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  -fol. 1r-  



ArribaAbajoCapítulo primero del Viaje del Parnaso


    Un quídam Caporal italïano,
de patria perusino, a lo que entiendo,
de ingenio griego y de valor romano,
    llevado de un capricho reverendo,
le vino en voluntad de ir a Parnaso,  5
por huir de la Corte el vario estruendo.
    Solo y a pie partióse, y paso a paso
llegó donde compró una mula antigua,
de color parda y tartamudo paso.
    Nunca a medroso pareció estantigua  10
mayor, ni menos buena para carga,
grande en los huesos y en la fuerza exigua,
    corta de vista, aunque de cola larga,
estrecha en los ijares, y en el cuero
más dura que lo son los de una adarga.  15
-fol. 1v-
    Era de ingenio cabalmente entero:
caía en cualquier cosa fácilmente,
así en abril como en el mes de enero.
    En fin, sobre ella el poetón valiente
llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo  20
agasajado con serena frente.
    Contó, cuando volvió el poeta solo
y sin blanca a su patria, lo que en vuelo
llevó la fama deste al otro polo.
    Yo, que siempre trabajo y me desvelo  25
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo,
    quisiera despachar a la estafeta
mi alma, o por los aires, y ponella
sobre las cumbres del nombrado Oeta,  30
    pues, descubriendo desde allí la bella
corriente de Aganipe, en un saltico
pudiera el labio remojar en ella,
    y quedar del licor süave y rico
el pancho lleno, y ser de allí adelante  35
poeta ilustre, o al menos magnifico.
    Mas mil inconvenientes al instante
se me ofrecieron, y quedó el deseo
en cierne, desvalido e ignorante.
-fol. 2r-
    Porque [en] la piedra que en mis hombros veo,  40
que la Fortuna me cargó pesada,
mis mal logradas esperanzas leo.
    Las muchas leguas de la gran jornada
se me representaron, que pudieran
torcer la voluntad aficionada,  45
    si en aquel mesmo istante no acudieran
los humos de la fama a socorrerme,
y corto y fácil el camino hicieran.
    Dije entre mí: «si yo viniese a verme
en la difícil cumbre deste monte,  50
y una guirnalda de laurel ponerme,
    no envidiaría el bien decir de Aponte,
ni del muerto Galarza la agudeza,
en manos blando, en lengua Rodomonte».
    Mas, como de un error otro se empieza,  55
creyendo a mi deseo, di al camino
los pies, porque di al viento la cabeza.
   En fin, sobre las ancas del Destino,
llevando a la Elección puesta en la silla,
hacer el gran vïaje determino.  60
    Si esta cabalgadura maravilla,
sepa el que no lo sabe que se usa
por todo el mundo, no sólo en Castilla.
-fol. 2v-
    Ninguno tiene o puede dar escusa
de no oprimir desta gran bestia el lomo,  65
ni mortal caminante lo rehúsa.
    Suele tal vez ser tan ligera como
va por el aire el águila o saeta,
y tal vez anda con los pies de plomo.
    Pero, para la carga de un poeta,  70
siempre ligera, cualquier bestia puede
llevarla, pues carece de maleta;
    que es caso ya infalible que, aunque herede
riquezas un poeta, en poder suyo
no aumentarlas, perderlas le sucede.  75
    Desta verdad ser la ocasión arguyo
que tú, ¡oh gran padre Apolo!, les infundes
en sus intentos el intento tuyo.
    Y, como no le mezclas ni confundes
en cosas de agibílibus rateras,  80
ni en el mar de ganancia vil le hundes,
   ellos, o traten burlas o sean veras,
sin aspirar a la ganancia en cosa,
sobre el convexo van de las esferas,
    pintando en la palestra rigurosa  85
las acciones de Marte, o entre las flores
las de Venus, más blanda y amorosa.
-fol. 3r-
    Llorando guerras o cantando amores,
la vida como en sueño se les pasa,
o como suele el tiempo a jugadores.  90
   Son hechos los poetas de una masa
dulce, süave, correosa y tierna,
y amiga del hogar de ajena casa.
    El poeta más cuerdo se gobierna
por su antojo baldío y regalado,  95
de trazas lleno y de ignorancia eterna.
    Absorto en sus quimeras, y admirado
de sus mismas acciones, no procura
llegar a rico como a honroso estado.
