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Abel Posse: de la crónica al mito de América

M.ª Beatriz Aracil Varón



Portada



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Al querido maestro Giuseppe Bellini, que creyó necesario este libro.

A esos viejos amigos con los que he compartido «el mejor verano de nuestras vidas».

A Paco, mi cómplice y todo...



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ArribaAbajoPrólogo

Los que de alguna forma estamos implicados en el nacimiento y en el seguimiento de estos Cuadernos de América sin nombre tenemos como propósito que cada uno de estos libros tenga como fin dar a conocer estudios sobre autores o aspectos de la literatura hispanoamericana reciente; o bien, la revisión de la obra de escritores o de etapas de la literatura de América Latina de siglos pasados que necesitan un nuevo acercamiento fruto de los avances en la investigación y de los nuevos aportes críticos. En el caso de este libro, Abel Posse: de la crónica al mito de América, de Beatriz Aracil, no sólo supone un acercamiento, y entiéndase exhaustivo, a parte de la obra de un autor actual que es paradigma de una de las vías temáticas más prioritarias desde los años ochenta del siglo pasado, la nueva novela histórica; sino también -y con el objetivo de comprender en su real dimensión la obra de Abel Posse- un repaso por las principales posturas críticas   —12→   de lo que ha sido y ha significado la novela histórica y de lo que es y significa la nueva novela histórica en la que se encuentra la obra del escritor argentino.

Beatriz Aracil parte de la idea, y creo que de manera sagaz, de que en la novelística de Abel Posse hay un entramado de relaciones que va llevando de unas novelas a otras; al mismo tiempo que se repiten una serie de constantes, e incluso preocupaciones, que se reflejan de diversas formas en los distintos textos. Es desde esta premisa desde la que se acerca a esa parte significativa de la obra de este escritor que constituyen sus tres novelas publicadas hasta ahora en torno al Descubrimiento y la Conquista: Daimón, Los perros del Paraíso y El largo atardecer del caminante. La motivación que le lleva a la autora a estudiar casi conjuntamente -aunque también establece claras diferencias- este corpus narrativo se justifica por la elección de los protagonistas y del material historiográfico que ha hecho el autor en ellas; lo que demuestra el interés implícito de Abel Posse por mostrar una visión compleja y compensada de lo que fue el llamado «encuentro de dos mundos» pero también, y casi al mismo tiempo, la repercusión de esta etapa histórica en la Crónica de Indias. Estas motivaciones y unas técnicas narrativas comunes permiten, según la autora, entenderlas como parte de un mismo proyecto temático y literario.

Abel Posse: de la crónica al mito de América, creemos -a pesar de que la autora del libro es consciente de la parcialidad del objeto de estudio respecto al conjunto de la producción de Posse-, viene a cubrir la necesidad de estudios más específicos sobre la obra del escritor argentino.   —13→   Sin embargo, al leer la totalidad de estas páginas nos damos cuenta de que esa parcialidad no es tal porque los capítulos que lo conforman nos dan una idea amplia, aún contando con el breve número de paginas del libro, de la vida y obra del autor, del concepto de novela histórica, de nueva novela histórica y la implicación de ésta con el concepto de posmodernidad; amén del complejo mundo ficcional que el narrador ha construido en las páginas de las novelas citadas.

Vayamos por partes. En las primeras páginas se nos ofrece un acercamiento, diríamos que necesario, a la biografía y a la producción literaria del autor que se justifica sobre todo por la voluntad de insertar las obras estudiadas en el conjunto de la producción de Abel Posse: se exponen datos biográficos que explican la formación literaria del autor, sus comienzos en la escritura, el acceso a una voz narrativa propia y la evolución de ésta hasta la actualidad. De esta primera aproximación se pasa a otro material necesario como es el recorrido por la novela histórica en América Latina y de qué manera las tres obras estudiadas entrarían en las diferentes posturas críticas de este concepto. Estos dos capítulos son materiales previos para poder sumergirnos con conocimiento de causa en la intencionalidad de Abel Posse al escribir estas novelas. En el capítulo siguiente, Beatriz Aracil propone que estas novelas deben ser leídas como un intento de «des-cubrimiento» de la historia por parte de Posse a partir de los personajes históricos protagonistas de éstas, de las crónicas y también de otros discursos historiográficos que sirven de base a complejos procesos de intertextualidad. Con este material   —14→   se demuestra, ya en el capítulo cuatro, cómo el cuestionamiento de la historia oficial por parte del narrador le lleva a un peculiar tratamiento de los personajes y del material histórico con el fin principal de comprender el presente de América y cómo la conquista debe ser entendida como un proceso de imposición que lleva implícito poder y violencia, aspectos que aún hoy determinan al continente americano. Además, la autora entiende que Abel Posse ha pretendido reflejar también que lo ocurrido en aquel tiempo fue sobre todo el inicio de una confrontación entre la cultura europea y la originaria cultura americana que continúa presente aún hoy en la realidad latinoamericana. Se cierra el capítulo con una reflexión final que parte de la afirmación de Luis Sáinz de Medrano en la que este crítico sostiene que es la búsqueda de lo absoluto uno de los principales fines de toda la novelística de Posse; retomando esta idea, Aracil intenta demostrar que lo absoluto en estas tres novelas es América y que la concepción de una América histórica le lleva al autor argentino a concebirla también como una América mítica.

