Escena
II
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ABEN
HUMEYA, ZULEMA,
FÁTIMA.
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A las primeras palabras que pronunció
ZULEMA, levántase
FÁTIMA, y hace que
se retiren las MUJERES y
ESCLAVAS.
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ZULEMA.- Ese romance tiene un acento tan
sentido, tan tierno, que llega al corazón y le lastima... No
le oigo cantar ni una sola vez sin que se me salten las
lágrimas...
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AUN HUMEYA.- Es que tú misma como que te
complaces en esa tristeza, que cada día va en aumento a
costa de tu felicidad y de la mía.
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ZULEMA.- Al contrario, hago cuanto está
de mi parte por alejar de mi alma todo lo que puede
afligirme...
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ABEN HUMEYA.- ¿Tienes algún
disgusto, algún pesar secreto?...
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ZULEMA.- ¿Secretos para contigo?...
¿Hablas de veras? En mi vida he tenido un pensamiento que no
sea tuyo. Mas ni yo misma puedo explicar la causa de esta
melancolía que me consume... Con frecuencia me sucede,
durante el curso del día, estar ansiando que llegue la
noche, por descansar siquiera; y si llego a cerrar los ojos,
cansada ya y rendida, no hay sueño triste ni imagen
espantosa que no venga a atormentarme, hasta que despierto
sobresaltada... Anoche mismo...; pero no quiero entristecerte.
¡A bien que te veo junto a mí y mi padre descansa
allí tranquilo!
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ABEN HUMEYA.- Mas ahora, ¿qué
tienes que temer?...
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ZULEMA.- (Tomándole la
mano con cariño.) ¿Qué tengo
que temer?... ¡Tú no amas, Aben Humeya, tú no
amas!... Ahora recuerdo, y con cierta ternura, la vida sosegada que
disfrutábamos en nuestra casa de campo; allí no
tenías enemigos ni rivales; contribuías a la dicha de
muchos; y todo cuanto nos rodeaba anunciaba la paz y la ventura...
Pues, a pesar de todo, ¿lo creerás?, aun allí
mismo hallaba motivos de estar con zozobra... ¡Qué
diferencia, querido mío, qué diferencia! Los pesares
de ayer me parecen hoy el colmo de la dicha... Te lo confieso
ingenuamente: desde que ha cambiado nuestra suerte; desde que te
veo rodeado de ese vano esplendor, que tantos peligros encubre, no
preveo sino un cúmulo de desgracias... ¿Eres
tú más dichoso?... Tú no me dirás la
verdad; ya lo sé.
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FÁTIMA.- Pues yo, por mi parte, estoy
muy contenta al verme hija de un rey..., todos me lo dicen; y tengo
tanto gusto en oírlo... Lo único que no puedo sufrir
es este castillo..., no sé qué tiene, tan triste y
tan opaco, que me acongoja el alma. ¡Cuánto más
hermosa y alegre era nuestra casa de campo!... Toda ella la andaba
yo, lo mismo de noche que de día; ¡pero aquí no
haría otro tanto por nada del mundo!
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ABEN HUMEYA.-
(Sonriéndose.) - No eres muy
valiente, Fátima...; yo creía que las hijas de los
reyes no tenían miedo.
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FÁTIMA.- No es miedo lo que tengo; de
veras lo digo; ¡pero he oído contar cosas tan
espantosas!... En este mismo castillo vivió algún
tiempo Abdilehí el Zagal, a quien maldijo el cielo
por haber prestado ayuda al rey de Castilla...; hasta la piedra en
que solía sentarse se ha vuelto más negra que el
humo...; pero lo que más pavor me causa son esas manchas de
sangre de que están salpicadas las paredes... Yo no quiero a
los cristianos... ¡Nos han hecho tanto mal!... Pero (Dios me
lo perdone) cuando recuerdo su degüello, como que siento
lástima...
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ZULEMA.- Calla, hija, calla...
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ABEN HUMEYA.- Déjala..., cuando la estoy
oyendo, no pienso en nada del mundo.
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FÁTIMA.- El primer favor que tengo que
pediros es que no nos quedemos aquí..., no seremos felices
hasta que perdamos de vista estos muros... ¡Si hubierais
oído lo que me decía esta mañana mi esclava,
la vieja egipcia!... Dentro de seis lunas, a más tardar, nos
veremos ya en Granada... ¡A fe mía que entonces no
tendré miedo, y no volveréis a hacer burla de
mí...; a media noche he de recorrer todo el palacio de la
Alhambra!
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ZULEMA.- ¿Has perdido el juicio,
muchacha?
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ABEN HUMEYA.- Déjala por tu vida...
¿Qué te decía la esclava, hija mía?
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FÁTIMA.- ¡Oh! me anunciaba montes
y maravillas; y yo le rogué mil veces que me lo repitiera...