    Vayan, pues, los leyentes con letura,  100
cual dice el vulgo mal limado y bronco,
que yo soy un poeta desta hechura:
    cisne en las canas, y en la voz un ronco
y negro cuervo, sin que el tiempo pueda
desbastar de mi ingenio el duro tronco;  105
    y que en la cumbre de la varia rueda
jamás me pude ver sólo un momento,
pues cuando subir quiero, se está queda.
    Pero, por ver si un alto pensamiento
se puede prometer feliz suceso,  110
seguí el viaje a paso tardo y lento.
-fol. 3v-
    Un candeal con ocho mis de queso
fue en mis alforjas mi repostería,
útil al que camina y leve peso.
    «Adiós», dije a la humilde choza mía;  115
«adiós, Madrid; adiós tu Prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía;
    adiós, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso
y a dos mil desvalidos pretendientes;  120
    adiós, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter fogoso;
    adiós, teatros públicos, honrados
por la ignorancia que ensalzada veo  125
en cien mil disparates recitados;
   adiós, de San Felipe el gran paseo,
donde si baja o sube el turco galgo,
como en gaceta de Venecia leo;
    adiós, hambre sotil de algún hidalgo,  130
que por no verme ante tus puertas muerto,
hoy de mi patria y de mí mismo salgo».
    Con esto, poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto;  135
-fol. 4r-
    a cuyo claro y sin igual renombre
se postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha navegado el hombre.
    Arrojóse mi vista a la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria  140
del heroico don Juan la heroica hazaña;
    donde con alta de soldados gloria,
y con propio valor y airado pecho
tuve, aunque humilde, parte en la vitoria.
    Allí, con rabia y con mortal despecho,  145
el otomano orgullo vio su brío
hollado y reducido a pobre estrecho.
    Lleno, pues, de esperanzas y vacío
de temor, busqué luego una fragata
que efetuase el alto intento mío,  150
    cuando por la, aunque azul, líquida plata
vi venir un bajel a vela y remo,
que tomar tierra en el gran puerto trata.
    Del más gallardo y más vistoso estremo
de cuantos las espaldas de Neptuno  155
oprimieron jamás, ni más supremo,
    cual éste, nunca vio bajel alguno
el mar, ni pudo verse en el armada
que destruyó la vengativa Juno;
-fol. 4v-
    no fue del vellocino a la jornada  160
Argos tan bien compuesta y tan pomposa,
ni de tantas riquezas adornada.
    Cuando entraba en el puerto, la hermosa
Aurora por las puertas del Oriente
salía en trenza blanda y amorosa.  165
    Oyóse un estampido de repente,
haciendo salva la real galera,
que despertó y alborotó la gente.
    El son de los clarines la ribera
llenaba de dulcísima armonía,  170
y el de la chusma alegre y placentera.
    Entrábanse las horas por el día,
a cuya luz, con distinción más clara,
se vio del gran bajel la bizarría.
    Áncoras echa, y en el puerto para,  175
y arroja un ancho esquife al mar tranquilo
con música, con grita y algazara.
    Usan los marineros de su estilo:
cubren la popa con tapetes tales,
que es oro y sirgo de su trama el hilo.  180
    Tocan de la ribera los umbrales;
sale del rico esquife un caballero
en hombros de otros cuatro principales,
-fol. 5r-
    en cuyo traje y ademán severo
vi de Mercurio al vivo la figura,  185
de los fingidos dioses mensajero;
    en el gallardo talle y compostura,
en los alados pies, y el caduceo,
símbolo de prudencia y de cordura,
    digo que al mismo paraninfo veo,  190
que trujo mentirosas embajadas
a la tierra del alto Coliseo.
    Vile, y apenas puso las aladas
plantas en las arenas, venturosas
por verse de divinos pies tocadas,  195
    cuando yo, revolviendo cien mil cosas
en la imaginación, llegué a postrarme
ante las plantas por adorno hermosas.
    Mandóme el dios parlero luego alzarme,
y, con medidos versos y sonantes,  200
desta manera comenzó a hablarme:
    «¡Oh Adán de los poetas, oh Cervantes!
¿Qué alforjas y qué traje es éste, amigo,
que así muestra discursos ignorantes?»
    Yo, respondiendo a su demanda, digo:  205
«Señor: voy al Parnaso, y, como pobre,
con este aliño mi jornada sigo».
