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Refugachos: escenas del exilio español en México

Guillermo Sheridan



Para James, Paco y Nigel





Como ha señalado José Antonio Matesanz de manera sumaria en un esclarecedor ensayo1, «es un mito que los refugiados españoles hayan sido bien recibidos en México» después de la derrota de la república en la guerra civil. Los «hermanos exiliados» del discurso oficial fueron llamados por muchos y diferentes grupos (españoles «viejos», derechistas de toda laya, la prensa adversa al presidente Cárdenas) «refugachos» o «refifigiados»2, y no fue infrecuente que se les viera y denunciara como agitadores, embaucadores y/o embajadores de una querella política que amenazaba con reiniciarse entre equivalentes facciones ideológicas en tierra mexicana.

Entre intelectuales no sólo hubo versiones de esa querella, quizás haya sido en su ámbito donde se fijó el paradigma del desencuentro. Relato en este trabajo algunas escenas alusivas y las documento: una disputa entre José Bergamín y Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Rodolfo Usigli; otra entre el poeta Pedro Salinas y el editor fascista Jesús Guiza y Acevedo y unas observaciones íntimas de Alfonso Reyes. Cada una de las tres escenas supone documentos inéditos u olvidados en viejas revistas que colaboran a apreciar la naturaleza y hondura del conflicto.


ArribaAbajo¡Ahí vienen los rojos!

«El anuncio de que vendrían los colorados españoles puso a los mexicanos a tronarse los dedos», escribió Salvador Novo en enero de 19393. Esto obedecía a varias razones: además de la hispanofobia crónica (que, dice Novo, «es un complejo que germinó en los libros de texto del XIX para llevar al corazón de los niños el odio a los gachupines»4), el presidente Cárdenas y la República Española se identificaban con el comunismo al que el Papa Pío XI denostaba en sonoras encíclicas: Rusia y México, según la opinión del prelado, eran países «donde el comunismo ha conseguido afirmarse y dominar»5.

Esta actitud dio pie a toda una campaña de prensa y propaganda a la que se agregaban el oportunismo de la colonia española de filiación falangista, los norteamericanos recién heridos por la expropiación petrolera y varias sociedades mercantiles de capital alemán, hartas de lidiar con la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y con su líder, el «rojo» Vicente Lombardo Toledado6.

La campaña prendió como yesca entre la clase media católica, en general adversa al «bolcheviki» Cárdenas. Era una incomodidad que había crecido desde que la «educación socialista» consideró al Estado como la única instancia educativa legítima, lo que había fortalecido a las organizaciones militantes de derechas, como la Acción Católica o la Unión Nacional Sinarquista -previas a la fundación del conservador Partido Acción Nacional en septiembre de 1939- para quienes el derecho de educar a sus hijos en el respeto a sus convicciones religiosas en escuelas confesionales resultaba innegociable.

Los exiliados representaban en este contexto, señala Matesanz, «dos de las imágenes más explosivas para México: la del rojo y la del gachupín7», lo que condujo a que «la llegada de los republicanos españoles a México se viera como una invasión de gachupines rojos, lo que era el colmo»8. Pero si ser gachupín era malo, y si ser «rojo» era peor, y gachupín rojo el colmo, un intelectual gachupín rojo ya rebasaba toda la taxonomía del prejuicio, pues a los intelectuales (comenzando por los mexicanos) se les agregaba el cúmulo de previsibles, denigrantes etiquetas: un desprecio a la inteligencia a la que la Revolución no había sido ajena. De este modo, el intelectual gachupín rojo fue un blanco fácil. Las razones políticas, filantrópicas y demográficas del gobierno de Cárdenas no lograron abatir la abrumadora suma de estos agravantes.

El caso de los intelectuales exiliados atizó la repulsa de las derechas con mucho más vigor que los otros exilios, el campesino o el técnico, que en la imaginación popular podían -una vez superada la xenofobia- calificar como personas capaces de valerse por sí mismas. A ellos no era necesario inscribirlos en las nóminas del Estado y, mucho menos, construirles una casa.




ArribaAbajoLa Casa de España

Dentro del plan de Cárdenas y sus asesores Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes y Narciso Bassols para abrir las puertas de México al exilio intelectual, se concibió crear una institución académica de alto nivel que emulara al Centro de Estudios Históricos de Madrid (donde Reyes había trabajado años antes). En septiembre de 1938 se formalizó la creación de La Casa de España9 y se anunció una primera relación de sus beneficiarios: Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Dámaso Alonso, José Gaos, Joaquín Xirau, Adolfo Salazar y Gustavo Lafora, además de tres españoles ya residentes en México: León Felipe, José Moreno Villa y Luis Recaséns10. Esto significaba el traslado a México de algunas grandes luminarias españolas en los campos de la filología, la poesía, la psiquiatría, la poesía, la historia y la filosofía, a quienes se les ofrecían condiciones óptimas para continuar sus investigaciones.