«Tu padre, me dijo, se verá en breve señor de
Andalucía, y echará a los cristianos más
allá de Sierra Morena... Por lo que hace a ti...» Lo
que me pronosticó a mí, no me atrevo a decirlo.
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ABEN HUMEYA.- ¿Y por qué?...
¿Era acaso algo malo?...
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FÁTIMA.- ¡Malo!, a buen seguro que
no; me ha predicho que me casaré con un gran
príncipe... Pero no por eso me apartaré de vuestro
lado, madre mía; mi esposo y yo viviremos en Generalife.
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ZULEMA.- Sin gana me haces reír... En mi
vida te he visto tan alegre.
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ABEN HUMEYA.- También tengo yo mucho
gusto en verte a ti menos triste.
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ZULEMA.- (Volviéndose con
inquietud hacia la galería del fondo.)
¿Qué ruido es ése?...
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ABEN HUMEYA.- No es nada...; tal vez el viento,
que silba en ese corredor.
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ZULEMA.- Me parecía haber oído
pasos...
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ABEN HUMEYA.- ¿Y quién pudiera
venir a estas horas?
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ZULEMA.- ¡Qué sé yo!...
Pero me parece como que oigo rumor más cerca...
(Escuchan con suma atención.) No
me engañaba, alguien viene...
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(ABEN
ABÓ y ABEN
FARAX se presentan a la salida del corredor, y aguardan a
que ZULEMA y FÁTIMA se
retiren.)
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ABEN HUMEYA.- Son Aben Abó y Farax.
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ZULEMA.- ¿Y qué buscan
aquí? Con sólo verlos me he inmutado toda.
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ABEN HUMEYA.- No tienes por qué
asustarte... Ve a recogerte sin el menor recelo.
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ZULEMA.- A Dios..., hasta mañana.
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ABEN HUMEYA.- Hasta mañana... y que te
halle yo más alegre.
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(Vase ZULEMA, dejando entrever su inquietud;
ABEN HUMEYA se muestra
distraído, como si se le hubiese ocurrido de pronto un
triste pensamiento.)
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FÁTIMA.- ¿Y esta noche no hay
para mí un beso?...
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ABEN HUMEYA.-
(Besándola.) Sí, hija
mía..., con toda mi alma.
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FÁTIMA.- Toda la noche voy a estar
soñando con el palacio de la Alhambra.
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(Vase, mostrando viveza y
regocijo.)
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Escena
III
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ABEN
HUMEYA, ABEN
ABÓ, ABEN
FARAX.
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Entran los dos últimos con paso lento y aire
misterioso, y cada uno de ellos se coloca a un lado de ABEN HUMEYA.
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ABEN ABÓ.- Te traemos, Aben Humeya, una
nueva fatal...
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ABEN FARAX.- Y nos vemos forzados a traspasar
con ella tu corazón.
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ABEN HUMEYA.- (Con suma
presteza.) ¿Ha muerto mi padre?
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ABEN ABÓ.- Aun estaba ayer vivo.
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ABEN HUMEYA.- Pues nada tengo que temer; acabo
de separarme en este instante de mi esposa y de mi hija.
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ABEN ABÓ.- ¡Ah! esa misma esposa y
esa hija son las que van acostarte lágrimas de sangre...
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ABEN FARAX.- Su felicidad y la tuya acabaron ya
para siempre.
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ABEN HUMEYA.- ¿Qué
decís?... ¡No más misterios!... Aun la mayor
desdicha la prefiero a esta incertidumbre.
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ABEN ABÓ.- Cuando toques la
realidad...
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ABEN HUMEYA.- No importa; quiero saber cuanto
haya... Decídlo.
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ABEN ABÓ.- (A FARAX.) A ti te
toca...
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ABEN HUMEYA.- ¿Y por qué no lo
haces tú?...
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ABEN ABÓ.- Ya adivinarás el
motivo, cuando sepas el crimen y el culpable.
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ABEN HUMEYA.- (Con
impaciencia.) ¿Qué crimen, qué
culpable?
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ABEN ABÓ.- Han tratado de vendernos con
la traición más negra...
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ABEN HUMEYA.- ¿Y por qué temes
descubrirla?
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ABEN ABÓ.- Si temo, es sólo por
ti...
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ABEN HUMEYA.- ¡Por mí!... Haces
mal, Aben Abó, en tomarte ese cuidado... Si hay peligros,
los arrostraré; si hay culpables, sabré
castigarlos.
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ABEN ABÓ.- Mucho tiempo te ha de temblar
la mano, antes que descargues el golpe...
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ABEN HUMEYA.- Decid el nombre del reo, y el
rayo no será más pronto.
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ABEN ABÓ.- Muley Carime...
¿Qué es eso?... ¿Mudas de color?... Vuelve en
ti, Aben Humeya...
