses fundamentales: riqueza, poder, religión y saber. La parte, empero, más importante del libro está dedicada a la teoría de los procesos.

Veamos, dada su importancia, el esquema de esta obra. Las dos primeras partes están dedicadas a la población y a los factores sociales. Estudia los fenómenos de población con ayuda de la estadística, dedicando singular atención a las relaciones de población entre la ciudad y el campo. Como factores sociales considera el medio geográfico, la naturaleza humana y la cultura. Esta   —180→   significa la «totalidad de rasgos (patterns) adquiridos de conducta», transmitidos por imitación e instrucción.

En la tercera parte estudia, en primer lugar, la génesis del hecho social, analizando las relaciones de asociación, comunicación, dominación, explotación. Sigue luego el estudio de los procesos. La parte cuarta está dedicada a los siguientes procesos: oposición -estímulo y esfuerzo antagonista; competencia; conflicto- de edades, sexo, raza, entre ciudad y campo, de clases, internos de las clases y entre cultos e ignorantes-; y de adaptación.

La parte quinta trata de lo que se llama en Norteamérica organización social: cooperación y organización (del esfuerzo de la voluntad y del pensamiento).

Al proceso fundamental de socialización está dedicada la parte séptima, con el título clásico: la sociedad y el individuo. «Por socialización entiendo el desarrollo entre asociados del sentimiento del «nosotros» (we feeling) y el crecimiento de su capacidad y voluntad para actuar conjuntamente. Este proceso está afectado por una gran variedad de condiciones y circunstancias y no es el mismo para aquellos que nunca traban relaciones íntimas (never come into face-to-face relations) que para los miembros de un grupo primario». En esta parte trata, por consiguiente, del control social.

Antes se había ocupado de la estratificación social (parte VI: clase y casta), a lo que añade ahora una consideración sobre las profesiones y las ocupaciones en general (parte VII). Interesante es la crítica contenida en la exposición del fenómeno de comercialización, y no sólo como manifestación típica de la vida norteamericana. La comercialización significa la «sujeción creciente   —181→   de toda vocación o función a la motivación del beneficio» (profits motive).

En la parte novena se ocupa del problema clásico del progreso. Estudia los fenómenos de osificación, decadencia, transformación, reconstrucción y revolución. En esta parte, como en las siguientes, donde hay afirmaciones programáticas e ideas de reforma social, manifiesta una actitud evolutiva y moderadamente conservadora.

Acaba con una parte (XI) dedicada a ciertos principios sociológicos de significación general: anticipación, simulación, individualización, deteriorización y equilibrio.

Lo reseñado basta para atestiguar que en este libro se contienen todos los temas de la sociología norteamericana de su época. Es una típica manifestación de la preocupación americana por el acopio de datos. Pero, sobre todo, para el lector europeo, falta sistema y adolece en muchos puntos de falta de profundidad. Sin embargo, el acopio de materiales es muy importante, y el panorama que se gana, amplio y sugestivo. Llama la atención muy especialmente la casi ausencia de saber libresco; gran parte de los datos son producto de la observación y la experiencia personal del autor, recogidos en extensos viajes por Asia, África y América. Esta peculiaridad dio lugar a la crítica irónica de un sociólogo alemán que consideraba el libro de que tratamos como «un conjunto de reflexiones y experiencias de un hombre que ha viajado mucho y que ha leído poco». Lo cual hay que aceptarlo, naturalmente, sólo cum grano salis.

Antes de terminar con este período, merece citarse la figura del economista Thorstein Veblen, cuya obra, de vivísimo acento personal, comienza a obtener ahora hasta   —182→   en Europa una singular atención. En su «teoría de las clases ociosas» hay agudos análisis psico-sociales de las actitudes de las clases estudiadas. Y en El instinto de manufactura sostiene que todo individuo es un centro de actividad impulsiva potencial, que lleva a la necesidad de hacer, construir y trabajar. Sólo a la acción nociva de las «clases ociosas» hay que imputar el carácter penoso con que se presenta el trabajo. Merced sobre todo a la indignidad que éstas le atribuyeron.

Entre las obras escolares de este período hay que citar la famosa Introducción a la Sociología, de Park y Burgess, investigadores, además, muy distinguidos.

La etapa que sigue, es decir, la situación inmediatamente presente de la sociología norteamericana, es mucho más compleja. Luego reseñaremos las características dadas por Read Bain, las cuales, con ser ciertas, sin duda, no dejan ver, sin embargo, los problemas teóricos más importantes por que se debate, en nuestra opinión, la sociología norteamericana actual.

1º El de los límites entre Sociología y Psicología social. La Sociología propendió a disolverse casi en Psicología social en los años inmediatamente anteriores. La reacción ha sobrevenido, como era de esperar. Pero más que nada, por el lado de la teoría de los grupos y de la sociología cuantitativa. En este sentido están quizá descuidados los aspectos estructurales.

2º La cuestión metodológica fundamental. Los norteamericanos han visto hace tiempo las conexiones entre todas las ciencias sociales (interrelations), como cuestión científica y como exigencia pedagógica. En este último aspecto su orientación marcha a la cabeza. Los materiales han sido diversas veces aportados en obras colectivas importantes. Pero quizá les falte aún la visión   —183→   sintética tan ansiada y la teoría fundante. En este sentido se está todavía a la zaga del planteamiento de Dilthey.

La consideración detallada de estos problemas a través del pensamiento norteamericano actual excede de las posibilidades que ahora tenemos. Habría que añadir, por otra parte, un intento de interpretación que pusiera de relieve la repercusión en ese pensamiento de las transformaciones de la sociedad norteamericana en estos últimos años, merced, sobre todo, a la evolución y crisis de su capitalismo.

Por no recargar este capítulo con una lista de nombres y direcciones, nos limitaremos a unas líneas sobre el behaviorismo.

La teoría instintiva de Mac Dougall tuvo, como se ha apuntado en otro lugar, una influencia enorme en la formación de la psicología social norteamericana. Primero, por influencia directa y luego como centro de una reacción igualmente intensa frente al instintivismo. Pues bien, uno de los apoyos de esa reacción fue, entre otros, la teoría behaviorista, la cual adquiere tal importancia que casi toda la obra psico-social y aun verdaderamente sociológica posterior puede comprenderse dentro del movimiento behaviorista, entendido éste en un sentido lato.

El iniciador es J. Watson con la obra cuyo título bautiza toda esta dirección. Aceptando la teoría de Pavlov de los «reflejos condicionados», rechaza la existencia de instintos originados en el hombre. La teoría psicológica desarrollada implica un análisis de la conducta como reacción a un estímulo. Basta con esta somera enunciación, aunque no sea del todo exacta, para percibir el influjo ejercido sobre psicólogos y psicólogos sociales. En efecto, un gran número de supuestos instintos   —184→   no son conductas originarias, sino producto de interferencias de reacciones posteriores a las primitivas, consecuencia en su mayor parte de estímulos sociales.

Una sociología behaviorista en amplio sentido y no exagerada es la Introducción de Barnes, Davis y otros.

Read Bain sintetiza en Trends in American Sociological Theory las características fundamentales de la situación actual (1920) de la sociología norteamericana, del modo siguiente:

1º La Sociología es una ciencia natural; como tal, no es utilitaria ni normativa, y no es más importante que otra ciencia natural cualquiera... Sus datos son las actividades de los hombres en grupos en cuanto condicionados por la cultura. La Sociología se hace acentuadamente behaviorista, desatendiendo cada vez más las «fuerzas» inobservables y subjetivas, «impulsos», «deseos», «instintos» y otros conceptos semejantes.

2º La Sociología tiende a apoyarse cada día más en datos estadísticos...; el «centro de atención y principio de síntesis», no puede ser la personalidad, como afirmaba Small en 1907, sino la repetición de uniformidades en la conducta de las personas...

3º La Sociología incrementa su cultivo monográfico... La época de las teorías cósmicas ha pasado.

4º La Sociología se especializa; añadiendo: la sociología urbana, la rural, la educativa, la ecología humana, la geografía humana, la psicología social, la etnografía cultural, la organización de la comunidad, la acción social, (social Work), la sociología aplicada, la legislación social y la jurisprudencia sociológica, la estadística social, la teoría social de la población, la economía social, la ética y la religión social, son ejemplos de esta especialización.

  —185→  

5º Los estudios ecológicos representan uno de los modos más frecuentes y fecundos del análisis sociológico. La ecología social es una renovación de los viejos estudios de geografía y antropogeografía, que hacen referencia, especialmente, a la influencia del territorio sobre las relaciones humanas.

6º Otro contacto lleno de promesas es el etnológico. (Como dice von Wiese, esta afirmación ha de hacerse con gran cuidado para no caer en las confusiones que fueron corrientes en alguna época entre sociólogos y etnólogos).

7º Otra característica muy marcada es el desarrollo de la psicología social. (Ya hemos insistido antes en el enorme interés dado en Norteamérica a los estudios de la psicología social, pero es una exigencia teórica de primer plano el limitar estrictamente la psicología social de la Sociología. El retorno a una confusión entre ambas es otro de los peligros a que una exageración de esta dirección podría conducir.)

8º El estudio de la comunidad cada día habrá de adquirir una importancia mayor, similar a la de la ecología humana antes descrita. (Característica de la posición norteamericana en este punto es que la preocupación por la vida de la comunidad se hace sin las nostalgias del pensamiento europeo, ya que América, por las condiciones de su estructura social, no ha conocido las viejas comunidades características del pasado europeo.)

9º La asistencia social (social Work) está adquiriendo cada día mayor importancia y haciéndose cada vez más dependiente de la Sociología y de la psicología social, tanto por lo que hace relación a su técnica como a sus objetivos. (Hay que entender esto, teniendo en cuenta que la política social en Norteamérica no está reducida,   —186→   como en Europa, a las relaciones de trabajo, sino que comprende todo un mundo de problemas típicos de América y que hasta ahora en Europa, producto de la rigidez de su estructura social y política, habían escapado a la preocupación general y caían dentro de la actividad del estado y de la iglesia).

10º Por último, Bain cree y espera que cada día más revivirá el interés de los sociólogos por los problemas de la religión y de la ética.

En la conclusión de su estudio se encuentran estas palabras, bien expresivas de las tendencias y aspiraciones del pensamiento norteamericano: «La Sociología se concibe a sí misma como una ciencia natural, aplicando los métodos y sufriendo las limitaciones de toda ciencia. Aspira a la interdependencia mutua de todas las ciencias, y no pretende arrogarse a sí misma una posición de imperio o de más importancia».