Se cierra el libro con una entrevista al autor, un documento inédito que no ha sido utilizado, pienso que inteligentemente, por parte de la autora de este ensayo ya que estas palabras de Posse pueden servir de contrapunto a las ideas planteadas en el libro y abrir nuevas perspectivas a todos aquellos que quieran acercarse a la obra de este excelente narrador.

Para finalizar este prólogo debo decir que pocas personas como Beatriz Aracil podrían haberse acercado de forma tan completa a esta parte de la obra de Abel Posse ya   —15→   que desde hace bastantes años la autora de Abel Posse: de la crónica al mito de América ha investigado profundamente sobre la novela histórica como género y sobre el papel de Abel Posse en la evolución que ésta ha experimentado en las últimas décadas. Sin olvidar sus conocimientos de la Literatura Hispanoamericana Colonial que pacientemente y con entusiasmo explica a nuestros alumnos de la Universidad de Alicante haciéndoles ver que aquellas épocas que a ellos les parecen remotas pueden ser un excelente material para entender el origen de América Latina que también es un poco nuestro. Ardua tarea la suya desde las aulas y también la de este trabajo que parte de un conocimiento amplio de la época misma del Descubrimiento y la Conquista y, muy especialmente, de un estudio previo de las crónicas que han sido material obligado para el autor argentino. Que aproveche la lectura.

Carmen Alemany Bay



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ArribaAbajoA modo de introducción: Abel Posse y la Crónica

Cuando, hace ya algunos años, decidí integrarme en el proyecto sobre «Recuperaciones del mundo precolombino y colonial en la literatura latinoamericana del siglo XX» que emprendía José Carlos Rovira en la Universidad de Alicante, ignoraba todavía que mi fascinación por la Crónica de Indias iba a conjugarse con el descubrimiento de la escritura brillante de un novelista capaz de rescribir con renovado lenguaje las páginas de aquella primera literatura propiamente hispanoamericana.

Mi interés por el mundo colonial me había llevado con anterioridad a espacios como los actuales estados de México, Perú o Guatemala, donde la riqueza literaria de unos siglos de floreciente poder virreinal y de claro mestizaje de culturas había sido a su vez recuperada en la escritura de grandes nombres de la literatura contemporánea como   —18→   Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias o Carlos Fuentes; por aquel tiempo, sin embargo, llegó a mis manos una novela publicada hacía algunos años por el escritor argentino Abel Posse, El largo atardecer del caminante, en la que se rescataba la obra de uno de los autores más significativos de la Crónica, el náufrago Cabeza de Vaca, peculiar conquistador conquistado que, en palabras del mismo Posse, «desnudo como un indio, desarmado y sin cruces ni evangelios (visibles) se lanzó a la caminata más descomunal de la historia [...] tal vez tratando de demostrarse a sí mismo que el hombre no es lobo del hombre». Fue a partir de la lectura de esa novela cálida, entrañable con el personaje, pero también crítica y denunciadora de todo un período histórico, como empecé a interesarme por un autor que había dedicado una parte destacada de su producción novelística a intentar descubrir una versión distinta del pasado americano de la que había pretendido hacernos llegar la Historia oficial, partiendo para ello de la lectura reflexiva de una serie de títulos destacados de ese corpus fundacional que constituye la Crónica.

Si ya a comienzos del siglo XXI parece evidente el papel esencial de la Crónica de Indias en la creación de un imaginario americano que tiene a su vez una presencia hasta los autores literarios más actuales, no debemos olvidar que el estudio sistemático de este amplio y diverso corpus histórico-literario llega, por parte de la crítica americana y también europea, en la segunda mitad del siglo XX, cuando se publican títulos esenciales como La invención de América, de Edmundo O'Gorman (1958), Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla (1959), La   —19→   conquista de América. El problema del otro, de Tzvetan Todorov (1982) o Discurso narrativo de la conquista de América, de Beatriz Pastor (1983), títulos que han ampliado nuestra forma de comprensión del que fue sin duda el más fascinante encuentro cultural de la historia gracias a la recuperación y el análisis de la escritura de unos hombres (tanto europeos como indígenas) que dieron cuenta de la sorpresa y la admiración, pero también de la destrucción y el genocidio que llevó consigo el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo.

Pero la reconstrucción del complejo panorama que ofrece el conjunto de la Crónica de Indias no ha sido sólo objeto de la crítica: recorrer las páginas de estos primeros autores «hispanoamericanos» ha sido además, en las últimas décadas, tarea ineludible para quienes, desde la creación literaria, han pretendido rescribir el pasado para comprender el complejo presente del continente americano. Precisamente como parte de esa indagación en la Crónica desde la literatura que confluye con la realizada por los investigadores, las tres novelas sobre el descubrimiento y la conquista de América publicadas hasta el momento por Abel Posse, Daimón (1978), Los perros del Paraíso (1983) y El largo atardecer del caminante (1992), son obras que se nutren de todo este pensamiento crítico y que contribuyen a su vez a enriquecerlo a través de una escritura que se constituye como ejercicio de intertextualidad respecto a aquellos textos fundadores.