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ABEN FARAX.- Nos da lástima verte
así.
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ABEN HUMEYA.-
(Quédase durante unos momentos desconcertado
y confuso; pero recobrándose luego, dice con tono
grave.)
¿Y en qué indicios se funda tan extraña
sospecha? |
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ABEN ABÓ.- ¡Ojalá que no
fuesen más que indicios!... Hubiéramos podido cerrar
los ojos.
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ABEN FARAX.- No son indicios, sino pruebas.
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ABEN HUMEYA.- ¿Pero, son ciertas?
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ABEN FARAX.- Irrefragables.
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ABEN HUMEYA.- ¿Hay testigos?
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ABEN ABÓ.- Uno.
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ABEN HUMEYA.- ¿Y ése le
acusa?...
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ABEN ABÓ.- No, que le condena.
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ABEN HUMEYA.- Puede engañarse...
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ABEN ABÓ.- No puede.
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ABEN HUMEYA.- O desear su
perdición...
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ABEN ABÓ.- A toda costa quisiera
salvarle.
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ABEN HUMEYA.- ¿Es amigo suyo?
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ABEN ABÓ.- Aun más.
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ABEN HUMEYA.- ¿Quién es,
pues?
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ABEN ABÓ.- Él mismo. Puedes
guardar esa carta, si quieres...; ya es público su
contenido.
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(Entrega un papel a ABEN HUMEYA, quien lo lee para
sí, dejando entrever su turbación. ABEN ABÓ y ABEN FARAX le observan con el mayor
ahínco, en tanto que él permanece inmóvil, con
los ojos clavados en la carta.)
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ABEN HUMEYA.- (En un momento de
distracción, mientras está
cavilando.) ¡Desventurada... no te
engañaba tu corazón! ¡Bien tienes que
llorar!...
(Fija la atención en el papel, como si
volviese a leerle.)
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ABEN FARAX.- Ved cómo aun conservaban
esperanzas de volvernos a someter al yugo... No aguardaban sino un
momento de flaqueza para remachar nuestros grillos.
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ABEN ABÓ.- Mas, por lo menos, no puede
tachársele de ingrato... No te echaba en olvido, Aben
Humeya... Solicitaba tu indulto, y se proponía salvar a tu
familia, a costa de nuestra libertad... El ejemplo de Boabdil,
disfrutando en África sus infames tesoros, parecía
tentador a los ojos del pérfido...
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ABEN HUMEYA.- (Con tono
severo.) Basta. ¿Cómo ha caído
en vuestras manos este pliego?...
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ABEN FARAX.- Lara, que era el portador, le ha
dejado en el camino.
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ABEN HUMEYA.- ¿Dónde le
habéis hallado?
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ABEN FARAX.- (Con
frialdad.) Sobre su cadáver.
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ABEN HUMEYA.- ¿Y así
habéis quebrantado, con una emboscada alevosa?...
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ABEN FARAX.- Proseguid, Aben Humeya...
¿Porqué os detenéis?... Cuando se acaba de
desbaratar una traición indigna, cabe oír a sangre
fría reconvenciones y cargos. Nosotros habíamos visto
al enviado castellano en plática misteriosa con Muley
Carime, y hasta habíamos cogido algunas palabras sueltas...;
conocíamos a fondo a ese viejo apocado; sabíamos sus
designios, sus antiguos vínculos con Mondéjar...
Seguros estábamos de que no dejaría escapar la
única ocasión con que la suerte parecía
brindarle; y tampoco debíamos desperdiciar nosotros la sola
que ya nos quedase para arrancarle la máscara y
confundirle... ¿Es culpa nuestra por ventura el que ese
castellano orgulloso haya preferido morir antes que ceder?...
Durante su agonía, quiso el cielo que descubriese el crimen
por los mismos medios con que procuraba ocultarle; y sólo
después de su muerte fue cuando hallamos bajo su mano ese
pliego fatal.
(Coloca su mano sobre el pecho,
como para imitar la acción de LARA.)
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ABEN ABÓ.- Por cierto que no deja ni
asomo de duda; el delito está patente; el mismo reo le ha
sellado con su mano...
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ABEN FARAX.- Y debe en breve sellarle con su
sangre.
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ABEN ABÓ.- ¿Hay alguien que lo
dude?... Todo lo hemos aventurado por salir de tan odiosa
esclavitud... ¡Y dejaríamos expuesta nuestra suerte a
las tramas de algunos traidores!... Nadie será osado a
proponérnoslo; no sabríamos nosotros tolerarlo.
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ABEN HUMEYA.- Tampoco tolero yo advertencias ni
amenazas... Ya habéis cumplido con vuestro deber; yo
cumpliré con el mío. Idos.
