Escena
I
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El MARQUÉS
y DEMETRIO, mayordomo de
la casa ya viejo; trae una cartera y un lápiz.
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MARQUÉS.- ¿Conque se ha enterado
usted, Demetrio?
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DEMETRIO.- Sí, señor
marqués. Este pabellón queda desde ahora a las
órdenes de don Plácido; es decir, del escribiente de
usted. (Tomando apuntes en su
cartera.)
|
MARQUÉS.- No; la palabra propia. Nunca
emplea usted la palabra propia. Mi escribiente... lo ha sido; ya no
lo es. Don Plácido, o si usted quiere el señorito
Plácido, es mi secretario particular; ¡mi secretario
particular!
|
DEMETRIO.- Sí, señor
marqués, su secretario particular.
(Apunta.)
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MARQUÉS.- Y aquí habitará
con un criado... o dos criados, que pondré a su
servicio.
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DEMETRIO.- ¿Con un criado o con dos
criados? (Suspendiendo la
apuntación.)
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MARQUÉS.- Con dos. Dos criados.
Además, comerá con nosotros. ¿Comprende
usted?
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DEMETRIO.- Perfectamente. Comida, la del
señor marqués.
(Apuntando.)
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MARQUÉS.- ¡Hombre, eso no! Si le da
usted a Plácido mi comida, me quedo yo sin comer.
¡Propiedad en la frase, por Dios!
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DEMETRIO.- Quiero decir que comerá a la
mesa del señor marqués.
|
MARQUÉS.- Bueno. Y mucha
consideración y mucho respeto.
|
DEMETRIO.- Pierda cuidado el señor
marqués. Se le respetará como si fuera el propio
señor marqués. (Va a
apuntar.)
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MARQUÉS.- ¡Tanto respeto, no!
Porque al fin yo soy yo.
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DEMETRIO.- Algo menos.
(Apuntando.) Se le respetará
algo menos.
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MARQUÉS.- Pero si lo apunta usted de ese
modo, van a creer que se le debe respetar algo menos de lo que
antes se le respetaba, y es al contrario.
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DEMETRIO.-
(Apuntando.) Algo más.
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MARQUÉS.-
(Corrigiendo.) Bastante
más.
|
DEMETRIO.-
(Apuntando.) Bastante más.
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MARQUÉS.- Ahora que le busquen en la
casa; probablemente estará en mi despacho; y que venga a
tomar posesión de sus nuevas habitaciones.
|
DEMETRIO.- Sí, señor
marqués. (Se va apuntando.) Que
venga sin dilación a tomar posesión del
pabellón.
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MARQUÉS.- Es el mayordomo más
torpe que he tenido.
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Escena
II
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El MARQUÉS,
DON ROMUALDO y
DON ANSELMO, que se
encuentra con DEMETRIO.
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DEMETRIO.- Pasen, pasen..., que ahí
dentro está el señor marqués esperando al
señorito Plácido, su secretario particular.
(Saluda y vase.)
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MARQUÉS.- ¡Ah..., son ustedes!...
Los esperaba con verdadera impaciencia.
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DON
ROMUALDO.- Estamos pasando unos días muy
desagradables. En fin, tú te empeñaste en que
fuésemos padrinos de Plácido..., y realmente es un
joven muy simpático.
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DON
ANSELMO.- Muy simpático.
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MARQUÉS.- Su conducta ha sido
nobilísima.
|
DON
ROMUALDO.- No cabe duda; nobilísima.
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MARQUÉS.- Pero ¿cuándo ha
de acabar este asunto?
|
DON
ANSELMO.- ¡Ah! De nosotros no depende..., ni de
ellos tampoco. Dos veces hemos querido ir al terreno, y dos veces
la Policía se nos ha echado encima. ¿Quién ha
podido dar el aviso? ¿Lo sospecha usted?
|
MARQUÉS.- Vaya usted a saberlo.
|
DON
ANSELMO.- De los interesados no hay que sospechar. A
don Claudio le dió un síncope, o algo así, de
ira.
|
MARQUÉS.- No, a corazón no le gana
a Plácido. No he visto tranquilidad igual. Ustedes saben lo
que yo soy en esos lances, pues aún más sereno que
yo: como si tal cosa.
|
DON
ROMUALDO.- ¡Si es tranquilo el hombre,
dígamelo usted a mí! En estos días, que
debían ser angustiosos, muy angustiosos para él,
porque al fin se juega la vida, ha tenido la ocurrencia de escribir
un artículo sobre mi libro.
|
DON
ANSELMO.- Un gran artículo, y que ha tenido una
gran resonancia.
|
DON
ROMUALDO.- ¡Es un joven de mucho talento... y de
mucho valor!
|
DON
ANSELMO.- Y, sin embargo, vean ustedes, lo que es el
teatro: la noche en que se estrenó su comedia tenía
miedo; un hombre tan sereno ante la muerte..., tenía
miedo.
|
MARQUÉS.- Pero fue un gran
éxito.
|
DON
ANSELMO.- (Al MARQUÉS.) Claro,
usted compró casi todo el teatro, y luego nuestros dos
periódicos echaron las campanas a vuelo.
|
DON
ROMUALDO.- ¡Yo no estoy arrepentido!
|
DON
ANSELMO.- Tratándose de un principiante tan
simpático, la benevolencia es permitida, es casi un
deber.
|
MARQUÉS.- Hay que ayudarle entre todos,
porque él es tan tímido, tan modesto, que no
hará nada por sí. Yo tengo mi proyecto. Si escapa con
vida, que Dios lo quiera, yo le haré subir.
¡Quizá le deba la vida! ¡No hago más que
pagar una deuda sagrada!
|
DON
ANSELMO.- Si ustedes le hubieran visto con qué
modestia y con qué ingenuidad me rogaba que dulcificase mi
artículo de crítica. Al soberbio, castigo; al
humilde, protección.
|
MARQUÉS.- Yo estoy angustiadísimo.
Pero ¿no habría modo de evitar el lance?
|
DON
ROMUALDO.- Imposible. Hemos querido aprovechar las
dificultades que durante una semana entera nos ha estado poniendo
la Policía, para buscar un arreglo, extender un acta en que
todos quedasen bien y dar por terminado el lance; pues no lo hemos
conseguido.
|
DON
ANSELMO.- Y en honor a la verdad, el más terco
ha sido Plácido: «que Claudio le ha insultado a usted
y que han de matarse y han de matarse». Esto es lo que se
opone a todas nuestras reflexiones.
|
MARQUÉS.- Ese joven vale mucho. Yo soy
duro para estas cosas, ya lo saben ustedes..., pues me enternezco.
