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ArribaAbajoCapítulo XIII

Cuál ha de ser el descanso de los reyes en la fatiga penosa del reinar; qué han de hacer con sus enemigos, y cómo han de tratar a sus ministros, y cuál respeto han de tener ellos a sus acciones. (Joann., 4.)


Jesus ergo fatigatus ex itinere, sedebat sic supra fontem. Venit mulier de Samaria haurire aquam. Dicit ei Jesus: Da mihi bibere. Dicit ergo ei mulier illa Samaritana: Quomodo tu, Judaeus com sis, bibere a me poscis, quae sum mulier Samaritana? Respondit Jesus, et dixtit ei: Si scires donum Dei, et quis est, qui dicit tibi da mihi bibere; tu forsitan petisses ab eo, et dedisset tibi aquam vivam. Dicit ei mulier: Domine, neque in quo haurias habes, et puteus altus est: unde ergo habes aquam vivam?143

Que el reinar es tarea; que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la corona es peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulo de una muerte viva, lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones, contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo. Así lo escribió la Antigüedad; no dicen otra cosa los santos; esta doctrina autorizó la vida y la muerte de Cristo Jesús, rey y señor de los reyes. Y como suene afrenta en las majestades el descansar un rato, y sea palabra que desconocen y desdeñan las obligaciones del supremo poderío, el Evangelista, cuando dijo que Cristo descansaba del cansancio del camino (eso es sentarse), dijo tales palabras:   —163→   Jesus ergo fatigatus ex itinere, sedebat sic supra fontem. «Jesús cansado del camino, se sentó así junto a la fuente.» Sentose así, descansó así. Aquel así disculpa el descansar siendo rey; y dice que descansó así, para que los reyes sepan que si así no descansan, no se asientan, sino se derriban. Veamos pues cómo descansó, puesto que la palabra sic, así, está poseída de tan importantes misterios.

Bien sé que Lira dice: Quod ex hoc apparebat veritas humanae naturae, quemadmodum et quando esuriit post jejunium. Y San Juan Crisóstomo refiere sobre San Juan: Sedebat, ut requiesceret ex labore. Yo reverencio como miserable criatura estas explicaciones, y en ellas adoró la luz del Espíritu Santo que asistió a sus doctores, y la aprobación de la Iglesia en los padres. Diré mi consideración sólo por diferente, sin yerro, a lo que yo alcanzo, y sin impiedad, así en esto como en otras cláusulas, porque se conozca cuál es el día de la lección sagrada, y la fecundidad de sus lumbres y misterios, pues guarda que considerar aun a mi ignorancia, sin aborrecerla por mi distraimiento. Esta protesta bastará para los juicios doctamente católicos; que para los que respiran veneno y leen las obras ajenas con basiliscos, ninguna cosa tiene lugar de defensa.

«Cansado del camino; Jesús estaba así sentado junto a la fuente.» Señor: Cristo, rey verdadero, cansado del camino, sentose a descansar así. El propio Evangelista dirá cómo descansó. Señor, descansó del camino y trabajo del cuerpo, y empezó a fatigarse en otra peregrinación del espíritu, en la reducción de un alma, en la enmienda de una vida delincuente con muchas conciencias. Así, Señor, que los reyes que imitan a Cristo y descansan así, no se descansan a sí, descansan de un trabajo con otro mayor, y estas ansias eslabonan decentemente la vida de los príncipes. De las acciones más principalmente dignas de rey que Cristo hizo, fue ésta, y en que más enseñó a los reyes tres puntos tan esenciales, como cuál ha de ser su descanso, qué han de hacer con sus enemigos, y cómo han de tratar a sus ministros; y cuál respeto han de tener ellos a sus acciones, y cómo y para qué han de pedir los reyes a los miserables y súbditos.

Señor, cuando vuestra majestad acaba de dar audiencia, de oír la consulta del consejo; cuando despachó las consultas de los demás y queda forzosamente cansado, descanse, así como Cristo, empezando otro trabajo; trate de reducir a igualdad los que le consultan de otros; atienda vuestra majestad al desinterés de los que le asisten, a la vida, a la medra, a las costumbres, a la intención; que este cuidado es medicina de todos los demás.   —164→   Quien os dice, Señor, que desperdiciéis en la persecución de las fieras las horas que piden a gritos los afligidos, ése más quiere cazaros a vos, que no que vos cacéis. Preguntad a vuestros oídos si son bastantes para los alaridos de los reinos, para las quejas de los agraviados, para las reprensiones de los púlpitos, para las demandas de los méritos, y veréis por cuántas razones vuestro sagrado oficio desahucia los espectáculos que os tengan por auditorio hipotecado a sus licenciosas demasías. Quien descansa con un vicio de una ocupación, ése descansa la envidia de los que le aborrecen, la codicia y ambición de los que le usurpan, la traición de los que le engañan. Quien de un afán honesto descansa con otro, ése descansa así como descansó Cristo.

Muy poderoso y muy alto y muy excelente Señor: los monarcas sois jornaleros: tanto merecéis como trabajáis. El ocio es pérdida del salario; y quien descansando así os recibió en su viña por obreros, mal os pagará el jornal que él ganó así, si así no le ganáis.

«Vino la mujer de Samaria a sacar agua. Díjola Jesús que le diese de beber. Díjole pues aquella mujer samaritana: ¿Cómo, siendo tú judío, me pides a mí de beber, siendo mujer samaritana?». De Dios, de Cristo, su Hijo unigénito, pocos llevan lo que buscan. ¡Gran dádiva negarles la demanda de su ceguera, y darles el provecho que previene su misericordia! Señor, no lleve agua el que viene por agua, si conviene que lleve reprensión. Sentaos, Señor, sic supra fontem, así sobre la fuente de las mercedes, de los premios y de los castigos: no dejéis que se sienten vuestros allegados y ministros; vayan a buscar de comer, no se entrometan en vuestro cargo. Asistid vos a la fuente, y tendrán remedio los sedientos, y beberán lo que les conviene, que es lo que vos les diéredes, y no lo que buscan y quieren sacar con sus manos.

Era pozo, y le llama fuente el Evangelista. Creo sea ésta la causa (y a propósito, si no la desautoriza ser yo el autor). Como el Espíritu Santo por San Juan hablaba al suceso para el misterio, y sabía que la mujer buscaba pozo y agua muerta, y que en el pozo había de hallar al que es fuente de agua viva, llamola así, previniendo la maravilla; y llamó fuente al pozo, porque la historia se cumplió en la fuente. San Agustín sobre San Juan admirablemente concierta la letra144.

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Señor, los pretendientes, los sedientos, los allegados os quieren pozo hondo y oscuro y retirado a la vista, porque solos ellos puedan sacar lo que quisieren. Éstos, Señor, que alcanzan con soga y no con méritos, paguen con su cuello al esparto lo que le trabajan con el caldero. Pozo os quieren, Señor: fuente sois, y tal os eligió Jesucristo. Ellos os quieren detenido y encharcado para sí, y Dios difuso y descubierto para todos. Corred como fuente, pues lo sois; y para quien os quiere pozo, sed sepultura.

Pide este gran rey, Señor, y pide agua al pie de la fuente en el brocal del pozo: no pide oro, ni plata, ni joyas; pide lo que sobra donde lo hay, a quien viene a sacarlo para sí todo. Estos malditos que son carcoma doméstica de los reyes, quieren que sean pozos: Dios manda que sean fuentes. Delito y castigo será contradecir a Cristo, y obedecer a los soberbios y vanagloriosos. Señor, rey, pozo hondo para todos y abierto para uno que solo y siempre saca, atienda con todos los sentidos a ver si conoce algo de su séquito y de su alma en aquellas palabras del Apocalipsis145: «Vi caer del cielo en la tierra una estrella, y fuele dada llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió el humo del pozo como humo de un horno grande; y el sol y el aire se oscurecieron con el humo del pozo. Y del humo del pozo salieron langostas sobre la tierra, y fueles dada potestad como la tienen los escorpiones de la tierra; y fueles mandado que no ofendiesen el heno de la tierra, ni alguna cosa verde, ni algún árbol; sólo a los hombres que no tienen la señal de Dios en sus frentes.»

Señor, este lugar tan poseído de amenazas y espantos, donde las estrellas caen y el humo sube, cosa tan contraria, lo entienden los padres a la letra de los herejes: yo me aventuro a declararle de los reyes pozos. Nada, si bien se considera, es por mi cuenta: el propio lugar se declara, y no por eso deja de entenderse de los herejes; que los reyes que se apartan de los ejemplos de Cristo, y le desprecian y niegan la obediencia a sus mandatos, herejes son de esta doctrina donde está escrita esta cláusula con tantos espantos como letras; estrella que cae, humo que sube, horno, oscuridad, escorpiones   —166→   y langostas. ¿Qué fábrica en el infierno se compondrá de más temerosos materiales? Hable la cláusula por sí. ¿Qué es un rey? Una estrella del cielo que alumbra la tierra, norte de los súbditos, con cuya luz e influencia viven. Por eso apareció estrella a los tres reyes. Todos los reyes Señor, son estrellas del sol Cristo Jesús; familia suya son resplandeciente. El que cae de la alteza del cielo, el que se aparta de la igualdad de aquella circunferencia, que a su justicia llegan forzosamente todas sus líneas iguales, ése que del cielo cae en la tierra, ¿qué codicia? ¿Qué negocia con apear su luz encendida a la par con el día, y abatirla por el suelo? Negocia las llaves del pozo del abismo. Era vecino de oro en el glorioso espacio por donde se extienden en igualdad inmensa los volúmenes del cielo, y caía a ser llavero de las gargantas del humo de los depósitos de la noche. ¿Qué hizo este rey en teniendo las llaves del abismo? Abrir el pozo del abismo. ¡Ah, Señor! ¿Quién estuviera tan mal con alguna estrella, que de llama de aquel linaje que se encendió con la palabra de Dios en el más ilustre solar del mundo, sospechara pensamiento tan bajo? Yo creyera que bajaba la estrella a tomar las llaves del pozo del abismo para darle otra vuelta, para añadirle otro candado para que otra mano no le abriese. Mas no fue así; que quien deja el lugar que tenía por Dios, y el ministerio que le fue dado, todo lo dispone al revés. ¡Qué pensamiento tan vergonzoso para una estrella bajar ella a abrir el pozo para que suba el humo! Así el texto dice que subió del pozo humo como de un horno grande. Rey que deja de ser estrella y se inclina a pozo, ¿qué hace, Señor? Precipitarse a sí, que es estrella y levantar el criado, que es humo. La luz y la tiniebla truecan caminos. Estrella que cae, ¿qué puede levantar sino humo? Rey que deja cetro de monarquía por llaves de pozo, desate de las cárceles de la noche contra sí las oscuridades, y sea su castigo, que cayendo porque el humo suba, no logrará aun esta maldad; porque el humo cuanto más sube más se deshace, y la enfermedad mortal del humo es el subir.

«Y oscureciose el sol y el aire con el humo del pozo.» Bien agradecida se mostró esta estrella al sol que la dio los rayos, pues abrió la puerta al pozo que le oscureció a él y al aire con el humo. Señor, todo lo deja a oscuras y confuso, y sepultado en noche, el rey que da puerta franca al humo; y debéis considerar, si con él se oscureció el sol, la que abrió con esta llave ¡qué padecería siéndole tan inferior en todo! Veamos, ya que dejó el cielo por el pozo, y escogió un eclipse tan desaliñado, qué fin tuvo, y para qué. «Y del humo del pozo salieron   —167→   langostas sobre la tierra.» Cuando se juntan con la humillación del príncipe la soberbia abatida y embozada del criado, engendran plagas, producen langostas. El hijo de esta bastardía tan alevosa es el azote de la tierra, el despojo de los pobres, la ruina de los reinos. ¿Qué otra sucesión merece una estrella que con el humo comete adulterio contra toda la hermosura y majestad del cielo? «Y fueles dada potestad, como la tienen los escorpiones de la tierra.» Hijos del pozo, mestizos del día y de la noche, de la majestad y de la traición, mayorazgos de la iniquidad, atended qué poder se os da; mas atended cuál poder tenéis de escorpiones. Veneno sois, no ministros: fieras, no poderosos. Blasonar de este poder es apostar con todo el infierno en la iniquidad nefanda; y este poder, de que tan impíamente presumís, os fue dado contra vosotros, y trae instrucción secreta de Dios para atormentar vuestras conciencias. Oíd lo que se sigue: «Y fueles mandado que no ofendiesen el heno de la tierra, ni alguna cosa verde, ni algún árbol; sólo a los hombres que no tienen la señal de Dios en sus frentes. Poco os duró el golpe de veros langostas, parto del pozo y del humo: ya vuestros dientes tenían amenazado cuanto vive sobre la tierra en las edades del año. Ni malos habéis de ser, como deseáis: todo se os ordena al revés. Y es así, que las langostas ofenden lo verde, los campos, lo sembrado, y no a los hombres; y a vosotros os mandan como a langostas espurias y de ayuntamiento tan ilícito, que no ofendáis al heno, ni a la yerba, ni a lo verde, ni a algún árbol, y que ofendáis a solos los hombres que no tienen la señal de Dios en la frente. Aquí está secreto vuestro dolor. No habéis de ofender al bueno, al pobre, al inocente, al humilde, al justo, no; que en esa venganza estaba vuestra gloria. Sólo habéis de ofender a los que no tienen la señal de Dios en la frente. Y así se cumple que siempre estáis ocupados en deshaceros unos a otros, y en aparejaros los cuchillos y las sogas.

