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Acto III

 
El teatro representa un salón de un antiguo castillo de moros. Cerca de los espectadores, y a su mano derecha, se hallan situados el aposento de MULEY CARIME y el de ZULEMA, cuyas puertas están cubiertas con tapices. En el mismo lado se ve un antiguo reloj, apoyado contra una columna; y en el lado opuesto dos ventanas, por las que se descubre una parte de la villa, alumbrada con el reflejo de la luna. En el fondo del salón, que termina en arcos sustentados en columnas, se ven a entrambas manos dos escaleras paralelas, que conducen a una galería transversal, elevada sobre el nivel del teatro, y en cuyo promedio desemboca un largo corredor. Debajo de la galería, entre las dos escaleras, se descubre la entrada de los subterráneos, resguardada con verjas de bronce. Una gran lámpara, colgada de la bóveda, alumbra una parte de la estancia.

 

Escena I

 
ABEN HUMEYA, ZULEMA, FÁTIMA, Mujeres y esclavas.

 
 
ABEN HUMEYA, ZULEMA y FÁTIMA están sentados en almohadones a un lado del teatro; a cierta distancia se ve un grupo de mujeres y esclavas, de las cuales una está cantando y las otras acompañándola con tiorbas.

 

ROMANCE MORISCO

Al dejar Aben Hamet
por siempre a su amada patria,
a cada paso que da
el rostro vuelve y se para;
mas al perderla de vista,
las lágrimas se le saltan;
y en estos tristes acentos
despídese de Granada:
«A Dios, hermoso vergel,
tierra del cielo envidiada,
donde por dicha nací,
donde morir esperaba;
de tu seno y de mi hogar
mi dura estrella me arranca;
y me condena a vivir
y a morir en tierra extraña...
Y pues por última vez
te miro en hora menguada,
¡A Dios, Granada, por siempre!
¡A Dios, patria de mi alma!...»
«Una y otra primavera,
errando triste en la playa,
las golondrinas veré
dejar la costa africana,
cruzar el mar presurosas,
tender el vuelo a Granada,
y el nido tal vez labrar
en el techo de mi casa...
¡Ay, cuánta envidia os tendré,
Avecillas fortunadas,
y cuán gozoso mi suerte
por vuestra suerte trocara!
Mas vuestra misma ventura
vendrá a renovar mis ansias,
sin que en la vida me quede
ni consuelo ni esperanza...»
Calló el moro; dio un suspiro;
y al trasponer la montaña,
por última vez repite:
«¡A Dios, patria de mi alma!...»5


Escena II

 
ABEN HUMEYA, ZULEMA, FÁTIMA.

 
 
A las primeras palabras que pronunció ZULEMA, levántase FÁTIMA, y hace que se retiren las MUJERES y ESCLAVAS.

 

ZULEMA.-   Ese romance tiene un acento tan sentido, tan tierno, que llega al corazón y le lastima... No le oigo cantar ni una sola vez sin que se me salten las lágrimas...

AUN HUMEYA.-   Es que tú misma como que te complaces en esa tristeza, que cada día va en aumento a costa de tu felicidad y de la mía.

ZULEMA.-   Al contrario, hago cuanto está de mi parte por alejar de mi alma todo lo que puede afligirme...

ABEN HUMEYA.-   ¿Tienes algún disgusto, algún pesar secreto?...

ZULEMA.-   ¿Secretos para contigo?... ¿Hablas de veras? En mi vida he tenido un pensamiento que no sea tuyo. Mas ni yo misma puedo explicar la causa de esta melancolía que me consume... Con frecuencia me sucede, durante el curso del día, estar ansiando que llegue la noche, por descansar siquiera; y si llego a cerrar los ojos, cansada ya y rendida, no hay sueño triste ni imagen espantosa que no venga a atormentarme, hasta que despierto sobresaltada... Anoche mismo...; pero no quiero entristecerte. ¡A bien que te veo junto a mí y mi padre descansa allí tranquilo!

ABEN HUMEYA.-   Mas ahora, ¿qué tienes que temer?...

ZULEMA.-    (Tomándole la mano con cariño.)  ¿Qué tengo que temer?... ¡Tú no amas, Aben Humeya, tú no amas!... Ahora recuerdo, y con cierta ternura, la vida sosegada que disfrutábamos en nuestra casa de campo; allí no tenías enemigos ni rivales; contribuías a la dicha de muchos; y todo cuanto nos rodeaba anunciaba la paz y la ventura... Pues, a pesar de todo, ¿lo creerás?, aun allí mismo hallaba motivos de estar con zozobra... ¡Qué diferencia, querido mío, qué diferencia! Los pesares de ayer me parecen hoy el colmo de la dicha... Te lo confieso ingenuamente: desde que ha cambiado nuestra suerte; desde que te veo rodeado de ese vano esplendor, que tantos peligros encubre, no preveo sino un cúmulo de desgracias... ¿Eres tú más dichoso?... Tú no me dirás la verdad; ya lo sé.

FÁTIMA.-   Pues yo, por mi parte, estoy muy contenta al verme hija de un rey..., todos me lo dicen; y tengo tanto gusto en oírlo... Lo único que no puedo sufrir es este castillo..., no sé qué tiene, tan triste y tan opaco, que me acongoja el alma. ¡Cuánto más hermosa y alegre era nuestra casa de campo!... Toda ella la andaba yo, lo mismo de noche que de día; ¡pero aquí no haría otro tanto por nada del mundo!

ABEN HUMEYA.-    (Sonriéndose.) - No eres muy valiente, Fátima...; yo creía que las hijas de los reyes no tenían miedo.

FÁTIMA.-   No es miedo lo que tengo; de veras lo digo; ¡pero he oído contar cosas tan espantosas!... En este mismo castillo vivió algún tiempo Abdilehí el Zagal, a quien maldijo el cielo por haber prestado ayuda al rey de Castilla...; hasta la piedra en que solía sentarse se ha vuelto más negra que el humo...; pero lo que más pavor me causa son esas manchas de sangre de que están salpicadas las paredes... Yo no quiero a los cristianos... ¡Nos han hecho tanto mal!... Pero (Dios me lo perdone) cuando recuerdo su degüello, como que siento lástima...

ZULEMA.-   Calla, hija, calla...

