Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

A vueltas con la narrativa ilustrada de Pereda: El caso de «Para ser buen arriero...»

Raquel Gutiérrez Sebastián


UNED Cantabria / CIEFP de Santander



El 22 de julio de 1900 la sección «Libros presentados» de La Ilustración Española y Americana saluda con estas palabras la impresión de un nuevo libro: «El volumen XI de la elegante Biblioteca Mignon que edita Don Bernardo Rodríguez Serra, lo constituye un cuento de Pereda. El nombre del eximio autor nos ahorra cuantas alabanzas pudiéramos tributar a este nuevo libro, que viene a avalorar la notable serie de los publicados en la citada biblioteca» (pág. 47).

La obra no era otra que una edición ilustrada y de cierto lujo de un artículo costumbrista de José María de Pereda, Para ser buen arriero..., que había sido incluido en el volumen Tipos y paisajes (1871), el segundo en la trayectoria literaria del narrador cántabro, volumen que se había presentado a los lectores como una segunda serie de Escenas Montañesas (1864) y que no obtuvo gran repercusión ni de público ni de crítica, pese a incluir artículos costumbristas/cuentos de tan notable valor literario como «Blasones y talegas» o «Ir por lana» y cuya fría acogida estuvo a punto de cercenar la incipiente carrera literaria perediana (González Herrán, 1983; González Herrán, 2006:36).

En este relato se presentaba, en un tono caricaturesco, la metamorfosis experimentada por el matrimonio de aldeanos montañeses Blas y Paula al recibir una cuantiosa herencia procedente de un indiano. Estos personajes sufrían en el texto un proceso de degradación, cercano a la animalización, cuando al enriquecerse abandonaban sus quehaceres de rústicos y se dedicaban a gastar el dinero heredado comiendo y bebiendo, hasta que literalmente reventaban y eran de ese modo castigados por el narrador por querer cambiar de modus vivendi.

Para el estudioso actual de la obra del novelista de Polanco, resulta muy interesante analizar las razones que llevaron a Pereda a reeditar una parte de una obra que había obtenido tan escaso éxito, máxime cuando ya era un hombre maduro y un novelista consagrado, cuando estaba prácticamente en la recta final de su existencia -había nacido en 1833 y morirá en 1906- y cuando desde 1896 no había vuelto a publicar obras originales. Entre estas razones, a falta de testimonios epistolares que sí poseemos en el caso de otras ediciones y reediciones de obras de este autor1, podemos apuntar dos motivos a cuyo análisis dedicaremos estas páginas: las razones de tipo comercial/editorial y el interés perediano en las obras ilustradas, asunto este último que puede relacionarse con la primera razón apuntada y que constituirá una parte sustancial de este artículo, en el que revisaremos también el resultado de esta edición ilustrada.

Es relativamente conocido por la crítica el interés que Don José María manifestó por los aspectos editoriales de sus obras. Sabemos que el escritor se convirtió en su propio editor, pues la razón comercial que aparecía en el pie de imprenta de sus libros, M. Tello y a partir de 1894 Viuda de M. Tello, era simplemente la del taller en el que se imprimían los textos peredianos y era el propio novelista o sus colaboradores quienes se encargaban de «pormenores industriales y comerciales tales como la compra y almacenamiento de papel (a veces, aprovechando remesas de precio conveniente), la elección de los tipos de letra o los materiales de encuadernación, la distribución a librerías de Madrid, provincias o América, el cuidadoso reparto de ejemplares para obsequio de colegas, periódicos, críticos...» (González Herrán, 2006:37) y tenemos además testimonios epistolares del alto precio que alcanzaban sus volúmenes, así como de la preocupación del novelista por las ventas y de cómo llevaba personalmente las negociaciones económicas de los escasos libros que publicó fuera del marbete editorial de Tello, fundamentalmente las ediciones barcelonesas de sus novelas El sabor de la tierruca (1882) y Al primer vuelo (1891), así como la reedición de Tipos Trashumantes (1897)2. Es constatable, también, que Pereda prefería controlar todos los aspectos de la edición a «entregar un libro a una empresa para que le edite cuándo y cómo quiera, sin que yo tenga derecho alguno sobre él [...] algo así como quien manda un hijo a la inclusa para que se lo vistan, alimenten y eduquen», escribe en carta a Yxart cuando está negociando la publicación de Al primer vuelo en la Casa Heinrich de Barcelona (González Herrán, 2006:41).