¡Si ocurriese una desgracia!
|
DON
ANSELMO.- Tengamos esperanza. Y si Plácido sale
bien, ha hecho su suerte. En ocho días, el hombre a la moda,
el favorito del público, el héroe y el caballero.
|
MARQUÉS.- ¡Qué pena si le
rompen las alas a ese pobre chico!
|
DON
ROMUALDO.- Él se empeña.
|
DON
ANSELMO.- Él fue el que sugirió la idea
de que aprovechásemos su parque de usted.
|
MARQUÉS.- Y yo tuve la debilidad de
acceder.
|
DON
ROMUALDO.- No; el sitio está bien escogido, y
esta vez desafiamos a la Policía.
|
MARQUÉS.- Ya he dado mis
órdenes.
|
DON
ROMUALDO.- Plácido está aquí; no
le ve entrar ningún polizonte. Don Claudio vendrá
solo y entrará por la puertecita del parque. Y los padrinos
vendremos como de visita..., o para almorzar contigo..., a las once
o a las doce. No hay modo de que nos sorprendan.
|
MARQUÉS.- Sí, las precauciones
están bien tomadas; pero voy a pasar un mal día...,
porque es hoy, ¿no es verdad?
|
DON
ANSELMO.- Hoy misino; ya se lo hemos escrito.
|
MARQUÉS.- Sí, sí...,
recibí anoche la carta.
|
DON
ROMUALDO.- Pero veníamos precisamente por eso,
para evitar cualquier equivocación.
|
DON
ANSELMO.- Sí..., vamos, que nos estarán
esperando los otros padrinos. Hasta luego, señor
marqués, y buen ánimo. (Se dan la
mano.)
|
DON
ROMUALDO.- Hasta luego..., ¿quién
sabe?..., puede ser que almorcemos todos juntos.
|
MARQUÉS.- ¡Dios lo quiera!
(Salen DON
ANSELMO y DON
ROMUALDO.)
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Escena
III
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|
El MARQUÉS;
a poco, PLÁCIDO.
|
MARQUÉS.- La verdad sea dicha, me
disgustaría profundamente encontrarme en el caso de
Plácido. La vida es triste..., pero perderla sin motivo
fundado es más triste todavía. Hola, Plácido,
¿estaba usted ahí?
|
PLÁCIDO.- (Entrando siempre
con aire modesto.) Me dijeron que me llamaba usted,
pero al acercarme vi que hablaba usted con mis padrinos y no quise
molestarlos a ustedes.
|
MARQUÉS.- Siempre discreto y
respetuoso.
|
PLÁCIDO.- Es mi obligación.
|
MARQUÉS.- ¿Y no siente usted
cierta inquietud nerviosa?
|
PLÁCIDO.- No, señor. Cumplo mi
deber, demuestro que soy agradecido y voy a castigar a ese..., a
ese hombre que ha insultado groseramente a mi bienhechor.
|
MARQUÉS.- Me admira usted,
Plácido. En este siglo miserable en que vivimos, quedan
pocos hombres como, usted.
|
PLÁCIDO.- ¡Ay, no, señor; yo
creo que hay muchos como yo!
|
MARQUÉS.- En fin..., si ha de ser, mucha
sangre fría, mucha tranquilidad; en más de un lance
apurado me salvó esta sangre fría que la Naturaleza
me dio, y que todos conocen.
|
PLÁCIDO.- Ya que no en otras cosas,
procuraré en ésta imitarle a usted, señor
marqués.
|
MARQUÉS.- (Le contempla con
admiración y cariño.) Mire usted,
Plácido, hay momentos en que siento impulsos de tomar su
puesto... de usted en ese lance. ¡Ya vería don Claudio
lo que era bueno!
|
PLÁCIDO.- Eso sí que no lo
consentiría yo.
|
MARQUÉS.- ¡Pero mi hija, mi pobre
Josefina! ¡Si no fuera por ella!... ¡Los hijos atan
mucho! ¡Hasta que tuve a mi hija, yo era un hombre
agresivo..., temible..., violento!... ¡Tuve a Josefina..., y
aquí me tiene usted convertido en borrego!
(Riendo.)
|
PLÁCIDO.- Se le conoce..., se le
conoce... Señor marqués, voy a pedirle a usted un
favor.
|
MARQUÉS.- Lo que usted quiera. Almas como
las nuestras se comprenden.
|
PLÁCIDO.- Pudiera ser que la suerte me
fuera adversa. Si yo muriese, no abandone usted a Javier: es para
mí como un hermano. No abandone usted a Blanca: siempre fue
una hermana para mí. ¿Me lo promete usted?
|
MARQUÉS.- ¡Se lo prometo! ¡Se
lo juro! (Se dan la mano.) Pero una
vez prometido y jurado, algo tengo que decirle a usted en forma de
consejo. Plácido, no se fíe usted de Javier ni de su
hermana.
|
PLÁCIDO.- ¿Por qué?
|
MARQUÉS.- Porque no le quieren a usted.
Porque le tienen envidia. ¡Porque le odian!... ¡Le
odian, sí, señor! Yo conozco a la gente.
|
PLÁCIDO.- Pues ¿qué han
hecho?
|
MARQUÉS.- No estar, como nosotros,
angustiadísimos por la situación en que usted se
encuentra. ¡Lo natural, señor, lo natural! Pues ellos,
los amigos de siempre, los hermanos queridos, tan frescos, tan
indiferentes, ¡como si tal cosa!
|
PLÁCIDO.- Será por cortedad, por
disimular...
|
MARQUÉS.- ¡Qué bueno es
usted y qué cándido! Odio, envidia, malas pasiones,
porque ven que usted sube y sube; ¡y subirá, yo se lo
fío!
|
PLÁCIDO.- (Sin poder
contenerse.) ¡Subiré!
|
MARQUÉS.- Déjeme usted a
mí. ¡Ahora, a olvidar esas pequeñeces!
Ánimo y serenidad, y un abrazo. (Se
abrazan.) Ya los tiene usted ahí a los dos.
Vendrán a despedirse. ¡Unas lagrimitas y unos suspiros
dulces! ¡La suavidad del reptil! Yo estoy a la mira, y en
cuanto suenen dos tiros interrumpo el lance atropellando por todo.
Adiós, Plácido... ¡Le dejo con sus buenos
amigos!... ¡Adiós! (JAVIER y BLANCA están en la puerta. El
MARQUÉS pasa
desdeñoso, sin dignarse saludarlos.)
|
Escena
IV
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|
PLÁCIDO,
BLANCA y JAVIER. Pausa. Se miran unos a
otros.