ABEN HUMEYA.-   Déjala..., cuando la estoy oyendo, no pienso en nada del mundo.

FÁTIMA.-   El primer favor que tengo que pediros es que no nos quedemos aquí..., no seremos felices hasta que perdamos de vista estos muros... ¡Si hubierais oído lo que me decía esta mañana mi esclava, la vieja egipcia!... Dentro de seis lunas, a más tardar, nos veremos ya en Granada... ¡A fe mía que entonces no tendré miedo, y no volveréis a hacer burla de mí...; a media noche he de recorrer todo el palacio de la Alhambra!

ZULEMA.-   ¿Has perdido el juicio, muchacha?

ABEN HUMEYA.-   Déjala por tu vida... ¿Qué te decía la esclava, hija mía?

FÁTIMA.-   ¡Oh! me anunciaba montes y maravillas; y yo le rogué mil veces que me lo repitiera... «Tu padre, me dijo, se verá en breve señor de Andalucía, y echará a los cristianos más allá de Sierra Morena... Por lo que hace a ti...» Lo que me pronosticó a mí, no me atrevo a decirlo.

ABEN HUMEYA.-   ¿Y por qué?... ¿Era acaso algo malo?...

FÁTIMA.-   ¡Malo!, a buen seguro que no; me ha predicho que me casaré con un gran príncipe... Pero no por eso me apartaré de vuestro lado, madre mía; mi esposo y yo viviremos en Generalife.

ZULEMA.-   Sin gana me haces reír... En mi vida te he visto tan alegre.

ABEN HUMEYA.-   También tengo yo mucho gusto en verte a ti menos triste.

ZULEMA.-    (Volviéndose con inquietud hacia la galería del fondo.)  ¿Qué ruido es ése?...

ABEN HUMEYA.-   No es nada...; tal vez el viento, que silba en ese corredor.

ZULEMA.-   Me parecía haber oído pasos...

ABEN HUMEYA.-   ¿Y quién pudiera venir a estas horas?

ZULEMA.-   ¡Qué sé yo!... Pero me parece como que oigo rumor más cerca...  (Escuchan con suma atención.) No me engañaba, alguien viene...

 
(ABEN ABÓ y ABEN FARAX se presentan a la salida del corredor, y aguardan a que ZULEMA y FÁTIMA se retiren.)

 

ABEN HUMEYA.-   Son Aben Abó y Farax.

ZULEMA.-   ¿Y qué buscan aquí? Con sólo verlos me he inmutado toda.

ABEN HUMEYA.-   No tienes por qué asustarte... Ve a recogerte sin el menor recelo.

ZULEMA.-   A Dios..., hasta mañana.

ABEN HUMEYA.-   Hasta mañana... y que te halle yo más alegre.

 
(Vase ZULEMA, dejando entrever su inquietud; ABEN HUMEYA se muestra distraído, como si se le hubiese ocurrido de pronto un triste pensamiento.)

 

FÁTIMA.-   ¿Y esta noche no hay para mí un beso?...

ABEN HUMEYA.-    (Besándola.)  Sí, hija mía..., con toda mi alma.

FÁTIMA.-   Toda la noche voy a estar soñando con el palacio de la Alhambra.

 
(Vase, mostrando viveza y regocijo.)

 


Escena III

 
ABEN HUMEYA, ABEN ABÓ, ABEN FARAX.

 
 
Entran los dos últimos con paso lento y aire misterioso, y cada uno de ellos se coloca a un lado de ABEN HUMEYA.

 

ABEN ABÓ.-   Te traemos, Aben Humeya, una nueva fatal...

ABEN FARAX.-   Y nos vemos forzados a traspasar con ella tu corazón.

ABEN HUMEYA.-    (Con suma presteza.) ¿Ha muerto mi padre?

ABEN ABÓ.-   Aun estaba ayer vivo.

ABEN HUMEYA.-   Pues nada tengo que temer; acabo de separarme en este instante de mi esposa y de mi hija.

ABEN ABÓ.-   ¡Ah! esa misma esposa y esa hija son las que van acostarte lágrimas de sangre...

ABEN FARAX.-   Su felicidad y la tuya acabaron ya para siempre.

ABEN HUMEYA.-   ¿Qué decís?... ¡No más misterios!... Aun la mayor desdicha la prefiero a esta incertidumbre.

ABEN ABÓ.-   Cuando toques la realidad...

ABEN HUMEYA.-   No importa; quiero saber cuanto haya... Decídlo.

ABEN ABÓ.-    (A FARAX.)  A ti te toca...

ABEN HUMEYA.-   ¿Y por qué no lo haces tú?...

ABEN ABÓ.-   Ya adivinarás el motivo, cuando sepas el crimen y el culpable.

ABEN HUMEYA.-    (Con impaciencia.) ¿Qué crimen, qué culpable?

ABEN ABÓ.-   Han tratado de vendernos con la traición más negra...

ABEN HUMEYA.-   ¿Y por qué temes descubrirla?

ABEN ABÓ.-   Si temo, es sólo por ti...

ABEN HUMEYA.-   ¡Por mí!... Haces mal, Aben Abó, en tomarte ese cuidado... Si hay peligros, los arrostraré; si hay culpables, sabré castigarlos.

ABEN ABÓ.-   Mucho tiempo te ha de temblar la mano, antes que descargues el golpe...

ABEN HUMEYA.-   Decid el nombre del reo, y el rayo no será más pronto.

ABEN ABÓ.-   Muley Carime... ¿Qué es eso?... ¿Mudas de color?... Vuelve en ti, Aben Humeya...

ABEN FARAX.-   Nos da lástima verte así.

ABEN HUMEYA.-    

(Quédase durante unos momentos desconcertado y confuso; pero recobrándose luego, dice con tono grave.)

  ¿Y en qué indicios se funda tan extraña sospecha?

ABEN ABÓ.-   ¡Ojalá que no fuesen más que indicios!... Hubiéramos podido cerrar los ojos.

ABEN FARAX.-   No son indicios, sino pruebas.

ABEN HUMEYA.-   ¿Pero, son ciertas?

ABEN FARAX.-   Irrefragables.

ABEN HUMEYA.-   ¿Hay testigos?

ABEN ABÓ.-   Uno.

