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A Licio: silva moral

María Rosa Gálvez







    Deja, Licio, que el necio maldiciente,
de la envidia inflamado,
con lenguaje insolente
descubra su rencor: nunca el malvado
miró la dicha ajena  5
con semblante sereno;
y la maledicencia es el veneno,
mísero fruto de su infame pena.

    Tu ancianidad dichosa
siempre amó la virtud; tú has procurado  10
en tu feliz estado
sofocar de la envidia maliciosa
la ponzoñosa lengua,
que al hombre honrado quiere poner mengua.

    Tu noble empeño es vano:  15
son del necio perpetuas, compañeras
la envidia y la malicia:
así el orgullo insano
acompaña las almas altaneras,
y sus virtudes vicia:  20
sírvales de castigo a su delito
vivir abominados,
y aun de sus semejantes detestados:
si en la pobre morada, donde habito,
sus voces penetraron,  25
compasión y desprecio sólo hallaron.

   Sale de la montaña el agua pura,
y lleva su corriente por el prado;
bebe de ella el ganado;
y el animal inmundo antes procura,  30
que beber, enturbiarla,
y en sus hediondas cerdas empaparla.
Después el pasajero
en busca del cristal llega cansado,
y aunque desanimado  35
mira turbio su curso lisonjero,
bebe, y se satisface
buscando la corriente donde nace.

    Así el hombre sensato
de la envidia el rumor sabio desprecia;  40
y aunque sienta el infame desacato,
perdón concede a la malicia necia,
y compasivo dice:
¡Oh cuánto es infelice
el mortal, que ocupado  45
en la mordaz censura,
de sí mismo olvidado,
mira el ajeno bien con amargura!

   Bien sabes, Licio tú, cuánto granjea
un corazón sensible y bondadoso,  50
que su piedad recrea
viendo a su semejante más dichoso:
y aunque sin más riqueza,
que este don que le dio naturaleza,
por sí solo es amado,  55
feliz en cualquier clase y respetado.

    Por esta prenda la amistad sencilla,
el placer, los amores,
a tu mansión llevaron sus favores;
y a tu vista se humilla  60
temblando el envidioso,
respetando tu asilo venturoso.

    Con insensible vuelo
va la tierra girando en torno al día;
y aunque la niebla y hielo  65
empañen de la esfera la alegría,
nosotros no dudamos,
que siempre alumbra el sol cual deseamos.

   Compadécete, pues, del envidioso,
que mira despechado  70
sus rayos fecundar el monte y prado;
y siempre generoso,
si mi amistad aprecias,
no merezcan tu enojo almas tan necias.





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