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JAVIER.- Como dicen todos que estás en
peligro de muerte, venimos a despedirte.
|
PLÁCIDO.- ¿También
tú? Blanca te ha convencido, según parece.
|
JAVIER.- Pensé que los tres íbamos
a una. Que en esta lucha prosaica, vulgar, rastrera, pero en el
fondo trágica, todos teníamos la obligación y
el compromiso de ayudarnos.
|
BLANCA.- ¿Trágica?... Asainetada,
diría yo.
|
PLÁCIDO.- Os dije al salir de nuestro
pueblo que venía «resuelto a subir», bien a bien
o mal a mal. Por la fuerza o por la astucia. ¿No
queréis acompañarme? Cada cual por su camino.
|
JAVIER.- Francamente, el tuyo me repugna.
|
BLANCA.- Ni él ni yo servimos para
histriones.
|
PLÁCIDO.- Esa ventaja os llevo: tengo un
talento más.
|
BLANCA.- ¿Y te sientes orgulloso?
|
PLÁCIDO.- Hoy, no; cuando venza,
sí; me sentiré orgulloso.
|
BLANCA.- Y dime: ¿qué
tendría que hacer un hombre para que tú te sintieras
con el derecho de despreciarle?
|
PLÁCIDO.- Ser más torpe que
yo.
|
BLANCA.- ¿Y nada más?
|
PLÁCIDO.- Nada más.
|
JAVIER.- ¿Y no crees tú que si los
demás estuvieran en el secreto, como Blanca y yo,
tendrían derecho para arrojarte al rostro el nombre de
farsante?
|
PLÁCIDO.- ¡Qué
cándidos sois! ¿Creéis que soy el único
ejemplar de mi clase en la comedia humana? ¿Imagináis
que no se representan en el mundo miles y miles de farsas
más repugnantes, más infames, más grotescas
que esta farsa que yo represento?¡Quizá menos
artificiosas, porque eso ha dependido de las circunstancias; pero
en el fondo, de la misma familia que la mía: farsa y farsa!
¿Cuántos hombres mienten, cuántos hombres
fingen, cuántos adulan, cuántos se arrastran?
¡Contadlos si podéis! ¡Lo que hay es que
vosotros veis el artificio por dentro y en el mundo se ve por fuera
y parece natural! ¡Ah! Si en el teatro social
viviéramos todos entre bastidores, ¡cómo nos
despreciaríamos los unos a los otros!
|
BLANCA.- ¡No todos los hombres son como
tú!
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PLÁCIDO.- Es cierto; muchos son
más torpes, cometen acciones parecidas a las mías,
pero no ajustadas a un plan. Yo, como no soy torpe, y tengo
energías, y sé adónde voy, y no vacilo,
¡estudio y preparo mi papel! Ellos, ¡los pobres
diablos!, improvisan a diario, y a veces se equivocan y los
conocen, y entonces los silban. ¡Ah! Las equivocaciones ni en
el escenario ni en el mundo se toleran.
|
BLANCA.- Pues aunque unos sean listos y otros
torpes, yo te repito, Plácido, que no todos son como
tú, porque entonces habría que huir de la
sociedad.
|
PLÁCIDO.- Lo confieso, puesto que entre
la muchedumbre de los seres humanos estáis vosotros, que no
sois como yo. Tú, Blanca, eres un ser excepcional.
(Con respeto y tristeza.) Pero la
generalidad de los humanos no puede ser perfecta.
|
BLANCA.- ¡Pero todos pueden ser
honrados!
|
PLÁCIDO.- Sí; la honradez es la
mercancía más barata: está al alcance de
cualquier imbécil.
|
BLANCA.- ¿Y esa adulación
constante, rastrera, que te está manchando,
Plácido?
|
PLÁCIDO.- ¡La adulación es
el arma más poderosa y el arma más universal! Adula
el que requiere de amores a la mujer a quien no ama, y aunque la
ame; adula el que va a pedir un favor, y la Humanidad se pasa la
vida pidiendo favores; adula el humilde al poderoso y el cortesano
al monarca; y los emperadores adulan a sus pueblos; y los generales
a sus soldados para que se dejen matar; ¡y cuántos que
alardean de piadosos adulan, impíos, a su Dios para que les
conceda un rinconcito del cielo! ¡Ay! ¡Si Dios no
tuviera cielos que repartir, cuántos beatos menos
habría!
|
BLANCA.- ¡Eso, no; no calumnies el alma
humana; emborrona la tuya, no las demás!
|
PLÁCIDO.- Me hacéis perder fuerzas
con vuestras impertinencias morales...
|
BLANCA.- (Con
cariño.) ¡Olvida tus ambiciones, que no
son buenas, Plácido!
|
PLÁCIDO.- ¡No exageremos! Mis
mentiras y adulaciones, ¿qué daño causan?
Decidme, si podéis, ¿a quién hago
daño?
|
BLANCA.- A ti.
|
PLÁCIDO.- ¿Cómo, si voy
subiendo?
|
BLANCA.- Degradándote.
|
PLÁCIDO.- No lo veo tan claro.
|
BLANCA.- Esa es tu perdición, que no lo
ves claro.
|
JAVIER.- ¿De modo que no logramos
convencerte?
|
PLÁCIDO.- No.
|
JAVIER.- ¿Y seguirás tu
camino?
|
PLÁCIDO.- Seguiré.
|
BLANCA.- ¿Nada somos para ti, nada,
Plácido?
|
PLÁCIDO.- ¡Unos benditos de Dios!
Pero atended. Para toda esa gente, yo soy el bueno, el
simpático, el honrado, el leal. Y vosotros,
¿sabéis lo que sois vosotros? ¡Los envidiosos,
los traidores, los egoístas! Hace poco me lo decía el
marqués con profunda indignación. Esa es la justicia
del mundo, y ahora, ¡sacrificaos por esa gente! Aunque no sea
más que por vengaros, he de escarnecerlos.
|
BLANCA.- ¿Nada somos para ti, nada,
Plácido?
|
PLÁCIDO.- ¡Qué
queréis..., hay algo superior a la voluntad!
|
BLANCA.- Sí; hay algo..., y ésa
era mi última esperanza; pero ya no la tengo.
|
PLÁCIDO.- ¿Y qué era?
|
BLANCA.- Si tú no lo sabes, yo no lo
digo.
|
PLÁCIDO.- Calla..., creo que viene
alguien.
|
BLANCA.- No temas; no iba a decir nada.
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Escena
V
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Dichos y TOMÁS.
|
PLÁCIDO.- ¡Ah!... Es
Tomás... Volvamos a mi papel. (Con mucha
amabilidad.) Entre usted, entre usted, Tomás.