ABEN HUMEYA.-   ¿Y ése le acusa?...

ABEN ABÓ.-   No, que le condena.

ABEN HUMEYA.-   Puede engañarse...

ABEN ABÓ.-   No puede.

ABEN HUMEYA.-   O desear su perdición...

ABEN ABÓ.-   A toda costa quisiera salvarle.

ABEN HUMEYA.-   ¿Es amigo suyo?

ABEN ABÓ.-   Aun más.

ABEN HUMEYA.-   ¿Quién es, pues?

ABEN ABÓ.-   Él mismo. Puedes guardar esa carta, si quieres...; ya es público su contenido.

 
(Entrega un papel a ABEN HUMEYA, quien lo lee para sí, dejando entrever su turbación. ABEN ABÓ y ABEN FARAX le observan con el mayor ahínco, en tanto que él permanece inmóvil, con los ojos clavados en la carta.)

 

ABEN HUMEYA.-    (En un momento de distracción, mientras está cavilando.) ¡Desventurada... no te engañaba tu corazón! ¡Bien tienes que llorar!...  

(Fija la atención en el papel, como si volviese a leerle.)

 

ABEN FARAX.-   Ved cómo aun conservaban esperanzas de volvernos a someter al yugo... No aguardaban sino un momento de flaqueza para remachar nuestros grillos.

ABEN ABÓ.-   Mas, por lo menos, no puede tachársele de ingrato... No te echaba en olvido, Aben Humeya... Solicitaba tu indulto, y se proponía salvar a tu familia, a costa de nuestra libertad... El ejemplo de Boabdil, disfrutando en África sus infames tesoros, parecía tentador a los ojos del pérfido...

ABEN HUMEYA.-    (Con tono severo.) Basta. ¿Cómo ha caído en vuestras manos este pliego?...

ABEN FARAX.-   Lara, que era el portador, le ha dejado en el camino.

ABEN HUMEYA.-   ¿Dónde le habéis hallado?

ABEN FARAX.-    (Con frialdad.) Sobre su cadáver.

ABEN HUMEYA.-   ¿Y así habéis quebrantado, con una emboscada alevosa?...

ABEN FARAX.-   Proseguid, Aben Humeya... ¿Porqué os detenéis?... Cuando se acaba de desbaratar una traición indigna, cabe oír a sangre fría reconvenciones y cargos. Nosotros habíamos visto al enviado castellano en plática misteriosa con Muley Carime, y hasta habíamos cogido algunas palabras sueltas...; conocíamos a fondo a ese viejo apocado; sabíamos sus designios, sus antiguos vínculos con Mondéjar... Seguros estábamos de que no dejaría escapar la única ocasión con que la suerte parecía brindarle; y tampoco debíamos desperdiciar nosotros la sola que ya nos quedase para arrancarle la máscara y confundirle... ¿Es culpa nuestra por ventura el que ese castellano orgulloso haya preferido morir antes que ceder?... Durante su agonía, quiso el cielo que descubriese el crimen por los mismos medios con que procuraba ocultarle; y sólo después de su muerte fue cuando hallamos bajo su mano ese pliego fatal.

 (Coloca su mano sobre el pecho, como para imitar la acción de LARA.) 

ABEN ABÓ.-   Por cierto que no deja ni asomo de duda; el delito está patente; el mismo reo le ha sellado con su mano...

ABEN FARAX.-   Y debe en breve sellarle con su sangre.

ABEN ABÓ.-   ¿Hay alguien que lo dude?... Todo lo hemos aventurado por salir de tan odiosa esclavitud... ¡Y dejaríamos expuesta nuestra suerte a las tramas de algunos traidores!... Nadie será osado a proponérnoslo; no sabríamos nosotros tolerarlo.

ABEN HUMEYA.-   Tampoco tolero yo advertencias ni amenazas... Ya habéis cumplido con vuestro deber; yo cumpliré con el mío. Idos.

ABEN ABÓ.-   No ha sido nuestra intención dirigiros advertencias ni amenazas... Mas, ¿es seguro empezáis tan pronto a reputar como insulto el recordaros vuestros juramentos?...

ABEN HUMEYA.-   No los he echado en olvido, para que sea menester recordármelos.

ABEN ABÓ.-   Quien vacila al cumplirlos, no está ya lejos de olvidarlos.

ABEN HUMEYA.-   Aun menos lejos está de castigar a un insolente. ¡Idos... idos!...  (Apártase, descubriendo su ira. FARAX coge del brazo a ABEN ABÓ, y se le lleva consigo.) 

ABEN ABÓ.-    (Deteniéndose un poco en medio del camino.) ¡Cuánto me cuesta refrenar mi justa indignación!

ABEN FARAX.-   Vamos, y no malgastemos el tiempo... Ve a ponerte al frente de nuestros parciales... Yo voy a posesionarme de las salidas secretas del castillo.

ABEN ABÓ.-    (Al alejarse.)  ¡Pronto volveré!

 
(Vanse.)

 


Escena IV

 
ABEN HUMEYA.

 
 
Aparece muy agitado: ya se pasea apresuradamente, ya se para de pronto; corta sus discursos, y vuelve luego a proseguirlos; muestra, en fin, de todos modos las dudas e incertidumbre con que está batallando su ánimo.

 

