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ArribaAbajoNo conviene aparentar

Mira, rica, que te pones cargante. No sé qué vamos a conseguir con poner una casa así. ¡Si no vas a poder verla del todo! Ni aunque te pases dando vueltas por el pasillo arriba y abajo el día entero. ¿Que no va a tener pasillo? Anda, Dios. Ahora sí que me avías. ¡Una casa sin pasillo! Un pasillo es así como..., como... Vamos, cómo te lo diré yo... ¡Pues lo que es un pasillo! Que es así, para pasar. ¿O no? Entonces, cómo vas a pasar por una casa que no tiene pasillo, es decir, por dónde pasas... Bueno está lo bueno, tanto hablar de modernidad, pero, chica, una casa sin pasillo... No me digas. ¿Y cocina? ¿O tampoco se lleva ya la cocina? ¿Eh? ¿Eléctrica? ¿Y retardada? ¿Cómo, cómo es eso? ¡Ah, ya! Lo que tú quieres es largarte por ahí de pendoneo y que el piri se haga solito, o lo cuide yo. Y eso sí que no. Hasta ahí podíamos llegar, estaría bueno. No, si ya se ve, todo siempre en manos de los criados, como si no hubiese señora en la casa. Ah, si esto de la emancipación esa... ¿Tú te crees que yo me he pasado la vida en los negocios dale que te pego, para poder comprar un piso como Dios manda, y ahora me sales con esto? Claro,   —192→   ya, yo me chupo el dedo. Una cocinita así, enchufar y listo. Ni cocinera ni nada. Ya, corriendo. Como que yo no sé lo que pasa en casa de Facundo Chiribogo, que ya ves, archimillonario, y tienen esas cocinas, y tostaderos para el pan de siete formas, y altavoces por todos los rincones, y neveras de tamaño natural, ya sabes que la suegra se le quedó dentro de una por ir a buscar la dentadura, y tuvieron que deshelarla como a las merluzas o poco menos... A la suegra, leñe, a la suegra, qué demonios van a deshelar la dentadura... Y tienen hasta una cosa así, comprada en Nueva York, redondita, felpudita ella, que vete a ver cómo funcionará, pero el caso es que mantiene a 25 grados el tabloncillo del retrete, no me digas tú que no es comodidad, a eso se llama desarrollo, caramba, y no a lo que tenemos aquí, siempre atrasados, siempre pordioseando de las grandes potencias, y eso que nuestra banca vaya si se porta, rediez, vaya, eso, sí, señor, eso, eso es cosa buena y no lo que tú pretendes, siempre tan calamocana. Bueno, pues ya ves, tanto y tanto, ¿y qué? Pues que tienen cocineras, y doncellas, y botones, y costureras, y mozo de comedor con calzones de ésos de lacayo de carroza del Corpus y medias coloradas, no te vayas a creer. Que no, que a mí no me la das. Que tú te pasas de la raya y sanseacabó. Eres tú muy arrimada a la cola. Que nada de esas cocinas. Una económica, de las bilbaínas, que no echan humo, y una criadita alcarreña, y vas que chutas. A ver qué te has creído, niña. Porque mis dineritos dan, sí, a ver si yo, después de treinta y cinco años en el Banco, no voy a saber cómo hacerlos parir, estaría bueno. Pero, por eso no estoy en Babia, ya te lo tengo bien dicho. Tú tienes que ser como mi madre, siempre vigilante: «¡Dorotea, aquí hay una telaraña! ¡Dorotea, encima del espejo hay dos telarañas!» Y si encontraba tres telarañas en la lámpara, bofetón y tentetieso. A ver, para eso le había   —193→   traspasado a la Dorotea la tía Candelas, la del Cojoleñero, un gran hacendado de San Cándido de los Montes. ¿A que tú no sabes dónde está San Cándido de los Montes? ¿No? Ya lo ves, si se te notaba en la cara. Menudo pesquis tengo yo. Y pretendes esa cocina retardada, modelo BJ415873300. Y pago al contado. ¡Pero, niña, que te frían un Barreiros! Aquí, a tocateja, no pagan más que los catetos. ¿Cómo que te da lo mismo? Mira, vas a hacerme el favor de no lloriquearme, que me pones negro, siempre con ese timito del lagrimón. Y no me digas que te da lo mismo saber o no saber dónde está San Cándido de los Montes. Una mujer de tu clase debe saber muy bien la pueblería de la patria, y los cabos, y los golfos. Sí, los golfos de España. ¡Mira, qué graciosa! ¿Desde cuándo vienen los nombres de los golfos en los periódicos? En los periódicos vienen otras cosas, esas que te encandilan a ti, y te crees que eres lo que no eres. Tú tienes que hacer como mi madre, ya te lo vengo diciendo, que aprendió a pagar cédula más barata que la que le tocaba, y a hacer trampas en la luz para que el contador no corriera, y a hacerte el desentendido cuando vengan a traer algo, para no dar propina a los zanguangos de las tiendas, y, sobre todo, estar atenta a la casa. Tenías tú que ver a mi madre, toda una señora, disponiendo desde la camilla, mientras hacía los recibos para las rifas benéficas, cosa que, por cierto, tampoco sabes hacer tú, qué vas a saber, con tu repajolera ortografía. Mi madre se ponía: «¡Dorotea, échale una hoja de laurel al puchero! ¡Dorotea, que al señor le gusta el filete bien pasado! ¡Dorotea, que al niño se le ha caído un botón de la bragueta, a ver si se lo coses antes que se vaya al Colegio!». Eso, eso era una señora de su casa. Sin moverse de su gabinetito. Ahora, hala, hala, a fumar y a jugar a la canasta y a pasarse las tardes fuera de casa, de cafetería en cafetería, y menos mal si no te da   —194→   por ir a esas conferencias, que luego no hay quien te aguante. Que si el doctor tal ha hablado de sexo y matrimonio, y que si el de más allá sobre las mujeres en la conquista de América, o sobre la producción hidroeléctrica y el sedimento femenino del caudal, y tal por cual. Esto, ¿sabes lo que es todo eso? Contestación: indisciplina, o, más claro, pésima crianza. Pero esto se acabó. En mi casa se acabó. Ahora vamos a volver a la normalidad. En cuanto tengamos el pisito nuevo. Ah, antes que se me olvide, nada de hacer que el portero se levante cuando vengan tus amiguitas a verte. Conviene acercarse a las masas sufridas, está muy bien visto ahora, lo recomiendan los periódicos. Y ya hemos tenido bastantes grescas. Ahora, para evitarlo, no tendrá dónde sentarse, y, así, resuelto. Y tú dedicarás las tardes de los martes y los viernes a llevar un estadillo de mis sueldos. Figúrate que este mes, y ya ves si está cerca, pues que se me ha olvidado si me pagaron en La Fraternal, y no estoy muy seguro si ya me han girado los de La cooperante. Así no puede ser. Nunca sé si he cobrado en todos los sitios. Tienes que encargarte tú de anotarlo, no, no voy a hacer lo que Segis, mi administrador en Colorantes SRL, que tiene bastantes menos obligaciones que yo y se me ha puesto una secretaria. Y de muy buen ver, lo que resulta algo provocativo, no me digas que no. Es de... de... de... Bueno, de por ahí. Oye, monina, recochineítos no, que sales perdiendo, ¿estamos, guapa? Sí, mi madre tenía un cuadernito de hule negro la mar de mono, sí, y con rayas para no torcerse, y ¿qué pasa? Entonces las mujeres no sabían tanto, no se lo tenían creído, ni iban a conferencias sobre procreación y lo que sea... Ahí te falta a ti mucha sindéresis. Además, eso del cuadernito estaba muy bien entonces, cuando aún no había milagro español, ni renta per cápita, ni turismo, ni apariencia coyuntural, ni etcétera. ¿Te enteras? No sé   —195→   para qué te hablo si no carburas, ea, que no. Tú vas a hacer un curso acelerado para manejar la computadora, que al año que viene voy a tener más devengos. Y harás fichas, una por cada sueldo, y las perforarás. Resulta muy distraído. No, de colores diferentes no. No habrá bastantes. Es más práctico hacer agujeritos. Además, el material, la máquina, todo será de la nueva distribuidora-aseguradora que vamos a hacer, y no tendremos que pagar nada. Y, de propi, tendrás un sueldecito. ¿Eh, qué te parece? ¿No te sientes mejor con esta noticia, saberte útil, remunerada, vamos, o sea, sin complejos? ¡Ah, te advierto que nada de sisas, que la máquina canta que es un contento! Ojito, pues, con lo que haces. Y la máquina te dirá hasta cuándo debes jugar para salir ganando, y cuándo debes salir de paseo y qué debes o no debes comer. Será una gran tranquilidad. Y no me vengas con tus quejas, que la tengo bien merecida. ¿Cómo que qué? Leñe, que me consumes, ¿eh?, vaya entendederas... La tranquilidad, hijita, vaya si la tengo merecida. Tú dirás. Salgo de casa tempranito, para vigilar la firma de los empleados en el Banco. Luego, a La Fraternal, y otro tanto, y luego miro las cuentas de los azufres y los sulfatos, y tengo que pasarme por la Caja de Depósitos para ver si hay algo nuevo en la liquidación de acciones, de préstamos, de abonos por catástrofes, que anda, que no hay ni nada, vaya por Dios con la bella naturaleza. No, ahí no me hace falta ir, me basta con dar un telefonazo, tengo allí una rubiales que pita mucho y me guarda todas las preguntas para el 15 y el 30 de cada mes, es tan rígida que no me lo perdona aunque sean fiesta. Ahí tienes, el último San Isidro, me fundió el puente, pero, en fin, no se debe abusar. Y en la fábrica de velas tampoco me urgen mucho. Para eso coloqué allí a ese gilí de tu cuñado, que no me dirás que es chica bicoca lo que tiene, y encima siempre pidiendo aumento de sueldo, y no es más   —196→   que maestro, ¿eh?, maestro, no te vayas a creer tú con el niño, si, la que yo digo, es mejor no ir por no verle. En fin, que ya ves qué mañanitas me echo al coleto, vamos, hombre. Y aún me tengo que pasar por el Departamento de Cambios, y asistir a alguna sesuda reunión sobre créditos a largo plazo, que son los peores, a ver. Y he de comer, seguro seguro, con algún desdichado de ésos que vienen a pedir enchufes para colocar a sus niñatos, unos pasmados que estudian ingeniero agrónomo, o Filosofía y Letras, o cualquier pavada así. Que no, hija, que no, que no puede ser. Tenemos que hacer algo de vida familiar como está mandado, así que no pienses en esa cocinita dichosa. Que se te quite de la cabeza. Eso es pura frivolidad, indigna de ti, una chica de la mejor sociedad, con diploma de honor en las francesas. Anda, anda a cuidar de la casita y la cocina, para que tu maridito bueno encuentre el filete a gusto por la nochecita, al volver de su trabajo y de sus reuniones petardas. ¡No, por favor, di que no estoy, dichoso teléfono! No nos dejan un ratito de intimidad, es que a jorobar no hay quien gane a esta morralla. Que vayan a la oficina. ¿Cómo que a cuál? ¡A la que les coja más lejos, también tú! Yo recibo en todas. Yo no soy egoísta. Yo comprendo los problemas de todos. Yo me he hecho todo a pulso. Hay que ver lo que yo he pasado en la guerra, y luego, después, cuando el cerco mundial, y después, cuando no se podían importar las cosas, y ahora mismo, qué caray, que esto no es vivir. Rica, ¿tú sabes lo que hay que arrimar el hombro para mantener los tres coches? ¿Haces tú algo para mantener el tuyo? Pues entonces... Ay, hija mía, tú, como no paras en casa, y venga de ir de aquí para allá, cafeterías y mandangas, pues que no te das cuenta del tiempo que yo pierdo con esas visitas, siempre llorando por algo, créditos, recomendaciones, empleítos de nada. ¡Qué poca ambición,   —197→   qué puntos de vista tan insignificantes, todos anticuados! Así va el país, a ver, tú me dirás. Menos mal que algunos tenemos visión. ¡Qué visión va a ser, también tú! Visión de futuro, de porvenir, que es lo que la gente ésta de las narices no puede entender ni a la de tres. Pero, claro, así va el país. En fin, hay que escucharles, tampoco se va a subir uno a la parra, porque uno haya triunfado en la vida a fuerza de sacrificios y de privaciones, aunque de todos modos lo van a decir. Y en fin de cuentas tampoco se van a desdeñar las cajas de pomelos, las cestas con jamón y champán, algún chequecito, ¿eh? Ya me entiendes, esas sorpresas que llegan siempre por Navidad. ¡Bien que te gusta, no te me vistas ahora de remilgosa! Bueno, ¿estamos de acuerdo, no? Un par de pisitos de cooperativa, de esos baratitos, ya los juntaremos, ahora se llevan mucho los duplex, hacen elegante, y entre los dos... Hay que tener cien ojos para el lío ese de los impuestos, ya hemos tenido bastante jaleíto con lo del año pasado, ¿eh?, ya veremos cómo los amueblamos luego, supongo que ya tendrás alguna idea que no sea solamente de esas revistas que te mandan del extranjero, quizá aquí haya algún decorador que no sea un patán del todo. ¿No se casó tu amiga, la zote esa de Logroño, con uno? Invítalos a cenar, será cosa hecha. Los amigos son para las ocasiones y para decorar gratis los pisos. Pero no te vayas a poner todas las joyas, pareces un burro de San Antón, hazlo con cuidado, ¿eh?, ojo, con cuidado, que no conviene aparentar, hay que ser modestos, recogidos y no figurar, no, nada de eso, nosotros vivimos solamente del fruto de nuestro trabajo, y eso tiene que notarse, no faltaba más. Eso es, de nuestro trabajo. Sí, mujer, sí, si estamos de acuerdo, no vamos a regañar ahora, después de tantos años, eso sí que no, qué diría tu madre, cómprate ese collar y el abrigo si lo crees tan importante, naturaca, hombre, naturaca.   —198→   ¿Que la Lola esa se atreve a tenerle mejor que tú? Será porque tú quieras, que tu maridito arregla eso en un periquete. Trae el teléfono y verás tú quién lleva mañana el abrigo más caro, hasta ahí podíamos llegar, qué demontre. ¿O es que yo no sé dónde tengo la mano derecha? Has de saber que yo, entonces... cuando... aquella vez...



