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Arriba«Olas del mar» (1870)


A malos trances más bríos:
como la mar es en suma
el mundo, pero en su espuma
se sustentan los navíos.


(Espronceda. El Diablo Mundo)                


A Castro-Urdiales

También en el mar de la vida hay olas como las que van a estrellarse al pie de tus rocas. También las hay como las que tranquilas se despliegan por tu hermoso arenal.

Las olas del mar y las olas de la vida han inspirado estas páginas.

Hace dos años te prometí un libro: hoy cumplo mi promesa. Quisiera que hubiera en él algo de la poesía que se respira en tu costa.


(Ernesto García Ladevese. Octubre de 1969. Madrid)                


Hoy la aparición de un libro de esta índole es una cosa extraña: la política absorbe la imaginación de todos; los corazones se han cerrado a la poesía; la indiferencia los cubre; si algún sentimiento les conmueve, es la ambición o el desdén.

Estas poesías están escritas, en su mayor parte, en la costa cantábrica: trazadas unas sobre una roca de la playa, desde donde se descubre el grandioso horizonte del mar; hechas otras sobre la popa de un bote, en medio de las mansas olas que se pliegan al viento de la tarde; pensadas otras entre la oscuridad de la noche, junto a la peña donde el rabioso mar rompe con estrépito, hubieran quedado perdidas en aquellas poéticas soledades donde nacieron, a no haberme obligado a coleccionarlas las continuas excitaciones que día tras día se me hacen a fin de que reúna en un pequeño volumen cuantos versos haya escrito que hagan referencia al país donde nací.

Todos cuantos conocen al autor de Olas del mar saben el poco amor que tiene a sus escritos y lo poco aficionado que es a que estos se coleccionen; pero hay deberes que no se pueden dejar de cumplir.

La publicación de este libro era una deuda que su autor habla contraído con su país natal. La deuda está ya pagada: la promesa está cumplida.

Este libro es, al mismo tiempo, un adiós a las ilusiones juveniles: es el último latido de un corazón que sueña.

Una atmósfera ilusoria embarga los sentidos del joven que empieza a recorrer la senda de la vida; las perfumadas flores, la dulce brisa, el límpido arroyuelo, la rosada aurora: eso es lo que canta, porque eso es lo que te rodea. «¡Adiós!», dice a todos estos encantos el autor de Olas del mar: abandona la época de los sentimientos soñados, y entra en la época de los sentimientos sentidos.

Poesía que se encuentra en el seno de la realidad; poesía que tiene por base el corazón humano; poesía que se ve y se siente: eso es lo que hallareis en este libro.

Por seco que tenga el corazón quien lea estos versos, no encontrará sus pensamientos exagerados ni sus imágenes inconcebibles: podrán estas páginas no brillar por su belleza; pero de seguro brillarán por su verdad.

Pensaba ya dejar la pluma; pero gran número de amigos, que estiman mis obras más que yo, me incitan a que conteste a los que indignamente han atacado mis Meditaciones. Si mis amigos creen que los ataques que se han hecho a mi última producción son indignos, ¿a qué les he de contestar? Cartas apócrifas, villanas calumnias, groseros insultos... todas estas armas se han empleado para herirme. No, no quiero contestar a los que ni aun son dignos de llamar mi atención. Para esa clase de enemigos he tenido siempre el más profundo de los desprecios.

Yo escribo para el público: que él se apresura a leer mis obras es un hecho: mi deseo está cumplido... ¿Debo contestar a los que atacan mis escritos de una manera indigna? No: el público les contesta. Sea esta mi última palabra en este asunto.

¡Los que hayáis llorado; los que hayáis amado alguna vez; los que hayáis tenido ilusiones, leed las páginas que siguen! ¡Adiós!

Ernesto García Ladevese
Madrid, 20 de Enero de 1870.




La romería de Mioño



I

Al pie de aquel verde monte
que limita el horizonte,
se extiende un valle sombrío
que se dilata hasta el mar...
De blanda yerba es su alfombra;
mil castaños le dan sombra
y corre sereno un río
debajo del castañar.

Sobre pequeña colina
que todo el valle domina,
entre las ramas blanquea
de un cementerio la sien;
y allá, del valle en la hondura,
en medio de la espesura,
se eleva una pobre aldea,
pequeña y blanca también.

Todos los años un día,
en confusa romería,
vamos a ese amado valle
a olvidar entre el verdor...
A buscar algún consuelo
que mitigue nuestro anhelo
antes ¡ay! que el alma estalle
comprimida de dolor.

A Mioño pronto marchemos...
De Castro nos alejemos...
Busco a mis recuerdo calma...
¡Yo necesito olvidar!...
Tal vez vuestro pecho ahora
ningún dolor os devora;
mas, ¡quién no tiene en su alma
una pena que llorar!

¡Marchemos ya! Si os afana
la ambición de gloria humana,
venid conmigo y la gloria
llegareis a aborrecer...
Que no hay ambición que dure
ni pesar que nos apure
cuando duerme la memoria
y se despierta el placer.

Si el amor vuestra alma agita,
y vuestro pecho palpita
con ese latir profundo
que nace de honda pasión,
venid de Mioño hacia el llano,
que con un vaso en la mano,
no hay mujer en este mundo
que me inquiete el corazón.