[ABEN HUMEYA.- ]  ¿Qué has hecho, desdichado, qué has hecho?... ¡Me has entregado indefenso en manos de mis enemigos... Pero no lo habrás hecho impunemente, no; ¡yo arrojaré tu cabeza sangrienta a la cara de esos audaces! ¿Y por qué dudo ni un momento siquiera?... ¡Nos ha vendido; pues que muera!... ¿Cabe nada más justo?... Este ejemplar contribuirá también a impedir otras tentativas culpables, cerrará la boca a mis émulos, afirmará mi trono... Mas, ¿es seguro que lo afirme?... ¡En mi familia, en mis hogares, va a mostrarse a los pueblos indignados el primer traidor a la patria; desde el mismo cadalso llamará hijos suyos a mis propios hijos!... Tal vez es eso lo que con más afán anhelan esos pérfidos; les duele en el alma no verme ya humillado a los ojos del pueblo, para socavar con el desprecio mi autoridad reciente, mientras hallan ocasión de derribarla. Desean verme sonrojado, al pronunciar el nombre del reo, y que vuelva a mi casa, lleno de dolor y vergüenza, para hallar, en vez de consuelo, las quejas y reconvenciones de mi afligida esposa... No; ¡viva, viva!... Es preciso salvar al padre de mi mujer... y que el gozo de mis enemigos no sea tan colmado. Pero ¿de qué arbitrio valerme? Ellos se apresurarán a divulgar la traición; a la hora ésta ya se sabe la muerte de Lara y la carta que han hallado en su seno. Me estrecharán a que presente la prueba del delito... ¿Cómo los desmiento yo? La más leve contradicción, la menor demora me perdería a los ojos de un pueblo arrebatado, suspicaz, que acaba de romper sus hierros, y que sufre a duras penas aún la sombra de mando... En vez de salvarle yo, me llevaría consigo en su caída... Pues ¡perezca, perezca él solo! Mas no acierto a salir de este círculo fatal; la mancha de su castigo va a recaer sobre mi esposa, sobre mis hijos, sobre mí... Va a morir siendo el blanco de la ira del cielo, de las maldiciones de cien pueblos, de los insultos de una turba desenfrenada... ¡Y yo, su amigo, su huésped; yo, que aun hoy mismo le apellidaba padre, tendré que firmar su muerte, que presenciarla, que aplaudirla!... ¡No; no podría yo sobrevivir a humillación tan grande! Es forzoso impedirla a toda costa... ¡Un medio... un medio..., uno solo..., sea cual fuere, y le abrazo al instante!  (Volviéndose hacia el aposento de MULEY CARIME.)  ¡Ah! no es tu vida, miserable, no es tu vida la que detiene y embaraza mis pasos; ¡te arrastro como un cadáver, que me han atado estrechamente al cuerpo! ¿Y por qué no me desprendo de él?... Puedo y debo hacerlo; lo haré. ¡No más indecisión, no más dudas; de un solo instante puede pender mi suerte... Antes que esos malvados tengan tiempo de volver en sí; mientras deliberan y traman el plan para perderme, confundamos sus proyectos con un golpe decisivo... ¿No me pedíais ahora mismo, no me intimabais con tono imperioso la muerte del culpable?... Pues bien; aguardad un instante, voy a dejaros satisfechos...; mas llevará consigo vuestras esperanzas, y las hundirá en el sepulcro.



Escena V

 
ABEN HUMEYA, ALIATAR.

 

ABEN HUMEYA.-   ¡Aliatar!... ¡Aliatar!...  (Preséntase el esclavo negro, asomándole un puñal por la faja.)  ¿Dónde están los demás esclavos?

ALIATAR.-   En el patio del castillo.

ABEN HUMEYA.-   ¿Estás solo?

ALIATAR.-   Solo.

ABEN HUMEYA.-   ¿Nadie nos oye?

ALIATAR.-   Nadie.

ABEN HUMEYA.-   Ve, y despierta a Muley Carime... Que venga al punto; aquí le aguardo.  (Mándale con una seña que se acerque, y después le dice en secreto:)   Tú te colocarás allá en lo hondo, en lo más oscuro, al desembocar del corredor... Si le ves salir quedándome yo... pásale el pecho.  (El esclavo parte con precipitación.)  ¡Aguarda!  (Después de una breve pausa.)  Tu cabeza pende del secreto.

 
(El ESCLAVO contesta inclinando sumisamente el cuerpo, y vase al punto.)

 


Escena VI

 
ABEN HUMEYA.

 
 
Paséase en silencio, suelta las palabras que siguen, y después se echa en los cojines, abatido y caviloso.

 

[ABEN HUMEYA.- ]  ¡Durmiendo está con el mayor sosiego... y tal vez ahora mismo sueña que es feliz!... ¡Conserva tu sueño, desventurado; consérvale otro instante siquiera!... ¡Vas a despertar por la última vez!...

 
(En el intervalo que media entre ambas escenas, el ESCLAVO cruza el teatro, y va a colocarse en el puesto indicado, de suerte que le divisen a lo lejos los espectadores.)

 


Escena VII

 
ABEN HUMEYA, MULEY CARIME.

 

MULEY CARIME.-   ¿Qué motivo tan urgente te ha obligado a llamarme a estas horas?...

ABEN HUMEYA.-   Un asunto muy grave, que tengo precisión de consultaros.

MULEY CARIME.-   Y has querido aprovechar el silencio y la soledad de la noche... o tal vez ese asunto importante debe estar resuelto antes que raye el día...

ABEN HUMEYA.-    (Señalando el reloj de la sala.)  ¡Mirad allí, mirad!

MULEY CARIME.-   Acaba de dar la una...

ABEN HUMEYA.-   Pues antes que dé otra hora, ya ese grave asunto se verá terminado.

MULEY CARIME.-   ¡Terminado!...

ABEN HUMEYA.-   ¡Y para siempre!

 (Quédanse en silencio unos instantes.) 

MULEY CARIME.-   Me parece que estás muy pensativo, Aben Humeya... A pesar de tus conatos, veo claramente que te aflige una grave pena.

ABEN HUMEYA.-   Es un secreto fatal...

MULEY CARIME.-   ¿Y por qué tardas en confiármelo?...

ABEN HUMEYA.-   No tengáis tanto afán por saberlo... Siempre tiene que pesar sobra mi corazón, y no vais a poder con él.

MULEY CARIME.-   Mas, ¿qué secreto es ése?... ¡Ah! bien te lo había yo dicho: ni el engrandecimiento ni el poder alcanzan a darnos en el mundo un solo día feliz; has perdido la paz del ánimo, has comprometido tu suerte; lo has sacrificado todo por un pueblo inconstante, que te abandonará cuando apremie el peligro...

ABEN HUMEYA.-   Y al que he jurado defender aun a costa de mi vida... ¿Lo habéis oído, Muley Carime?... Aun a costa de mi vida...

MULEY CARIME.-   ¿Y a qué fin me diriges esas palabras?...

ABEN HUMEYA.-   Os ruego meramente que las peséis.

MULEY CARIME.-   No te comprendo...

