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Abajo

Sonetos

Juan de Almeida

Ramón García González (ed. lit.)




ArribaAbajoDatos biográficos de Juan de Almeida

España. 1530-1573

Pocas referencias bibliográficas existen sobre este poeta.

Se sabe que fue Rector y Maestro de Teología en Salamanca.

Glosado como un maestro de la poesía por autores como Lope de Vega y Quevedo.








ArribaAbajo- I -


Ardo, suspiro y vivo...


Abajo   Ardo, suspiro y vivo en triste llanto
y estoy de verme triste tan contento
que, si aliviarme quiero algún momento,
crece el dolor, la pena y el quebranto.

   Huyo mi libertad, que tengo en tanto  5
el áspero dolor del mal que siento;
temo la gloria, deseo más tormento,
lloro en la paz, y en la guerra canto.

   Adoro el vivir tanto, que mi muerte
ya tengo con razón aborrecida,  10
con miedo no den fin a bien tamaño.

   Mas temo que mi triste y dura suerte
me quiere dejar libre, y con la vida,
por no poder hacerme mayor daño.




ArribaAbajo- II -


La sonrisa


ArribaAbajo   Ha muerto una sonrisa en mi ventana;
¿no has visto levantar a su alma el vuelo?
Murió por ti, tendida sobre el hielo,
cansada de esperar cada mañana.

   Qué calidez, que calidad humana  5
exhibió en la antesala del recelo,
sin permitir que el hondo desconsuelo
oscureciera su ilusión temprana.

   Se asomaba a la noche hora tras hora
con su visión de ti esperanzadora,  10
y a la luz de la aurora se asomó.

   Pero en la paz del campo mudo y triste
no se oyó tu pisada, no viniste,
y dulcemente se desvaneció.




ArribaAbajo- III -


ArribaAbajo   Amor, yo juro por la flecha de oro
que, aunque vivo, muriendo estoy de amores
por quien me tiene en ásperos dolores:
la fiera tigre mía a quien adoro.

   Que bien vi aqueste valle donde moro  5
en medio del invierno tener flores,
y el duro campo vuelto en mil colores,
y ser morada del supremo coro.

   Y vi, de un revoltoso y turbio día,
la más serena tarde y más segura  10
que suele haber en medio del estío.

   Miré, y acaso entonces parecía,
entre una niebla lóbrega y oscura,
con sus hermosos rayos, el Sol mío.




ArribaAbajo- IV -


ArribaAbajo    «Antes resuelva el paso presuroso
de esta clara ribera y claro río,
y nieve como ahora en el estío,
y desampare Alcida a Nemoroso.»

   Aquesto vio Fileno en un hojoso  5
ciprés, llegado a un álamo sombrío,
que estaba en el estéril suelo frío
que baña el viejo Tormes caudaloso.

   Rompió en él su zampoña y el cayado
que acabó de cortar en la ribera,  10
de rabia y de coraje y de amor lleno.

   Diciendo a sus ovejas: «¡Ay, ganado...!»
paró la ronca voz y lastimera
el desamado y mísero Fileno.




ArribaAbajo- V -


ArribaAbajo   «Deshechas esperanzas, que algún día
pudisteis aliviar mi pensamiento,
y ahora sois despojos de un contento
que el riguroso cielo me desvía:

   Fuisteis alegres cuando Dios quería  5
que a Alcida le doliese mi tormento,
y pues que con su fe os llevó el viento,
lleve también con vos el alma mía.

   Vivía, el tiempo que vivió mi suerte,
dichoso, si jamás mi dura estrella  10
me diera a conocer el tiempo bueno...»

   Aquí acabó su lástima Fileno;
también quiso acabar la causa de ella,
mas diole vida amor, para más suerte.




ArribaAbajo- VI -


ArribaAbajo   Tenéis, señora Aldonza, tres treinta años,
tres cabellos no más, y un solo diente;
los pechos, de cigarra propiamente,
en que hay telas de arañas y de araños.

   En vuestras sayas, tocas y otros paños  5
no hay tantas rugas como en vuestra frente;
la boca es desgarrada, y tan valiente,
que dos puertos de mar no son tamaños.