En el caso de la reedición o más bien de la edición en solitario de Para ser buen arriero... pesaron posiblemente más los condicionantes económicos y del prestigio que podía adquirir una obra que había pasado inadvertida prácticamente, que las prevenciones peredianas sobre sus libros editados por otros y no podemos olvidar tampoco que de Tipos y paisajes se había hecho una tirada de 2000 ejemplares, de los que en 1887 aún quedaban muchos almacenados en la editorial (Le Bouill, 1980, nota 687), por lo que este volumen no había sido definitivamente, un buen negocio.

Posiblemente para quitarse «la espina» aceptara Pereda que Bernardo Rodríguez Serra editara su relato dentro de la Biblioteca Mignon, que se había inaugurado en 1899 con la publicación de Aires murcianos, del poeta Vicente Medina3. La calidad y oportunidad de este libro, de una colección que se fue consolidando en el panorama editorial español a medida que iba sacando títulos, fue conocida y expuesta públicamente por muchos de los grandes escritores del momento, como Unamuno, Clarín, Azorín (autor del prólogo), Juan Ramón y el propio Pereda4. La tranquilidad que pudo dar al quisquilloso novelista de Polanco el buen hacer de este editor, vistos sus elegantes volúmenes de pequeño formato que la crítica ha comparado con los impresos en Francia5, el buen nombre de Rodríguez Serra en el panorama editorial español6 y posiblemente el hecho de que algunos de los más fieles amigos y asesores literarios de Pereda como Menéndez Pelayo tuvieran relaciones editoriales y epistolares con este editor7 (por el epistolario del polígrafo santanderino sabemos que Rodríguez Serra le envió Aires murcianos) pudieron servir como acicate para que el escritor se embarcara en la empresa. Además, en la recta final de la vida del novelista, sus más fieles lectores reclamaban con insistencia sus escritos, como lo demuestran las reediciones de sus novelas8 y este volumen era una manera de responder al insistente reclamo lector sin exponerse a sacar un nuevo escrito imposible de redactar en un hombre al que le fallaban las fuerzas y que, por ejemplo, estaba rechazando por esas fechas encargos que en otro momento le hubieran parecido tan sugerentes como la oferta que Luca de Tena le hizo para colaborar en Blanco y Negro (Gullón, 1944:262).

Pero junto con estas razones editoriales, no hemos de olvidar que esta nueva edición se presentaba con la particularidad de que iba a ser ilustrada. La importancia concedida por Pereda al libro como objeto material fue acompañada por un gran interés por la ilustración de algunos de sus escritos. Y es que el novelista, en el debate sobre la inclusión de grabados o viñetas en los textos literarios que se suscitó en el siglo XIX9, con los detractores de los monos o grabados entre los que destacó Flaubert y los partidarios de su incorporación, que en nuestra literatura estaban encabezados por Pérez Galdós, si situó claramente en la nómina de estos últimos, ofreciendo a sus lectores dos novelas ilustradas que fueron El sabor de la tierruca, que salió en una lujosa edición de la Biblioteca Arte y Letras con grabados de Apeles Mestres y Al primer vuelo, editada como la anterior en Barcelona, con ilustraciones del mismo dibujante, que agradaron menos al novelista10. También apareció con grabados una segunda edición del volumen costumbrista Tipos trashumantes (1897) acompañada de dibujos de bastante calidad realizados por el burgalés Mariano Pedrero11, volumen editado por Henrich y Cía en la que constituye la última colaboración del montañés con la industria tipográfica catalana y que fue saludado con entusiasmo fundamentalmente en la prensa santanderina.