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ABEN ABÓ.- No ha sido nuestra
intención dirigiros advertencias ni amenazas... Mas,
¿es seguro empezáis tan pronto a reputar como insulto
el recordaros vuestros juramentos?...
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ABEN HUMEYA.- No los he echado en olvido, para
que sea menester recordármelos.
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ABEN ABÓ.- Quien vacila al cumplirlos,
no está ya lejos de olvidarlos.
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ABEN HUMEYA.- Aun menos lejos está de
castigar a un insolente. ¡Idos... idos!...
(Apártase, descubriendo su ira. FARAX coge del brazo a ABEN ABÓ, y se le lleva
consigo.)
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ABEN ABÓ.-
(Deteniéndose un poco en medio del
camino.) ¡Cuánto me cuesta refrenar mi
justa indignación!
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ABEN FARAX.- Vamos, y no malgastemos el
tiempo... Ve a ponerte al frente de nuestros parciales... Yo voy a
posesionarme de las salidas secretas del castillo.
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ABEN ABÓ.- (Al
alejarse.) ¡Pronto volveré!
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(Vanse.)
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Escena
IV
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ABEN
HUMEYA.
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Aparece muy agitado: ya se pasea apresuradamente,
ya se para de pronto; corta sus discursos, y vuelve luego a
proseguirlos; muestra, en fin, de todos modos las dudas e
incertidumbre con que está batallando su
ánimo.
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[ABEN HUMEYA.- ] ¿Qué has hecho,
desdichado, qué has hecho?... ¡Me has entregado
indefenso en manos de mis enemigos... Pero no lo habrás
hecho impunemente, no; ¡yo arrojaré tu cabeza
sangrienta a la cara de esos audaces! ¿Y por qué dudo
ni un momento siquiera?... ¡Nos ha vendido; pues que
muera!... ¿Cabe nada más justo?... Este ejemplar
contribuirá también a impedir otras tentativas
culpables, cerrará la boca a mis émulos,
afirmará mi trono... Mas, ¿es seguro que lo
afirme?... ¡En mi familia, en mis hogares, va a mostrarse a
los pueblos indignados el primer traidor a la patria; desde el
mismo cadalso llamará hijos suyos a mis propios
hijos!... Tal vez es eso lo que con más afán anhelan
esos pérfidos; les duele en el alma no verme ya humillado a
los ojos del pueblo, para socavar con el desprecio mi autoridad
reciente, mientras hallan ocasión de derribarla. Desean
verme sonrojado, al pronunciar el nombre del reo, y que vuelva a mi
casa, lleno de dolor y vergüenza, para hallar, en vez de
consuelo, las quejas y reconvenciones de mi afligida esposa... No;
¡viva, viva!... Es preciso salvar al padre de mi mujer... y
que el gozo de mis enemigos no sea tan colmado. Pero ¿de
qué arbitrio valerme? Ellos se apresurarán a divulgar
la traición; a la hora ésta ya se sabe la muerte de
Lara y la carta que han hallado en su seno. Me estrecharán a
que presente la prueba del delito... ¿Cómo los
desmiento yo? La más leve contradicción, la menor
demora me perdería a los ojos de un pueblo arrebatado,
suspicaz, que acaba de romper sus hierros, y que sufre a duras
penas aún la sombra de mando... En vez de salvarle yo, me
llevaría consigo en su caída... Pues ¡perezca,
perezca él solo! Mas no acierto a salir de este
círculo fatal; la mancha de su castigo va a recaer sobre mi
esposa, sobre mis hijos, sobre mí... Va a morir siendo el
blanco de la ira del cielo, de las maldiciones de cien pueblos, de
los insultos de una turba desenfrenada... ¡Y yo, su amigo, su
huésped; yo, que aun hoy mismo le apellidaba padre,
tendré que firmar su muerte, que presenciarla, que
aplaudirla!... ¡No; no podría yo sobrevivir a
humillación tan grande! Es forzoso impedirla a toda costa...
¡Un medio... un medio..., uno solo..., sea cual fuere, y le
abrazo al instante! (Volviéndose hacia el
aposento de MULEY
CARIME.) ¡Ah! no es tu vida, miserable,
no es tu vida la que detiene y embaraza mis pasos; ¡te
arrastro como un cadáver, que me han atado estrechamente al
cuerpo! ¿Y por qué no me desprendo de él?...
Puedo y debo hacerlo; lo haré. ¡No más
indecisión, no más dudas; de un solo instante puede
pender mi suerte... Antes que esos malvados tengan tiempo de volver
en sí; mientras deliberan y traman el plan para perderme,
confundamos sus proyectos con un golpe decisivo... ¿No me
pedíais ahora mismo, no me intimabais con tono imperioso la
muerte del culpable?... Pues bien; aguardad un instante, voy a
dejaros satisfechos...; mas llevará consigo vuestras
esperanzas, y las hundirá en el sepulcro.