Se entrega a una tarea de acumulación de un cuerpo válido de hechos sociológicos, a través de una investigación lenta, cuidada y laboriosa, teniendo extremo cuidado de no incurrir en generalizaciones de carácter demasiado amplio.

Añadimos dos características desde la perspectiva de un observador extranjero:

1ª La protección social e institucional de las investigaciones sociológicas.

2ª La importancia universitaria de la enseñanza sociológica y su infiltración en los grados inferiores de la educación.





  —187→  

ArribaAbajo- VII -

Sociología italiana. Pareto


  —189→  

Desde los últimos decenios del pasado siglo hasta el momento presente, la Sociología ha sido cultivada en Italia con continuidad y brillantez. De casi todas las direcciones sociológicas, sobre todo de las dominantes en el último tercio del siglo XIX, podría citarse algún representante meritorio. Basta recordar la figura de R. Ardigó dentro del movimiento positivista. No obstante, se va a tratar ahora únicamente de Vilfredo Pareto, cuya originalidad le destaca entre la producción sociológica de su tiempo. Famoso ya por su obra económica, por su sociología se sitúa en la primera fila de los maestros de la generación actual.

Es frecuente encontrar la exposición de la obra de Pareto bajo rúbricas distintas. Por algún tiempo se ha considerado la Sociología paretiana como el exponente más cabal de la dirección mecánica. Así lo considera, por ejemplo, Pitirin Sorokin, como el término de un continuado esfuerzo por aplicar a los fenómenos sociales los principios y métodos de la física. La interpretación no carece de sentido, pues la abona incluso la terminología paretiana y la formulación de su tarea básica como el problema del equilibrio social. Sin embargo, tampoco carece de sentido otra interpretación al parecer opuesta. Aquella que subraya el carácter biológico de la Sociología estudiada. Desde la perspectiva de una renovación actual de la consideración biológica de lo social y de la Historia, se ha destacado el fundamento biológico del pensamiento paretiano, señalándose sus concomitancias con otras tesis del pensamiento contemporáneo.

  —190→  

Ahora bien, ambas interpretaciones se deslizan al margen de la problemática fundamental de la obra paretiana. Dejan así en la penumbra el aguijón que la hizo brotar, la cuestión última a que pretende responder, y que es, en fin de cuentas, lo que la sitúa en su tiempo y da sentido. Por lo menos para la visión que parte de nuestros días, la significación singular de la obra de Pareto reside en que en ella transparece, con especial claridad, el problema que, de una u otra forma, fue considerado por todos los demás grandes sociólogos de esa época: el de la conexión de lo racional e irracional en la sociedad y en la Historia. En este sentido, Pareto se plantea la cuestión que también preocupó, en primer término, entre otros, a Hobhouse y Max Weber.

¿Qué proporción guardan en la Historia y en la composición de la estructura social los factores racional e irracional? La Historia, ¿acaece conducida por un proceso racional que pone fines y suministra medios, habidos por una consideración racional de los mismos? O bien, la Historia, ¿manifiesta en sus momentos fundamentales o determinantes la mera imposición de factores irracionales? En la estructura social, ¿predomina una distribución y compensación racional de sus elementos o esta es más bien aparente e inestable y, en realidad, regida por un sustrato irracional, el mundo de los impulsos, sentimiento y demás factores de orden emocional?

Una historia a fondo del pensamiento sociológico contemporáneo tendría quizá que hacerse en el plano de ese problema.

Pues bien, la significación indiscutible de Pareto es la de haberse inclinado decisivamente del lado de uno de esos factores. De ese modo, en la historia de la Sociología,   —191→   su obra paraleliza uno de los momentos fundamentales del pensamiento filosófico moderno: el de la exaltación de los elementos irracionales de la vida.

Con todo, es muy posible que la obra de Pareto no tuviera el actual prestigio si las circunstancias políticas de nuestros días no hubieran contribuido a revalorar su significación, llamando la atención, general sobre determinadas de sus afirmaciones. Sabido es que el fascismo, al construir, velis nolis, su propia teoría, ha reconocido en Pareto uno de sus precursores. Sociológicamente es, empero, más importante considerar la obra paretiana como la expresión teórica de una actitud difusa en su época de la que el fascismo no es sino otra manifestación. Esto no obstante, es evidente que sus teorías del primado de lo irracional y de la circulación de las elites, cualquiera que sea su valor interpretativo, constituyen un importante depósito de ideas para la elaboración teórica del fascismo.

La traducción sociológica más precisa de la cuestión general antes indicada se dibuja en la sociología de Pareto como el problema del equilibrio social. Cuestión de abolengo en Sociología, y que constituye, en efecto, una de sus tareas precisamente. Ahora bien, su tratado no se desarrolla como un sistema que llegue en uno de sus puntos a la indicada cuestión, es decir, que abarque de un modo sistemático todas las cuestiones reconocidas como específicamente sociológicas. Se presenta más bien como una gran monografía sobre ese problema, acompañada de disquisiciones de varia índole: sicológica, económica y de filosofía de la Historia. De esa manera, la teoría estrictamente sociológica de la circulación de las elites, va precedida de extensas consideraciones y   —192→   análisis que pertenecen, en realidad, a una psicología social.

Por eso, a pesar de su volumen y riqueza de detalles, la exposición de la obra sociológica de Pareto puede reducirse a un esquema de sus dos puntos esenciales. El arranque de la teoría es la distinción de las acciones humanas, en lógicas y no lógicas. Las acciones lógicas son plenamente racionales, están dirigidas por un interés y suponen la adecuación de los medios aportados a los fines propuestos; las acciones lógicas se dan, fundamentalmente, en la ciencia y en la actividad económica; fuera de esto, en muy pocas y contadas ocasiones. El resto de las acciones lo forman las no lógicas.

Al análisis y clasificación de estas acciones no lógicas está dedicada la parte mayor de la obra parentiana. Las acciones no lógicas están dirigidas por determinados elementos psíquicos fundamentales y constantes de la naturaleza humana. A estos elementos últimos de carácter irracional los llama Pareto «residuos». Como los residuos originan la mayoría de las acciones humanas, el sustrato de la vida social e histórica es, por tanto, irracional.

La clasificación de los residuos en cuanto elementos siempre idénticos y permanentes, da la clave para la interpretación de toda conducta social posible.

La clasificación de los residuos es la siguiente, aunque sólo daremos la particularización de los dos primeros:

  1. Residuos de combinaciones (instinto combinatorio).
    1. Combinaciones en general.
    2. Combinaciones de cosas semejantes y desemejantes.   —193→  
      • a')Semejanza o desemejanza en general.
      • b')Cosas raras y acontecimientos extraordinarios.
      • c') Cosas terribles y acontecimientos terribles.
      • d')Felicidad unida a cosas buenas e infelicidad en relación con cosas malas.
      • e')Cosas aparentemente semejantes que producen efectos aparentemente semejantes o, más raramente, efectos de un carácter opuesto.
    3. Acción misteriosa de ciertas cosas y acciones.
      • a')Acción misteriosa en general.
      • b')Relación misteriosa entre cosas y nombres.
    4. Tendencia a la combinación de residuos.
    5. Tendencia a desarrollos lógicos.
    6. Creencia en la eficacia de combinaciones.
  2. Persistencia de agregados (residuos de la).
    1. Persistencia de la relación de una persona con otras personas o con ciertos lugares.
      • a')Relaciones de familia y relaciones entre grupos parentales.
      • b')Relaciones con ciertos lugares.
      • c')Relaciones de las clases sociales.
    2. Persistencia de la relación entre los vivos y los difuntos.
    3. Persistencia de la relación entre un difunto y lo que fue su propiedad.
    4. Persistencia de una abstracción.
    5. Persistencia de uniformidades.
    6. Sentimientos transformados en realidades objetivadas.
    7. —194→
    8. Personificaciones.
    9. Deseos (tendencias a) de nuevas abstracciones.
  3. Tendencia a manifestar sentimientos por actos externos.
  4. Residuos en relación con las unidades sociales.
  5. Integridad del individuo (residuos de la).
  6. Residuos sexuales.

De estos grupos de residuos los más importantes son las clases I, II, IV y V. Y, en realidad, los que más juego tienen en el sistema son los dos primeros grupos. No por eso dejan de ser interesantes los análisis dedicados a los demás. Especialmente las disquisiciones sobre el residuo sexual, cabalmente por estar desarrolladas independientemente de Freud, cobran ahora singular interés y denotan la agudeza intelectual de Pareto. En cierto sentido está ya esbozada la teoría de la sublimación (residuos sexuales y derivaciones). Ahora bien, ¿qué es lo que significa, en conjunto, la teoría de los residuos? Como antes se dijo, no es propiamente sino una psicología social montada sobre un supuesto carácter permanente de la naturaleza humana. De esta forma se ofrece la paradoja de un pensamiento dirigido contra el espíritu de la Ilustración, fundamentado precisamente sobre uno de sus postulados fundamentales. Los residuos aparecen formando en su conjunto el fondo de los elementos últimos de que se compone la psique humana, siempre la misma e inalterable en el curso del tiempo. En este sentido, la teoría paretiana puede ser incluida dentro de la teoría instintiva de la psicología social. Salvando diferencias terminológicas y de intención, cierto número de los elementos de la clasificación paretiana se encuentran en otras teorías sobre los deseos   —195→   e intereses fundamentales de la conducta social. Como un ejemplo, nótese que dos de las apetencias básicas de la extendida dirección americana de Thomas, Park y Burgess, entre otros, corresponden a dos de los residuos más importantes en el sistema de Pareto: la tendencia combinatoria y el impulso dirigido a la persistencia de los agregados. En términos más vulgares aparecen como el intento progresivo y el conservador, siempre en juego en las teorías sobre la movilidad social de base psicológica. En Pareto mismo, puestos en conexión esos residuos con la teoría de las elites, constituyen el mecanismo de su circulación y de los ciclos históricos.

Los residuos, en cuanto factores irracionales de la vida, no carecen de relación con el pensamiento y la razón. Pero este elemento racional entra como un añadido. Viene luego como una manifestación derivada. Las derivaciones son en la terminología paretiana las explicaciones semilógicas subsiguientes o acompañantes de las acciones originadas por los residuos. Las derivaciones nacen del deseo del hombre de explicar racionalmente sus propias acciones, sirviendo en ocasiones, consciente o inconscientemente, para ocultar sus auténticos sentimientos y motivaciones. De esa manera las derivaciones envueltas en el ropaje del discurso lógico, son, en realidad, un producto más de los factores irracionales de la vida. Pareto exige que el sociólogo atraviese la capa aparencial de las derivaciones y penetre en la raíz de su existencia.