Señor, estese la estrella en el lugar que Dios la dio; y al pozo del abismo antes le añada cerraduras, que le abra. Si se baja del cielo al pozo, ved, Señor, que subirá el humo que os anochezca y os quite el sol y os borre el aire. Ministros que son bocanadas del pozo del abismo, bien están debajo de llave y debajo de tierra: no deis poder de escorpiones, ni aguardéis de tales simas otra cosa que plagas y langostas. Al pozo venía la Samaritana; mas Cristo rey eterno así se sentó junto de la fuente, porque baja del cielo a cerrar el pozo, y a enseñar la fuente, y a rogar con ella. Por eso la dio de su agua, que era de vida, y no bebió de la del pozo. Zacarías   —168→   llama fuente a Cristo146: «Fuente patente de la casa de David.» Y Isaías147: «Sacaréis las aguas en gozo, de las fuentes del Salvador.» Aguas con gozo sólo se sacan de las fuentes. Consejo es del Espíritu Santo; que de los pozos ya hemos visto lo que se saca.

«Vino una mujer de Samaria a sacar agua, y díjola Jesús: Dame de beber.» ¡Qué leves y qué baratos son los pedidos de Dios, del rey Cristo, a sus vasallos! Pide un jarro de agua, y pídele tan a propósito como se ve: al brocal del pozo, a quien tiene con qué sacar el agua y viene a eso. Leves serían los tributos de los príncipes, si pidiesen (a imitación de Jesucristo) poco y fácil, y a quien lo puede dar, y donde lo hay; lo que las más veces se descamina por la codicia y autoridad de los poderosos, pues se cobra del pobre lo que le falta y sobra al rico, que por lo que él le ha quitado y le niega, le ejecuta. Veamos qué sucedió a esta demanda tan justa de Cristo nuestro Señor, donde aquella suprema y verdadera majestad pidió con tan profunda humildad y tan inefable cortesía. Respondiole aquella mujer samaritana: «¿Cómo siendo tú judío, a mí, que soy mujer samaritana, pides de beber?». Señor, pidiendo Dios y el inocente y el justo, falta agua en el mar y en los pozos; y la respuesta no sólo niega lo que se pide, sino lo acusa y pretende hacer delincuente. Si estas negaciones se pasaran a las demandas de los codiciosos y descaminados, y las concesiones que sirven a su apetito se vinieran a estas demandas, los hombres estuvieran ricos, los reinos prósperos, la sed de Cristo socorrida, y la de los hidrópicos curada. Díjola Cristo: «Si supieras la dádiva de Dios, y quién es quien te dice: Dame de beber, pudiera ser que tú le pidieras a él, y él te hubiera dado el agua de vida». No lo habíamos entendido hasta ahora, Señor: no deja que lo entendamos nuestra ignorancia y nuestra avaricia. Sirven a estas acciones gloriosas de Cristo nuestro Señor, de tinieblas los estilos y sucesos de la tierra. Los príncipes temporales dan para pedir: Cristo, solo rey, pide para dar. Dice a la mujer que le dé agua, y niégasela y aun hace delito el habérsela pedido. Y el Señor la responde: «Si entendieras la dádiva de Dios y quién es quien te dice: Dame de beber». El negarle a Dios lo que nos pide, nace de que no conocemos que su pedir es dádiva. ¿Qué nos pide que no sea para darnos? ¡Gran misterio pedirla agua, para que ella se la pida al que se la dará! Quien pide de esta manera imitando a Cristo, será padre de   —169→   sus reinos. Pida tributos para darles defensa, paz, descanso y aumento; no pida a todos para dar a uno, que es hurto; no pida a unos para dar a otros, que es engaño; no pida a los pobres para dar a los ricos, que es locura delincuente; no pida a ricos y a pobres para sí, que es bajeza. Pida para que le pidan, y entenderá la dádiva de Dios, que empieza en pedir y acaba en dar.

Señor: el demonio da sin que le pidan porque da quitando. Acuérdese vuestra majestad de la sierpe y de la manzana, aunque no es cosa de que podemos olvidarnos. Una golosina dio porque le diesen la gracia y el alma. Qué sin retórica reciben las mujeres, Eva lo enseñó bien para nuestro mal. Qué aprisa niegan y qué fácilmente piden, la Samaritana lo demuestra; pues luego que se enteró de las calidades del agua de vida, dijo148: «Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga a sacarla a este pozo». ¡Qué acomodadamente nos desquitamos de nuestros yerros con Cristo! De lo que pecó esta mujer negándole lo que pedía, se remedió pidiéndole lo que le daba. Señor: ¡gran Rey, grande y verdadero Señor, que perdona que le neguemos su regalo si nos le pide, porque recibamos nuestro regalo cuando nos le da! ¡Por esto solo verdadero Rey, y solo bien querido Señor! Óigalo vuestra majestad del gran padre de la Iglesia Agustín149: «Dios no manda algo que a él le aumente, sino a quien lo manda: por eso es verdadero Señor; que no tiene necesidad de su criado, sino su criado de él».

Ya hemos visto cómo se le niega a Dios lo que pide, y cómo pide él para que le pidamos. Veamos cómo, y a quién da. Señor, oíd al Evangelista150: «Díjola Jesús: Ve, llama a tu marido, y ven aquí». Señor, a ella la dijo: Si tú conocieses la dádiva de Dios, tú me pedirías. Ella le pidió el agua de vida, y no se la da a ella. Mirad, muy alto y muy poderoso Señor, qué maestro os disimulan estas palabras. Pidió diciendo: Da mihi: «Dame a mí». No se acordó de otro. Cristo, que sus dones los comunica y no los encierra, los reparte en muchos, antes en todos, y no los arrincona en uno que los pide para sí. Mandó que llamase a su marido y lo trajese. ¡Dichoso vos, Señor, a quien es posible imitar esto, cuando en los demás no llega el caudal más adelantado sino a acordaros lo que   —170→   muchos pretenderán que se os olvide!151. «Vinieron sus discípulos, y admirábanse porque hablaba con mujer; empero ninguno le dijo: ¿Qué buscas o qué hablas con ella?». Llegado hemos, Señor, a lo profundo del pozo. ¿Quién creyera que este brocal había de ser cátedra donde la suma sabiduría enseñase a reinar a los reyes, y que de tan soberana doctrina serían interlocutores una mujer y un cántaro? Todo, Señor, es aquí maravilloso; y más que yo, despreciada criatura, os descifre esta lección, disimulada en trastos tan ajenos de la majestad.

Los apóstoles, Señor, que eran los ministros y los privados y los parientes, habían ido a buscar mantenimiento152: «Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer». Algo han de hacer, Señor, los reyes solos por sí, sin asistencia de los ministros. Algo, es forzoso; porque con eso ya habrá sido rey alguna vez. Muchas cosas ha de hacer solo el señor; es conveniente: todas las cosas no le es posible. Mas siendo las importantes e inmediatas a su oficio, han de ser todas. Y así lo enseña Cristo Jesús. Cuando su majestad dispone obra de rey y despacho de monarca, vayan los ministros a buscar de comer, sirvan como criados en lo que les toca: no se entrometan en el oficio coronado. El remedio del vasallo toca al rey, no al ministro: cánsese él por la ocasión de dársele. Matar la sed y la hambre del vasallo, Señor, toca al rey; matar la suya del rey, a sus ministros. Los apóstoles van a buscar mantenimiento a Cristo; y Cristo viene a dar bebida a la Samaritana. Oídme, Señor; que esta porfía por vuestra intención, más tiene de leal que de atrevida. Criado que tratare y se encargare de matar la sed a vuestros vasallos, no buscará la comida para vos, sino para sí; y ellos quedarán muertos, y no su sed; y vos sin mantenimiento y sin qué comer. Veamos si los apóstoles se sintieron de esto. No, Señor, que eran ministros de Dios y trataban de servirle a él, dejándole ser rey, y no de servirse de él, mancomunándose en la corona. Vinieron y admiráronse de que hablase con una mujer; mas ninguno se atrevió a preguntarle qué buscaba o qué hablaba con ella. Señor, no lo advirtió de balde el Evangelista Fue como si dijera: sabía Cristo, rey solo, lo que sólo había de hacer; y sus privados lo que habían de hacer, que era servirle, lo que no habían de hacer, que era escudriñarle. Criado que quiere saber todo lo que el rey hace y lo   —171→   que dice preguntándoselo, llámale rey y pregúntale esclavo. Quien quisiere, Señor, saber lo que hacéis, sepa de vos que no sabe lo que hace.

Al ministro más alto le es lícito admirarse de las acciones del rey: así lo hicieron los apóstoles. No es lícito adelantarse, ni atreverse, ni entremeterse: así lo hizo el diablo. Halla el criado y el ministro hablando al príncipe con otro a solas: no envidie ni recele, no maquine: admírese y calle; que vos, Señor, habéis de hablar con quien conviene, con quien lo ha menester, no con quien ellos quisieren. Acobardad, Señor, la pregunta curiosa en los vuestros; que entonces ellos serán mejores criados, y vos más rey. Ni os pregunten qué buscáis, ni qué habláis, ni qué os hablaron: tengan admiración muda, que es admiración de apóstoles; no admiración preguntadora, que es admiración de fariseos que también se admiraban y le preguntaban siempre. «Dijéronle los apóstoles: Maestro, come. Mas él les dijo153:

Yo tengo manjar que comer, que vosotros le ignoráis». Habían ido por mantenimiento para Cristo; trajéronsele, y rogábanle que comiese. Aun haciendo su oficio, Señor, y bien hecho y con puntualidad, y lo que les mandó Cristo, tuvieron mortificación en la respuesta. Comida tengo yo, dijo el gran Rey, que vosotros ignoráis. Señor, no lo sepan todo los ministros grandes, ni lo pregunten, aunque se admiren; y no sólo eso, mas oigan de vos que ignoran algunas cosas. Y cuando os ofrezcan en el cargo el divertimiento de la comida, Cristo os dejó sus palabras: tomádselas, que no es atrevimiento sino obediencia154: «Díjole Jesús: Mi comida es hacer la voluntad de quien me envió para perfeccionar su obra».

Señor, la voluntad de Dios, que os envió para rey al mundo, es que le gobernéis a su imitación; y vuestra obra sólo se perfecciona con este cuidado. Y esto, si no es vuestra comida, es el sustento de vuestro oficio y el sustentamiento de vuestra monarquía.



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ArribaAbajoCapítulo XIV

Ningún vasallo ha de pedir parte en el reino al rey, ni que se baje de su cargo, ni aconsejarle que descanse de su cruz, ni descienda de ella, ni pedirle su voluntad y su entendimiento: sólo es lícito su memoria. Quien lo hace quién es, y en qué para. (Luc., 23.)


Unus autem de his, qui pendebant latronibus, blasphemabat eum dicens: Si tu es Christus, salvum fac temetipsum, et nos. Respondens autem alter increpabat eum dicens: Neque tu times Deum, quod in eadem damnatione es. Et nos quidem juste, nam digna factis recipimus: hic vero nihil mali gessit. Et dicebat ad Jesum: Domine, memento mei, cum veneris in Regnum tuum. Et dixit illi Jesus: Amen dico tibi: hodie mecum eris in Paradisso.

