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El viaje tuvo lugar en 1954. Véase Cesare Zavattini, Luis García Berlanga y Ricardo Muñoz Suay, Cinco historias de España y festival de cine, Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1991.

 

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El proceso seguido por el guión es tan confuso como en otros casos de la filmografía de Luis García Berlanga. El director nunca ha resultado clarificador cuando se le ha preguntado al respecto. No obstante, puede hablarse de una idea original de Leonardo Martín, que colaboró con Florentino Soria en la elaboración de un guión en cuya redacción también intervino Ennio Flaianno. Lo único evidente, y recalcado por el director, es que la película no partió de una idea suya. Esta circunstancia se traduce en una desafección a la hora de evocarla en las entrevistas que ha concedido. Según Antonio Gómez Rufo, se trata de «un guión original de Leonardo Martín y Florentino Soria que, a fuerza de no gustarle a Berlanga por sentimentaloide y ternurista, pasó por distintas manos hasta llegar a ser lo que fue, aunque no pudo librarse de su exceso de carga emotiva. Trabajó en endurecerlo Ennio Flaianno, pero aún lo dejó más lírico. Finalmente, el propio Berlanga lo dejó más pesimista y barroco, para poder llegar al rodaje con un mínimo de garantías» (Berlanga contra el poder y la gloria, Madrid, Temas de Hoy, 1990, p. 258). Se me escapa la justificación del término «barroco» para caracterizar la intervención del director en tan manoseado guión.

 

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«El film del agnóstico Luis García Berlanga muestra las evangélicas ventajas de ser pobres y subdesarrollados, autárquicos como un país cuyas autoridades mantenían que España era envidiada por los extranjeros. Y los españoles, qué remedio, lo creían satisfechos cuando hablaban del sol, la siesta, el vino, la tranquilidad... y las sonrisas de una ociosidad que nunca resultaba mal vista. Quedaba asociada a una humildad bien diferenciada de la miseria. Parecía, además, simpática y cercana por su recreación de un tópico fácil de identificar por parte del espectador. En el peor de los casos, la ociosidad suponía un pecado venial cuyas ejemplificaciones cinematográficas se contraponían a la realidad de un país al borde de la quiebra y obligado a emprender una masiva emigración» (La sonrisa del inútil, p. 34).

 

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El ensayo sirve como aplicación práctica o consecuencia creativa de lo explicado en otro anterior: La memoria del humor (Alicante, Universidad de Alicante, 2005), donde también son numerosas las referencias a las películas de Luis García Berlanga.

 

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La presencia del actor italiano fue una imposición de la coproducción hispano-italiana. Luis García Berlanga nunca apreció su trabajo y mantuvo una tensa relación con él. Tampoco Valentina Cortese (la maestra) encaja con acierto en Calabuch. A veces es demasiado hermosa y en otras ocasiones, como en los diálogos con Jorge, cae en un exceso de ternura por culpa también del guión.

 

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«La imagen de aquel humilde pueblo conmueve como la de un equilibrio perdido, sobre todo al ser comparada con la realidad de otras localidades costeras ya presente en películas de Luis García Berlanga como ¡Vivan los novios! (1969). Ha pasado poco más de una década, pero nada ha quedado igual donde los marineros se convirtieron en camareros o albañiles, las barcas dejaron de salir a faenar salvo que lo demandaran los turistas y la especulación inmobiliaria pronto fue más productiva que el contrabando. Y, además, sin problemas con la Guardia Civil o los carabineros, que abandonaron sus cuartelillos en la costa para facilitar un espacio privilegiado a hoteles y apartamentos» (La sonrisa del inútil, p. 28).

 

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En Carlos Cañeque y Maite Grau, ¡Bienvenido, Mr. Berlanga!, Barcelona, Destino, 1993, p. 20. La afirmación no es cierta, puesto que Novio a la vista (1953) también partió de una idea ajena, en concreto de su amigo Edgar Neville.

 

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Pp. 19-62. También hay referencias a Calabuch en «Sabios y maestras», pp. 89-116.

 

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Luis García Berlanga ha calificado su cine como pesimista, basándose en su propia actitud vital y en que sus protagonistas nunca alcanzan el objetivo propuesto. Sin embargo, en Calabuch el pesimismo de contemplar a Jorge de vuelta a Estados Unidos queda relegado por la melancolía del espectador ante el inevitable desenlace: el final de un tiempo de ficción y la consiguiente pérdida de la oportunidad de seguir disfrutando con tan idílico pueblo.

 

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Luis García Berlanga declaró, en 1958, que «el pintor de Calabuch, quizás responda a como yo quisiera vivir y trabajar. Haciendo mis 'eses' -películas, por ejemplo-, lentamente y a gusto, con tiempo para pararme y meditar, o para no hacer nada, que es también un modo de autocriticarse; perezoso, lento, mediterráneo, pero enamorado de mi profesión y de todo aquel paisaje que justifique el esfuerzo hecho para mirarlo» (J. M. Pérez Lozano, Berlanga, Madrid, Visor, 1958, p. 26).