II

¡Ay del que piensa vivir
con alma para sentir,
con ojos para llorar!
Mas le valiera dormir
para nunca despertar.

¡Oh atroz desesperación,
si me rindo a la pasión
del dolor que me envenena,
yo que tengo aquí una pena
en medio del corazón!

Cruel me está hiriendo aquí,
y en alegre frenesí
es preciso dominarla...
¡Ah, sí! Yo quiero matarla
antes que me mate a mí.

Compañeros, ¡a beber!
En los brazos del placer
se anda mejor el camino,
y es muy largo el que el destino
nos va haciendo recorrer.

Pensad que este breve instante
ya no ha de volver jamás...
Bebed, y nada os espante,
sin mirar lo que hay delante
ni lo que queda detrás.

Si sólo un punto es la vida,
No miréis lo que de huida
a hundirse en la nada va...
¡Dichoso el hombre que olvida!
¡Triste el que despierto está!


III

Brindis


Bebamos, compañeros; bebamos, pues, aprisa;
ya asoma a nuestros labios irónica sonrisa...
De vuestras carcajadas
yo brindaré al compás...
Ya el choque de los vasos aturde nuestra mente..
la pena ya se aleja de nuestra vista ardiente...
¡Las horas ya pasadas
no han de volver jamás!

Magnífico es el mundo que en torno nuestro gira;
el pecho que lloraba contento ya respira...
¡Para el dolor impío
ha muerto mi alma ya!...
Ayer mis pies hollaron sólo desierta arena...
hoy me embriaga el gozo que el corazón me llena
hoy delirante río...
para morir quizá.

Mas, ¿qué me importa? Al baile,
hasta que el cuerpo caiga;
hasta que las tinieblas la negra noche traiga,
que cunda el alborozo...
que bulla en derredor...
De ese insensato mundo riamos con locura...
¡Reíd hasta la muerte; que más vale, oh ventura,
caer muerto de gozo,
que muerto de dolor!


IV

Como nubes agitadas
que caminan apiladas
por el ancho firmamento,
al hondo embate del viento
que se desata detrás,
así pasan confundidas
las parejas divertidas
que en torno giran bailando,
y van pasando, pasando,
de la música al compás.

Ven acá, linda doncella;
amor tu vista destella;
yo tengo sed de alegría;
ven, y que tu rostro ría
mirando el mío reír...
¿Por quién es ese suspiro?...
¿Qué es lo que en tus labios miro?...
Esa flor que hay en tu boca
dice que amas, pobre loca;
¡más te valiera morir!

Arroja esa flor al suelo;
no más suspires con duelo;
en pos de ese torbellino
que nos presenta el destino
lancémonos sin pensar...
Yo guardo en mi casa flores
que son recuerdos de amores;
marchitas están ahora,
y antes que brille la aurora
he de arrojarlas al mar.

¿Ves? Ya se enciende la mente:
el corazón ya se siente,
en vértigo de locura,
embriagarse do ventura,
embriagarse de placer...
¿Piensas que alguno te adora?
¡Oh creencia engañadora!
¡No vive aquel que no olvida!
¡Aprende que en esta vida
no hay ni mañana ni ayer!


V

¿Dónde mi pareja fue?...
¿Por qué mi frente se abrasa?...
¿Qué es esto? ¿Qué es lo que pasa?...
Ya no acierta a andar mi pie...

Al suelo al fin vine a dar;
de un castaño al pie caí...
allí veo el baile... allí
oigo el tamboril sonar.

Mas la confusión se aumenta,
y todos bailan y gritan:
¡así las olas se agitan
cuando llega la tormenta!

Allí, entre la confusión,
brillar veo una mirada,
y escucho una voz amada
que me parte el corazón...

¡Al baile! Ya sé gozar...
Ya libre y sin pena río...
Suerte, ¡yo te desafío
a que no me haces llorar!

Castro-Urdiales. 8 de Septiembre de 1869.




Entre las olas


¡Qué apacible y qué serena
brilla sobre el mar la tarde!
¡Con qué luz las aguas llena,
desde la plegada arena
al ocaso en que el sol arde!

Se siente el aura cruzar.
¡Con qué plácido rumor
vuela, moviendo al pasar,
la vela del pescador
y las olas de la mar!

De ese piélago azulado
crucemos ya la extensión...
Boga tú; yo voy cansado,
y en la popa recostado
iré llevando el timón.

Boga; que ya en Occidente
se va el sol a sumergir...
Antes que se hunda su frente
quiero mirar al Oriente
que en sombras se va a cubrir.

Del remo al impulso blando
vamos las aguas cortando...
boga, boga sin temor...
aunque sientas que el rumor
de la mar se va aumentando.

Ya lejos queda la orilla;
vamos hacia el sol que brilla
de las olas al través...
Adelante, aunque la quilla
oigas crujir a tus pies.

Son las olas de ese mar
como los olas del mundo,
serenas se ven brillar;
pero un abismo profundo
saben debajo ocultar.

¿Por qué, di, pobre remero,
lanzas tan hondo suspiro?...
¿Por qué doliente te miro
mientras el barco ligero
corta ese mar de zafiro?