Señor, si el Espíritu Santo, ya que no me reparta lengua de fuego, repartiese fuego a mi lengua y adiestrase mi pluma, desembarazando el paso de los oídos y de los ojos en los príncipes, creo introducirán en sus corazones mis gritos y mi discurso la más importante verdad y la más segura doctrina. ¡Oh infinitamente distantes a nuestro conocimiento, misterios de la divinidad de Jesucristo! ¡Que lo más excelso de su imperio, lo más admirable de su monarquía, se admire en un leño entre dos ladrones, en la sazón que se agotó de oprobios la ira, y que se hartó de castigos la pertinacia y el miedo! ¡De cuán diferentes semblantes se vale la divinidad humana y la vanidad presumida en los señores temporales! Jesús, hijo de Dios, del escándalo hace compañía, de la cruz trono, de la infamia triunfo, de los ladrones ejemplo. San León Papa, sermón 8, de Passione Domini: O admirabilis potentia Crucis! O ineffabilis gloria Passionis! In qua et Tribunal Domini, et judicium mundi, et potestas est Crucifixi. No así los príncipes que entretiene la fragilidad, que embaraza la ambición, que engaña el aplauso; cuya vida desmenuzan las horas, y cuya potestad, trillada de los pasos del tiempo, en polvo y ceniza se desmiente. Éstos ¡oh cuán frecuentemente de la compañía hacen escándalo, cruz de su trono, de los triunfos infamia, y del ejemplo hurtos! Así lo confiesan sus obras en sus fines, sin que su maña sepa acallar los sucesos, por más que la terquedad de su soberbia trabaje en disculparlos.

Coronáronlo, Señor, los judíos de espinas. Secreto se   —173→   reconoce grande misterio. Las coronas todas de los reyes parecen de oro, y son de abrojos. Los que parecen reyes, y no lo son, corónense del oro, que es apariencia: el que no parece rey, y solamente lo es, corónese de las espinas, que es la corona; no del engaño precioso que mienten los metales. Pilatos le llamó rey constantemente y en juicio contradictorio; pues oponiéndose los judíos, perseveró en el rótulo y en lo escrito. Y porque ya que como rey tenía corona y sobrescrito de la majestad, tuviese el séquito del cargo y el peligro de los lados de monarca, le acompañaron de ladrones. Más parece rey en los dos que le asisten, que en las insignias que le ponen. No hubo camino que estos ladrones no intentasen con la grandeza de Cristo. El uno le blasfemaba, diciendo: «Si tú eres Cristo, sálvate a ti y a nosotros». Esto llama blasfemia el Evangelista en el ladrón; y lo fue dudar si era Cristo. Mas la blasfemia calificada ya, es decir: «Sálvate a ti y a nosotros». Esto ya se condenó en San Pedro, cuando dijo a Cristo: Esto tibi clemens: Absit a te Domine; y en el Tabor: Bonum est nos hic esse. Este mal asistente de Cristo, lado izquierdo del rey, de las palabras de San Pedro duda las fervorosas, y las que premia; y toma las reprendidas. Dijo Pedro: Tu es Christus Filius Dei vivi. Y éste dice, dudándolo con interrogación blasfema: Si tu es Christus; y añade: «Sálvate a ti»; que fueron las que le negociaron aquel enojo tan despegado: Vade retro post me Sathana, quia scandalum es mihi. Quien al lado de los reyes atiende al descanso del rey y a su comodidad, ése el mal ladrón es. En no librarse Cristo de los tormentos estaba el librarnos a todos. Así lo pronunció en concilio el Pontífice, y éste quería que se ejecutase al revés. Quien al rey quita la fatiga y el trabajo de su oficio, mal ladrón es, porque le hurta la honra y el premio y el logro de su cargo. San Marcos dice: Salvum fac temetipsum descendens de Cruce «Sálvate a ti mismo, descendiendo de la cruz». Así dicen todos los malos que asisten al lado de los reyes: «Sálvate a ti, y a nosotros con bajarte, señor». Vasallo que pide a su rey que se baje, alzarse quiere. El bajarse de la cruz el príncipe, es quitarse y derribarse de la tarea y fatiga de su oficio. Eso deponerse es a ruego de un mal ministro, de uno que está a su lado izquierdo; que le blasfema, y no le aconseja; que dice que se condene con lo que propone que se salve.

Que la cruz sea cetro del poder, dítelo San León Papa (Dicho serm. 8, de Passione Domini): Cum ergo Dominus lignum portaret Crucis, quod in sceptrum sibi convertere potestatis erat. Erat quidem hoc apud impiorum oculos grande ludibrium; sed manifestabatur   —174→   fidelibus grande misterium. De otra suerte habló el buen ladrón, el buen ministro, el buen lado del rey. Reprendió a este blasfemo: Neque tu times Deum. «Ni tú temes a Dios». Palabras ajustadas a la maldad, que pedía al Rey que se bajase de su cruz para salvarle, habiendo buscádola y subido en ella para sólo eso. Veamos pues este buen criado, buen ladrón; éste que supo conocerse a sí, y a Cristo, y a su mal compañero, cómo se valió de la cercanía del rey; si negoció como buen lado del señor. Oiga vuestra majestad el respeto, la piedad, el reconocimiento con que habla: Domine, memento mei, cum veneris in Regnum tuum. «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». No le pide sillas en su reino; que oyera el Nescitis quid petatis: «No sabes lo que te pides». A su lado más le valió cruz que silla. No dijo: «Hazme el mayor en tu reino»; que se le respondiera como a los apóstoles, cuando discurrían «cuál sería el mayor». Ni dijo: «Señor, cuando vayas a tu reino, dame parte de él». No es demanda de vasallo ésa: es intención. Menos le dijo que se bajase; que exaltado quiere a su Señor, y asistir a su lado con su cruz, no con la de su rey. No se introdujo en su voluntad como atrevido; llegose a su memoria; confesole rey, pues reconoció su reino; pidiole que se acordase de él; no que por él se desacordase de sus obligaciones. ¿Qué premio granjeó, qué mercedes premiaron su bien reconocida negociación? Óigalas vuestra majestad: Amen dico tibi, hodie mecum eris in Paradisso: «Hoy serás conmigo en el paraíso».

Señor: al que mejor sirvió al lado de Cristo rey, lo más que se le consintió pedir fue que en el reino se acordase de él, no algo del reino; y lo más que se le respondió fue: «Estarás hoy conmigo en mi reino». No dijo: «Estarás en mi reino por mí» eso el buen rey no lo concede a alguno. Señor, quien pidiere a vuestra majestad que para salvarle a él se bajase de la cruz, ése mal ministro es, perezca como tal. Quien con su cruz al lado de vuestra majestad le confesare, y no atreviéndose a su voluntad y entendimiento, se encomendare a su memoria, ése tal, ése digo, tenga buena promesa de estar con vuestra majestad en su reino, y véala cumplida. Recorra vuestra majestad la vida de Cristo, y verá que niega a su lado silla a dos privados, a dos apóstoles, a dos parientes, y admite a su lado cruces y ladrones. De los cuales, el que pide a Cristo que se baje de su oficio (que es su cruz), se condena; y el que sin entremeterse con la del rey padece en la suya, y no pide en el reino parte sino memoria, se salva. En el imperio de Dios no logra el mal ladrón sus blasfemias acomodadas, y goza el bueno   —175→   su negociación humilde y reconocida. Bien se dio a entender en esto Cristo nuestro Señor, cuando dijo por San Lucas155: «Decía a todos: Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame». Suplico a vuestra majestad, por la caridad de Jesucristo, no divierta su atención de estas palabras, que obedecidas le pueden ser la guarda de mejor milicia y de mayor defensa. Señor, a todos decía Cristo estas palabras; no puede la insolencia de alguno desentenderse de ellas. Todos es palabra sin excepción, y que no admite achaque en la familia de Cristo, ni excluye a Judas, ni exceptúa a Pedro. Así se ha de hablar, Señor, cuando se mandan cosas como éstas que importan a la regalía y autoridad del príncipe, con todos; que quien manda algunos, de otros es mandado. «Si alguno quiere venir detrás de mí»: lenguaje de rey venir detrás, no delante, que es traición y usurpar; no al lado, que es competir y atreverse; sino detrás, que es servir. Señor, en nada se ha de ver primero al criado que al señor. «Niéguese a sí mismo»; porque sólo el que esto hiciere no negará a su rey. Toda la fidelidad de un privado está en negarse a sí las venganzas, las codicias, las medras, los robos, las demasías, la adoración; y en negándose esto a sí mismo, va detrás de su señor, y no le va arrastrando tras sí como alevoso que se concede a sí propio no sólo cuanto desea él, sino cuanto los otros; pues de la necesidad ajena saben lo que pueden envidiar a los méritos y a la virtud. «Y tome su cruz cada día». No dice: «tome mi cruz», que eso era darle el reino, sino «tome la suya, y tómela cada día», que en esa tarea está la verdad y la salud. Rey que ruega a otro con su cruz, adelántase contra sí a la blasfemia del mal ladrón. Señor, vos habéis de llevar vuestra cruz, que son vuestros vasallos y vuestros reinos, no otro; habéis de llamar a vos a los que quisieren ir detrás, no delante; a los que se negaren a sí propios; y juntamente habéis de mandar que no os siga sino el que cada día tomare su cruz; y ha de ser cada día, porque el día que quien os sigue deja de tomar su cruz toma la vuestra, y esto no es seguiros sino perseguiros. Hubo, Señor, quien ayudó a llevar la cruz a Cristo; mas no le llamó él, sino los verdugos. Fue en esto ingeniosa su maldad, y mostraron docta hipocresía, pues en traje de misericordia razonaron su mayor martirio llamando quien le aliviase el peso que tanto amaba. Mas como el Cirineo era hombre, lo poco del leño que aligeró con los brazos, cargó inmensamente   —176→   con sus culpas. Señor, quien va delante del rey, le arrastra, no le sirve; quien va al lado, le arrempuja y le esconde, no le acompaña. Ladrones asistieron al mayor y mejor príncipe; mas quien le quiso quitar de su cruz, se condenó. Cayó quien le pidió que bajase, y tuvo nombre de malo; solamente se acordó de quien, dejándole en su cruz, padeció en la suya.

Al pie de la cruz estuvo la Virgen madre de Cristo, y no empezó sus mandas por acompañar su desconsuelo con San Juan. Primero pidió perdón para sus enemigos, y premió la fe del buen ladrón, porque aprendiesen los reyes a cumplir primero con las obligaciones del oficio, que con las propias, aunque sean tales. Por eso dice en su Decacordo el doctísimo cardenal Marco Vigerio de Saona156: «Para que aprendiéramos a anteponer por nuestro oficio las utilidades públicas a las nuestras propias. Cuando nuestro sapientísimo rey, estando para espirar, antes se acordó en el codicilo de sus enemigos y de los pecadores, que de su Madre». No puede pasar la fineza de este parentesco, ni desentender de esta imitación, sino quien por consejo de un ministro malo se bajase de su oficio.




ArribaAbajoCapítulo XV

De los consejos y juntas en que se temen los méritos y las maravillas, y por asegurar el propio temor y la malicia envidiosa, se condena la justicia. (Joann., 11.)


Collegerunt ergo Pontifices et Pharisaei concilium, et dicebant: Quid facimus, quia hic homo multa signa facit? Si dimittimus eum sic, omnes credent in eum: et venient Romani, et tollent nostrum locum et gentem. Unus autem ex ipsis, Cayphas nomine, cum esset Pontifex anni illius, dixit eis: Vos nescitis quidquam, nec cogitatis quia expedit vobis, ut unus moriatur homo pro populo, et non tota gens pereat. Hoc autem a semetipso non dixit; sed cum esset Pontifex anni illius, prophetavit, quod Jesus moriturus erat pro gente. Ab illo ergo die cogitaverunt, ut interficerent eum. «Juntaron pues concilio los pontífices y fariseos, y decían: ¿Qué hacemos, que este hombre hace muchas maravillas? Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos, y nos quitarán nuestro lugar y gente. Uno de ellos, que se llamaba Caifás, como fuese pontífice de aquel   —177→   año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que os conviene que un hombre muera por el pueblo para que no perezca toda la gente. Esto no lo decía él de sí mismo; pero como fuese pontífice de aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la gente. Desde aquel día trazaron que Jesús muriese».