La prensa reaccionaria se ensañó desde ese momento, sobre todo la revista Hoy de Regino Hernández Llergo, a la que se le servía en bandeja la oportunidad de atizar su feroz animadversión al presidente. Los ataques vienen en todos los tonos (sobre todo en el verano de 1939) y alcanzan niveles inusitados de estulticia. Su colaborador más conspicuo, Novo, desliza desde el principio un fuerte elemento de discordia: los salarios que la Casa pagaría a los españoles. Los intelectuales estarán, escribe Novo, «resignados a ganar por primera vez en su involuntariamente errátil vida los apenas 20 pesos diarios con que verán renumerada su sabiduría». Novo, desde luego, aportaba la cifra con toda mala intención: un profesor universitario mexicano ganaba la décima parte de ese salario.

El manejo interesado del asunto logró inflamar la indignación de la opinión pública. Más allá de que las cosas se hicieron con una falta de tacto quizás achacable a la precipitación, la averiada clase media mexicana mordió el anzuelo y se lanzó al ataque, sobre todo en el ámbito de la Universidad Nacional que aún estaba dominada por «la reacción». Un profesor de la facultad de derecho, Eduardo Pallares, escribe el día anterior a la llegada del Sinaia:

La inversión de los valores sociales que tiene lugar hoy en día, ha alcanzado un punto máximo de injusticia al otorgar a los extranjeros un lugar privilegiado en detrimento de los nacionales por la pasión sectaria, la ceguedad producida por el furor del radicalismo ideológico y político que da origen a privilegios que tanto nos arden y que se conceden no a los extranjeros por serlo, sino por ser rojos escapados del infierno de España. No se protege a filósofos, literatos y sabios por serlo, sino porque son comunistas derrotados. Los universitarios nos sentimos humillados cuando vemos que hay sujetos que adquieren de golpe y porrazo una situación excepcional con magníficos sueldos y facilidades que a los mexicanos se nos han negado desde que México es nación independiente [...]11



Pallares retoma la cifra aportada por Novo (seiscientos pesos12 al mes), los contrasta con sus setenta y cinco y enfurece: el profesor universitario mexicano vive «sin garantías jurídicas, amagado por la miseria». Era cierto: en México una carrera académica era lenta, difícil y mal pagada, entre otras razones por el desdén de Cárdenas hacia una Universidad (entonces) burguesa. ¿Cómo era posible que el maestro Antonio Caso -uno de sus más respetados profesores- hubiese tenido que vender su biblioteca, por esos mismos días, para financiarse una intervención quirúrgica, mientras que los españoles recibían todas las facilidades?

[...] y con dinero del erario -agrega Pallares- no del Partido Comunista, ni de la CTM, ni de los secuaces de Lenin y Stalin, ni del oro sacado de España por los rojos13, sino de nosotros los contribuyentes, que no somos comunistas ni queremos nada con los prófugos españoles. Pues de ahí se saca para sueldos, laboratorios, derechos de traducción, ediciones de sus obras, etc. Se dice que el presidente de la Casa de España tiene un sueldo de novecientos pesos mensuales ¿acaso vivimos en tal penuria científica y literaria y filosófica para que no haya nadie entre nosotros que merezca la ayuda que se otorga a los intelectuales rojos españoles?



Novo, seguramente satisfecho, agrega fuego a la hoguera desde su columna, llevando ya la situación a lo paródico: «La gente tiene noticia de que en algún lugar de la ciudad funciona una Casa de España dotada de alcobas, clima artificial y bodega de champaña y destinada a dar la gran vida a un número misterioso de conspiradores izquierdistas [...]» -pero agrega, no sin razón-

Si la Casa de España hubiera mostrado el tacto de no llamarse Casa de España, sino por ejemplo, Centro de Estudios Superiores, no habría venido a ser el pararrayos de un complejo de inferioridad manifiesto con la más lamentable evidencia en artículos como el de Eduardo Pallares que truena, fulmina, confunde, deja por los suelos el decoro de la hospitalidad mexicana y juzga en tan poco la capacidad de ganancia de los escritores, que le parece exorbitante que a Alfonso Reyes se le paguen treinta pesos diarios [...]14



La prensa derechista ignora las esporádicas, escuetas notas aclaratorias de Reyes15 y el escándalo sobre los salarios crece de la mano de anticomunismo e hispanofobia elementales. El filósofo fascista Jesús Guiza y Acevedo escribe:

El gobierno de Cárdenas paga espléndidamente a ciertos intelectualoides de alquiler para que lo alaben... Cárdenas, para estos monederos falsos, es más que César y Platón juntos... tienen una insolencia sólo comparable al dinero que reciben... El gobierno aparece como protector de la inteligencia en este hotel de lujo de intelectualoides emboscados que ganan sueldos que son un latrocinio al miserable pueblo de México[...]16