-fol. 5v-
    Y él a mí dijo: «¡Oh sobrehumano y sobre
espíritu cilenio levantado,
toda abundancia y todo honor te sobre!  210
    Que, en fin, has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso, cual lo muestra
la mano de que estás estropeado.
    Bien sé que en la naval dura palestra
perdiste el movimiento de la mano  215
izquierda, para gloria de la diestra;
    y sé que aquel instinto sobrehumano
que de raro inventor tu pecho encierra
no te le ha dado el padre Apolo en vano.
    Tus obras los rincones de la tierra,  220
llevándola[s] en grupa Rocinante,
descubren y a la envidia mueven guerra.
    Pasa, raro inventor, pasa adelante
con tu sotil disinio, y presta ayuda
a Apolo, que la tuya es importante,  225
    antes que el escuadrón vulgar acuda
de más de veinte mil sietemesinos
poetas que de serlo están en duda.
    Llenas van ya las sendas y caminos
desta canalla inútil contra el monte,  230
que aun de estar a su sombra no son dignos.
-fol. 6r-
    Ármate de tus versos luego, y ponte
a punto de seguir este vïaje
conmigo, y a la gran obra dispónte;
    conmigo, segurísimo pasaje  235
tendrás, sin que te empaches, ni procures
lo que suelen llamar matalotaje;
    y, porque esta verdad que digo apures,
entra conmigo en mi galera y mira
cosas con que te asombres y asegures».  240
    Yo, aunque pensé que todo era mentira,
entré con él en la galera hermosa
y vi lo que pensar en ello admira:
    de la quilla a la gavia, ¡oh estraña cosa!,
toda de versos era fabricada,  245
sin que se entremetiese alguna prosa;
    las ballesteras eran de ensalada
de glosas, todas hechas a la boda
de la que se llamó malmaridada;
    era la chusma de romances toda,  250
gente atrevida, empero necesaria,
pues a todas acciones se acomoda;
    la popa, de materia estraordinaria,
bastarda, y de legítimos sonetos,
de labor peregrina en todo y varia;  255
-fol. 6v-
    eran dos valentísimos tercetos
los espalderes de la izquierda y diestra,
para dar boga larga muy perfectos;
    hecha ser la crujía se me muestra
de una luenga y tristísima elegía,  260
que no en cantar sino en llorar es diestra
    (por ésta entiendo yo que se diría
lo que suele decirse a un desdichado
cuando lo pasa mal: «pasó crujía»);
    el árbol, hasta el cielo levantado,  265
de una dura canción prolija estaba
de canto de seis dedos embreado;
    él y la entena que por él cruzaba,
de duros estrambotes la madera
de que eran hechos claro se mostraba;  270
   la racamenta, que es siempre parlera,
toda la componían redondillas,
con que ella se mostraba más ligera;
    las jarcias parecían seguidillas
de disparates mil y más compuestas,  275
que suelen en el alma hacer cosquillas;
    las rumbadas, fortísimas y honestas
estancias eran, tablas poderosas
que llevan un poema y otro a cuestas.
-fol. 7r-
    Era cosa de ver las bulliciosas  280
banderillas que al aire tremolaban,
de varias rimas algo licenciosas;
    los grumetes, que aquí y allí cruzaban,
de encadenados versos parecían,
puesto que como libres trabajaban.  285
    Todas las obras muertas componían
o versos sueltos, o sestinas graves,
que a la galera más gallarda hacían.
    En fin, con modos blandos y süaves,
viendo Mercurio que yo visto había  290
el bajel, que es razón, lector, que alabes,
    junto a sí me sentó, y su voz envía
a mis oídos en razones claras
y llenas de suavísima armonía,
    diciendo: «Entre las cosas que son raras  295
y nuevas en el mundo y peregrinas,
verás, si en ello adviertes y reparas,
    que es una este bajel de las más dignas
de admiración, que llegue a ser espanto
a naciones remotas y vecinas.  300
    No le formaron máquinas de encanto,
sino el ingenio del divino Apolo,
que puede, quiere y llega y sube a tanto.
-fol. 7v-
    Formóle, ¡oh nuevo caso!, para sólo
que yo llevase en él cuantos poetas  305
hay desde el claro Tajo hasta Pactolo.