Pareto clasifica de esta forma a las derivaciones:

  1. Afirmaciones.
    1. Hechos experimentales o imaginarios.
    2. Sentimientos.
    3. Mezcla de hechos y sentimientos.   —196→  
  2. Autoridad.
    1. De una o varias personas.
    2. De tradiciones, hábitos y costumbres.
    3. De una divinidad o personificación.
  3. Unión con sentimientos o principios.
    1. Sentimientos.
    2. Intereses individuales.
    3. Intereses colectivos.
    4. Abstracciones (entes) jurídicas.
    5. Entes metafísicos.
    6. Entes supernaturales.
  4. Pruebas verbales.
    1. Términos indefinidos, indicando una cosa real y cosas indefinidas, cobijadas bajo un solo término.
    2. Términos indicando una cosa que provoca sentimientos accesorios y sentimientos accesorios que determinan una elección de términos.
    3. Términos con varios significados y cosas diferentes bajo un solo término.
    4. Metáforas, alegorías, analogías.
    5. Términos vagos e indefinidos sin objeto concreto.

No puede entrarse ahora en la exposición de los análisis dedicados a cada una de estas derivaciones, algunos de los cuales recuerdan a los emprendidos por los fenomenólogos. Interesa tan solo la significación de la teoría de las derivaciones y su aparente semejanza con la teoría marxista de las ideologías. En efecto, ambas concuerdan en la afirmación de una superestructura. Las formas culturales, en cuanto ideologías o como derivaciones, derecho, religión, moral, etc., aparecen como   —197→   cubiertas de algo más profundo y auténtico. La semejanza quiebra en la relación que entre ambas capas se establece. La teoría parentiana es naturalista sin rebozo alguno, dentro, en esto, de la línea y de otros antecedentes en el pensamiento de la Ilustración. Y su peculiaridad deriva cabalmente del reconocimiento previo de una naturaleza humana constante, pues la permanencia e identidad de los residuos explica la identidad y repetición en la serie de las derivaciones. Igual mecanismo y sentido derivativo tiene la adoración ateniense de Palas Atenea que la postración de las masas modernas ante la idea democrática.

La teoría de las elites y su circulación forman el meollo auténticamente sociológico del Tratado. Plantea el problema de la estratificación existente entre toda sociedad, entre minoría dirigente y mayoría dirigida. Y más concretamente, el de la formación, persistencia y renovación de aquella minoría. La existencia de la elite está producida por la fundamental desigualdad humana, entendida ésta en el sentido natural de la diversidad de capacidades, tanto físicas como psíquicas. La elite es, pues, un hecho biológicamente fundado y, como tal, ineludible.

Esa causa biológica explica asimismo el principio de la circulación de las elites. El soporte biológico de las capas directoras lleva consigo cansancio y extinción. Y así, la circulación no es más que la sustitución de una elite biológicamente empobrecida por otra rebosante de energías y frescos impulsos.

La consideración de los impulsos dominantes en cada elite, permite una particularización del ritmo circulatorio. De este modo tiene lugar la conexión con la teoría de los residuos, pues son fundamentalmente los residuos   —198→   de las clases I y II los que alternan en la sucesión de las elites. A una elite dominada por la tendencia combinatoria suele seguir otra regida por los impulsos de persistencia de los agregados. Prescindiendo de circunstancias complejas, esa sucesión puede observarse realizada en la Historia múltiples veces.

Por caracteres particulares de la Historia italiana contemporánea, Pareto encarnó esa sucesión en la de especuladores y rentistas. Y, como en otras ocasiones, se aplicó luego al pasado una perspectiva del presente. Esta teoría de la circulación, junto con otros elementos, favorece la visión cíclica de la Historia que Pareto mantiene. No hay un progreso, un desarrollo en línea recta, sino una repetición de ciclos sólo variables en su extensión y velocidad.

En este sentido el problema del equilibrio social está resuelto de un modo pesimista. Pues lo anterior nos evidencia la inestabilidad de toda posible situación social. No cabe llegar a un equilibrio permanente.

Sin poder entrar en más pormenores, señalamos sólo la trágica paradoja de que se embebe el pensamiento de Pareto: el enorme esfuerzo por demostrar la imposibilidad de persistencia de la estructura social liberal, al par del convencimiento del valor permanente, por racional, del sistema económico del liberalismo.

El Tratado de Pareto es tan voluminoso como difícil, y en cuanto a su valor, cualquiera que sea la posición adoptada frente a sus tesis fundamentales, nadie niega, por lo menos, el enorme interés de muchos de sus análisis particulares. Por otra parte, el problema por él perseguido atrajo también a los más eminentes sociólogos contemporáneos y es cada vez más agudo en el transcurso crítico de nuestros días.



  —199→  

ArribaAbajo- VIII -

Introducción al problema metodológico


  —201→  

ArribaAbajo1. El objeto de la sociología

A) Sociología enciclopédico-sistemática

Toda la historia, no larga, de la formación de la Sociología es, en esencia, la historia descrita por los sucesivos intentos de encontrar el objeto propio de la misma con el cual pudiera constituirse como ciencia independiente.

Los fundadores de nuestra ciencia consideraron a la sociedad en bloque como el objeto propio de la Sociología, y fue su consecuencia el carácter enciclopédico que tomó en su primer momento. La sociedad venía a confundirse con el concepto amplísimo de humanidad, o era, en caso de intentar mayor precisión, un campo indeterminado, en donde entraban todos los fenómenos de la cultura. Por eso, cuando la Sociología no tenía un marcado carácter de filosofía de la historia, aparecía entonces como una enciclopedia o síntesis de todas las ciencias sociales.

Los sucesivos intentos llevados a cabo para poder considerar a la Sociología como ciencia aparte, junto a las demás ciencias sociales, fueron efectuándose por la inserción de la Sociología en los métodos de otras ciencias ya constituidas, que se tomaban como punto de apoyo o como modelos. Como es sabido, fueron las ciencias naturales las que, en un momento, tuvieron ese carácter de ciencias ejemplares ante la nueva ciencia en formación.

El paso definitivo fue dado por aquellos pensadores que se esforzaron por eliminar de la Sociología sus pretensiones   —202→   enciclopédicas y por encontrarle un objeto más restringido, que le fuera, al mismo tiempo, peculiar. Ya se ha dicho que fueron Durkheim en Francia y Simmel en Alemania los que se plantearon el problema con mayor rigor.

De estas dos direcciones nos interesa ahora especialmente la que deriva del pensador alemán, porque, aunque sus principios metódicos pueden ser hoy día discutidos, ha incorporado, quizá definitivamente, a nuestra ciencia algunos conceptos susceptibles de posterior reelaboración.

En esencia, lo que tanto Durkheim como Simmel hicieron, fue renunciar al concepto amplísimo de sociedad, para enfrentarse con la existencia de las diversas sociedades en particular.

B) Sociología formal

Simmel, en la persecución de este problema, concibió a la Sociología como ciencia formal. En ello fue fiel a la actitud filosófica, y más aún a la corriente metodológica de su época.

Como antes se ha dicho, ante una ciencia joven que, por abarcar demasiado en su afán enciclopédico, delataba ya su vicio constitucional, pero que nacía por la exigencia del conocimiento ante nuevos fenómenos (si no nuevos, ahora relevantes, Simmel se planteó con todo rigor el problema de su constitución definitiva, fijándole un objeto que le fuera peculiar y exclusivo. Fue su resultado la formulación de la Sociología como teoría de la socialización. A la sociedad se opone, pues, ahora, el hecho de la socialización.

  —203→  

La vieja sociología enciclopédica, penetrando en el campo de las diversas ciencias sociales (ciencia del estado, economía, demografía), venía a ser una absorción de todas ellas o una síntesis de las mismas. Si la Sociología quería constituirse como ciencia independiente, tenía que encontrar un campo propio que aquéllas no trataran. Ahora, esto no significaba la imperiosidad de encontrar un objeto nuevo, antes no descubierto, sino, quizá, tratar aquellos ya investigados, sometiéndolos a una distinta abstracción que descubriera en ellos una perspectiva peculiar, y esto sería entonces lo que diera lugar al concepto unitario y ordenador de la nueva ciencia. La abstracción que se realizaba consistía en separar forma y contenido de la vida social.

Todo hecho social, del más sencillo al más complejo, es un resultado de la acción recíproca entre hombres; desde la amistad al estado, los hombres viven ejerciendo y recibiendo influencias de otros hombres, actuando y sufriendo acciones ajenas. Cierto que esta serie de influjos y actos es producto de los afectos, pasiones, intereses y fines de los hombres que los realizan; pero lo que a la Sociología interesa de los fenómenos sociales, lo que le interesa, en general, de la sociedad, no es la investigación de cuales sean esos intereses, impulsos y fines, y cómo se manifiestan, sino el nexo que crean en la vida de relación de los hombres; es decir, la figura que desarrolla la acción recíproca entre los individuos. Esta figura o nexo es la forma de los fenómenos sociales; su contenido es aquel material humano de impulsos e intereses, de voluntades y fines.

Semejante separación de forma y contenido, que es pura abstracción de una realidad individual, es lo que da a la Sociología el punto de vista para intentar un sistema   —204→   en donde se analicen y ordenen las formas de socialización; pero para que esto sea posible, se exige que estas formas puedan construirse con independencia de su contenido, o sea, que no dependan del material que conforman. La justificación de este punto de vista, según Simmel, nos la da la experiencia con dos series de hechos paralelos: al mostrarnos, por una parte, «el que una misma forma de socialización se presenta con contenido totalmente distinto, para fines completamente diversos»; y que los mismos intereses aparecen realizados en diversas formas de socialización. Así, la competencia se presenta con el contenido más diverso (económico, político, intelectual, etc.), O bien, en el caso inverso, vemos cómo se realiza el interés económico dentro de las formas más distintas (economía liberal o economía planificada, etc.). Justificado el punto de vista, queda, por tanto, legitimado el sistema de la Sociología: «determinación, ordenación sistemática, fundamentación psicológica y evolución histórica de las formas puras de socialización».