El presente trabajo se centra, pues, en estas obras, con el fin de insertarlas, en primer lugar, en el contexto de toda una producción literaria (la de la llamada «nueva novela   —20→   histórica») que durante las últimas décadas ha abordado con profusión el tema de la Conquista, para proponer, a continuación, de manera más detenida, su análisis como un corpus homogéneo, profundamente vinculado, además, con el resto de la novelística del autor, y que, desde ese punto de vista, se constituye como un salto cualitativo en la evolución de la novelística de Posse; como la consecución, confesada por el autor, de un pleno acceso a una voz narrativa propia, a su mejor literatura. A este respecto, si bien es cierto que las tres novelas propuestas no forman parte del mismo proyecto narrativo (ya que Daimón y Los perros del Paraíso fueron concebidas como parte de la inacabada «Trilogía del Descubrimiento», mientras que El largo atardecer del caminante responde a una coyuntura cultural muy concreta, vinculada, al menos en parte, a la celebración del V Centenario, que llevó al autor a dedicar su atención a un cronista atípico y olvidado por la literatura latinoamericana contemporánea), creo que, como ya han propuesto críticos anteriores, estas obras permiten ser estudiadas como una unidad, y ello, como intentaré demostrar en las siguientes páginas, no sólo porque la elección misma de las crónicas y de sus protagonistas demuestra el interés por presentar una visión compleja y compensada de lo que fue el Descubrimiento y la Conquista sino también porque hay una motivación y unas técnicas narrativas comunes que permiten entenderlas como parte de un mismo corpus temático y literario.

Debo aclarar además, en este mismo sentido, que, aunque se ha definido a Abel Posse (sobre todo a propósito de Los perros del Paraíso) como paradigma de una concepción   —21→   postmoderna de la historia que se ve reflejada en la nueva novela histórica y, sin duda, será imprescindible abordar su producción desde esta vertiente, también es necesario advertir, como ya ha apuntado Luis Sáinz de Medrano, que «lo primero que llama nuestra atención al examinar la narrativa de Abel Posse es la profunda conexión que existe entre todas sus obras»1. Tal vez el intento de ver Daimón, Los perros del Paraíso y El largo atardecer del caminante desde la perspectiva de su posible inserción en el conjunto de la nueva narrativa latinoamericana haya llevado a los investigadores a perder de vista este hecho, pero lo cierto es que la tres novelas sobre el Descubrimiento y la Conquista escritas por el autor argentino obedecen a una concepción personal de la historia, del lenguaje literario y de América.

Mi interés se ha centrado, por ello, de modo especial en el estudio de estas obras concretas desde esos puntos de convergencia que permiten hablar de un personal universo literario, desde las constantes vitales, filosóficas, ideológicas que recorren las tres obras, valorando las técnicas postmodernas que el autor maneja en ellas como herramientas para plasmar una concepción personal que recorre a su vez toda su novelística, una concepción que tiene unos referentes filosóficos y literarios propios, entre los que juega un papel esencial la textualidad de la Crónica, y que tiene como fin último, en definitiva, la definición esencial del ser americano, del mito de América.





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ArribaAbajo1. El escritor y su obra: apunte bio-bibliográfico

Abel Ernesto Parentini Posse nace en Córdoba (Argentina) el 7 de enero de 1934 en el seno de una acomodada familia de provincias. Su padre es, como otros muchos argentinos, un porteño criollo de origen italiano; su madre pertenece a una de las tradicionales familias tucumanas de origen colonial propietarias de ingenios azucareros. Por aquellos años, en los que Europa vive su periodo de entreguerras, la presidencia de Argentina corre a cargo del General Agustín P. Justo, quien había participado junto a Uriburu en la revolución de 1930 contra Yrigoyen.

La vida provinciana en el caserón familiar queda como un recuerdo para quien, con apenas tres años, se va a trasladar a una Buenos Aires bulliciosa que vive todavía un auge económico y cultural. Posse ha evocado en diversas ocasiones la atracción que inmediatamente ejerce sobre él   —24→   esta ciudad cautivadora, esta «patria»2 que vivirá plenamente años más tarde, a comienzos de la década de los 50, cuando, cursando ya sus estudios de Derecho, se reúna en los cafés con otros jóvenes que quieren dedicarse a la literatura.