ABEN HUMEYA.-   Pues ahora vais a comprenderme. Todo lo he sacrificado por redimir del yugo a estos pueblos...; vos mismo acabáis de decirlo; y ellos, a su vez, han depositado en mí su confianza, su poder, su futura suerte... ¿Cumplirán sus promesas?... ¡Dios lo sabe!... Yo sé que cumpliré las mías.

MULEY CARIME-   ¿Y quién te dice?...

ABEN HUMEYA.-   No me interrumpáis. Yo tengo un padre anciano, cuya vida me importa mucho más que mi vida... Está entre las garras de mis enemigos, cargado de cadenas, con la cuchilla a la garganta. Lo sé, lo sabía cuando di la señal contra sus verdugos; y ellos saben también el medio de vengarse de mí.

MULEY CARIME.-   Mas, ¿por qué te anticipas a sentir las desgracias antes de que sucedan?...

ABEN HUMEYA.-   Escuchadme un instante, voy a concluir. Yo he agravado el peligro en que se halla mi padre; cada golpe que descargo puede acelerar su muerte; y, sin embargo, no he vacilado un punto. ¡Pensad, pensad vos mismo si habrá algo en el mundo que pueda contenerme!

MULEY CARIME-   ¿Por qué me echas esas miradas?... ¿Qué quieres decirme con ellas?

ABEN HUMEYA.-   Ya que os he mostrado hasta el fondo de mi corazón, voy a consultaros sobre aquel grave asunto... y adivinaréis desde luego cuáles pueden ser las resultas. En nuestro mismo seno hay un traidor...

MULEY CARIME.-   ¡Un traidor!... ¿Lo sabes de cierto?

ABEN HUMEYA.-   De cierto. Vos mismo vais también a quedar convencido. ¿Qué castigo merece?...

MULEY CARIME.-   ¿Tiene hijos?...

 
(ABEN HUMEYA se queda callado.)

 

¿No me contestas, Aben Humeya?

ABEN HUMEYA.-   No los tendrá mañana.

MULEY CARIME.-    (Aparte.)  ¡Qué recuerdo, Dios mío!...

ABEN HUMEYA.-   Parece que os turbáis.

MULEY CARIME.-   No por cierto... ¡Compadezco a ese desdichado, soy padre como él!

ABEN HUMEYA.-   Bien se echa de ver que os inspira mucha compasión... ¿Sabéis por ventura quién sea?

MULEY CARIME.-   ¿Y cómo quieres que lo sepa?...

ABEN HUMEYA.-   Recapacitad un poco..., recorred vuestra memoria...; tal vez el corazón os ayudará también...

MULEY CARIME.-   Más fácil sería que tú me lo dijeses...

ABEN HUMEYA.-   ¿Queréis forzarme a ello?

MULEY CARME.-   Yo no te fuerzo, antes te lo suplico.

ABEN HUMEYA.-   Y por mi parte haría el mayor sacrificio a trueque de evitarlo.

MULEY CARIME.-   ¿Y por qué te cuesta tanto pronunciar el nombre del reo?

ABEN HUMEYA.-   ¡Porque al salir de mi boca lleva consigo la sentencia de muerte!

MULEY CARIME.-   ¡La sentencia de muerte!

ABEN HUMEYA.-   Y en el mismo instante.

MULEY CARIME.-    (Con voz alterada.) Mucho me compadece ese desgraciado, te lo confieso...; mas, puesto que estás empeñado en decirme su nombre...

ABEN HUMEYA.-   Al contrario, no vais a oírle.

MULEY CARIME.-   ¿No?

ABEN HUMEYA.-   Vais a verle con vuestros propios ojos.

 
(ABEN HUMEYA le muestra abierta la carta; MULEY CARIME la aparta con la mano.)

 

MULEY CARIME.-   Basta.

 
(Después de un corto intervalo, y al mismo tiempo que mira a ABEN HUMEYA, señalándole el aposento de su mujer.)

 

¿Eres tú el único depositario de este secreto?

ABEN HUMEYA.-   También lo saben otros.

MULEY CARIME.-   ¿Quién?

ABEN HUMEYA.-   Aben Abó y Farax.

MULEY CARIME.-   Ya sé la suerte que me espera.

ABEN HUMEYA.-   ¿La sabéis?

MULEY CARIME.-   Y la aguardo tranquilo.

ABEN HUMEYA.-    (Echa una ojeada alrededor de la sala, saca del seno un pomo de oro, le abre y se le da.)  Tomad, y salvaos.  (Vuelve a otro lado el rostro y se arroja sobre los almohadones.) 

MULEY CARIME.-    (Toma el pomo, bebe el veneno y clava los ojos en ABEN HUMEYA; después se acerca a él y le dice:)  ¡Tú reinarás!  (Ambos permanecen durante unos instantes en la misma actitud.) ¡Escúchame, Aben Humeya, escucha!... Me conoces muy tarde... demasiado tarde... ¡Te habías equivocado en el concepto de que me tenías; pero tu corazón me está haciendo en este instante plena justicia; él propio me venga, y te humilla ante mí...; tu mano temblaba más que la mía al coger el veneno. ¡Muy lejos estaba yo de querer a nuestros opresores... los aborrecía con toda mi alma, tanto como tú, aun más todavía... Me han hecho más tiempo infeliz...; pero era padre, Aben Humeya, era padre, y veía en riesgo a mis hijos... ¡Desventurado! ¡Por tu esposa y por tu hija temblaba, cuando tú me acusabas, de flaqueza!...  (Reprimiendo su enternecimiento.)   El amor a mis hijas me cuesta la vida; ya lo ves, Aben Humeya, muero por salvarlas... Mas no quisiera llevar al sepulcro el pesar de haber hecho en balde tamaño sacrificio... ¿Quieres prometérmelo?...

ABEN HUMEYA.-    (Levantándose.)  yo... ¿Qué puedo hacer en eso?...

MULEY CARIME.-   Empéñame tu palabra... y veré más tranquilo acercarse mi última hora.

ABEN HUMEYA.-   Si depende de mí...

MULEY CARIME.-   De ti depende.

ABEN HUMEYA.-   Pues prometo hacerlo...