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Escena
VII
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ABEN
HUMEYA, MULEY
CARIME.
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MULEY CARIME.- ¿Qué motivo tan
urgente te ha obligado a llamarme a estas horas?...
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ABEN HUMEYA.- Un asunto muy grave, que tengo
precisión de consultaros.
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MULEY CARIME.- Y has querido aprovechar el
silencio y la soledad de la noche... o tal vez ese asunto
importante debe estar resuelto antes que raye el día...
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ABEN HUMEYA.- (Señalando
el reloj de la sala.) ¡Mirad allí,
mirad!
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MULEY CARIME.- Acaba de dar la una...
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ABEN HUMEYA.- Pues antes que dé otra
hora, ya ese grave asunto se verá terminado.
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MULEY CARIME.- ¡Terminado!...
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ABEN HUMEYA.- ¡Y para siempre!
(Quédanse en silencio unos
instantes.)
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MULEY CARIME.- Me parece que estás muy
pensativo, Aben Humeya... A pesar de tus conatos, veo claramente
que te aflige una grave pena.
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ABEN HUMEYA.- Es un secreto fatal...
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MULEY CARIME.- ¿Y por qué tardas
en confiármelo?...
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ABEN HUMEYA.- No tengáis tanto
afán por saberlo... Siempre tiene que pesar sobra mi
corazón, y no vais a poder con él.
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MULEY CARIME.- Mas, ¿qué secreto
es ése?... ¡Ah! bien te lo había yo dicho: ni
el engrandecimiento ni el poder alcanzan a darnos en el mundo un
solo día feliz; has perdido la paz del ánimo, has
comprometido tu suerte; lo has sacrificado todo por un pueblo
inconstante, que te abandonará cuando apremie el
peligro...
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ABEN HUMEYA.- Y al que he jurado defender aun a
costa de mi vida... ¿Lo habéis oído, Muley
Carime?... Aun a costa de mi vida...
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MULEY CARIME.- ¿Y a qué fin me
diriges esas palabras?...
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ABEN HUMEYA.- Os ruego meramente que las
peséis.
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|
MULEY CARIME.- No te comprendo...
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ABEN HUMEYA.- Pues ahora vais a comprenderme.
Todo lo he sacrificado por redimir del yugo a estos pueblos...; vos
mismo acabáis de decirlo; y ellos, a su vez, han depositado
en mí su confianza, su poder, su futura suerte...
¿Cumplirán sus promesas?... ¡Dios lo sabe!...
Yo sé que cumpliré las mías.
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|
MULEY CARIME- ¿Y quién te
dice?...
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|
ABEN HUMEYA.- No me interrumpáis. Yo
tengo un padre anciano, cuya vida me importa mucho más que
mi vida... Está entre las garras de mis enemigos, cargado de
cadenas, con la cuchilla a la garganta. Lo sé, lo
sabía cuando di la señal contra sus verdugos; y ellos
saben también el medio de vengarse de mí.
|
|
MULEY CARIME.- Mas, ¿por qué te
anticipas a sentir las desgracias antes de que sucedan?...
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|
ABEN HUMEYA.- Escuchadme un instante, voy a
concluir. Yo he agravado el peligro en que se halla mi padre; cada
golpe que descargo puede acelerar su muerte; y, sin embargo, no he
vacilado un punto. ¡Pensad, pensad vos mismo si habrá
algo en el mundo que pueda contenerme!
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|
MULEY CARIME- ¿Por qué me echas
esas miradas?... ¿Qué quieres decirme con ellas?
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|
ABEN HUMEYA.- Ya que os he mostrado hasta el
fondo de mi corazón, voy a consultaros sobre aquel grave
asunto... y adivinaréis desde luego cuáles pueden ser
las resultas. En nuestro mismo seno hay un traidor...
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MULEY CARIME.- ¡Un traidor!... ¿Lo
sabes de cierto?
|
|
ABEN HUMEYA.- De cierto. Vos mismo vais
también a quedar convencido. ¿Qué castigo
merece?...
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|
MULEY CARIME.- ¿Tiene hijos?...
|
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(ABEN
HUMEYA se queda callado.)
|
¿No me contestas, Aben Humeya?
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ABEN HUMEYA.- No los tendrá
mañana.
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|
MULEY CARIME.-
(Aparte.) ¡Qué recuerdo,
Dios mío!...
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|
ABEN HUMEYA.- Parece que os turbáis.
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|
MULEY CARIME.- No por cierto...
¡Compadezco a ese desdichado, soy padre como él!
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ABEN HUMEYA.- Bien se echa de ver que os
inspira mucha compasión... ¿Sabéis por ventura
quién sea?
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|
MULEY CARIME.- ¿Y cómo quieres
que lo sepa?...