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ArribaAbajoSiempre en la calle

La verdad, no sé por dónde empezar, y, en fin de cuentas, qué más da. Lo mejor es empezar por en medio. Años arriba, años abajo, siempre resulta algo muy parecido: malos humores, y nada más que malos humores. Pero se sigue tirandillo. ¿Qué quiere usted saber? A mí me da lo mismo contarle una cosa que otra. Ya estoy para el arrastre, y de una manera u otra, con éstos o aquéllos, pues que me han de arrastrar. Ésa es la fija. Ya ve usted, y no es broma, ¿eh? a ver si me entiende, desde que me concedieron la plaza, la bequita, como dice Secundino, el nieto de la señora Cleo, la estanquera, que estudia para turista... El Secundino, hombre, el Secundino, la Cleo qué va, es más vieja que yo, solamente que como tiene familia puede vivir en su casa, pero ya ve, menudo telele que tiene, que cuando va a tomar la sopa, hasta la hija pierde la paciencia y le desea la muerte. Eso sí, se lo dice de manera muy fina, que para eso es bachiller, pero lo cierto es que se lo dice, y por muy finolis que sea, óigame, es que se trata de su madre, ¿eh? Su madre, y, vamos, que... Usted me entiende. Bueno, sí, vuelvo a lo mío. Claro, los viejos, ya se sabe, estamos algo idos, a ver, lo que pasa. Idos, babosos, reumáticos, pitañosos, todo junto, y, encima, muchas gracias a   —200→   Dios. Bueno, pues le decía que, desde que tengo la placita en el hotel (ya sabrá usted que le llamamos el hotel a eso, lo cual que a las monjas les cabrea de lo lindo), pues, sí, desde que tengo cama y mesa en el hotel... Oiga, yo cuento como me da la real gana, vamos, hombre; usted, a callar. Luego que si los viejos tenemos mal genio. Sí, eso. Digo que desde que... Que ya me han sacado en televisión varias veces, y siempre digo que estoy muy bien, y que qué estupendo, y que qué hogar, y que qué estupendo tres o cuatro veces más, ya lo voy diciendo sin equivocarme, y que si mis médicos, y que si la ropita limpia, y que si fue y que si vino. Bueno, qué más da. Luego, por lo menos ese día, hay algo más de postre, o se merienda algo. Bien que se lo gana uno, tanto esperar, decir amén y luego... Bah. Es un paseíto agradable, el ir a la tele. Claro que a mí me pueden sacar, porque, aunque muy pobre, soy por lo menos limpio, y en el chisme ese de la tele no se me nota la tos, ni el resuello roto que me queda un rato largo, después de los ataques de tos... Sí, me llaman, fíjese, fíjese, me llaman el tío Caralpúblico. Mejor, ¿no le parece? Es mote que revela buena familia. Hay otros que no se vaya usted a creer: Caracosida, Vinagrillo, Pinchaúvas, Tolondrondrillo, Jorobetón... Ya se imagina usted cómo son estos desgraciados, ¿no? Una pena, le digo que una pena, lo mismito que un anuncio de funeraria. Luego, ¡nos visten tan de negro! No, qué va a ser por comprar todo igual, o por si nos perdemos, qué va, hombre, qué va. Es para que se noten más las manchas, y poder regañarnos a sus anchas. Que si las babas, que si la ceniza, que si se queman las solapas, que si esa caspa, que si la salsa en la bragueta... Bueno, mejor no seguir, porque, a ver, lo que pasa, aunque uno es muy pobre y uno está muy viejo, pues que cada quién es cada quién, ¿no verdad, usted? Sí, sí, en medio de todo, suerte, lo que se dice suerte, no me   —201→   ha faltado. Qué me va a faltar. Antes, yo comía en la tasca del sanabrés, ahí, a la vuelta de la esquina, en el treinta y ocho. Ya ve, todos estos viejales de aquí dicen que es un tipo de mucho cuidado. Que si mató a golpes a su primera mujer. Que si no paga impuestos como está mandado. Que si echa al vino cada bautizo que no sube ese día el agua al entresuelo, y que echa a las comidas la intemerata. Que si es republicano. Ya ve, una perla, ¿no? Pues a mí, cuando pasaba el día 15, que ya sabía él que no tenía una perra, pues que no me cobraba la comida, y me seguía cambiando la servilleta, y los domingos hasta me daba un partagás de tamaño natural, y el año de los hielos me daba café y media copa, y me pasaba a la rebotica a jugar a la lotería casi toda la tarde, tan calentito, venga a cantar Los-dos-patitos, El quince-la-niña-bonita, El-setenta-y-dos, Tengo-quina, ¡El-abuelo! Era un pasatiempo bonito. Y nunca me decían allí: Quítate esas legañas, Límpiate los puños, A ver si dejas de gargajear, so guarrete, y cosas así. Serán todo lo republicanos que quieran, pero allí se estaba bien, vaya si se estaba. Hasta un ponche hirviendo me subió Juanón, el chico, un soleche de no te menees, una vez que me quedé en cama, algo acatarrado. Sí, a mi sotabanco, allí, escalera interior, piso octavo puerta C (Un solo retrete, al final del corredor, eso era malo para mi edad, sobre todo por la noche). A lo mejor, lo hacían porque yo, todo el mundo lo dice, tengo gracia contando cosas, a ver, mucha experiencia, uno ha visto mucho, les divertía que les hablase de Cuba o de Filipinas, y del mono que me traje de Malacañá (eso escríbalo como le parezca, yo no sé cómo se escribiría, será tagalo, o chino, o yanqui, Dios sepa). Les asombraba que yo, que había tenido bancales de azafrán... ¿Usted no ha visto los campos de azafrán en flor por Ruidera, en noviembre? ¿Que no? ¡Anda mi madre! Pues, ¿cómo se atreve usted a escribir de nada   —202→   si no ha visto eso? Le pasa a usted lo mismo que a las monjas del hotel, que no han visto nada de nada y hablan de todo. Vaya por Dios. Ya ve, usted habrá oído decir algo de un libro bueno, muy bueno, se llama el Quijote. Pues, ya ve, ese libro es tan bueno porque el autor se pateó bien bien los campos de azafrán, si lo sabré yo. ¿Estamos?... Pues le decía que les pasmaba que yo... Eso, que me hubiese reenganchado de sargento. La verdad es que había que curarse de alguna manera las fiebres que me traje, ¿me entiende usted? Los riñones se me quedaron derrengaditos desde entonces. A cojear se ha dicho. Pero, como buen español, viva la resistencia. Anda, que no he subido veces ni nada la escalera de ese dichoso octavo piso, escalera interior, letra tal y tal. Lo que le he dicho antes ya. ¿África? Anda, pues claro. Allí es donde me dieron por inútil del todo, mejor, por inservible, eso sí, con muchas medallas y mucho jabón, pero a la calle. Oiga, oiga, ahí no ponga usted más que a la calle, solamente a la calle. La palabreja de antes no la ponga, no está bien, y luego, si las monjas la leen, ¡la que se arma! Y seguro que la leen, que no se les escapa nada. Menudas son. ¿Está bien? ¿A la calle? A la calle, así me gusta. No, mire, no hace falta exagerar las cosas, ni desembaular palabrotas. Ya a mis años, y más con la fama de limpio que yo tengo... Pues, sí, ya ve, me quedé en Carabanchel, cerquita del hospital, bueno, y del cementerio. Tenía una casita de una planta, con dos ventanas, una gran cortina de esparto en la puerta. No, no tenía calle, ni número, ni nada. No hacía falta. Nadie se acordaba de mí. ¿Para qué iba a ir al pueblo? Quite usted allá. Me dediqué a la chatarra. Era negocio honrado, fácil de mover. A tanto el quilo, compro. A tantito más el mismo quilo, me lo vendo. Y así fui pasando. Hasta tuve una radio de galena, oiga, aquello era vidorra. También salía a hacer otras cosas, extras... Recogía   —203→   moñigos por la carretera, después de que había pasado la caballería, o la artillería montada, y los preparaba para mantillo de los tiestos, era muy lucrativo. No hay alhábega de mejor perfume ni hortensia de mejor color que las abonadas con estiércol de yegua verrionda, eso lo sabe todo el mundo. Así sacaba unas beatas para los toros, o para el circo, o para las charlotadas nocturnas en Vista Alegre, tan cerquita de casa, a un paso. También cuidaba los caballos del médico y de su mujer, un tronco que daba envidia. Pero... Ya sabe usted, esas cosas que pasan: se compraron un automóvil, un fotinga, y, ¡a la calle! Ahora no he dicho nada feo. Solamente: ¡A la calle! Yo con los autos, nada. La única vez que he salido en los periódicos fue en 1923, mandaba García Prieto, en que la aleta de un Hispanosuiza me sacó de la acera y me dio un buen revolcón. En la esquina de la Plaza del Rey, donde había un herbolario. Malparió la dueña, que vio el accidente y se asustó mucho, a ver, usted me dirá, un auto subiéndose a la acera, eso era muy grave entonces. Me indemnizaron con un pantalón del propietario del Hispano, un fulano con bombín, botines y leontinas, algo amaricado, pero, eso