MULEY CARIME.-   Y vas a jurarlo en mis manos. Mas, ¿qué movimiento es ése? Soy yo quien te la presento primero..., estréchala, Aben Humeya; estréchala sin temor..., aun no está fría!  (Cógele la mano.)  Escúchame ahora... ¡No tiembles y escucha! El estruendo de las armas va a penetrar muy luego en estas sierras...; los guerreros pelearán, no lo dudo; ¡pero sus infelices familias!... Por Dios, no expongas a mi hija, no expongas a la tuya a todos los horrores de una guerra de exterminio... ¿Cuál sería su suerte si tú llegaras a faltar? ¡Mira mi destino, Aben Humeya, siempre mi destino! Ahora mismo temo y tiemblo por ti... Mas en tu mano está templar mi amargura si llevo conmigo la esperanza de haber logrado mi intento... Yo había cuidado de fletar en cuanto vi que amenazaban estas revueltas un barco tunecino, que se halla surto en el puerto de Adra. En pocas horas puede llegarse a él, y en otras pocas puede llevar a Tánger a tu mujer y a tu hija...

ABEN HUMEYA.-   Bien está; lo haré.

MULEY CARIME.-   Y yo confío en tu palabra. ¡Dentro de mí mismo llevo el convencimiento de que no te atreverías a engañarme!



Escena VIII

 
ABEN HUMEYA, MULEY CARIME, EL PARTAL, algunos MORISCOS vienen por el corredor.

 

PARTAL.-    (Gritándole de lejos.)  ¡Ponte en salvo, Aben Humeya, ponte en salvo!...

ABEN HUMEYA.-   ¡Huir yo!... ¿Dónde está el enemigo?

PARTAL.-   Ya ha salvado el río, ya se acerca... pero no es él quien te amenaza, sino nuestros guerreros sublevados.

ABEN HUMEYA.-   ¡Es posible!

PARTAL.-   Han cundido entre ellos las inculpaciones más atroces; dicen que tu tío Aben Juhar ha vendido al enemigo el paso del río; que tú has sido su cómplice...

ABEN HUMEYA.-   ¡Yo!...

PARTAL.-   Se habla sin rebozo de la traición de Muley Carime...

ABEN HUMEYA.-   ¡Ah!... ya descubro la mano de los pérfidos... pero poco les durará el gozo...  (Va a salir.) 



Escena IX

 
ABEN HUMEYA, MULEY CARIME, EL PARTAL, EL XENIZ, ALIATAR, algunos MORISCOS y un tropel de ESCLAVOS.

 

EL XENIZ.-    (Casi sin aliento, desde lo alto de la galería.) ¿A dónde vas?... ¡Detente!... No hay que perder un solo momento... Ya vienen a asaltar el castillo... Hasta tienen la avilantez de pedir tu cabeza...

ABEN HUMEYA.-   Voy yo mismo a llevársela. ¡Mis armas!

 
(ALIATAR va corriendo a buscarlas.)

 


Escena X

 
Los dichos, excepto ALIATAR.

 

EL XENIZ.-   Aben Abó y Farax acaudillan a los sublevados...

ABEN HUMEYA.-   ¡Mis armas!... ¿En dónde están mis armas?

 
(Otros dos ESCLAVOS van por ellas.)

 

PARTAL.-   Aun tenemos una retirada segura por ese camino subterráneo...

ABEN HUMEYA.-   ¡Mis armas!



Escena XI

 
Los dichos. ALIATAR.

 
 
Saca ALIATAR un alfanje y un puñal, y los da a ABEN HUMEYA.

 

ABEN HUMEYA.-    (Desnudando el acero, y arrojando lejos la vaina.)  Mucho tengo que agradecerte, destino mío... voy a derramar con mi propia mano la sangre de esos dos traidores o a morir como rey.



Escena XII

 
MULEY CARIME, ZULEMA.

 

ZULEMA.-    (Al abrir la puerta.)  ¿Qué ruido es ése? ¡Sois vos!

MULEY CARIME.-    (Aparte.)  ¡Mi hija!... ¡Dios mío!

ZULEMA.-   Me pareció que había oído la voz de mí esposo... En este mismo instante estaba pensando en los dos.

MULEY CARIME.-   ¡En los dos!

ZULEMA.-   ¿Por qué no?... Yo nunca separo a entrambos en mi pensamiento ni en mi corazón... ¡Todas las noches, antes de dormirme, ruego a Dios por vos y por él!

MULEY CARIME.-   ¡Zulema!...

ZULEMA.-   Me parece que estáis contristado, y que os cuesta trabajo contener vuestras lágrimas... ¿Nos amenazan más desdichas?...

MULEY CARIME.-   No te inquietes..., sólo tengo que decirte que voy a ausentarme...

ZULEMA.-   ¡Ausentaros!... ¿Y qué causa tan urgente puede obligaros a ello?

MULEY CARIME.-   Es necesario, hija mía...

ZULEMA.-   ¿Lo sabe mi esposo?  (MULEY CARIME no responde.)   ¡Ah! no me queda duda, él es quien os lo ha mandado... Pero no se verificará, no; yo sabré impedirlo.  (Va a ir al instante, mostrando resolución y confianza.) 

MULEY CARIME.-    (Con tono grave.) Detente... ¿A dónde vas?

ZULEMA.-   (Con abatimiento.) En busca de mi esposo... ¿No me es lícito rogarle por mi padre?

MULEY CARIME.-   Es inútil, mi querida Zulema..., del todo inútil...

ZULEMA.-   No lo creáis; es el único favor que le he pedido; y a él le consta lo mucho que yo os amo... ¡Lejos de vos, lo digo con toda mi alma, no podría yo sobrellevar la vida!

MULEY CARIME.-   ¿Y a qué vienen ahora esas lágrimas?...

ZULEMA.-   No lloro...; pero me siento enternecida siempre que se me ocurre un pensamiento muy triste... ¡Dios, Dios sabe lo que le he pedido mil veces!...  (Coge con la mayor ternura la mano de su padre.)   Y me lo concederá..., sí, me lo concederá... Ya he llorado a mi madre, a mi pobre madre..., y el corazón me dice que no tendré que llorar más que a ella.

MULEY CARIME.-    (Desasiéndose de su hija, y echándose en el sofá.)  ¡Esto ya es demasiado, Dios mío, demasiado!... Ten lástima de un padre...  (Después de un corto intervalo.)  Ven, Zulema, acércate...