¿Es que en la costa has dejado
una ilusión? ¡Ay de ti!
No suspires, desdichado...
¡Una ilusión! ¡Echa a un lado
ese loco frenesí!

Como las olas del mar
son las olas de la vida...
¡Todas tienen que pasar!..
Y con la que va a llegar
la que ya pasó se olvida.

Tú que has cruzado estos mares
y has sufrido los azares
de la tempestad bravía,
no has cruzado todavía
por el mar de los pesares.

Si eres joven, y tu frente
curtió el cierzo que inclemente
tu blanca vela hizo trizas,
yo guardo aquí las cenizas
de un volcán que se alzó ardiente.

Yo sentí el golpe iracundo
de un desencanto profundo...
Por eso con calma miro
que de cuanto hay en el mundo
nada merece un suspiro.

¡Desdichada humanidad!
Una sombra es la amistad;
la gloria, un céfiro vago...
Sólo el placer es verdad;
¡pero es tan breve su halago!

¿Por qué tal dolor te llena?
Ten siempre el alma serena,
pobre joven; no suspires...
Mira tranquilo y sin pena
siempre que a ese mundo mires.

¿No ves cómo yo sonrío?
¡La suerte me hace reír!...
Nada inquieta el pecho mío...
En medio del mundo impío
dejo al corazón dormir.

Ayer mis ojos lloraron
hoy sonrío..., ¿qué he de hacer?
Aquellas horas pasaron...
mis lágrimas se secaron
a la brisa del placer.

Tú gimes... yo voy cantando;
tú penas... yo, embebecido,
del mar oigo el rumor blando...
tú una ilusión vas buscando...
yo voy buscando el olvido...

Boga, boga sin cesar;
ya el sol en ocaso ha muerto
y más me quiero alejar...
Mientras tú miras al puerto,
yo iré mirando a la mar...

Ya la noche está tendida...
El mar que hay a nuestros pies
deja el alma adormecida...
Como esas olas que ves
son las olas de la vida...

Castro-Urdiales. Julio de 1869.




Brindis


He visto lo que es la vida...
No dejemos de reír
aunque veamos morir
la esperanza más querida.

¡Hay que aprender a olvidar!
Que jamás nos den cuidado
ni el porvenir ni el pasado,
y en el presente... ¡a gozar!...

Si la amargura nos llena,
no lloremos... ¡a beber!
La pena siguió al placer...
¡siga el placer a la pena!

He querido y he odiado;
he amado y he sufrido;
he llorado y he reído;
he bebido y he olvidado...

Ni ante el dolor más profundo
se debe el hombre apurar...
¡En un vaso puede ahogar
la mayor pena del mundo!

Septiembre. 1869.




A Pilar


Pilar, como prometí,
me puse a escribir ayer,
y ni un verso pude hacer
para mandártelo a ti.
Hoy en la playa te vi,
junto a las olas bullentes,
y vi salir a torrentes
en tu mirada que ardía
un raudal de poesía
de tus pupilas ardientes.

El alma, de encanto llena,
vio a la luz de tus pupilas
aquellas horas tranquilas
de nuestra infancia serena.
Aquellos días sin pena,
aquellas noches de luna
en que, cual ancha laguna,
se mecía sosegado
ese mar, a cuyo lado
rodó un día nuestra cuna.

Tú eras entonces, Pilar,
ola blanca que se mece
y soñando se adormece
en las orillas del mar.
Mariposa que al brillar
del alba la luz temprana,
con sus tintas engalana
la flor que duerme tranquila;
astro que de oro perfila
las nubes de la mañana,

Bien larga mi ausencia fue,
a pesar de mi deseo,
y al volver aquí te veo
mas bella que te dejé.
Todo el que tu rostro ve,
al punto pierde la calma;
cual sencilla, esbelta palma,
tu talle se mece ufano
al ver que en un cuerpo humano
de un ángel se encierra el alma.

Sonríes, y tu sonrisa
sé que al aura causa agravios
cuando en tus brillantes labios
blandamente se divisa.
Parece la fresca brisa
que en torno vierte el consuelo...
Sonríe, y brille en mi anhelo
su puro y dulce arrebol
cual brilla un rayo de sol
sobre un desierto de hielo.

Castro-Urdiales. Agosto de 1869.




Balada


Dice la roca a la espuma:
-En vano con fuerte brío
combates mi poderío,
porque sobre ti me ves...
Si amenazante te acercas,
en mí tu furor se acaba...
Comprende que eres mi esclava;
ríndete, espuma, a mis pies.

Dice la espuma a la roca:
-Cuando suba la marea,
tu frente que el viento orea
quedará bajo mi ley...
Más esclavos son los pueblos
que oprime la tiranía,
y también pisan un día
la corona de su rey.

Castro-Urdiales. 1869.




Al cementerio de Castro-Urdiales


¿Quién te ha puesto en esa peña
donde el mar rompe bullente?
Rugir al viento se siente
que silbando se despeña
por las grietas de tu frente.

Tu pobre y mísero asiento
muy pronto, tal vez hoy mismo,
a impulsos del mar violento,
o al hondo embate del viento
se desplomará al abismo.