    De Malta el gran maestre, a quien secretas
espías dan aviso que en Oriente
se aperciben las bárbaras saetas,
    teme, y envía a convocar la gente  310
que sella con la blanca cruz el pecho,
porque en su fuerza su valor se aumente;
    a cuya imitación, Apolo ha hecho
que los famosos vates al Parnaso
acudan, que está puesto en duro estrecho.  315
    Yo, condolido del doliente caso,
en el ligero casco, ya instrüido
de lo que he de hacer, aguijo el paso:
    de Italia las riberas he barrido;
he visto las de Francia y no tocado,  320
por venir sólo a España dirigido.
    Aquí, con dulce y con felice agrado,
hará fin mi camino, a lo que creo,
y seré fácilmente despachado.
    Tú, aunque en tus canas tu pereza veo,  325
serás el paraninfo de mi asumpto
y el solicitador de mi deseo.
-fol. 8r-
    Parte, y no te detengas sólo un punto,
y a los que en esta lista van escritos
dirás de Apolo cuanto aquí yo apunto».  330
    Sacó un papel, y en él casi infinitos
nombres vi de poetas, en que había
yangüeses, vizcaínos y coritos.
    Allí famosos vi de Andalucía,
y entre los castellanos vi unos hombres  335
en quien vive de asiento la poesía.
    Dijo Mercurio: «Quiero que me nombres
desta turba gentil, pues tú lo sabes,
la alteza de su ingenio, con los nombres».
    Yo respondí: «De los que son más graves  340
diré lo que supiere, por moverte
a que ante Apolo su valor alabes».
Él escuchó. Yo dije desta suerte.



ArribaAbajoDel Viaje del Parnaso, capítulo segundo


    Colgado estaba de mi antigua boca
el dios hablante, pero entonces mudo
(que al que escucha, el guardar silencio toca),
-fol. 8v-
    cuando di de improviso un estornudo,
y, haciendo cruces por el mal agüero,  5
del gran Mercurio al mandamiento acudo.
    Miré la lista, y vi que era el primero
el licenciado JUAN DE OCHOA, amigo
por poeta y cristiano verdadero;
    deste varón en su alabanza digo  10
que puede acelerar y dar la muerte
con su claro discurso al enemigo,
    y que si no se aparta y se divierte
su ingenio en la gramática española,
será de Apolo sin igual la suerte;  15
    pues de su poesía, al mundo sola,
puede esperar poner el pie en la cumbre
de la incostante rueda o varia bola.
    Éste que de los cómicos es lumbre,
que el licenciado POYO es su apellido,  20
no hay nube que a su sol claro deslumbre;
    pero, como está siempre entretenido
en trazas, en quimeras e invenciones,
no ha de acudir a este marcial rüido.
    Éste que en lista por tercero pones,  25
que HIPÓLITO se llama DE VERGARA,
si llevarle al Parnaso te dispones,
-fol. 9r-
    haz cuenta que en él llevas una jara,
una saeta, un arcabuz, un rayo
que contra la ignorancia se dispara.  30
    Éste que tiene como mes de mayo
florido ingenio, y que comienza ahora
a hacer de sus comedias nuevo ensayo,
    GODÍNEZ es. Y estotro que enamora
las almas con sus versos regalados,  35
cuando de amor ternezas canta o llora,
    es uno que valdrá por mil soldados
cuando a la estraña y nunca vista empresa
fueren los escogidos y llamados;
    digo que es don FRANCISCO, el que profesa  40
las armas y las letras con tal nombre,
que por su igual Apolo le confiesa;
    es DE CALATAYUD su sobrenombre;
con esto queda dicho todo cuanto
puedo decir con que a la invidia asombre.  45
    Éste que sigue es un poeta santo,
digo famoso: MIGUEL CID se llama,
que al coro de las Musas pone espanto.
    Estotro que sus versos encarama
sobre los mismos hombros de Calisto,  50
tan celebrado siempre de la fama,
-fol. 9v-
    es aquel agradable, aquel bienquisto,
aquel agudo, aquel sonoro y grave
sobre cuantos poetas Febo ha visto;
    aquel que tiene de escribir la llave  55
con gracia y agudeza en tanto estremo,
que su igual en el orbe no se sabe:
    es don LUIS DE GÓNGORA, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanzas,
aunque las suba al grado más supremo.  60
    ¡Oh tú, divino espíritu, que alcanzas
ya el premio merecido a tus deseos
y a tus bien colocadas esperanzas;
    ya en nuevos y justísimos empleos,
divino HERRERA, tu caudal se aplica,  65
aspirando del cielo a los trofeos!