El paradigma científico de la Sociología era, por eso, la Geometría. Con Simmel se realiza aquí -dicho sea entre paréntesis-, a través del neokantismo de su época, uno de los últimos intentos absorbentes del pensamiento matemático, norma ideal del saber desde el Renacimiento. A la Geometría no le interesa la materia que pueda llenar su forma espacial «cubo»; de modo idéntico, a la Sociología sólo le interesa la forma social tercius gaudens, cualquiera que sea la realidad humana concreta en que pueda encarnar. «La Sociología... está, pues, con las demás ciencias especiales, en la relación en que está la Geometría con las ciencias físico-químicas de la materia... Tanto la Geometría como la   —205→   Sociología abandonan a otras ciencias la investigación de los contenidos que se manifiestan en sus formas o de las manifestaciones totales cuya mera forma la Sociología y la Geometría exponen.»

Llevado por esta tendencia, y es uno de sus aciertos geniales, Simmel dedicó su mayor interés «a los procesos infinitamente pequeños de la vida social, relegando procesos y organizaciones más elevados y complicados»: las llamadas por él organizaciones de existencia abstracta (iglesias, pueblos, estados, etc.) La Sociología, decía, ha propendido hasta ahora a estudiar, casi exclusivamente, esas grandes organizaciones, porque parecían constituir, por sí mismas, toda la sociedad; pero, lo mismo que el animal no está constituido sólo por sus grandes órganos (pulmones, cerebro, corazón, etc.), la sociedad no se compone solo de esas grandes organizaciones, sino que comprende el conjunto enorme de los procesos menores de acción recíproca que todos los días tienen lugar entre los hombres y que no llegan a cristalizaciones tan evidentes. Las relaciones, muchas veces insignificantes, con que un hombre trama su existencia cotidiana, naciendo y modificándose de un modo incesante, son, quizá, las que más nos ligan con otros y forman el entresijo a que la sociedad debe su elasticidad y permanencia. Son, por eso, las relaciones que nos muestran la sociedad en statu nascendi, en su originación continua de todos los días. A ellas debe aplicarse el método adquirido, para encontrar con él las formas de socialización que significan.

Toda la obra de Simmel está dedicada a estudiar esas clases de relación en apariencia insignificantes. Esto hace que su principio metódico salga aparentemente justificado, con resultados fecundos, porque en esas relaciones sencillas es, hasta cierto punto, posible una separación   —206→   que en relaciones y organizaciones más complejas no es casi nunca fácil llevar a cabo, y en las que es siempre dudoso que, sin variación en su contenido, puedan realizarse plenamente a través de formas distintas.

Naturalmente, el punto de ataque de la obra de Simmel es su distinción metódica entre forma y contenido. Como antes hemos indicado, responde a la situación espiritual de su época; pero la separación de forma y contenido aparece ya, aun desde el puro campo de la lógica, completamente insostenible. Sin poder entrar a fondo en esta cuestión, la mayor parte del pensamiento actual se inclina a considerar imposible la existencia de una forma pura del pensamiento, ya que, en general, todas las formas lógicas han de adaptarse al objeto que cobijan. En ese sentido, todas tienen un contenido mayor o menor. En último extremo, el problema de la relación de forma y contenido, se suele considerar ahora como un problema de relatividad, de mayor o menor formalización.

Desde el punto de vista sociológico, se han señalado dos peligros en ese intento: uno, el de que se tomen determinadas formas de las relaciones sociales, como derivadas de la naturaleza de la sociedad o del hecho de la reunión de varios individuos, cuando, en realidad, proceden de causas de carácter histórico-psicológico o de muy precisos intereses humanos; y otro, el de que formas al parecer idénticas se imputen a causas iguales. La consecuencia de los dos peligros es la misma: la de que el sociólogo, obsesionado por las puras formas de la socialización, resbale por encima de la verdadera realidad y que, por eso, aparezcan sus conceptos inadecuados y sin valor descriptivo ni explicativo.   —207→  

En último extremo, se ha dicho que esta pretensión formalista de la Sociología no obedece sino a la necesidad inmanente de toda ciencia, que es siempre formalista en el sentido de que de la diversidad de los fenómenos sólo le interesan determinados datos, operando, por tanto, siempre, una abstracción.2

El segundo carácter que hace incompleta la posición de Simmel es su predisposición individualista, que deja en segundo término las grandes formas sociales en las que el individuo está incluido desde su nacimiento, y que son, en cierto sentido independientes de él. Es decir, su atención primordial por los procesos infinitamente pequeños, relegando a segundo plano las estructuras sociológicas de más importancia, a las que, además, da un carácter de existencia abstracta que desconoce su significación histórica y concreta.

Con todo, su teoría de las relaciones, aunque se lleve a cabo en forma distinta, parece ganada definitivamente para la Sociología. Pero ya alguna vez hemos indicado que esta teoría subraya un punto de partida para la comprensión del mundo social que necesita ser complementado por la opuesta, o sea, que la teoría de las relaciones necesita ser complementada por las teorías de los grupos y de las estructuras histórico-sociológicas.

La objeción, sin embargo, fundamental a la escuela formal en Sociología, es la de que ha pasado de largo sobre la naturaleza misma de los fenómenos sociales. El progreso hacia la constitución definitiva de la Sociología sólo ha podido lograrse cuando se ha precisado el carácter y naturaleza de la realidad social. En el país de Simmel, los ensayos más afortunados en aquel esfuerzo se han hecho en la dirección de Dilthey y se deben especialmente   —208→   a Freyer. La Sociología, como ciencia real, viene a resolver la cuestión batallona en el pensamiento alemán respecto a su inclusión, ya en las ciencias del espíritu, bien en las de la naturaleza.

En la sociología americana, el proceso de este problema había sido distinto, pero también allí en estos últimos años, se está cuajando la solución de que la Sociología tiene que ser, al mismo tiempo, ciencia natural y ciencia del espíritu, como es espíritu y naturaleza, al mismo tiempo, el hombre, soporte, con su vida, de todas las formas sociales.

C) Sociología histórica

Si nos atenemos a la opinión vulgar, vemos que ésta no duda en designar inmediatamente a ciertos fenómenos, como constitutivos de objetos y problemas sociológicos. Nadie vacilaría en afirmar que un sindicato, un partido, una clase, un círculo deportivo, constituyen una serie de fenómenos susceptibles de ser calificados como materia de investigación sociológica. La idea popular de la Sociología ha llegado a considerar, bajo tal concepto, todo lo que de algún modo se refiere a la realidad social. En este sentido, si la idea vulgar, por una parte, contribuye a que bajo la capa de la Sociología se encubra un conglomerado monstruoso, que se refleja en la prensa con admisión de rúbricas omnicomprensivas, por otra parte, supone una intuición acertada, aunque confusa, que el análisis científico ha de aclarar, ya que, en efecto, la Sociología es la ciencia de la realidad social.

¿Cuáles son las características de esta realidad social y de las cosas que la integran? ¿Cuál es el modo de abordar científicamente el conocimiento de esta realidad?

  —209→  

Esta realidad se extiende ante nosotros en forma de ciertos hechos y de ciertas instituciones. Cada uno puede, partiendo de su individualidad, ir señalando la trama de las instituciones en que se desarrolla su vida o en que podría desarrollarse, en otro caso. La familia en que se ha nacido o que se crea, la profesión que se ejerce, la situación social o clase en que uno se halla, la nación a que se pertenece, las asociaciones que nos facilitan algún deporte, etc., todos son ejemplos de hechos sociales que, entre otros muchos, constituyen elementos de la vida cotidiana de cualquier hombre.

Ahora bien: ¿cuál es la realidad de estos fenómenos sociales? En primer lugar, todos ellos (familia, clase, nación, círculo deportivo) son hechos sociales que se nos presentan con cierta consistencia, es decir, con alguna exterioridad con relación a nosotros, y, en segundo lugar, tienen todos ellos una estructura determinada, o sea, tienen ante nosotros determinados contornos, mediante los cuales se individualizan y son conocidos. Insistiendo sobre estas dos notas, y analizándolas con mayor precisión, ponemos al descubierto la naturaleza especial de la realidad de los hechos sociales.

El contorno con que nos enfrentan es de distinta naturaleza que la de un paisaje, un cuadro o una sinfonía, por ejemplo, ya que la forma de todos estos fenómenos sociales es menos rígida y menos plena que la de los objetos citados. Comparándola con la forma de los objetos artísticos, vemos que éstos están encerrados siempre en un contorno preciso e invariable, mientras que las instituciones sociales que nos parecen más fijas están sujetas a variaciones constantes que las modifican en algún sentido.

  —210→  

Lo mismo ocurre con el hecho de la exterioridad con relación a nosotros. A los objetos naturales los encontramos fuera de nosotros, y los productos artísticos, que son creaciones de la propia vida del hombre, una vez creados salen, en rigor, de esa vida y quedan en la Historia con una dimensión propia. La familia o la nación son, en cambio, formas de nuestra vida, es decir, modos determinados que nuestra existencia toma al realizarse. En ellos entramos con todo lo que nuestra vida es: apetencia, voluntad, espíritu; ellos sólo existen por nosotros, y sin ellos nuestra propia biografía no tendría realidad. En una palabra: nuestra vida, como destino, es también el destino de todas esas formas e instituciones. Por eso es por lo que son relativamente externas a nosotros. Nunca se podrá lograr la separación y la distancia de nosotros que tenemos con los objetos naturales o con los productos de nuestra actividad artística. Como formas de vida, no es posible salir del todo de ellas ni contemplarlas como un cuadro, entornando los ojos para adecuar mejor la mirada.

En consecuencia, como objetos de conocimiento, son de naturaleza singular, pues, nos encontramos a nosotros mismos en una tarea incesante de ejecución. El hombre se encuentra a sí mismo en el fondo de los objetos artísticos, en lo que tienen de expresión; pero en los objetos sociales el hombre se encuentra también dentro de ellos, en lo que son objeto de continua ejecución humana. Dunkmann ha dicho que el sociólogo no se encuentra como el contemplador de un río desde su orilla, sino como el nadador que en él bucea, que se afirma en él y es, al mismo tiempo, una fuerza más en la totalidad de su curso. «No se trata aquí del enfrentamiento de una forma plena y de un sujeto que capta; en este caso, la luz   —211→   del conocimiento, semejante a un reflector, se proyecta sobre un suceder del que forma parte el que conoce de un modo existencial y en el que coopera y padece con los otros.» (Freyer.)