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|
ABEN HUMEYA.- Recapacitad un poco..., recorred
vuestra memoria...; tal vez el corazón os ayudará
también...
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|
MULEY CARIME.- Más fácil
sería que tú me lo dijeses...
|
|
ABEN HUMEYA.- ¿Queréis forzarme a
ello?
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|
MULEY CARME.- Yo no te fuerzo, antes te lo
suplico.
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ABEN HUMEYA.- Y por mi parte haría el
mayor sacrificio a trueque de evitarlo.
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|
MULEY CARIME.- ¿Y por qué te
cuesta tanto pronunciar el nombre del reo?
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|
ABEN HUMEYA.- ¡Porque al salir de mi boca
lleva consigo la sentencia de muerte!
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|
MULEY CARIME.- ¡La sentencia de
muerte!
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ABEN HUMEYA.- Y en el mismo instante.
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|
MULEY CARIME.- (Con voz
alterada.) Mucho me compadece ese desgraciado, te lo
confieso...; mas, puesto que estás empeñado en
decirme su nombre...
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ABEN HUMEYA.- Al contrario, no vais a
oírle.
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|
MULEY CARIME.- ¿No?
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ABEN HUMEYA.- Vais a verle con vuestros propios
ojos.
|
|
(ABEN
HUMEYA le muestra abierta la carta; MULEY CARIME la aparta con la
mano.)
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|
MULEY CARIME.- Basta.
(Después de un corto intervalo, y al mismo
tiempo que mira a ABEN
HUMEYA, señalándole el aposento de su
mujer.)
¿Eres tú el único depositario de este
secreto?
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ABEN HUMEYA.- También lo saben
otros.
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MULEY CARIME.- ¿Quién?
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ABEN HUMEYA.- Aben Abó y Farax.
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MULEY CARIME.- Ya sé la suerte que me
espera.
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|
ABEN HUMEYA.- ¿La sabéis?
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|
MULEY CARIME.- Y la aguardo tranquilo.
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ABEN HUMEYA.- (Echa una ojeada
alrededor de la sala, saca del seno un pomo de oro, le abre y se le
da.) Tomad, y salvaos. (Vuelve a otro
lado el rostro y se arroja sobre los
almohadones.)
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MULEY CARIME.- (Toma el pomo,
bebe el veneno y clava los ojos en ABEN HUMEYA; después se acerca
a él y le dice:) ¡Tú
reinarás! (Ambos permanecen durante unos
instantes en la misma
actitud.) ¡Escúchame, Aben Humeya,
escucha!... Me conoces muy tarde... demasiado tarde... ¡Te
habías equivocado en el concepto de que me tenías;
pero tu corazón me está haciendo en este instante
plena justicia; él propio me venga, y te humilla ante
mí...; tu mano temblaba más que la mía al
coger el veneno. ¡Muy lejos estaba yo de querer a nuestros
opresores... los aborrecía con toda mi alma, tanto como
tú, aun más todavía... Me han hecho más
tiempo infeliz...; pero era padre, Aben Humeya, era padre, y
veía en riesgo a mis hijos... ¡Desventurado!
¡Por tu esposa y por tu hija temblaba, cuando tú me
acusabas, de flaqueza!... (Reprimiendo su
enternecimiento.) El amor a mis hijas me cuesta la
vida; ya lo ves, Aben Humeya, muero por salvarlas... Mas no
quisiera llevar al sepulcro el pesar de haber hecho en balde
tamaño sacrificio... ¿Quieres
prometérmelo?...
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ABEN HUMEYA.-
(Levantándose.) yo...
¿Qué puedo hacer en eso?...
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MULEY CARIME.- Empéñame tu
palabra... y veré más tranquilo acercarse mi
última hora.
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ABEN HUMEYA.- Si depende de mí...
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MULEY CARIME.- De ti depende.
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ABEN HUMEYA.- Pues prometo hacerlo...
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MULEY CARIME.- Y vas a jurarlo en mis manos.
Mas, ¿qué movimiento es ése? Soy yo quien te
la presento primero..., estréchala, Aben Humeya;
estréchala sin temor..., aun no está fría!
(Cógele la mano.)
Escúchame ahora... ¡No tiembles y
escucha! El estruendo de las armas va a penetrar muy luego en estas
sierras...; los guerreros pelearán, no lo dudo; ¡pero
sus infelices familias!... Por Dios, no expongas a mi hija, no
expongas a la tuya a todos los horrores de una guerra de
exterminio... ¿Cuál sería su suerte si
tú llegaras a faltar? ¡Mira mi destino, Aben Humeya,
siempre mi destino! Ahora mismo temo y tiemblo por ti... Mas en tu
mano está templar mi amargura si llevo conmigo la esperanza
de haber logrado mi intento... Yo había cuidado de fletar en
cuanto vi que amenazaban estas revueltas un barco tunecino, que se
halla surto en el puerto de Adra. En pocas horas puede llegarse a
él, y en otras pocas puede llevar a Tánger a tu mujer
y a tu hija...