    Ya de tu hermosa Luz, y clara, y rica,
el bello resplandor miras seguro,
en la que [el] alma tuya beatifica;
    y, arrimada tu yedra al fuerte muro  70
de la inmortalidad, no estimas cuanto
mora en las sombras deste mundo escuro.
    Y tú, don JUAN DE JÁURIGUI, que a tanto
el sabio curso de tu pluma aspira,
que sobre las esferas le levanto,  75
-fol. 10r-
    aunque Lucano por tu voz respira,
déjale un rato y, con piadosos ojos,
a la necesidad de Apolo mira;
    que te están esperando mil despojos
de otros mil atrevidos, que procuran  80
fértiles campos ser, siendo rastrojos.
    Y tú, por quien las Musas aseguran
su partido, don FÉLIX ARIAS, siente
que por su gentileza te conjuran
    y ruegan que defiendas desta gente  85
non sancta su hermosura, y de Aganipe
y de Hipocrene la inmortal corriente.
    ¿Consentirás tú, a dicha, participe
del licor suavísimo un poeta
que al hacer de sus versos sude y hipe?  90
    No lo consentirás, pues tu discreta
vena, abundante y rica, no permite
cosa que sombra tenga de imperfecta.
    «Señor, éste que aquí viene se quite»,
dije a Mercurio, «que es un chacho necio  95
que juega, y es de sátiras su envite.
    Éste sí que podrás tener en precio,
que es ALONSO DE SALAS BARBADILLO,
a quien me inclino y sin medida aprecio.
-fol. 10v-
    Éste que viene aquí, si he de decillo,  100
no hay para qué le embarques; y así, puedes
borrarle». Dijo el dios: «Gusto de oíllo».
    «Es un cierto rapaz, que a Ganimedes
quiere imitar, vistiéndose a lo godo;
y así, aconsejo que sin él te quedes.  105
    No lo harás con éste dese modo,
que es el gran LUIS CABRERA, que, pequeño,
todo lo alcanza, pues lo sabe todo;
    es de la historia conocido dueño,
y en discursos discretos tan discreto,  110
que a Tácito verás si te le enseño.
    Éste que viene es un galán sujeto
de la varia fortuna a los vaivenes
y del mudable tiempo al duro aprieto:
    un tiempo rico de caducos bienes,  115
y ahora de los firmes e inmudables
más rico, a tu mandar firme le tienes;
    pueden los altos riscos siempre estables
ser tocados del mar, mas no movidos
de sus ondas en cursos varïables;  120
    ni menos a la tierra trae rendidos
los altos cedros Bóreas, cuando, airado,
quiere humillar los más fortalecidos.
-fol. 11r-
    Y éste que vivo ejemplo nos ha dado
desta verdad con tal filosofía,  125
don LORENZO RAMÍREZ es DE PRADO.
    Déste que se le sigue aquí diría
que es don ANTONIO DE MONROY, que veo
en él lo que es ingenio y cortesía;
    satisfación al más alto deseo  130
puede dar de valor heroico y ciencia,
pues mil descubro en él y otras mil creo.
    Éste es un caballero de presencia
agradable y que tiene de Torcato
el alma sin alguna diferencia;  135
    de don ANTONIO DE PAREDES trato,
a quien dieron las Musas, sus amigas,
en tierna edad anciano ingenio y trato.
    Éste que por llevarle te fatigas,
es don ANTONIO DE MENDOZA, y veo  140
cuánto en llevarle al sacro Apolo obligas.
    Éste que de las Musas es recreo,
la gracia y el donaire y la cordura,
que de la discreción lleva el trofeo,
    es PEDRO DE MORALES, propria hechura  145
del gusto cortesano, y es asilo
adonde se repara mi ventura.
-fol. 11v-
    Éste, aunque tiene parte de Zoílo,
es el grande ESPINEL, que en la guitarra
tiene la prima y en el raro estilo.  150
    Éste que tanto allá tira la barra
que las cumbres se deja atrás de Pindo,
que jura, que vocea y que desgarra,
    tiene más de poeta que de lindo,
y es JUSEPE DE VARGAS, cuyo astuto  155
ingenio y rara condición deslindo.
