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221

Cfr. Juan Cano Ballesta, La poesía española entre pureza y revolución (1930-1936), Madrid, Gredos, 1972; C. B. Morris, Surrealism and Spain 1920-1936, Cambridge, Cambridge University Press, 1972, y Vittorio Bodini, Los poetas surrealistas españoles, Barcelona, Tusquets, 1971.

 

222

A título de ejemplo, vid. Madrigal de verano, Canción para la luna, Prólogo, Sueño, El macho cabrío. Citamos por la edición de Obras completas, Madrid, Aguilar, 2 vols., 1974, 19 ed. (en nuestras citas, el número romano designa el volumen y los números árabes las páginas); los poemas referidos se encuentran en 1, 49-50, 56-8, 86-9, 130-1 y 148-50.

 

223

F. Lázaro Carreter, «Baudelaire y García Lorca», Ínsula, núm. 98, febrero 1954, pág. 2. En apoyo de la tesis de Lázaro, véase este pasaje de la conferencia dedicada al cante jondo en 1922: «También existe gran afinidad -escribe Lorca- entre nuestros siguiriyeros y los poetas orientales en lo que se refiere al elogio del vino. Cantan ambos grupos el vino claro, el vino quitapenas que recuerda a los labios de las muchachas, el vino alegre, tan lejos del espantoso vino baudeleriano», I, 992.

 

224

Citamos por la edición de Les fleurs du mal et autres poèmes, Chronologie et préface par H. Lemaître, París, Garnier-Flammarion, 1964. La cita se encuentra al final de Le voyage, CXXVI, pág. 155.

 

225

Un fantôme (XXXVIII), I, Les ténèbres, pág. 64.

 

226

Poèmes divers, VIII, pág. 221. Vid. también, en línea similar, Le revenant (LXIII, páginas 87-8) y Semper eadem (XL, págs. 66-7).

 

227

Que ha pasado inadvertido a la mayoría de los críticos. Excepciones notables son A. Belamich, quien en «Le mystique charnel», incluido en su obra Lorca, París, Gallimard, 1962, páginas 95-110, traza el mejor estudio existente hasta ahora sobre la materia, y R. Martínez Nadal, El Público. Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, México, Ed. Joaquín Mortiz, 1974, 2.ª ed., págs. 188-90.

 

228

A simple título de ejemplo: el tema de la esterilidad femenina -Yerma- está en Elegía (I, 39-41); Manantial (Fragmento) (I, 124-7) contiene el gran motivo lorquiano de las metamorfosis; ecos de Aire de nocturno (I, 143-4) reaparecen en Así que pasen cinco años (II, 438-9); la simbología mortífera lunar se manifiesta en La luna y la muerte (I, 114); y es visible ya la tendencia a la metaforización plástica y sensorial, así como el dominio de los materiales folklóricos.

 

229

Es justo destacar que ha sido Martínez Nadal (op. cit., pág. 189) el primero en llamar la atención sobre estos versos. Curiosamente -¿pudor tal vez?-, Lorca los omite en la lectura que realiza del poema en la conferencia sobre el Romancero gitano (I, 1085).

 

230

Nada tenemos que objetar a la interpretación que hace de estos versos R. Xirau en su excelente artículo «La relación metal-muerte en los poemas de G. L.» (ahora en el volumen colectivo F. G. L., Ildefonso-Manuel Gil, Madrid, Taurus, 1973, págs. 343-52), para quien «el juego de la vida acaba en el hielo definitivo de este sólido muro de metal-peñasco» (página 347), ya que esa interpretación no se opone a la nuestra, sino que la complementa: el juego de la vida acaba, comienza otro, y ahí sí cobra todo su valor la consulta de los naipes, aunque éstos estén helados.