Pereda también debió de considerar un aspecto positivo el hecho de que el responsable de la parte gráfica de la edición fuera Apeles Mestres, con quien había establecido una cordial amistad desde que en 1881 el dibujante catalán viajara a Polanco para captar del natural personajes y paisajes que pasarían a formar parte de los dibujos que ornamentaron la edición de El sabor, amistad que había sufrido un cierto enfriamiento a partir del trabajo de Mestres en Al primer vuelo, debido a los retrasos a la hora de componer los dibujos y a que no consultó detalles de los mismos al novelista, como había hecho en el caso de El sabor12, pero con el que seguía teniendo cierta relación epistolar y al que no dejaba de reconocer su valor como artista. Pensemos que Mestres (1854-1936) era ya un renombrado dibujante, un famoso ilustrador de la prensa, y un afamado cartelista, muy conocido en los círculos culturales catalanes, por lo que su presencia como ilustrador de esta obra podía augurar un cierto éxito de ventas, al menos entre los numerosos lectores de Pereda en Cataluña.

Una vez esbozados los condicionantes editoriales que propiciaron la edición de Para ser buen arriero..., centraremos nuestra atención en el análisis de las características del iconotexto de Mestres y en su relación con el texto literario. El relato perediano aparece acompañado por doce dibujos; la mayoría ocupan una página completa, pues como hemos indicado se trata de un volumen de pequeño tamaño y además era mucho más sencillo técnicamente imprimir por separado dibujo y texto. Si comparamos estos dibujos con los aparecidos en El sabor o incluso con las de Al primer vuelo, resultan de peor calidad, mucho menos ricos en detalles y dedicados casi únicamente al personaje13, aspecto que resulta lógico si tenemos en cuenta que el dibujante siempre es fiel a los dictados del texto literario y este se detiene mucho en la evolución psicológica y física de los dos aldeanos protagonistas.

El lugar que ocupan las ilustraciones en el libro viene condicionado, en nuestra opinión, por cuestiones editoriales y de formato, pues al ser un libro de tamaño reducido se colocan donde más convienen, sin tener en cuenta si el texto al que aluden está cerca o lejos de la ilustración. Aunque posiblemente el editor y el dibujante no tuvieran en cuenta este aspecto de la colocación, en este caso solamente condicionaría de modo sustancial la lectura de los nuevos lectores, pues al tratarse de una reedición la mayor parte del público ya conocía el contenido de la obra.

Además, hay un dato que resulta muy revelador del propósito de la edición-prestigiar la colección con la incorporación a la misma de firmas reconocidas- y es que la segunda ilustración represente a José María de Pereda, un retrato similar en algunos detalles al incorporado por el propio Mestres a El sabor, pero con ciertas diferencias, fundamentalmente en la perspectiva de perfil que adopta en este caso, frente a la frontal en el caso de la novela de 1882 y en la presentación de un novelista maduro, luciendo canas en el pelo y la barba e iconográficamente cercano a las imágenes difundidas en la prensa cuando el novelista ingresó en la Academia, en 1897.




Retrato de Pereda (Pereda tif)

Es interesante hacer notar también que se repite al inicio y al final de la novela la ilustración de Blas tumbado boca arriba, a punto de morir, cuando, como don Quijote, recobra la cordura y reconoce que «Para ser buen arriero, hay que ser hijo de rocín. Yo tengo mucho dinero; pero por no saber gastarlo he reventao con ello...y que no vale mentir. Paula se murió atracá de azúcara, y yo me voy a morir hinchao de vino blanco... ¡Permita Dios que a ningún probe le caiga encima de repente, como a mí, una herencia tan grande como la de mi tío!» (pág. 31214), moraleja del relato y que aparece en el título del mismo. Como el dibujante, obviamente por la cronología muy anterior del cuento sobre el dibujo, conoce todo el texto antes de iniciar su trabajo, puede avanzar al lector un elemento sustancial con el que va a terminar en el discurso literario y de nuevo podemos pensar que el dibujante sabe que el lector ideal de ese relato va a ser un fiel seguidor de la narrativa perediana, por lo que ya conoce el texto.

Este personaje de Blas del Tejo, en cuya onomástica simbólica se esboza su filiación aldeana y que es descrito por el texto literario como «gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.» (pág. 291) protagoniza además de las dos ilustraciones repetidas otras cuatro dentro del discurso visual, y en la evolución gráfica del personaje se produce el mismo proceso de metamorfosis que en el texto. En las primeras ilustraciones suele aparecer más joven, algo más delgado, con la indumentaria propia de un aldeano montañés: los pantalones con remiendos, albarcas, ropas de trabajo y en su cara expresiones risueñas o de perplejidad que revelan su simpleza. En las últimas vemos un hombre mayor, orondo, siempre con la botella en la mano o detrás de sí, pues será, como sabemos, la excesiva afición al vino blanco lo que acabe con el personaje.