sí, se quitaba el sombrero para hablar. Yo era un chatarrero, usted me comprende, me había hecho un gran favor al atropellarme. Se veía que era una persona de posibles y muy bien educada, no faltaba más. Ahí es cuando me casé con la Petronila, que vendía castañas asadas junto a Price, al ladito de donde me empitonó el Hispanosuiza. Las castañas, aquello rentaba, producía, o sea, vamos, usted me comprende. La Petronila, una gran mujer. Alta, fuerte, un lunar muy bien puesto en la sien, así, en semejante lugar, y se hacía un caracolillo la mar de aparente con los pelos que le nacían allí, uno era blanco, se lo elogiaban mucho en la vecindad. Estábamos contentos en nuestra chabolita, pero, aquí... Es que aquí no dejan en   —204→   paz a nadie, ya lo ve. Que si era una vergüenza, que qué barbarie, que qué pecado, que si un horror, que si el mal ejemplo para el pueblo... El pueblo, no vea usted para lo que valía el pueblo, para recibir el ejemplo de un chatarrero y de su mujer, bastante bien avenidos, no nos metíamos con nadie, se lo juro por éstas... Sí, claro, es que, ya me comprende usted, estábamos, bueno, pues así, arrejuntados, que no se llevaba entonces tanto, o que, por lo menos, parecía muy mal a aquellas señoras que se empeñaron en llevarnos a la iglesia. ¡Vaya boda! Menos mal que fue tempranito. Luego lo sentimos, porque, la verdad, quedamos muy bien. La Petronila llevaba una mantillita de Almagro, negra, y una cruz de diamantes de doña Sonsoles, la del cabo, y un prendedor en el moño, con una perla, de la señora Colasa, la frutera, y un vestido de crespón, que brillaba mucho. Y yo mi corbata grande, con alfiler, y una chistera, y unas botas nuevas, y un medio chaqué. Talmente un concejal. Estuvo todo muy bien y, al acabar, tomamos café con tostadas y chinchón dulce. En el tupi La Puerta de Getafe, frente a la fábrica de cerillas, donde estaba el pilón del ganado. Nos llevaron a casa. Y nos quitaron todo enseguidita, se ve que lo necesitaban para casar a otros malos ejemplos que a lo mejor habría por allí, digo yo, en Leganés, en Cuatro Vientos, vaya usted a saber, si no a ver por qué tanta prisa. Cinco duros por barba y a escupir a la calle. Siempre en la calle, ya se lo vengo diciendo, por eso quizá estoy muy contento en el hotel, siempre he tenido miedo de la calle. La Petronila me regaló entonces, se lo agradecí mucho, una cartera de piel de lagarto, mírela, aquí está, con la foto de nuestra boda. Ya teníamos bastantes años. ¡Hombre, estaría bueno, bastantes menos que ahora! No, no, por favor, no me haga hacer cuentas. La Petro, además, contaba por duros y por reales, y qué sé yo qué más. ¿Se da cuenta, oiga?   —205→   Observe, llevo un clavel en el ojal. La Petro lo guardó mucho tiempo en una caja, en la cómoda. Porque teníamos una cómoda, no se vaya a creer, de caoba. Esta cartera y esta foto es lo único que me queda de entonces. Todo el negocio se lo llevó la guerra, cuando los nacionales llegaron allí ¡pum, pam, pam! Nada. Ni el solar. Luego han hecho por allí una cárcel, lo que prueba que la tierra era buena. Sí, hombre, sí, ya le he dicho que no nos quedó nada después del cacao aquél. Nos costó trabajo encontrar el sitio. Vamos, que no éramos nosotros solos los que no teníamos calle, ni número, ni nada. Casi todo el pueblo estaba igual. A ver, tres años y pico arreándole a dar. Y, para que usted vea lo que son las cosas, nos tropezamos revolviendo la escombrera, el espejo de la Petro. ¡Qué alegría, qué gritos! ¡Mira, mira, Tomás, el espejito, mi espejito! ¡Qué lagrimones, Señor! Era un espejito de mano, de ésos con un mango así, y tenía una raja de lado a lado. Era el que empleaba la Petronila para arreglarse, mi Petronila era muy aseadita. Ya se puede figurar cómo lo recogimos, cómo se le caía el moco a la Petro al limpiarlo con la falda, acariciándole. Es que... Toma, a ver, ¿que salíamos a Madrid, a ver las procesiones? La Petro que gastaba un ratito en el espejo. ¿Que un desfile, o un entierro gordo, como el de Primo de Rivera, que lo llevaban en un armón? Pues la Petro, el espejo en una mano, se ponía salivilla en los pelos del lunar, o se daba polvos. La Petro se peinaba, se miraba los dientes, se vigilaba las arrugas y se entristecía, pobrecilla, a ver, toda la vida en la calle, las castañas en la esquina de Price, en el otoño de Madrid, ¿sabe?, el otoño de Madrid tiene ramalazos de muy mal café, a ver... Eso es muy malo para la piel. Pues, sí, se lo vengo diciendo, la Petro se peinaba canturreando Reverte en medio, o Una faca albaceteña se la sepulté en el pecho...La Petro cantaba muy bien, muy entonada,   —206→   con mucho sentimiento. Parece que la estoy oyendo, tantas veces la oigo, ahora mismo, escuche, escuche usted, mire, así, bajito... También la oigo cuando no duermo. ¿Eh? Anda, ya no, qué va. ¿Para qué quería yo el espejo? Era de propaganda, ¿comprende?, ponía por detrás algo, Piperazina, Potober, qué sé yo. Algo para engordar. Bueno, que no nos quedó nada, ya lo habrá notado usted. La Petronila se murió del tifus después de la guerra, cuando espichó tanta gente. Por eso estoy viudo ahora, a ver. No fue ella sola, sino mucha más gente se murió, hombre que si se morían, a ver, tantas hambres, tantos fríos, tantos disgustos. Los disgustos matan mucho, ¿no sabe? La Petronila era muy cariñosa, vaya si lo era, y me cuidaba mucho. ¡Qué camisas, qué pañuelito blanco tenía siempre yo! Una buena mujer, la Petronila. Ahora, al recordarla, me suena su voz, ya se lo he dicho, igualito, igualito, aquí: ¡Tomás, no te vayas a resfriar! ¡Tomás, que no me entere yo que bebes! ¿No la oye? Todo está oliendo a ella, como ella. Se me pone la carne de gallina. Usted perdone. Esto no lo puedo decir en el hotel, está prohibido. Total, que después de lo de la pobre Petro, me quedé solo con el perro, un bastardo canelo muy simpático. Me daba calor por la noche, durmiendo a mi lado, sobre la manta. ¡Ah, se me pasaba, caramba, esta cabeza! Esa manta la habíamos salvado cuando la evacuación, nos la habían regalado las mujeres aquellas que nos casaron, era preciosa. Tenía una cinta de seda todo alrededor. Claro que ya al final esa cinta se había caído, o estaba rota por partes. Se ve que era de mala calidad. El perro, como le iba diciendo, a veces manchaba mucho la manta, no estaba bien adiestrado. También se murió. Para mí que lo mataron los de la loquería, porque se metía por allí, buscando la cocina. Había una enfermera alemana con muy malas pulgas, enamorada de su gato. Ahí estuvo la madre del cordero.   —207→   ¡Adiós mi Canelo! A lo mejor le inyectaron locura y se les iría la mano en la ración, a ver, pobre animal. Ya, otra vez solo. Siempre solo. Y, ¿sabe?, es muy malo tomar cariño a la gente, tomar cariño a la Petronila, tomar cariño al Canelo, al sanabrés, al espejito, a la manta... Tarde o temprano... Hala, a hacer..., bueno, gárgaras. Por eso, yo, ahora, nada de encariñarme con nadie. ¿Al Caracosida? Que le den morcilla. ¿Al Vinagrillo? Ídem de lienzo. Y así a todos, a todos, a todos, a todos. El otro día palmó Cantimpalos, el tuerto que cuidaba de las gallinas. Era mucho más joven que yo. Pues bueno, al hoyo. Y ya está. Y yo a tomar el sol. ¿Que le cuente algo más de la guerra? Anda con lo que sale. Pues sí que. ¿Qué le voy a contar? A mí me está que eso fue igual para todo el mundo, una gran pena. Además, si no se habla del Alcázar, o de Garabitas, o del Clínico, o de la toma de Bilbao, no le hacen a uno caso. En el hotel no se puede hablar de otra cosa. Así que... Oiga, me estoy quedando ronco. Yo, ya he pagado, con las pesetillas de la ayuda de no sé qué de previsión, un ataúd la mar de arregladito. Como no gasto nada, cada mes le voy poniendo algún adornito, que si un crucifijo, esto me ha valido algún postre aparte, las monjas lo han celebrado mucho... Que si una especie de almohadita. Que si unas asas decentes. Lo malo es si no sé ya qué ponerle antes de... Tendré que decir que me pongan a mí, que me dejen allí, quietecito, y que se callen, por favor, que se callen... Mire, mire, ya casi siento este descanso tan bueno, y me quiero estirar, y dormir, dormir... Oiga, ¿usted cree que allí, bueno, usted me entiende dónde, la Petronila seguirá asando castañas, y el Canelo vendrá por las noches a la manta, y habrá un sitio para los republicanos como el sanabrés, y venga, y venga, y venga y dale...? Ojalá, porque sí no...