   En cantar parecéis mosquito o rana;
la zanca es de boñiga o de finado;  10
la cresta es de lechuza a la mañana.

   Oléis como a pescado remojado;
de cabra es vuestra espalda, tan galana
como de pato flaco bien pelado.

   Este es vuestro traslado,  15
de todo cuanto oís no os falta cosa.
Decid: ¿Qué os falta para ser hermosa?




ArribaAbajo- VII -


ArribaAbajo   Afuera el fuego, el lazo, el hielo y flecha
de amor, que abrasa, aprieta, enfría y hiere;
que tal llama mi alma no la quiere,
ni queda de tal nudo satisfecha.

   Consuma, ciña, hiele, mate, estrecha  5
tenga otra voluntad cuanto quisiere,
que por dardo, o por nieve, o red no espere
tener la mía en su calor deshecha.

   Su fuego enfriará mi casto intento,
el nudo romperé con fuerza o arte,  10
la nieve deshará mi ardiente celo.

   La flecha embotará mi pensamiento.
Y así, no temerá en segura parte,
de amor el fuego, el lazo, el dardo, el hielo.




ArribaAbajo- VIII -


ArribaAbajo   ¿A do miraste, ojos desdichados,
que así pagáis el yerro que hiciste?
Si venís de mirar lo que perdiste,
de allá venís a ciegos condenados.

   Sin culpa pagaréis como culpados  5
por no querer mira en lo que viste;
con lo mismo pagaste que ofendiste
quedando, en ver la luz, de ella privados.

   Llorad vuestro dolor y desventura,
pues por el pensamiento así quitaste  10
la vista, por llegar a su locura.

   Aquel atrevimiento que tomaste
de vuestra claridad fue sepultada,
adonde para siempre os sepultaste.




ArribaAbajo- IX -


ArribaAbajo   A la sombra de un mirto estaba un día
el niño ciego de mirar cansado;
dejó las armas en un verde prado
y al sueño entre las flores se rendía.

   Llegó Sirena, y viendo que dormía,  5
el arco con las flechas le ha hurtado
y déjale al mozuelo desarmado,
y a paso con el hurto se volvía.

   El dios amor, que recordando vido
el hurto de Sirena, va tras ella  10
llorando que le de sus pasadores.

   Y ella con uno de ellos le ha herido,
y así se muere amor de amores de ella.
¡Ay, Dios, que harán los tristes amadores!




ArribaAbajo- X -


ArribaAbajo   Alcida, ¿ves perdida en la montaña
de aquel breñoso risco la dureza?
¿Viste en el mar acaso la braveza
del revoltoso viento que se ensaña?

   ¿Viste el coraje, el ímpetu y la saña  5
del jabalí acosado en la maleza?
¿La furia, el desconcierto y la aspereza
del encendido Marte en la campaña?

   Vuelve, Alcida, y verás la roja llama
cual va por el jaral a aquella mano  10
del animoso Céfiro encendida,

   con el furor que aviva, cruje y brama,
talando por do pasa monte y llano;
pues mucho más cruel eres, Alcida.




ArribaAbajo- XI -


Marfida


ArribaAbajo   Que amante fue de amor tan regalado,
que a dones de su madre tan querido,
cual yo de áspero esquivo y desvalido,
amargo, triste, humilde y bajo estado.

   Ahora en santa gloria entronizado,  5
el antiguo pesar puse en olvido,
dulce fatiga del dolor sufrido,
glorioso penar del mal pasado.

   Juntáronse a cumplir mis hados buenos
Marfida, amor, el tiempo con quien obra  10
razón, y la fortuna, no la vida.

   Ella dijo: no más, amor: no menos,
el tiempo basta y la razón no tibia,
la fortuna calló y a la su rueda

   que estará firme y queda  15
pues son de voluntad concorde y una,
Marfida, amor, razón, tiempo y fortuna.




ArribaAbajo- XII -


Soneto dialogado


ArribaAbajo   -¿A quién buscas, Amor? -Busco a Marfida.
-¿Y la quieres, di? -No más de vella.
-¿No la heriste ya? -Yo lo estoy de ella.
-¿Herido tú? -Y aun de mortal herida.