Y ese soberbio peñón
que hoy es de sepulcros tumba...
al estallar el turbión
caerá al mar que en confusión
a mis plantas se derrumba.

Ese día ha de venir
en que al mar caigas inerte...
¡Quién lo había de decir!
El recinto de la muerte
tiene también que morir...

Del hombre la mente loca
no ve el oscuro misterio
de la realidad que toca,
y coloca un cementerio
en la cumbre de una roca.

Y piensa en su frenesí
que del polvo lo levanta...
Tal vez cree que su planta
no podrá llevar allí
la eternidad que le espanta.

Cara a cara, frente a frente
yo miro la eternidad,
y sentado en tu pendiente
contemplo tranquilamente
su grandiosa majestad.

Contemplo cómo se afana
el mar que revuelto anega
la pobre lancha liviana,
y pienso en la vida humana
que ola tras ola navega.

Una playa que el sol hiere
miro brillar a lo lejos...
Volar la mente allí quiere...
¡ay! y pienso en los reflejos
de una esperanza que muere.

Al fondo del Oceano
tiendo la mirada en vano,
pues contemplo que es su fondo
tan misterioso y tan hondo
como el pensamiento humano...

¿Por qué, en vuestro abatimiento,
el corazón os abrasa
tan profundo desaliento,
si tenéis un pensamiento
que el horizonte traspasa?...

¿Por qué, si lo grande amáis,
tal pavor os infundió
ese espacio a donde vais?
¿Por qué ante él así tembláis
cuando más le adoro yo?

Dormid en la cumbre erguida
los que con amargo llanto
abandonasteis la vida...
Si ya el mortal os olvida,
a vuestro lado yo canto.

Tenéis por amigo el viento;
por hermana, verde yedra
por corona, el firmamento,
y por magnífico asiento,
una montaña de piedra.

La eternidad por burlar
os han hecho aquí enterrar,
y ¡oh, desengaño cruel,
tenéis delante ese mar
que es su reflejo más fiel!

El hombre, con gran temor,
de ella, en loco frenesí,
os aparta entre el verdor...
¡Yo vengo a sentarme aquí
para mirarla mejor!

Ancho horizonte me enseña
el mar que a mis pies retumba;
ronco el viento se despeña...
¡Ah! ¡Qué coloquen mi tumba
en la cumbre de esa peña!

Castro-Urdiales. Agosto 1869.




A Justa, al mandarle unas poesías


¿Con que mis versos perversos
te agradan, amable Justa?...
Yo creo que eres injusta
siempre que hablas de mis versos.

Son ecos de un alma herida
que al aire su voz levanta,
y que solitaria canta
en los mares de la vida.

De un alma que se lanzó
al mundo con loco empeño
a realizar un ensueño
que su quietud exaltó.
Día tras día al Oriente
miro con ansia cruel
sin ver brillar nunca en él
la luz que espera mi mente.

Y en pos de esa luz divina
los cantos del alma sola
van pasando de ola en ola
como la brisa marina.

Hoy el aura de la suerte,
en su giro caprichoso,
los trae a este valle hermoso
que he de amar hasta la muerte.

Y al verle abaten su vuelo,
irás largo silencio mudo,
dando a la patria un saludo
y una bendición al cielo.

¿Mis versos quieres? ¿Qué oí?...
Ve, pues, tu anhelo cumplido,
aunque nunca han merecido
ni aun acercarse hasta ti.

Y solamente deseo
que al verlos pienses que
son latidos de un corazón
en medio de un mundo ateo.

No te causarán enojos
si los llegas a leer...
pues tú los harás valer
con el brillo de tus ojos.

Castro-Urdiales. Agosto de 1869.




Al mar, en la playa


Otra vez en tu llanura
vuelvo a tender la mirada;
otra vez tu frente pura
vuelvo ansioso a contemplar...
Ayer, con alma serena,
a tu arrullo me mecía;
hoy vengo a tu blanca arena
mis recuerdos a ahuyentar.

¡Qué tranquilo te adormeces
al rumor de tus espumas!...
¡Con qué misterio te meces
en tu azul inmensidad!...
Cual lo fue mi pensamiento,
así eres soberbio y grande...
¡Así te alzas por el viento
con altiva majestad!

Mas a ti siempre te miro
como ayer, azul y hermoso;
olas de puro zafiro
te dan dichosa canción
Ayer, libre de pesares,
canté gozoso en tu orilla...
¡Hoy amargos mis cantares
como tus espumas son!

Si rompo el silencio mudo
en que mi pecho callaba;
si a tus orillas acudo
otra canción a entonar,
es que ya en loca porfía
mi corazón se agitaba...
es que el alma no podía
por tanto tiempo callar...

Es que me ahogaba la prosa
de ese mundo en que he caído,
y por respirar ansiosa
el alma luchaba ya...
Es que el hombre por el suelo
se arrastra ya envilecido,
y tú reflejas el cielo
que sobre mi frente está.

Deja al hombre que ignorante
con estúpida alegría
jamás del polvo levante
su loca mente hacia Dios,
y en tanto, en la playa a solas,
yo con mi débil acento,
y tú con tus blancas olas,
cantemos aquí los dos.