    Éste, a quien pueden dar justo tributo
la gala y el ingenio que más pueda
ofrecer a las Musas flor y fruto,
    es el famoso ANDRÉS DE BALMASEDA,  160
de cuyo grave y dulce entendimiento
el magno Apolo satisfecho queda.
    Éste es ENCISO, gloria y ornamento
del Tajo, y claro honor de Manzanares,
que con tal hijo aumenta su contento.  165
    Éste, que es escogido entre millares,
de GUEVARA LUIS VÉLEZ es el bravo,
que se puede llamar quitapesares;
    es poeta gigante, en quien alabo
el verso numeroso, el peregrino  170
ingenio, si un Gnatón nos pinta, o un Davo.
-fol. 12r-
    Éste es don JUAN DE ESPAÑA, que es más digno
de alabanzas divinas que de humanas,
pues en todos sus versos es divino.
    Éste, por quien de Luso están ufanas  175
las Musas, es SILVEIRA, aquel famoso
que por llevarle con razón te afanas.
    Éste que se le sigue es el curioso
gran don PEDRO DE HERRERA, conocido
por de ingenio elevado en punto honroso.  180
    Éste que de la cárcel del olvido
sacó otra vez a Proserpina hermosa,
con que a España y al Dauro ha enriquecido,
    verásle, en la contienda rigurosa
que se teme y se espera en nuestros días  185
(culpa de nuestra edad poco dichosa),
    mostrar de su valor las lozanías;
pero ¿qué mucho, si es aquéste el docto
y grave don FRANCISCO DE FARÍAS?
    Éste, de quien yo fui siempre devoto,  190
oráculo y Apolo de Granada,
y aun deste clima nuestro y del remoto,
    PEDRO RODRÍGUEZ es. Éste es TEJADA,
de altitonantes versos y sonoros,
con majestad en todo levantada.  195
-fol. 12v-
    Éste que brota versos por los poros
y halla patria y amigos dondequiera,
y tiene en los ajenos sus tesoros,
    es MEDINILLA, el que la vez primera
cantó el Romance de la tumba escura,  200
entre cipreses puestos en hilera.
    Éste que en verdes años se apresura
y corre al sacro lauro, es don FERNANDO
BERMÚDEZ, donde vive la cordura.
    Éste es aquel poeta memorando  205
que mostró de su ingenio la agudeza,
en las selvas de Erífile cantando.
    Éste que la coluna nueva empieza,
con estos dos que con su ser convienen,
nombrarlos aun lo tengo por bajeza.  210
    MIGUEL CEJUDO y MIGUEL SÁNCHEZ vienen
juntos aquí, ¡oh par sin par!; en éstos
las sacras Musas fuerte amparo tienen;
    que en los pies de sus versos bien compuestos,
llenos de erudición rara y dotrina,  215
al ir al grave caso serán prestos.
    Este gran caballero, que se inclina
a la lección de los poetas buenos,
y al sacro monte con su luz camina,
-fol. 13r-
    don FRANCISCO DE SILVA es por lo menos;  220
¿qué será por lo más? ¡Oh edad madura
en verdes años de cordura llenos!
    Don GABRIEL GÓMEZ viene aquí; segura
tiene con él Apolo la vitoria
de la canalla siempre necia y dura.  225
    Para honor de su ingenio, para gloria
de su florida edad, para que admire
siempre de siglo en siglo su memoria,
    en este gran sujeto se retire
y abrevie la esperanza deste hecho,  230
y Febo al gran VALDÉS atento mire.
    Verá en él un gallardo y sabio pecho,
un ingenio sutil y levantado,
con que le deje en todo satisfecho.
    FIGUEROA es estotro, el doctorado,  235
que cantó de Amarili la costancia
en dulce prosa y verso regalado.
    Cuatro vienen aquí en poca distancia,
con mayúsculas letras de oro escritos,
que son del alto asumpto la importancia;  240
    de tales cuatro, siglos infinitos
durará la memoria, sustentada
en la alta gravedad de sus escritos;
-fol. 13v-
    del claro Apolo la real morada,
si viniere a caer de su grandeza,  245
será por estos cuatro levantada;
    en ellos nos cifró Naturaleza
el todo de las partes, que son dignas
de gozar celsitud, que es más que alteza.
