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ArribaAbajo«Baladas y Cantares» (1867)


Primera parte

Baladas





Introducción


Yo no canto por ceñir
a mi humilde frente lauros:
canto, porque el trovador
no vive sino cantando.

Antes, triste, derramaba
de mis ojos crudo llanto,
para calmar los dolores
del corazón solitario...

Canté, y en aquel instante
todas mis penas cesaron;
desde entonces soy feliz,
y ya solo dichas hallo.

Y con una misma lira
placer y dolores canto;
que ella es la lira del alma,
lira que tanto idolatro.




I


En su boca de nácar y de perlas
puso la niña dos hermosas flores,
sin ver que los claveles de sus labios
eran mejores.

Para adornar su virginal cabeza
un pensamiento puso en sus cabellos,
sin ver que los que había allí en su mente
eran más bellos.

Y hoy coloca feliz sobre su pecho
una rosa que el cáliz entreabría,
sin mirar que otra flor de amor perece...
¡el alma mía!




II


-¡Qué destellos tan puros
tiene la luna!
-Madre, no digáis eso,
¡si es tan oscura!
-Oscura... ¡calla!
-Paréceme muy triste
su luz tan pálida.

-¿Por qué no gozas, niña,
cuál todos gozan?
¿No ves la blanca luna
ya más hermosa?
-No, que contemplo
más oscura la lumbre
de sus destellos.

-¡Mueres, y aún tienes risas
en tu semblante!...
-Madre ¿no he de reírme?...
¡si soy un ángel!...
Veo la luna;
más su luz otros mundos
llena y alumbra.




III


Brisa ligera que las flores mece,
aura flotante que en las ondas juega,
céfiro leve que el jardín recorre
robando aromas y vertiendo perlas...
Eso es la primer risa que el infante
en sus mejillas y en sus labios muestra.

Torrente asolador que va talando
las flores de la hermosa primavera,
densa nube que oculta con sus sombras
del refulgente sol la lumbre bella...
Eso es del corazón el triste llanto
que nuestras dulces ilusiones lleva.




IV


Decidme, del hombre
¿do se halla el placer?...
Yo do quiera corrí tras sus huellas,
y nunca le hallé.

Con blanca aureola
volaba ante mí,
y, cuál nube que el viento arrebata,
perderse le vi...

¿Por qué el alma anhela
seguirle veloz?...
¡Ay, por qué, si un acento le dice
que es solo ilusión!



V


Las flores que me diste
se van, niña, secando,
y al ver como sus hojas palidecen
¡ay! tanto lloro, tanto...
que otra vez resucitan
de mis lágrimas tristes al contacto.




VI


-Responde, niño: ¿por qué te afliges?
¿Por qué tu llanto miro correr
por tus mejillas, hoy que la aurora
de los amores naciente ves?

-Esta mañana salí del valle,
de amor en busca: no le encontré;
pero ¡ay! en cambio, hirió mi alma
mirada ardiente de una mujer.

-¿Hirió tu alma? -Sí; no lo dudes.
-¡Amor sería! -Yo no lo sé;
mas, cual saeta, va penetrando,
y triste sufro más cada vez.

-El amor era; niño, no llores:
ha mucho tiempo me hirió también.
-¡Ay desgraciado, siempre creía
que amor brindaba sólo placer!




VII


-Madre, he plantado un rosal
en el jardín de mi huerto:
¡si vierais que florecillas
han nacido en poco tiempo!...
-Así irán las ilusiones
en tu corazón creciendo.

-Madre, mi pobre rosal
está desgarrando el viento...
¡Ay! las flores se deshojan...
¡Pobres flores de mi huerto!...
-Así irán las ilusiones
en tu corazón muriendo.




VIII


Azul es tu vestido,
y azules son tus ojos;
azul es tu gracioso pañizuelo,
y azul la nube que te ciñe en torno.

Yo al contemplarte digo,
con tus encantos loco:
-¡Ay, cuándo será el día en que a ese cielo,
pueda llegar gozoso!