Biarritz. 1868.




Al partir


Eres el hada que soñó el poeta
en sus sueños de amor,
cuando su loca fantasía inquieta
tras el placer voló.

Eres la perla que cayó en los mares
y en ellos quedará...
Tú, en el revuelto mar de mis pesares,
radiante brillarás.

Eres el aura que en su dulce giro
me llena de placer...
aunque es breve el momento que te aspiro,
jamás te olvidaré.

Si algún día la suerte despiadada
para siempre nos llega a separar,
tu imagen que en mi pecho está guardada,
conmigo morirá.

Será la estrella que el pasado alumbre
mis ojos al volver,
y rasgue ardiente con su pura lumbre
las sombras del ayer.

Cuando la luz del sol brille en Oriente,
mi adiós te voy a dar...
El día que a mirar vuelva tu frente,
¡ay!, ¡cuándo llegará!

Cual relámpago breve el tiempo, vuela...
muy pronto partiré...
Si eres tú nada más quien me consuela,
¿qué va a quedarme, qué?

¡Maldita aurora del cercano día!
¡Por qué habrá de lucir!
-¡Tras esos montes que hay al Mediodía
mañana un alma llorará por ti!




Un suspiro


Ayer alegre reía
al mirar en torno mío,
y era porque no veía
que aquella dulce alegría
era un loco desvarío.

Hoy bajo la vista a ver
de mi corazón el fondo
donde se anidó el placer,
y escucho dentro nacer
un suspiro triste y hondo.

Suspiro que al aire vuela
y abrasa el pecho al salir;
suspiro que desconsuela
y que nuestro aliento hiela
cuando le vemos huir.

-¿A dónde tu vuelo sube,
gemido del corazón,
que ayer dentro de mí tuve?...
¡Vas a donde va la nube!...
¡Vas a donde va el turbión!

¡A dónde van las canciones
del que gime en hondo anhelo!...
¡Dónde van las oraciones!...
¡Dónde irán los corazones
a calmar su desconsuelo!...

Vas a donde va el amor...
vas a donde va el placer...
y la dicha... y el dolor...
donde mi profundo ardor
en hielo se ha de volver...

Eco del pesar impío,
dejas de este mundo el lodo,
y vuelas, suspiro mío,
a perderte en el vacío,
¡dónde se ha de perder todo!...

Eso es nuestra vida amada:
una flor que agita el viento,
una nube sonrosada,
una esperanza, un lamento...
y al fin del camino... ¡nada!

Castro-Urdiales. 1869.




Recuerdos



I

De aquella tarde que juntos
por las orillas del mar
íbamos los dos alegres
mirando su inmensidad
y te dije de mi alma
el hondo y amante afán
mientras dulce y sonriente
mostrabas tu hermosa faz...
¡Ay, ilusión de mi vida!...
¿A que no te acuerdas ya?


II

De aquella noche que juntos
fuimos al templo a rezar
donde mil luces te daban
su resplandor celestial
y brillabas cual la Virgen
que estaba sobre el altar...
De aquella noche en que, loco,
tu semblante angelical
contemplaba extasiado,
pensando en ti, nada más...
¡Ay, ilusión de mi vida!...
¿A que no te acuerdas ya?


III

De aquella triste mañana
en que tuve que marchar
y me apretaste la mano
con hondo y ardiente afán...
¡Ay, qué triste estaba el cielo!
¡Qué triste estaba la mar!
¡Qué triste estaba mi alma,
que te iba a perder quizá!
¡Qué amargamente lloré
sin que me vieras llorar!
De aquel momento, alma mía,
¿a que no te acuerdas ya?


IV

Del pañuelo que agitabas
al ver el coche marchar
que me alejaba de ti,
¿podré olvidarme? ¡Jamás!
¡Qué dulce adiós era el tuyo!
¡Con que cariñoso afán
hasta perderte de vista
te vi el pañuelo agitar!...
De esos hermosos instantes
que en mí no se borrarán...
¡Ay, alma del alma mía!
¿A que no te acuerdas ya?...

Madrid. 1868.




Brindis


Brindo por nuestra dicha...
Brindo por el placer...
Llenas están las copas...
Apurémoslas bien.

La vida es un momento
que ya no ha de volver...
entre amargura y pena
pasar no le dejéis.

¡Ved que por cada gota
que quede sin beber,
una doliente lágrima
mañana verteréis!

Septiembre. 1869.




Al horizonte


¿Qué dices tú, magnífico horizonte,
que entre el mar y los cielos se dilata?
Absorto miro desde el alto monte
tu línea inmensa de brillante plata.

La miro absorto; pero nunca llega
mi mente a comprender tan hondo arcano...
Si un límite a la vista se desplega,
¿por qué no le halla el pensamiento humano?

Día tras día, sobre la alta roca
que baila el hondo mar, en son doliente,
cuando ya el sol las frías aguas toca
del último confín del Occidente.

En vértigo febril mi alma intranquila
a ese espacio frenética se lanza,
donde no llega la mortal pupila,
donde tan sólo el pensamiento alcanza.

Cuando airados irrítanse los vientos
agitando las olas de los mares,
al acercarse a ti miran contentos
los pobres marineros sus hogares.