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ArribaAbajoAutobús, nueve y media

¡Ay, rica, es que no me dejas hablar, siempre me estás cortando! ¡Qué barbaridad! Ya te lo decía yo que pasaría eso, a ver. Si no haces lo que yo te tengo aconsejado, a ver, rica, no te quejes luego. Es que hay que ver cómo eres. Ya te había avisado, no digas que no, igual que con lo del vestido, también te dije que te convenía de la otra manera, a ver si ahora me vas a decir que es mentira. Ya te dije que te pusieras el adornito así, por aquí, en vez de como lo llevas, pero como no me haces caso nunca, pues a ver. Luego... También le ha pasado a Luisina, que cuidado que se lo recomendé, y hasta fui con ella a la prueba, pero como si nada. Es que no se puede, pues aunque una tenga la mejor voluntad, siempre os salís por peteneras. Como en lo del guateque la otra tarde. ¿Te acuerdas que yo te dije que no hicieras eso? ¿Me hiciste caso? Pues así salió. Que otra vez se aguó la cosa. Yo no voy a decir una palabra más, porque, luego, todo se sabe. Hala. Huy, fíjate qué despacito va esto hoy, ya hace un año que hemos salido de casa y todavía estamos en Doctor Esquerdo. Una lata estos autobuses, si ya lo tengo dicho, que es que no se puede con estos   —210→   autobuses, te pasas la vida aguardando, tirada en las paradas como un trapo, lo mismo si hace calor que si hace frío, ya ya. Es que no tiene remedio. Pues ¿y en el metro? ¡Cómo achuchan, anda, qué brutos! Oye, ¿no sabes lo que le pasó a Rosita la otra tarde en el metro? Huy, pues tiene un rato gracia. Fíjate que entró en el metro, y claro, se puso a la cola, y venga a esperar, y aquello que no corría, y... Bueno, ¿te has dado cuenta cómo nos mira ése que va ahí? Ya podía mirar para otro lado, chica, es que aquí todo el mundo está a la que salta. Me voy a dar la vuelta. Dime si sigue mirando. ¿Eh, no? Será memo... Ah, sí, ¿sí mira? Bueno, pues ahora no me va a ver la cara, no me va a ocurrir como aquella vez que fuimos a Aranjuez a pasar el domingo, y que iba tanta gente en el tren... Chica, qué gentío. Es que había toros, ¿sabes?, y, además, iban a correr las fuentes. Porque en Aranjuez hay unas fuentes muy bonitas, para que te enteres, que tú te crees que todo lo que yo te digo es camelo. Pues cuando fuimos a Aranjuez aquella vez, ¿te acuerdas? venía también Laurita, la de quinto, esa rubiales pecosa, que, anda, que no tiene pecas ni nada, qué barbaridad, no sé cómo podéis decir que resulta simpática, si no se la ve, hombre, es que no se la ve, va tapada, lo que se dice tapada, como si la hubiese salpicado de barro un seiscientos... Bueno, ya la estás defendiendo, ya. Si yo no me meto con ella, yo solamente digo que marea, un poco al menos, ya sabes que yo soy una detallista, y en cuanto me pongo a contarle las pecas, es que me pierdo, me mareo, o sea, que no aguanto, además es pelirroja, y bueno, de ese color, y de excursión, pues ya ves. Que pasó lo que pasó, a ver. Si os lo tengo dicho. También venía Rebeca, esa gordita, que es una provocativa, a ver, tan gorda, dime tú a mí, por más que se aparte, es que no tiene dónde meterse, y luego, por si fuera poco, las coge lloronas. Y también apareció   —211→   por allí Margarita, la que es jefe de grupo en el Preu, ya ves, no tenía nada que ver con nosotras, pero es una metijona, hombre, te lo digo yo, ahí tienes la prueba, hombre, venirse a Aranjuez con unas chicas más jóvenes que ella, es que vas atada en casos así, porque te sientes vigilada, y yo, así, pues que no me divierto, hombre, qué me voy a divertir. Ni yo ni nadie. No, no se puede. Sí, hombre, sí, no me insistas, si yo me acuerdo muy bien quién fue a esa excursioncita, no hace falta que me lo recuerdes. Vino Angustias, y Pili, ¿te has dado cuenta qué mal le sienta la mini? Hoy está muy delgada, y parece más alta... Yo no me vestiría así ni aunque me dieran un premio. Es que llama la atención y eso a mí... Bueno, ya está mirando ése otra vez. Debo de tener monos en la cara, y es un vejestorio, lo menos tiene ya treinta años, qué tío. Bueno, a lo mejor está casado y todo, y a mí, en ese caso... Ay, rica, yo no soy como otras, que andan con disimulos a cada paso. A mí me gustan las cosas claras. Si está casado que lo esté, pues bueno. Fíjate, fíjate cómo sigue mirando. Me voy a dar la vuelta y me avisas si me sigue mirando. Oye, ¿qué es de aquel chico que te acompañaba hace un año? No le he vuelto a ver. Me gustaba, ya ves, ese chico. Te esperaba siempre por las tardes en la esquina esa del sauce. Debía ser un romántico. Ya se le estaba poniendo el pelo largo. Le hacía bien, pero a mí no me gusta el pelo largo en los chicos, es un asco. Resultaba algo menos así que el otro que te persiguió durante los exámenes. Decían que era hijo del dueño de una cafetería, ¡ay!, no sé cómo no le hiciste caso. Ahí es nada, una cafetería, figúrate. Tenía el pelo corto. Claro que eso de no ir a la moda... Pero como tú eres así, tan pava... Pues ahí tienes, se las piró a Mallorca, a estudiar meditación trascendental, ya ves si el chico vale. Y se paga el curso tocando la batería en un clú, para que veas. Oye,   —212→   ¿sabes? a mí me gusta ahora mucho el profe de Matemáticas, bueno, no, el de Latín, alto, delgado, lleva dos manchas muy llamativas en una solapa... O no, no es ése el de las manchas, debe ser el de Biología, sí, eso es, el de Biología... ¿Cuál fue el que contó el otro día en clase ese chiste tan gracioso? Sí, no te acuerdas. Una chica va de paseo, con su madre. Va a cruzar una calle muy ancha, y no hay disco. Un joven se acerca y va y le dice... Ay, hija, si ya no me acuerdo. ¿Tú tampoco? Pues, anda, que no eres desaborida ni nada, con lo gracioso que era. Oye, ¿sigue mirando ese fulano? A mí me pican las orejas cuando algún tipo así se me queda mirando. ¿Que se ha bajado? Será soso, total, no faltan ya más que dos paradas. Estos hombres, no se dan importancia que digamos. Pero estabas hablando de Aranjuez, y de aquel día, y te has ido a otra parte. Te decía que también fue aquel día... ¿quién fue? Sí, es verdad, fue Rosarito. Pero, ¿cómo lo sabes? ¿Es que tú también fuiste? Pues podías haberlo dicho, hija, porque, anda que no llevo yo rato intentando recordar a la gente que fue. No ayudas nada, ¿eh?, tú también, qué salidas tienes. Sí, de chicos aquel día no estuvo mal. El de la guitarra era un poco manazas, no me digas, y no se le vio un detalle. Era un niño muy bien, muy así, haciendo así con las manos, mirando así, suspirando y tal. No resulta en fin de cuentas un tipo así, hay que ser práctica, que la juventud se pasa muy pronto. Yo voy a cumplir el mes que viene diecisiete años. Oye, haz el favor de no toser. ¡Anda, ésta! A mí me da lo mismo que tosas o no, ¿te enteras, guapa? Lo que pasa es que os reconcome que ese tipillo que trabaja en la óptica que hay enfrente del Instituto, salga a verme todas las mañanas después de Religión... Atrayente que es una, a ver. Pero no hay cuidado, yo no me voy a casar con él, os lo dejo a la que queráis, os lo podéis repartir, vaya   —213→   si os lo podéis repartir. Yo, como tú comprenderás, no me voy a casar con ese tipejo. Yo voy a ir a la Universidad. Seguramente voy a estudiar Filosofía y Letras. Mi madre no quiere, dice que hay que ser práctica, y que es mejor Derecho, para ser abogada, alcaldesa, procuradora, gerente de un banco, embajadora... Ahora nos espera un tiempecito bueno a las mujeres. Y hay que estar preparadas. Mi mamá se ha comprado unos discos para aprender inglés. Ahora se lleva mucho decir cosas en inglés. ¿Tú no tienes discos de inglés? Pues, hija... ¿Tu madre tampoco? Sois unas raras, hombre, tú dirás. Mi mamá sabe saludar, pedir el té y marcharse a la cama, qué te crees. Yo también me lo voy aprendiendo de oírselo a ella. Me compraré otros, de otra lengua, y me colocaré seguro seguro en la Unesco, está muy bien pagado y no dan golpe. ¿Tú no te vas a colocar en la Unesco? Casi todos los tipos que trabajan allí son de carrera, y la boda, impepinable. A viajar, que si museos, que si congresos, que si banquetes... Bueno, fetén, fetén. Debes hacer por colocarte en la Unesco, la Unesco es una cosa muy buena, tiene una central en París, fíjate, en París, y sucursales en muchos sitios. Lo mejor es una sucursal, porque, sobre todo si te toca en un país que apenas tenga museos, es que no haces más que cobrar y dormir, y te puedes dedicar a otra cosa. A escribir novelas, por ejemplo. Yo tengo muchas dotes para escribir novelas y lo que salga. A propósito, ¿has leído esa novela, no me acuerdo cómo se llama, que tenía Marijose la otra tarde? Es una pedantona, y la novela no es para tanto. Muchos tiros, mal puntuada, todo seguido, como algunos cuentos de Ya, hablan hasta dormidos los personajes, y eso no está bien. Una persona que hable mucho, acaba por molestar. ¡Huy, todavía estamos entrando en Goya! Es que con la obra del paso ese dichoso... Ese paso lo han hecho para que los entierros puedan llegar   —214→   antes, que lo traía el otro día el Ya, que está muy bien enterado de los jaleos de Madrid. Y van a hacer otro especial, más estrecho, para los que quieran adelantar. Madrid se está poniendo estupendo, ¿no verdad? Si me da pena que me coloquen mis papás en la Unesco, es por tener que salir de Madrid. Claro que con un poco de influencia... Oye, por fin no te conté lo que pasó en Aranjuez. Ah, ya, también estuviste tú, entonces no te lo cuento. Ahora que me acuerdo, no me has dicho nada de este collar. Es nuevo, hecho a mano, con semillas de diversas plantas, todas medicinales, así como algo magnéticas. Ya verás, a lo mejor, hoy, el tonto ese de Biología, va y me pregunta qué plantas son, y ya verás, estoy pegadita. Bueno, yo no me callaré. ¿Tú sabes de qué es esta negra, gorda? Seguramente es ajonjolí, a mí me dijeron los jipis aquellos que era ajonjolí, sí, mujer, los jipis del Rastro, donde lo compré, están reunidos allí, en la cuesta, y venden cosas hechas por ellos, collares, cinturones, adornos para todo. Había uno que pintaba escenas de amor en piedras de esas de los ríos, para emplearlas de pisapapeles, o para llevarlas al cuello con unas cuerdas trenzadas. Hacen la mar de mono. Tengo un amigo, si quieres vamos el domingo. Si no tienes dinero, te presto, pero también se pueden adquirir las cosas por intercambio, algo que te sobre a ti, que sea bonito, a cambio de otra cosa de las que ellos tienen, pero a ver no vayas a meter la pata, porque a mi amigo hay que llevarle algo que quede bien, no vaya a ser que se enfade. Una plancha de vapor, pilas de los timbres, una dentadura postiza, alguna regadera, tenacillas para el pelo, juegos de cascabeles, gorros antiguos, de niños. Las lágrimas de las lámparas le chiflan. Es muy sensitivo. Tiene una