    Esta verdad, gran CONDE DE SALINAS,  250
bien la acreditas con tus raras obras,
que en los términos tocan de divinas.
    Tú, el de ESQUILACHE PRÍNCIPE, que cobras
de día en día crédito tamaño,
que te adelantas a ti mismo y sobras,  255
    serás escudo fuerte al grave daño
que teme Apolo, con ventajas tantas,
que no te espere el escuadrón tacaño.
    Tú, CONDE DE SALDAÑA, que con plantas
tiernas pisas de Pindo la alta cumbre,  260
y en alas de tu ingenio te levantas,
    hacha has de ser de inestinguible lumbre,
que guíe al sacro monte al deseoso
de verse en él, sin que la luz deslumbre.
    Tú, el de VILLAMEDIANA, el más famoso  265
de cuantos entre griegos y latinos
alcanzaron el lauro venturoso,
-fol. 14r-
    cruzarás por las sendas y caminos
que al monte guían, porque más seguros
lleguen a él los simples peregrinos;  270
    a cuya vista destos cuatro muros
de Parnaso, caerán las arrogancias
de los mancebos, sobre necios, duros.
    ¡Oh cuántas y cuán graves circustancias
dijera destos cuatro, que felices  275
aseguran de Apolo las ganancias!
    Y más, si se les llega el DE ALCAÑICES
MARQUÉS insigne, harán (puesto que hay una
en el mundo no más) cinco fenices;
    cada cual de por sí será coluna  280
que sustente y levante el idificio
de Febo sobre el cerco de la luna.
    Éste, puesto que acude al grave oficio
en que se ocupa, el lauro [y] palma lleva,
que Apolo da por honra y beneficio;  285
    en esta ciencia es maravilla nueva,
y en la jurispericia único y raro:
su nombre es don FRANCISCO DE LA CUEVA.
    Éste, que con Homero le comparo,
es el gran don RODRIGO DE HERRERA,  290
insigne en letras y en virtudes raro.
-fol. 14v-
    Éste que se le sigue es el DE VERA
DON JUAN, que por su espada y por su pluma
le honran en la quinta y cuarta esfera.
    Éste que el cuerpo y aun el alma bruma  295
de mil, aunque no muestra ser cristiano,
sus escritos el tiempo no consuma».
    Cayóseme la lista de la mano
en este punto, y dijo el dios: «Con éstos
que has referido está el negocio llano.  300
    Haz que con pies y pensamientos prestos
vengan aquí, donde aguardando quedo
la fuerza de tan válidos supuestos».
    «Mal podrá don FRANCISCO DE QUEVEDO
venir», dije yo entonces; y él me dijo:  305
«Pues partirme sin él de aquí no puedo.
    Ése es hijo de Apolo, ése es hijo
de Calíope Musa; no podemos
irnos sin él, y en esto estaré fijo;
    es el flagelo de poetas memos,  310
y echará a puntillazos del Parnaso
los malos que esperamos y tenemos».
    «¡Oh señor», repliqué, «que tiene el paso
corto y no llegará en un siglo entero!»
«Deso», dijo Mercurio, «no hago caso,  315
-fol. 15r-
    que el poeta que fuere caballero,
sobre una nube entre pardilla y clara
vendrá muy a su gusto caballero».
    «Y el que no», pregunté, «¿qué le prepara
Apolo? ¿Qué carrozas, o qué nubes?  320
¿Qué dromerio, o alfana en paso rara?»
    «Mucho», me respondió, «mucho te subes
en tus preguntas; calla y obedece».
«Sí haré, pues no es infando lo que jubes».
    Esto le respondí, y él me parece  325
que se turbó algún tanto; y en un punto
el mar se turba, el viento sopla y crece.
    Mi rostro entonces, como el de un difunto
se debió de poner; y sí haría,
que soy medroso, a lo que yo barrunto.  330
    Vi la noche mezclarse con el día;
las arenas del hondo mar alzarse
a la región del aire, entonces fría.
    Todos los elementos vi turbarse:
la tierra, el agua, el aire, y aun el fuego  335
vi entre rompidas nubes azorarse.
    Y, en medio deste gran desasosiego,
llovían nubes de poetas llenas
sobre el bajel, que se anegara luego,
-fol. 15v-
    si no acudieran más de mil sirenas  340
a dar de azotes a la gran borrasca,
que hacía el saltarel por las entenas.