En esta junta, consejo y concilio se congregaron pontífices y fariseos, por donde fue de las más graves que ha habido, y por lo que se juntó la materia más importante que ha habido ni habrá en la vida del mundo. Y siendo esto así en el votar todos (menos un pontífice llamado Caifás) no saben lo que se dicen, ni lo que piensan. Y Caifás, que sólo supo lo que se dijo, no supo lo que se decía; fue mal presidente, y pareció buen profeta; dijo la verdad, y condenó a la verdad. Señor, si éste lo enseñó, muchos lo han aprendido; callan el nombre de Caifás, y pronuncian su doctrina. Si en este concilio sucede esto, temerse puede en otros. Acabose el hombre que se llamaba Caifás; mas siempre habrá hombres a quien puedan dar este nombre. Veamos con qué palabras empiezan este consejo tantos consejeros: «¿Qué hacemos, que este hombre hace muchas maravillas?». Los que preguntan qué hacen, ellos confiesan que no saben lo que hacen, y juntamente confiesan que el hombre contra quien se juntan, que es Dios y hombre verdadero, hace muchas maravillas. Muchas veces, después acá, se han juntado los que ni saben lo que se hacen, ni lo que se dicen, contra hombres que han hecho maravillas. Dicho se está que la envidia y el odio que juntaron aquéllos, juntaron estos otros. De esta casta fue la junta que hicieron Bruto y Casio contra Julio César; y la que hizo el mozuelo Ptolomeo contra Pompeyo el Magno; la que se hizo para quemar los ojos y condenar a infame pobreza a Belisario; y todas aquellas que innumerables ha formado la emulación mal intencionada de hombres que no sabían lo que hacían, y de quien todos sabían que no habían hecho nada, contra los hombres que hacían muchas hazañas, daban monarquías y victorias.

Bien sé que el sentido de la palabra ¿qué hacemos? es: ¿Cómo consentimos que este hombre haga tantas maravillas? ¿Qué hacemos que no estorbamos que obre tantas maravillas? Cualquiera sentido es el peor. Digna causa de juntar concilio irritarse a no consentir que Cristo haga muchas maravillas, lamentarse de que no estorban que las haga a beneficio de otros. Podíaseles responder, cuando dijeron ¿qué hacemos? Hacéis concilios contra quien hace muchas maravillas: diligencia que siempre fue ridícula y lo será.

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Conociolo y enseñolo Demóstenes en la Filípica primera. (Sea lícita esta advertencia política.) Estaba oprimida la república por Filipo con muchas victorias, y la república trataba de cómo se remediaría, y no se remediaba. Viendo el daño de estas proezas juntas, les dice Demóstenes: «Lo que hallo que en este caso se debe hacer, es que determinéis ante todas cosas que no se pelee con Filipo con sólo decretos y cartas, sino con la mano y las obras». Parece que Caifás, oyendo a los otros fariseos y pontífices que se juntaban a preguntar qué se hacía contra Cristo que hacía muchas maravillas, siguió esta doctrina, pues dijo convenía que muriese. Esto es hacer la guerra con la mano y con la obra.

Oiga vuestra majestad la razón que dan por qué no conviene dejarle hacer muchas maravillas: «Si le dejamos así, todos creerán en él». Confiesan llanamente que las maravillas son tantas y tales, que obligarán a que todos crean en Cristo. Nada niegan de su malicia los que no se obligan de maravillas dignas de universal crédito. Menester es que los que gobiernan no pierdan de vista esta cláusula. Suelen los envilecidos decir a los príncipes, con envidia de las glorias del valiente y del virtuoso: Mucho amor le tienen los soldados, mucha reverencia todo el reino: menester es bajarle y quitarle el mando y el puesto. Califican al rey por peligro al eminente sabio, al felizmente valeroso, al admirablemente bueno.

Parecioles débil causa, y añadieron: «Vendrán los romanos, y nos quitarán nuestro lugar y gente». Aquí empezó la razón de Estado a perseguir y condenar a Cristo, valiéndose los judíos de los romanos; y en el tribunal de Pilatos con la misma materia de Estado, achacada a los romanos, se ejecutó su muerte: de manera que la razón de Estado hizo que se tratase de ella con decreto, y la misma que se pusiese en ejecución. Mal se califica con estas cosas esta ciencia que llaman de Estado. Muy disfamada dejó su conciencia con estos decretos. «Uno de ellos, que se llamaba Caifás (no podía ser de otro), como fuese pontífice de aquel año, dijo». Da por causa de lo que dijo, la suma dignidad que le fue dada aquel año. Dios sólo, que da las supremas dignidades, sabe para qué las da: al que se las da contra sí, como a Caifás, más le castiga que le honra. En lo más que dicen los grandes ministros en virtud de sus cargos, miren no les sean cargos sus palabras: «Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que os conviene que un hombre muera por el pueblo, para que no perezca toda la gente». Siempre el ministro que supo ser peor que todos los demás, trató de ignorantes a los menos arrojados   —179→   y temerarios; porque éste sólo entiende que se sabe tanto como se atropella, y tiene la suficiencia en la atrocidad facinerosa. Dice Caifás que sus compañeros no sabían nada, y esto lo dice porque no piensan que conviene que un hombre muera por el pueblo, para que no perezca toda la gente. Fue verdad que los otros no sabían nada, y fue verdad que convenía que un hombre muriese por el pueblo, para que no pereciese toda la gente.

Hay hombres que son mentirosos diciendo verdades: dícenlas con los labios, y mienten con el corazón. Ya dijo Dios esto de los judíos, que le alababan y le ofendían. Muchos mentirosos se entran por los oídos de los príncipes con traje de verdades; y como es un sentido cuyo órgano, si se habla, no se puede cerrar por sí, como los ojos al ver, la boca al hablar, y las manos al tacto, es necesario dar al crédito por juez de apelación el entendimiento. He notado que siendo así en la oreja, previno la naturaleza que pudiese la mano cerrarla cuando la razón y la voluntad lo dictase: no acaso, sino misteriosamente, pues por la mano en las divinas y humanas letras se entienden las obras. Y fue advertir que los hombres defiendan sus oídos del engaño de las palabras con la verdad de las obras, y que sus oídos quieren que antes se los tapen obras, que se los embaracen palabras.

Caifás dijo lo que verdaderamente convenía para la salud de todos, y aconsejó que se hiciese (como mal presidente) para su condenación. Señor: éste, diciendo lo que el Padre eterno había decretado, lo que los profetas sagrados habían dicho, lo que dijo muchas veces de sí el mismo Cristo; sin saber lo que se decía, dijo, sabiendo lo que pronunciaba, lo que la pertinacia de los fariseos y escribas y de todos los judíos, y su venganza esperó. Débese temer mucho el ministro que acierta en la verdad, en que no tiene parte su intención, y yerra en lo que la tiene. Ministros que profetizan no siendo profetas, y presidiendo no saben lo que se votan, tratando de remediar el mundo, pecan y se condenan. He considerado que se concluyó este gran concilio con sólo aquellas palabras de Caifás que aun no suenan voto expreso, sino una reprensión de lo que los demás pontífices y fariseos no sabían ni pensaban; y sin votos ni respuestas de alguno de ellos, pasó por decreto, y se disolvió. Concilio en que el mayor y el peor de todos es presidente, y concilio y voto y votos cuyo parecer (aun tratados de ignorantes) siguen los demás, siempre ha de costar la vida al inocente.

Otro concilio grande contra Cristo escribe San Lucas   —180→   (cap. 22): «Juntáronse los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y trajéronle a su concilio, y dijeron: Si tú eres Cristo, dínoslo». Traen a Cristo de unas juntas y concilios en otros, que es el modo de disimular el mal intento de los jueces contra la verdad y la inocencia: ingeniosa invención de la venganza y de la malicia. Responde Cristo, y da a conocer el fin del concilio y de los jueces: «Si os lo dijere, no me creeréis; y si os preguntare, no me responderéis». Que no creerían lo que Cristo nuestro Señor les dijese, ellos lo confiesan; pues en el concilio de Caifás, cuyo es este capítulo, lo que se temían era que todos creyesen en él. Señor: concilios en que se pregunta para no creer lo que se respondiere, y no se responde a lo que se pregunta, Caifás los preside, él los determina. Pilatos preguntó a Cristo157: «¿Qué es verdad? Y diciendo eso se fue». Preguntar lo que no quiere oír el juez, imitación es de Pilatos: no sólo no quiso creerlo, sino que excusó el oírlo. Suele ser maña para colorar la maldad de un concilio abominable y de una sentencia sacrílega introducir en él jueces encontrados, porque se entienda no se ejecutó por un parecer. Mas, Señor, es de advertir que los malos ministros que se aborrecen por sus propios particulares, se reconcilian y juntan fácilmente para la maldad contra la inocencia de otro. Doctrina es que la enseña el Evangelio158. «Despreciole Herodes con su ejército, y se burló de él vistiéndole una ropa blanca, y lo remitió a Pilatos. Y este día se hicieron amigos Herodes y Pilatos, porque antes eran enemigos entre sí». Herodes granjeó a Pilatos con la lisonja de remitirle la causa de Cristo y su sacratísima persona; y Pilatos se dio por obligado de Herodes con esta adulación; que no sin causa (ni por otra) habiendo dicho el Evangelista que aquel día se hicieron amigos, añade: «Porque antes eran enemigos». Lo que importa es que no entren en concilios, ni sean jueces Pilatos ni Herodes, ni Caifás, ni los que los imitaren; porque cuando estén encontrados, luego serán amigos que se ofreciere maldad en que puedan concurrir, agradeciendo cada uno a su enemigo la parte que le da de autoridad en ella contra la verdad.



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ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo nace y para quién el verdadero Rey, y cómo es niño; cuáles son los reyes que le buscan, y cuáles los reyes que le persiguen


La primera virtud de un rey es la obediencia. Ella, como sabedora de lo que vale la templanza y moderación, dispone con suavidad el mandar en el sumo poder. No es la obediencia mortificación de los monarcas; que noblemente reconocen las grandes almas vasallaje a la razón, a la piedad y a las leyes. Quien a éstas obedece bien, manda; y quien manda sin haberlas obedecido, antes martiriza que gobierna. Cristo nuestro Señor, solo y verdadero Rey, nació obedeciendo el edicto de César que mandó registrar todo el orbe (Luc., 2)159: (sobre cuyo lugar se hizo ya discurso en otro capítulo, de que se puede llamar parte muy esencial éste al mismo propósito). Vino José de Nazareth, ciudad de Galilea, a Bethlehen, ciudad de Judá, a registrarse con María su esposa que estaba preñada. A Cristo antes de nacer le debe pasos la obediencia; y nació obedeciendo donde por el concurso de la gente no tuvo otra cuna sino el pesebre, y creció con tanto amor a la obediencia, y le fue tan sabrosa, que se dijo de él160 «que fue hecho obediente hasta la muerte», porque fuera en el verdadero Rey gran defecto dejar de ser obediente alguna parte de la vida. Y como antes de nacer obedeció, y obedeció hasta la muerte, pasó la obediencia más allá de los límites del vivir. Y como fue conveniente, después de muerto obedeció al ultraje y a la fuerza, cuando con sangre y agua respondió a la lanzada; que aun después de muerto satisfizo con misterios las iras. San Cirilo (Catech., 13) dice: «Principio de las señales en tiempo de Moisés sangre y agua, y la última de las señales de Jesús lo mismo».

Mucho tienen de enemiga en sí estas proposiciones mías: «Han de ser los reyes obedientes hasta la muerte»; y por otra parte: «Es muerte de los reyes y de los reinos que sean obedientes». Mas la verdad desata esta tiniebla, y amanece a esta noche, para despejar sus horrores a la luz del entendimiento. Obedecer deben los reyes a las obligaciones de su oficio, a la razón, a las leyes,   —182→   a los consejos; y han de ser inobedientes a la maña, a la ambición, a la ira y a los vicios. No pongo entre estas pestes los criados y los vasallos, porque en todo discurso eso se está dicho. Y son cosas contrarias obedecer el rey al siervo; y cuando se ve, es un monstruo de la brutalidad que produce el desatino humano para escándalo de las propias bestias. Nació pues Cristo cuando mandaba Augusto registrar todo el mundo; y el venir a la obediencia le trajo a nacer en lugar tan humilde, al hielo y al frío. Y en un día, Augusto, rey aparente, registra el universo, y Cristo Jesús le remedia.