Como él mismo ha explicado, los cafés eran «la universidad popular de Buenos Aires, esa universidad literaria de la noche»3 que exigía una gran formación a los escritores, porque en ellos no sólo se hablaba de literatura (en especial de la rusa y la francesa), sino también de Nietzsche, de Freud o de Lao Tse. En ellos conoce a Jorge Luis Borges, cuya escritura será determinante en su formación, pero también a otros autores importantes del momento, como Eduardo Mallea, Manuel Mújica Laínez o Ezequiel Martínez Estrada. Son los años del peronismo, de la sacralización popular de la figura de Eva Perón, a pesar de la visión crítica de aquellos que, como el joven Posse, ven en ella «al peronismo reinterpretado para los pobres»4. La   —25→   muerte de Evita en el 52, acontecimiento que conmociona al país, deja en el autor una impronta contradictoria que reinterpretará con los años para recogerla en una novela bastante tardía: La pasión según Eva.

La Revolución Libertadora del 55, que Posse vive de cerca por estar cumpliendo ese año el servicio militar, marca el final del peronismo y un tímido comienzo editorial para el joven escritor: Carlos Mastronardi y Conrado Nalé Roxlo le invitan a publicar ese año su primer poema y unos cuentos en el suplemento literario de su diario El Mundo. Mucho más interesado por escribir que por publicar, Posse empieza, sin embargo, una larga novela que no terminará nunca, pero que determinará su preferencia por este género literario5.

Terminados sus estudios de Derecho en 1958, Posse consigue al año siguiente una beca para iniciar la trayectoria obligada de todo escritor latinoamericano por aquellos años: Europa, y más concretamente París, el gran centro cultural del momento, donde estudia el doctorado en Ciencia Política y se dedica a escribir. Allí están Julio Cortázar y Mario Trejo, conoce a Paul Sartre y a Pablo Neruda,   —26→   lee una literatura norteamericana que está influyendo en todo el mundo (Faulkner, Dos Passos, Melville...) y se mueve en ese clima ideológico que constituirá el fermento para la revolución del 68: el novelista argentino, entonces «anarquista independiente, como todo escritor», entra en contacto con «un mundo muy intenso, con unas ideas muy distintas a las de hoy» en el que «se creía que al mundo había que hacerlo»6; un ámbito de amplia dimensión política y cultural que es el que va a reflejar desde una perspectiva americana en su primera novela, Los bogavantes, que el propio autor ha calificado como una «novela histórica»7.

Esta primera estancia en Europa genera, además, dos hechos que van a determinar de forma clara su escritura. En primer lugar, el autor argentino inicia con ella su pasión por el viaje como forma de conocimiento: Abel Posse es, como la mayoría de sus personajes literarios, un viajero. Su necesidad de acceder a otras culturas, a otras realidades, que en aquellos años le hace recorrer Alemania, Italia o Inglaterra, aporta a su creación literaria un carácter humanista y el reflejo, en mayor o menor medida, de estas experiencias culturales, políticas e ideológicas que le aportarán sus estancias en diversos países. Por otro lado, el viaje a Europa hace que Posse, como otros grandes escritores antes que él (Güiraldes, Carpentier, Asturias...), adquiera una primera conciencia de América que sólo parece   —27→   posible desde la distancia, cuando la realidad americana adquiere un carácter de revelación: «...un continente en formación -explicará Posse años más tarde- [...]. Así veo yo a América desde Europa. Eso influyó y está metida para siempre en mí esa visión»8.

La vuelta a Argentina en 1962 le permite una breve experiencia docente al obtener por concurso la cátedra de Derecho Político de la Universidad de Buenos Aires, pero su espíritu nómada le lleva pronto a ingresar, de nuevo por concurso, en el Servicio Exterior, iniciando así la que se convertirá, junto a la de escritor, en su verdadera profesión: una carrera diplomática que lleva desarrollando casi 40 años. Junto a su esposa, la alemana Sabine Langenheim, viaja en 1966 a Moscú, en cuya embajada ejerce hasta 1969. La vivencia de ese universo soviético, a un tiempo terrible y grandioso, será decisiva desde el punto de vista personal, pero también literario, ya que se plasmará en su segunda novela, La boca del tigre, sobre la cual ha explicado el propio autor:

...es mi libro más autobiográfico, que nació de una de las experiencias más intensas de mi vida, que fue vivir durante tres años en el Moscú estalinista. Aquel era un mundo presionado, donde todas las relaciones humanas cobran una intensidad especial. Yo intenté dejar constancia de ello, y es verdad que con varios errores, sobre todo técnicos [...]. Es una novela de formación que me sirvió para exorcizarme a mí mismo9.