Lo descubierto es, por tanto, que todos los hechos sociales son formas de nuestra vida; que su realidad es una realidad vital. De esta naturaleza se desprende una característica esencial: la de que, como formas vitales, están sujetas al transcurso; la de ser historia; la de estar penetradas por el avance sucesivo de los distintos momentos del tiempo, ya que nuestra vida, en esencia, no es otra cosa que historia. Pasado, presente y futuro, son los momentos irreversibles en que transcurre la vida, y nada que pertenezca a ella puede escapar a ese transcurso.

La esencia, pues, de las formas sociales como formas vitales es su historicidad. Esta historicidad de las formas sociales no significa sino que cada una de ellas tiene un momento determinado de nacimiento, que puede ser fijado con los hitos del tiempo. Cada una de ellas está en conexiones reales e ideales con las formas que le han precedido y seguido en la marcha histórica. Cada forma social nace por desarrollo, ruptura, aniquilamiento o transformación de otra históricamente anterior, y puede dar origen, por igual diversidad de procesos, a una forma social posterior. Esto es lo que determina la imposibilidad de formas sociales de valor permanente y el que cada una de ellas esté en un equilibrio inestable, en cuanto penetradas por fuerzas contradictorias y por llevar en su seno, en un posible momento de plenitud, todas las tendencias de las formas que pueden sucederla.

El hecho de la historicidad de las fuerzas sociales no prejuzga de su extensión en el tiempo. Pueden unas llenar   —212→   breves años, pero también otras extenderse por centurias y épocas. Lo esencial es que los fenómenos y formas sociales no pueden ser desprendidos del tiempo, no deben ser separados de las series de sucesión. Es esto lo que impide todo intento de construir un sistema de formas sociales de valor intemporal.

Ahora bien: el que los fenómenos e instituciones sociales sean formas de vida, explica el por qué la Sociología ha tenido como preocupación esencial la comprensión de la realidad social contemporánea, pues de todas estas formas de vida, las que tienen que interesarnos de un modo máximo son las formas de nuestra vida, las que están unidas a nuestro tiempo. El conjunto de ellas representa nuestra situación sociológica, o sea, una parte de nuestra circunstancia.

Abiertos a la vida, y como una parte de la totalidad de nuestra circunstancia, nos encontrarnos ante un conjunto de formas e instituciones sociales de las que formamos parte, y ante otras que nos rodean; pero unas y otras integrando nuestro contorno social como un mundo en el que nos sabemos inmersos. Lo importante, sin embargo, es que en lo futuro la continuidad o la variación de estas formas sociales va a depender de nosotros mismos. Nacidos dentro de una forma familiar, podemos, a lo largo de nuestra existencia, transformarla o mantenerla permanente en la estructura con que nos fue legada. Igualmente podemos contribuir a la continuidad o variación de las formas de un estado, etc. En este sentido es por lo que se había dicho antes que el destino de estas formas estaba unido a nuestro propio destino.

El que un cierto número de formas nos haya sido dado, confirma la historicidad que antes dijimos constituía su esencia. Algunas pueden alcanzar nuestro presente,   —213→   luego de un transcurso histórico que puede venir de muy lejos. El estado que conocemos, por ejemplo, nace en un momento determinado y ha sufrido, desde entonces, transformaciones: es una forma que ha sucedido a otro tipo de estado, y así hasta dibujar una serie determinada. Ahora bien: toda esa serie, todos esos tipos de estado confluyen en la forma del estado actual en que nos encontramos, y lo mismo podríamos decir de otra forma social. En este sentido, las situaciones del pasado, penetrándose unas a otras, vienen a desembocar en la situación de nuestro presente y a reflejarse, al fin, en el juego de posibilidades que es nuestro futuro.

En consecuencia, nuestra situación sociológica actual es un miembro último de una serie histórica y, por otra parte, en cuanto nuestra circunstancia es la forma de nuestra vida, y en sus instituciones y fenómenos particulares es una continua apelación a nuestra voluntad y a nuestros impulsos ante el futuro.

En estos momentos se hace visible el valor de la Sociología como orientación para nuestra vida, en cuanto que el conocimiento de la realidad social en que nos encontramos significa un darse cuenta de su estructura general y de sus manifestaciones particulares. ¿Cuál es la constelación de fuerzas y formas sociales de nuestro tiempo? ¿Cuáles son las condiciones sociales de nuestra existencia? ¿Qué es lo que constituye el basamento histórico de nuestra realidad? La Sociología, al intentar contestar estas preguntas, viene a ser la «autoconciencia científica de un presente humano» (Freyer).

Si la vida es en sus elementos radicales -como expresa Ortega y Gasset- circunstancia y decisión, conjunta de posibilidades y elección entre ellas, el conocimiento, lo más riguroso posible, de nuestra circunstancia   —214→   social, sin que pueda sustituir el hecho de la decisión, será, al menos, una profundización de sus motivos.

El que los fenómenos sociales sean formas de vida origina dos consecuencias fundamentales para nuestra ciencia: una, el que la Sociología sea una ciencia de la realidad, de una realidad que es distinta de la de la naturaleza y de la de los productos de la cultura, es decir, de una realidad vital; y otra, el que el sistema mismo de la Sociología sea, en su parte central, un sistema de las grandes estructuras sociales que se han sucedido históricamente.




ArribaAbajo2. Sociología y psicología

Se ha dicho repetidamente que la Sociología en el proceso de su formación, ha ido apoyándose en distintas ciencias para la construcción de su propio sistema, antes de haber logrado un objeto peculiar que la desprendiera como ciencia independiente al lado de las demás. Una de estas ciencias, ya formada, con quien se confundió la Sociología en sus primeros tanteos, ha sido la Psicología.

El intento de explicar mediante conceptos psicológicos las relaciones sociales tenía que llevar a la Sociología, bien a confundirse con la psicología social, bien a incurrir en una fundamentación psicologista. El psicologismo sociológico consiste precisamente en la conversión de los conceptos, categorías y métodos sociológicos, en conceptos y explicaciones puramente psicológicos.

Es posible que, excepto Tarde, no hayan existido representantes puros de esta tendencia, pues los demás sociólogos de tendencia psicológica, sobre todo los fundadores de la sociología americana, empleaban, junto a   —215→   principios fundamentales de aspecto psicológico, conceptos y categorías de específico carácter sociológico (por ejemplo, Ward, etc.).

Tal como se ha entendido la realidad social objeto de la Sociología, no parece difícil encontrar una solución al problema de las relaciones entre Sociología y Psicología. Por lo menos, en sus líneas generales. Esa solución consistiría en afirmar el carácter específico y autónomo de los conceptos y métodos sociológicos, pero reconociendo, al mismo tiempo, que éstos han de ayudarse muchas veces con los resultados de la Psicología, tanto individual como social. Es más: que esa ayuda es en muchos casos imprescindible.

Considerando que todas las formas sociales no son más que formas de vida, se desprende como uno de sus ingredientes la actividad psíquica de los individuos que en ellas participan y viven. Por eso, tanto las estructuras histórico-sociológicas como los fenómenos colectivos, como incluso las simples relaciones aisladas, tienen en sí un contenido psíquico que ha de ser recogido por la explicación sociológica, si quiere penetrar plenamente en la naturaleza de su objeto.

En una teoría de las relaciones puramente objetivas se podrá prescindir de los móviles y raíces psíquicos de las actividades individuales, pues en su deseo de permanecer en un plano trans-subjetivo, sólo le interesa la manifestación externa de esa actividad, o sea la conducta. Se interesará, todo lo más, por los estímulos externos ante los que se reacciona en la conducta. Ahora bien: se ha dudado que una concepción objetivista llevada con extremo rigor pueda explicar en su integridad muchos fenómenos de la vida de relación humana. Las sugestiones de la psicología profunda son, en este caso, de gran   —216→   interés. Basta referirse a los casos de engaño, reservas mentales, relaciones de pura cortesía, etc., para darse cuenta que hay en todos estos tipos de relaciones un trasfondo psíquico que no corresponde a lo manifestado en la conducta externa. En un momento determinado puede, pues, interesarle al sociólogo traspasar los límites de la conducta externa para bucear en posibles motivaciones íntimas de carácter irreductible, o encontrar otros estímulos antes desconocidos. Esto no prejuzga nada el valor de cualquier posible doctrina psicológica.

Veamos un ejemplo: las relaciones de subordinación no siempre tienen el mismo contenido psíquico, aunque externamente se presenten en una forma idéntica. Lo que esa relación de subordinación suponga, en un momento dado, dependerá de la situación psíquica de los individuos que en ella participen, es decir, de cuáles sean los motivos, los estímulos, los caracteres, etc., en cuestión. Una vez se tendrá al sentimiento del temor como aglutinante fundamental, mientras que en otros casos puede encontrarse que éste consiste en un sentimiento de amor, de admiración, etc. En todos estos casos, la Sociología tendrá que apoyarse en los resultados que desde otro punto de vista obtiene la psicología social.

Así, por ejemplo, la Sociología emplea el concepto de distancia social, tratando en muchas ocasiones de fijar el grado de proximidad o alejamiento implícito en una determinada relación social. ¿Podrá creerse que es indiferente para la relación social estudiada la naturaleza de los impulsos y motivos que la producen? En algún instante puede, más bien, interesar al sociólogo su conocimiento. En ese caso tendrá que llamar en su ayuda a las investigaciones de la psicología social. Véase el esquema de Hellpach, escogido al azar entre otros. Para   —217→   este psicólogo, los impulsos que actúan en toda relación interpsíquica pertenecen a una de estas cuatro clases: 1ª, impulsos que tienden exclusivamente a unir: curiosidad, amor, deseo; 2ª, impulsos que tienden exclusivamente a separar: odio, asco, apetencia de soledad; 3ª, impulsos que tienden a separar, merced a una unión o trabazón antecedente: todos los fenómenos de saturación psíquica, y, 4ª, impulsos que tienden a la unión a través de una separación existente: la nostalgia, por ejemplo.

En la teoría sociológica de los grupos, gran parte de sus materiales son de naturaleza psicológica. Y así, en efecto, las escuelas sociológicas en que predomina la atención por lo colectivo, cuando no se apoyan en concepciones metafísicas, son aquellas en que la Sociología tiende más a confundirse con la psicología social. Fenómenos tales como los de espíritu de grupo, alma colectiva, voluntad colectiva, etc., son en realidad, manifestaciones sociológicas cuyo último análisis corresponde a la psicología social. Ahora bien: no se entienda por esto que se niegue la existencia de conceptos puramente sociológicos referentes a lo colectivo. La teoría de los grupos, en efecto, no se agota con la explicación de los fenómenos psicológicos reseñados u otros semejantes.