IX


Como leves suspiros
que exhala un pecho,
así mis ilusiones
fueron muriendo...
Cual nubes vanas
que perfilan la pura
fresca mañana.

Como límpido arroyo
que en la pradera
esparciendo frescura
va por do quiera,
así mi vida,
bella, alegre y gozosa,
resbaló un día.

Mas aún vive en mi pecho
rosa lozana;
es la flor venturosa
de la esperanza...
¡Vive, flor bella;
que si te marchitaras
yo pereciera!




X


¿Por qué cierran las flores sus corolas?
Porque mueren de amor.
¿Por qué mi corazón triste suspira?
Porque de amor murió.




XI


La brisa


Yo soy la brisa ligera que va revolando,
ya dichas cantando,
ya perlas vertiendo,
ya aromas robando
de las flores
de bellos colores,
con mil ecos de inmenso placer;
sí, yo soy la brisa;
con plácida risa
sus tallos arrullo,
con sordo murmullo,
resbalando dichosa doquier.

Yo halago; yo río;
yo canto; yo vuelo;
yo subo hasta el cielo;
do quiera
ligera
tendí el vuelo mío;
que es mi vida volar y reír;
y de las flores que se alzan altivas
tiendo mi vuelo a la humilde azucena;
la flor abandono,
y juego en la arena...
y rápida huyo
a la orilla amena,
y el dulce contento
feliz me enajena;
me pierdo en el viento:
la triste verbena,
con triste lamento,
suspira de pena...
Desciendo... la halago...
y, en giro vago,
a la atmósfera vuelo serena.

Y alegre sonrío;
y bajo a la tierra
que perlas encierra
de puro rocío...
No deja mi vida
ni un pobre recuerdo.

¡Ya, en rápida huida,
en los pliegues del aire me pierdo!




XII


Como la luz temprana del claro y bello día
que entre celajes densos, espléndida se lanza
doquiera disipando veloz la noche umbría...
Así nació, anhelosa, radiante de alegría,
¡la flor de mi esperanza!

Como la luz escasa que marcha al Occidente
llevando a otro hemisferio placer y bienandanza,
y deja entre tinieblas al escondido Oriente...
Así murió, marchita, y exánime, y doliente,
¡la flor de mi esperanza!




XIII


-¿Qué son los placeres, madre?
-Tan sólo ilusiones vanas.
-¿Y el amor? -Sólo ficción.
-¿Y la dicha? ¿Y la esperanza?

-Ilusiones solamente,
que el más leve viento arrastra.
-¿También la amistad? -También.
-¿Qué es la vida, entonces? -Nada.

Mira, niña, fíngete
que el mundo es desierta playa;
que es un valle de dolores,
que es sólo un río de lágrimas...

Y si cruzando sus campos
placer y alegrías hallas,
todo reirá a tus ojos;
todo halagará a tu alma.




XIV


El amor, que era niño,
perdiose un día,
y Venus le buscaba
triste, afligida...
Cruza las selvas...
cruza los anchos campos...
mas no le encuentra.

«Ya amor no hay en la tierra;
¡pobre Cupido!»
los hombres exclamaban;
«ya se ha perdido».
Mientras su madre,
mil dolientes suspiros
daba a los aires.

Un día de los mares
corrió a la orilla,
y allí Cupido estaba...
y allí las ninfas...
¡Es que los niños
siempre van a donde hallan
dulce cariño!




XV


Cuando vertiendo flores
la primavera,
con faz riente
brilla hechicera
por el Oriente,
breves las aves
tornan al nido
con dulce acento...


¡Ay de aquellas que el nido
les llevó el viento!




XVII


Mis ilusiones fueron palomitas
que arrullan en el árbol:
el sol ya se ocultó y huyeron ellas
a un albergue, del viento resguardado.
Ya en su retiro duermen
tranquilas reposando,
sin acordarse de aquel árbol yerto
que en el campo dejaron
y a impulsos de huracán embravecido
va pereciendo triste y solitario.




XVII


Huid, ilusiones;
no más me halaguéis...
No, no más de quiméricas dichas
mi pecho inundéis.