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Por ese tiempo, en 1968, Posse decide presentar Los bogavantes al concurso de la editorial Planeta en España. La novela obtiene la candidatura al primer premio, pero es eliminada por la censura franquista, lo cual acredita, según Luis Sáinz de Medrano, «que se vio en ella lo que verdaderamente era: es decir, una reflexión crítica sobre la historia contemporánea»10. Tanto esta novela, publicada finalmente en Buenos Aires en 1970, como La boca del tigre, editada al año siguiente y por la que obtiene en su país el III Premio Nacional de Literatura, son esenciales en su trayectoria: en primer lugar, desde el punto de vista técnico, por ser «novelas de aprendizaje», como las ha definido algún crítico11, obras en las que el autor busca   —29→   una voz narrativa12 y en las que la crítica vislumbra a un novelista que puede ser brillante; en segundo lugar, desde el punto de vista temático, por la manera en que Posse analiza el mundo que le rodea distanciándose de cualquier ideología, manteniendo una postura crítica que denuncia ya formas de poder y que va a desarrollarse de muy diversas maneras en su narrativa posterior. Resulta evidente, además, que esa mirada crítica es una mirada americana en la medida en que refleja la propia desubicación, la confrontación de la cultura a la que pertenece el autor con los contextos que está viviendo, pero no se realiza desde una plena conciencia de ese continente que, de algún modo, le resulta aún ajeno13. Posse es todavía mucho más argentino que americano, aunque en su segunda novela sugiera ya algunas primeras consideraciones sobre la «sudamericanidad»14.

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La imagen cabal de América que determinará la temática de buena parte de su novelística posterior llegará, al tiempo que su madurez literaria, después de varios años de silencio, de aprendizaje, de lecturas, marcada a su vez por un nuevo viaje: el que le lleva a Lima en 1969. Así lo explica el autor:

...yo también descubrí América. Mi vida diplomática me llevó a vivir a Perú, y allí descubrí la América profunda, el universo indígena, la Historia de América y, también, al hilo de todo aquello, allí descubrí España. Sufro, pues, una transformación: yo era un escritor netamente argentino, al modo de como eran los escritores argentinos de la época: porteños, europeizantes, exclusivistas, y tuve una revelación de mi historia y de mi lenguaje15.



No se trata sólo del acceso a la cultura incaica, a una América primigenia que sobrevive en la realidad peruana: es también el interés por la historia del continente, por textos antropológicos sobre culturas americanas, y la lectura de los grandes escritores hispanoamericanos que le va a llevar a centrar sus gustos literarios en este ámbito, y muy concretamente en la literatura formalista cubana: Alejo Carpentier, Severo Sarduy y, sobre todo, Lezama: «...mi ídolo es Lezama Lima -podrá afirmar más tarde-. Me parece que es el que llegó más lejos como locura, como lenguaje, como uso de la cultura de una   —31→   manera absolutamente libre. Él y Borges, en este punto, son casi el paroxismo»16.

El contacto con la verdadera esencia de la realidad americana en Perú y la posterior maduración de todas estas experiencias vitales y literarias en el rico ámbito cultural que le ofrece Venecia, donde estará destinado entre 1973 y 1979, dan como resultado el encuentro con la propia voz narrativa y un verdadero esfuerzo por plasmar en la escritura el ser americano en su historia. Fruto de todo ello es la publicación en España, en 1978, de su primera gran novela, Daimón, con la que Posse inicia la «Trilogía del Descubrimiento».

Daimón recrea la figura del conquistador Lope de Aguirre, protagonista de la expedición a las tierras de Omagua y El Dorado que, dirigida por Pedro de Orsúa, partió del Perú en 1560. Instigador de los asesinatos que se sucedieron en aquella jornada, Aguirre se convirtió, tanto en las crónicas de la época como en la narrativa histórica y de ficción posterior, en máximo ejemplo de la barbarie conquistadora en América, pero también de una total rebeldía ante el poder establecido17 que sólo podía ser castigada con la muerte. Ahora bien, en la novela de Posse, la rebelión de Aguirre no es el tema, sino el punto de partida:   —32→   Aguirre «regresa» de entre los muertos para organizar una nueva expedición, convirtiéndose así el personaje en hilo conductor de una obra que revisa lo que fue el descubrimiento y la conquista, pero también, en una concepción cíclica del tiempo, recorre cinco siglos de la historia de América. Los ocho años de minuciosa documentación histórica y de trabajo con el lenguaje permiten al autor la redacción de su primera novela «metahistórica» (concepto sobre el que volveré más adelante), en la que logra, como él mismo explica, ese «nuevo ritmo, donde yo creo que estoy yo, lo que más vale de mí»18.

La novela que publicará al año siguiente, Momento de morir, no forma parte de esta reflexión amplia sobre el ser de América, pero sí desarrolla un aspecto que aparece ya al final de la novela anterior y que recorre toda su obra: como aclara el propio Posse, se trata de «un poco de historia argentina que versa sobre la represión y la necesidad de democracia»19. La reflexión sobre este tema, en ese difícil periodo que vive Argentina con la dictadura de Videla, nos muestra a un autor que, a pesar de situar voluntariamente sus novelas al margen de las ideologías, no duda en realizar una constante denuncia sobre las diversas formas de ejercer el poder y la violencia; por otro lado, aunque él mismo ha explicado que su evolución estética corre al margen de Buenos Aires, como «mezcla de renegado   —33→   y marginal» respecto a la cultura argentina20, esta novela muestra (como apuntaban ya las anteriores) que no va a ocurrir lo mismo desde el punto de vista temático, ya que la realidad de su país va a ocupar un lugar esencial en su escritura, convirtiéndose en el centro también buena parte de su producción posterior.