Las relaciones entre la Sociología y la Psicología no acaban tampoco aquí. En la misma teoría de las estructuras histórico-sociológicas, la conexión entre ambas disciplinas sigue manifestándose con igual interés.

Se dijo en otra parte que las formas sociales, como formas de vida que son, presentan un matiz de singular dinamicidad, pues dentro de sus contornos transcurre el proceso continuo de la vida misma, manteniéndola en un equilibrio inestable.

  —218→  

El acontecer social no se realiza sólo a través de grandes estructuras, sobre el telón de fondo de la Historia, sino que esas formas son, en sí mismas, un puro acontecer menos visible. Tal acontecer no es otro que el de la actividad psíquica de los hombres que las mantienen o que forman parte de ellas; en este sentido, la Sociología tiene que recoger las manifestaciones peculiares de esa actividad dentro de cada una de las estructuras sociales.

Las relaciones, por tanto, entre la Psicología y una sociología histórica ya estructural, bien meramente descriptiva, se resumen en estas tres afirmaciones: 1ª, Toda estructura e institución social tiene una coloración psíquica propia. 2ª, Contenido psíquico y forma social se condicionan recíprocamente. 3ª, Toda forma social en disolución es un campo abonado para trastornos y transformaciones psíquicas individuales (Freyer). Dejando aparte este último punto, veamos lo que los anteriores significan.

Estudiamos, por ejemplo, la familia, la profesión o el estado. Si en nuestra investigación nos contentamos con la obtención de conceptos que se limiten a darnos la figura compuesta por la relación determinada en que estén sus elementos integrantes, no lograremos un conocimiento sociológicamente completo, porque el tejido íntimo de cada una de esas formas sociales está formado por la actividad psíquica de los hombres que las sustentan, y esa actividad es muy distinta en cada una de las instituciones o formas de la vida social. Dicho de otra manera: el fundamento de existencia de toda forma social está en la serie de procesos psíquicos que desarrollan los hombres, cuya conducta integra la forma de que se trate. Ahora bien: en cada forma social, los   —219→   hombres suelen poner una parte distinta de su personalidad, o sea, desarrollan una actividad anímica diferente. Piénsese en las actividades psíquicas, bien distintas, que el hombre despliega en la familia o en la profesión; de qué manera la ternura y la piedad, que en la familia dominan, invalidarían las exigencias de obra o de ganancia que la profesión lleva consigo. Por consiguiente, los conceptos sociológicos de familia o de comunidad, por ejemplo, no estarían sociológicamente logrados si, a más de la estructura que ambos significan, no recogieran la especial actividad psíquica que en cada una de ellas desarrollan los individuos que las crean. Se trata siempre de lo que se ha llamado la coloración psíquica de las estructuras sociológicas.

Más importante es la segunda conexión antes aludida, entre estructura y contenido psíquico, o sea la relación de condicionamiento recíproco en que la estructura sociológica y el contenido psíquico se encuentran.

No sólo se trata de que una forma social esté llena de un contenido psíquico determinado, sino que cada forma o estructura exige un contenido psíquico especial e invoca, por decirlo así de un modo peculiar, determinados procesos psicológicos. En este sentido, toda variación por causas externas de la estructura social demanda una variación correspondiente en su contenido psíquico, y, al contrario, cualquier variación en la actividad psíquica de los hombres, mantenedora de una forma social, repercute, al fin y al cabo, en esa misma forma, transformándola.

Con todo esto queda bien en claro que en la formación de los conceptos sociológicos no se trata de un añadido de resultados dados por la psicología social a una estructura previamente obtenida, sino que es exigencia   —220→   fundamental para el sociólogo que en la formación de sus conceptos tenga en cuenta esa conexión necesaria que se da entre la forma social y el proceso anímico que la sustenta. Por ejemplo, las variaciones en las formas concretas de la familia, dependientes, tal vez, de factores económicos, no pueden ser concebidas sin variaciones correspondientes en sus contenidos emocionales, y a la inversa.3

En resumen, la Sociología, ante cada forma o institución social, tiene que plantearse el problema de las maneras que tiene el hombre de participar psíquicamente en ellas. ¿Con qué parte de nuestro ser espiritual entramos en cada una de esas formas? ¿Qué tipo de sentimiento nos exige? ¿Qué formas de voluntad? ¿En qué medida participa la inteligencia? Aún más: ¿qué tipos de hombre se exigen para el logro de una forma social? O bien: ¿qué tipos de vocación alientan y protegen una situación social determinada, o cuáles, al contrario, la ponen en trance de malograrse, o al menos la dificultan en gran manera?

El hecho fundamental, pues, es el de que no puede haber forma social, institución o grupo, que no sea el resultado de una integración incesante de las actividades psíquicas de los individuos que las componen, y que aquéllas sólo viven en la medida en que esa integración se repite en todos los momentos de su existencia.

Las instituciones sociales con larga tradición y de carácter formal y rígido pueden persistir algún tiempo con apariencia de plenitud, aunque les falte el contenido anímico que las sostiene; pero todo ese tiempo en que   —221→   perviven por una cierta inercia son ya hueca caparazón y fachadas de su pasado.

En las ciencias sociales, la atención se ha dirigido primordialmente a esas grandes formas sociológicas. La nación, se ha dicho, es un plebiscito cotidiano; el Estado, una integración despertada por un proyecto incitante de futuro, etc., etc. Pero esto es válido igualmente para todas las demás.

En resumen, la Sociología no puede comprender plenamente la realidad social objeto de su estudio sin la ayuda de los datos de la Psicología y muy especialmente en su rama social. Lo cual no significa, repetimos, la conjunción, en ningún momento, de ambas disciplinas. La Sociología tiene que huir del peligro psicologístico, con la conciencia de la peculiaridad de sus conceptos y categorías, nunca derivables meramente de datos psicológicos.

En este sentido, la Sociología tiene que seguir con vivo interés los progresos de la psicología social. Por eso, y como un apéndice a la cuestión que tratamos, va a exponerse luego, en sus líneas generales, el estado actual (1935) de esta nueva rama de la ciencia psicológica.




ArribaAbajo3. Sociología e historia

I. La fijación de límites entre estas disciplinas es, sin duda, mucho más difícil que la intentada entre Sociología y Psicología. La construcción de la Sociología ha oscilado entre una posición dinámica unas veces y estática otras. Ya la explicación de estas oscilaciones constituye un problema sociológico, pues corresponde cabalmente a la distinta situación social en que unas y otras se desarrollan   —222→   y surgen. La construcción de la Sociología como un sistema, es decir, como un conjunto de conceptos y categorías permanentes y válidos para todos los tiempos, ha correspondido siempre a épocas de estabilidad social; en cambio, la atención primordial hacia el carácter dinámico e histórico de lo social ha predominado en las épocas en que la estructura social aparecía en estado de disolución y transformación, y en este sentido observada y estudiada por sociólogos, que habían de considerarla, en consecuencia, como negativa y de transición. Naturalmente, el problema de la división entre la Sociología y la Historia, apenas si se presenta en los sociólogos del primer grupo, que buscan, ante todo, las leyes y elementos de construcción del cuerpo social y que presentan sus resultados como un sistema válido para toda época. Esta posición es eminentemente anti-histórica. Las leyes y conceptos encontrados se apoyan ya en determinados caracteres permanentes de la naturaleza humana, bien en la «esencia» misma de los objetos estudiados. Son, por tanto, leyes y conceptos «esenciales» que no se modifican en el proceso histórico; antes bien, en cada uno de los momentos de éste tienen idéntica validez, cualesquiera que sean las diferencias de detalle.

El problema, en cambio, se presenta con caracteres completamente distintos en las actitudes que atienden al carácter histórico de la vida social, es decir, que consideran a ésta en su proceso permanente. En esta posición es donde se producen las confusiones entre Sociología e Historia, y donde la Sociología se convierte en una filosofía de la historia o la Historia misma en una Sociología. Estas conversiones son, en efecto, los dos puntos extremos que manifiestan la confusión entre Sociología e Historia.

  —223→  

La asimilación de la Sociología a la Historia y su conversión en filosofía material de la historia, en estricto sentido, es la posición típica de los sistemas clásicos de la Sociología de Comte a Marx. La Sociología se presenta en estos sistemas como filosofía de la historia. Las categorías y conceptos sociológicos son, a su vez, categorías y conceptos de una determinada interpretación y comprensión de la Historia. Se considera a la sociedad en todos estos sistemas como un proceso y se pretende encontrar las leyes que le regulan y dirigen. Predomina, pues, la concepción dinámica de la Sociología y sus conceptos son, a su vez, conceptos dinámicos que tratan de apresar la fluencia, desarrollo y transformación de la vida social. No importa para nada en este instante el que la mayoría de estos sistemas tradicionales acaben con la fijación de un momento en el que ese proceso de la Historia queda paralizado, abriéndose una era que ha de ser regida en adelante por determinados principios de validez permanente.

En lo que difieren estos sistemas que confunden la Sociología con la filosofía de la historia es, meramente, en el principio con que se construye la interpretación. En Comte se trata, en la «ley de los tres estados» del imperio de la transformación de las ideas en la transformación de la vida histórico-social. En Spencer es el principio evolucionista combinado con la idea de la lucha por la existencia. En Marx, los fenómenos económicos como sustrato del proceso dialéctico real. El hecho es que las categorías empleadas en la interpretación de la Historia son categorías construidas desde la Sociología, y por eso Sociología y filosofía de la historia se convierten en una sola disciplina. Idéntica asimilación viene, del lado opuesto, dentro de las direcciones historiográficas,   —224→   que conciben a la Historia como dominada por procesos de masas, y de la que suprimen, o tienden a ello, los factores de la individualidad y el azar. En esta dirección, no sólo hay que incluir, como es natural, a la historiografía marxista, sino también determinadas escuelas que, en cierto sentido, le están muy próximas: tal, por ejemplo, la dirección norteamericana de la New history.

II. Aceptada la realidad social como realidad histórica en cuanto forma de vida, el problema está quizá, en vías de solución; pero faltan todavía estudios metodológicos particulares que permitan dar un cuadro categorial ya definido. El problema metodológico completo tendría que desarrollarse en estas tres cuestiones:

1ª) ¿Qué debe entenderse por categorías históricas y cómo pueden éstas formularse?