Ilustración de Blas (Portada imagen Tif)

El mismo proceso de cambio se revela en las ilustraciones en las que aparece Paula, mucho menos numerosas que las protagonizadas por su marido. En las primeras, de acuerdo con el texto literario, es representada como moza gordinflona, ataviada como Blas a la usanza del campesinado montañés, con falda larga, chambra sobre los hombros y pañuelo a la cabeza. El trasfondo costumbrista de la descripción literaria y del retrato es evidente, y la detención en determinados detalles fisonómicos o indumentarios es una de sus manifestaciones. En el último grabado que protagoniza, el deterioro físico del personaje, recogido del texto literario por el dibujante, se ve también en la ilustración, que representa a una vieja desdentada comiendo bizcochos, un personaje que poco tiene que ver con la rozagante moza que inició el relato y que se emparenta más con la representación iconográfica de la bruja Rámila de El sabor15. Se ilustra también un jugoso diálogo costumbrista entre Blas y Paula cuando hacen cuentas de la herencia, con un dibujo que viene a apoyar una parte del texto perediano mostrando a Blas rascándose pensativo una oreja mientras conversa con Paula. Es un ejemplo típico del seguimiento fiel del texto por parte del ilustrador.




Ilustración de Paula (Paula tif)

Pero quizá uno de los elementos más llamativos del discurso gráfico sea el interés del ilustrador en el personaje secundario de Don Canuto Prosodia, representante del tipo del maestro de escuela caricaturizado por el narrador perediano y que reaparecerá en otros relatos de Tipos y paisajes como «Blasones y Talegas». Aparece descrito del siguiente modo: «Era el maestro, don Canuto Prosodia, hombre enjuto y pequeño de cuerpo, corto de alcances, aunque él creía lo contrario, y muy largo en adular a todo el que podía dar algo. Vestía ordinariamente traje oscuro de corte humilde con aspiraciones a más elevado; es decir, gastaba un aparejo que lo mismo podía llamarse gabán corto que chaqueta larga, y llevaba al cuello un corbatín de lana que tiraba a seda.» (pág. 299). En las dos ilustraciones que le dedica el dibujante aparece con sus lentes, pequeña cabeza y complexión enjuta, con un cuello muy delgado y arrugado, un retrato que insiste en la caricatura que del personaje presentaba el texto literario. De nuevo coinciden en la visión/tratamiento de los personajes el texto y la imagen.




Ilustración de Don Canuto (Don Canuto tif)

Destacable también es la única ilustración dedicada al indiano que no responde demasiado al tipo costumbrista que habitualmente presentaba el discurso narrativo de Pereda, pues solía incidir el narrador perediano en la caricatura, mostrando a los indianos como hombres de una cierta edad, muy aparatosos en el vestir y exhibidores de sus riquezas. En este texto literario el lector conoce al personaje gracias al discurso de un narrador omnisciente que lo describe como: «delgado y pálido y bastante encorvado, y había en su fisonomía, bondadosa y noble a todas luces, algo que revelaba padecimiento físicos inveterados. Vestía un traje sencillo, pero rico y bien cortado, y llevaba en la cabeza un sombrero de jipi-japa de anchas alas.» (pág. 294) y también por la descripción en sermo rústico que Blas hace a sus vecinos: «El hombre pica en vejera, es agobiao de cuerpo, baja la color, muy baja; el ojo penoso y hudío, mucha ojalera, mucha, a manera de cerco ceniciento. Trae un demonches de pajero duro como una peña y blanco que tiene que ver, cadena de oro al pescuezo, corbatín de fleque, carranclán más fino que el del señor cura y botas relumbrantes, que se ve la cara en ellas. Es fino de habla y noblote en su genial, y maneja ochentines como agua.» (pág. 294). La ilustración, siguiendo ambos retratos, representa a un hombre cargado de espaldas, delgado y con la faz acantonada, con el sombrero típico de los indianos y un aspecto enfermizo, a lomos de un caballo que porta en sus ancas un baúl, símbolo de las riquezas del personaje.