Para esto nacen los reyes, para su desnudez y desabrigo, y remedio de todos; no para destruir a alguno, ni desacomodar a nadie. Con cuántas ventajas de elegancia dijo esto aquel prodigio de África, Quinto Septimio Florente Tertuliano161, considerando aquellas palabras del cap. 8, de San Mateo: Quid nobis, et tibi Jesu Fili Dei? «¿Qué hay entre nosotros y entre ti, Jesús, hijo de Dios? Viniste aquí antes de tiempo a atormentarnos». Dice este gran padre, concurrente de los apóstoles162: «Reprendió Jesús al demonio como a envidioso, y en la propia confesión descaminado, y que adulaba mal; como si ésta fuera suma gloria de Cristo haber venido para la perdición de los demonios, y no antes a la salud de los hombres». Los reyes, beatísimo Padre, cabeza primera de nuestra Iglesia que altamente vive en la eminencia del monte para la salud universal del cuerpo místico suyo, no han de nacer, ni heredar, ni venir para destruir y perder y atormentar: su oficio es venir a fortalecer, a restaurar, a dar consuelo. Y es vituperio (que deben sentir sumamente reprenderlo y contradecirlo luego con las obras) que digan viene a atormentar aun a los delincuentes. Los demonios (nadie puede ser peor) le dijeron que venía a atormentarlos; y dice Tertuliano que fue envidia y confesión del enemigo, y que adulaba mal, pues él venía a traer salud y no calamidades; y porque los desmintiese el suceso, les concedió a los demonios luego lo que le pidieron. Al delincuente venga el rey a enmendarle y a reducirle; que atormentar no es blasón, sino vituperio: es mala adulación. Ser tirano no es ser, sino dejar de ser, y hacer que dejen de ser todos. ¡Ah, ah, Pastor vigilantísimo del mejor rebaño! ¡Cuánto padece de calamidad el orbe con las hostilidades injustas que por tantos   —183→   lados turban su paz, alentadas por el enemigo común con el soplo vivo de la que llaman razón de Estado, ambición y venganza, para la desolación de las repúblicas! Vuestra beatitud, pues se halla en la cumbre de los montes con la altura de la primera silla, fundada en ellos con buena estrella de los hijos de la fe en vuestra elección, mire estas turbaciones públicas, y el estado miserable de los que a gritos las lloran; porque mirarlas y remediarlas, todo ha de ser uno en quien ha sido elegido de Dios para el remedio de todos.

Nace Cristo Jesús en el pesebre, y conténtase, por no desacomodar a los hombres, con el lugar que le hacen las bestias. Quien empieza padeciendo, ¿qué padecerá acabando? Bien pudieran los ángeles que se aparecieron a los pastores, aparecerse a los huéspedes que embarazaban los aposentos; mas el Rey grande, el todo Rey, el solamente Rey, sus ministros los envió a lo que importa a los suyos, no a él. Nace entre los que no tienen razón, que son las bestias, y muere entre los que dejaron la razón, que son los ladrones, porque nace para todos163. «Es luz que alumbra en las tinieblas.» Aquí en el pesebre el profeta dice que alumbró las bestias164: «Conoció el buey a su posesor, y el jumento el pesebre de su Señor.» Aquí la luz dio conocimiento a las bestias, y en la cruz al delincuente165: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.» Esta luz es real, que luce en las tinieblas, que a la noche añade lo que no tiene, que empieza por las bestias, que pasa por los reyes sin detenerse ni detenerlos, que no se agota en los poderosos, que llega a los ladrones, y los busca, no para servirse de ellos, sino para mudarlos de suerte que le puedan servir. Bien suena que al rey le pida el ladrón que se acuerde de él en su reino; mas triste del rey cuyo reino hubiere menester acordar que se olvide del ladrón. No envió los ángeles a que le dispusiesen mejor alojamiento: enviolos a los pastores antes que a los reyes, porque es Rey que ha de ser pastor; y con él más merece y primero el que vela, que el que sabe. Dice San Lucas: «Y había en aquella región pastores que velaban guardando las vigilias de la noche sobre su ganados.» A éstos envía (santísimo Padre nuestro) la primera nueva; a éstos envía ángeles, porque velan (¡oh causal! ¡En tus experiencias provechosas se libra la salud del pueblo!) y guardan las vigilias de la noche sobre su ganado. Prefiere   —184→   éstos a los reyes y a los sabios: a aquéllos despachó una seña de luz, a éstos muchos ángeles.

Y es de considerar que en naciendo enseñó cuatro cosas: qué oficio era el de rey, cuáles habían de ser los que escogiese, cómo habían de recibir sus favores y llamamientos, y qué traía a la tierra y al cielo. «Qué oficio era el de rey»: enviando ángeles a los pastores, dijo que era oficio de pastor, y que venía a velar sobre su ganado. «Cuáles habían de ser los que escogiese»: declaró que había de ser gente de vela, y atenta sobre lo que tiene a su cargo. «Cómo habían de recibir sus favores», lo dijo en aquellas palabras de San Lucas, capítulo 2: «Y veis el ángel del Señor estuvo cerca de ellos, y la claridad de Dios los rodeó, y temieron con temor grande.» Ha de ser gente que en las grandes mercedes y favores que el rey les hiciere, teman con un temor grande. No se han de hacer mercedes a los que con ellas se desvanecen y se confían. Ése de la luz hace rayo que le parte. Los que velan y guardan su ganado, y el ángel del Señor los halla despiertos sobre su obligación, temen con temor grande, mas provechoso, las mercedes muy preferidas. El que vela para adormecer al rey, el que vela no por guardar el ganado sino por guardar lo que gana, ése no teme, antes se hace temer y obliga a que la propia luz le tema. «Lo que trae al cielo y a la tierra», declaran las palabras del propio Evangelista: «grande alegría, que será a todo pueblo.» ¡Cómo lo desquita el gran rey Dios todo! A gran miedo gran alegría; no a un pueblo, sino a todos: «porque hoy ha nacido el Salvador.» Sea lícito a costa de los tiranos celebrar las maravillas de Dios. Sacrificio es, no murmuración, abominar a los que le contradicen la doctrina. Rey Salvador -alegría de todos los pueblos: rey condenador- llanto de todos los lugares. ¿Qué te callan tus ojos, si ven anegados en lágrimas los de tus vasallos? Rey de lamentos, rey de suspiros, ¿qué tienes que ver con rey? ¿Qué te falta para desolación?

¿Qué más trae? «Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.» Tú, que reinas, has de nacer primero para Dios, para gloria de su Iglesia, de su vicario, de sus obispos, de sus sacerdotes, de sus doctores, de sus santos, de sus religiones. Éstos son las alturas de Dios, no el cielo, no las estrellas; pues (como dice Crisóstomo) «no se hizo la Iglesia por el cielo, sino el cielo por la Iglesia». San Pablo, ad Galatas, 4166: «La Jerusalén de arriba libre es; y   —185→   es nuestra madre.» Y a Timoteo167: «La Iglesia de Dios vivo es columna y firmamento de la verdad.» De la altura dice que es esta Jerusalén columna de la verdad y firmamento: fuerza es que esté más arriba del cielo. Crisóstomo, elocuentísimo abogado, boca de oro, en la estimación de la de todos los padres griegos y latinos, en la homilía ad Neophitos, tratando de los doctores de la Iglesia en comparación de las estrellas y de los santos, dice: «Aquéllas con la venida del sol se escurecen; éstas, cuando el sol de justicia se llega más a ellas, tienen más luz. Aquéllas con la confusión de los tiempos se acaban; éstas con el fin del tiempo se muestran más claras. De aquéllas se dijo finalmente: Las estrellas del cielo caerán.» Y de esta mayor perfección de los santos de la Iglesia da la razón, diciendo: «Los ciudadanos de la Iglesia no sólo son libres, sino santos; no sólo santos, sino justos; no sólo justos, sino hijos; no sólo hijos, sino herederos; no sólo herederos, sino hermanos de Cristo; no sólo hermanos, sino coherederos de Cristo; no sólo coherederos, sino miembros; no sólo miembros, sino templo; no sólo templo, sino órganos del espíritu.» Así que las alturas de Dios para quien trae la gloria el Rey verdadero, es la Iglesia, los santos, los doctores, las religiones, los sacerdotes.

En la tierra trae paz: eso es traer a propósito (y muy del tiempo desear esta paz, cuando se arde toda la tierra en armas y sangre). La vida es guerra: Militia est vita hominis super terram. De lo que necesita es de esta paz; mas no la trae a todos, sino a los hombres de buena voluntad. El rey a todos la trae; mas los hombres de mala voluntad no la quieren, porque, como dice San Agustín168: «La mala voluntad es causa eficiente de la obra mala. Mas la voluntad mala no tiene causa eficiente, sino deficiente.» Y gente mala sin causa, no es capaz de paz. Sólo lo son los que tienen buena voluntad; porque, como dice el mismo santo (Lib. 7 de la Ciudad de Dios), «nadie, teniendo buena voluntad, puede ser malo.» Adviertan los príncipes sobre sí propios, Santísimo Padre, y miren si tienen buena voluntad; que si la tienen, a sí se traerán paz, y si no guerra sangrienta. Buena voluntad es con la que el príncipe quiere más el público provecho, que el propio; más el bien del reino, que el suyo; más el trabajo de su oficio, que el deleite de sus deseos. Mala voluntad es con la que quiere desordenadamente el ocio, y la venganza, y la prodigalidad.   —186→   Mala voluntad es la que resigna en otro hombre, con la que prefiere el interés de uno a la necesidad de muchos. Si él se halla a sí propio con esta voluntad, no es capaz de la paz: batalla es de sí propio; no reina como Cristo, ni en sí, ni en los demás.

Falta ver cómo reinó niño, cosa tan amenazada por el mismo Dios en la Sagrada Escritura169 «Desdichada la tierra donde reina rey niño.» Despachó, como he dicho, una lumbre del cielo, llamó y trajo a sí los sabios. Propio principio de Rey divino llamar los sabios y traerlos a sí. Eran sabios: así los llama la Escritura. Eran reyes: así los intitula la Iglesia. Aquí veremos cuáles son los reyes que obedecen señas de Dios. Vinieron de Oriente a adorarle, no a perderle, no a sonsacar su niñez, no a usurpar su trono. Llegaron a Herodes (aquí veremos cómo es el rey que persigue a Dios), y preguntáronle: «¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos? Vimos su estrella, y venimos a adorarle.» Estos reyes imitadores de Cristo y que le siguen, obedecen a la estrella, desprecian las dificultades de la peregrinación por adorar a Cristo. Quien con ese fin viene, halla la verdad del camino en la boca de la propia mentira. Oyolo Herodes, y turbose, y con él toda Jerusalén. El tirano se turba de oír nombrar a Dios, y con él todo su reino. Eso tiene más a cargo el mal príncipe: éstos temen a la verdad y a quien la busca; les es enojosa la pregunta. «Y haciendo una junta de los príncipes, de los sacerdotes y de los escribas del pueblo.» Maña es perniciosa del veneno de los tiranos hacer estas juntas de personas de autoridad para disimular su fiereza. Preguntó dónde había de nacer Cristo; dijéronselo: llamó a los magos en secreto, y preguntoles del tiempo en que habían visto la estrella, disfrazando con celo devoto la envidia rabiosa. Enviolos a Belén. ¡Qué bien los encamina el descaminado! Más certeza debieron del camino a Herodes, que a la estrella; pues los llevó con la mano de la profecía hasta el portal. Díjoles: «Preguntad con diligencia por el Niño; y en hallándole, venídmelo a decir, porque yo le adoré.» Muchos, Santísimo Padre, preguntan de Dios, y dicen que quieren ir a Dios, sólo para hacer instrumentos de su iniquidad a los varones de Dios, a quien lo preguntan. Queríale degollar Herodes, y encargábales a los santos Reyes le buscasen con diligencia y le advirtiesen de todo, porque le quería adorar.