El contexto político de las dictaduras se infiltra a su vez en la que es, para algunos, la mejor de sus novelas, Los perros del Paraíso, escrita ya desde su nuevo destino como Ministro de la Embajada y Director del Centro Cultural Argentino en París, donde reside entre 1981 y 1985. El éxito de la obra entre la crítica europea tras su publicación en España en 1983 (el mismo año en que el triunfo electoral de Raúl Alfonsín devuelve a Argentina un régimen democrático) y la posterior obtención con ella del premio Rómulo Gallegos en 1987 marcan la indiscutible consagración del autor, quien, en esta segunda parte de su «trilogía», ofrece una versión paródica y desmitificadora del Descubrimiento de América en la se entremezclan las perspectivas del propio Cristóbal Colón (presentado como un judío converso obsesionado por la búsqueda del Paraíso), de los Reyes Católicos (símbolos del poder y la violencia de todo imperio), y de los propios indígenas (en especial a través de las «delegaciones» inca y azteca que, en la primera parte e la novela, estudian una posible conquista del continente europeo). Desde su propia estructura,   —34→   la novela se constituye como una cosmogonía cerrada, ya que las cuatro partes que la componen corresponden a los cuatro elementos formulados por Empédocles y constituyentes a su vez del universo maya, ordenados a partir del propio desarrollo argumental de la obra: el aire (el mundo que rodea a los personajes, la atmósfera que se vive en Europa y en América en la segunda mitad del siglo XV), el fuego (símbolo del poder expansivo del imperio de los Reyes Católicos que va a ofrecer a Colón la posibilidad de su viaje), el agua (el mar, el espacio del viaje de Colón) y la tierra (América, el Nuevo Mundo, el paraíso que se pierde, que es destruido por la implantación del poder dictatorial en ese espacio idílico). En definitiva, se trata de una nueva novela con amplia base histórica en la que Abel Posse logra, incluso con mayor brillantez que en Daimón, ofrecer su peculiar visión de lo americano a partir de una seria experimentación con el lenguaje.

La vuelta a una forma de narración «localista» o «menor», como la define Posse, llega con la publicación ese mismo año (1987) de Los demonios ocultos, novela que, según el propio autor, estaba ya delineada desde 1976. Su experiencia en Israel (a cuya embajada es destinado entre 1985 y 1988) apenas influye, según él, en la obra, a pesar de su núcleo argumental: con un lenguaje aparentemente más sencillo y realista que en las dos anteriores, Posse narra en ella la búsqueda que hace un joven argentino en torno a la verdadera identidad y el posible paradero de su padre, un científico alemán llamado Walther Werner, búsqueda que se convierte en pretexto para ofrecer un original acercamiento a la Alemania nazi desde una profundización   —35→   en la ideología, en los mitos que provocaron su surgimiento. Vuelve así la reflexión de Posse sobre el poder, pero también sobre la realidad argentina, al evocar, en su primera parte, el Buenos Aires de fines de los 50, la compleja configuración de un país que, en la década anterior había acogido tanto a emigrantes judíos como a criminales de guerra nazis, y al aludir de nuevo, ya en la segunda parte, a los regímenes dictatoriales (en concreto al régimen franquista en España y a la situación argentina del 76), de manera que, como ha explicado el autor, en la novela «el autoritarismo nuestro está haciendo puente con esa otra forma tremenda de represividad [el nazismo]. Hay un juego de reflejos [...] que va orientando al lector hacia unas sospechas, hacia una preocupación y que no está solucionado»21.

Precisamente esta «insolución» a la que alude Posse y que se convierte, para él, en una de las claves del interés que el libro despierta, afecta también a su argumento, ya que, en realidad, el escritor argentino apenas da luz en él sobre ese misterioso personaje, Walther Werner, que se va a convertir en protagonista de su siguiente novela, El viajero de Agartha, publicada en 1989. Concebida como el cuaderno de notas o diario que es finalmente entregado a su hijo, la novela narra la experiencia de este arqueólogo en busca del mítico Vril en la mágica ciudad de Agartha. Su aparente semejanza con la novela de aventuras es, como   —36→   reconoce el propio autor, una trampa al lector, ya que nos encontramos con una obra que entrecruza el hecho histórico del nazismo, cuya ideología demuestra una obsesión por las culturas míticas originarias, con el viaje iniciático en busca de lo sagrado de un personaje que «va a ser negado y anonadado por aquello que va a buscar»22.