barba así..., y un pelo hasta aquí, y los pantalones están desteñidos así, por aquí, y los domingos buenos va descalzo, o con unas sandalias atadas a los tobillos   —215→   o algo más arriba... Es un chico fenómeno. También tiene tocadiscos. No, no sé cómo se llama. Él, nada más. Él. Basta, ¿no? No se va a llamar Pérez, o Rodríguez como yo, o Sánchez, como cualquier cateto de por ahí en llegando, estaría bueno. Se llama Él. Pues los puestos están en... Oye, fíjate, ya estamos llegando, ¿qué vas a hacer, te vas al metro o tomamos un taxi? Porque me parece que ya a clase de nueve no llegamos, ya ves, ese cobrador es un impertinente, no me quiso dar ida y vuelta, es que los hay antipáticos, vamos, no me digas, podemos tomarnos unos churritos calentitos en el snak de enfrente, ahora no hay mucha gente y podemos oír algún disco hasta que sea hora de clase. ¿Qué tenemos hoy a las diez? ¿Física? Arrea, yo me he traído hoy la literatura. Estoy arreglada como me pregunten algo. Bueno, es que una no puede estar en todo, y se me pasan los días de clase sin que logre saber bien qué toca hoy, qué toca mañana. Es una lata. Ya podían arreglar esto de otro modo. ¡Mira, mira un Morris mini...! Como el de Ricardito. Ricardito es un tipo estupendo, qué va a ser engreído, es que la gente le tiene envidia, a ver, porque conduce estupendamente, hijita. Hay que ver cómo se sube la Cuesta de las Perdices, en un decir Jesús, y quiere ser corredor, para que te enteres. Se está entrenando. Y no tiene novia, que si tuviera no vendría tanto a la salida del colegio nuestro, lo que pasa es que no está aún muy seguro de por cuál va, que es muy jovencito, a ver, tiene sólo veinte años. Ya verás, ya, cómo logra el éxito, porque es un chico muy aplicado. ¿No te gustaría ser la mujer de un corredor famoso? Saldrías en los periódicos, y en las revistas, y tú dirías mientras te retratan con cara de angustia: «Yo rezo». Cuándo vas a rezar, boba, cuando él está corriendo. Tiene sus riesgos. Ya ves, a veces se tiran contra la gente y matan treinta o cuarenta, no me digas que no tiene peligros la profesión   —216→   ésa. Es que la gente se cree que todo son tortas y pan pintado. No, hijita, no, que el que algo quiere, algo le cuesta. Y Ricardito tiene que llegar a ser un corredor de ésos de fórmula no sé cuantas, un número; no, no es de ésas de Química, es de otra clase, y entonces bien que nos va a dar envidia. Si lo sabré yo. Bueno, ya hay otro moscardón ahí mirando. Qué tendrá una. Ése de las gafas, el que lleva un periódico en la mano. Siempre va leyendo, algunas veces coincidimos con él, ¿no te has fijado? ¿Que no? Pues, mona, no sé en qué piensas cuando vas en autobús. Yo tengo dotes observadoras, y la vista es la que trabaja. Ese chico ya me puede mirar, ya, que va dado. Con esa pinta... Con razón dicen eso de que el hombre y el oso, cuanto más feo más oso. Debe de trabajar en un sitio sin importancia, de ésos que entran un poco tarde, a las diez por lo menos, en algún ministerio. Se parece... ¿Que es un cura? No me digas. Eso se avisa. Es que ahora, como no se nota nada o casi nada... Pues anda, es verdad, lleva ese cuello así... De todos modos, ya podía escuchar a otras y no a nosotras, que tampoco somos tan graciosas, qué barbaridad. Es que no puede una disfrutar de tranquilidad cinco minutos seguidos. ¡Ay, que me caigo! Qué chofer tan bruto, por poco nos desnucamos, fíjate qué frenazo. Se conoce que íbamos a chocar, qué emoción si hubiésemos chocado, oye. Habríamos podido entrar en la clase de nueve sin apurarnos mucho y contar el choque, y el porrazo, y el ruido, y prestar ayuda a las víctimas, ¿tú no eres socorrista? yo me voy a matricular, se ahogan muchos en San Juan porque las novias no saben hacer nada en un caso de apuro, bueno, que habríamos sido el centro de la clase. Figúrate, todas mirándonos, y la Madre habría venido a felicitarnos en vez de soltarnos esas frases avinagradas que nos atiza cada semana por no madrugar, nos pondrían en el corcho, como cuando éramos pequeñas,   —217→   aquella vez, ¿te acuerdas?, cuando yo acerté las cuatro adivinanzas de un libro... Ya no me acuerdo cómo eran, ¿y tú? Bueno, no me las digas. ¿Que no se cree nadie el accidente? Bueno, basta con despeinarse un poco, una carrera en la media, algo de sofoco, y pica todo quisque, si lo sabré yo. Andá, ahora tenemos bronca, ven, ven, vamos a acercarnos a ver a quién podemos servir de testigos... Vaya, ya empiezan las palabrotas. Esto es malo, porque todo se pega, y luego vas y las largas en cualquier situación, y anda, anda, justifícate diciendo que has sido testigo de una bronca entre automovilistas... Mi padre sobre todo, es muy incomprensivo, y no me aguanta nada, y me dice cada cosa... Oye, fíjate en el conductor del taxi, está la mar de bien. ¿Cuántos años tendrá? Habría sido una pena que le hubiera cogido de pleno el autobús, ¿no te parece? Es que lo plancha, mujer, lo plancha. Ah, no me has acabado de contar lo de la excursión a Aranjuez... ¿Que era yo la que lo contaba? Ah, es que cómo te pones en cuanto puedes. Te lanzas a hablar y ¡hala!, a ver quién te alcanza. Eres tremenda, cariño. Debían dejarnos bajar, ¿no crees?, y que sigan ellos regañando. Yo estoy deseando bajar, llevo ya media hora sin fumar. Y me gustaría un pitillo antes de la clase de Geografía... Bueno, sí, de Física, qué más da, la de las diez. ¿No habías dicho que era de Geografía, la clase de las diez? Me parece a mí que tú también estás como yo, algo traspapelada. Ay, qué cabeza, me he dejado el tabaco en casa, se conoce que al cambiar de abrigo... No, el bolso ese no lo suelo traer a clase, no le gusta a la gente, y no me extraña, me lo trajeron de Viena mis tíos hace unos quince días, y es un poco atrevido para aquí, sobre todo para el colegio. Para el colegio tengo éste de flecos estilo pielrojatejanotarahumara, a lo Sharon Tate. Fíjate, van a matar al tío ese de la Sharon Tate, al que la despachó. Se está poniendo   —218→   el mundo que no nos van a dejar en casa ni que vengamos a clase solas, ya lo verás. Estas noticias son ahora muy inoportunas; ahora, cuando tenemos que ir preparando el viaje de fin de curso, que iremos quizá a Barcelona, a Ginebra, a Milán, y, si queda monis, a Roma un par de días. Vamos a pasar por el Pilar de Zaragoza, anda, ya ves. En Roma me gustaría conocer a Vittorio de Sica, vive allí, no, me he equivocado, quise decir a Vittorio Gassman, bueno, ya me habías entendido. Dame un pitillo, rica, no te hagas de rogar. Oye, ¿cuándo hay que pagar las cotizaciones para el viaje de fin de curso? A mí me parece que no he dado una perra desde Nochebuena, y a lo mejor... Buenas son las señoras esas. Oye, ¿y si nos fuéramos al Retiro, a remar un ratín? Fíjate qué mañana hace tan estupenda. No me apetece nada, nada, lo que se dice nada, tener que escuchar al señor de Física ahora, a lo mejor nos sale con uno de esos rollos de electricidad y venga matraca, con lo fácil que es darle a la llave de la luz y ya está. Podemos pasarnos por la puerta del cole, a ver si hay alguien más. A lo mejor hoy libra el chico de la óptica y se escapa con nosotras. ¿Hace? Estupendo, eres un sol... Oye, ahora que me fijo, ¿qué crema te has dado? ¿A ver? Huy, qué bien huele. Debe de ser francesa. Yo, a mí, vamos, una vez me trajeron una parecida, pero es que te la has dado muy mal, hija mía, pero que muy mal, está muy poco igualada, estarías dormida también tú. Ay, me han pisado. Anda que no hay grullos que digamos, qué bárbaro. Oye, oye, fíjate qué Jaguar, ése, boba, ése, ¡el encarnado! Qué va, qué ocurrencias, el verde es un Peugeot, dónde vas a comparar. Ay, el otro día me estuvo diciendo tontadas un chico que tenía un Jaguar como ése, sólo que de otro color. Pues era... Ya no me acuerdo de qué color era, qué más da. Mira, rica, a mí me revienta el autobús, ¿no te das cuenta de cómo nos escuchan?   —219→   A ése del cuellito blanco le voy a sacar la lengua, tanto mirar. ¿Es que no habrá visto nunca una chica bien vestida? Oye, anda, que ya vamos a llegar, dame un Ducado. ¿Tú no fumas Ducados? Pues son un rato buenos, no dan cáncer, lo oí en televisión, un médico muy famoso, americano, que hablaba de eso y después se fumaba un Ducado, a ver, figúrate tú, si no... Ay, si vieras cómo me aprietan las botas... ¿No has visto mis botas? Son nuevas. Le he tenido que llorar a mi padre a base de bien para sacarle las pelas. No te vayas a creer, son de artesanía, ¿eh? Estos herretes de los cordones los voy a cambiar, son algo llamativos, y eso no está bien, queda algo paleto. Vaya por Dios, la de siempre, el disquito cerrado. Con esto ya no llegamos a nada, ni a clase ni a nada. Si es que es un asco el servicio. Con lo bien que anda esto en París, en Nueva York; y en Londres, eso, ya... Y aquí... Oye, ¿has ido tú alguna vez a eso del café-teatro? Ricardo me quiso llevar, pero yo no me fío, necesito que alguien me aclare bien qué es eso, no vayamos a pringarla. Ya estuve una vez en un naiclú, y, vamos, hombre, ¿tú sabes? Bueno, no te lo voy a decir aquí, pero acércate, acércate, así, al oído... ¿Eh, qué te parece? Si yo le digo eso a mi padre. Se me pone la carne de gallina de pensarlo. Bueno, vamos llegando. El amor, el amor, el amor es... El amor... Es preciosa esta canción, ¿verdad que sí? Ah, ¿has hecho el ejercicio de don Segundo? ¿Y la traducción de francés? Pues yo no. Yo me declaro incompatible con ese señor Sastre o Sartre, o como se llame. Además, que ya está bien, tanto mandar trabajos, que no tienes un rato de tranquilidad. Además, ahora, también lo han dicho los periódicos, pues que no va a haber exámenes, ni matrículas, así que los viejales se tendrán que ir callando. ¡Ahí va!, mira esa gordinflas del abrigo de ante, mira... ¡Haz sitio, que como se nos caiga encima...! Mi madre, ha   —220→   notado que hablábamos de ella, nos va a morder, es que no sabes disimular nada, ¡también contigo, cariño! Ay, niña, no digas, yo estoy de espaldas ya, la miré antes. ¿Se larga? Bueno. ¿Sabes? En el cine de al lado de casa echan Irma la dulce, es un rato divertida, una fulana que, bueno, ya te imaginas... No, no te hagas ilusiones, no te la cuento, porque si no... Yo quería volver a verla. ¿Vamos esta tarde? A lo mejor Ricardo está de buenas y convida. Oye, oye, antes de que se me olvide. ¿Te has enterado de...? Baja, baja, que no se nos haga tarde. Oye, me vuelven a picar las orejas, yo no quiero volver la cabeza, pero tú fíjate, con cuidado, boba, hay que disimular, si no... ¿Quién, quién es? ¿El del bigotito, ése del pantalón a cuadros? Cómo fastidian los libros en estas ocasiones... Y luego, como me obligas a escucharte, no puedo fijarme bien en ellos, qué lata, hija, qué lata...



  —221→  

ArribaAbajoPor un amigo...