«Entraron en la casa, y hallaron el Niño con su madre María; y arrojándose en el suelo, le adoraron; y   —187→   abiertos sus tesoros, le ofrecieron a él presentes: oro, incienso y mirra; y respondidos en sueños que no volviesen a Herodes, por otro camino volvieron a su región.» Estos reyes supieron serlo, y que Dios era sólo Rey, y cómo le han de adorar los reyes. «Arrojáronse.» No es humildad para Dios la que hace melindre de alguna bajeza, la que deja algo por hacer. «Abiertos las tesoros.» A Dios así se ha de llegar, sin prevención escasa, sin temor miserable. Los tesoros han de estar abiertos para Dios, y así los han de traer los reyes. ¿Qué serán los reyes que a Dios le quitan lo suyo? «Diéronle presentes: oro, incienso y mirra.» Cierto es que recibió Cristo estos presentes; mas no dice el Evangelista que los recibió. Justo decoro fue dar a entender el logro que se tiene en presentar a Jesucristo. Dios más da en lo que recibe, que en lo que da: él sólo da recibiendo; y así no dijo el Evangelista que lo recibió. ¡Oh buen Melchor! ¡Oh santísimo Gaspar y Baltasar, que vinisteis a adorar al Rey niño, y echados en el suelo le adorasteis; y abiertos los tesoros se los ofrecisteis; y porque vuestro Rey niño viviese, volvisteis por otro camino: vinisteis a adorar, no a divertir; trajisteis, y no llevasteis! Tú, que le adoras; tú que te derribas, tú que le sirves con tus dones, rey mago eres. Tú que presumes, tú que le derribas, tú que prefieres el dinero a la gracia del Espíritu Santo, Simón mago eres, no rey. ¡Oh sumo Rey! ¡Oh solo Rey, que siendo niño no te obligaste del presente, ni de las dádivas para entretener a tu lado, ni acariciar a estos tres santos y sabios reyes! Recibes la adoración, recibes el servicio y el tributo; no ocasionas el entretenimiento. Los sabios que llamó la estrella se vuelvan en adorando y en ofreciendo; que los que te han de asistir no han de ser los que te dan, sino los que te dejan lo que tienen; no reyes, sino pescadores. Con el Rey verdadero nadie confronta la estrella, nadie introduce la caricia, nadie acredita la dádiva: todo lo dispone la elección. Ha sido causa de tantas ruinas en reinos e imperios el tomar los príncipes por achaque la que llaman suma necesidad (en que se hallan más por sus culpas o descuido, que por la defensa común) para enviar ministros escogidos de la codicia a que busquen tesoros entre los vasallos y reinos, para que supla el robo público lo que la prodigalidad necia y el descuido mal atento dejó robar.

Es de tanta importancia este punto, que fue el primero de que Cristo quiso desengañar a los príncipes; pues ningún rey ni monarca del mundo se vio ni verá en necesidad tan grande, como su divina Majestad recién nacido en un pesebre, entre bestias y desnudo al frío. Veamos   —188→   pues qué ministro envió que le trajese tesoros del Oriente. Envió un ministro celestial de purísima luz, atento sólo a servirle con el decoro que debe una estrella al sol. No se fue a los pobres y desamparados que no sólo comen del sudor de sus manos, sino que beben el mismo sudor de sus venas; trajo reyes, y en ellos buscó los tesoros: no los trajo el ministro, que suelen adolecer de su compañía; adiestró a los mismos reyes que los trajesen; llegaron y ofreciéronselos a Cristo desnudo. Mas como Cristo sabe cuánto se debe estimar la pobreza por los reyes humanos que le sustituyen, y cuán saludables costumbres trae consigo la necesidad, no quiso que el oro enriqueciese a su pobreza, sino que la adorase. Por eso dice que se le dieron, y no se hace mención del uso de él, ni aun en la huida a Egipto, donde parece que era necesario. Vino el oro a llenar la profecía, no la codicia. Pudo Cristo quedar rico en cuanto hombre, y para ejemplo quiso quedar pobre.

Que haya hecho grandes a las repúblicas y a los reinos la pobreza, y que el día que se acabó y se volvió en abundancia perecieron, hasta las bocas profanas lo han dicho. Juvenal no llora por otra cosa la ruina de Roma con aquellas animosas palabras (Sat., 6): Nullum crimen abest, facinusque libidinis, ex quo Paupertas Romana perit.

Señor, este ejemplo de Cristo a los que le han tomado les ha sido gloria y remedio; a los que le han despreciado, enviando ministros por sus reinos, no a que saquen sino a que arranquen, no a que pidan sino a que tomen, premiando al que más sin piedad desuella los vasallos, ha sido ruina, y desolación, y levantamiento universal de las provincias y reinos.

Con buenas canas de antigüedad lo refiere Polibio170: «Porque en la guerra pasada, presumiendo tenían para ello justas causas, con mucha soberbia y avaricia habían gobernado los pueblos de África, tomándoles la mitad de todos sus frutos, y doblándoles los tributos, ningún delito habían querido perdonar aún a aquellos que con ignorancia   —189→   habían pecado. De los magistrados, a aquéllos solos habían premiado, no los que con benignidad y clemencia hubiesen administrado sus cargos, sino que hubiesen amontonado mucho dinero en el tesoro, por más injusticias y tiranías que hubiesen ejecutado contra el pueblo, cual fue este Anón de quien hicimos mención arriba. Con lo cual parecía que los pueblos de África podrían ser inducidos fácilmente a rebelión, no solamente con persuasión de muchos, más aun con un solo aviso. Pues las mujeres mismas que en el tiempo pasado habían visto llevar a sus maridos e hijos hechos esclavos por no haber pagado los tributos, se conjuraron en todas las ciudades, no sólo no ocultando algo de los bienes que les habían quedado, antes dando (lo que parece increíble) de su voluntad hasta sus mismas joyas para pagar los sueldos.»

Temeroso es este suceso; empero el grande Simaco, fulminando palabras en vez de pronunciarlas, no deja necesidad de otra voz ni de otra pluma. Óigalas vuestra majestad, y no permita que las olviden sus ministros171: «Destiérrense de la pureza de vuestro tesoro estos aprovechamientos atropellados. El fisco de los buenos príncipes no se aumente con daños de sacerdotes, sino con despojos de enemigos. De semejantes maldades han nacido todos los daños del romano linaje. Permaneció la entereza de este oficio, hasta que los monstruosos mohatreros convirtieron en premio de viles trajinadores los alimentos de la castidad sagrada. A esto se siguió pública hambre, y la mies enferma burló las esperanzas de todas las provincias. No son éstos vicios de las tierras; nada imputamos a los astros: ni a las mieses dañó la niebla, ni la avena ahogó los sembrados; con el sacrilegio se abrasó el año, porque es necesario que a todos falte lo que a las religiones se niega».

Señor, el ministro que fue a buscar vuestro socorro para defender vuestros reinos, y a fuerza de sangre de   —190→   vuestros vasallos os trae en la ruina de ellos y en su sangre chupada más manchas que tesoros, -ése no sólo no ha de medrar, antes el castigo público le ha de hacer ejemplo y escarmiento. El que os trae poco por dejaros mucho en vuestros pueblos y en vuestros vasallos, y llevó por contadores la piedad y la justicia, y trajo enjuto de lágrimas de los que le dieron lo poco que trajo, ése, Señor, medre y sea premiado: reconózcale vuestra majestad por buen discípulo de la estrella de Belén. Y cuando han sucedido semejantes robos y delitos en las repúblicas, y se les sigue la peste armada de muertes, y las enfermedades habitadas de venenos, y se ve que la naturaleza deja fallecer las plantas y morir de sed por falta de lluvias los sembrados, -grave delito es, Señor, acudir por las causas de estos azotes, los que los merecen de la mano de Dios, a la inocente astrología, y querer que sea causa de tanta ruina la malicia del cielo, cuando lo es la de la tierra. Esto, Señor, es huir del remedio, que es acudir a Dios con la enmienda y satisfacción, y pretender disculparse con malos aspectos y oposiciones de astros; por lo cual todo queda sin remedio, siendo la causa el sacrilegio, como Simaco dice.

Cristo en el pesebre queda adorado y reconocido de los reyes por sabio, por rey y Dios: los reyes van premiados con advertencia divina: Herodes, que preguntó de Dios para ofenderle, quedó burlado. De los reyes cuidó Cristo; de Cristo el Padre eterno, advirtiendo la huida a Egipto con un ángel a José. Herodes sólo quedó en manos de su pecado y de su rabia, y degolló los inocentes, y luego murió; que la vida de estos tiranos no pasa de los límites de su desorden. Rey que no nace para traer gloria a Dios en las alturas, alegría a todos los pueblos, paz a los hombres de buena voluntad en la tierra; el que no viene como los Reyes magos a adorar y a servir a Cristo con los tesoros abiertos, más le valiera no nacer ni venir, pues sólo, como Herodes, hace juntas para saber de Dios, y encarga a los sabios le sepan de él para perseguirle. No logra su malicia, y logra su ira; es cuchillo de los inocentes, y tal que el propio Dios manda que huyan de él, y él propio huye, como se vio, en Egipto.



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ArribaAbajoCapítulo XVII172

El verdadero Rey niño puede tener poca edad, no poca atención: ha de empezar por el templo, y atender al oficio, no a padre ni madre. (Luc., 2.)


Reversi sunt in Galilaeam in civitatem suam Nazareth. Puer autem crescebat, et confortabatur, plenus sapientia, et gratia Dei erat in illo. «Volvieron en Galilea a la ciudad suya de Nazareth. Y el Niño crecía, y se confortaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios era en él».

El rey niño, que crece y se conforta lleno de sabiduría, en quien está la gracia de Dios, excepción es de la sentencia temerosa de la Escritura Sagrada (traída en el capítulo antecedente próximo), en que con lamentación prevenida le declara por plaga de sus reinos. Ha de estar el rey lleno de sabiduría, porque la parte de su ánimo que de sabiduría estuviere desocupada, la tomarán de aposento o las insolencias o los insolentes. Ha de ser habitado el rey niño de la gracia de Dios. Tales y tan grandes preservativos ha menester la poca edad para reinar: oficio de gracia de Dios, no de hombres, que ha menester no sólo ser sabio sino lleno de sabiduría. ¿Cómo reinará quien no tiene años ni sabiduría, que no sólo no esté lleno de ella, sino yermo? ¿Cómo reinará quien no sólo no tiene gracia de Dios, antes tiene por gracia no tenerla? ¿Cómo reinará sin desgracia una hora quien sólo tiene en su gracia su divertimiento, su vicio y su ceguedad? Y el que tuviere con título de bienaventurado la gracia de este rey que no tiene la de Dios, ¿qué otra cosa tiene en la niñez de un príncipe, que un peligro forzoso, crecido de la licencia y asegurado en su rendimiento? No desmienten las historias estas palabras mías: rubricados tienen con su sangre estos malos sucesos aquellos criados que en las niñeces de los monarcas solicitaron por los doseles los cadalsos, y por la adoración los cuchillos.

No sin especial asistencia y providencia del cielo, Santísimo Padre Urbano, tomaste este nombre grande (correspondiente bien a la doctrina, al celo y a la virtud heroica que anima generosamente ese espíritu, con cuyo   —192→   aliento vive el católico nuestro) manifestándolo en solicitar la unión de los hijos grandes de la Iglesia, domando la dura cerviz de la discordia con las armas espirituales y tesoros del Jubileo grande que habéis franqueado a los fieles173. Porque de vuestra santidad se diga lo que de la eficacia viva de otro antecesor insigne vuestro dijo Roberto Mónaco174: «El papa Urbano (segundo de este nombre) tan urbanamente oró, que conciliando en uno los afectos de todos los que le oían, aclamaron todos: Dios quiere, Dios quiere». Vuestra beatitud tiene prenda segura de la virtud de esta unión, para lograrla en imitar aquella eficacia con la de la oración. Hable vuestra santidad: concilie los afectos de todos, que hoy están en batalla y en disensión. Pues Dios quiso con este nombre, con esta doctrina, poner a vuestra beatitud en la silla de San Pedro, oiga la propia aclamación de los que no padecen ni temen menos que aquellas gentes. «Dios quiere, Dios quiere», decimos todos. Ésta ha de ser con vuestra beatitud para lo espiritual nuestra aclamación. Dios quiere que vuestra beatitud hable, cuando se hace y se ejecuta lo que él no quiere. Santísimo Padre, conducid a vuestra nave los que fuera de ella osan navegar. Desagraviemos todos los que somos pueblo verdadero del verdadero Dios esas llaves, que por no usar de ellas el rey de Inglaterra descerrajó su iglesia, los herejes las adulteran con ganzúas, y los malos hijos por no pedirlas se quedan fuera. Oídnos; que quiere Dios: hablad, y juntad en uno la enemistad de nuestros afectos; que Dios quiere.