Desde luego, la noción de que los exiliados tienen como objetivo organizar una versión mexicana de la guerra civil española no se hace esperar, como se desprende de un artículo del pintor andante Gerardo Murillo, llamado «el doctor Atl», para quien los exiliados son (ya el lector pondrá sus sic)

[...] profesores marxistas fracasados; intelectuales de cuarto y quinto orden, tipos que ni la Francia comunista ha querido admitir, que vienen a soliviantar a las masas de trabajadores dominadas por líderes azteco-judaico-comunistas desde la Casa de España, abrigo de la andante gachupinería.17



Un énfasis semejante (cuando las fotos de los exiliados descendiendo del Sinaia con los puños en alto saturan la prensa), que propone que entre los exiliados hay milicianos que vienen a fortalecer militarmente a Cárdenas y a la CTM, prevalece en el semanario Hoy que publica, a partir de julio, una entrega semanal mordazmente titulada «La conquista de México en 1939»18 en la que defiende a los españoles de viejo arraigo (que se anuncian en ella con prolijidad19) y pone énfasis en la tesis de que es con dinero del erario público mexicano que la trayectoria política de los exiliados atenta contra el país mismo: «Se ve que los refugiados no vienen a sumarse al país, sino a engrosar las filas de la CTM; no traen la paz, sino la guerra; no son huéspedes de México, sino de Lombardo...». Otros comentaristas de mayor nivel se sumarán, si bien de manera más ponderada, al conflicto, sobre todo los católicos Alfonso Junco y Carlos Pereyra, o el más analítico, Luis Cabrera20.




ArribaAbajoLas quejas de Reyes

Rodeado por esas circunstancias, Alfonso Reyes vive una de las situaciones más hartantes e incómodas de su vida. Había dejado su cargo de embajador en Brasil un par de años antes con el deseo de volver a México y terminar sus años de autoexilio. Él mismo, de cierta forma, era un exiliado en su patria. Enfrentar el problema del rechazo a los españoles, y ser él mismo comidilla de periodistas y objeto de acusaciones, le hace echar de menos su tranquila vida en sudamérica. Además de hallarse dedicado en cuerpo y alma a organizar la recepción y asilo a quienes llama sus «españoles intelectuales náufragos», tiene que encargarse de otras tareas delicadas, como redactar la sección sobre la expropiación petrolera para el informe anual del presidente21.

El Diario (inédito) de Reyes refleja en esos días álgidos una imagen muy remota del mito de la hospitalidad. Es asombroso irse encontrando en él entradas que dan cuenta de las circunstancias más desagradables con que debe lidiar a cambio de sus famosos novecientos pesos: rescates de última hora, combates contra la vanidad, intermediación entre facciones enemigas, amagos de violencia, arbitrajes cargantes, antesalas con funcionarios, líos con sus colaboradores, convencer a los exiliados de trabajar para mostrar su buena disposición, compensaciones a los mexicanos y hasta mediaciones entre conflictos amorosos. Reproduzco algunas entradas:




ArribaAbajo1939

Xavier Icaza cuenta que le han llevado al presidente chisme que ¡yo aíslo mucho a los catedráticos de la Casa de España de los literatos mexicanos! ¡Como si fueran niños de teta, presos en el internado; como si yo llevara un año de estar con ellos; como si les tocara a ellos buscar a nuestros escritores y no viceversa! (6 de junio).



Impertinencias de Recaséns, que no se siente bastante honrado en la lista [...]22 (12 de junio).



Cosío Villegas23 tiene un instintivo antiespañolismo en el fondo [...] (18 de junio).



Espantoso trabajo para arreglar la tercera conferencia de María Zambrano pasado mañana, y la de Bergamín en Bellas Artes.



Salvé a Ontañón y a Jarnés, atascados en Veracruz, con los muchachos de Hora de España. Junta para lo mismo con Pellicer, Octavio Paz,24 etc.



Pido a Pérez Martínez cite a una junta de amigos influyentes para auxiliar y colocar a toda esa intelectualería española que no cabe en la Casa de España... (19 de junio)



Sigo trabajando por los españoles jóvenes que están en Veracruz. Le arreglo a Jarnés un curso sobre la novela picaresca en la Escuela de Verano, y mañana le ofreceré otro a Ramón Iglesia, por telégrafo a Veracruz, sobre el Quijote. Libero así a León Felipe, que no quería darlo, y le aseguro el suyo a Berta Gamboa sobre la novela de la revolución. Tratos con media ciudad. Salvador Milanés Jr. me ofrece trabajo para empleados de comercio españoles. Almuerzo con el simpatiquísimo e inteligente Josep Carner... (20 de junio).