¿Me buscaba usted? ¿Deseaba usted algo?
|
TOMÁS.- Desear..., nada. Por mí,
nada.
|
PLÁCIDO.- ¿Le manda a usted la
señorita Josefina?
|
TOMÁS.- La señorita Josefina no
tiene para qué mandarme. Me manda el señor
marqués. (Mirando a todas partes con
curiosidad.)
|
PLÁCIDO.- ¿Acaso quiere
hablarme?
|
TOMÁS.- A usted, no, señor. A
quien me ha mandado que busque, y a quien desea hablar al momento,
es a don Javier.
|
JAVIER.- ¿A mí?
|
TOMÁS.- Tiene usted que llevar al
director del periódico, de parte del señor
marqués, una carta, y además creo que tiene que darle
a usted otro encargo.
|
JAVIER.- ¿Cuál?
|
TOMÁS.- Él se lo dirá a
usted de palabra. ¿La señorita Josefina no ha
venido?
|
PLÁCIDO.- No ha venido. Ni merezco la
honra de que me visite.
|
TOMÁS.- Claro está que no. Pero
pensé si habría tenido la curiosidad de ver la nueva
habitación de usted. Buena es..., buena... El señor
marqués le cuida a usted.
|
PLÁCIDO.- El señor marqués
es muy bondadoso..., demasiado bondadoso.
|
TOMÁS.- Demasiado. Conque, don Javier, ya
lo sabe usted.
|
JAVIER.- Voy en seguida.
|
PLÁCIDO.- Si usted quiere, puede
sentarse...
|
TOMÁS.- Tengo que ir allá. Me
espera la señorita. Buen alojamiento, bueno, bueno.
(Dirigiéndose a la puerta.) Que
lo goce usted muchos años. Porque mejor que éstos,
los salones del palacio del señor marqués. No hay
más. ¡Eh!..., ¿no digo bien?...
(Se marcha hablando en voz baja y para
sí.) Plácido..., don
Plácido..., el excelentísimo señor don
Plácido... A eso vamos..., a eso vamos.
|
Escena
VI
|
|
BLANCA y
PLÁCIDO.
BLANCA, sentada y
ocultando el rostro entre las manos.
|
PLÁCIDO.- ¿En qué piensas,
Blanca?
|
BLANCA.- En que forma contraste muy doloroso la
dulzura con que tratas a ese criado antipático y grosero,
que te odia..., ése sí que te odia..., y la dureza
con que nos tratas a Javier y a mí.
|
PLÁCIDO.- Exigencias de mi
situación... y de la comedia que represento.
|
BLANCA.- Ya lo sé. Ese hombre puede
hacerte daño; nosotros, no.
|
PLÁCIDO.- Ese hombre es un muñeco
ridículo, a quien trataré como merece el día
en que pueda darle su merecido. Vosotros... ya os he dicho lo que
sois para mí.
|
BLANCA.- ¡Nosotros!...
(Levantándose.) ¿Y yo
qué soy? Quiero saberlo de una vez, y por eso me he quedado.
Sobre todo, no me engañes como a los demás.
|
PLÁCIDO.- A ti, nunca. A ti me presento
sin careta. Tú eres la única a quien no me da
vergüenza mostrar las luchas dolorosas de mi alma.
|
BLANCA.- ¿Luego luchas todavía?
(Con esperanza.)
|
PLÁCIDO.- No; he luchado. He vencido. A
otra mujer la engañaría; a ti, no, Blanca. Estoy en
el centro del torbellino, de mis locuras o de mis ambiciones., como
tú quieras; no sé adónde me llevará el
torbellino.
|
BLANCA.- Yo, sí. A esos salones del
marqués, como decía Tomás hace poco.
¡Niégalo!
|
PLÁCIDO.- No puedo negarlo, porque no
puedo adivinar el porvenir.
|
BLANCA.- Yo, sí, te lo repito. ¡Has
salvado la vida al marqués, su gratitud es inmensa! Eres
simpático, tienes talento, empiezas a tener fama, todos te
aplauden...; y Josefina está enamorada de ti..., ¡como
ella puede enamorarse!..., pero llamémosle amor a lo que
siente; y el padre agradecido, y la hija apasionada, y tú
ambicioso y sin conciencia, la solución es natural y
fácil. ¡Te casarás con Josefina, y serás
millonario, y serás poderoso, y tendrás un
título, y debajo de todo eso serás un ser villano y
despreciable, un harapo que yo no recogería allá, en
nuestro pueblo, de la rodada que dejan en el barro las ruedas de
nuestras carretas!
|
PLÁCIDO.- ¡Insúltame! Hay en
tus. insultos no sé qué de misteriosa dulzura.
¡Prefiero tus insultos a tú llanto, Blanca!
|
BLANCA.- No lloro por orgullo; pero me cuesta
mucho tragarme mis lágrimas. Yo tampoco te
engaño.
|
PLÁCIDO.- ¡Blanca!...
¡Blanca!... Dime algo.
|
BLANCA.- No sé qué decirte.
|
PLÁCIDO.- ¿En qué
piensas?
|
BLANCA.- En un recuerdo.
|
PLÁCIDO.- ¿Cuál?
|
BLANCA.- Como ahora me dices..., porque me lo
has dicho como se dicen estas cosas, que no me quieres, pensaba en
la primera vez que me dijiste que me querías.
|
PLÁCIDO.- ¿Cuando fue?
¿Cómo fue?
|
BLANCA.- ¿No lo recuerdas?
|
PLÁCIDO.- No.
|
BLANCA.- ¡Fue un día de fiesta...;
era ya de noche...; veníamos por el monte de una de aquellas
romerías tan alegres!... Javier y Claudio, detrás.
Nosotros dos, delante y silenciosos; habíamos reído
mucho; estábamos cansados de reír. De pronto,
pasó junto a nosotros una pareja de enamorados; iban muy de
prisa, cantando y cogidos de la mano, cuneando los dos brazos a
compás de la canción. Y tú me dijiste:
«¿Vamos como ésos?» Y nos dimos las manos
y «fuimos como ellos».
|
PLÁCIDO.-
(Conmovido.) ¡Blanca!
(Queriendo cogerle la mano.)
|
BLANCA.- No; a mí, no. Dale la mano a
ésa. (JOSEFINA aparece en la puerta. Aparte,
y en voz baja.) ¡La careta! ¡La careta,
que se te ha caído!
|
PLÁCIDO.-
(Aparte.) ¡Pues la careta!...
(Alto.) ¡Josefina!...
|
Escena
VII
|
|
Dichos y JOSEFINA.
|
JOSEFINA.- ¿Estorbo?... Parece que
estabais en conversación muy interesante.
|
PLÁCIDO.- ¡Interesante!...