Dejadme que viva
en hondo dolor,
ya que ha huido mi bella esperanza,
y ha muerto mi amor.

Si vanos ensueños
me hacéis concebir,
¡ay! ¿no veis cuál llorarán mis ojos
al verlos huir?...

¡Dejadme que viva
en triste pesar,
y que exhale mi aliento postrero,
de llanto en un mar!




XVIII


Con llanto de fuego
mi amor escribí;
y al mirarle grabado en mi pecho,
más pena sentí.

Hoy, solo, a mis labios
asoma la risa...
¿qué ha quedado de aquel fuego ardiente?
¡Ni aún quedan cenizas!




XIX


Vi que estabas rodeada de querubes,
y tu trono era el sol;
tenías, niña, por alfombras, nubes;
las estrellas te daban su fulgor.

Una corona, unía al de tu frente,
su vivo resplandor;
sobre tu boca plácida y riente
iba el aura veloz.

Era tu reino el cielo;
era tu esclavo yo...

¡Quedeme sin consuelo,
al ver que fue un ensueño, una ilusión!




XX


¡Qué bellas florecillas!
¡Qué puras! ¡Qué sencillas!
¡Oh, cómo esparcen sus nacientes galas
que el manso viento mueve con sus alas!

Si pudiera coger una en mi mano,
¡con qué inmensa alegría
su aroma aspiraría!

...Mas, no; no quiero: la infeliz muriera
como las ilusiones venturosas
que halagaron mi mente...
¡Hallé, al tocarlas, que eran engañosas,
y su memoria guardo solamente!




XXI


Era una tarde de otoño,
y a oscurecer iba el sol;
las campanas de los templos
daban al día su adiós.

Llena mi alma de tristeza,
las calles cruzaba yo,
viendo bullicioso al mundo
girar a mi alrededor.

Y la gente iba pasando,
y pereciendo iba el sol,
y sus débiles reflejos
daban en mi corazón.

Pero otra luz más brillante
entonces mi vista hirió;
y otra voz oí, más dulce
que de la campana el son.

Eran tu voz y tus ojos,
y mi alma se conmovió
con el eco de tu acento,
y tus ojos de candor.

Hacia mí, entonces, volviste
una mirada, veloz...
¡Ay! Y sin tú conocerlo
me llevaste el corazón!

Pasó después el invierno;
la primavera pasó:
vino otro otoño, y te vi,
al morir también el sol.

Yo te dije con los ojos:
-«¡Vuélveme mi corazón!»
¡Mas tú no me conocías,
y no respondió tu voz!

Y la gente iba pasando,
y a lo lejos se perdió
¡ay! la tirana hermosura
que lleva mi corazón!

Tú que robas corazones,
pues es tanto tu rigor,
cuando vayas por la calle
no alces los ojos ¡por Dios!...

Plácidas tardes de otoño,
tristes como vuestro sol;
¡por eso lloro al miraros!
¡por eso os amo yo!...




XXII


¿Sabéis por qué de los niños
son azules las pupilas?...
¡Porque ángeles son del cielo
que apenas la tierra pisan!

¿Sabéis por qué, cuando crecen,
se tornan de azules negras?
¡Es porque visten de luto
al ver tanta y tanta pena!




XXIII


Dices que soy en tu alma vanidosa,
como gota del cielo desprendida
que cae sobre la losa
de fría tumba entre el verdor perdida.

¡Pues gota nada más será mi anhelo:
ya lo ha dicho tu boca;
más gota que, cayendo desde el cielo,
horadará de tu desdén la roca!




XXIV


Flor solitaria de campo helado;
brisa que cruza playa desierta;
ave canora de bosque umbrío;
es el poeta.

Lo que el aroma para las flores;
lo que el acento para la brisa,
lo que las alas para las aves,
eso es su lira.




XXV


Cuando el placer mi corazón
henchía miré a la tierra,
y mi anhelo cesó pues polvo vano
mis ojos vieran.

Cuando hería mi pecho la amargura,
miré a los cielos...
¡Bendita mi amargura! ¡Qué al mirarlos
hallé consuelo!