Las cuentas dicen que no hay que invitar a más gente para la Casa de España... (21 de junio)



El exceso abrumador de trabajo me viene de las muchas personas que quieren entrar a la Casa de España, con o sin méritos para ello, cuando ésta ya no tiene presupuesto para más, ni puede tal vez lograr que el ambiente cultural de México resista más... (27 de junio).






ArribaAbajo1940

Maniobra contra la Casa de España hoy en El Universal, donde abusan del nombre de Samuel Ramos que de inmediato se sinceró con nosotros... (4 de marzo).



Le compro a Pedro Garfias, para que no se muera de hambre, su libro Primavera en Eaton Hastings. Pleitos atroces entre Domenchina y Bergamín... ¡Lo que me han hecho sufrir estos españoles, lo que he tenido que soportar por ellos, y cómo me pagan ahora con sus intrigas! (27 de noviembre).



Necia intriga de Indalecio Prieto, Sánchez Román y demás politicastros españoles que tenían la ridícula pretensión de administrar ellos en la nueva presidencia un instituto mexicano. ¡Con razón perdieron estos a la república! (16 de octubre).



Ya no se puede en México ir a ningún lugar en que se reúna la gente, por culpa de las intrigas de los muchachos españoles, prostituidos y hechos malvados por la guerra...25 (5 de diciembre).



Y problemas entre el amasiato de Domenchina y Lupe Marín, rencillas entre Bergamín y Cosío Villegas, los afanes por resucitar el teatro de La Barraca en México, sus tenaces esfuerzos por salvar a Cipriano Rivas Cherif del fusilamiento en Francia, el envío de dinero (de su bolsa) a unos y otros, la instalación del laboratorio del Dr. Lafora (que tiene entre sus pacientes a Jorge Cuesta), el cobro de cheques para Bergamín... Y no recoger a cambio sino exabruptos de «todos estos envidiosos»26.

Los únicos placeres de Reyes en esos meses serán las conversaciones con Gaos, con Carner, con Moreno Villa y observar cómo, pese a todo, la Casa de España crece y comienza a difundir y a publicar humanidades de calidad. Por fin, en octubre de 1940, Reyes logra que la Casa de España cambie su nombre por El Colegio de México, y que las envidias de los mexicanos queden más o menos atenuadas con la creación de El Colegio Nacional.

Poco a poco, la presencia de los españoles comienza a hacerse realidad en las calles de la capital. Escribe Novo:

En el solarium de la YMCA, grupos inusitados de españoles exhiben sus peludos cuerpos, ignoran a gritos los letreros que recomiendan silencio a los alagartados nativos a que se han sumado sin mezclarse con ellos; llenan los cafés del centro, vagan en grupos pintorescos por el Paseo de la Reforma, alegan en voz alta, perciben resignados la irreconciabilidad de su carácter con el callado, mustio, discreto carácter de los coterráneos de un Ruiz de Alarcón que no toleraba el caudaloso Lope -y viceversa.27



Entre los escritores mexicanos que simpatizaban con la causa republicana no es fácil encontrar reacciones de incomodidad frente a los «privilegios» de La Casa de España. Finalmente, se trataba de escritores a los que leían y respetaban desde hacía años. En las raras ocasiones que se hace pública, todo sigilo y prudencia, esa incomodidad apenas y borda variantes sobre el tema de la desigualdad de trato por parte del gobierno. Aún así, no es una reacción frecuente al principio, y, en todo caso, podía venir disfrazada de ropajes académicos. Es el caso de Rodolfo Usigli, que al final de una reseña (negativa) al primer libro publicado por La Casa de España, El teatro y sus enemigos de Díez Canedo, agrega:

Es desafortunado [...] que no haya habido antes y no haya todavía en México una Casa de México para dar curso también al pensamiento mexicano contemporáneo, que parece diferir en muchos ángulos del español[...]28



Esta idea de que existe un «pensamiento mexicano» diverso del español, que corre el riesgo de verse desplazado, o suplantado, por el poderío intelectual de los peninsulares comienza a articularse como una segunda etapa de la recepción a los exiliados. Ya entrado el año de 1940, cuando los exiliados se han convertido en parte del paisaje, esa percepción comienza a desplazar la vieja solidaridad. Una curiosa fábula, firmada por «El Pez que fuma» (apelativo bajo el que se disfrazan Octavio Barreda y Villaurrutia en Letras de México), sección que comentaba la actualidad literaria en un escenario submarino, ilustra esa nueva etapa del desencuentro. Se titula

«La competencia»29



En el acuario hay pánico y confusión. Una banda de activas sardinillas migratorias han invadido las apacibles aguas. Grupos de descontentos se reúnen, impotentes, a murmurar y comentar la calamidad.

-¡Esto es imposible! -dice un pececito de oro, finísimo poeta-. ¡Ya no digamos agua; ni aire nos dejarán! ¿Cómo van a sobrevivir nuestras revistas, nuestras instituciones, nuestras obras ante la brutal competencia de las que traen o piensan lanzar? ¡Unámonos, que la unión hace la fuerza!