Anda, vamos a charlar en esta cafetería, siéntate un minuto. Está bien esta cafetería, ¿no verdad? Grande, limpia, buena luz, las chicas parecen simpáticas. Y hay máquinas tragaperras, para discos, ¿no ves? Ya, ya entiendo lo que quieres... Conque boda, ¿eh? Buena señal. Yo, naturalmente, estoy a tu disposición. No faltaba más, hombre, qué cosas tienes. ¿Que te tienes que casar, dices? Allá voy yo, de testigo y de lo que haga falta. Por un amigo... Hasta ahí podíamos llegar. Yo, por los amigos, hombre, que no se diga. Un amigo como tú, además. Yo hago lo que tú necesites. A ver quién es el guapo que lo pone en duda. Sí, hombre, sí, yo voy a la iglesia y adonde sea, para decir que te vi bautizar, como ya hice cuando se casó Rafa, el de la Blasa Corchera, que era también de Malagón, figúrate tú si no iba a ir, que, además, a ver, no había archivo en su parroquia, que lo quemaron cuando la guerra, vamos, cuando el jaleo. Anda, también tú, ¿quién lo va a quemar? Pues sí que tienes tú cada pregunta... ¿Es que ha habido alguien que haya hecho alguna burrada así, que no sean los de siempre? Los rojillos, hijo mío, los rojillos, a ver quién,   —222→   si no. Qué salidas. Cómo se nota que vienes de Alemania. A ver, allí, de guerras civiles, nada. Y de ir a la iglesia a decir si ibas o no con faldones y gorro a la pila, de eso, nanai. A ver, son países desarrollados. Ya ves, han indemnizado a todo Cristo, por lo que perdieron en la guerra. Aquí, ya ves, aún está mi padre esperando que le paguen el dinero que tuvo que entregar al acabarse el fregado, y, te lo juro, eran sus ahorrillos. Bueno, mejor a otra cosa. Pero tú, tú tranquilo. Que vamos que si voy yo a declarar lo que haga falta, estaría bueno. ¿Oye, y si te corrieras un poquito hacia allá, que me estás achuchando aquí mucho, contra el rincón? ¿Que está ahí el pasillo, y los camareros te molestan? Ah, amiguito, por un amigo uno se comprime lo que sea menester, pero, en fin, tanto apretar y apretar, es que parece que la mesa es para ti solo, caramba... Yo necesito espacio vital, ¿entiendes? Bueno. Es que me vas a laminar, gachó. Así que te vas a establecer, me decías. De pintorempapeladorestucador. Vaya, vaya. Y a casarte con la Matildita, mi prima. Vaya, vaya. Quién lo iba a decir. Pero yo, como amigo, debo avisarte. Mi deber es advertírtelo, yo soy hombre de ley. La Matilde es una chica bárbara, es guapetona, bien puesta, menuda estampa tiene la niña, y mujer de su casa, y muy ilustrada, sabe algo de cuentas y de geografía, y ha hecho los cursos esos de cocina y tal que hacen las chicas de la Femenina, pero... Yo creo que debes meditarlo bien. Consulta con la almohada. Y, sobre todo, es un consejo de amigo, háblale claro. Ella, a lo mejor es comprensiva, la Matilde. O sea, vamos, digo que tú vives en Alemania. En Bisbadén, ¿no? Eso debe de caer muy lejos. Yo me quedé en Francia, en Chenevières. Anda, que no me pinté paredes ni nada. Chico, es que allí, en cuanto se fue enterando la gente que estábamos allí unos pintores de Ciudad Real, mi cuñado y yo, pues que a todo   —223→   el mundo le dio por pintarse la casa, que si el salón, que si la cocina, que si los baños... En fin, para qué te voy a contar, que... Bueno, ya sabes, nos volvimos al año, y pusimos el taller en Las Matas, a ver, cerca de Madrid, donde el turismo, que nos va fenómeno. Es lo que hay que hacer, chaval, pringar un poco, y ¡a casa! De patrono, que es lo que se lleva, y sienta muy bien en cuestión parné, te lo digo yo. No hagas caso a esos mandrias que hablan de la sociedad de consumo y tal y tal. A vivir, chico, que son dos días, y que se mueran los feos. Mira, aquí está mi tarjeta, para que lo sepas. Fíjate, a dos colores, y las letras grandes del centro, que se llaman romanas, en oro. ¿Eh, qué te parece? «Ramón de Pedro y Lorenzo. Reparaciones mecánicas. Carretera de Villanueva del Pardillo, s/n. Repuestos. Engrase. Lavado. Teléfono 49, Las Rozas. Se venden coches usados enteros». No me digas, es fenómeno. Una tarjeta así... Este coche de la esquina, a tres colores, ha encarecido mucho, pero las hace muy atractivas. Es un Packard modelo descapotable, 1919. La Paca, le llamamos la Paca. También le hemos puesto en las facturas, en los almanaques de propaganda, en el anuncio luminoso. Porque tengo un luminoso, qué te has creído tú, a ver... Y al año que viene, ya lo hemos encargado, haremos llaveritos con la Paca colgando, eso gusta mucho a los turistas americanos, son unos gilís y esas menudencias, bueno, es que se pirran por esas menudencias. ¿Conque te gusta la tarjeta? Ya decía yo. Y eso que no he puesto que tengo la exclusiva de las bocinas «El trueno», porque me parecía demasiado poner. Así queda muy bien repartido todo, fíjate, mírala un poco de lejos, así... Quédatela, quédatela, puedes necesitarla, o recomendarme a algún conocido, nunca se sabe. Pero ¿por dónde íbamos? Ah... Perdona, se me iba el hilo. Estábamos hablando de la Matildita. Es una chica estupenda,   —224→   no ha tenido más novio que tú, nada, ni el menor ligue, qué va a tener, si es más seria que el rabo de un badil, de su casa a casa de don Lorenzo, el matasanos, adonde va a asistir, y de allí a casa. De gura a gura, te lo aseguro yo. Quizá a la iglesia o a pasear a la estación con las amigas, pero nada más. Ni cambios en la falda siquiera, que ya es, ya. Pues yo creo, vamos, o sea, es un consejo de amigo, que le debes hablar con el corazón en la mano, es decir, vamos, con claridad. No, hombre, no te asustes, qué bárbaro, qué quisquilloso eres, qué tío, no te... Pues sí que tienes tú aguante, vaya con el niño. Quiero decir, y es solamente un consejo de amigo, pero de amigo de veras, ¿eh?, de amigo, pero que de amigo de verdad, de los fetén, sin medias tintas, a mí las medias tintas, vamos, que no, que me revientan, ¿estamos? Pues ahora viene. Tú estás en Alemania, ¿no? O sea, ¿en Bisbadén, no? Y una vez que el cura os haya echado las bendiciones, que yo voy de testigo, ¿eh?, yo, Ramón de Pedro, por un amigo como tú, vamos, donde haga falta, no faltaba más. Pues digo yo que te la llevarás a Alemania. A la Matildita, a quién va a ser, caray. ¿O estamos hablando de Gina Lollobrígida? A la Matildita, tan rica ella. Y ahora viene aquí el quid. Considerémoslo despacito. A ver, concéntrate. Hay que pensarlo despacio para que no saltes, que ya he visto que eres un tío de muy poca correa. Pues que yo veo que hay dos grandes peros. Uno, vamos, quiero decir, el primero: La Matildita, de alemán, ni pío. Y no va a estar contenta. No hay mayor soledad para una mujer que el tenerse que estar todo el santo día, y las semanas enteras, sin poder hablar con nadie. Que no hombre, que no. Eso es un tormento chino. Es que vas a llegar a casa harto de trabajar, y te va a colocar cada rollo que no veas. A ver, todo lo que haya estado sin poder desembuchar a lo largo del día. Y al cuarto o quinto   —225→   día de tirar así, que ya os sabéis de memoria el uno al otro, que, la verdad, le quita un rato aliciente a la vida conyugal, a ver, tú me dirás, siempre lo mismo, y siempre muy poco, y más en cuanto ella vaya percatándose de que no entiende el cine, porque tú la llevarás alguna vez al cine, y no veas lo que cabrea oír a los demás reírse y tú no sabes por qué, medio bobo, medio muerto, hombre, tú figúrate, y que no le dicen nada los periódicos, ni siquiera las fotos de los crímenes, ni la tele, ni nada de lo que hagas por distraerla, y que no va a saber pedir siquiera una salchicha... Totalizando: que te muerde, a la semana te muerde, menudas son las mujeres con bozal, aunque sea invisible en este caso... Ya verás qué llantinas te agarra, ay mi mamá, si yo la hubiera hecho caso, ay mi pueblito bonito, con su torrecita, y su casinito, y su quiosquito de la banda municipal, que estarán tocando ahora Los voluntarios, o La revoltosa, o algo así tan patriótico, y ay, mi paseíto por el andén... Ay, los tiznones de la matanza, ay, mis fiestas de moros y cristianos, con sus ropitas preciosas y sus estampidos, y la procesión, cómo te has atrevido a enterrarme viva en un país sin procesiones, ay si mi alma lo sabe. Y pídele a Dios y a los santos que no arremeta con las comidas, ay, Señor, estas porquerías, mi torreznito frito, mis bajocas con pernil, dónde, dónde están mis tortas de manteca, ay, qué martirio, no hago más que abrir latas, ay, ay, ay... Chinchorrerías, sí, claro, pero que te pone la cabeza... No quiero decirte cómo te la pone, y que, no se te olvide, la Matildita ha salido a mi tía, o sea, a su madre, que, a testaruda, vamos, a dejárselo sobrado. Yo, vamos, te advierto, es un deber, una responsabilidad de amigo. Y te lo advierto, que, cuando una mujer empieza así, malo, muy malo. Por un pelín, por un pelín, acaba la fiesta a trompazos, si lo sabré yo. En fin, que salen y salen todas esas memeces que hacen las mujeres,   —226→   y la Matildita, que yo la conozco desde que nació, pues que es capaz de... Bueno, mejor no pensarlo. Nadie sabe de lo que es capaz una mujer en esa situación. Ea, que no veas la que se prepara. Dios te coja confesado, Natalio, no te digo más. Yo soy amigo tuyo, un buen amigo, ¿cuántos años hace que nos conocemos? Pues fíjate si no... Es por el aprecio que te tengo, que si no... A mí, plim. Llévatela si quieres, pero ya verás, ya. Y ten por seguro que en Alemania, o sea, vamos, en el Bisbadén ese, pues que no encuentras a nadie que quiera hacer intercambio de idioma con la Matilde, vamos, quiero decir con buena intención, ¿eh?, porque ésa es otra. Pero de eso no hablemos, ¿eh? De eso, nada. Bueno, hombre, bueno, no te pongas así, qué cosas se te ocurren, ya has sentado plaza de marido español, es que no se os pega nada de las costumbres de por ahí, siempre seguís tan ceporros, erre que erre, a ver si la Matildita, ¿eh?, yo no quiero decir nada, Dios me libre, hombre, Dios me libre, pero en Alemania, y sola, y tan lejos de su mamá, ¿eh? Pero no hace falta que te encalabrines, qué tío, allá tú. ¡Hombre, sin faltar! ¿Quién dice aquí palabrotas más que tú? Oye, me estás resultando tú un fuguillas. Yo... Pero es que hay que estar prevenido, es un consejo de amigo, nada más, hay que estar prevenido para todo, qué demontre. Además, aún queda el segundo pero. Pero de éste sí que no me vas a decir tú que no es moco de pavo. Anda, anda, que yo te conozco muy bien. ¿Cuántos años hace, decías antes? Nada, total nada, para que me pretendas engañar. Y que además yo me sé de muy buena tinta toda esa entente de las alemanas, los persas y los españoles. ¿Qué? Dime que no, anda. Y tú no eres manco. A ver, eres español, y los españoles somos así, qué le vamos a hacer. Genio y figura... Y no tenemos remedio. Y tú llevas ya dos años en Alemania, que, sea dicho de paso,   —227→   ya podías tener aquí algo, un taller, una tiendecita, una cafetería en el pueblo, o un despachito para comprar y vender terrenos, algo, en fin, algo, que se te viese un detalle. Venga, hombre venga ya, a mí no me la das tú. Si tú te portases en Alemania como Dios manda, pues que ya veíamos aquí tu nombre por las carreteras, en carteles de ésos que piden perdón por hacer puentes, o desvíos, o ferrocarriles, o lo que sea. Imagínate: «Natalio Riobóo. Construcciones. Dragados. Aguas subterráneas». Y en rojo, con unas cuantas herramientas pintadas al fondo: «Concesionario del utillaje alemán». ¿Eh, macho? No me digas, criatura, tú podías tener eso y mucho más. Dos años en Bisbadén, son ya muchos años. Pero, a ver, lo que pasa. La juerga. La cerveza. Las salchichas. Las salchicheras. Frau-va-frau-viene. Pero hijito, si conmigo no tienes que disimular. En todo caso, con la Matildita... A mí, como tú comprenderás, ni me va ni me viene. Pero la Matilde... La Matilde es muy sensitiva, y a lo mejor no le gusta ni pizca eso de que salgas de noche y que tengas amigas y amigos y que se te planten en tu departamento a cantar eso que cantabas la otra noche, en Navidad, cuando viniste, eso de Tannenbaum, oh, Tannenbaum... No me vas a contar a mí que eso lo has aprendido en la iglesia, venga ya, hombre, venga ya. En fin, si te incomodas, chico... Pero, te pones tan serio... ¿Será posible que con las alemanas, tú, nada?... Hombre, que no se diga. Bueno, bueno, chaval, allá tú. Yo ya te digo que yo por ti, un gran amigo de hace tantos años, hago lo que sea menester, pero si te enfadas... Hasta ahí podíamos llegar. Nada, nada, no se hable más. ¿Quieres hacerme el favor de correrte un poquito hacia allá? Este local es una birria. Y la gente de la barra, vaya gente. Unos muertos de hambre. Deben ser estudiantes. ¡Re... tal y qué pintas! ¿Pedimos otra caña? Esta cerveza no tiene que envidiar   —228→   mucho a la alemana. Desde luego es mejor que la francesa. Debe ser por el sol. El sol de España le sienta muy bien a todas las bebidas. ¡Ole ya! Ese disco que acaban de poner esos chavales es de..., de... Bueno, ¡de un tío estupendo, de Almería! Eso se llama cantar. Algo bueno debía haber aquí, en este cafetucho. Nada, chico, paga y vámonos, y ya sabes dónde tienes un amigo. Cuando quieras, vamos a hacer esa declaración. Pero avísame para ponerme decentito, a ver, no querrás que vaya a jurar algo por ti con la ropa de trabajar. Tengo un terno que para qué te voy a contar, aunque se me ha quedado algo estrecho, a ver, tantas horas teniendo que hacer cuentas, sentadito, lo que pasa. Venga a darle agujeros al cinto. También tengo alguna joya. Y una leontina que he heredado de mi padre, y mi padre la había heredado del suyo, y vete a ver si no viene de más allá aún, con un Omega extraplano, antimagnético, anti todo, que te digo que quita el hipo, y ese día es que yo me pongo encima todo lo que tenga, a ver, por un amigo. Todo, todo eso me lo pondré el día que tenga que ir a firmar. Por un amigo, a ver, por un amigo hago yo lo que haga falta y un poquito más, ya te lo tengo dicho. Yo soy siempre Ramón de Pedro, palabra. Y tendremos que fijar la fecha de la boda con antelación, porque me haré un traje adecuado, o sea, vamos, bien, un traje bien, fenómeno, es más, si cobro eso que tengo a punto de terminar, la contrata del alumbrado, es que me lo haré a la medida. ¡No te fastidia con el camarero! ¡Su madre, y que no es marmolillo ni nada que digamos! Hombre, no me digas, me ha rozado al pasar por ahí detrás, si llega a ir con la bandeja me pone la chaqueta hecha una lástima... Si es que esta gente que no ha salido de España nunca, te aseguro que son un atajo de cenizos, no vale la pena preocuparse de ellos, te lo digo yo. A ver si te corres un poquito, te lo estoy pidiendo con toda educación desde   —229→   que hemos entrado, es que no te enteras... Te decía que avises, que ese día... Bueno, ese día yo tiro la casa por la ventana. Zapatos nuevos, corbata nueva, todo nuevo. Yo, por un amigo... Ya me dirás qué queréis de regalo. Tengo unas cuantas ideas, pero, naturalmente, yo no quiero imponerme, así que a pedir por esa boca. Tengo algunos muebles buenos, que ya no me gustan, a lo mejor os hacen apaño. Tengo una máquina de retratar estupenda, modelo 1950. Para las mañas de Matilde, sirve. Ya me compraré yo otra más moderna, En fin, que no os ha de faltar un recuerdo mío. Pero, sobre todo, mi firma. No faltaba más. Yo, con amigos como Natalio Riobóo voy al fin del mundo. A la iglesia, al juzgado, al hospital, al banco, donde haga falta. Así que ya lo sabes, a mandar. Ahora tienes que perdonarme, mira, aquí, la agenda, tengo que acercarme a Tetuán, estoy pintando una casa, bueno, una casa, ya sabes, ahora se llama casa a cualquier chozo, esta chapucilla no tiene importancia alguna, pero debo pasarme por allí, los oficiales son capaces de guardarse la pintura. ¿Cómo? ¿Qué te preste...? ¿Qué te adelante para tu boda? Pero... Oye, macho, tú has tomado el número cambiado. Aquí, ¿quién es el novio? Estaría bueno, lo que hay que oír. Antes, mucho mal genio y mucha dignidad, y ahora... ¿Me has confundido a mí con el Monte? Venga ya, hombre, venga ya. Ni que me estuviera chupando el dedo. ¿Qué pito tocas tú en Alemania, o sea, vamos, en Bisbadén? Anda, paga las cañas, y déjate de pamplinas, ¿quieres? Me largo. No dejes de avisarme para la boda. Yo, Ramón de Pedro, por un amigo, bueno, es que soy capaz de cualquier cosa, te lo juro por éstas...