En las tardes tranquilas y serenas
aquel que vuelve a su país querido,
al llegar junto a ti ve las arenas
de la playa feliz en que ha nacido.

¡Grande eres siempre! Brame el ronco trueno
que el espumoso piélago alborota...
que el mar eleve de su hinchado seno
las turbias aguas con que al cielo azota.

¡El alma que ayer loca te buscaba,
hoy ve, al mirar tu espléndida grandeza
donde la pobre humanidad acaba,
donde la oscura inmensidad empieza!

Castro-Urdiales. Agosto de 1869.




La partida



I

Ya la tarde va cayendo,
ya se va apagando el día,
ya tristemente las olas
sobre la arena suspiran.
Cuando ese sol que se oculta
entre mil nubes rojizas
brille mañana en Oriente
del alba con la sonrisa,
piensa que tras esos montes
que se alzan al Mediodía,
pensando en ti se irá aquel
que por ti diera la vida...
Voy a partir... mas, no llores,
no llores, amada mía...
¡Porque me arrancas el alma
cada vez ¡ay! que suspiras!


II

Ya es alta noche. Tan sólo
las olas tocan la orilla:
todos duermen mientras yo,
de dolor el alma herida,
desde mi balcón contemplo
el mar que tranquilo gira.
Espesa lluvia desciende;
débilmente el viento silba...
¡Ay qué triste está la playa
que me dio tanta alegría!...
¡Qué tristes están mis ojos,
que entre lágrimas la miran!
Mas... ¿ese rumor?... ¿Qué escucho?
¿Quién a mi lado suspira?...
¡Ay! ¡Es ella! En su ventana
también insomne se agita...
¡Cómo pasa el tiempo, hermosa!...
Cuando el alba con sus tintas
las olas del mar inunde
de esta playa, amada mía,
me partiré... Mas, no llores...
que me arrancas ¡ay! la vida...
¿Por qué tarda tanto el alba,
aumentando mi agonía?


III

Ya va naciendo la aurora...
Ya el Oriente se ilumina...
Ya el coche para a la puerta...
Ya el momento se aproxima...
¡Adiós, hermosa! Te dejo
porque la suerte me obliga.
Cuando sientas que las olas
murmuran, párate a oírlas
y en cada acento que exhalen
te darán memorias mías...
Y si a encontrarnos volvemos
en el azar de la vida,
volveré a estrechar tu mano
y a contemplar tu sonrisa...
Si no.., te veré en mis sueños
como esperanza perdida...
¡Adiós!... ¡Adiós!... ¡Sé dichosa!...
¡Adiós!... ¡Que ya brilla el día!




El náufrago


A la expirante lumbre del sol que triste brilla,
perdiéndose a lo lejos se oculta ya la orilla
que nuestro débil barco dejando a popa va;
bullentes ya las aguas, nuestro costado azotan; agítanse
las velas que al blando impulso flotan
del viento que mañana tal vez las llevará.

¡Así la humana vida
marchando va de huida,
ya en hórrido quebranto,
ya en plácido gozar!
¡La misma brisa vaga,
que en el nacer le halaga,
mañana entre hondo llanto
la habrá de arrebatar!

Ya sólo se divisa la cima de alto monte...
¿Qué dice aquella nube que vela el horizonte
dejando ya los mares en honda oscuridad?
¿Por qué las aves chillan en torno de la nave?
¿Por qué las olas cruzan en son doliente y grave?
¡Es que a nosotros llega la negra tempestad!

Ya se perdió la orilla...
Cual mísera barquilla,
del viento arrebatados,
hendimos ya la mar...
¡Tal vez de mi tormento
acalle el sufrimiento
el mar que los costados
del buque hace temblar!

Yo en pos de amor y gloria crucé la tierra en vano
y vi que en esta cárcel que mora el pobre humano
la gloria es sombra leve, mentira es el amor...
Yo quiero sentimientos que el alma triste anhela.
¡Por eso yo sonrío cuando la suelta vela
los vientos arrebatan con hórrido fragor!...

¿Qué importan huracanes?
¡Más fuertes mis afanes
eran cuando llenaba
mi pecho la ambición...
cuando soñando un cielo,
para saciar mi anhelo,
pobre y mezquina hallaba
del mundo la región!

¡Ya sólo anhelo horrores! El piélago espumante
rugiendo en sus abismos al resplandor brillante
del rayo que desgarra la sombra del terror,
intenta sumergirnos en su bullente seno,
y al estridente ruido del hondo y ronco trueno
entre su horror sublime rebrama en derredor!

¿Qué es mi bajel? ¡Madera!
Que se alce en la ladera
o forme pobre nave,
madera siempre es...
No dejó nada... El viento
me arroja al mar violento...
¡Ya en él me hundí! ¡Quién sabe
lo que vendrá después!

Cuando después el cielo pintaba el nuevo día,
y en el risueño Oriente la aurora se extendía,
vertiendo en los espacios su límpido fulgor,
había un cuerpo inerte en medio de las olas...
los peces le azotaban con sus movibles colas...
las olas en su rostro rompían su fragor.