-El asunto no tiene importancia, amigo -le contesta el estoico pez fumador. -Hay que acostumbrarse a soportar con calma cualquier pérdida o desastre. Recordad que Fidias, cada vez que perdía una estatua, la reemplazaba inmediatamente con otra. El goce de la creación es infinitamente superior al del éxito obtenido. Y eso nadie os lo podrá quitar. ¿No nos decía Séneca que el pintor goza más en el momento de pintar que cuando su cuadro está hecho y descansa su pincel? Acordaos además del filósofo que decía: Es más dulce formar una amistad que gozar de ella.



A seis meses del desembarco del Sinaia (junio de 1939), El Universal anuncia en primera plana la «creación de una Liga de Intelectuales Mexicanos» deseosos de reivindicar la producción intelectual mexicana «frente a la potente actividad de los intelectuales españoles en México y los apoyos oficiales de que disfrutan»30. Ignoro qué tan seria pudo ser la iniciativa que, desde luego, no prosperó. La supuesta liga reclutaba entre otros, según el diario, al poeta y crítico Jorge Cuesta, al filósofo Samuel Ramos y al novelista José Martínez Sotomayor. Juntos prepararían un «manifiesto de quince puntos» entre los que destacaba «tramitar ante el Congreso leyes que otorguen protección preferencial al intelectual mexicano».




ArribaAbajoGuerra literaria: Bergamín vs. Novo, Villaurrutia y Usigli.

Una casualidad mandada a hacer para sazonar el guiso de estos rencores: en 1939 se cumple el tricentenario del dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón. La memoria de la mala fortuna que tuvo el mexicano como emigrante a España -donde luego de mil trabajos consiguió del Estado una mísera prebenda como «inspector de alcoholes»- agrega su dosis de mala sangre contra los que venían de la península. Por si fuera poco, en un libro de 1933, Mangas y capirotes, que había sido leído en México, José Bergamín había sido poco atento con el arte del mexicano y lo había declarado un «intruso» en el siglo de oro español. Era bastante para armar un mitote. En su ensayo sobre Villaurrutia, Octavio Paz recuerda:

Villaurrutia compuso, con la colaboración de Usigli, si no me equivoco, unos epigramas contra los intelectuales españoles refugiados en México, especialmente contra José Bergamín. Le reprochaban, entre otras cosas, unos juicios más bien despectivos, escritos años antes, contra Juan Ruiz de Alarcón. La joroba del dramaturgo -sobre la que habían clavado banderillas Lope de Vega y Mira de Amescua- volvía a encender, tres siglos después, la guerra literaria en los cafés de México. Los epigramas, impresos en unas hojas rosadas, circularon por todas partes. Bergamín respondió con unos sonetos feroces. Santo remedio: hubo una tregua a la que siguió una reconciliación general.31



Pedro Salinas, que está dictando conferencias en México gracias a Reyes cuando aparecen los epigramas, le aporta a Jorge Guillén un resumen del suceso:

A todo esto los escritores mejicanos del grupo Novo, Villaurrutia, lanzando epigramas contra los españoles, sobre todo contra Bergamín, llenos de recelos y de envidias. Pero se han encontrado con la horma del famoso zapato, porque Pepe les ha hecho dos sonetos magistralmente quevedescos, donde el insulto llega a lo increíble. El tema se presta porque todos ellos son Ex Illis, o jotos como se dice allí[...]32



Por su parte, el erudito Nigel Dennis, especialista en la obra de Bergamín, comenta en «Ensimismamiento y enfurecimiento en la poesía de José Bergamín (1939-1946)»:

De hecho, parece ser que poco después de su llegada a México, Bergamín recibe un epigrama -que no lleva firma y que desgraciadamente no ha llegado a nuestros días- en que, suponemos, se denuncia, entre otras cosas, la estrechez de su perspectiva sobre el teatro del XVII. Si las sospechas de Bergamín sobre el origen del escrito están bien fundamentadas, el autor bien podía ser el propio Usigli, o quizá Salvador Novo o incluso Xavier Villaurrutia.33



Me encontré los epigramas en una revista mexicana que se asume abiertamente fascista, la quincenal Lectura (Revista crítica de ideas y libros) fundada en mayo de 1937 por Jesús Guiza y Acevedo. Publicaba material literario y crítico de Paul Claudel, Hillaire Belloc, Charles Maurras, el joven poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra y el infaltable José María Pemán. Esto entre columnas de tema mexicano cuyos blancos favoritos son los «indolatinos marxistas» -enemigos de los «católicos romanos»- y, previsiblemente, los exiliados españoles («México es la colonia penal de España», se titula un editorial). Interesada en la poesía, a diferencia de otras revistas conservadoras, Lectura publicaba junto a García Lorca (pero sólo la «Oda al santísimo sacramento») himnos criollos a sus héroes:


En el cielo hay azul, y en la sonrisa
del batallón de requetés románticos
se quiebra el sol en oraciones puras
para el Dios inmortal por quien lucharon;
y en las «Camisas negras»
canta la gloria para el César Fuerte:
¡Mussolini venció; venció el fascismo
y con el Fascio, Roma y la cultura!34



Hay razones para asegurar que la anónima «Flor de epigramas en el tricentenario de la muerte de Ruiz de Alarcón, 1635-1935» es la que provocó la querella. Se puede pensar también que seguramente llegó a la revista poco después de que circulara en las hojas volantes color de rosa que recuerda Paz. La primera razón para suponerlo es la coincidencia de las fechas, pues aparece en el número del primero de septiembre de 1939 y tanto la carta de Salinas a Guillén, como una de Bergamín a Salinas en que alude a sus sonetos contra los «amigos dórico-jóticos del Café París», están fechadas unos días más tarde35. La otra razón es que Novo y Villaurrutia colaboraron con sus nombres en los primeros números de Lectura y que Novo sostenía vieja e intensa amistad con su director36.

Con respecto a la autoría de los epigramas, creo que Bergamín y Salinas tienen razón en adjudicarlos a Villaurrutia y a Novo que seguramente, en una velada de café, los habrán borroneado en una servilleta. La participación de Novo me parece incuestionable: aunque muy lejos de sus mejores trabajos satíricos y epigramáticos, presenta semejanza estilística con ellos, como el uso de trasposiciones y rimas con sílabas cortadas. Su documentado desdén hacia los «peludos cuerpos» de los españoles, que vimos arriba y reaparece en la primera estrofa, es otra evidencia. Por otro lado, estoy seguro de que la «Flor de epigramas» no se encuentra completa (de hecho, parece difícil que comenzara como lo hace en la versión de Lecturas) y que debió ser cuidadosamente podada de toda connotación salaz, imposible de reproducir en una revista católica. El lector aguzado reconocerá que, en varios casos, el último verso de cada cuarteta es el título de una comedia alarconiana:




Flor de epigramas en el 300 aniversario de la muerte de Juan Ruiz de Alarcón, 1639-1939


No aspiraba al mimetismo
ni era semejante a ellos,
por más velludos más vellos,
el semejante a sí mismo.

Un dramático de antaño
llamó siempre a los empeños
españoles, por sus dueños,
los empeños de un engaño.

¿Dónde, con sesera escasa,
de España basta llegar,
para hallar comida y casa?
Mudarse por mejorar...

No hay español que se abstenga
en el colonial refugio
de cantar sin subterfugio:
no hay mal que por bien no venga.

Con una intención oscura,
deste Belarmín el labio
en superfluo desagravio
ganar amigos procura.

No es la nuestra rencorosa,
pero tu actitud al fin,
sincera o no, Belarmín,
es, la verdad, sospechosa.

Don Juan pretendió un empleo
en España, es la verdad;
mas en lograr su deseo
se tardó una eternidad.

Con cuánta facilidad
en cambio, los emigrados
en la Colonia empleados
se miran, que por los hechos,
se creen los solos derechos
en tierra de corcovados.

Sólo faltó Corcovalla
en la palaciega saña
de una bufonesca obrilla
de enanos, negros y villa-
nos37 de la Casa de España.38



Bergamín reacciona con una serie de sonetos vitriólicos llenos de albures y calambures dirigidos a los tres mexicanos. Al parecer, los sonetos crecen durante ese mes de septiembre hasta el número de treinta39, suficiente para conformar una sección a titularse «La sota de espaldas» en un libro de epigramas que, nunca publicado, se habría titulado «Burladero de sonetos feos». Dennis cita uno de ellos en su ensayo y generosamente me envía otros tres que ha encontrado.

Réplica a un corillo o corrillo -correveidilo- corrido, corredor y corredora de unos alarconianos de atrás, trasnochados y coleantes




- I -


Juan Ruiz de Alarcón, si dais posada,
que posaderas tome vuestra gente
a nosotros nos es indiferente,
pues ni les damos ni tomamos nada.

¿De nuevo es de novillo la puntada
o de villa o villorrio la ocurrente
villanía, despecho de impotente
volviendo grupas de ex privilegiada?

Fétido hedor el del rincón villano
que emparedada voz de choto40 envía
con equis de joroba por barrera.

Si no llegó la piedra sí la mano
al amigo perdido que la fía,
y hoy, en rigor, se la devuelve entera

(sobre la faz que hurtó la cobardía).




- II -


AX y V + (N-1)




De villa tienes uve como vuelo;
de uve pico que es de ave y cacarea;
de ruta, a más de consonancia fea,
tienes el arrastrarte por el suelo.