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ABEN HUMEYA.- Bien está; lo
haré.
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MULEY CARIME.- Y yo confío en tu
palabra. ¡Dentro de mí mismo llevo el convencimiento
de que no te atreverías a engañarme!
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Escena
XII
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MULEY
CARIME, ZULEMA.
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ZULEMA.- (Al abrir la
puerta.) ¿Qué ruido es ése?
¡Sois vos!
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MULEY CARIME.-
(Aparte.) ¡Mi hija!...
¡Dios mío!
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ZULEMA.- Me pareció que había
oído la voz de mí esposo... En este mismo instante
estaba pensando en los dos.
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MULEY CARIME.- ¡En los dos!
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ZULEMA.- ¿Por qué no?... Yo nunca
separo a entrambos en mi pensamiento ni en mi corazón...
¡Todas las noches, antes de dormirme, ruego a Dios por vos y
por él!
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MULEY CARIME.- ¡Zulema!...
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ZULEMA.- Me parece que estáis
contristado, y que os cuesta trabajo contener vuestras
lágrimas... ¿Nos amenazan más
desdichas?...
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MULEY CARIME.- No te inquietes..., sólo
tengo que decirte que voy a ausentarme...
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ZULEMA.- ¡Ausentaros!... ¿Y
qué causa tan urgente puede obligaros a ello?
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MULEY CARIME.- Es necesario, hija
mía...
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ZULEMA.- ¿Lo sabe mi esposo?
(MULEY
CARIME no responde.) ¡Ah! no me queda
duda, él es quien os lo ha mandado... Pero no se
verificará, no; yo sabré impedirlo. (Va
a ir al instante, mostrando resolución y
confianza.)
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MULEY CARIME.- (Con tono
grave.) Detente... ¿A dónde vas?
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ZULEMA.- (Con
abatimiento.) En busca de mi esposo... ¿No me
es lícito rogarle por mi padre?
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MULEY CARIME.- Es inútil, mi querida
Zulema..., del todo inútil...
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ZULEMA.- No lo creáis; es el
único favor que le he pedido; y a él le consta lo
mucho que yo os amo... ¡Lejos de vos, lo digo con toda mi
alma, no podría yo sobrellevar la vida!
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MULEY CARIME.- ¿Y a qué vienen
ahora esas lágrimas?...
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ZULEMA.- No lloro...; pero me siento
enternecida siempre que se me ocurre un pensamiento muy triste...
¡Dios, Dios sabe lo que le he pedido mil veces!...
(Coge con la mayor ternura la mano de su padre.)
Y me lo concederá..., sí, me lo
concederá... Ya he llorado a mi madre, a mi pobre madre...,
y el corazón me dice que no tendré que llorar
más que a ella.
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MULEY CARIME.-
(Desasiéndose de su hija, y echándose
en el sofá.) ¡Esto ya es demasiado,
Dios mío, demasiado!... Ten lástima de un padre...
(Después de un corto
intervalo.) Ven, Zulema, acércate...
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ZULEMA.- (Con
viveza.) ¿No os iréis?...
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MULEY CARIME.- Es preciso, hija
mía...
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ZULEMA.- Pero, a lo menos, volveréis
pronto...
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MULEY CARIME.- ¡Pronto!
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ZULEMA.- Mas, ¿qué quiere decir
esa amarga sonrisa?... La sangre se me ha helado en las venas.
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MULEY CARIME.- Tengo necesidad de recogerme un
poco..., es fuerza separarnos.
(Levantándose.) Tus palabras me
traspasan el corazón; y no tengo la fortaleza necesaria...
Tú llenas de amargura mis últimos momentos...
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ZULEMA.- (Con
sobresalto.) ¡Los últimos!...
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MULEY CARIME.- (Volviendo sobre
sí.) Los últimos que me quedan antes de
separarnos... (La abraza con la mayor
ternura.) A Dios, Zulema, quédate con Dios.
¡Él será tu padre... como lo es de todos los
desdichados!
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ZULEMA.- ¿Qué quieren decir esas
palabras misteriosas, ese acento tan desconsolado?... ¿Tal
vez os amenaza algún riesgo?...
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MULEY CARIME.- No, hija, ninguno...
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ZULEMA.- Sin duda os aflige algún triste
presentimiento... ¡Si os viese yo en este instante por la
última vez! ¡Ah! no, padre mío, no; de
aquí no saldréis... (Échase de
pronto a los pies de su padre y abraza sus rodillas.)
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MULEY CARIME.- Déjame, hija,
déjame..., por Dios te lo pido...; me estás haciendo
sufrir mil veces la agonía de la muerte.