   -¿Qué le entregaste? -Poco era la vida.  5
-¿Tu flecha y arco? -Está quebrado ante ella.
-¿Y tu poder y fuerza? -Ya es perdida.
-¿Pues como vives? -Contemplando en ella.

   -¿Vengado estoy de ti? -Y aun otra gente.
-¿Y no te corres de ello? -No por cierto.  10
-¿Por qué? -Porque la causa lo requiere.

   -¿Tu mal es como el mío? -Es diferente.
-¿Pues tú no ves que estoy de amores muerto?
-¿Y tú no ves que Amor de amores muere?




ArribaAbajo- XIII -


ArribaAbajo   -¿Adónde vas, Amor? -Vengo huyendo.
-¿qué dices? -Lo que oyes. -¡No es posible!
-¿Tú huyes, di?, ¿de quién? -De una invencible
belleza que aun aquí la estoy temiendo.

   -¿Por qué la temes, di? -Porque no entiendo  5
que gracia, que virtud tiene invisible,
que no la acierto tiro que sensible
padezca, pues de mí se está riendo.

   -¿El nombre de esa Idea soberana
me di, si sabes? -A nadie oculto es:  10
más bella que mi madre aunque es humana,

   y a quien sin duda París más de gana
le diera que a ninguna de las tres
por premio de hermosura la manzana.




ArribaAbajo- XIV -


ArribaAbajo   Siendo de vuestro bien, ojos, ausentes,
¿qué cosa veréis vos que no os ofenda?
Oscuro sol, monstruosa noche horrenda,
tigres, leones, osos y serpientes.

   Oídos que oiréis entre las gentes  5
voces, gritos, llantos y contienda
¿por qué camino, iréis o por cuál senda
que espinas no piséis, pies diligentes?

   Boca ¿qué gustaréis? -Cruel veneno.
Manos, ¿qué haréis vos? -Mortal oficio  10
¿Y tú, mi corazón? -Dolor sin calma.

   Pues puso aparejaos al sacrificio.
Alma, ¿qué haréis vos? -Pensar cual peno
ojos, oídos, corazón y alma.




ArribaAbajo- XV -


ArribaAbajo   -¿Qué haces, hombre? -Estoime calentando.
-¿Tu dama dónde está? -Donde ella quiere.
-¿Cómo no mueres, di? -Ya nadie muere.
-¿En qué casa sin ella? -Esperando.

   -¿A do estás entre día? -Al sol jugando.  5
-¿Y si ella se te va? -Como quisiere.
-¿No debe amor herirte? -Ya no hiere.
que el tiempo cualquier fuerza va gastando.

   -¿Date favores, di? -Por ciertas vías.
-¿Y si no te los da? -Paso sin ellos.  10
-¿Qué dice si te habla? -Niñerías.

   -¿Qué te enamora de ella? -Los cabellos.
-¿Por qué razón? -Porque a infinitos días
que no he visto carbón más negro que ellos.




ArribaAbajo- XVI -


ArribaAbajo   No pudo el grave mal, tan largo y fiero,
con el rigor del fuego el hielo ardiente,
una sola señal mostrar presente
de su dolor agudo y lastimero.

   La rosa en la color como primero  5
se mezcla con la nieve alegremente,
los claros ojos y serena frente
testigos del dolor firme y entero.

   La tierra, el cielo, el aire, el fuego vivo,
todo se alegra en ver vuestra belleza  10
a su primer salud restituida.

   No es la mancha en vos de mal esquivo,
sino de cuanto bien naturaleza
pudo comunicar a la alma y vida.




ArribaAbajo- XVII -


ArribaAbajo   Ora, sus, mi soneto, ve en buen hora,
pues libre irás del grave mal que siento,
y a Alcida le dirás que si en tormento
quiere que viva un alma do ella mora.

   Si el mísero Fileno que la adora  5
vive cuidoso, triste y descontento,
¿a quién piensa querer o dar contento
la fiera para mí y cruel pastora?

   Y luego, mi soneto, si pudieres,
pues ves el esperar cuánto me cuesta  10
vuelve la rienda a mí con la respuesta.

   No digas donde vas ni de quién eres;
declárale a quien sabe tu secreto
y a los demás dirás que eres soneto.