O villa o ruta ¡tanto monta! (en pelo);
quien te monta y te ensilla y te espolea,
a la francesa, aunque italiano sea,
¿es el uso, el usillo o el ucello?41

Marica en español, urraca o pía,
si a pluma y pelo como zorra astuta
de ajenos pelo y plumas te has vestido,

la rutinaria voz te robaría
vileza y ocasión ¡oh villa! ¡oh ruta!
¡oh encumbrado volar, aunque invertido!




- III -


A los mismos




A jorobarse tocan ¡mariquillas!
que por tocar jorobas de tal suerte42
acabaréis por jorobar la muerte
alarconizándola en cuclillas.

Nunca se vieron tales pajarillas
tornar al mismo sol, y es caso fuerte,
que para recular hasta lo inerte
perfumaron sus nalgas amarillas.

Cuatro o cinco mayados o gatunas
formaron entre putos y entre patas
ramillete de usíglica fragancia:

pardeando nocturnos a sus lunas
y jorobados por andar a gatas
en un París que no es París de Francia43.




- IV -


A otros que son unos y los mismos




Tenéis más humos que tuvieron cuernos,
capaces de poblar bosques enteros,
quienes, al engendraros, los primeros,
quemaron vuestra sangre en copos tiernos.

Chamuscados venís de los infiernos
anónimos de amor, siempre postreros;
que andar atrás es rastrear tras Eros,
trashumando rastrojos los inviernos.

Voz de chusma que es chisme y chimenea
sale de vuestros humos en humores
cenicientos de turbia cabronilla.

No aquilatáis, aculotáis, ardores,
hasta más no poder de hasta que sea
de tal asta, tal pelo y tal astilla.



Contra lo que podría suponerse entre personas de tan cristalina susceptibilidad, luego de tanto tarascazo endecasílabo, el episodio terminó bien para Villaurrutia y Usigli, que se convertirán en buenos amigos de Bergamín y colaborarán con él en la Editorial Séneca. Una vez pasada la gresca, Bergamín redactará una reflexión justa sobre la «generosidad maldiciente» de los escritores que dice: «como hasta para decir el mal tenemos necesidad de decirlo bien, empezamos por deshacer el daño que aparentemente causaríamos». Y lo más interesante de todo: la editorial Séneca publica con ánimo conciliatorio, al poco tiempo, una edición crítica... de Juan Ruiz de Alarcón.




ArribaUna carta de Pedro Salinas

La violencia de Guisa y Acevedo y su revista Lecturas contra «Los refugiados expelidos del organismo de España por movimientos peristálticos...»44, en poco merecería repasarse si no fuera por la presencia en sus páginas de un inusitado colaborador.

Cuando Pedro Salinas viene a México a conferenciar en 1938, Guisa y Acevedo reproduce un poema suyo45 cuya espiritualidad le parece contradecir su «izquierdismo». Salinas, dice Guisa y Acevedo, «propinó una desagradable sorpresa a los camaradas mexicanos cuando lo oyeron mencionar en sus conferencias el nombre de Dios y del Rey». Los «indolatinos marxistas», continúa, sostienen que los españoles no trajeron a estas tierras sino «vicios, ignorancia y fanatismos», y Salinas vino a demostrar que «los poetas españoles, católicos y monárquicos, trajeron la lengua y con la lengua la poesía y con la poesía toda la realidad moral, intelectual y religiosa de la civilización». No tendrían mayor importancia estas opiniones utilitarias de no ser porque, rompiendo el sobreentendido pacto de indiferencia que rodeaba las provocaciones, y en uno de los muy contados ejemplos de una respuesta española a esa hostilidad, Salinas le contesta a Guisa y Acevedo cuando regresa a Wellesley. Reproduzco la carta en su totalidad por su obvia importancia para apreciar tanto el dilema de Salinas como el de la España en el exilio:

8 Appeby Road.

Wellesley, 10 de octubre de 1938

Sr. Director de Lectura

México, D. F.

Distinguido señor mío:

En el número 1 del tomo VI de la revista de su digna dirección, correspondiente al 15 de septiembre de 1938, aparece un soneto reproducido de mi primer libro (Presagios, 1923), al que le han antepuesto unos comentarios sobre mi estancia y conferencias en México. Como creo advertir en ellos cierta posibilidad de interpretación equívoca para el público mexicano, me permito enviarle estas aclaraciones, con el ruego de que les dé acogida en la revista.