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ZULEMA.- Aguardad siquiera a que amanezca...
Pasaremos juntos algunas horas más...
¡Prepararé mi ánimo a esta separación
cruel!...
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MULEY CARIME.- No, hija, no puede ser...; ya me
están aguardando...
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(Dan las dos en el reloj de la sala; MULEY CARIME se muestra como herido de
un rayo, y cae sobre los almohadones.)
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ZULEMA.- ¿Por qué os
habéis estremecido?... (Mirando al
reloj.) Es el reloj, que acaba de dar la hora...
(Volviendo hacia su padre.) Mas,
¿qué veo?... Habéis perdido el color, y
estáis todo inmutado... Claváis en mí los
ojos, y ni siquiera derraman ya una lágrima...
(Levántase despavorida.)
¡Aben Humeya!... ¡Aben Humeya!...
(MULEY
CARIME pone su mano en la boca de su hija como para
impedirle que grite; ella la aparta con horror.)
¡Dios mío!... ¡Está su mano
helada!...
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MULEY CARIME.- ¡Hija mía...
hija!
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ZULEMA.- Respirad, respirad libremente...; no
nos separaremos...; donde quiera que vayáis, os
seguiré yo.
(MULEY
CARIME la mira con extrema ternura y cogiéndole la
mano la aplica a su corazón.)
Sí, ya lo sé...; ahí estoy..., ahí
estoy para siempre...
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MULEY CARIME.- (Con un hondo
quejido.) ¡Para siempre!
(Expira.)
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ZULEMA.- ¡Padre... padre! ¿No me
respondéis?... ¡No conocéis ya a vuestra hija!
¡Ven, Aben Humeya, ven a socorrerme...; mi padre ha
muerto!
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(Cae postrada a los pies de MULEY CARIME. Después de un
breve silencio óyense a lo lejos, hacia el fondo del teatro,
algunos tiros de arcabuz, y luego resuenan golpes repetidos hacia
el lado del aposento de ZULEMA.)
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Escena
XIII
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Los dichos. FÁTIMA, la ESCLAVA VIEJA, mujeres y
esclavas.
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(Salen todas con la mayor
consternación.)
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MUJERES Y ESCLAVAS.- (Al tiempo
de salir.) ¡Salvémonos!
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(Corriendo hacia ZULEMA.)
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¡Madre!... (Al ver a MULEY CARIME, vuélvese
atrás horrorizada, y va a acogerse junto a la esclava
vieja.) ¡Ay, Dios mío!...
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ESCLAVA VIEJA.- No te asustes,
Fátima...; es sólo un desmayo.
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(Las MUJERES y las ESCLAVAS acuden a ZULEMA y la levantan; una de ellas
desprende su velo y lo echa sobre la cabeza de MULEY CARIME; FÁTIMA se arroja en brazos de
su madre, que por el pronto no da señales de vida. Redoblan
con más fuerza los golpes.)
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UNA DE LAS MUJERES.- ¡Escuchad...,
escuchad! Van a echar la puerta al suelo...; ya se oye el ruido de
las armas...
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MUJERES Y ESCLAVAS.- ¡Huyamos!
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FÁTIMA.- ¡Venid, madre, venid!
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ZULEMA.- (Vuelve poco a poco en
sí, y mira como asombrada en
derredor.) ¡Eres tú, hija mía!...
¡Sí, no hay duda; tú eres! ¡Te estoy
viendo, te toco, te escucho en mi seno...; al fin logro llorar...
(Se deshace en lágrimas, abrazada de
FÁTIMA.)
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ESCLAVA VIEJA.- ¡Venid, por Dios os lo
ruego, venid! El menor retardo pudiera costaros la vida.
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ZULEMA.- ¿Dónde está mi
esposo?
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ESCLAVA VIEJA.- Va a volver al instante.
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ZULEMA.- ¿Dónde está?
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ESCLAVA VIEJA.- Ha ido a apaciguar el
tumulto.
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ZULEMA.- Voy a buscarle.
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FÁTIMA.-
(Deteniéndola.) ¿A
dónde vais?
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ESCLAVA VIEJA.- Ocultémonos en esos
subterráneos; y en logrando escapar por el pronto, él
vendrá después a salvarnos.
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MUJERES Y ESCLAVAS.-
¡Ocultémonos!...
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(La ESCLAVA
VIEJA va delante; ZULEMA la sigue, apoyada en su hija, y
rodeada de mujeres y esclavas. Al mismo tiempo que van a entrar en
el subterráneo, sale de él Aben Farax, seguido de
gran número de conjurados, con sables desnudos y hachas
ardiendo; las mujeres esclavas arrojan un grito y huyen
despavoridas, arrollando consigo a Fátima y a Zulema; pero
ésta se desase de ellas y se queda sola en medio del
teatro.)
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