ArribaAbajo- XVIII -


ArribaAbajo   Póngame Amor en medio del contento
que puede dar en esta humana vida;
déme de allí tan áspera caída
que al mismo infierno espante mi tormento.

   Póngame en cielo, en tierra, en mar, en viento,  5
do quien que sumo bien o mal se anida,
que siempre seré tuyo, bella Alcida,
presente, ausente, en obra, en pensamiento.

   Y aunque me ponga en parte mi destino
jamás vista, sabré de ti al instante,  10
que un corazón amante es adivino.

   Y hasta llegar a tu valor divino,
por entre duras puntas de diamante
contra fortuna y tiempo haré camino.




ArribaAbajo- XIX -


A un lienzo que le dio su dama


ArribaAbajo   Queda mi rostro de temor turbado,
tan blanco como el lienzo que me diste,
y del lugar adonde amor consiste
la sangre a más andar se ha retirado.

   ¿Sabes por qué al amor se ha anticipado  5
el miedo?, porque ayer no me creíste;
mas gran remedio fue de un hombre triste
verse también de ti remunerado.

   Que ya que mayor bien no les quedasen
a mis suspiros, y a quien la presencia  10
desamor y desdén, me son presentes,

   diste a lo menos con que se enjugasen
los ojos, que el olvido y cruda ausencia
los tiene cada hora hechos fuentes.




ArribaAbajo- XX -


ArribaAbajo   Quiero contar, Fileno, mi cuidado:
¿por desusada tierra no te avino
perder de allí do vas el buen camino,
pensando que es más cierto el más hollado?

   ¿Por no volver atrás, de muy honrado  5
seguir contra razón tu desatino,
hasta llegar a parte do convino
tornar a desandar lo caminado?

   Así yo fui buscando mi contento
al hilo, como dicen, de la gente;  10
vine a mi costa, haciendo del valiente,

   donde estoy puesto en sumo descontento.
Baste la necedad, Fileno hermano,
volverme do partir será más sano.




ArribaAbajo- XXI -


ArribaAbajo   Si lágrimas pudiesen ablandarte
y mi pasión a lágrimas moverte,
yo sé que a tu pesar has de dolerte
do quien al suyo ves que ha de cansarte.

   Y si mis males juntos no son parte  5
para poder, señora, enternecerte,
ni el verme así rendido a dura muerte
a podido hasta ahora lastimarte,

   llorad sin descansar los ojos míos
hasta que en vivas lágrimas deshecha,  10
acabe aquesta miserable vida.

   Y a tu pesar entonces, fiera Alcida,
quizá que de seguirme satisfecha
dará fortuna fin a mis desvíos.




ArribaAbajo- XXII -


A una dama enferma


ArribaAbajo   Siendo albergue de cuanto el santo cielo
reparte en ser, valor y hermosura,
vuestra ánima gentil, excelsa y pura,
lustre y honor de nuestro bajo suelo,

   os cubre el mal con enojoso velo  5
la clara perfección de esa figura,
y adolece el primor en quien natura
su poder levantó con sumo vuelo.

   El temor de este mal, el sentimiento
que se debe al dolor que injustamente  10
fatiga el claro rostro y la memoria,

   bien podrá disculpar mi atrevimiento,
y callo lo demás que el alma siente,
dignos sujetos de inmortal memoria.




ArribaAbajo- XXIII -


ArribaAbajo   Si rota el asta del cruel tirano,
puesto por tierra el descreído pecho
que tuvo tantas veces en estrecho
el duro Capitán del Rey Cristiano,

   vuelves con paz la valerosa mano  5
de aquel gallardo Joven que ha deshecho
el enemigo campo y tiene hecho
tan temeroso el nombre de su hermano,

   por esta gran victoria, fiero Marte,
quiero ofrecerte aquel manchado toro  10
que entre el ganado viene allí el primero,

   y prometo en memoria consagrarte
aquesta hacha que en el asta de oro
lleve con sangre escrito: A Dios Guerrero.




ArribaAbajo- XXIV -


A lo mudable de una mujer


ArribaAbajo   ¿Ves la imposibilidad de la fortuna,
del animoso viento hoja ligera,
ves tierno junco en húmeda ribera
que obedece a las olas de una en una?