La obtención del Premio Internacional Diana Novedades por El viajero de Agartha, publicada simultáneamente en México, Argentina y España, coincide con un breve regreso de Posse a su país que probablemente influye en la redacción final de la novela que editará al año siguiente, La reina del Plata, en la que la reflexión sobre Argentina se vuelca en una estructura narrativa compleja, basada en un tiempo circular nietzscheano, con el fin de recrear el imaginario Buenos Aires (la imaginaria Humanidad) de un futuro próximo. Presentada en «una forma un poco cortazariana», fragmentaria, la novela supone un nuevo acercamiento a la historia desde la literatura: en una evocación del pasado que a menudo parece ser la del propio Posse, el «externo» Guillermo Aguirre reconstruye su propia identidad, pero también la de una ciudad en la que conviven todos los tiempos y espacios. Novela sobre el Buenos Aires futuro, que vuelve a su vez al pasado porteño y que «tiene reflejos universales y de todas las épocas»23, la obra ha sido definida por algún crítico como un género híbrido entre la ciencia ficción y la nueva novela   —37→   histórica24; se trata, en definitiva, de una nueva experimentación con el lenguaje y con la historia que Posse hace surgir ahora del ámbito argentino.

Tras esta «novela porteña», Posse plantea de nuevo el tema de la conquista de América en El largo atardecer del caminante (1992), libro que no pertenece a la proyectada «Trilogía del Descubrimiento», pero que contribuye sin duda a construir ese cuadro diverso, iniciado con Daimón y Los perros del Paraíso, que va a permitir a Posse desmentir la versión que nos dio la historia oficial de ese periodo fundacional de la realidad americana. Escrita como «una forma de compensar las visiones y las interpretaciones»25, El largo atardecer del caminante, que obtiene el Premio Internacional de Novela V Centenario, se acerca al «gran personaje moral» de la conquista, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien, ya en sus últimos años, en Sevilla, recuerda los hechos que marcaron su vida en América y escribe una nueva crónica que corrige y amplía sus crónicas «oficiales» (Naufragios y Comentarios). Con esta novela, Posse se aleja, en cierto modo, de la reflexión metahistórica y de la experimentación formal que caracterizaba a las dos obras anteriores sobre la Conquista para centrarse   —38→   en ese ámbito histórico concreto, así como en el aspecto puramente biográfico: a través de la escritura, Cabeza de Vaca se mira a sí mismo en el pasado al tiempo que narra su presente; el texto se convierte así en una forma de autobiografía, como lo serán, en otro sentido, sus dos siguientes novelas, La pasión según Eva (1994) y Los cuadernos de Praga (1998), incursiones también en este género sobre las cuales explicará el propio Posse:

Las biografías son extraordinarias, pero son como monumentos o lápidas que sobrevienen sobre los personajes famosos. El único que le puede dar vida a la historia y a la biografía es el novelista. Pero no porque imagine una ficción, sino porque ficcionaliza a la vida misma, a la realidad, respetando la historia26.



En efecto, la amplia documentación manejada en torno a Eva Perón para la escritura de La pasión según Eva da como resultado una «novela coral» en la que el personaje se va creando a partir de los distintos puntos de vista, incluido el de la propia Evita, sobre la cual Posse no ha podido negar la transformación que le lleva de su odio de juventud a la admiración ante el mito, ante la heroína. El fantasma de esa mujer, que aparece de diversos modos en novelas anteriores, logra convertirse en protagonista de un   —39→   libro en el que, como el mismo Posse ha explicado, intentó «ofrecerle al lector la Evita más probable»27. En la escritura de Los cuadernos de Praga, sobre el Ché Guevara, se descubre asimismo una intensa labor biográfica que lleva a Posse a Cuba en tres ocasiones para investigar en torno a la vida de este argentino universal, y en la que además juega un papel importante su destino diplomático en Checoslovaquia, donde permanece entre 1990 y 1996 (presenciando, por tanto, la desmembración del país en enero del 93) y puede acceder a documentación privilegiada sobre el momento histórico en el que se centra la novela: los cinco meses que el Ché vivió en Praga, antes de llegar a Bolivia, para organizar la acción de las fuerzas guerrilleras contra el gobierno militar de Barrientos que le costaría la vida. De nuevo se trata del acercamiento admirado hacia un personaje que lucha por sus ideales y que se enfrenta con una muerte temprana, convirtiéndose éste además en un aspecto esencial de la novela: «Yo traté de llegar al Guevara más íntimo, al Guevara de la muerte -explica el autor en una entrevista concedida con motivo de la publicación del libro-. La verdadera vida de Guevara es un largo diálogo con su propia muerte»28.

El mismo año de la publicación de Los cuadernos de Praga Posse es nombrado embajador de Argentina en Perú. La vuelta a este país (1998-2000) no es sólo un   —40→   reencuentro con un mundo cultural determinante en su escritura: supone también una inmersión más intensa en la compleja realidad política latinoamericana que se va a ver reflejada sobre todo en los artículos que publicará en esos años en el Excelsior de México, El Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires, la revista digital argentina Línea o los diarios españoles ABC y El Mundo. Se trata de textos en los que Posse ofrece arriesgadas tomas de postura sobre hechos esenciales en el panorama político del continente como el gobierno de Fujimori en Perú29, la controvertida presidencia de Hugo Chávez en Venezuela30, la política exterior brasileña y el Mercosur31 o la crítica situación política y económica de Argentina, que en el año 2000 obliga al gobierno del presidente De la Rúa a solicitar una ayuda al Fondo Monetario Internacional de 40000 millones de dólares32. Precisamente a fines de ese año 2000, Abel Posse publica Argentina, el gran viraje, ensayo en el que   —41→   propone soluciones concretas a la anarquía política y la quiebra financiera en la que se encuentra el país, entre las que destacan la renegociación a largo plazo de la deuda, la creación de una respuesta económica nacional de trabajo y desarrollo, el reforzamiento del sistema educativo y la creación de una estrategia política compartida con Brasil, apoyada en buena medida en el desarrollo del Mercosur. El análisis de Posse estructura de esta forma una serie de ideas apuntadas ya en los artículos que había ido publicando con anterioridad, desde las cuales apela de nuevo a un orgullo patriótico, a la necesidad de volver al sueño nacional de Roca, de Irigoyen o de Perón.