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ArribaAbajoProfesor visitante

De veras te lo digo, que no sé cómo se puede hablar tanto y tanto, todo el mundo boquiabierto, y luego, un gentío... Lo habían proclamado los periódicos, y la radio, y la televisión, y no sé si hasta una camionetita con altavoz anduvo por los barrios extremos, en las boleras, en los clús, y a la salida de las comuniones elegantes... Y la gente, como ahora no hace más que pensar e n el cáncer y en la cirugía plástica, y el señor tenía una fama de no te menees, hombre, que si tiene, no es un pelanas cualquiera, que viene desde Nueva York, que es donde de verdad de verdad entienden de eso, y de aparatos para todo, y de rapidez, y, en fin, para qué te voy a contar. Que venía de Nueva York y sobra, porque ya está dicho todo. Menudo exitazo al canto. Las casas de modas agotaron sus reservas, no te digo más, y las joyerías... Bueno, el despiporren. No ha habido señora de clase bien que no se haya hecho un verdadero equipo para asistir a la conferencia. Y de recomendaciones para conseguir entradas, un turbión. Nada, sin precedentes en la historia de nuestra ciencia. Pero, oye, ¿cómo te sales con ésas? A ver si te crees tú que nuestro círculo es una   —232→   grillera. Naturalmente que había que pagar la entrada, a ver si no. Anda, hijo, que tú también tienes unas ocurrencias que ya ya. Gratis, gratis. Venga ya, hombre. Esas cosas sólo ocurren en sitios bajos, como la Deuda pública, la Universidad, y así. Tú piensa, pedazo de... Traer al fulano, que es doctor y catedrático de cosas muy sublimes, que ha sido finalista del Nobel varias veces, prepararle el viaje, que, por cierto, se ha venido en un barco de campeonato y vaya facturitas de extras, no veas, no sé qué demonios ha hecho el sabio, se habrá bañado en agua de algún río sagrado, su mamaíta. Bueno, en fin, que, de propi, ya ves el hotel en que está, con una suite que ni un jefe de estado, bueno, que ya te lo supones todo. Ah, hombre, eso ni se pregunta. Claro que ha traído a la mujer. Parece una buena chica, o sea, vamos, que es un plomo de mucho cuidado. No para de mascar chicle. No, no, todavía no la he oído largar una bombita entre labio y labio, está bastante bien educada. También es intelectual. Está tan así, que yo me atrevería a asegurar que el sabio del marido hace experimentos con ella, la inyecta algo, o le da a probar los precipitados que se cocine, porque, mi madre, a veces, qué loro. Habla con la ese. Sí, son gente muy bien pagada, no pasa lo que aquí, y tienen dos esclavas negras, caribes. Y ella habla así, pues así, ya sabes cómo, igualito que en las rumbas cubanas, ¿está claro? Te digo eso de las inyecciones porque otras veces pone la cabeza así, caída sobre un hombro y llora cinco minutos sí y cinco no. Una plasta. Y él toma apuntes entonces, y le saca fotografías, y la escarba con una cosa así, como un palillo de dientes, en el oído, mientras dice algo bajito, no sé si en ruso o en inglés, ya sabes tú que a mí eso me resbala. Total, que te juro por la gloria de mi madre que yo, mujer, no me casaba con un sabio de éstos ni a la de tres. Bueno, pues como te iba diciendo, el acto resultó   —233→   muy bien, pero estuvimos a punto de que ocurriera una catástrofe. Y todo porque se da una importancia enorme. O no se da ninguna, vete a ver, tiene unas reacciones muy extrañas, y, luego, como es tan bisojo, pues que no puedes saber bien qué está pasando, y eso que yo, de pesquis, un rato largo. Bueno, los problemas han comenzado en el barco, durante el viaje. La propaganda de la naviera, inglesa como Dios manda, ha resultado una piña. Nada de lo prometido. Tú figúrate, no es que hayan faltado diez o doce categorías de queso francés, sustituido en el menú del doctor por un Cabrales sofocante, que dicen que es de por ahí, de algo más arriba de León, caracoles, tú me dirás qué va a salir de esas latitudes que le pueda valer a un hombre con esta dosis de cabeza, un extranjero que viene a conocernos, que ésa es otra, era la primera vez que venía, tú me dirás. Si a lo mejor le han dado todos esos premios a barullo por eso, por no haber venido aquí nunca. Esto de la justicia anda un poco discutidillo, lo que pasa es que... Y hay que ver la tirria que nos tienen por esos países adelante, y todo, lo sé yo muy bien, por ser el flagelo de los herejes. Ah, amigo mío, los países pagan su historia, y a nosotros, ahora, pues que los usos más frecuentes no nos van ni poco ni nada. En fin, vivir para ver. Pero, como te contaba, pues que el doctor, o sea, nuestro sabio, ya sabes de quién estamos hablando, o sea, nuestro huésped, pues que tiene sus manías. Algo rarillas. Había pedido, tú me dirás qué tiene que ver eso con las témporas, una escolta personal lírico-auditiva. Aquí, la Junta directiva, de la cual tengo el honor de ser presidente elegido por unanimidad unánime y némine discrepante y por un período de cinco años renovables, pues nuestros estatutos, copiados de la constitución holandesa, preveen la reelección... Pues que, como te puedes suponer, la Junta no sabía ni pun de esa petición, pero parece que   —234→   figura entre los atractivos de la naviera, eso de la escolta. Pero falló, ya ves tú por dónde, porque las cuatro o cinco sopranos (y dos tiples, dice el prospecto de propaganda) contratadas, no pudieron venir. Estaban buscando enloquecidas, y ayudadas por sus antiguas compañeras de colegio, una cita que les dedica Julio Cortázar en su última novela. Por procedimientos crípticos, caramba, eso ni se pregunta. Las radios nacionales de varios países suramericanos han convocado un concurso fenómeno, con premios muy sustanciosos para el primero que encuentre esa alusión cabalística. Toma, así cualquiera. A buenas horas se iban a meter esas señoras en el barco con el sabio para aguantarle a todas horas sus fórmulas y sus éxtasis, que creo que tiene éxtasis, o sea, vamos, algo así como arrebatos sin importancia, y todo por algún que otro vermú y algunas horas extra. Estas pobres chicas no deben andar muy allá en legislación laboral. Aquí habría sido otra cosa. Total, que no acudió ninguna al muelle. Y nuestro sabio a morder. Parece que se ha calmado con unas cuantas portuguesas en mal uso que subieron en no sé qué isla con volcán, por ahí, por esos mares calientes, y han venido cantando sin parar fados de Vila Real do Conde, que es buen sitio de verano, o sea, vamos, de perdición. Sí, los cantaban de tres colores. Anda, y yo qué sé. De tres colores decía el cable que hemos pagado. Como traía tarifa reducida yo no he preguntado más. Mi experiencia es que, si preguntas, te doblan la tasa. Así que... No, no te rías, eso ha sido otro inconveniente, porque parece que entre él y la señora hay muy serias divergencias sobre la valoración del color subyacente en la música moderna. La señora, por principio y por moler, se despepita por las canciones blancas, ya te dije que era una buena chica. Casi nada. Menos mal que como venían en cabinas de lujo han podido separarlos después de los tumultos   —235→   que provocaron en el paso del Ecuador. ¿Que no se pasa el Ecuador al venir de...? Oye, rico, tú qué sabes de esto. Los barcos ingleses no se equivocan nunca. Así que pasaron el Ecuador o lo que sea. Quizá sea otra fiesta, que han decidido llamarla así, o los ingleses, que de mar entienden un rato, llevan un Ecuador para distraerse en las navegaciones largas. Tú, lo que tienes que hacer es no mirar tanto mapa, y pagar los papeles que yo te mande. Para eso soy el presidente, y tú nada más que el cajero. ¿Estamos? Pues te decía que se ve que a los sabios no les va bien el Ecuador, porque en el discurso que pronunció a los postres, se dio por aludida mucha gente, incluso la Corona británica, y eso sí, como es natural, va a traer cola. Si lo sabré yo. Buenos son esos tíos. Se ve que este sabio no tiene mucho tacto. Qué va a tener. Si nos hemos enterado de que hace unas preguntitas, so pretexto sociológico, que dejan frío a cualquiera. Y también es casualidad, hombre, se las hace siempre a las señoras casadas. A mí me da en las narices que este tío no vuelve sano a su tierra, por mucho que sepa, caray. Y no insisto en otros aspectos porque los periódicos ya han hablado mucho del viaje, y en la conferencia de prensa que se largó al llegar a la estación de Atocha (desembarcó en Algeciras: factura de fiesta folklórica con cucañas, carreras de sacos, achicharramiento de un judas, y gran duelo de los prohombres locales: en el discurso de gratitud por la bienvenida, nuestro hombre confundió la ciudad tres veces con Southampton) charló demasiado de estas quisicosas de su viaje, ya sabes, esas menudencias que siempre tienen que ocurrir. Ya allí se me atragantó algo el sujeto. Se quejó de que la gente vaya a misa, de que el agua mineral tenga unas veces gas y otras no, de que comamos demasiado cerdo, de que llueve en primavera, de que no hayamos pintado de colores vivos El Escorial, que así, tan   —236→   gris y monótono, parece viejo y de segunda mano, de..., de..., de... De todo, vamos, de todo. Sí, llevas razón, elogió..., elogió... Algo, sí... No me acuerdo. Ah, ya, la Ley de Educación. Menos mal, digo yo, así tenemos a qué agarrarnos para si quiere quedarse aquí una temporadita más. Claro que, a lo mejor, todo fue resultado del mareo. Pero ¿no lo sabes? Este sabio es tan exquisito y tan sabio que no se marea en el barco, ni en el tren, ni en ningún vehículo. Se marea al bajar y poner pie en tierra. Mareo de tierra, lo que hay que ver. Tuvimos que contratar un equipo médico especial que le recogiera al dejar la pasarela del barco, porque si no... Es hombre importante, benefactor de la Humanidad, a ver, no podíamos dejarle allí haciendo eses en varias lenguas, la mujer desolada: Yoni, darling, repórtate, Yoni. Mira que erej cargante, ¡ajá!, no se te puede desembarcá en ningún sitio. Erej un desatento, ay bendito, o te sostienej o te vaj a esfaratá la crijma, m'ijo... Y como, ya lo notarás, ¿no?, la señora habla en cubanito... Que no hubo manera de disimularlo. El mareo, leñe, el mareo, qué demonios