2ª) ¿Qué matiz peculiar tienen las categorías históricas de la Sociología?; y

3ª) ¿Cuáles son las categorías propias de la Historia distintas de las categorías históricas de la Sociología?

La imposibilidad de dar una solución clara y concreta sobre estas cuestiones, depende de que ellas constituyen hoy día uno de los problemas filosóficos fundamentales de la filosofía moderna. Hay, por tanto, que aguardar a los resultados de la investigación filosófica en este punto. Nos limitamos, por eso, a dar las líneas generales de la problemática.

A) La realidad social, como realidad vital, exige ser apresada por conceptos que le sean adecuados; pero, por otra parte, se tropieza filosóficamente con la imposibilidad de disolver las categorías en puro acaecer. Se llega a un momento en que se disuelve la posibilidad de una formulación racional: todo quedaría reducido a   —225→   un puro acaecer. Si lo social tiene que ser apresado en algún sentido, sus categorías y conceptos no pueden quedar reducidos a una pura fluencia, y tienen que ser apoyados sobre puntos de una permanencia relativa. Las categorías sociológicas, aunque sean históricas, tienen que poner, fatalmente, determinados límites al proceso histórico; fijan jalones de una marcha, de un devenir.

B) Pero si las categorías fundamentales de la Sociología tienen carácter histórico) es decir, se extienden sobre un pasado y tratan de abarcar inclusive momentos del porvenir de un determinado proceso, no implica que ellas absorban todo el proceso mismo de la Historia. Es posible que la Historia emplee gran parte de las categorías construidas por la Sociología, y en este sentido haya un momento de confluencia; pero el historiador se encuentra, además, con determinados momentos peculiares de ese proceso, que exigen categorías y conceptos distintos de los de la Sociología. La captación de las situaciones singulares, de las decisiones acaecidas en un momento, los influjos del azar o de las grandes personalidades, son, entre algunos otros, hechos peculiares que interesan al historiador y que suponen un aparato categorial suyo propio. Es decir, la Historia no puede explicarse meramente mediante la determinación de situaciones sociológicas, pues ha de dar cuenta de factores que escapan a la constelación de los procesos sociales, única cosa que, por el contrario, interesa a la Sociología.

C) Nos encontramos, por eso, en otro de esos instantes en que la Sociología no puede resolver por sí sola el problema planteado. Acepta meramente la historicidad de la realidad social como punto de partida de sus investigaciones, pero consciente de que esa historicidad de la realidad social no es sino un aspecto del problema   —226→   fundamental de la historicidad radical del hombre mismo. Las puertas se abren, pues, de par en par al problema filosófico. Es la Filosofía que acepta esa historicidad radical del hombre la que ha de dar los supuestos conceptuales necesarios para la inserción fundamental de las investigaciones sociológicas en una interpretación coherentes del mundo y de la vida.







  —227→  

ArribaAbajoApéndice sobre la psicología social

  —229→  

Solo en los últimos años ha ido formándose esta rama especial de la Psicología con caracteres especiales y problemas definidos. Sociología, psicología social y psicología general tienen entre sí relaciones tan íntimas, que sólo con dificultad han podido irse fijando sus límites. Aún hoy, luego de continuados esfuerzos en este sentido, no siempre se presentan con absoluta precisión y nitidez los campos propios y exclusivos de cada una de ellas.

W. Hellpach considera que la psicología social tiene que ocuparse de estas cinco cuestiones fundamentales:

1ª) ¿Por qué medios puede un ser animal (ya que para Hellpach la psicología social no se limita meramente al hombre) alcanzar relaciones psíquicas con otro?

2ª) ¿De qué fuerzas surgen tales relaciones? (Impulsos, fundamentos, motivos.)

3ª) ¿Qué productos de la vida común entre los hombres resultan de estas relaciones interpsíquicas?

4ª) ¿Cuál es el tipo de conducta de estos productos, y en qué se diferencian de las conductas individuales de sus componentes?

5ª) ¿Qué nuevos fenómenos tienen lugar en la psique individual, como consecuencia de las relaciones interpsíquicas estudiadas?

Los problemas así reseñados hacen relación a dos grupos fundamentales de fenómenos: el primero y el segundo, al fenómeno de las relaciones interpsíquicas entre individuos; el tercero y el cuarto, al fenómeno de la conducta de los grupos, que, como tal, no está contenida   —230→   en las manifestaciones psíquicas singulares de sus componentes; la última cuestión encierra los problemas de una caracterología social que, en líneas generales, se ocupa de estudiar las transformaciones de la psique individual en contacto con los fenómenos sociales y colectivos. En realidad, esta última cuestión está contenida en las dos anteriores o es una mera consecuencia de ellas.

Por eso puede considerarse la psicología social como construida en torno de dos problemas fundamentales, y así lo hace, al menos, la escuela europea.

Stoltenberg bautizó esas dos partes con dos nombres distintos, si bien cabe discutir la utilidad de semejante nomenclatura: la Sociopsicología, que trata del contenido social de la vida psíquica individual, y la Psicosociología, que se ocupa del contenido psíquico de la vida social. La llamada psicología colectiva de algunos ingleses y franceses se ocupa fundamentalmente de los problemas de esa segunda parte, como denuncia claramente su terminología: alma de los grupos, de los pueblos, etc. La psicología social norteamericana se inclinaba, por el contrario, hasta hace muy poco, a tratar exclusivamente el primer grupo de problemas; en términos generales, de las reacciones del individuo a los estímulos de origen social, lo que comprendía, por consiguiente, el problema de la conformación social de las psiques individuales. Relegaba por eso las cuestiones de la psicología colectiva en sentido estricto a la Sociología. Actualmente hay, sin embargo, un marcado viraje hacia los problemas de los grupos.

Hasta ahora, los norteamericanos que habían tratado con mayor precisión el problema de la fijación de límites   —231→   entre la psicología general, la sociología y la psicología social sostenían que esa diferenciación sólo podía darla el punto de vista de cada una de esas disciplinas. En este sentido, su opinión era, poco más o menos, la siguiente: La Psicología -entendida como ciencia natural- ha de adoptar el punto de vista del organismo individual, aceptándolo como una unidad y estudiando los modos de su conducta. La psicología social, en cambio, tiene por objeto de sus análisis las reacciones de los individuos como elementos funcionales dentro de una situación social dada. Y, por último, la Sociología se ocupa fundamentalmente de los grupos, viéndolos en su contenido psicológico como integraciones de las diversas conductas individuales de los miembros.

Se suelen exponer las direcciones actuales de la psicología social dividiéndolas en tres grupos: 1º, Dirección instintiva. 2º, Dirección constituida por todos aquellos que aceptan como punto de partida la existencia de elementos psicológicos o estímulos últimos y fundamentales: deseos, voliciones, intereses, etc.; y 3º, Dirección behaviorista en su sentido amplio.

I. Carácter general de toda la dirección instintivista es la aceptación del individuo como un todo completo, limitado, y equipado con un número determinado de instintos, de los cuales brotan todas sus acciones sociales y, por tanto, al fin y al cabo, la sociedad.

El psicólogo inglés Mac Dougall ha sido el mantenedor más importante de esta teoría en los últimos años, teoría que, habiendo logrado al principio casi una aceptación general, ha sido después objeto de críticas decisivas.

Según Mac Dougall, el hombre posee quince instintos sociales fundamentales, los cuales pueden distribuirse   —232→   en tres grupos. Los siete primeros son los instintos propiamente, teniendo cada uno de ellos una clara y específica resonancia afectiva: el instinto de huida, el de repugnancia, el de curiosidad, el de lucha, el de subordinación, el de autoafirmación y el instinto paternal. A éstos sigue una segunda clase, los cuales carecen de una propia emoción específica: el instinto sexual, el gregario, el coleccionista y el de construcción. Por último, cuatro pseudoinstintos: el de simpatía, el de sugestión, el de imitación y el de juego.

De la simple enumeración es fácil deducir qué clase de relación social nace de cada uno de ellos. En su conjunto, la sociedad no sería sino el complejo de las acciones sociales producidas por cada uno de esos instintos.

La psicología social de Mac Dougall tenía la pretensión de agotar la exposición sistemática de los instintos fundamentales. Sin esas pretensiones abundan las monografías y libros dedicados al estudio de un determinado instinto, más de una vez creyéndolo el único fundamental. En este sentido basta recordar la tesis de algunos freudianos, que ven en el instinto sexual, en la libido, el último elemento irreductible de la vida psíquica, y, en consecuencia, en este caso, de la vida social. Algunos, como Blüher, reconocen más concretamente en el erotismo homosexual el fundamento de las formas sociales de mayor importancia. La relación erótica entre hombre y mujer tiende, por naturaleza, al retraimiento y al particularismo; se opone, por eso, al instinto gregario y al sentimiento de comunión en grandes grupos. Estos se basan, al contrario, en una emoción homosexual más o menos difusa. Algunos movimientos políticos de la actualidad   —233→   han sido criticados posteriormente desde este punto de vista.

Sin el carácter exclusivo y exagerado de estos freudianos, ha sido estudiado el instinto sexual en otros libros importantes de Havelock-Ellis, Thomas y Westermack. Igualmente ha sido objeto de investigaciones diversas el llamado instinto paternal, en el que fundan, no sólo la familia, sino todos los impulsos benevolentes de la vida social.

Un libro de enorme resonancia ha sido El instinto gregario, de Trotter. En la época de predominio de la teoría instintivista; hasta el famoso economista Veblen creyó poder afirmar la existencia de un instinto de manufactura. Resonancias se encuentran por doquier; por ejemplo, en Vierkand y Scheler.

Como antes se dijo, la afirmación fundamental de todas las teorías instintivistas implica la existencia de una estructura psíquica, de carácter fijo y permanente, susceptible de transmisión hereditaria. Consiguientemente, los psicólogos contrarios a esta dirección se esforzaron en la demostración de los límites de esa supuesta herencia psíquica, precisando lo que en la mayor parte de las veces y supuestos es producto de la educación y del ambiente. En esa demostración se llegó incluso hasta el extremo opuesto, y sin duda no menos falso, de reconocer tan solo en el ambiente el único factor del desarrollo psíquico.

Desde otro punto de vista, se ha hecho observar la comodidad de las teorías instintivistas y su movimiento en círculo vicioso. En realidad, los instintos que afirman presuponen el fenómeno social que tratan de explicar: el hombre vive en sociedad por causa de un instinto social. Por lo cual son sin duda cómodas; todo consiste   —234→   en dotar al hombre de los instintos correspondientes: la religión se debe a un instinto religioso; la familia, al instinto paternal; la guerra, al instinto de lucha, etc.