    Una, que ser pensé Juana la Chasca,
de dilatado vientre y luengo cuello,
pintiparado a aquel de la tarasca,  345
    se llegó a mí, y me dijo: «De un cabello
deste bajel estaba la esperanza
colgada, a no venir a socorrello.
    Traemos, y no es burla, a la Bonanza,
que estaba descuidada oyendo atenta  350
los discursos de un cierto Sancho Panza».
    En esto, sosegóse la tormenta,
volvió tranquilo el mar, serenó el cielo,
que al regañón el céfiro le ahuyenta.
    Volví la vista, y vi en ligero vuelo  355
una nube romper el aire claro,
de la color del condensado yelo.
    ¡Oh maravilla nueva! ¡Oh caso raro!
Vilo, y he de decillo, aunque se dude
del hecho que por brújula declaro.  360
    Lo que yo pude ver, lo que yo pude
notar fue que la nube, dividida
en dos mitades, a llover acude.
-fol. 16r-
    Quien ha visto la tierra prevenida
con tal disposición que, cuando llueve  365
(cosa ya averiguada y conocida),
    de cada gota en un instante breve
del polvo se levanta o sapo o rana,
que a saltos o despacio el paso mueve,
    tal se imagine ver, ¡oh soberana  370
virtud!, de cada gota de la nube
saltar un bulto, aunque con forma humana.
    Por no creer esta verdad estuve
mil veces; pero vila con la vista,
que entonces clara y sin legañas tuve.  375
    Eran aquestos bultos de la lista
pasada los poetas referidos,
a cuya fuerza no hay quien la resista.
    Unos por hombres buenos conocidos,
otros de rumbo y hampo, y Dios es Cristo,  380
poquitos bien y muchos mal vestidos.
    Entre ellos parecióme de haber visto
a don ANTONIO DE GALARZA el bravo,
gentilhombre de Apolo y muy bienquisto.
    El bajel se llenó de cabo a cabo,  385
y su capacidad a nadie niega
copioso asiento, que es lo más que alabo.
-fol. 16v-
    Llovió otra nube al gran LOPE DE VEGA,
poeta insigne, a cuyo verso o prosa
ninguno le aventaja, ni aun le llega.  390
    Era cosa de ver maravillosa
de los poetas la apretada enjambre,
en recitar sus versos muy melosa:
    éste muerto de sed, aquél de hambre.
Yo dije, viendo tantos, con voz alta:  395
«¡Cuerpo de mí con tanta poetambre!»
    Por tantas sobras conoció una falta
Mercurio, y, acudiendo a remedialla,
ligero en la mitad del bajel salta;
    y con una zaranda que allí halla,  400
no sé si antigua o si de nuevo hecha,
zarandó mil poetas de gramalla.
    Los de capa y espada no desecha,
y déstos zarandó dos mil y tantos;
que fue de guilla entonces la cosecha:  405
    colábanse los buenos y los santos,
y quedábanse arriba los granzones,
más duros en sus versos que los cantos;
    y, sin que les valiesen las razones
que en su disculpa daban, daba luego  410
Mercurio al mar con ellos a montones.
-fol. 7r [17r]-
    Entre los arrojados, se oyó un ciego,
que murmurando entre las ondas iba
de Apolo con un pésete y reniego.
    Un sastre, aunque en sus pies flojos estriba,  415
abriendo con los brazos el camino,
dijo: «¡Sucio es Apolo, así yo viva!»
    Otro, que al parecer iba mohíno,
con ser un zapatero de obra prima,
dijo dos mil, no un solo desatino.  420
    Trabaja un tundidor, suda y se anima
por verse a la ribera conducido,
que más la vida que la honra estima.
    El escuadrón nadante, reducido
a la marina, vuelve a la galera  425
el rostro, con señales de ofendido;
    y [u]no por todos dijo: «Bien pudiera
ese chocante embajador de Febo
tratarnos bien, y no desta manera.
    Mas oigan lo que digo: yo me atrevo  430
a profanar del monte la grandeza
con libros nuevos y en estilo nuevo».
    Calló Mercurio, y a poner empieza
con gran curiosidad seis camarines,
dando a la gracia ilustre rancho y pieza.  435
-fol. 7v [17v]-
    De nuevo resonaron los clarines;
y así, Mercurio, lleno de contento,
sin darle mal agüero los delfines,
remos al agua dio, velas al viento.