Sí..., vino Blanca llamada por la curiosidad a ver mi nuevo
alojamiento..., y hablábamos de lo bueno
que es su padre de
usted para conmigo.
|
JOSEFINA.- (Con
malicia.) Sí, papá es muy bueno. Y a
eso he venido yo..., a lo mismo que Blanca..., a ver su nuevo
alojamiento de usted. Las dos hemos venido a lo mismo,
¿verdad?
|
BLANCA.- Y puesto que ya lo hemos visto, podemos
marcharnos las dos.
|
JOSEFINA.- No, porque estoy muy cansada.
(Se sienta.) Y hazte el cargo, mujer;
yo no he hecho más que entrar. Tú ya lo habrás
visto todo. Muy bien y con calma, porque hace mucho que
estás aquí; me lo ha contado Tomás.
|
BLANCA.- Es cierto: me entretuve más de
lo que pensaba.
|
JOSEFINA.- Sí..., ¿eh?
|
PLÁCIDO.- Hablábamos de nuestro
pueblo.
|
BLANCA.- Comparábamos aquella casucha
miserable que tenía Plácido con esta
habitación lujosa que el señor marqués ha
querido darle en prueba de su bondad y del cariño que le
tiene toda la familia. (Con
intención.)
|
JOSEFINA.- Sí, todos le queremos mucho.
Para hacerse querer, no hay como ser bueno. Si fuera agrio,
huraño, desagradecido, no le querríamos. Cada uno se
gana lo suyo, ¿no es verdad, Blanca?
|
BLANCA.- ¡Cada uno tiene lo que merece, y
Plácido merece vuestro afecto, «el tuyo sobre
todo»!
|
JOSEFINA.- No sé si has querido decirme
algo desagradable, porque es tu costumbre.
|
PLÁCIDO.- ¡Por Dios, Josefina, no
piense usted eso! Es que allá, en el pueblo, tenemos un modo
de hablar un poco..., un poco...
|
BLANCA.- Un poco brutal, dilo. Tiene
razón Plácido: no me acostumbro al lenguaje
cortesano.
|
PLÁCIDO.- De todas maneras, Blanca no ha
querido decir lo que usted supone.
|
JOSEFINA.- Pues entonces, ¿qué ha
querido decir? No, yo soy a mi manera. Yo quiero que me den la
razón o que me la quiten.
|
PLÁCIDO.- ¿Quién es capaz
de negar que Josefina tiene siempre razón?
|
BLANCA.- Nadie; ni yo.
|
JOSEFINA.- Es decir, ¿que te das por
vencida?
|
BLANCA.- Ahora y siempre me doy por vencida.
|
JOSEFINA.- (Riendo con cierta
crueldad.) Pues. los vencidos, ¿sabes
tú lo que hacen?
|
BLANCA.- Resignarse.
|
JOSEFINA.- Resignarse y apelar a la fuga; sobre
todo si el vencimiento es derrota, ¿no es así,
Plácido?
|
PLÁCIDO.- ¡Qué bromista!
(No sabe qué decir; está
violento.)
|
JOSEFINA.- ¿No me entiendes?
|
BLANCA.- ¿Quieres que me vaya?
|
JOSEFINA.- La modista está arreglando mi
vestido. Papá dice que para estas cosas, tú tienes
buen gusto.
|
BLANCA.- Pues iré.
|
JOSEFINA.- Y te pones mi traje... Me ahorras la
primera prueba.
|
BLANCA.- (Con cierta
ironía, fina venganza de mujer.) Eso
sería inútil; no tenemos el mismo cuerpo. Y si lo
dudas, que lo diga Plácido, a ver si en eso te da
también la razón. (Dirigiéndose
a la puerta.)
|
JOSEFINA.- ¿Por qué no?
|
BLANCA.- (Ya en la puerta y
riendo.) Es capaz.
(Sale.)
|
Escena
VIII
|
|
JOSEFINA y
PLÁCIDO.
|
JOSEFINA.- En fin, ya nos dejó solos, que
es lo que yo quería.
|
PLÁCIDO.- ¿Deseaba usted decirme
algo?
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JOSEFINA.- ¿Es que yo no me intereso por
usted?
|
PLÁCIDO.- ¿De veras? ¿Lo
dice usted por bondad o porque lo siente?
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JOSEFINA.- ¿Se figura usted que yo soy
como Blanca?
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PLÁCIDO.- Eso sí que no me lo
figuro.
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JOSEFINA.- Todos sabemos que va usted a tener un
duelo muy grave; y ella, indiferente..., y yo...
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PLÁCIDO.- ¿Y usted...?
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JOSEFINA.- Yo, por lo regular, duermo nueve
horas; pues anoche no dormí más que ocho..., y
soñé con el duelo.
|
PLÁCIDO.- ¿Usted se desvela por
mí? Pero ¿es posible? ¡Sería demasiada
dicha!... Siente usted la necesidad de protegerme... Velando un
ángel como usted por mí, no temo nada...
(Acercándose y fingiendo
apasionamiento.) Josefina es mi ángel
tutelar!
|
JOSEFINA.- Esas cosas que usted dice son las que
a mí me gustan.
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PLÁCIDO.- Voy a sonrojarme.
|
JOSEFINA.- ¡Sonrójese usted! El
color encendido sienta bien.
|
PLÁCIDO.- Voy a sonrojarme más,
sólo por darle gusto a usted.
|
JOSEFINA.- No...; está usted bien
así. Está usted a punto, y me va usted a decir la
verdad.
|
PLÁCIDO.- ¡No sé mentir!
|
JOSEFINA.- ¿A quién prefiere
usted: a Blanca o a mí?
|
PLÁCIDO.- Mire usted que la
contestación a esa pregunta es peligrosa; porque voy a decir
a usted... lo que no debo decir..., ¡lo que debiera quedar
para siempre abrumado por lágrimas en lo más profundo
de mi corazón!
|
JOSEFINA.- Pues lo diré de otro modo...,
y conste que estamos de broma... ¿Con quién
preferiría usted casarse: con Blanca o conmigo?
|
PLÁCIDO.- Es una broma, pero una broma
cruel.
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JOSEFINA.- Conteste usted, conteste usted...
Dicen que soy caprichosa, pero quiero que conteste usted...,
¡lo quiero, lo quiero!
|
PLÁCIDO.- ¡Pero si usted no
querrá nunca ser mía!... ¿Qué soy
yo?
|
JOSEFINA.- ¡Qué terco!... Usted es
un hombre de talento, lo dicen todos. ¡Cómo le
aplaudían a usted en el teatro! ¡Usted escribe muy
bien!... Digo, el artículo en defensa de papá.