Pitirin Sorokin considera, por eso, irónicamente, a la doctrina instintivista como una manifestación del animismo primitivo, ya que la explicación de todos los fenómenos sociales se encuentra en un conjunto de hechos o fenómenos que no son, por sí mismos, ni claros ni evidentes y que sustituyen, en cierta manera, a los espíritus, almas y demonios subyacentes en la interpretación anímica del mundo. «Es evidente que semejante procedimiento no es otra cosa que una explicación de lo oscuro por lo más oscuro, con lo cual deja de haber una verdadera explicación.»

II. La segunda dirección es la que intenta la explicación de los fenómenos sociales merced a ciertos elementos psíquicos de que podemos darnos cuenta por introspección. Estos elementos (deseos, apetencias, motivos, intereses) son considerados como las verdaderas causas últimas de las fuerzas sociales. Estas teorías son blanco de la misma objeción disparada contra los instintivistas: el que dan como explicación lo que ha de ser psíquicamente explicado. Se añade que un estudio atento de esos supuestos últimos elementos psíquicos mostraría, a su vez, todo lo que en ellos hay de una previa aportación social. Con lo cual quedan inmediatamente invalidados en su pretensión de una explicación total de los fenómenos sociales.

La obra clásica en esta dirección es la de Tarde, que pone como base de toda su construcción las creencias y deseos de los individuos, no siendo la sociedad otra cosa   —235→   que el producto de la interacción psíquica de los mismos.

Igualmente, la parte psicológica de la obra de Ward está basada en una descripción de los deseos como elementos realmente dinámicos de las fuerzas sociales.

Los deseos, como fuerzas sociales, los clasificó del modo siguiente:

Fuerzas socialesFuerzas físicas (función corporal) OntogenéticasBusca de placer y evitación de pena
FilogenéticasDirectas, sexuales.
Indirectas, consanguíneas.
Fuerzas espirituales (función psíquica)SociogenéticasMorales (buscan lo seguro y lo bueno).
Estéticas (buscan la belleza).
Intelectuales (buscan lo útil y verdadero).

Estos deseos son las verdaderas fuerzas sociales, pues constituyen el motor de la conducta humana y del proceso social. A estos deseos hay que añadir la función intelectual, no como una fuerza más, sino como condición que permite dirigir el ímpetu ciego de los deseos.

Se citó en otro lugar la clasificación de Ross, que divide los deseos en dos clases: naturales y culturales. Los deseos naturales son: a) apetitivos (hambre, sed y apetito sexual); b) hedónicos (miedo, aversión a la pena, amor a la comodidad, cordialidad y placer sexual); c) eróticos (envidia, amor a la libertad, a la gloria, al poder); d) afectivos (simpatía, sociabilidad, amor, odio, celos, cólera, venganza); e) recreativos (impulsos de juego y amor a la expresión de sí mismo).

Los deseos culturales son: a) religiosos; b) éticos; c)estéticos, y, d) intelectuales.

  —236→  

En la misma dirección se encuentran otras clasificaciones de Ellwood, Sumner, Keller, Bushee y otros.

Desde Ratzenhofer se ha considerado también a los intereses como elementos últimos de la vida social. Según él, los principales son: el interés racial o sexual, el de conservación, el interés fisiológico, el individual, los intereses sociales y los intereses trascendentales. A través de estos últimos se tiende un puente hacia las actividades espirituales superiores: Religión, Filosofía, etc.

Como sabemos, la teoría de los intereses fue aceptada y propaganda en Norteamérica por Small, que los dividió en seis clases: salud, bienestar, sociabilidad, saber, belleza y justicia. Desde entonces, la interpretación en función de los intereses no ha desaparecido del todo del pensamiento norteamericano.

Últimamente, merced a las teorías de Thomas, Parck y Burgess, se ha considerado a los impulsos o apetitos como elementos psíquicos últimos en que fundar todo lo social. Se afirma que los impulsos son infinitos, pero susceptibles, no obstante, de ser reducidos a unas cuantas clases fundamentales. Para Thomas son las cuatro siguientes: 1ª) Apetito de seguridad (en el que se basan todas las tendencias conservadoras de la vida social; 2ª) Apetito de nuevas experiencias o impulso de aventura; 3ª) Apetito de correspondencia o reciprocidad; y 4ª) Apetencia de reconocimiento social del propio valer.

Un concepto próximo a las teorías de la dirección behaviorista es el de hábito propuesto por Dewey. Representa una posición cercana a la behaviorista, porque el mecanismo de los hábitos ha de tener en cuenta la situación social y el acto total en que se manifiesta. Es mucho más plástico que el concepto de instinto. Esta teoría afirma la existencia de una serie de impulsos fundamentales   —237→   sobre los cuales van desarrollándose los hábitos merced a los estímulos del ambiente. Las críticas a esta teoría insisten en que, si bien el concepto de impulso subyacente al mecanismo de los hábitos es mucho más plástico que el de instinto, es, sin embargo, todavía bastante vago y a la postre insatisfactorio.

III. La tercera dirección es la constituida por el behaviorismo, entendida esta escuela en sentido amplio.

En principio hay que reconocer que el behaviorismo ha planteado con más exactitud el objeto de la psicología social. Este no puede ser, en efecto, ni el individuo aislado ni tampoco la mera circunstancia, situación o institución por sí, sino la relación funcional entre ambos. Esta conexión funcional es la que en principio expresa el punto de partida behaviorista: estímulo y respuesta, excitación y reacción.

La dirección extrema, de la que es representante su fundador Watson, se limita a un estudio transubjetivo de esas relaciones de excitación y reacción o respuesta en los fenómenos psíquicos, rechazando todo lo que no sea susceptible de ser considerado de esa manera. Todo elemento subjetivo se considera como ficticio y desprovisto de valor para la ciencia.

Las direcciones behavioristas menos exageradas son las que, manteniendo el punto de vista fundamental de la relación entre excitación y respuesta, buscan el medio de dar cabida dentro de la explicación científica a todos los factores descubiertos por la psicología introspectiva.

Quizá uno de los conceptos más fecundos en uso dentro de esa dirección sea el de actitud. Una actitud significa una disposición psíquica determinada frente a estímulos específicos dentro de una circunstancia social.

  —238→  

John F. Markey define a las actitudes como «integraciones de conducta que tienen lugar, ordinariamente, en torno de situaciones sociales, objetos, motivos y valores sociales». Este mismo psicólogo, tratando de llegar a un punto medio en la polémica habida en torno a este concepto, resume de esta manera los elementos de que se compone: «El estudio de una actitud supone, en primer término, un intento de previsión»; es decir, que lo que interesa es lo que hay de predisposición en una actitud para una conducta determinada. Nuestra experiencia psicológico-social cotidiana, está basada, inconscientemente, en tal estudio de actitudes. En general, nos esforzamos por conocer las reacciones de una persona ante una determinada circunstancia. En segundo lugar, la actitud es una integración de conducta o complejo de conductas, con relación a un objeto o situación. Hay que tener en cuenta los factores que se añaden a esta integración de la actitud, facilitándola o impidiéndola. Y, por último, la actitud implica, generalmente, una especie de conducta anticipatoria: «Hay una movilización y organización en torno a un objeto, valor social o motivo, en la cual se incluye una conducta anticipatoria. Este es el factor que nos impide considerar al hábito como elemento primordial, ya que en esta conducta anticipatoria se pueden interrumpir o adicionar hábitos anteriores, y, además, porque el hábito, en general, no sirve para situaciones en las cuales la persona nunca se ha encontrado.»

Es posible que hasta ahora este concepto de actitud sea la categoría más afortunada de la nueva psicología social, siempre que se admita que esta ciencia debe estudiar las reacciones del individuo en función de una situación social dada. Además, en la actitud puede distinguirse   —239→   lo que es hereditario de lo adquirido por educación y por influjo del medio social. Las actitudes permiten realizar la aspiración científica a manejar fenómenos exteriores fácilmente separables, susceptibles de descripción y, a ser posible, de una medición de carácter riguroso. Con este concepto se logra, además, una separación clara, dentro de la psicología behaviorista entre la psicología social y la individual, pues esta última puede únicamente dar la forma general de la conducta individual, mientras que la psicología social determina la particularización de esa conducta en función de una situación social determinada.

La tendencia que se viene considerando ha favorecido en América el reconocimiento por la psicología social de la existencia del grupo con propia realidad, negada antes por los representantes de la psicología individual. Pues el grupo en este sentido no es sino una integración de un complejo de conductas dentro de una determinada situación social. Sin embargo, todavía la psicología social norteamericana se inclina a considerar el estudio de los grupos como tarea peculiar de la Sociología y fuera, por tanto, de sus dominios.

Markey ha dado un resumen de las opiniones de los psicólogos sociales norteamericanos sobre este punto, aún polémico, de los grupos: 1º) El grupo es una realidad. 2º) Los grupos son integraciones de interacción social. 3º) El grupo o institución representa un plano distinto de objetos en nuestro universo. La acción que compone el grupo no existe fuera del grupo, ni existe en los individuos como tales, sino sólo en los individuos como parte de un grupo; inversamente, los individuos obtienen su existencia como personas sólo en cuanto miembros de un grupo (simple consecuencia de la posición funcional   —240→   que la Psicología adopta). 4º) Respondemos o reaccionamos de manera explícita al grupo. 5º) Podemos observar al grupo de igual manera que los hombres de ciencia observan todos los fenómenos. 6º) El estudio de los grupos, como objetos naturales, requiere un punto de vista que es diferente del empleado ordinariamente por la psicología social, y que se aleja todavía más del empleado por la psicología individual (o, como antes hemos dicho, se trata de un objeto perteneciente a la Sociología).

Como resumen final de todo lo dicho respecto a las relaciones entre la Sociología y la psicología social, puede aceptarse el siguiente esquema de investigaciones, expuesto por Andreas Walther:

  1. Predisposición hereditaria social del individuo.
  2. Motivaciones fundamentales de la personalidad social cultural ya desarrollada.
  3. Espíritu de grupo y espíritu objetivo.
  4. Procesos objetivos, tanto entre los individuos como de éstos con los grupos y de los grupos y estructuras entre sí.
  5. Estructuras.

Pero ésta es una tarea abierta hacia el futuro que ni con mucho se encuentra realizada en el momento presente.



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