ZULEMA.-    (Con viveza.) ¿No os iréis?...

MULEY CARIME.-   Es preciso, hija mía...

ZULEMA.-   Pero, a lo menos, volveréis pronto...

MULEY CARIME.-   ¡Pronto!

ZULEMA.-   Mas, ¿qué quiere decir esa amarga sonrisa?... La sangre se me ha helado en las venas.

MULEY CARIME.-   Tengo necesidad de recogerme un poco..., es fuerza separarnos.  (Levantándose.)  Tus palabras me traspasan el corazón; y no tengo la fortaleza necesaria... Tú llenas de amargura mis últimos momentos...

ZULEMA.-    (Con sobresalto.) ¡Los últimos!...

MULEY CARIME.-    (Volviendo sobre sí.) Los últimos que me quedan antes de separarnos...  (La abraza con la mayor ternura.)  A Dios, Zulema, quédate con Dios. ¡Él será tu padre... como lo es de todos los desdichados!

ZULEMA.-   ¿Qué quieren decir esas palabras misteriosas, ese acento tan desconsolado?... ¿Tal vez os amenaza algún riesgo?...

MULEY CARIME.-   No, hija, ninguno...

ZULEMA.-   Sin duda os aflige algún triste presentimiento... ¡Si os viese yo en este instante por la última vez! ¡Ah! no, padre mío, no; de aquí no saldréis...  (Échase de pronto a los pies de su padre y abraza sus rodillas.)  

MULEY CARIME.-   Déjame, hija, déjame..., por Dios te lo pido...; me estás haciendo sufrir mil veces la agonía de la muerte.

ZULEMA.-   Aguardad siquiera a que amanezca... Pasaremos juntos algunas horas más... ¡Prepararé mi ánimo a esta separación cruel!...

MULEY CARIME.-   No, hija, no puede ser...; ya me están aguardando...

 
(Dan las dos en el reloj de la sala; MULEY CARIME se muestra como herido de un rayo, y cae sobre los almohadones.)

 

ZULEMA.-   ¿Por qué os habéis estremecido?...  (Mirando al reloj.)  Es el reloj, que acaba de dar la hora...  (Volviendo hacia su padre.)  Mas, ¿qué veo?... Habéis perdido el color, y estáis todo inmutado... Claváis en mí los ojos, y ni siquiera derraman ya una lágrima...  (Levántase despavorida.)  ¡Aben Humeya!... ¡Aben Humeya!...

 
(MULEY CARIME pone su mano en la boca de su hija como para impedirle que grite; ella la aparta con horror.)

 

¡Dios mío!... ¡Está su mano helada!...

MULEY CARIME.-   ¡Hija mía... hija!

ZULEMA.-   Respirad, respirad libremente...; no nos separaremos...; donde quiera que vayáis, os seguiré yo.

 
(MULEY CARIME la mira con extrema ternura y cogiéndole la mano la aplica a su corazón.)

 

Sí, ya lo sé...; ahí estoy..., ahí estoy para siempre...

MULEY CARIME.-    (Con un hondo quejido.)  ¡Para siempre!  (Expira.) 

ZULEMA.-   ¡Padre... padre! ¿No me respondéis?... ¡No conocéis ya a vuestra hija! ¡Ven, Aben Humeya, ven a socorrerme...; mi padre ha muerto!

 
(Cae postrada a los pies de MULEY CARIME. Después de un breve silencio óyense a lo lejos, hacia el fondo del teatro, algunos tiros de arcabuz, y luego resuenan golpes repetidos hacia el lado del aposento de ZULEMA.)

 


Escena XIII

 
Los dichos. FÁTIMA, la ESCLAVA VIEJA, mujeres y esclavas.

 
 
(Salen todas con la mayor consternación.)

 

MUJERES Y ESCLAVAS.-    (Al tiempo de salir.)  ¡Salvémonos!

 (Corriendo hacia ZULEMA.) 

¡Madre!...  (Al ver a MULEY CARIME, vuélvese atrás horrorizada, y va a acogerse junto a la esclava vieja.) ¡Ay, Dios mío!...

ESCLAVA VIEJA.-   No te asustes, Fátima...; es sólo un desmayo.

 
(Las MUJERES y las ESCLAVAS acuden a ZULEMA y la levantan; una de ellas desprende su velo y lo echa sobre la cabeza de MULEY CARIME; FÁTIMA se arroja en brazos de su madre, que por el pronto no da señales de vida. Redoblan con más fuerza los golpes.)

 

UNA DE LAS MUJERES.-   ¡Escuchad..., escuchad! Van a echar la puerta al suelo...; ya se oye el ruido de las armas...

MUJERES Y ESCLAVAS.-   ¡Huyamos!

FÁTIMA.-   ¡Venid, madre, venid!

ZULEMA.-    (Vuelve poco a poco en sí, y mira como asombrada en derredor.) ¡Eres tú, hija mía!... ¡Sí, no hay duda; tú eres! ¡Te estoy viendo, te toco, te escucho en mi seno...; al fin logro llorar...  (Se deshace en lágrimas, abrazada de FÁTIMA.) 

ESCLAVA VIEJA.-   ¡Venid, por Dios os lo ruego, venid! El menor retardo pudiera costaros la vida.

ZULEMA.-   ¿Dónde está mi esposo?

ESCLAVA VIEJA.-   Va a volver al instante.

ZULEMA.-   ¿Dónde está?

ESCLAVA VIEJA.-   Ha ido a apaciguar el tumulto.

ZULEMA.-   Voy a buscarle.

FÁTIMA.-    (Deteniéndola.)  ¿A dónde vais?

ESCLAVA VIEJA.-   Ocultémonos en esos subterráneos; y en logrando escapar por el pronto, él vendrá después a salvarnos.

MUJERES Y ESCLAVAS.-   ¡Ocultémonos!...

 
(La ESCLAVA VIEJA va delante; ZULEMA la sigue, apoyada en su hija, y rodeada de mujeres y esclavas. Al mismo tiempo que van a entrar en el subterráneo, sale de él Aben Farax, seguido de gran número de conjurados, con sables desnudos y hachas ardiendo; las mujeres esclavas arrojan un grito y huyen despavoridas, arrollando consigo a Fátima y a Zulema; pero ésta se desase de ellas y se queda sola en medio del teatro.)