¡Y es usted valiente..., ya lo creo..., y fuerte! ¡A
mí, tan poca cosa como soy, me enamora un hombre de
bríos!... (Riendo y
provocativa.) ¡Y, además, con la
protección de papá y de don Romualdo, y de todos,
será usted famoso, y será usted diputado, y culpa de
usted será si no llega a ministro! ¡Pues con un
ministro no tendría nada de particular que yo me casase! Me
parece..., ¡no sé si será usted de la misma
opinión!
|
PLÁCIDO.- Presentarme esas visiones
divinas de felicidad para desvanecerlas con un soplo..., no es
tener compasión de mí, Josefina... ¡Mi
única esperanza es morir en ese duelo!...
|
JOSEFINA.- No se ponga usted triste, que voy a
ponerme triste yo también y va a darme el ataque de
nervios.
|
PLÁCIDO.- ¡Eso, no!... ¡Que
no le dé a usted!
|
JOSEFINA.- Lo que usted quiere es no contestar a
mi pregunta, a la que antes le hice. ¡Pues ha de contestar,
ha de contestar o reñimos para siempre!
|
PLÁCIDO.- ¡Reñir con usted,
no! ¡Es usted mi esperanza!..., ¡es usted mi
ambición!..., ¡es usted mi presa!... (Lo
dice con verdad, con pasión, brutalmente, apretándole
un brazo.)
|
JOSEFINA.- ¡Ay..., que me hace usted
daño! ¡Qué fuerza tiene este hombre... y
cómo le brillan los ojos! (Riendo más y
más.)
|
PLÁCIDO.-
(Separándose.)
¡Perdón, Josefina!
|
JOSEFINA.- No; si no me enfado; si aún
podría resistir más.
|
PLÁCIDO.- No supe lo que hice.
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JOSEFINA.- Mejor. Es como salen mejor las cosas:
cuando no se piensa en ellas. ¿De modo que yo sería
la preferida?
|
PLÁCIDO.- Sí.
|
JOSEFINA.-
(Riendo.) ¡Pobre Blanca!
|
PLÁCIDO.- ¡Pobre Blanca!
|
JOSEFINA.- No le tenga usted lástima.
Ella no se parece a nosotros.
|
PLÁCIDO.- No se parece.
|
JOSEFINA.- Ella será feliz de otro
modo... Allá en el pueblo... vivirá a su gusto. Si se
casase usted con Blanca y se fueran ustedes a Retamosa del
Valle..., ¡qué vida..., qué aburrimiento! Yo he
pasado en el pueblo una temporada, y creí morirme.
Irían ustedes los días de fiesta a alguna de aquellas
romerías tan ordinarias... ¿no las recuerda usted,
Plácido? ¡Qué mozas y qué mozos, y
qué amoríos!
|
PLÁCIDO.- ¡Si las recuerdo!...
|
JOSEFINA.- Se pone usted triste..., lo
comprendo.
|
PLÁCIDO.- ¡Si las recuerdo!...
|
JOSEFINA.- Pues olvídelas. En cambio, si
eso que suponíamos antes... se realizase... Vamos, si nos
casáramos..., iríamos a París, a Londres, a
Berlín... ¡Qué palacios..., qué
trenes..., qué fiestas!... ¡Cómo me
envidiarían las mujeres! Ir del brazo de usted, de un hombre
de talento y de fama, que ha sido ministro y que es muy rico, debe
de dar mucha envidia. ¡Dirán que soy muy mala, pero
dar mucha envidia me calma los nervios lo que usted puede
figurarse!
|
PLÁCIDO.- ¡Pero eso es un
sueño!
|
JOSEFINA.- ¿Quién sabe?... Acaso
de usted depende que no lo sea.
|
PLÁCIDO.- ¿Qué he de hacer?
Estoy dispuesto a todo.
|
JOSEFINA.- En primer lugar, no dejarse matar por
ese matón.
|
PLÁCIDO.- ¿Por Claudio?
(Riendo.) Eso corre de mi cuenta.
¡Claudio no me mata!... ¡Le digo a usted, Josefina, que
no me mata!
|
JOSEFINA.- ¡Es usted un valiente!... Eso
me gusta. ¡Está usted tan sereno como si se preparase
para ir al teatro!
|
PLÁCIDO.- Lo mismo. Si pudiera usted
poner la mano sobre mi corazón, se convencería usted
de que late tranquila y reposadamente.
|
JOSEFINA.- (Con
malicia.) ¿Conque su corazón de usted
está tranquilo? ¿Aun después de haber estado
hablando conmigo tanto tiempo?
|
PLÁCIDO.- ¡Cómo juega usted
conmigo! ¡Sea usted compasiva: me declaro vencido!
|
JOSEFINA.- No sé..., no sé...
|
PLÁCIDO.- Tiéndame usted su mano
misericordiosa.
|
JOSEFINA.- (Empezando a tender la
mano.) ¿Y si se queda usted con ella?
|
PLÁCIDO.- Corra usted ese riesgo por
mí. ¿O es usted más cobarde que yo?
|
JOSEFINA.- ¿Cobarde?... ¡No!...
(Le da la mano; él se apodera de ella con
fingida pasión y la besa.) Eso no es
valentía, sino atrevimiento.
|
PLÁCIDO.- ¡Es locura, es
delirio!... ¡Josefina!... (Se ve venir
lentamente a TOMÁS.)
|
JOSEFINA.- ¡Tomás!...
(Soltando la mano.) ¡Qué
rabia!..., ¡qué pesado!..., ¡qué
inoportuno!
|
PLÁCIDO.- ¡Si no fuera porque usted
le quiere mucho..., ya le trataría como se merece!
|
JOSEFINA.- Trátele usted como quiera.
¡Es inaguantable!
|
PLÁCIDO.- ¿Usted me autoriza?
|
JOSEFINA.- Plenamente; ya no le puedo
sufrir.
|
PLÁCIDO.- Ahora verá usted.
(Aparte.) ¡Gracias a Dios!
¡Empieza mi desquite!