Séanos ejemplo de toda justicia (en el imperio y en el pontificado) Cristo Jesús, hijo de María, rey en doce años, lleno de ciencia y de gracia de Dios. «Y como fuese de doce años, subiendo sus padres a Jerusalén, según la costumbre del día de fiesta, acabados los días, como volviesen quedó el niño Jesús en Jerusalén, y no echaron de ver sus padres; y entendiendo venía en su compañía anduvieron el camino de un día». Este pedazo de la historia de Jesucristo tengo por el que está retirado en más dificultosos misterios. Así lo confiesa la Virgen María: así lo dicen las palabras de Cristo. Mal puede arribar el entendimiento a convenirse con descuido en el amor de María y José con su Hijo, menos con despego tan olvidado, que viniendo sin él no le echasen menos. Pues entender que en aquellas palabras de Cristo   —193→   a su Madre le hubo, será sentir con Calvino. ¡Oh gran saber de Dios! ¡Oh altura de los tesoros de su ciencia, que así mortifica la presunción del juicio humano, porque se persuada que sin Dios no se aprende, ni se sabe sin Dios! Mucho refiere Maldonado de los padres griegos y latinos, todo digno de gran reverencia; mas a mi ver siempre queda inaccesible la dificultad, y retirado el misterio. Yo (como el camino que sigo es nuevo) no puedo valerme de otro intérprete que de la consideración de la vida de Cristo. Y si no me declarare al juicio de todos, séame disculpa que, en lugar y de palabras, el Evangelista afirma que la Madre de Dios y José no entendieron lo que les dijo: Et ipsi non intellexerunt verbum. Forzosa me parece a mí la ignorancia, y en ella estaré sin otra culpa que la de haber osado acometer lugar tan escondido.

Santísimo Padre, quien hace su oficio, y atiende a lo que le envían, y acude a Dios, y asiste al templo, y se da a la Iglesia, y oye los doctores, y los pregunta, y los responde, acudiendo a lo que es de su cargo, aun donde no está no le echan menos; y no puede faltar de ninguna parte quien atiende a lo que manda Dios. Y por el contrario, quien huye de la Iglesia, quien se aparta del templo, quien se esquiva de su oficio, quien deja su obligación, -donde está le buscan, los que le tratan le echan menos, donde asiste no le ven, en todas partes falta, en ninguna parte está: fuera de su obligación, está fuera de sí. Éste fue uno de los mayores misterios de este soberano rey, y de los más dignos de su monarquía y providencia. Grande es el aparato que en este capítulo cierra el Espíritu Santo. Los padres iban al templo por la costumbre (así lo dice el texto), y así se vuelven. El Hijo fue al templo por la costumbre, y se quedó por su oficio, y por hacer lo que le mandó su Padre: por eso no vuelve. Vulgarmente llaman esta fiesta del Niño perdido, sin algún fundamento: ni sus padres le perdieron, ni él se perdió. Los padres dice el texto que vinieron sin él y que «no conocieron»: así dice la palabra en todos los textos. Quiere decir, que no echaron de ver que faltaba. Y es cierto; que sus padres que no sólo le amaban mucho, sino que no amaban otra cosa ni en otra tenían los ojos y el corazón, no se descuidaron ni divirtieron. Antes este sumo amor, con la contemplación y el gozo de verle crecer lleno de sabiduría y gracia, los llevó en éxtasis, no sólo con él, mas también en el niño; que ni de los ojos faltó lo que no veían, ni de su compañía lo que no llevaban, porque iban tan arrobados en el Hijo, que quedándose él en Jerusalén, no iban sin él por el camino. Y esto dice el texto con decir «no   —194→   conocieron», debiendo decir «echáronle menos», o «vieron que faltaba». Porque no conocer, disculpa con gran prerrogativa el elevamiento misterioso y el amor, y esas otras palabras en el son tienen resabios de descuido. Permisión llena de doctrina de Dios. En tanto que el rey niño asiste a su oficio, no haga falta a nadie, pues hace bien a todos. Sirviose Cristo del sumo amor que le tenían sus padres como de nube tan noble que le ocultaba a los sentidos, no a las potencias. Entretúvolos consigo para no ir con ellos: él se quedó para irse, ensayándolos en estas maravillas para la postrera del Sacramento del Altar, donde para la Iglesia se fue para quedarse, como aquí se quedó para irse. Y como fue conveniente esta suspensión tan amartelada para lo que hemos dicho, lo fue que no durase, ni pasase de los tres días, en ir y venir, no conocer si faltaba, y hallarle.

Grandes misterios aguardaban años había este suceso, desempeño de muchas profecías y muchos profetas; y en la primer obra nos acuerda de su resurrección. «Entendiendo iba en la compañía, caminaron un día, y buscábanle entre los parientes y conocidos; y no hallándole, volvieron a Jerusalén en su busca». Entendieron como tales padres, y padres de tal Hijo, entendieron que iba en la compañía; y era así, porque Cristo Jesús nunca dejó a sus padres; y eso fue el decir «no conocieron». Iba con ellos y con la compañía de su Madre, como Dios que los asistía siempre y en todo lugar; y como hombre se había quedado, para que oyesen de su boca los doctores el misterio de la Santísima Trinidad, y ante los doctores dijesen lo que sabían sus padres, y oyesen de ellos el misterio del Verbo divino y de su encarnación. Que todo se declaró cuando hallándole en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándolos, se admiraban todos los que le oían de su prudencia y de sus respuestas: «Y viéndole, se admiraron». Éste sí fue rey de reyes, rey verdadero, rey de gloria. Primero oye, luego pregunta, y luego responde. Ésta, Santísimo Padre, fue la prudencia que admiraban en un niño rey de doce años; que oía primero, y luego preguntaba para responder, y esto siendo suma sabiduría. ¿Cómo, pues, acertarán los reyes que, no lo siendo, ni oyen, ni quieren oír, ni preguntan, y empiezan su audiencia y sus decretos por las respuestas? Esto, Santísimo Padre, fue enseñar a los doctores, oírlos y preguntarlos; y esto no quisieron ellos aprender, pues nunca le quisieron oír.

Dijo su Madre: «¿Hijo, por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos con dolor». No dijo: «por qué nos dejaste»; que bien sabía que en su corazón había asistido siempre. Sólo dice: «¿Por qué   —195→   has hecho esto con nosotros?», que es lo que llamó el Evangelista: «No conocieron» que embebecer nuestros ojos en nuestra contemplación. Por este rato que no te hemos visto, «tu padre y yo te buscábamos con dolor175». Aquí dicen que es hombre verdadero, y que son sus padres: cosa que importó tanto que la oyese de ellos mismos con afecto tan casual y penoso. Él respondió: «¿Qué es la cosa por qué me buscabais?». Eso fue decir: Acudir yo al templo, que es a lo que vine, y a enseñar, a oír, y a preguntar, a responder, a hacer lo que mi Padre me ordena, no es faltar de vuestro lado, no es dejaros. No los responde, sino los satisface con pregunta llena de favores. ¿Por qué me buscáis, si no me he perdido? Soy templo, y estoy en el templo; soy Rey, y oigo, y pregunto, y respondo; soy Hijo, y hago la voluntad de mi Padre. ¿Por qué me buscáis con dolor? ¿No sabíades que conviene que yo esté en las cosas que son de mi Padre? A su Padre le dice que está en cosas de su Padre. De manera que le busca el Padre cuando está en las cosas del Padre. ¡Gran llamarada del misterio de la Trinidad! Este modo de decir es así común a todos los idiomas: «¿No sabéis que he de estar en las cosas que son de mi Padre?». Que fue decir: ¿Para qué me buscáis, si no me he apartado de vosotros? Yo estoy en las cosas de mi Padre; y supuesto que nadie es más propiamente de mi Padre que vosotros, en vosotros estoy. San José ya se ve si es cosa de su Padre, pues le escogió para lugarteniente suyo en la tierra, para Padre de su Hijo en la manera que lo fue. ¿Pues la Virgen María? Ab initio, et ante saecula la escogió para su esposa. De suerte que con los propios misterios y sacramentos que se quedó, y no los dejó; que iban sin él, y tan en él que no lo entendieron, los responde cosas tales, que dice el Evangelista: «Y ellos no entendieron la palabra que les dijo a ellos». No pudieron ignorar que era Hijo de Dios. Ya la Virgen había oído: Spiritus Sanctus superveniet in te; et virtus Altissimi obumbrabit tibi. Pues José ya había oído, quando nolebat eam traducere: Quod enim in ea natum est, de Spiritu Sancto est. Luego esto no era lo que no entendieron; y es cierto que no entendieron una palabra, que así lo dice el texto, y ésta fue: Quid est quod me quaerebatis? «¿Qué es por lo que me buscábades?». Que fue decirles que no sabían que había ordenado y permitido que no le echasen menos; para que se revelasen tantos misterios, y fuesen testigos de su divinidad y humanidad, que por entonces no convenía declararlo. Y así permitió que ignorasen esta   —196→   palabra, como que no sintiesen que se había quedado en Jerusalén.

«Y bajó con ellos, y vino a Nazareth; y estábales sujeto». Sabe ser rey: deja por Dios y por el templo los padres. Sabe ser rey: oye, y pregunta, y después responde. Sabe ser rey: asiste y está donde le toca por oficio y obediencia. Sabe ser hijo de dos padres: obedece al del cielo, y acompaña al de la tierra. Bajó con él, y estábale sujeto. Considere vuestra beatitud un Rey Niño de doce años que es Rey de todos y Rey de reyes, Rey eterno, y dador de las monarquías, cuánto nos enseñó aquí, cuánto ejemplo dejó a los reyes. Por el templo, por las cosas de la Iglesia deja a su Padre y a su Madre. Por enseñar deja las caricias, y ocasiona el dolor a los que más quiere, y no por eso deja de estar sujeto; pero es al que le busca con dolor, a su Padre, al que Dios escogió por sustituto suyo. A éste solo se ha de sujetar un rey: mas de tal manera que sepa que Dios es lo primero, y la iglesia y el templo. «Y su Madre conservaba todas estas palabras en su corazón». ¿Quién nos podía declarar lo inexplicable, sino la que fue toda llena de gracia? Cierto es que pues guardaba todas estas palabras en su corazón, que las entendía y sabía el peso de ellas, pues las depositaba en tan grande parte. La Virgen lo declara: todo se entiende, y se concilia. No lo entendieron cuando lo dijo; luego que se vino con ellos, lo entendieron, y a su propia luz lo descifraron. Conocieron que sin faltar a nada, cumplía con los dos padres, con Dios y con los hombres; que sabía sujetar y estar sujeto. Y para evidente declaración, añade el Evangelista: «Jesús crecía en sabiduría, y edad, y gracia con Dios y con los hombres». Buenos autores tengo de mi declaración: la Virgen María, Cristo y el Evangelista que lo refiere. No han de crecer los reyes en sabiduría, gracia y edad sólo para Dios, sino para los hombres también; porque su oficio es regir, no orar: no porque esto no les convenga, sino que por esto no han de dejar aquello que Dios les encomendó. Juntas han de estar estas cosas: Dios primero; y con él y por él y para él el cuidado de los hombres. Que Cristo Jesús era niño y rey, y crecía en gracia y sabiduría, y en edad para Dios, y para los hombres; porque a Dios con estas cosas se le da lo que se le debe, y a los hombres lo que han menester.



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ArribaAbajoCapítulo XVIII

A quién han de acudir las gentes. De quién ha de recibirse. El crecer y el disminuir, cómo se entiende entre el criado y el señor. (Joann., 3.)