   ¿Ves en la tempestad más importuna  5
del orgulloso mar, veloz galera?
¿Ves en la celestial azul esfera
el vario bulto de la blanca luna?

   Pues ten por cierto que es fortuna estable,
la hoja al viento, el junco al agua fuertes,  10
innoble la galera al mar mudable,

   los bultos de la luna sosegados
sin crecer ni menguar de varias suertes,
si son contigo, Alcida, comparados.




ArribaAbajo- XXV -


ArribaAbajo   Vuelto Damón el rostro al Occidente,
de murta coronado y con helecho,
derrama en un altar que tiene hecho
la sangre de un galápago caliente.

   Revuelto un velo negro por la frente,  5
tiene en la mano un corazón deshecho
de un bermejo cabrón, y el pie derecho
cubierto con las tobas de una fuente.

   «¡Cual tengo el corazón en esta mano
de este viejo cabrón, así yo vea  10
deshecho el corazón de Galatea!»

   Esto dice y así lamenta en vano,
que no aprovechará por más que diga,
que es más que tigre hircana su enemiga.




ArribaAbajo- XXVI -


ArribaAbajo   Juntó naturaleza dos borricos,
Bras Açacau y Sancha la fregona,
él con la enfermedad de la pelona
y ella con un revés por los hocicos.

   Después de haber vivido de Zaticos  5
tuvieron bodegón, en Escalona,
con un loro casó, su hija Antona,
la cual parió dos frailes dominicos.

   El uno Bras y el otro Gil nombrados,
fueron entrambos hijos de la moza,  10
los cuales en creciendo juntos van

   al monasterio donde se han llamado
el uno fray Joan Suero de Mendoza
y el otro fray Fadrique de Guzmán.




ArribaAbajo- XXVII -


ArribaAbajo   Señora Alcida, no se entone tanto,
ni esté con su Phileno tan entera,
pues sabe que en la villa hay quien le quiera
y quien, si diere tres, dará tres tanto.

   Damas hay más de mil que en vivo llanto  5
se derriten por él como la cera,
sola V. M. es la primera
a quien no enterneció su dulce canto.

   Pues si no la enternecen sus reales,
su gracia, su donaire, su apostura,  10
sus ansias, sus congojas desiguales,

   sepa que dar en eso es gran locura
porque en cien mil galanes y amadores,
Phileno es el mejor de los mejores.




ArribaAbajo- XXVIII -


ArribaAbajo   Señora Alcida, si de su Phileno
se muestra tan contenta que desprecia
otros que el mundo mucho estima, y precia
lo más malo que tiene por muy bueno,

   bien sabe que él de sabio está ajeno  5
como V. M. de ser Lucrecia.
¿Quiere que se lo diga? a fe que es necio,
que se aquesto el lugar está muy lleno.

   Quisiera preguntarla, mas no quiero,
y, en fin, he de hacerle una pregunta:  10
¿a cuál estima más de aquestas cosas,

   su linaje, o sus gracias? Mas barrunta
el pueblo que lo causa su dinero,
que de este las mujeres son golosas.




ArribaAbajo- XXIX -


Soneto de Fileno


ArribaAbajo   En un hermoso llano estando un día
sus blancas ovejuelas repastando,
Tibea y Nise juntas altercando
del cuidado de amor y su porfía,

   Tibea suspirando le decía  5
con lágrimas la voz acompañando:
«Así nunca cual yo ¡ay triste! amando
te veas; me responde, amiga mía».

   «¿Cuál mal, qué pena o qué dolor se iguala
a la pasión de un corazón amante  10
cuya sencilla fe no es conocida?»

   Nise le respondió: «bella zagala
¿sabes cuál hay mayor?, de un inconstante
ánimo ser por otro aborrecida».




ArribaAbajo- XXX -


De Fileno a la que dio a besar sus manos


ArribaAbajo   Se escribe de Achilles el greciano,
de Peleo hijo fuerte y animoso,
en todas sus hazañas tan famoso,
cuanto en aquellas mismas inhumano.

   Que a Telepho con lanza y cruda muerte  5
dio tal herida y golpe peligroso,
que si no fue él, no fue otro poderoso
a hacerle de su mal que fuese sano.