1868




Día sin sol


Sombrío está el firmamento:
ni una ráfaga de viento
mueve las hojas del árbol
que se columpiaba ayer...
Ni un eco hiere mi oído,
ni un ¡ay! del dolor nacido...
ni un suspiro de placer.

Ni el más pálido rielo
nos manda el sol desde el cielo;
por todas partes la tierra
cubierta en sombras está...
¿Por qué el sol vela su llama?
¿Por qué el huracán no brama
o el trueno no rompe ya?...

Parece el mundo una tumba;
mas no, que aquí no retumba
ni un eco de la esperanza
ni del recuerdo que huyó...
Reflejo de mi conciencia,
le cubre una indiferencia
como la que siento yo.

¡Da miedo esta vida inerte!...
¡Estar viviendo en la muerte
como materia insensible
que arrojada a un valle fue!...
¿Qué es de este modo la vida?...
Sólo una hoja caída
de un árbol gigante al pie.

Y en esta sombría calma,
entre sollozos el alma
contiene su vivo impulso
y abate su frenesí...
¡Oh, fatal, impía suerte!...
¡A la vida o a la muerte,
salgamos pronto de aquí!

1869




A una mujer


Quiero volver atrás mi pensamiento,
quiero volver mis ojos al pasado
y recordar las horas de contento
que tranquilo y feliz pasé a tu lado.
Fugaces resbalaron como el viento...
de ellas sólo un recuerdo me ha quedado,
que con su luz resplandeciente dora
mi triste soledad, aterradora.

Quiero dejar, siquiera un sólo instante,
esta mortal indiferencia fría
y despertar al corazón, que amante
en la ventura ayer se adormecía.
Solitario y cansado caminante,
más abatido me hallo cada día...
¡Nada amo! ¡Nada espero! Siempre inerte
viviendo estoy la vida de la muerte.

A carcajadas calmo mis dolores...
Con brindar y beber mato mis penas...
Así miro pasar estas mejores
horas de juventud de vida llenas.
¡Ay! Del festín tan sólo los rumores
encienden ya la sangre de mis venas,
y dejo al corazón dormir en calma...
y crece más la soledad del alma...

Mas, como un rayo do la luna bella
rompe las sombras de la noche oscura,
así en mi mente límpido destella
el recuerdo feliz de tu hermosura...
Tú eres, bella mujer, la pura estrella
que en mi alma brilló con más dulzura...
Tú eres la hermosa flor de mi camino
a la que más encantos dio el destino.

¿Por qué te amé, si todo al fin se acaba?
¿Por qué te amé, si hasta el amor perece?
¿Por qué el alma que tanto te adoraba,
rendida a su dolor no desfallece?...
¿Dónde fue la ventura que gozaba
al adorarte ayer? ¡Ay! ¡Me parece
que vuelvo a contemplar tus labios rojos,
que vuelvo a ver el brillo de tus ojos!

A la luz de la luna brilladora,
en las calles de plácida alameda,
al lado de la mar que bullidora,
su voz une al rumor de la arboleda,
vuelvo a verte feliz y encantadora,
y en éxtasis el alma ante ti queda,
cual marino que mira entre el celaje
la primera alborada de su viaje.

¿Te acuerdas ¡ay! cuando al morir el día
tras los lejanos mares de Occidente,
de las olas la plácida armonía
íbamos a escuchar atentamente?...
Tus cabellos el céfiro movía,
y a su paso halagaba tu alba frente...
Tus ojos dirigían su mirada
del mar por la llanura dilatada.

Tú sonreías, y con dulce encanto
yo en tu sonrisa mi ventura hallaba...
¡Cuánto yo entonces te adoraba!
¡Cuánto mi pecho ardiente en su pasión gozaba!...
La tarde con sus nubes de amaranto
el espacio al morir iluminaba,
y allá, desde su lecho de colores,
te daba el sol sus últimos fulgores.

Y dejando la tierra en alto vuelo,
subíamos allá donde no llega
la mente de los hombres, donde un cielo
de placer ante el alma se desplega...
Donde la gloria vierte su rielo,
en cuya luz el corazón navega
tranquila y dulcemente arrebatado
como en un mar del céfiro halagado.

¡Todo al cabo pasó!... Como perdido
caminante en la arena de un desierto,
por este mundo marcho... ni un latido
de amor me agita el corazón ya yerto.
En las negras tinieblas del olvido
el alma ayer gozosa se ha cubierto...
Nada espero del día de mañana,
y ni el recuerdo del ayer me afana.

Mirando unas secas flores,
pobres recuerdos de amores
que tú me diste al partir,
suelo calmar mis dolores,
suele el corazón latir.

¡Oh, marchitas flores mías,
que visteis mis alegrías!
¿Por qué tanto os miro yo?
Porque sois cenizas frías
de una ilusión que murió.

Al amor sigue el quebranto;
a la dicha, el desencanto;
la pena al placer persigue,
¡y al ruido del festín sigue
mi última gota de llanto!

Duerme el mundo en derredor;
aún el confuso rumor
de la fiesta mi alma siente,
y mi enardecida mente
vuelve a pensar en tu amor.

Y como fresco rocío
que cuando el alba riela
cae sobre el campo sombrío,
así al yerto pecho mío
tu mirada le consuela.