 


Escena XIV

 
ZULEMA, ABEN FARAX, conjurados.

 

ABEN FARAX.-    (Con acento fuerte, al tiempo de salir.)  ¿Dónde está el tirano? ¡Quizá va huyendo con esas mujeres; pero no se librará de la muerte!

ZULEMA.-   ¿A quién buscas, monstruo sanguinario?

ABEN FARAX.-    (Sin parar la atención en ZULEMA.)  ¡Entrad a hierro y fuego, y registradlo todo!

 
(Va a partir seguido de algunos CONJURADOS; los demás se van precipitadamente por varias puertas.)

 

ZULEMA.-    (Poniéndose delante.) No; de aquí no pasarás. Tú buscas a mi esposo para darle muerte.

ABEN FARAX.-    (Señalando, el cadáver.)  ¡A tu esposo! Di más bien al asesino de tu padre.

 
(Desvíala con violencia, y desaparece al punto, seguido de los que se habían quedado con él.)

 


Escena XV

 
ZULEMA.

 

[ZULEMA.- ]   (Quédase al punto inmóvil, como sobrecogida y pasmada; después va volviendo en sí, y luego cae en una especie de delirio.) No hay duda; él ha sido..., él ha sido...; todo lo recuerdo ahora, todo lo veo claro; hasta el fondo del abismo veo... ¡Este relámpago, me ha abierto los ojos; pero también me los ha abrasado!  (Vaga por el teatro en la mayor agitación.)  ¡Aben, Humeya... Aben Humeya!... ¡No es tu esposa, no; la hija de Muley Carime es quien te llama!



Escena XVI

 
ZULEMA, ABEN HUMEYA, algunos MORISCOSy una turba de ESCLAVOS.

 
 
Vense entrar huyendo y derrotados a muchos MORISCOS y ESCLAVOS, que se dispersan en el teatro y se escapan por todas partes.

 

ABEN HUMEYA.-    (Desde lo hondo del corredor.)  ¡Aguardad, cobardes, aguardad un momento...; tened siquiera ánimo para verme morir!

ZULEMA.-    (Corriendo a su encuentro.) ¡Vuélveme mi padre, Aben Humeya; vuélveme mi padre!

ABEN HUMEYA.-    (Sorprendido y turbado.) ¿Qué quieres, desdichada?...

ZULEMA.-   ¡Mi padre! ¿Qué has hecho de mi padre? ¡No lo sabes! Ven, ven conmigo...; pronto le hallaremos...  (Coge del brazo a ABEN HUMEYA, queriendo conducirle por fuerza hacia donde está MULEY CARIME.) 

ABEN HUMEYA.-   ¡Que me pierdes, Zulema, y te pierdes! ¡Déjame!

ZULEMA.-   ¡No, no te suelto!... Mientras tenga vida, no he de dejar de pedirte mi padre!



Escena XVII

 
ZULEMA, ABEN HUMEYA, ABEN ABÓ, conjurados.

 
 
Suena gran estrépito y vocerío en el fondo del teatro; ABEN ABÓ es el primero que se presenta seguido de muchos conjurados.

 

ABEN ABÓ.-   ¡Deteneos!  (Hace una seña a los suyos, mira de hito en hito a ABEN HUMEYA, y en seguida le dice:)  ¡Al fin te encuentro, Aben Humeya!

ABEN HUMEYA.-    (Con un acento que la cólera ahoga.)  ¡Ven, traidor, ven...; aun tengo libre esta mano para pasarte el corazón!

 
(ZULEMA, fuera de sí, continúa asida a ABEN HUMEYA y quiere apartarle de la pelea. ABEN ABÓ le acomete con ímpetu; el sable de ABEN HUMEYA se desprende de su mano herida, va a cogerle del suelo y ABEN ABÓ le descarga un golpe terrible.)

 

ABEN ABÓ.-   ¡Muere!

ZULEMA.-    (Poniéndose de por medio.)  ¡No!

 
(Cae herida mortalmente. Al mismo tiempo se oye un tiro detrás de ABEN HUMEYA, que al sentirse herido va a dar un paso amenazando a ABEN ABÓ, y cae desplomado.)

 

ABEN HUMEYA.-   ¡Ay!



Escena XVIII

 
ABEN HUMEYA, ABEN ABÓ, ABEN FARAX, gran número de conjurados.

 
 
Salen por todas partes los conjurados con armas y antorchas.

 

MUCHOS CONJURADOS.-   ¡Muera el tirano!¡Muera!

OTROS.-   ¡Viva Aben Abó!

TODOS.-    (Excepto ABEN FARAX y los de su bando.)  ¡Viva nuestro rey!

ABEN FARAX.-   ¡Ya buscáis otro yugo!

ABEN HUMEYA.-     (En la agonía.) ¡Muero contento..., pronto me seguirás, y asesinado también...; a estos traidores les lego mi venganza!

ABEN ABÓ.-   ¿Qué estás ahí diciendo, miserable? ¡Arrastradle a esos subterráneos, y que en ellos halle su sepulcro!

 
(Un grupo de conjurados rodea a ABEN HUMEYA, y se le llevan moribundo.)

 

ABEN HUMEYA.-    (Hace señas con su mano ensangrentada, como si llamase a ABEN ABÓ, y clama con voz desfallecida:)  ¡Ven, Aben Abó, ven... Ya te aguardo!...  (Expira y le entran al punto en el subterráneo. ZULEMA, al escuchar la voz de su esposo, se arrastra un breve espacio, como queriendo seguirle, y cae luego exánime.) 

ZULEMA.-   ¡Aben Humeya!



Escena XIX

 
ABEN ABÓ, ABEN FARAX, conjurados.

 

MUCHOS CONJURADOS.-   ¡Viva Aben Abó!

OTROS.-   ¡Viva nuestro rey!

ABEN ABÓ.-   No, guerreros míos, no...; marchemos contra el enemigo; y en medio de sus filas asentaré la corona en mis sienes.

 
(Va a partir con ademán resuelto; Aben Farax le grita en medio del teatro:)

 

ABEN FARAX.-   ¡Aben Abó!... Mira: ¿ves este reguero de sangre? Ese es el camino del trono.





 
 
FIN DEL DRAMA
 
 


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