XXVI


¡Ya muere el año, Dios mío!...
¡Un año ha pasado ya!
¡Cuántos capullos brotaron
en la campiña feraz!

¡Cuántas flores se cayeron
a impulsos del vendaval!
¡Cuántos vinieron al mundo!
¡Cuántos le dejaron ya!

Dejemos, pues, que las horas
huyan en curso fugaz,
¡que así ¡ay! el tiempo se viene
y así la vida se va!

Las hojas secas que ruedan
por el desierto arenal
recuerdan las verdes hojas
que el abril hizo brotar,

También son mis ilusiones
hojas que secas están,
y recuerdan la esperanza
que me halagó, poco ha.

Mas, vano es inútil llanto
que las horas secarán...
¡que así ¡ay! el tiempo se viene
y así la vida se va!




XXVII


¿No ves, reina adorada,
cómo el astro del día descendiendo,
se oculta tras los montes?...
¿No ves cuál se hunde ya su faz dorada
en los lejanos, anchos horizontes?...
Pues marcha avergonzado
porque tu luz, bien mío, le ha eclipsado.

Veo cuál se levanta
la sonrosada aurora,
esmaltando con oro y con topacio
las nubes que perfilan el espacio...
y ese fulgor con que aparece erguida,
esos nítidos, bellos arreboles,
me dicen, dulce bien, que estás dormida,
¡pues brillan con la luz de tus dos soles!




XXVIII


Ningún dolor me atormenta;
ninguna pena me acosa:
con mi conciencia estoy solo;
con mi conciencia, y mi sombra.

Igual me es el bien que el mal;
nada la calma me roba:
ante mi vista es lo mismo
el palacio que la choza.

Para mi alma todo es luz;
para mi alma todo es sombra...
¿No es, ya riendo o llorando,
la vida una misma cosa?

Mi mundo soy sólo yo...
¡Ay! ¿Por qué, entonces, se asoman
mil lágrimas a mis ojos,
y descienden presurosas?...

No lloro amores ocultos;
no lloro desdichas hondas:
yo lloro... ¡porque estoy triste,
y las lágrimas me sobran!




XXIX


Miré las olas de la mar bravía,
que la tierra combaten sin cesar;
vi el rayo que rasgando el firmamento
baja del cielo... y no temblé jamás.

Vi la noche sin luna, sin estrellas;
la voz oí de horrible tempestad;
miré a mis pies inmenso precipicio...
y vilo todo con serena faz.

Vi a tus ojos lanzarme una mirada,
¡y comencé a temblar!




XXX


Entre las brisas que, en suave acento,
rizan las olas del lago azul;
allí percibo tu puro aliento...
¡allí estás tú!

En las estrellas cuando fulguran,
en la nocturna, triste quietud,
veo tus ojos que dicha auguran...
¡allí estás tú!

En la risueña, plácida aurora
que su faz vela con blanco tul,
veo tu frente tan seductora...
¡allí estás tú!

En el plumaje del cisne bello,
donde se quiebra del sol la luz,
contemplo absorto tu blanco cuello...
¡allí estás tú!

Miro a los cielos, y allí te encuentro;
bajo mis ojos con inquietud,
miro a la tierra, y en todo te hallo...
¡y siempre tú!




XXXI


Cuando el día muere
las tórtolas lloran,
y, del cielo, de lluvia de llanto
descienden mil gotas.

Cuando el nuevo día
los campos colora,
llora el cielo, cual llora en la tarde,
y gimen las tórtolas.

¿Qué dicen las aves
y el cielo si lloran?...
¡Qué la vida ¡ay! es llanto en la muerte,
y llanto en la aurora!




XXXII


En la orilla frondosa del río
moraba una niña;
una niña de tez sonrosada,
de frescas mejillas.

Una flor delicada es, tan sólo,
su dulce alegría,
y en su seno, con plácido encanto,
feliz la acaricia.

Una tarde la vio un pastorcito,
del río en la orilla:
-¡Oh, que flor tan hermosa que tienes!-
le dijo a la niña.