vamos a disimular. Con otras personas no importa. Tú te mareas, pues aguántate. Cambias la peseta como te sea posible, te tumbas, y a comer si puedes o a ayunar si no puedes. Y ya está. Pero con el doctor, que ha descubierto tantos virus y contravirus, y que ha traspasado de dueño vísceras y más vísceras... El honor nacional estaba en entredicho. Ni nuestro paisaje ni nuestras costumbres toleran un mareo en tierra, hasta ahí podíamos llegar. Echa la cuenta de los discursos preparados que se iban a quedar sin llegar a las ondas, ni de los bailes y cantos de la agrupación cañí que estaba, toda simpática y enjaezada, esperándole... Menos mal que los servicios municipales funcionaron esta vez muy bien, no siempre va a pasar lo mismo. Pero el retraso de veinte minutos fue calamitoso para lo   —237→   sucesivo. A ver, tú figúrate, ya aquí no llegamos a tiempo a nada de lo previsto. ¿Que había que darle la llave de la ciudad en tal sitio? Cuando llegamos, ni rastros de nadie. Fue un feo muy gordo. Un señor feo. En la Plaza de la Virgen estaba prevista una concentración de enfermos paralíticos e intervenidos, que iban a cantar no sé qué himno alusivo, con tarantelas y con bengalas y bombas, y etcétera, etcétera, etcétera... ¿Estabas tú? Solamente quedaban tres o cuatro mujerucas, de negro y con una flor en el moño, que andaban a la gresca con los barrenderos. Hasta los cartelones se habían llevado. Bueno, esto fue una suerte, pues eran los mismos que se emplearon cuando llegó no sé qué heredero de un reino de por ahí, de por más allá de Gambia. Bueno, hay que decirlo todo, que a cada uno lo suyo, o sea, suum cuique, ¿eh?, ya ves que no se me da tan mal el latín, yo, en fin, presidente... Quiero reconocer que por allí, subida en una mesa del refrescante, en la esquina de la Avenida de la Libertad, las butacas de mimbre muy bien puestas y atentas, estaba doña Angustias, la directora del Patronato Emancipador Femenino, que, cuartillas en una mano, la otra en el corazón y las gafas en la punta de la nariz, repetía incansable su salutación: «Mi querido pensador...» Debe ser la recepción de otra lumbrera de éstas que nos caen por aquí de tarde en tarde, quizá también retrasada, o quizá que vaya a venir para San Isidro, el año próximo, nosotros, desde luego, no habíamos invitado a esa señora... No, lo de pensador yo no lo considero un dato. Nuestro huésped podrá pararse a pensar alguna vez, no lo pongo en discusión, pero, digo yo, siempre sería mejor «mi querido doctor», o «mi muy eminente sabio...», ¿no te parece? Bah, no me distraigas. A lo que estamos, tuerta. Que nos invadieron las quejas. Los catalanes y los navarros han protestado por haberles hecho esperar, y parece   —238→   seguro que tendremos más bollo con el asunto de las cantantes, que todo sea por Dios, resulta que son argentinas y han caído en la trampa de la novela de Cortázar. Las que se mencionaban allí eran de Provenza, y esto ha causado un profundo dolor en las pobres muchachas. Acusan al escritor de poco patriota, y exigen, con muy malos modos, que no le dejen entrar en ningún teatro de ópera durante diez años y un día. Anda, para que veas, esto se llama no ser profeta en su tierra. Y, para que lo oigas, yo digo cien veces «profundo dolor», que lo de «trauma» se lo cuentas a tu padrinito, ¿sabes, rico? En fin, es que ya lo decían mi abuelo y mi padre, y lo repite lo más selecto de la intelectualidad: aquí, de tareas del espíritu, ni golpe, chico, ni golpe. ¡Un hombre de esta altura y quedarse así, solo, en medio de una ciudad como Madrid! No me digas, chaval, no me digas. Bueno, que conste que, a todo esto, yo no me quejo. Pero yo soy el presidente, elegido por unanimidad y para cinco años... Ah, ya, ya, se me olvidaba. Ya, ya sé que lo sabes. ¡Perdona, chico! Es que estoy nervioso. Nervioso y quizá algo más, porque te aseguro que no levantamos cabeza. Y eso que tenemos concedidas ya varias subvenciones. Pero es que el profesor y su mujer son insaciables. Culo veo, culo quiero. Ella se trae una lista de regalitos que para qué. Mantillas, castañuelas, botas de vino, gaitas, un mantón así y otro asao, y él... Bueno, él me confió que con unas cuantas espadas toledanas, una baraja de Vitoria, dos o tres peonzas de madera y un guardia civil para colgar en el auto se daba por satisfecho. Ah, y un botijo. En fin... Bueno, pues... Es que no quiero ni acordarme. Hasta la hora de la conferencia, las ocho, todo fueron nervios, sofiones. Las cinco secretarias que le pusimos despacharon miles de llamadas telefónicas, atendieron a las peticiones de autógrafos, oye, se trae el tío una estampilla   —239→   con fecha y escudo y toda la pesca, ¿eh, qué te parece?, y dieron las gracias a los ramos de flores, a los envíos de palcos y peticiones de dinero pro-algo, que si los enfermos, que si los desertores, que si los licenciados en letras... Una vergüenza esta manía de pedir, vaya si lo es. No se les ocurre pensar a todos estos desgraciados que el doctor es un hombre de ciencia, o sea, un intelectual, y todo el mundo sabe que los intelectuales, o sea, los sabios u hombres de ciencia, pues que ni chapa. ¿A qué pedir tanto entonces? Es que somos unos atrasados y nada más, y no hay mercado europeo que nos avíe. Menos mal que el doctor es hombre de buen humor, y si no les da monises les apalea con buenos consejos. Algo es algo. Hombre, no me salgas con ésas, menos da una piedra. Bueno, hubo que ir a dedicar libros al salón del hotel, había una cola tremenda. Estudiantes de selectivo, seminaristas, enfermeras, una delegación de tiradores de pichón y otra de picadores jubilados, coristas, ensalmadores, sordomudos, casamenteros, meteorólogos, un par de ministros del antiguo régimen, el jefe de la oposición, un obispo protestante, que, por cierto, se coló, el muy cuco... Qué te voy a contar. Es que de todo, vamos, de todo. Cuando entramos en el salón, no cabía un alfiler y, chico, ¡qué ovación! La gente, de pie, aplaudiendo, se subían a los asientos para ver mejor al genio, se oían vivas y más vivas, y un lloroso «Viva la madre que te parió», que, lo que son las cosas, no pareció bien a las delegaciones femeninas de las provincias vascongadas, a ver, tú me dirás, allí se habla de otro modo, están más europeizados... A todo esto, un poco de silencio, que hubo que mantener con una ligera carga policial por los pasillos (sí, en la calle fueron algo más severos, pero no mucho, ya tú sabes que en la calle, en este país, la gente chillotea que es un contento), permitió hacer las últimas grabaciones para la radio y la   —240→   tele. El profesor se confesó, eso sí, muy ruboroso, en seguida se nota que es muy modesto y que no le gusta exaltar sus méritos, se confesó, te decía, gran jugador de oca, de parchís, y aficionado a las lentejas. Son muy ferruginosas. Ya te supones el estremecimiento de placer, un verdadero oleaje de aaaaes y ooooes admirativas, ante las mimosas inflexiones del doctor cuando decía «De oca a oca y me toca», o aquello, tan emotivo, «De seis a seis y tiro otra vez». Hubo gritos, paroxismos, desmayos, entusiasmo demoledor. Los periódicos de la oposición, que no pierden ripio, se han permitido, supongo que ya lo habrás leído, algunas reticencias, que si histeria, que si enchufe, que si gentes pagadas y adiestradas (¡aquí, en nuestra altiva, independiente, noble, y nunca sometida Hispania!). Lo menos, lo menos, nos acusan de partidismo. Son así. Las rencillas de siempre, las envidias de siempre. A ver quién de entre ellos ha hecho lo que esta eminencia, hombre, no me salgas con timos, es que me irrito. No, eso no, ¿por qué los vamos a fusilar? Que trabajen, hombre, que trabajen, a ver quién si no. Mira, ¿ves?, por interrumpirme se me pasaba un detalle muy delicado. Los valencianos, que no han podido acudir al recibimiento, a ver, no quieren dejar aquello solo por si suben las naranjas o se repite la inundación, han ofrecido al doctor una cinta magnetofónica donde todas las bandas municipales de la provincia resoplan un pasodoble-homenaje. También con traca. Creo que hay que vigilar el volumen, el trueno final no lo aguanta nadie y los aparatos sufren la mar. Pero volvamos a lo nuestro. Entonces, al entrar al salón de sesiones, es cuando ocurrió el no va más, lo que nos hizo a todos perder la cabeza de emoción. El profesor comenzó, radiante, sus palabras: Señoras, señores... Y, catapúm, se dejó caer desplomado en el sillón. Entre paréntesis: menudo sillón, lo habíamos traído prestado del palacio   —241→   episcopal, toda la historia de la sede allí, enzarzada en el terciopelo rojo, desde Recaredo el Grande, como dijo el ilustre Pedro Míguez en una poesía homenaje... Sí, leñe, sí, Pedrito, el niñato de doña Elvirita, el que el año pasado, ya sabes... Ése, el que va a ser notario. ¡Hombre, tanto como gilí! Es un ligero tic lo que tiene, no exageres. Lo de las babas no tiene importancia. ¿El sillón? Rojo y con oros, como no hay dos, con escudos y figuras muy alegóricas, el Caos, la Culpa, la Disculpa, la Hipertensión... Fue un ataque de modestia el caerse de aquella manera detrás de la mesa, no pudo abrir la boca, un verdadero cataclismo. La gente lloraba, yo vi gimotear a los hombres más conspicuos, a las autoridades más sesudas. Y las señoras, eso, ya, para qué repetirte. En fin, está en marcha el decreto, exigido por la manifestación posterior al suceso, que declara monumentos histórico-artísticos los pedazos del vestido, las uñas, tres piezas del reloj, una muela de oro, y cosillas así que han podido recuperarse. Se leerá en las iglesias una exhortación a que devuelvan los más trozos posibles... La corbata ya está en la Colección nacional de trofeos... ¿Es posible? No, no hagas caso, son infundios de esas gentes abominables. El manuscrito de la conferencia... ¡Qué van a tenerlo! Son los resentidos de siempre. El doctor se la sabía de memoria, ahí lo tienes, está bien claro, había empezado ya: Señoras, señores... Lo único que no estuvo bien, hay que reconocerlo, fue el retraso de veinte minutos, chico, una lata, espera que te espera, eso no, no estuvo bien, qué va a estar...