«Maestro, el que estaba contigo de esotra parte del Jordán, de quien tú testificaste, ves aquí que bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan, y dijo: No puede el hombre recibir alguna cosa, si no le fuere dada del cielo». Y más abajo dice San Juan, de San Juan Bautista: «Conviene que él crezca, y que yo me disminuya».

Cuando yo no supiera el oficio de San Juan Bautista, por las señas dijera que había sido valido de Dios hombre. ¡Cosa admirable, que en toda su vida no hubo otra cosa sino peligros, tentaciones, cárcel y muerte! Unos le ofrecen el Mesiazgo, que era el reino; otros le preguntan si es él, y lo dejan en su voluntad. El capítulo pasado todo fue peligros; que los favores y mercedes preferidas, para la verdad no son otra cosa. Aquí, santísimo Padre, hizo el séquito del privado el postrer esfuerzo, y con ser San Juan hombre enviado de Dios, porque era privado se le atrevió el chisme. Es la parlería de los caseros muerte doméstica del privado, enfermedad asalariada de la buena dicha. Vinieron sus discípulos a Juan, y dijéronle: «Maestro, el que estaba contigo de esa otra parte del Jordán, de quien tú testificaste, ves aquí que bautiza, y todos vienen a él». A otro ministro que a San Juan, puesto en privanza, estas palabras le llevaban al alma por los oídos todo el veneno del mundo, todos los tósigos que sabe mezclar la ambición. «Todos acuden al rey». Nueva de muerte para la envidia de un valido que tiene puesta la estimación en la soledad y desprecio de su príncipe. La lisonja mañosa gana albricias con los poderosos cuando les dice: Yermo está el rey, desierta la majestad, todos acuden a ti. Y si bien entienden éstos que valen la palabra «todos acuden a ti», cabeza es de proceso: el que se lo dice, más le acusa que le aplaude; los que acuden a él, menos le acompañan que le condenan. Tarde conocerá la mengua de su seso; que los que hizo pretendientes suyos la que llamó buena dicha, se los volverá fiscales la adversidad, poderosa para hacer estas transformaciones.

Llegan a San Juan sus discípulos con esta nueva (llamémosla así); y él, en vez de entristecerse por ver enflaquecer su séquito, responde: «No puede el hombre recibir alguna cosa, si no le fuere dada del cielo». Aforismo   —198→   sacrosanto de lo que han de recibir los privados, y de quién. Privado habrá que sus manos las tenga religiosas para el poco dinero, y distraídas para la cantidad: éste no es limpio, sino astuto; éste más peca en lo que deja de tomar, que en lo que toma. Privado habrá que ni poco ni mucho reciba de los vasallos; y que del rey reciba tanto, que ni le deje mucho ni poco. Éste tiene por cosa baja el tomar por menudencia, y llega a merecer nombre de universal heredero de su rey en su vida. Esto es no tomar de puerta en puerta, sino todo el manantial. ¡Oh qué discreta maldad! ¡Qué docta bellaquería! El mayor ingenio suele ser éste.

Santísimo Padre, oídme atento: bien merecen mis voces tan grande atención. A vuestro cargo están los reyes de la tierra, y sobre sus coronas están vuestras llaves: oíd la habilidad de los traidores. Vieron que el levantarse con los reinos, o intentarlo, o pensar en ello era delito digno de muerte y que se llamaba traición, y acogiéronse por temor de los castigos a levantarse con los reyes: cosa que, siendo más sacrílega, es tenida por dicha, y el que lo hace, por ministro, no por aleve: lo uno castigan los reyes, lo otro premian. ¡Oh gran tiniebla del seso humano! ¡Qué haya príncipe que acaricie al que se levanta con él, y que castigue al que se levanta con el reino, siendo aquel peor y más osado! Porque el uno usurpa a Dios su teniente, depone a Dios su elección, y el otro emprende los pueblos encomendados, que aquél arrebata más seguro y más dueño. Y hales caído eso tan en gracia a los desvanecidos, que desde que los reyes consienten privanzas, desechan las conjuraciones y levantamientos por necios y arriesgados. A César, y a Tiberio, y a Claudio, los motines y levantamientos les fueron ocasión de gloria y de esfuerzo, mas los privados de ruina y afrenta. Más le costó a Tiberio, Seyano, que todas sus maldades y todos sus enemigos. Hagan los príncipes la cuenta con las historias en todos los reinos, en todas las edades, y verán cuánta mayor maldad es levantarse con ellos que con sus reinos. Allí verán que a los que la traición quitó los estados, llaman hombres sin dicha los cronistas y historiadores; y a aquéllos a quien les quitó el ser reyes el valimiento, los llaman hombres sin entendimiento y sin valor. Los que padecen esta nota en la memoria de los hombres, después de su muerte, aunque les permitieran el volver a nacer, lo rehusaran por no verse tales como fueron. ¡Qué universalmente descartó esto San Juan, cuando dijo: «Que no ha de recibirse nada, sino lo que fuere dado del cielo!». El reino diole Dios al rey (excluido está de recibirle el privado), la majestad y el poder. Y si ha de recibir, sólo   —199→   lo que le fuere dado del cielo, excluido está el cohecho, y la negociación, y el presente, y la niñería, que arreboza con esta humildad los tesoros.

«Vosotros me sois testigos (dice San Juan) que dije: No soy Cristo». ¡Qué plenaria información! ¡Qué bien acordada defensa! ¡Qué prevención de privado escogido de Cristo para sí! Venisme a decir que al rey acuden todos. Ya os digo que así ha de ser; que a mí no ha de acudir nadie, porque no soy nada en su comparación: no soy profeta; soy voz que clama en el desierto. A mí no se me dio del cielo que me siguiesen: a él sí, que es el Señor y el Rey. Y porque ve la apretura de la plática, dice: «Vosotros sois testigos que yo he dicho: No soy Cristo; no soy el Rey». Eso sí, Juan: haced testigos a los que os asisten, de que no habéis pensado levantaros con el rey en aceptar el Mesiazgo: sean testigos, no de sólo eso, sino de confesión expresa: «Yo no soy Cristo». No se ha de hablar en esto por señas equívocas; hase de hablar claro; y a quien se ha de desengañar es a la familia del poderoso; porque allí asiste asalariado su peligro, y allí ha de asegurar su descargo, si se sabe, o si puede.

Bien pasará sin detenerme, por las palabras que otro alguno no ha advertido; mas como hablando de un privado Juan, las dice otro Juan privado, no excusa advertir a los príncipes y a los poderosos en ellas. «Y venían y se bautizaban. Aun no habían preso a Juan, y hubo cuestión entre los discípulos de Juan con los judíos». ¡Extraña cosa decir que aun no estaba preso, cosa que constaba de la historia! No es pluma la de San Juan, que escribe rasgo sin misterio. Advertid los que priváis, que aun no estaba preso el privado; aun no estaba en la cárcel, y ya los suyos levantaban canteras y marañaban cuestiones. Preso un poderoso, cierto es que todos hablan de él y contra él; mas antes de caer, antes de la adversidad, los más propios, los más de casa arman cuestiones y voces, y le desasosiegan la buena ventura. No es el peligro estar en la cárcel, sino en la privanza. «Este gozo se me cumplió: él importa que crezca y que yo me disminuya». ¡Qué bien lo dijo el más que profeta! Aquí deslindó toda la materia de estado divina y humana. No les queda licencia a los confesores ni a los teólogos para absolver los unos y interpretar los otros lo que contra estas palabras se cometiere. Privados, si oís otra cosa que lisonjas, oíd el gozo que dice San Juan, que es que crezca su rey, y que él se disminuya. ¡Oh reyes, luego importa que el criado se disminuya y que el rey se aumente. En este solo aforismo está la medicina de todos los gobiernos. No aprovecha que el rey crezca   —200→   y el criado también; porque el criado no puede crecer sin la diminución del rey, de lo que le quita en la riqueza, de lo que le usurpa en el poder, de lo que le estraga en la justicia, de lo que le desacredita en la verdad, de lo que le descuida en su obligación. Y esto no es crecer entre ambos; es disminuirse el rey porque crezca el vasallo, y ha de ser al revés; y dice San Juan Bautista que conviene. Y esto, ¡oh miserables favorecidos de los príncipes, los que no lo entendéis así!, a vosotros os conviene, porque en disminuir está vuestra triaca contra la envidia; y sólo os es de salud un modo de crecer, que es crecer por la diminución.

¿Queréis ver, ¡oh monarcas!, (con todos hablo), qué delito es crecer el criado y disminuirse el señor, y cuán gran delito es y qué pena merece? Aprendedlo de los propios criados: oídlos a ellos. Decidme, príncipes: los castigos tan ciertos y tan frecuentes y tan grandes de todos los privados, que se han hecho; los que visteis hacer a vuestros padres; que vosotros hicisteis, ¿quién os los aconsejó? ¿Quién os los dispuso? ¿Quién los acriminó? Todos me responderéis, concordando con las historias, que otros ambiciosos que quisieron para sí, con nombres de servicios, lo que condenan en los otros por traición y por robo. Bien mereció castigo el que privó disminuyendo al rey y creciendo él: su patrimonio es la horca; soga y cuchillo son el estipendio de su desvergüenza. Mas no merece menos la prisión y la muerte el que acusa a aquél por codiciar para sí sus delitos, no para el rey la libertad. Pues ¿cómo, monarcas, lo que, el que quiere ser privado, justifica para la medra de su envidia, admitís por lícito y provechoso? Y los propios privados os harán creer que a vosotros os es indecente no consentir por malos y detestables los que ellos propios acusan y degüellan porque lo son, para serlo ellos. Esta sola justicia he conocido y leído siempre en los que mal han privado, sin excepción; que unos han sido castigo de otros, y los más afrenta de sus señores y ruina de sus reinos. ¿Queréis ver, príncipes, cuál engaño padece, no vuestra vida, que ése era corto; no vuestra hacienda, que ése era civil; no vuestra comodidad, que ése era delgado; -vuestra honra, que es mucho; vuestra salvación, que es todo? Decidme, ¿cuál acusación habéis admitido contra algún favorecido vuestro, en que no os prometan grande restitución al patrimonio, gran satisfacción a las partes? Y si hacéis la cuenta, hallaréis que os cuesta cien veces más a vosotros y a vuestro reino el satisfacer la hipocresía de los acusadores, que se os aumenta de la perdición del caído. Éste es el engaño que os atraviesa las almas. Quien   —201→   acusa al que tiene y al que puede, para poder él y tener ése al criado acusa la dicha y al señor el talento; y el castigo es igual en el criado y en el príncipe. Siempre he visto, y siempre lo veréis, que de estas persecuciones y visitas hechas por desembarazar para sí el que acusa los delitos que acusa, se sigue que vosotros quedáis por este engaño depuestos de la dignidad, como el ministro del oficio, y más condenados que el preso y depuesto; porque quedáis condenados a otros peores que aquél, y a padecer muchos ímpetus de codicia recién nacida.

Santísimo Padre, puerta es de vuestras llaves la de la salud de los pueblos, la de la salvación de las gentes; por aquí tiene paso al cielo, que vos abrís y cerráis, las almas de los potentados del mundo; enseñadles con el ejemplo de San Juan esta verdad; que importa que ellos crezcan y los criados se disminuyan (lo que él cumplió tan presto, perdiendo la cabeza). Lo propio, Santísimo Padre, que ha de ser entre los criados y los reyes, ha de ser entre los reyes y la Iglesia: ella conviene que crezca, y los reyes se disminuyan, no en el poder ni en la majestad, en la obediencia y respeto rendido al vicario de Cristo, a esa Santa Sede.

Dos criados tuvo Cristo: uno, que fue Juan, se disminuyó para que creciese el rey; y éste fue hombre enviado de Dios, y entre los nacidos ninguno mayor que él. ¡Gran cosa! ¡Nadie mayor que él disminuido! Otro quiso crecer él y que no creciese el Señor; y éste fue Judas, hijo de perdición, y que le valiera más no haber nacido. De aquél primero pocos imitadores se leen y se ven; de éste, su fin, sus cordeles, su horca, su bolsa, su venta, su beso se precia de gran séquito y de larga imitación; y toda su vida presume de señas de muchos, y de original de muchas copias, por lo propio justiciadas.