-¡De qué flor tan hermosa eres dueña!
¡Qué rosa tan linda!
Dame una hoja, tan sólo, si quieres;
mi pecho lo ansía.

Una sola, que arranca del tallo,
le da al fin la niña:
otra el joven le pide, y ella otra
le da compasiva.

Más le pide... y al fin le da todas...
y el tallo en seguida
yerto queda... y el joven se aleja
con plácida risa.

Día y noche gimiendo su suerte
la triste suspira...
¡Que ha perdido la flor de pureza!...
¡Perdió su alegría!...

Bellas niñas que oísteis el canto
de mi pobre lira,
¡No perdáis, cual la niña del río,
la rosa más linda!




XXXIII



I

Enjuga ese llanto
que baña tus ojos...
¡ay! no dejes que lágrimas tristes
empañen tu rostro.

Es fuego tu llanto,
que brota ardoroso,
cuando gimes tu eterna amargura,
ahogada en sollozos.

¿No ves cuál yo sufro,
cuál sufro, y no lloro?...
¿Ves cuál burlo con plácida risa,
del mundo el encono?

La risa, tus labios
me muestren de pronto...
¡No más llores! ¡Del mísero mundo
riamos nosotros!...


II

No más, los suspiros
tu pena me digan;
que mi aliento y el tuyo se junten
en dulce alegría.

Un beso, en mis labios,
los tuyos impriman:
sus colores recobren al punto
tus dulces mejillas.

Halaga mi frente
con tiernas caricias,
y en tus brazos me rinda cautivo,
gozando mil dichas.


III

No temo a la muerte,
si, en tanto, se acerca...
¡que el placer de morir en tus brazos
la vida me diera!




XXXIV


Dos hermosos claveles miré, un día,
entreabrirse ante mí, puros, lozanos:
sus pétalos poner quise en mi boca...
¡y vi que eran tus labios!

Una noche, soñando, vi radiantes
brillar en el empíreo dos luceros:
del sueño desperté, y hallé, de pronto,
¡que eran tus ojos bellos!

Otro día, brillar vi, entre corales,
de bellas perlas multitud hermosa;
admirando quedé tales hechizos...
¡y vi que era tu boca!

¡Coral, claveles, perlas y luceros!...
Lo más bello que en cielo y tierra se halla
lo tienes en tu faz... Si así es tu rostro,
¡cómo será tu alma!




XXXV


Ángel y mujer



I

Tendía la aurora
sus cintas de plata:
sus corolas abrían las flores;
las aves cantaban.

El prado corrías
guardando en la falda
bellas rosas, y dabas al viento
tu voz delicada.

Las ondas del río
lamían tus plantas;
y la espuma riente tu hermosa
blancura imitaba.

¡Cuán bella a mis ojos
allí te mostrabas!...
¡Parecías el ángel risueño
de mis esperanzas!


II

Pasado algún tiempo,
te vi por la tarde:
¡ya no estabas rodeada de flores!
¡ya no dabas tu voz a los aires!

Tu cuello ceñían
mil rojos corales:
sus colores perdían tus labios
y flotabas en oro y encajes.

A ti alcé mi vista...
no pude mirarte...
que a mis ojos hirioles el brillo
de tus perlas y ricos brillantes.

Mis labios entonces
quisieron hablarte...
¡Y exhalar pude, sólo, un suspiro!...
¡Y vi al punto que ya no eras ángel!


III

Tus dulces encantos,
¿dónde han ido, que ya no los veo?
¿Por qué ya no brillan
tus ojos de cielo?

¿Por qué la amargura
se apodera, veloz, de mi pecho?
¿Por qué así suspiro?
¿Por qué me entristezco?

¿Por qué ya en la vida
no te miro con rostro sereno?
¡Oh, triste! ¡He perdido
mi plácido ensueño!...

Una flor tenías
que era el don más precioso del cielo...
¡También la perdiste!
¡Voló con el tiempo!


IV

¡Ay! ¡Es la inocencia
pura rosa de triste desierto!
¡Al más leve soplo
la llevan los vientos!



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