   Así, señora, a mí me ha sucedido,
con esas manos vuestras cristalinas  10
de do salió el efecto de mi pena.

   Con ellas fue herido y socorrido,
dándoseme a besar manos divinas;
que dais mayor remedio a mayor pena.




ArribaAbajo- XXXI -


Soneto del dicho


ArribaAbajo   Tiernas, frescas, suaves, dulces flores
cogidas de la más hermosa rama
que jamás vido el sol, porque se inflama
todo el campo aspirando sus olores.

   Venid mostrando ya vuestros primores  5
al triste corazón que os ama y llama,
pues por vos el más alto albor desama
no al menos sino al más de los mejores.

   Venid flores al tiempo acostumbrado,
para mí no se vuelva primavera  10
el otoño sin flor, marchito, helado.

   Mas, flores, si venís, sea de manera
que en flores no se vaya el fruto amado,
pues sólo gozar de él esta alma espera.




ArribaAbajo- XXXII -


A las que preguntaron como podía amar sin dar muestras de ello


ArribaAbajo   No falta amor do no falta firmeza
ni es sólo muestras piense que consiste,
que él que sólo una ves de amor se viste,
su traje nunca olvida, ni riqueza.

   Bien podrás tener muestras de pobreza,  5
pero no perderás lo que quisiste,
alma, una vez, que pues obedeciste
su ley, no habrá en ti un punto de flaqueza.

   Mas si me preguntáis cómo en qué suerte
puedo tener amor y no mostrarlo,  10
que debe estar mi alma de él ajena,

   diré que aquél merece mayor muerte
que no sabe su mal disimularlo,
pues que fe no se alcanza con gran pena.




ArribaAbajo- XXXIII -


ArribaAbajo   Salió de un bosque en rastro de un venado
un fiero tigre, y mientras lo buscaba,
una pastora vio que acaso andaba
por la ribera a vista del ganado.

   Dejó la presa y fuese encarnizado  5
por donde vio que la pastora andaba,
mas, quedo estuvo y manso se tornaba
después de haberla un rato contemplado.

   Felino que de lejos visto había
aunque corriendo y sin ningún descanso  10
el caso extraño, así dijo el mezquino:

   Si un duro tigre dulce Amara mía
con sólo verte vuelves tierno y manso
¡cuál volverás al triste de Felino!




ArribaAbajo- XXXIV -


ArribaAbajo   Al tiempo que ya el sol está templado,
salió Belisa sola al campo un día,
más linda, más hermosa que solía
Diana al siglo parecer pasado.

   Por doquier que pisaba el verde prado,  5
por doquiera que sus ojos revolvía,
alegre todo luego parecía
con otro nuevo sol regocijado.

   Silvano, a quien amor diera la suerte
de morir por Belisa cotejando  10
con su tormento el milagroso hecho,

   con un ¡ay! que sacó del hondo pecho,
¡ay, dulces ojos!, dijo, que mirando
a todos dais la vida y a mí muerte.




ArribaAbajo- XXXV -


ArribaAbajo   Si en esta clara ausencia he de olvidarte,
olvídese la vida de quererme;
quiero, señora, amándote perderme,
mas no que piense Amor que he de dejarte.

   Bien conozco tu fuerza y bien la siente  5
mi vista que se abrasa en tus centellas,
mas no pueden llegar do suelen ellas
estar, que dentro está quien no consiente.

   Aquella ajena sangre corrompida
que al corazón por mismos ojos vino  10
cuajada en torno de él el paso impide

   que si hallarás tú libre el camino
llegarás por donde mi mal se anida
lo que el alma del cuerpo me divide.




ArribaAbajo- XXXVI -


Soneto a San Francisco


ArribaAbajo   A solas en un monte trasportado
está el gran capitán de los menores,
sintiendo y contemplando los dolores
del hijo de la virgen enclavado.

   Y vino un serafín muy denodado,  5
cubierto con sus alas de colores,
y le dio por consuelo mil favores,
dejándolo con ellos esmaltado.

   Y habiendo con ayuno muy prolijo
vencido las pasiones que sentía,  10
y siendo transformado en el amado,

   bajo con la señal del crucifijo,
en tablas esta imagen no traía
mas en sus pies y manos y costado.