¿Viste el sol, al expirar,
melancólico dorar
la playa en su dulce lumbre,
y las olas de la mar,
y del monte la alta cumbre?

¿Y hundirse en la mar undosa,
entre nubes de oro y rosa,
mil fulgores esparciendo,
y con su luz deteniendo
la noche que llega umbrosa?...

Así tú, astro divino,
con tu fulgor peregrino
inundas el alma mía,
aclarando la sombría
soledad de mi camino.

Dicha, ventura, bienestar, amores,
triunfos, aplausos, glorias y placer,
coronas de oro, de laurel y flores,
encantadoras auras del poder.

Honores, ilusiones y riqueza,
perlas, tesoros, olas de zafir,
misterioso crepúsculo, belleza
de la tarde que a ocaso va a morir.

Céfiro blando, alegre devaneo
de la bella y lozana juventud,
el ruido de la orgía y el mareo
que dan al corazón grata inquietud.

Aurora que despierta los sentidos
a la suave brisa matinal,
vírgenes labios, rojos, encendidos
al fuego ardiente que el amor les da.

Fama, esperanza, sueños, alegrías,
goces, mujeres, oro y esplendor,
de los mares las roncas armonías,
dulces miradas de divino ardor...

Junto a tu amor ¿qué son ese contento,
esa ventura, ese mentido afán?...
¡Humo que a disiparse va en el viento!...
¡Torrente que a morir desciende al mar!

Más poesía tu mirada encierra
que las puras auroras del abril;
más que la dulce lumbre que a la tierra
manda la luna en resplandor sutil.

Más que el inmenso cielo cuando arde
con la esplendente luz del mediodía;
más que el blanco lucero de la tarde
cuando se acerca ya la noche umbría.

¿Y a dónde todo ha ido? Tu mirada
aún brillará con su celeste ardor,
bella mujer... ¡pero estará apagada
la llama intensa de tu ardiente amor!

Vuelve otra vez a arder mi pensamiento,
al huracán de tu pasión llevado...
Entrecortados ayes salir siento
del pobre corazón que has despertado.

Y entre el sopor de la materia inerte,
late convulsa el alma sollozante,
como late la vida entre la muerte,
de la agonía en el fatal instante.

Tú fuiste para mí verde palmera
que en desierto camino se levanta,
movida por el aura placentera
que su tranquila soledad encanta.

Fatigado llegué bajo tu sombra,
donde no alcanza el mundanal murmullo,
y en dulce calma, sobre verde alfombra,
me adormeció tu misterioso arrullo.

De tus palmas la mágica armonía,
suave en mis sentidos resbalando,
hechizó con su encanto el alma mía,
de dicha inmensa el corazón llenando.

Y descorriendo un velo ante la mente,
al concierto feliz de mil rumores,
la gloria me enserió resplandeciente,
llena de luz, de aroma y de colores...

La luz del alba ya me causa hastío;
miro brillar el sol y me da enojos...
quiero dar un consuelo al pecho mío,
y lágrimas no salen de mis ojos.

¡Oh, desengaño! Las pasadas horas,
la alegría, la gloria y la ventura,
las visiones de amor encantadoras,
los sueños, el placer y la dulzura...

¡Todo murió! ¿Por qué no olvida el alma
si en los recuerdos hallará el tormento?
¿Por qué si pierde su tranquila calma
vuelve la vista atrás el pensamiento?

¿Por qué sufrir? ¡Adiós, mujer hermosa,
aurora del abril, brillante flor,
aura sutil que leve, vagarosa,
ayer volaba por mi frente!... ¡adiós!

Si te acuerdas de mí, brille serena
de tu mirada la esplendente luz...
no empañe nunca su fulgor la pena...
placeres te dará la juventud.

No caiga el llanto entre tus labios rojos
que encendían ayer mi frenesí;
no velen tristes lágrimas tus ojos...
¡Voy a olvidarte! ¡Olvídame tú a mí!...

¡Antes es nuestra ventura...
no llores! Los dos riamos;
vamos tras la dicha;
vamos de ese torbellino en pos.
Encubra nuestra memoria
el olvido más profundo...
¡A gozar! ¡Mañana el mundo
nos olvidará a los dos!...




Ante una tumba



I

¡En ti concluye la miseria humana!
La dulce dicha que al mortal afana,
la gloria y el amor,
átomos son que lleva raudo el viento,
¡y que van a perderse en un momento
de una olvidada tumba entre el verdor!

Como del árbol caen las hojas secas,
así caerán en esas tumbas huecas
los que hoy riendo están
y los que gimen entre amargo llanto...
¡Que si en ti del placer muere el encanto,
también en ti las penas morirán!


II

En ti se acaba el padecer del hombre...
En tu sola mansión se olvida el nombre
del que al mundo asombró...
¿Por qué hay locos que van tras de la gloria,
si muere del pasado la memoria
como el humo que el aire arrebató?...

Nuestra pobre existencia va de huida...
¡No hay que contar las horas de la vida...
que todas pasarán!...
Dure el placer siquiera una mañana...
¡Las ilusiones de la vida humana
cuando la tarde muera, morirán!

Madrid. 1869.







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