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Escena
X
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|
PLÁCIDO y
CLAUDIO, pálido y
agitado.
|
PLÁCIDO.-
(Furioso.) Pero ¿a qué
vienes?..., ¿Te has vuelto loco? (Corre y
cierra la puerta del fondo.)
|
CLAUDIO.- ¡Es posible..., porque me has
metido en unos laberintos!... ¡Vine bastante sereno, porque
estuve pensando toda la noche: «Esto no es más que
comedia..., ese duelo no es cosa formal..., es decir, para todos es
muy formal...; para Plácido y para mí es una
farsa.»!
|
PLÁCIDO.- Una farsa, pero muy
provechosa.
|
CLAUDIO.- Y lo que yo pensaba: Plácido no
ha de matarme.
|
PLÁCIDO.- ¡No estoy seguro!
|
CLAUDIO.- ¡Hombre, por Dios..., piensa que
soy tu amigo!
|
PLÁCIDO.- ¡Eres mi
condenación!
|
CLAUDIO.- ¡Te repito que vine con bastante
valor! ¡Estaba satisfecho de mí! Venía
diciéndome a mí mismo: «¡Aquí hay
un hombre!» La puerta del parque estaba entornada, y por
orden del marqués me esperaba Javier..., con una cara feroz.
«Ya estás dentro -me dijo-; cumplí el
mandato», y cerró la puerta y se fue, y me
quedé solo... y me dio miedo. ¡Ea!, te digo la verdad:
me dio miedo. Y empecé a dar vueltas, hasta que
encontré no sé a quién..., a un criado, y le
pregunté por ti, y me señaló este
pabellón..., y aquí estoy.
|
PLÁCIDO.- Pero ¿no comprendes que
no podemos vernos hasta llegar al terreno?.
|
CLAUDIO.- Pero si es que precisamente yo no
quiero llegar al terreno.
|
PLÁCIDO.- ¡Si está todo
concertado!
|
CLAUDIO.- Pues se desconcierta.
|
PLÁCIDO.- Pero ¿cómo,
reverendísimo imbécil?
|
CLAUDIO.- Como se hace en estos casos:
«nos hemos visto, nos hemos dados explicaciones y somos
amigos».
|
PLÁCIDO.- ¡Pues no lo somos, sino
enemigos mortales!
|
CLAUDIO.- ¡Por Dios, Plácido, que
me comprometes!
|
PLÁCIDO.- ¡Ay, qué
hombre!... ¡Si no corremos ningún peligro..., si te lo
he explicado cien veces..., si esto no lo sabe nadie. Mira,
llegamos al terreno, tú, con tus padrinos; yo, con los
míos.
|
CLAUDIO.- Eso es precisamente lo que yo no
quiero. Mis padrinos son los que me dan miedo. ¿Y si
adivinan la farsa y se empeñan en que hemos de batirnos de
veras?
|
PLÁCIDO.- ¡Pero si no pueden
adivinar nada!
|
CLAUDIO.- ¡Los padrinos tienen muy mala
intención!
|
PLÁCIDO.- ¡Y tú peor!
|
CLAUDIO.- Pues oye: me parece que tendría
menos miedo si el lance fuera «de verdad». Es una
mezcla de miedo y de vergüenza, lo que siento.
|
PLÁCIDO.- Basta, no seas necio.
¡Obedéceme! ¡O te juro que el lance será
serio, ya que esto te agrada más! ¡Yo no tolero que
estúpidamente descompongas mis planes!
|
CLAUDIO.- Pero ¿y si te ocurre una
desgracia?
|
PLÁCIDO.- ¡Si no es posible!
Atiende: llegamos al terreno; te dan una pistola; a mí,
otra. Nos ponen frente a frente. (Va haciendo lo que
dice.) Ya sabes las condiciones. Dan tres palmadas;
a la tercera, avanzamos a voluntad hasta llegar cuerpo a cuerpo si
es preciso, y disparamos a voluntad.
|
CLAUDIO.- Si eso es lo que me desagrada: que
disparemos. Sobre todo que dispares tú.
|
PLÁCIDO.- ¡Si no llegamos a
disparar!
|
CLAUDIO.- Pues para no disparar no es preciso ir
al terreno.
|
PLÁCIDO.- ¡Acabarás con mi
paciencia! Escucha. Avanzamos los dos «gallardamente»,
¡como dos hombres que van resueltos a jugarse la vida! Y al
llegar a dos pasos de distancia, yo me quedo impasible ante ti,
presentando mi pecho a tu pistola y desafiándote con la
mirada, como quien dice: La muerte no me asusta.» Entonces
tú...
|
CLAUDIO.- Disparo mi pistola.
|
PLÁCIDO.- ¡No seas idiota!
¿No ves que estamos a dos pasos y me matarías?
|
CLAUDIO.- Es verdad. Pues no disparo y nos
quedamos así.
|
PLÁCIDO.- ¡No! Tú levantas
tu pistola con soberano desdén y disparas al aire.
|
CLAUDIO.- ¿Y se acabó?
|
PLÁCIDO.- No se acabó. Hay que
demostrar que los dos somos dos hombres de corazón.
|
CLAUDIO.- Por mi parte, no tengo
empeño.
|
PLÁCIDO.- Pero yo sí. Y todo lo
que resalte tu fiereza es mayor gloria para mí.
|
CLAUDIO.- Bueno, pues sigue: me voy
tranquilizando.
|
PLÁCIDO.- Tú, al disparar,
exclamas con voz ronca: «¡Yo mato, no
asesino!»
|
CLAUDIO.- «¡Yo mato, no
asesino!» Lo diré bien.
|
PLÁCIDO.- Y yo me pongo furioso.
|
CLAUDIO.- Hombre, no hay motivo.
|
PLÁCIDO.- Yo contesto: «¡No
admito su generosidad de usted!»
|
CLAUDIO.- ¿Y se acabó?
|
PLÁCIDO.- No se acabó, aunque se
empeñen los padrinos. (CLAUDIO hace un movimiento de
impaciencia.) Se vuelve a repetir el lance,
sólo que esta vez se invierten los papeles. Tú eres
el que avanzas arrogante; yo, el que te espero impasible.
|
CLAUDIO.- ¿Apuntándome?
|
PLÁCIDO.- Apuntándote.
|
CLAUDIO.- ¡Pues no acepto y no hay duelo!
¡Que se puede disparar tu pistola!
|
PLÁCIDO.- ,¡Ah!...
¡Qué criatura!... ¡Bueno..., bueno..., no te
apuntaré!
|
CLAUDIO.- No apuntándome, ya sé lo
demás. Yo avanzo arrogante y sereno. Tú me esperas
con la pistola baja, muy baja, y cuando esté muy cerca,
tú disparas al aire, diciendo...
|
PLÁCIDO.- No digo nada; pero ante tanta
generosidad y tanto valor, todos nos conmovemos: los padrinos y
nosotros.
|
CLAUDIO.- Y todos nos abrazamos.
|
PLÁCIDO.- Naturalmente.
|
CLAUDIO.- Está bien..., está
bien...; pero estos lances son muy arriesgados. ¡Una y no
más!
|
PLÁCIDO.- Con ésta me basta. Y
ahora te vas muy aprisa... Vete, vete. (Le lleva
hacia la puerta.) Oye..., si por casualidad te ven
salir de aquí, dices que no pudiendo dominar un impulso
ciego de tu carácter violentísimo, viniste, en
efecto, a buscarme, pero que por fortuna no me encontraste.
|
CLAUDIO.- Entendido. (Sale y
observa.) ¡Por Dios, no te distraigas: la
pistola, baja!...
|
PLÁCIDO.- ¡Te he dicho que
sí..., pero vete..., vete con todos los diablos!