ArribaAbajo- XXXVII -


Al evangelista San Juan


ArribaAbajo   Águila caudal que con gran vuelo
secretos muy secretos penetraste,
y tu cabeza santa reclinaste
en Cristo, en quien se inclina todo el cielo.

   ¡Ay de mí! ¡Con qué obras, con qué celo  5
tan preciosas gracias alcanzaste,
porque tus siervos puedan sin contraste
vivir lo que vivieren en el suelo!

   Tú, hijo de la virgen adoptivo,
tú, del tesoro grande tesorero,  10
tú, de los cronistas el más vivo,

   tú eras primo hermano del Cordero,
tú, quien mi corazón tiene cautivo,
tú, quien más que mi vida y alma quiero.




ArribaAbajo- XXXVIII -


Al Bautista


ArribaAbajo   Aquel que de Dios padre fue enviado,
aquel que fue antes santo que nacido,
aquel que de la Virgen fue servido,
aquel que del arcángel fue anunciado,

   aquel que fue de Cristo adelantado,  5
aquel que le mostró siendo vencido,
es el Bautista grande a quien rendido
está mi corazón y aficionado.

   ¡O, quien tuviera lengua muy subida
y tanto que a los cielos se subiera  10
para poder decir tan alta vida!

   Mas aunque tanta ciencia yo tuviera,
no fuera tu alabanza tan cumplida
ni tal cual la mereces y quisiera.




ArribaAbajo- XXXIX -


De sacramento


ArribaAbajo   ¿Do estás, cuerpo mortal? -Alma, ¿qué quieres?
Que vengas al convite. -¿Quien convida?
El mismo Dios. -¿Y a quién? -A quien su vida
quisiere eternizar y sus placeres.

   ¿Pues que tal es la mesa? -Cual tú fueres.  5
¿Y qué se come? -Dios es la comida,
y su preciosa sangre la bebida.
¿Y el gusto del manjar? -Cual tú quisieres.

   Pues alto, de ser convidado acuerdo.
Bien puedes, mas conviene que recuerdes  10
del sueño de tu grande desacuerdo,

   y que del alma suya más te acuerdes,
pues yo sé lo que pierdes si me pierdo,
y sabes lo que pierdo si te pierdes.




ArribaAbajo- XL -


Silvano


ArribaAbajo   Tendido al pie de un sauce en el arena,
en la dura raíz mal recostado,
sin memoria de sí ni del ganado,
los ojos en la luz que le da pena,

   oyendo querellar a Filomena,  5
estaba sin apero ni cayado,
el semblante en Lucela trastornado,
Silvano de pesar el alma llena.

   Con ronca voz que el lloro le había hecho
lamentaba con lágrimas su suerte,  10
juntando la cabeza la verde sauce.

   Hería con suspiros el su pecho,
al cielo suplicando que la muerte
le diese, pues la vida le desplace.




ArribaAbajo- XLI -


Fileno


ArribaAbajo   Debajo de un aliso recostado
confuso y pensativo está Fileno,
de lágrimas el rostro todo lleno,
llorando el bien que Amor le había quitado.

   Si Amor, dice, me puso en tal estado,  5
que aquella que escondida está en mi seno
se olvida de mi pena, ¿por qué peno
y muestro amargo rostro a mi ganado?

   ¿Por qué por quien se hace sorda y muda
me aflijo yo, pues veo que mi llanto  10
le alegra y entristece mi contento?

   Quiero mudar en risa el triste planto
que, en fin, Dios favorece a quien se muda
y es sólo aquél que muda pensamiento.




Arriba- XLII -


Fileno


Arriba   A Fileno vi estar llorando un día
sobre un papel en mil piezas cortado,
que su primer amor le había enviado
a una ninfa que más que a sí quería.

   Y según por sus quejas parecía,  5
casado se la había enviado,
roto el papel con quien el desdichado
tales palabras de dolor decía.

   Prenda y testigo de mi fe y ventura,
que no hay en verte roto hueso sano,  10
vámonos juntos a la sepultura

   sin gastar en querellas tiempo vano,
que así te rompió tu mano dura
a mí el alma y la fe, con dar la mano.




 
 
FIN DE LOS SONETOS DE JUAN DE ALMEIDA
 
 


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