Es probablemente desde estas preocupaciones de carácter político que le llevan a «añorar» la gran Argentina de fines del XIX y principios del XX desde las que se explica el contexto en el que se desarrolla su última novela hasta la fecha, El inquietante día de la vida, publicada en Buenos Aires en 2001, cuando Posse estaba destinado como embajador en Dinamarca. El libro, por el que el autor recibirá al año siguiente el Premio de la Academia Nacional de Letras de Argentina de Narrativa 1999-2001, muestra a un personaje enfrentado con la propia muerte que emprende su viaje como forma de huida y de búsqueda; tras su historia, la de la Argentina de los años de Sarmiento, de Avellaneda, de Julio A. Roca, un país en perpetuo crecimiento que se nutre de miles de inmigrantes, que inicia el proceso de modernización que hará de él una gran potencia financiera y de su capital el centro de la cultura latinoamericana: esa misma Argentina que Posse evoca tanto en sus artículos de opinión como en el   —42→   citado ensayo, con el que busca la movilización del pueblo argentino ante la disolución económica, política y cultural del país.

Tras una breve colaboración en la UNESCO, Abel Posse fue nombrado en mayo de 2002 embajador de Argentina en España, cargo que ocupa hasta la actualidad. Los artículos que ha estado publicando en estos últimos años muestran su compromiso con un contexto mundial en crisis, sobre todo tras la guerra de Irak, y esa perpetua oposición a toda forma de imperialismo que se observa, como hemos visto, en buena parte de su producción novelística y que le lleva ahora a continuar su ya prolongada crítica a la política internacional de EE. UU.33, pero, además, reiteran especialmente las ideas sobre el necesario renacimiento de Argentina y sobre la política de integración que debe emprender el país en unión con Brasil (propuesta sobre la que Posse se ha reafirmado a raíz de las elecciones que en octubre de 2002 dieron la mayoría a Luiz Ignácio Lula en este país34), planteadas ya en su ensayo de 2001 y desarrolladas a su vez en el que es hasta ahora su último libro: El eclipse argentino (2003).

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Es muy probable, sin embargo, que Abel Posse esté compaginando esa vinculación con la realidad más actual, a través de su labor diplomática y ensayística, con una vuelta a su reflexión sobre la historia de América y concretamente sobre el período de la Conquista, en este caso de la llamada «conquista espiritual» del Nuevo Mundo: desde hace años, el autor argentino trabaja en la novela que cerrará su «Trilogía del Descubrimiento», Los heraldos negros, un libro sobre las reducciones jesuíticas del Paraguay con el que pretende mostrar «el choque de la metafísica europea con la mística animista de los tupí-guaraníes»35. Las distintas referencias del autor a esta obra en gestación permiten suponer que con ella volverá a esa reflexión metahistórica sobre el continente que caracteriza a Daimón y a Los perros del Paraíso, y con ello a los rasgos estilísticos y temáticos presentes en esas dos novelas, aunque rechazando la posibilidad de convertir en protagonista de la obra a un personaje histórico destacado (ya que, en palabras del autor, «es la historia de un jesuita joven... [a quien] convocan a venir a este sueño que es crear la ciudad de Dios en la tierra, en la selva de América»36). Su escritura obedecería, en cualquier caso, a unos planteamientos presentes asimismo en las tres novelas anteriores sobre el tema que el autor ha explicado, precisamente a propósito de la redacción de este libro, de forma clarificadora:

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Mi obra es diversa, pero hay un motivo constante: la ruptura entre la sociedad judeocristiana de la culpa, en la que nos han criado y la nostalgia por los dioses y el paganismo que se observa en el hombre americano primigenio. Mi obsesión está en revisar la cultura de la prepotencia que se impuso desde que los españoles llegaron a nuestras tierras. El choque entre el hombre de la conquista y el aborigen aún hoy persiste, aunque bajo otros códigos37.



Ese motivo constante de la escritura del autor argentino, que encierra a su vez algunas de las claves para entender la imagen de la Conquista y, de manera más amplia, la concepción de la historia americana que se plasma en sus obras, deberá ser considerado sin duda uno de los aspectos esenciales en el análisis de una novela que esperemos cierre la trilogía pero no una temática que se ha revelado especialmente fructífera en la creación literaria de Abel Posse.



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