(Mirando desde la puerta.) Y ahora,
Plácido, en confianza, si el lance fuera serio,
¿irías con tanta tranquilidad como ahora?
(Pausa.) No. Pero iría... si me
convenía ir.
|
Escena
XIII
|
|
El MARQUÉS,
JAVIER. JOSEFINA y BLANCA.
|
MARQUÉS.- ¿A qué
vienes?
|
JOSEFINA.- ¿Es verdad que se está
batiendo Plácido en el parque?
|
MARQUÉS.- Es verdad.
|
JOSEFINA.- ¡Válgame Dios,
qué disgusto! ¡Primero, que te ibas a batir tú;
luego, que se bate Plácido! ¡No me dejan ustedes
tranquila!
|
MARQUÉS.- Son cosas de hombres en que no
debes tú intervenir; retírate.
|
JOSEFINA.- No; yo me quedo donde tú
estés.
|
MARQUÉS.- ¡Pero, Josefina!
|
JOSEFINA.- ¡Es inútil!
|
MARQUÉS.- ¿Y si te pones mala?
|
JOSEFINA.- Blanca me prestará valor:
¡mira qué serena está!
|
MARQUÉS.- (En voz
baja.) Como Javier.
|
JOSEFINA.- (Lo
mismo.) ¡Son dos hermanitos!...
|
MARQUÉS.- Resueltamente: yo les niego mi
protección. Me repugnan. (Se oye un
tiro.)
|
JOSEFINA.- ¡Ay!... ¡Ya empieza el
fuego!
|
MARQUÉS.- Ya cayó uno.
|
JOSEFINA.- (Abrazando su
padre.) ¿Llegarán hasta aquí
las balas?
|
BLANCA.- Creo que no.
|
MARQUÉS.- (A JOSEFINA, bajo.)
¡Es ya cinismo!
|
JOSEFINA.- Si le sucede algo a Plácido...
¡Pobrecito!... ¿No te acongojas..., no lloras?
|
BLANCA.- Tengo la esperanza de que todo
acabará bien.
|
MARQUÉS.- ¡Es usted muy animosa...,
muy animosa!
|
BLANCA.- En estos casos, sí.
|
JOSEFINA.- ¿Se verá algo desde la
puerta?
|
MARQUÉS.- ¡No te asomes, hija!
(JOSEFINA,
aun con recelo, se asoma; suena otro tiro.)
|
JOSEFINA.- ¡Ay! (Entra
apresuradamente.) ¡Me parece que he
oído silbar una bala!
|
MARQUÉS.- ¡Ya son dos tiros!
¡Es una cosa muy seria! Esos hombres van a matarse.
¡Del primer tiro, uno! ¡Del segundo tiro, otro!
¡Es un encarnizamiento!
|
JOSEFINA.- (Con
miedo.) ¿Tú crees?...
|
MARQUÉS.- ¡Hija, vámonos!
¡Yo no puedo resistir más estas emociones! Si yo
estuviera en el terreno, si fuera uno de ellos, estaría
tranquilo; pero aquí no. No puedo. ¡Ven, Josefina!
(Se dirige con ella al fondo: aparece TOMÁS.)
|
Escena
XV
|
|
Dichos, PLÁCIDO y CLAUDIO, por el fondo, con
DON ROMUALDO, DON ANSELMO y los padrinos de
CLAUDIO.
|
MARQUÉS.- (A PLÁCIDO.) Vengan
los brazos.
|
PLÁCIDO.- (Se
abrazan.) ¡Padre mío! ¡Don
Claudio viene a excusarse con usted, a darle una
satisfacción, a pedirle perdón! No ha retrocedido
ante la muerte, pero se humilla ante la noble figura del
señor Marqués de Retamosa.
|
CLAUDIO.- No he retrocedido ante la muerte, pero
me humillo ante la noble figura del señor marqués.
¡Mil veces volvería a batirme como me he batido, y mil
veces me humillaría como me humillo! Para mí, el
peligro es un acicate...
|
PLÁCIDO.- ¡Basta!
|
CLAUDIO.- ¡Basta de acicate!...
|
MARQUÉS.- ¡Esa mano!...
(Tendiendo la suya.)
|
CLAUDIO.- No puede usted figurarse con
cuánta alegría estrecho su mano. Ya no hay
aquí armas mortíferas.
|
PLÁCIDO.- ¡Basta!
|
CLAUDIO.- Basta de armas mortíferas.
|
MARQUÉS.- (Llevando a
PLÁCIDO
aparte.) Ya le he escrito al director del
periódico que presente su dimisión. Usted será
el director de mi periódico. Así premio yo a hombres
como usted.
|
PLÁCIDO.- Señor marqués...
(Se dan las manos.)
|
DON
ROMUALDO.- (Llevándole
aparte.) Ya he hablado con el marqués... En
mi distrito hay un puesto vacante, el que tenía don Anselmo:
cuente usted con que será usted diputado. ¡Eso merecen
hombres de corazón como usted!
|
PLÁCIDO.- Don Romualdo...
(Dándose las manos.)
|
JOSEFINA.- (Llevando aparte a
PLÁCIDO.)
¿Se acuerda usted del sueño de antes?...
¿Quiere usted que sea realidad?... ¿Me quiere usted
de veras?
|
PLÁCIDO.- ¡Con el alma!
|
JOSEFINA.- ¡Pues yo también!
¡Qué menos para pagar amor tan verdadero!
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MARQUÉS.- Todos ustedes me van a honrar
acompañándome a la mesa..., y al terminar el almuerzo
todos brindaremos por dos hombres de corazón...
¡Plácido, dé usted el brazo a Josefina!
(Todos, con alegría y voces, se dirigen al
fondo.)
|
BLANCA.- (A JAVIER.) ¡El
menos ridículo, el marqués! ¡El más
miserable, Plácido! ¡La más liviana,
Josefina!... ¡Óyelos!... ¡Óyelos!...
¡Los malvados, nosotros, y sobre ellos y sobre nosotros,
envolviéndonos a todos, la farsa repugnante..., la farsa
asquerosa..., la farsa ridícula!... ¡Llévame de
esta casa, llévame!... ¡Aire puro, por Dios!
|