Ilustración del indiano (Indiano tif)

En definitiva, podemos indicar que las ilustraciones siguen con fidelidad el texto literario, ilustrando la fisonomía de sus personajes, cuya evolución reflejan de acuerdo a la sufrida en el relato. Pese a la sencillez de las mismas por su tono caricaturesco o costumbrista, siempre acorde con el texto, consiguen interesar al lector y ponen en valor una obra que probablemente pasó desapercibida para el público en su primera edición y que pudo ser comercializada con una nueva puesta en libro para el fiel público perediano. Se trata, en definitiva, de una de las últimas obras que Pereda ofrece a sus lectores, de un volumen que aunque no llega a la cuidadosa puesta en libro de las anteriores novelas con ilustraciones del polanquino sí pudo resultar atractiva para sus contemporáneos.






Bibliografía

  • Belmonte Serrano, J., «El arte de lo óptimo y de lo breve: una crítica temprana de "Aires murcianos", de Vicente Medina», Murgetana, número 109, 2003, pp. 111-114.
  • Botrel, J.F., «Novela e ilustración: La Regenta leida y vista por Juan Llimona, Francisco Gómez Soler y demás (1884-1885)» en Actas del I Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX. Del Romanticismo al Realismo, Barcelona, 24-26 de octubre de 1996, pp. 471-486.
  • Botrel, J.F., «Proyección y recepción de Galdós: la cornucopia del texto y de la obra.», Actas del V Congreso Internacional de estudios galdosianos, Las Palmas de Gran Canaria, tomo II, pp. 9-21.
  • Botrel, J.F., «Proyección y recepción de Galdós: la cornucopia del texto y de la obra.», Actas del V Congreso Internacional de estudios galdosianos, Las Palmas de Gran Canaria, tomo II, pp. 9-21.
  • González Herrán, J.M., «A propósito de unas cartas de José María de Pereda a José Yxart», en BBMP, LVII (1981), pp. 398-403.
  • González Herrán, J.M., «Los libros barceloneses de José María de Pereda», en Barcelona y los libros. Los libros de Barcelona, 7, Barcelona, Ajuntament de Barcelona, 2006, pp. 35-44.
  • González Herrán, J.M., La obra de Pereda ante la crítica literaria de su tiempo, Santander, 1983, Concejalía de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Santander y Ediciones Librería Estvdio, Colección Pronillo.
  • Gullón, R. Vida de Pereda, Madrid, Editora Nacional, 1944.
  • Gutiérrez Sebastián, R., «El binomio ilustraciones/texto literario en Clarín: de la 1ª edición de La Regenta a la 4ª edición de los Solos», Actas del Congreso Internacional Leopoldo Alas «Clarín» en su centenario (1901-2001). Espejo de una época, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Pablo- CEU, Madrid, 2002, pp. 111-120.
  • Gutiérrez Sebastián, R., «Novela e ilustraciones en la primera edición de El sabor de la tierruca de Pereda», en Salina, 14 (Noviembre de 2000), pp. 127-136.
  • Le Bouill, J., Les tableaux de moeurs et les romans ruraux de José María de Pereda (Recherches sur les relations entre le littéraire et le social dans l’Espagne de la seconde moitié du XIXè siècle), Thése pour le Doctorat d’Etat présenteée a l´Université de Bordeaux III, Institut d’Etudes Ibériques et IbéroAmericaines, 1980 (Inédita, hay ejemplar mecanografiado en la Biblioteca Municipal de Santander).
  • Madariaga de la Campa, B., Pereda. Biografía de un novelista, Santander, Ediciones de la Librería Estvdio, 1991.
  • Miller, S., «La novela ilustrada y Clarín: su opinión y nuestra interpretación», «Hitos y mitos de "La Regenta"», en Cuadernos del Norte, 4 (1987), pp. 34-39.
  • Pereda, J.Mª, Tipos y paisajes, en Obras completas, vol. I, Santander, Editorial Tantín, edición, notas y prólogo de Salvador García Castañeda.
  • Torres, D., «Trece cartas inéditas de Pereda», BBMP, LVI, 1980, pp. 293-314.


 
Indice