«Salinas es un hombre de izquierdas, o al menos como tal aparece en México», dice Lectura. No acostumbro a aparecer sino como lo que realmente soy. Y en efecto, sin haber pertenecido nunca a ningún partido político oficial, soy eso que, de un modo general, se suele llamar un hombre de izquierdas; es decir, izquierdista universal, republicano español, y partidario por completo del pueblo español y de su gobierno presente en la lucha actual. Y, ante todo, convencido enemigo, con la más honda convicción, de toda forma política de nazismo o fascismo, porque considero a estos regímenes como el peligro más grave e inmediato que hoy existe para la vida espiritual del hombre. Precisamente porque creo en lo eterno, como dice el comentario de esa revista, porque creo en las realidades espirituales y morales del ser humano individual, es por lo que mi conciencia se opone a aceptar sistemas políticos donde no se respeten, donde se persigan, las libres formas de expresión de la personalidad humana, en cualquiera de sus aspiraciones eternas. Creo que en mis conferencias analicé con igual deseo de comprensión, con la misma simpatía poética, tipos muy diversos de realidades poéticas españolas, ya fuese la espléndida poesía mística de San Juan de la Cruz, o la poesía pagana y sensual de Góngora. Pero ni me proponía hacer propaganda de catolicismo con la una, ni de paganía con la otra. Y rechazo toda interpretación de mis conferencias que rebase el puro ámbito de lo poético esencial.

Dice Lectura, con razón, que mencioné los nombres de Dios y del rey. Y sigue, ya no sé si con alguna razón: «Claro. No se podía por menos, porque los poetas españoles son católicos y monárquicos». Hubiera sido muy difícil omitir el nombre del rey al hablar de una comedia como La vida es sueño o de un poema como Mío Cid46, en que los reyes juegan un importante papel. Y mucho más omitir el nombre de Dios al comentar las poesías, impregnadas de amor divino, de San Juan o de Fray Luis de León. Pero, ¿qué se puede deducir de eso? ¿Que los poetas del Siglo de Oro eran católicos y monárquicos? Nadie lo pone en duda, ni nada tiene que ver con el valor poético de su poesía, ni con las tendencias políticas de hoy. ¿O que los poetas de hoy son católicos y monárquicos? En este caso la insinuación me parece del todo errónea. Porque sin entrar en la confección de un censo de poetas españoles vivos, basta con citar los nombres de los más grandes, entre los mayores, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, y de los mejores entre los jóvenes, García Lorca, Guillén, Alberti, Aleixandre, Cernuda, Altolaguirre, para desmentir esa afirmación. Se me podrían alegar ciertos nombres, como el del señor Pemán, en aserto contradictorio, pero tal ejemplo sería discutible, no ya desde el punto de vista del monarquismo o del catolicismo del señor Pemán, pregonados, copiosamente, por su pluma, sino desde el punto de vista de la consideración del señor Pemán como poeta vivo.

Termina el preludio de la inserción de mi soneto con estas palabras: «Pobre del señor Salinas al tener que rozarse con los indolatinos marxistas». Agradezco la compasión, que no puede por menos de suponerse cristiana, que así se me dedica. Pero debo decir que en mi trato y roce con los presuntos «indolatinos marxistas» (a quienes, sin duda por mi corta estancia en México, no he llegado a colocar rótulo semejante) no he recibido sino muestras de atención y consideración inteligente. Que ellos han escuchado mis conferencias con deferencia y respeto. Y que, muy lejos de sentirme en alguna ocasión molesto con el trato de los intelectuales mexicanos que me han hecho el honor de invitarme y acompañarme, he podido darme cuenta, a través de él, de la gravedad y hondura de los problemas mexicanos de hoy, y de la voluntad, el fervor, y, en muchos casos, el acierto con que estos mexicanos de hoy se encaran con una realidad tan compleja como la de México47. De ese bellísimo país que me ha inspirado tanta admiración y tanto amor, por todo lo que España sembró en él con tanta magnificencia, por todo lo que su espíritu nativo visible en muchas formas de arte culto y popular representa de originalidad, y por la esperanza de que México se encuentre a sí mismo a través de una integración completa de los distintos elementos raciales y culturales que el destino histórico ha traído a su suelo y a su pasado.

Queda de usted, atentamente,
Pedro Salinas48.



Guisa y Acevedo publicó la carta, no sin un comentario previo y abusivo que insiste en llevar agua a su molino vocinglero:

Dice el señor Salinas que «por lo que mi conciencia se opone a aceptar sistemas políticos donde no se respeten, donde se persigan, las libres formas de expresión de la personalidad humana, en cualquiera de sus aspiraciones eternas»... ¿Sabe el señor Salinas que en México los padres de familia no tienen el derecho de educar a sus hijos porque el único que puede hacerlo es el Estado? ¿Se respetan en México y se promueven las formas libres de expresión?49



En carta a Guillén, regresando de México, escribió Salinas: «No te puedes figurar lo que me he divertido». Ignoro si sus roces con «indolatinos marxistas» y requetés aborígenes fueron parte de esa diversión. De cualquier modo, termino con esta carta, no sólo por su valor documental, la belleza y la delicada ironía de su exposición, sino porque, a mi parecer, es la mejor y más sintética respuesta a la vasta campaña de enemistad organizada que recibió a los exiliados.







 
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